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sábado, 11 de mayo de 2024

Un paseo por la calle Feria

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Feria, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     Cada segundo sábado del mes de mayo se celebra el Día Mundial del Comercio Justo, para concienciar a la opinión pública acerca de las desigualdades económicas impuestas por el sistema económico y comercial a los pequeños productores y comerciantes, que procuran un precio justo para sus productos, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Feria, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     La calle Feria es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en los Barrios de la Feria, y de San Gil, del Distrito Casco Antiguo; y va de la calle Madre María de la Purísima de la Cruz, a la calle Resolana
     La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta,  constituida  por  bloques  exentos,  la  calle,  como  ámbito  lineal de relación, se pierde, y  el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
      Al ser una de las más largas del casco antiguo de la ciudad ha tenido una variada gama de topónimos hasta su unificación hacia 1868. Según Álvarez-Benavides, al que siguen otros, su comienzo fue conocido como Real de la Iglesia y San Juan de la Palma, pero debe tratarse de un error, pues uno de los topónimos corresponde a otro espacio, y porque las veces en que el tramo hasta la actual plaza de Montesión  aparece en documentos del s. XVII se le identifica por los puntos que comunica y no por un nombre propio, del que carece hasta el s. XVIII. Según González de León (1839) era conocida en su tiempo como Laneros, porque estaba casi totalmente ocupada por fabricantes de paños de lana y jerga, pero debía ser una designación popular, pues no se encuentra otra alusión a dicho nombre. El tramo siguiente, probablemente hasta la confluencia con Conde de Torrejón, se conoce ya en los siglos XIV y XV como Caño Quebrado, que era el mismo de la plaza inmediata (v. Monte-Sión). A comienzos del s. XVIII dicho topónimo se amplió hasta la iglesia de San Juan. Desde Conde de Torrejón al entronque de Doctor Letamendi y Cruz Verde recibe el nombre de Carpinteros y Carpinteros de Prieto, en los siglos XVI y XVII, por ubicarse allí los fabricantes de muebles. El espacio formado por la confluencia de todas estas calles debió ser el que desde la segunda mitad del s. XIV hasta comienzos del XVI es conocido como Hurones y Pozo de los Hurones, porque en aquella centuria se vendían estos animales junto al pozo allí existente. A mediados del s. XVII aparece con el nombre de Cruz de Caravaca, por la que se levantaba en su centro, sobre una peana de fábrica.
     A partir de aquí y hasta la iglesia de Omnium Sanctorum (de Todos los Santos) recibía, desde mediados del s. XIV, el nom­bre de Lencería y luego Lencería Vieja, fue en los inicios del XVII ya aparece sustituido por el de Ancha de la feria, nombre que deriva del hecho de celebrar en ella, y en la plaza inmediata de Calderón de la Barca, un mercado semanal desde el mismo s. XIII. No parece que este topónimo incluyese el tramo de Carpinteros, como se ve en el plano de Olavide (1771). Morgado (Historia de Sevilla) alude a la plaza de Omnium Sanctorum al referirse al mercado del jueves, por lo que sería el espacio inmediato a la parroquia y la actual plaza de Calderón de la Barca. En 1845 desaparecen todos los topónimos antiguos de los diferentes tramos comprendidos entre la actual plaza de Monte-Sión y O. Sanctorum, que quedan unificados bajo el nombre de Feria; sin embargo, todavía en 1869 se conservan los topónimos Ancha de la Feria y Caravaca, según una petición de obras de este año. La delantera de la iglesia, donde estaba el cementerio, se identifica por este nombre en el s. XVIII, o por plaza de O. Sanctorum, tanto en el s. XVI como en el XIX, aunque no parece nombre oficial. El último tramo llevaba también desde el s. XIV, y quizás antes, el de Lino o Linos. Hacía alusión al hecho de que, desde el s. XIII, aquí estuvo instalado el peso en el que se controlaba todo el lino que entraba en la ciudad para su venta, lo que también justificaría el de Lencería  En 1868 quedó integrada en Feria, con lo cual la calle adquiere los límites actuales. En 1910 hubo un acuerdo para cambiar el nombre de Feria por el de Salmerón, en memoria del que fue­ra presidente de la I República, pero no se hizo efectivo, pues en los años siguientes hay varias reclamaciones de capitulares para que se cumpliese el citado acuerdo.
     Desde el punto de vista morfológico esta calle presenta dos partes, claramente diferenciadas. La primera, hasta Cruz Verde, se caracteriza por la falta de regularidad, a pesar de las operaciones de ensanche o retranqueo realizadas, de las que se conocen datos, desde el s. XVII y, sobre todo, en el XIX y primera mitad del XX. La relativa anchura que presenta en su comienzo, en el que desembocan Regina, San Juan de la Palma, y Madre María Purísima de la Cruz, la va perdiendo puntualmente hasta la plaza de Menjíbar; en este tramo existe una estrechísima barreduela, a la altura del núm. 7, casi en la desembocadura de Aposentadores. Entre la plaza de Menjíbar y la de Monte-Sión se encuentra la parte más estrecha e irregular, ya que los proyectos de alineación han quedado inconclusos, y la línea de fachada de los pares presenta frecuentes entrantes y salientes. En este tramo cruza Castellar. A partir de Monte-Sión presenta ya mayor anchura y cierta regularidad , si bien en el arranque de Palacios Malaver se forma un espacio triangular, a modo de pequeña plaza, en el que se han instalado dos naranjos; desde aquí tiende a ensancharse. Además de ésta, desembocan Conde de Torrejón, Quintana, Correduría y Cruz Verde; estas dos constituyen el límite de la primera parte de la calle. La segunda parte es recta y ancha, características que poseía desde que existen noticias sobre sus proporciones, llamando la atención por ser la más ancha de la ciudad en los pasados siglos. En su arranque hace un quiebro con relación al tramo anterior, ya que la acera de los impares no está alineada con la de aquél, sino con el centro de la calle. Esa linealidad apenas está rota por el entrante que se produce ante la fachada de la parroquia de O. Sanctorum, donde se ubicaba el cementerio, y que ya contaba con una verja en la segunda mitad del s. XVIII. Está cruzada por Peris Mencheta, Relator, Antonio Susillo, Escoberos y Bécquer, y da a ella la plaza de Calderón de la Barca. Hasta 1861 careció de salida, pues estaba cerrada por la muralla de la ciudad, en el citado año se abrió una puerta en la misma, permitiendo la comunicación con la Resolana y la Macarena.
     La importancia económica de la calle debió influir en que fuera dotada de empedrado desde fechas bastante tempranas (s. XVII, hasta que, en la segunda mitad del XIX (1860, l876), algunos tramos aparecen embaldosados. Entre ambas fechas hay reiteradas peticiones y demandas relativas al mal estado del pavimento. En 1873 se acuerda adoquinarla  Su parte final, la correspondiente a la antigua Linos, estuvo terriza, debido a su carácter marginal. Sin embargo, en torno a 1850 comienzan a aparecer en la prensa denuncias relativas a su estado, el cual se consideraba que no estaba en consonancia con la importancia que al parecer por aquellas techas ya tenía, pavimentándose años más tarde. En 1886 se solicitaba que fuese adoquinada, pero sería en las primeras décadas de la presente centuria cuando toda la calle fue dotada de adoquines y aceras. Aquellos quedaron bajo la capa asfáltica en la de los setenta. Hace unos años se levantó este pavimento en el tramo entre Aposentadores y plaza de Monte-Sión y se ha readoquinado con piezas de dos tamaños. En una parte se han suprimido las aceras, que, en el resto de la calle, son de losetas.
     Por su subsuelo corrieron caños de desagüe hacia la Alameda, lo que no impidió las frecuentes inundaciones, dada la baja cota de la calle. La existencia de estas conduc­ciones era aprovechada por los vecinos para abrir canales desde sus casas y desaguarlas, como se denuncia en la zona de la Cruz de Caravaca en 1736. En 1801 se instaló una cloaca a lo largo de toda la primera mitad de la calle. Asimismo recorrían su subsuelo caños de agua que abastecían algunas fuentes o pilares, como la existente en la esquina con Relator desde siglos medievales, otra se instalaría en 1857 en la parte correspondiente al Caño Quebrado; también abastecían a casas particulares y a instituciones eclesiásticas, amén de las que iban hasta las fuentes de la Alameda y otras. En 193l se renovó la instalación subterránea de aguas para servicio público. En cuanto a la ilumi­nación, el tramo entre Relator y Macarena poseía tres puntos de luz eléctrica en 1910, al año siguiente se acuerda dotar de este sistema a los tramos que carecían de él, pero en la primera mitad de la calle existió el de gas hasta 1923, en que se sustituye por el eléctrico. En 1960 se instaló el actual en toda la calle a base de báculos adosados a las fachadas, tipo que no es muy frecuente en el casco. Finalmente, en 1941 se aprobó la instalación del jardín delantero de O. Sanctorum. Desde que existen líneas públicas de transportes urbanos, esta calle ha sido una de las primeras en tenerlas a partir de Cruz Verde hacia la Macarena.
     En los siglos pasados existieron dos cruces en esta calle, la ya citada de Caravaca, la cual contaba con una hermandad, y que fue desmontada en 1839, y la de Linos, en la calle de este nombre, de hierro forjado y grandes proporciones; al parecer fue instalada en 1649 sobre un cementerio improvisado, con ocasión de la peste, y desmontada en 1839: en la actualidad se halla instalada en la fachada de O. Sanctorum. Además, hay que citar varios retablos desaparecidos, entre ellos, dos dedicados a la Concepción, uno de los cuales fue pintado al fresco, en el s. XVI, por Agustín del Castillo; otro de la Trinidad, la Virgen y San José, y el de Ánimas en la fachada de la parroquia. En la actualidad posee pocos elementos de mobiliario. Además de los puntos de parada de autobuses de los que hay tres a lo largo de la calle, destaca una concentración de quioscos y una cabina de teléfono en la esquina con Correduría (ya desaparecida), y algunos más dispersos. Aparte de los pequeños azulejos que se pueden encontrar en fachadas de los pisos, sobresalen el de la Virgen de Todos los Santos en la parroquia de O. Sanctorum, un azulejo dedicado a esta imagen que ya existía en la segunda mitad del s. XVIII, y los de los titulares de la hermandad en la Capilla de Monte-Sión, donde también existe una inscripción.
     Por su longitud y desigual importancia el caserío presenta enormes diferencias de unas zonas a otras. Lo primero digno de reseñar es que, desde la Edad Media, una gran parte de la calle poseía soportales, sobre todo entre Caño Quebrado y O. Sanctorum, sin duda alguna relacionados con la intensa actividad económica de la zona. Aunque a veces se prohibió su construcción, éstos no desaparecen, al menos en algunos tramos, hasta el pasado siglo. En 1857 se solicitaba la de­saparición de algunos en el Caño Quebrado, pero en 1864 todavía subsistían en sus inmediaciones, junto a Monte-Sión, en los cuales se apostaban los mozos de cordel, a la espera de que fuesen requeridos sus servicios. Por otro lado, hay que destacar que en algunos tramos, la construcción de estos soportales suponía una merma del espacio público, pues avanzaba sobre las primitivas fachadas de las casas. En los correspondientes a Carpinteros de lo Prieto y Ancha, en 1579, se procedió a derribar todos los balcones y saledizos. En la calle Linos existió en el s. XVI el Hospital de San Benito, y en 1754 la Hermandad de la Santa Cruz de la Pasión solicita autorización para construir una capilla y un almacén en un solar que poseía en ella; otra ermita, bajo la advocación de Ntra. Sra. de la Soledad, era sede de una hermandad integrada por fabricantes de jabón, la cual estaba en ruinas hacía 1800, trasladándose la hermandad a O. Sanctorum (Bermejo). Sin embargo, como se señaló, fue una zona marginal, por lo que González de León (1839) se refiere a sus casas como mezquinas y casi todas bajas. La situación cambiaría años más tarde. A mediados de siglo se la describe con gran actividad, como una de las más concurridas, y por ella circulan los carros de verdura que acuden al mercado próximo. Tras la apertura de la puerta en la muralla (1861) se inició inmediatamente una total renovación de su caserío, y se incrementó el movimiento y la actividad económica.
     En la actualidad, la mayor parte de los edificios no se remontan más allá de las últimas décadas del pasado siglo. Los escasos restos anteriores predominan en los primeros tramos. Fuera de este sector hay que destacar la núm. 94, de estilo dieciochesco. Un gran número, sobre todo entre Monte-Sión y O. Sanctorum, se encuadrarían dentro del llamado estilo sevillano. A partir de aquí, se detecta una más acentuada presencia de construcciones recientes, con mayor altura, hasta cinco plantas, alternando con otras más antiguas, de tipo popular, de dos, y con edificios regionalistas. Dignos de mención son los números 160-162, así como el que forma esquina con Cruz Verde (v.); varias de ellas son obra de José Espiau y Muñoz. De otros estilos destaca el inmueble racionalista esquina a Antonio Susillo, y el núm. 154, antiguo edificio de la  Compañía Sevillana de Electricidad. Aparte de éstos existen varios edificios singulares. En el comienzo se abre la fachada gótica de los pies de la antigua parroquia de San Juan de la Palma, de estilo mudéjar; aquí radica la Hermandad de la Amargura. Frente a la plaza de Monte-Sión se encontraba el Archivo de Protocolos, instalado en 1926, en lo que fuera colegio dominico de Monte-Sión, fundado en 1559, en las casas de doña Mencía Manuel de Guzmán, y cuya iglesia, que es lo que se conserva, se termina en 1601. Tras la desamortización, había quedado abandonado, y fue utilizado como centro de reunión de sociedades y gremios de la zona, como los de tejedores y carpinteros (1869). Colindante con este edificio se encuentra la capilla de la Hermandad de la Oración en el Huerto. Junto al mercado (v. Calderón de la Barca) está la parroquia de O. Sanctorum, de estilo mudéjar, restaurada tras el incendio de 1936, con una hermosa torre del mismo estilo; en su interior se conservaba un pendón, al parecer andalusí, que fue enarbolado en la revuelta de 1521; aquí tiene actualmente su sede, además de la hermandad titular de gloria, la conocida popularmente como de los Javieres (y la del Carmen Doloroso). En la esquina con Resolana se levanta sobre un basamento un grupo escolar, que fue costeado por la Real Maestranza de Caballería en 1892.
     Una de las características fundamentales de esta calle ha sido su intensa actividad económica. Artesanos de muy distinto tipo aparecen a lo largo de la misma. Algunos se ha visto que han dado nombre a varios tramos. Entre los más antiguos se encuentran los carpinteros, que vivían en el conocido como Ancha,  quienes solicitan y obtienen en 1609 autorización para trabajar en medio de la calle; en 1788 están censados 6 en el Caño Quebrado y 13 en Feria; aquí siguió un grupo de ellos, pues la prensa denuncia su ocupación de la calle, e incluso, las fogatas que encendían, en la centuria pasada. En 1714, los 22 sayaleros (fabricantes de sayas) integrados en el gremio se encuentran en el Caño Quebrado. A comienzos del s. XIX, según González de León, en su primera parte, todas las casas estaban ocupadas por fabricantes de paños de lana y de jerga, mientras que en Ancha predominaban los pintores y carpinteros de lo blanco (de armaduras y artesonados): los de lo prieto se localizaban en el tramo anterior, al que dieron nombre. En la actualidad es más comercial que artesanal, pues, aunque existen talleres pequeños, sobre todo en su primera parte, predomina el comercio de tipo familiar y de base diaria en toda su extensión. Chaves Nogales (Juan Belmonte, matador de toros) describió su transición en los siguientes términos: "Ya ha surgido el gran edificio de las pañerías inglesas, y aún hay al lado un ropavejero; todavía no se ha ido el memorialista y ya está allí empujándole a morirse la cabina del teléfono público; junto a la Hermandad del Santísimo Cristo de las Llagas está el local del sindicato marxista; aún no se ha arruinado del todo el señorito terrateniente y ya quieren comprarle la casa para edificar la sucursal de un banco; los quincalleros, con sus puestecillos ambulantes, disputan la calzada a los raíles del tranvía; los carros de los entradores del mercado llevan a su paso moroso a los automóviles que vienen detrás bocineándoles inútilmente". Casi todas las plantas bajas de edificios están ocupadas por dichas instalaciones comerciales y de servicios. Aquellas con tiendas de los más variados tipos, prácticamente todas enfocadas hacia un comercio de abastecimiento de barrios de nivel económico relativamente bajo, si bien en su comienzo y, sobre todo, en la parte final hay establecimientos especializados. Recientemente se ha constituido la Asociación de Comerciantes de Feria-Regina.
     Por lo que se refiere a los servicios, llama la atención la proliferación de sucursales bancarias, hasta seis, todas abiertas entre Cruz Verde y Resolana. En esta misma zona se encuentra una central de Telefónica y unas oficinas de la Compañía Sevillana de Electricidad. Finalmente, el mercado de abastos, recientemente restaurado, uno de cuyos frentes da a esta calle (v. Calderón de la Barca), constituye otro punto de gran importancia, ya que algunos tenderetes provisionales se extienden por esta calle, y además genera por las mañanas gran movimiento de público, especialmente de mujeres, que acuden a hacer la compra en el mis­mo y en las tiendas de los alrededores, a lo que hay que añadir el tráfico y el estacionamiento de vehículos para servicio del propio mercado y de los comercios de la zona. Todos estos elementos confirman a este sector de la calle Feria como un importante centro secundario, que sirve a toda la parte norte del casco antiguo. Esta función la tuvo ya en los siglos medievales y la ha conserva­do hasta la actualidad.
     Sin ningún género de dudas, la actividad que ha definido a esta calle ha sido su mercado semanal, el popular "Jueves". Este se viene celebrando desde el s XIII. Sus orígenes lo sitúan en la actual plaza de Calderón de la Barca (V.), pero desde los primeros momentos desbordaría los límites de dicha plaza, ocupando las calles próximas y en concreto ésta de Feria. Un texto de interpretación ambigua, de 1454, podría hacer pensar que en esta fecha se extendía hasta la plaza del Caño Quebrado. En principio, aunque el término feria parece dar a entender un mercado anual, se trata del típico mercado semanal que tenía lugar en la mayoría de las ciudades y villas medievales, el cual permitía a los vecinos aprovisionarse de las más varias mercancías, y a los artesanos, tenderos y comerciantes se les facilitaba la venta de sus artículos. Así, los que poseían tiendas en la Alcaicería acudían a éste todos los jueves. A su vez, desde los primeros documentos que se refieren al mismo en el s. XV, se alude con frecuencia a la presencia de mujeres, de pequeñas vendedoras que acuden a él para conseguir algunos recursos económicos. A mediados del s. XVII Maldonado Dávila refleja lo que era en su tiempo: "Llámase la Feria, no porque las ventas fuesen francas, sino es que los Jueves por la mañana de todo el año hasta medio­ día está introducido ocuparse las calles refe­ridas de mercaderías que traen a vender en ellas, como roperos, traperos, carpinteros, caldereros, loseros, almonederos y otros de este género, con que estos días se proveen de lo necesario los barrios del contorno de lo que no pueden traer cada día del cuerpo de la ciudad, y en llegando a mediodía cada uno recoge su matalotage y se vuelve a su casa, y solos quedan los vecinos que tienen tiendas de estos tratos en ella". Siglos más tarde, en un periódico de 1858 se ponía de manifiesto que a la calle Ancha de la Feria acudían gentes pobres con sus canastos para vender agujas, alfileres y encajes; y en 1913 se autorizaba a pobres y desvalidos a tener puestos en dicha calle. Hace varias décadas se instalaban puestos con productos navideños y juguetes en las vísperas del día de Reyes al comienzo de la calle.
     La aparición del Jueves en la picaresca del Siglo de Oro es un reflejo de la importancia adquirida con el transcurrir del tiempo. Romances de germanía, Delicado en La lozana andaluza, y Cervantes, en Rinconete y Cortadillo y El rufián dichoso, sitúan acciones de sus pícaros en este ambiente. De uno de éstos se dice en la última obra:
"¿Hay más que ver que le dan
parias los más arrogantes,
 de la Heria (Feria) los matones, 
los bravos de San Román?"
     Con posterioridad, visitantes extranjeros y autores nacionales, desde Ford a Ferrand y Grosso, pasando por el barón de Davillier, los Montoto, Blasco Ibáñez, Porlán, Chaves, Más y Prat, etc., y los pintores costumbristas han recreado ambientes o han aludido a es­ta calle y a sus actividades. R. Ford considera este mercado visita obligada para todo turista. Por estos años se ha producido ya una novedad, que marcará el futuro del Jue­ves. Según el barón de Davillier (1844) es un mercado de antigüedades conocido y frecuentado por especuladores extranjeros y por aficionados, lo que significa que ya por entonces había dejado de ser exclusivamente un mercado de abasto o de subsistencias y había iniciado la evolución hacia su contenido actual; en 1875 era también un mercado de pájaros. Chaves lo describe en los siguientes términos: "Una vez a la semana, los jueves, se fragua en medio de la calle un pintoresco mercadillo, un auténtico zoco marroquí, al que acuden los baratilleros de toda Sevilla y venden papel, libros, loza y hierros viejos; vienen también los piñoneros serranos y los hortelanos de la vega con sus nísperos y sus alcauciles. En el jueves se venden, además, garbanzos tostados, pipas de girasol, avellanas verdes, palmitos, ciga­rrillos de cacao y unos peces y unos gallos de caramelo rojo maravilloso."
     Los autores y la prensa del pasado siglo reflejan la importancia y vitalidad que sigue teniendo este mercado, hasta el punto de que los vendedores madrugan, incluso se van la noche antes, para coger sitio, y desde tempranas horas de la mañana se producen altercados por dichos puestos, y los vendedores vocean sus mercancías; se demanda que no circulen vehículos durante su celebración y, en todo caso, revelan la inmensa concurrencia que genera. De esta elevada concurrencia de vendedores; y de posibles compradores es una clara prueba el que, por lo menos en dos ocasiones, se haya solicitado su traslado a la Alameda de Hércules (1867, 1962). En tiempos de Álvarez-Benavides (1873) poseía la misma extensión que el actual, pues iba desde la fachada de San Juan hasta la Cruz Verde, y ocupaba algunas calles próximas, como la plaza de Monte­ Sión y de los Maldonado y algunas bocacalles. Sin embargo, fotografías de comienzos de siglo revelan que la antigua Ancha también estaba ocupada por puestos. Hasta hace unos años una parte importante de este mercado estaba ocupada por libros viejos, cuya presencia se ha reducido notablemente, aunque en este sector hay varias tiendas dedicadas a ellos. Por el contrario, han hecho su aparición los vendedores de objetos antiguos procedentes de excavaciones fraudulentas, y personas de otras razas y procedencias, sobre todo africanos, que ofrecen artículos nuevos. Por lo demás, el ambiente actual parece ser el mismo descrito por diversos autores en tiempos pasados. Mesas o simples trapos extendidos en el suelo para exponer la mercancía a lo largo de las aceras y de la calzada, y numerosas personas que deambulan apretadas, por el estrecho pasillo que dejan los vendedores, y que se paran ante algún objeto curioso o el artículo que necesitan.
     Todo este mundo, toda esta actividad que ha generado la calle a través de los tiempos la ha convertido en el medio de unos tipos y personajes, como los reflejados en la picaresca del Siglo de Oro, o esas "turbas enteras de gomosos, cursis, vagos y to­dos los tipos callejeros que forman la plaga social, se pasean tras las señoras, acosándolas, molestándolas groseramente y no sólo "echando papelitos" (La Andalucía, 1883). La presencia de bares y de algunas tabernas viejas, sobre todo en el sector de Monte­ Sión, así como la conocida sala de fiestas Viña Blanca, quizás tenga bastante que ver con este ambiente. Ya en 1652 se había ordenado el cierre de todas las tabernas existentes en esta calle, pero en 1667 se censan siete sólo en el tramo de Linos.
     También por aquí pululaban en la pasada centuria los precedentes de los actuales campanilleros, pues la prensa se hace eco de las molestias que causan los grupos de personas que con campanillas salen generalmente las vísperas de los días de fiestas o a la aurora, tocando los instrumentos y solicitando limosnas. En 1857, en El Porvenir aparece lo siguiente "Entre las costumbres chocantes de Sevilla [...] figura la que en la feria se práctica de andar algunos mozos, del expresado barrio en las vísperas de los días de fiesta, desde las oraciones en ade­lante, tocando campanillas por las calles para que les den algunos cuartos"; otro artículo del mismo periódico, dos años más tarde, se queja de la practica de los que llama "hermanos de la aurora" y denuncia que, a pesar de que la autoridad tiene dada orden de que sean dispersados, siguen alterando el sueño de los vecinos con sus cantos con voz aguardentosa. De nuevo Chaves nos habla de taberneros que sacan sus veladores de mármol a la calle, de grupos de campesinos y de albañiles sin trabajo, de mocitos gandu­les y aculados, de comadres que discuten, mozuelas que presumen y viejas que gruñen. Entre las actividades lúdicas que han tenido como escenario esta calle, hay que reseñar la velada de Todos los Santos, de la que hay noticias de comienzos de esta centuria; al igual que la de San Juan y San Pedro, que se celebraba coincidiendo con la festividad de ambos. Esta ha sufrido varias alternativas, pues dejó de celebrarse hace algunas décadas, luego se trasladó a la Alameda de Hércules, y hace unos años ha sido recuperada, en parte gracias a la asociación de comerciantes, que también ha promovido la iluminación navideña. Sin lugar a dudas, otros momentos especialmente significativos de esta calle están relacionados con las salidas procesionales de las cofradías que tie­nen en ella sus sedes, pero, sobro todo, en la madrugada del Viernes Santo, en que por ella va hacia la Catedral la Macarena, así como su vuelta por la mañana. Entre los per­sonajes relacionados con esta calle hay que citar a Miguel Cid, sayalero del Caño Quebrado, autor de las célebres coplas a la Inmaculada, y al torero Juan Belmonte, que nació en la antigua Ancha. El sector inmediato a Omnium Sanctorum fue escenario de revueltas populares en 1521 y 1652 [Antonio Collantes de Terán Sánchez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Feria, 12. (V. Castellar, 17). Casa del siglo XVIII, de tres plantas; la superior dividida por pilastras pareadas y vanos de medio punto por la fachada de calle Feria.
Feria, 25. ARCHIVO DE PROTOCOLOS. Está insta­lado en la iglesia del desaparecido convento de Montesión. Es un edificio de planta de cruz latina con pilastras toscanas cajeadas y bóvedas vaídas con distintas labores decorativas.
Feria, 94
. Casa del siglo XVIII, con fachada de gran interés, que consta de dos plantas y un ático. El cuerpo bajo almohadillado, el superior con tres vanos decorados con ro­leos Y un pequeño retablo. El ático consta de tres vanos de distinta luz separados por pilastras pareadas. En la escalera se conserva un azulejo de la Inmaculada [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
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Más sobre el Callejero de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.

La calle Feria, al detalle:
        Retablo cerámico Nuestro Padre Jesús del Silencio en el Desprecio de Herodes
        Ventana con el Cristo de los Afligidos
Edificio calle Feria, 12.
        Retablo Cerámico de Nuestra Señora del Rosario
        Retablo Cerámico de Nuestro Padre Jesús de la Oración en el Huerto
        Placa conmemorativa
        Retablo Cerámico de Nuestra Señora de Todos los Santos
        Cruz de forja
Mercado de Abastos
Edificio calle Feria, 94
Retablo Cerámico de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena
Edificio calle Feria, 160-162

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