Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Techo de la Casa de Juan de Arguijo, atribuido a Alonso Vázquez, en la sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 9 de septiembre es el aniversario del nacimiento (9 de septiembre de 1567) de Juan de Arguijo, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el Techo de la Casa de Juan de Arguijo, atribuido a Alonso Vázquez, en la Sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala X del Museo de Bellas Artes podemos contemplar el Techo de la Casa de Juan de Arguijo, atribuido a Alonso Vázquez (c. 1564 - c. 1608), realizado hacia 1601, siendo un óleo sobre tabla en estilo barroco, procedente del Palacio de Monsalves (2014), que a su vez procedía de la Casa de Arguijo, de Sevilla (h. 1870).
En el siglo XVI surgió en Sevilla un grupo de literatos e intelectuales, poetas en su mayor parte, que constituyeron la denominada escuela poética sevillana del Siglo de Oro. Entre ellos se encontraba Juan de Arguijo. Estos humanistas se caracterizaron por la búsqueda de la belleza formal a través de la literatura clásica y las constantes referencias a la mitología griega y romana.
Hoy, 9 de septiembre es el aniversario del nacimiento (9 de septiembre de 1567) de Juan de Arguijo, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el Techo de la Casa de Juan de Arguijo, atribuido a Alonso Vázquez, en la Sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala X del Museo de Bellas Artes podemos contemplar el Techo de la Casa de Juan de Arguijo, atribuido a Alonso Vázquez (c. 1564 - c. 1608), realizado hacia 1601, siendo un óleo sobre tabla en estilo barroco, procedente del Palacio de Monsalves (2014), que a su vez procedía de la Casa de Arguijo, de Sevilla (h. 1870).
En el siglo XVI surgió en Sevilla un grupo de literatos e intelectuales, poetas en su mayor parte, que constituyeron la denominada escuela poética sevillana del Siglo de Oro. Entre ellos se encontraba Juan de Arguijo. Estos humanistas se caracterizaron por la búsqueda de la belleza formal a través de la literatura clásica y las constantes referencias a la mitología griega y romana.
El floreciente comercio con América motivó la fortuna familiar de Arguijo, lo que le permitió llevar a cabo variadas iniciativas artísticas de mecenazgo y adecuar su residencia a imagen de su posición social y de su erudición. La casa se encontraba en la actual calle Arguijo en esquina con Laraña y se extendía a través de patios y jardines decorados con esculturas de mármol genovés.
El techo decoraba el salón principal, lugar dedicado al saber y a la fecundidad artística. Allí alojaba su gran biblioteca y era escenario de las inspiradoras reuniones de este grupo que se consideró como Academia. Hacia 1870 fue trasladado por su propietario a su nueva residencia en la calle Monsalves, donde ha permanecido hasta fechas recientes.
Se desconocía al autor de las pinturas hasta que se propuso con acierto al pintor Alonso Vázquez por coincidencias estilísticas. La técnica, muy extendida en su época, consiste en el empleo de pigmentos al temple sobre sarga, usada con frecuencia en diversos elementos decorativos. El elaborado despiece de las escenas contribuye a enriquecer el conjunto, realizado bajo la influencia de las decoraciones palaciegas italianas. Fue pionero de este tipo de programas decorativos en Sevilla, seguido en años inmediatos por el de la Casa de Pilatos y del Palacio Arzobispal, encargado por el Cardenal Niño de Guevara.
El conjunto de pinturas narra un episodio mitológico desde una perspectiva moralizante, tomado de Las Metamorfosis del poeta romano Ovidio (siglo I). Júpiter coronado preside la asamblea del Olimpo, que ha convocado para castigar a los hombres por su decadencia. A su derecha aparecen otro dioses: Apolo con una vihuela y, junto a él, Mercurio. A su espalda, Cupido clava una flecha a Venus y, tras ella, aparece Vulcano con el martillo. El lado menor opuesto a Júpiter, muestra a su esposa Juno coronada y a Ceres, diosa de la agricultura, con el arado. A la izquierda de Júpiter, Saturno con la guadaña, Marte vestido de guerrero, Diana coronada con una media luna y, finalmente, Neptuno con el tridente.
En las pinturas laterales cuatro personajes completan el mensaje: la diosa Astrea impartirá su justicia con un diluvio que desatan las Erinias o Furias; Faetón se muestra caído por su orgullo, mientras que Ganímedes representa un espíritu elevado al cielo por los dioses.
DISTRIBUCIÓN DE PINTURAS
1. Asamblea de dioses del Olimpo
2. Faetón
3. Ganímedes
4. Erinnis (la Furia)
5. Astrea (la Justiticia)
6. Escudo de la familia Arguijo
7. Inscripción:
GENIO ET MVSIS DICATVM
(Dedicado al Genio y a las Musas)
8-21. Paneles Decorativos
Las Pinturas, realizadas al temple y óleo sobre lienzo, para el techo del salón de la casa de Juan de Arguijo (1567 - 1622), atribuido a Alonso Vázquez (Sevilla 1564/65 - México 1607), realizadas para el salón y biblioteca de su residencia sevillana. Fue el primero de los conjuntos decorativos de esta naturaleza de los realizados en Sevilla. Se compone de veintiuna pinturas sobre lienzo de tamaños diferentes e irregulares que conforman un techo plano sustentado por un armazón de madera donde se integran los lienzos. Se trata de un elemento estrictamente decorativo, independiente a cualquier función constructiva, siendo esta una de sus principales novedades en el ámbito sevillano donde, por tradición, se utilizaban armaduras mudéjares.
Cinco de los lienzos son de carácter mitológico. En el centro se representa la asamblea de los dioses olímpicos presidida por Júpiter. Junto a él Apolo, dios de la música y la poesía, que toca la vihuela. Recostado sobre aquel Mercurio con su casco alado y, en las manos, el caduceo y una espada. Tras él, Cupido, que clava una flecha a Venus, que ocupa el extremo opuesto, mientras en el otro aparece Vulcano con el martillo. Frente a Júpiter se sitúa Juno, coronada y con el manto rojo, y tras ella, un pavo real como símbolo de la diosa. Le siguen Neptuno con el tridente y Diana, semidesnuda, tocada con a media luna y las flechas que simbolizan la caza. A su lado, Marte, cubierto con un hermoso casco, porta el escudo y la espada y a su lado, Saturno con la guadaña. En el centro del lienzo aparecen los símbolos del zodiaco junto a una balanza. Los cuatro lienzos restantes representan el rapto de Ganímedes, la caída de Faetón, a Astrea como personificación de la justicia, con la balanza y la espada, y finalmente una figura femenina, quizás una furia, reconocible por la antorcha y las serpientes. Completan el conjunto el escudo de armas de la casa de Arguijo, en el lado opuesto, la cartela con el texto que enuncia el tema: "GENIO / ET MVSIS / DICATUM /.A.S./ MDCI" y otros catorce lienzos están decorados con elementos ornamentales tomados del mundo clásico: roleos, mascarones, putti y grutescos, que enmarcan las pinturas para su adaptación al espacio arquitectónico. Las pinturas, que se encontraban en el Palacio sevillano de Monsalves, pasaron a ser propiedad de la Junta de Andalucía en 2014 cuando se hizo con la titularidad del palacio, siendo adscritas al Museo de Bellas Artes de Sevilla en 2014 (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
El techo de Arguijo Juan de Arguijo (1567-1622) es conocido entre sus diversas facetas, sobre todo, como destacado autor de las letras españolas en la Sevilla del Siglo de Oro, llegando a afirmarse de él tempranamente que llegó a ser «uno de los mejores sonetistas españoles, si no lo es del mundo". Protagonista de lo que la historiografía literaria ha denominado escuela poética sevillana, su producción literaria es comparable a cualquiera de los autores de esa «congregación de estudiosos"; que se extendió entre la segunda mitad del siglo XVI y las primeras décadas del XVII. Entre ellos se estableció un espíritu común de colaboración crítica en la actividad intelectual que consolidó una corriente de fundamento humanista que fomentó tanto el cultivo de los autores clásicos como de los poetas del Renacimiento italiano, particularmente Petrarca, estimulando la búsqueda de la belleza y la perfección formal en sus escritos. Este aspecto destacado de su personalidad le permitió el conocimiento y trato asiduo de autores literarios y de artistas que también cultivaron el aspecto intelectual, como Francisco Pacheco o Pablo de Céspedes, lo que le animó junto a una situación económica desahogada a afrontar una empresa artística sin precedente en el ámbito sevillano: la realización de un escenario iconográfico de naturaleza poética que coronaba lo que fue, en el momento de esplendor económico y social de su vida, el salón y biblioteca de su residencia sevillana, donde tuvieron lugar muchas de esas reuniones, tertulias y torneos literarios que enriquecieron el panorama de la literatura sevillana del Siglo de Oro.
Nombrado caballero veinticuatro del cabildo sevillano "senator Hispalensis" y ennoblecido por 7.000 ducados aún en vida de su padre, la muerte de este le permitió heredar una inmensa fortuna, de cuya administración había estado apartado hasta entonces. Juan de Arguijo, desde la cima de la estructura social sevillana, se encargó entonces de disiparla, con mayor o menor acierto, pero con inusitada prodigalidad, en empresas diversas, de las que este conjunto pictórico es una manifestación más que refleja no solo su compleja personalidad, sino, sobre todo, el ambiente literario y artístico de Sevilla en los años centrales del llamado Siglo de Oro de las letras españolas. Además del contexto social y económico, dos aspectos intelectuales hicieron posible esta empresa: el humanismo de raíces clásicas, pero interpretado desde un aspecto moralizante compatible con las ideas cristianas, y su adhesión a la fusión virtual de lo visual con lo escrito, el símil de Horacio que le consagró, Ut pictura poesis. Sevilla ofrecía el perfecto campo de cultivo para el ascenso social, el enriquecimiento personal y cultural que se manifestaba en la puesta en escena de la prolífica expansión de las más diversas manifestaciones artísticas, siendo este un elocuente fruto de este contexto someramente esbozado.
En 1601 fue realizado el conjunto de pinturas que conformaban la decoración del techo del salón principal de la casa del humanista y poeta. Fue el primero de los conjuntos decorativos de pinturas de esa naturaleza de los realizados en Sevilla en los primeros años del XVII, seguidos de los importantes conjuntos de la casa de Pilatos (1604) y del Palacio Arzobispal (1604). El techo se compone de un total de 21 pinturas, realizadas sobre lienzos de formatos diferentes e irregulares, con bastidores independientes, conformando un único techo plano sustentado por un armazón de madera donde se integran los lienzos pintados. Es decir, no se trata de la decoración de un elemento arquitectónico preexistente, sino de un elemento estrictamente decorativo, ajeno e independiente a cualquier función sustentante o constructiva, siendo esta una de sus principales novedades. La estructura de madera que enmarcaba las pinturas, de modo similar a como se conserva en el salón de la casa de Pilatos, era el único elemento estructural que alojaba las pinturas, que apoyaban sobre este sistema de enmarcamiento que ofrecía al espectador un aspecto unitario cuando contemplaba el techo desde la zona inferior. No cabe duda de que el modelo de esta idea se encuentra en Italia, donde desde tiempo atrás las grandes casas nobiliarias y las instituciones incluían en las decoraciones arquitectónicas este tipo de obras. En España hay ejemplos anteriores, entre los que cabe citar el monasterio de El Escorial, de manera particular los frescos de la biblioteca, de Pellegrino Tibaldi (1586-1595), y especialmente el palacio de don Álvaro de Bazán en el Viso del Marqués, decorado con frescos manieristas de Giovanni Battista y Esteban Peroli con César de Bellis (1564-1586), estudiado por López Torrijos, exaltando sus virtudes y linaje. La tradición sevillana, más inclinada a la utilización de armaduras mudéjares, hasta entonces no había incorporado estas decoraciones eminentemente figurativas.
El conjunto está compuesto por cinco lienzos de carácter mitológico. La obra central representa la asamblea de los dioses olímpicos, presidida por Júpiter en uno de los lados menores. Junto a él se sienta Apolo, dios de la música y la poesía, que toca la vihuela. Recostado sobre aquel, Mercurio con su casco alado y, en las manos, el caduceo y una espada. Tras él, Cupido, que clava una flecha a Venus, que ocupa el extremo opuesto, mientras en el otro aparece Vulcano con el martillo. Frente a Júpiter se sitúa Juno, coronada y con manto rojo, y tras ella, un pavo real como símbolo de la diosa. Le siguen Neptuno con el tridente y Diana, semidesnuda, tocada con la media luna y las flechas que simbolizan la caza. A su lado, Marte, cubierto con un hermoso casco, porta el escudo y la espada, y a su lado, Saturno con la guadaña. En el centro del lienzo aparecen los símbolos del zodiaco y una balanza como eje central de la composición. Los cuatro lienzos restantes, situado en las cuatro esquinas exteriores del lienzo descrito, representan el rapto de Ganímedes, la caída de Faetón, a Astrea como personificación de la justicia, con la balanza y la espada, y finalmente una figura femenina, quizás una furia, reconocible por la antorcha y las serpientes, de controvertida identificación. Completan el conjunto pictórico el escudo de armas de la casa de Arguijo y, en el lado opuesto, un lienzo que contiene una cartela con el texto en latín "GENIO / ET MVSIS / DICATUM / .A.S. / MDCI", que enuncia el tema que confiere al conjunto una unidad iconológica.
Los 16 lienzos restantes, de formas muy diversas, están decorados con elementos ornamentales tomados del mundo clásico pero tamizados al estilo de los seguidores de Rafael: roleos, mascarones, putti y grutescos, que enmarcan las pinturas otorgando ritmo y orden a la composición y adaptándolas armónicamente al espacio arquitectónico. Los avatares por los que ha pasado el conjunto desde sus inicios no han permitido conservar la estructura original, posiblemente deteriorada y perdida en el traslado desde el lugar para donde se realizó hasta su emplazamiento en el palacio de la calle Monsalves a finales del siglo XIX, donde se ha conservado hasta hace pocos años. A propuesta de la Dirección General de Bienes Culturales e Instituciones Museísticas, se encomendó al Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico el proyecto de conservación y posterior restauración de las pinturas. Su intervención ha aportado una sólida información técnica, que se complementó con una rigurosa publicación, Juan de Arguijo y la Sevilla del Siglo de Oro, que ha contribuido a desentrañar, contextualizar y difundir esta irreemplazable obra (Ignacio Cano Rivero: Arte del Renacimiento en Sevilla. Sevilla. Consejería de Turismo, Cultura y Deporte, 2022, pp. 171-174).
Conozcamos mejor la Biografía de Juan de Arguijo, comitente de la obra reseñada;
Juan de Arguijo, (Sevilla, 9 de septiembre de 1567 ant. – 7 de agosto de 1622). Poeta, mecenas, comerciante y veinticuatro de Sevilla.
Hijo único de una familia cuya riqueza —sustentada por el tráfico de esclavos y el comercio con Honduras— alzó su casa-palacio en Sevilla, Juan de Arguijo habría estudiado en el colegio de los jesuitas hispalenses entre 1576 y 1580. En 1581, el padre, Gaspar de Arguijo, prestó dinero a Luis Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, a cambio de los cargos de lugarteniente del almirante y de veinticuatro de Sevilla, y de que Enríquez y sus descendientes les abonaran a él y a su hijo, hasta la muerte de éste, una fuerte suma anual. Tesorero de las rentas reales de las islas de Canarias, Tenerife y La Palma (1580), Gaspar de Arguijo recomendó para este puesto a su hijo adolescente en 1581, pero al año siguiente lo sustituyó.
A finales de 1584, Juan de Arguijo fue casado con la hija de Esteban Pérez, socio y amigo de su padre.
Y en 1589, Gaspar compró para Juan el puesto de veinticuatro de Sevilla, cargo que juró en 1590. Así que desde el cabildo participó en la dirección de la ciudad, siguiendo siempre los dictados paternos.
Apoyados política y económicamente por el asistente de Sevilla y por veinticuatros como Gaspar de Arguijo, los jesuitas habían establecido su casa profesa, terminado su templo y fundado un nuevo edificio para su colegio, llamado desde 1590 de San Hermenegildo.
Con este motivo, la Compañía representó la Tragedia de San Hermenegildo, cuyo tercer acto escribió Juan de Arguijo. Las relaciones de éste con la Compañía fueron estrechas: entre 1587 y 1597 compuso tres poemas inspirados por jesuitas, y en 1596 actuó como correo en sus transacciones económicas entre Japón y Sevilla.
Gaspar de Arguijo, que desde 1592 administraba la fortuna de su socio ya fallecido, guiaba la carrera política de su hijo, Juan fue nombrado llavero mayor de la ciudad (encargado del depósito de grano) en 1592; pero dos años después fue destituido del cargo al no poder justificar ciertas cuentas. Después de que, en mayo de 1594, falleciera su padre, cuya fortuna superaba los cien millones de maravedís, Arguijo presentó cuatro veces (hasta febrero de 1595) la renuncia a su veinticuatría, sin que se le aceptara.
Como poeta público, participaba en celebraciones religiosas, como muestra la canción “En la fiesta de la canonización de san Jacinto que hicieron en Sevilla” (1595).
Mientras que el heredero del almirante de Castilla iniciaba un largo pleito para liberarse de la obligación contraída con la familia de Juan de Arguijo, éste heredó las formidables fortunas de su padre y su suegro y, ya sin el frenético dinamismo de éstos, mantuvo actividades financieras y comerciales hasta principios del XVII. Arguijo dispuso de su amplio patrimonio como signo de distinción burguesa frente a la aristocracia, en las fiestas del Corpus de 1594 dilapidó su fortuna en lujos que llamaron la atención de toda la ciudad; cuando los ingleses abandonaron Cádiz, que habían saqueado durante dos semanas de 1596, viajó allí como representante del Cabildo sevillano y costeó con su propio dinero la reconstrucción del colegio jesuita; y en 1597 cedió su sueldo de veinticuatro al colegio de San Hermenegildo, institución a la que, entre 1600 y 1603, pagó 1.500 ducados anuales para ser reconocido como su fundador.
Arguijo también amparaba a poetas y artistas. Su casa-palacio acogería una restringida tertulia donde el mecenas-poeta empleaba el sobrenombre de Argío.
Pintores, eruditos, poetas asistirían a su academia, allí podía encontrarse, poco antes de morir, a Fernando de Herrera que, junto con Francisco de Medina y Francisco Pacheco el canónigo, dirigía la elite intelectual sevillana; Lope de Vega se interesó por aquel mecenas, al que elogió en el libro V de la Arcadia (1598) y en el canto VIII de La Dragontea (1598), y el ex jesuita Francisco de Medrano dedicó a su amigo Argío una de sus odas y tres sonetos. Sin escatimar gastos, hacia 1601 reformó Arguijo su casa (destruida por un incendio en 1914) y diseñó el programa iconográfico de la pintura del techo de la sala que cobijaría la academia y quizá la biblioteca, techo que se conserva hoy en el palacio sevillano de Monsalves.
Después de octubre de 1599, Arguijo envió sus propios sonetos a Medina, cuyos Apuntamientos y notas (una copia de los cuales se conserva en el manuscrito Sesenta Sonetos de Don Juan de Arguijo Veintiquatro de Sevilla) enmiendan la colección de poemas, en buena medida dedicados a extraer lecciones morales de la historia y la mitología grecorromanas, y en cuya impecable factura formal “los dientes de la lima no hallan en qué hacer presa”. Medina trataría con Pedro de Valencia sobre la poesía del veinticuatro, pues éste le mandó una carta “en alabanza de los versos de D. Juan de Arguijo, caballero sevillano”.
Entre 1598 y 1601, Sevilla fue duramente azotada por la peste, cuyos efectos describe Arguijo en la epístola A un religioso de Granada. Su carrera política también iba mal: elegido procurador a las Cortes de 1598, la fuerte oposición a su nombramiento le hizo renunciar al puesto. En octubre de 1599 gastó una gran suma para recibir, en su finca de Tablantes, cercana a Sevilla, a la marquesa de Denia, esposa del duque de Lerma. Durante bastante tiempo, tal agasajo fue elogiado por las crónicas y también ridiculizado en poemas, algunos de ellos de Juan de la Cueva, a quien, a pesar de todo, Arguijo recomendó para que el Cabildo costease la publicación de su Conquista de la Bética (1603). Cueva elogió luego al veinticuatro en el canto V (c. 1604-1605) que añadió al Viaje de Sannio.
La relación más relevante del generoso mecenas con otro poeta fue la establecida con Lope de Vega, uno de cuyos primeros libros costeó el veinticuatro hispalense: La hermosura de Angélica, con otras diversas rimas [...]. A don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla (1602). Lope correspondió con cuatro dedicatorias esparcidas por la obra y con el soneto CXX de las Rimas, “A don Juan de Arguijo, viendo un Adonis, Venus y Cupido de mármol”. Lope también sometió a la censura de su mecenas El peregrino en su patria (1604), para cuyos preliminares compuso Arguijo un soneto de elogio. Alonso Álvarez de Soria se burló de Lope, pero respetó al veinticuatro: “Envió Lope de Ve- / al señor don Juan de Argui- / el libro del Peregri- / a que diga si está bue-. / Y es tan noble y tan discre-, / que estando, como está, ma-, / dice es otro Garcila- [...]”.
La fama del veinticuatro se acrecentó con la antología Flores de poetas ilustres de España (1605), que Pedro Espinosa preparó antes de finales de 1603 y donde por vez primera se imprimieron seis sonetos de Arguijo, uno de los cuales abría este florilegio de la nueva poesía española. Bajo el auspicio de Medina, secretario del cardenal de Sevilla, y de los jesuitas, Arguijo fue invitado a participar en una celebración religiosa jerezana con la canción “En la fiesta que la ciudad de Jerez hizo a los santos mártires Honorio, Eutiquio y Esteban” (1605). Arguijo era ya una autoridad en cuanto al gusto poético: en 1604, Pedro Venegas consultó con pocas personas, entre ellas el veinticuatro, sobre sus Remedios de amor; Cristóbal de Mesa le dedicó un soneto que luego coleccionó en su Valle de lágrimas (1607), y Pablo de Céspedes envió un poema para que fuera leído y comentado en Sevilla, por lo que el jesuita Figueroa le contestaba en junio de 1605 que “don Juan [...] dirá por carta propia su sentimiento y el de su academia”; pero no llegaría a hacerlo, porque un mes más tarde quebró.
Por sus mecenazgos laicos y religiosos, así como por la crisis económica y demográfica sevillana de principios del XVII, Arguijo había contraído numerosas deudas desde 1600. En 1604 tuvo que vender al colegio de San Hermenegildo una finca en Utrera, y en abril de 1605 pesaban ya varias hipotecas sobre el cortijo de Tablantes. En agosto de ese año se embargaron sus bienes y en diciembre de 1606 fue vendido en subasta pública su palacio. Los acreedores persiguieron al veinticuatro, quien, para evitar la cárcel, se acogió, hacia 1608 o 1609, en la casa profesa de los jesuitas sevillanos. Ni siquiera los casi cincuenta millones de maravedís que destinó ese último año a pagar sus deudas sirvieron para cancelarlas completamente.
Antonio Ortiz Melgarejo aún dedicaba a Arguijo, en 1608, la Casa de locos de amor, y Lope lo homenajeó en el libro XIX de La Jerusalén conquistada (1609), donde achacaba a la envidia y la persecución la mala fortuna de su protector. Éste participó de incógnito, con el poema “Ya el héroe vencedor de sus deseos [...]”, en las fiestas que en 1610 celebraron la beatificación de Ignacio de Loyola. Aunque centrado desde ese año en el viejo pleito con el heredero del Almirante de Castilla, Arguijo habría tenido tiempo y ganas de corregir, de acuerdo con muchas de las enmiendas de Medina, sus sonetos, que fueron reordenados —seguramente bajo su supervisión— en el manuscrito Versos de don Juan de Arguijo. Año de mil y seiscientos y doce.
En marzo de 1613, Arguijo ganó el demorado litigio que sostenía con el heredero del almirante.
Las listas de poetas que iban construyendo el canon literario del XVII celebrarían la noticia: Lope de Vega en La dama boba (1613), Andrés de Claramonte en Letanía moral (1613) y Cervantes en el capítulo III del Viaje del Parnaso (1614) elogiaron al veinticuatro. Rodrigo Fernández de Ribera le dedicó la V centuria de sonetos, la “Jocosa”, de su hoy perdida Esfera poética. Pero su deudor no pagaba, y Arguijo seguía recluido con los jesuitas, hasta que en marzo de 1616 cobró gran parte de lo que le debía el almirante, tras lo cual abandonó la casa profesa y saldó a su vez casi todas sus deudas, aunque estas nunca más lo abandonaron. Rehabilitado socialmente, fue el cronista de la Relación de las fiestas de toros y juego de cañas con libreas (1617) celebradas en su ciudad.
Arguijo, que cantó con frecuencia a la amistad en sus poemas, la cultivó durante su vida: cruzó cartas con Juan de Espinosa sobre la nueva poesía gongorizante, que el veinticuatro no entendía; Luis de Belmonte le dedicó su poema épico La Hispálica (h. 1617-1618); en 1618 se publicaron las Rimas de un buen amigo de Arguijo, Juan de Jáuregui, en cuyos preliminares figuran dos décimas del veinticuatro; su último poema conocido, escrito a medias con Jáuregui, fue un circunstancial elogio del Tratado (1619) de Francisco Morovelli, y en mayo de 1619 firmó con otros una carta dirigida a Lope de Vega para apoyar su comedia.
Con sus amigos de Sevilla recopiló, desde 1619, los Cuentos muy mal escritos que notó don Juan de Arguijo, colección que siguió incrementándose después de la muerte del veinticuatro.
Cuando Diego Félix Quijada y Riquelme sometió a su consideración los sonetos de sus Solíadas, Arguijo le escribió una atenta carta en que felicitaba al joven y prometedor poeta por atenerse a los principios de la estética herreriana, que el veinticuatro siempre respetó. En 1620, Quijada viajó con esa carta a Madrid, donde halló el amparo de Lope, quien escribió su epístola IX de La Filomena (1621) a Arguijo, a quien dedicó también su comedia La buena guarda, coleccionada en la Decimaquinta parte de las Comedias (1621).
En el Encomio de los ingenios sevillanos (1623), crónica de una justa poética celebrada en 1622, Juan Antonio de Ibarra dio cuenta de la ausencia por enfermedad de Juan de Arguijo, que era el juez principal del concurso, y a quien situaba a la cabeza de los poetas hispalenses de su tiempo. En efecto, Arguijo, que en agosto de 1622 renunció a su veinticuatría, murió el día 7 de ese mes (Gaspar Garrote Bernal, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la biografía de Alonso Vázquez, autor de la obra reseñada;
Alonso Vázquez (Ronda, Málaga, c. 1564 – Ciudad de México, México, c. 1608). Pintor.
Según informaciones procedentes de Palomino, se sabe que Alonso Vázquez nació en Ronda, habiendo señalado también que fue en el año 1564; sin embargo, ambas referencias carecen por ahora de base documental. Tampoco, se sabe con certeza el lugar donde realizó su formación artística y tan sólo puede pensarse que hacia 1580 estaba ya en Sevilla, puesto que en 1582 una hija suya fue bautizada en esta ciudad.
Aunque se carece de más apoyaturas documentales para situar la presencia de Vázquez en Sevilla puede decirse que su actividad pictórica fue dominante en la ciudad, al menos a lo largo de los últimos veinte años del siglo XVI, advirtiéndose que en este margen de tiempo llevó a cabo las principales realizaciones artísticas que se ejecutaron en Sevilla, y fue el pintor preferido por el clero, la nobleza y las personas acaudaladas. Sólo el entonces joven Pacheco tuvo opciones de competir con él, pero lo hizo desde un plano secundario, aunque en ocasiones ambos colaboraron juntos en empresas pictóricas.
La estancia de Vázquez en Sevilla se dilató hasta 1603, año en que se trasladó a México para trabajar como pintor al servicio del virrey Juan de Mendoza, marqués de Montesclaros, a quien ya conocía puesto que este personaje había sido asistente de Sevilla desde 1600. En México trabajó al servicio de su patrón y se posee información que revela una intensa actividad pictórica de la que no han llegado hasta el presente más que escasos testimonios. No se sabe con precisión el año en que murió Vázquez en México, aunque una noticia datada en 1608 señala que en esta fecha ya había fallecido.
El análisis de la obra conocida de Vázquez evidencia con claridad su relación con el último período creativo del renacimiento que se conoce como Manierismo; su estilo está basado en un dibujo firme y preciso con el que configuró formas vigorosas muy perfiladas, provistas de una marcada gesticulación.
Como es habitual en este período final del siglo XVI, el arte de Vázquez rehuye la observación de la naturaleza de forma directa, atendiendo más a la captación de formas obtenidas de imágenes grabadas que a inspirarse directamente en modelos reales.
Una de las obras capitales dentro de la producción de Vázquez es La Sagrada Cena que procedente de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, se conserva actualmente en el Museo de Bellas Artes de esta ciudad. Su ejecución se realizó en 1588, aunque la documentación no menciona el nombre de su autor; sin embargo a través de su estilo puede evidenciarse con cierta precisión que se trata de una obra de Vázquez y además la primera que se conoce en el tiempo dentro de su dilatada producción. En ella, se percibe que el artista utilizó para lograr su composición grabados de origen flamenco; llama la atención en la pintura el variado repertorio de expresiones físicas que se constata en las figuras de los apóstoles y al mismo tiempo los admirables detalles de bodegón que aparecen sobre la mesa, así como el aparatoso fondo arquitectónico que cierra la composición; allí, en figuras de pequeño tamaño, se describe la escena de Cristo lavando los pies a los apóstoles.
Una faceta desconocida en nuestros días de la producción de Vázquez es la de retratista, puesto que a pesar de tener constancia documental de que la practicó, ningún ejemplar ha llegado hasta nuestros días.
Así en 1590 tenemos noticias de que realizó tres retratos al servicio del duque de Medina Sidonia, efigiando en uno de ellos a su esposa Doña Antonia de Portocarrero y en los otros dos a sus hermanas Doña Mariana y Doña Leonor. Sobre estas obras hay que señalar que, o se han perdido, o aún no han sido identificadas.
Al tiempo que Vázquez trabajó al servicio del duque de Medina Sidonia lo hizo también para el duque de Alcalá, puesto que para él realizó una serie de ocho pinturas en las que representaba Las Artes liberales, tampoco se han conservado. Sí ha llegado hasta el presente una pintura realizada para dicho duque de Alcalá que representa a El rico Epulón y el pobre Lázaro, aunque su paradero es desconocido. A través de una fotografía realizada hacia 1950, se conoce esta obra, que fue muy admirada en la época en que fue pintada. En efecto, se tiene el testimonio escrito por Pacheco en su libro Arte de la pintura, quien se refiere a ella en los siguientes términos: “El famoso lienzo de Lázaro y el rico avariento que tiene hoy el Duque de Alcalá, donde, en un aparador de vasos de plata vidrio y barro puso mucha diversidad de colaciones y otros frutos y un frasco de cobre puesto en agua a enfriar”. Esta descripción coincide con la fotografía que se conoce de la pintura, en la que Epulón aparece comiendo en un balcón abierto a un exterior y se ve al pobre Lázaro, semidesnudo, que implora las sobras de la comida. Los detalles de bodegón que aparecen en esta pintura son excelentes, lo que corrobora la afirmación de Pacheco, cuando señaló que Vázquez “pintaba flores con mucha destreza y propiedad”.
Un conjunto pictórico de Alonso Vázquez, procedente de un retablo desmontado se conserva en la iglesia de Santa Ana de Sevilla. Su tabla central, que presenta la firma del artista y la fecha de 1590 es la representación de la Resurrección de Cristo; las tablas laterales muestran a San Cristóbal y a San Martín, constatándose en todo el conjunto el habitual dibujo firme y prieto del artista con el que capta figuras vigorosas y enérgicas.
Otro importante conjunto pictórico de Vargas fue ejecutado en 1592, en esta ocasión para el retablo mayor de la iglesia del monasterio de Santa Paula de Sevilla. Lamentablemente en 1730 dicho retablo fue sustituido por otro de estilo barroco y sus pinturas fueron desmontadas y aprovechadas para ser colocadas en otros retablos de la iglesia en 1810. Otra de ellas pasó a la clausura conventual donde aún se conserva; representa La Trinidad, que en origen debió de estar situada en el remate del retablo citado.
En la Catedral de Sevilla y para la capilla de Cristóbal de la Puebla, Vázquez ejecutó en 1594 un pequeño retablo que afortunadamente se conserva en su lugar de origen. Dicho retablo está presidido por una representación pictórica de San Ildefonso y San Diego de Alcalá que flanquean un relieve escultórico de La Asunción de la Virgen. En los laterales aparecen escenas de El Bautismo de Cristo y El Martirio de Santa Catalina, mientras que en la predela aparecen representaciones de Los profetas y de Los padres de la Iglesia, al tiempo que los retratos del donante, Don Cristóbal de la Puebla, su esposa y sus hijas, obras de pequeño formato que dan idea de la calidad que Vázquez hubo de alcanzar cuando ejecutó retratos de tamaño natural.
Procedente probablemente del convento de santa María de Jesús, se conserva también en la Catedral de Sevilla una representación de La Virgen del Pozo Santo, pintura en la que se narra la milagrosa intervención de la Virgen para salvar a un niño que había caído en el interior de un pozo. Esta obra refleja un sentido de solemnidad mayestática en la figura de la Virgen y el Niño que, aureolados de ángeles músicos, contemplan complacidos la salida del pozo del infante ileso; un amable fondo de paisaje cierra la parte inferior de la composición. Por las características de su estilo esta pintura puede fecharse hacia 1595.
Poco después, en 1598 y por encargo de Diego Caballero de Cabrera, Vázquez ejecutó las pinturas que se integran en el retablo de la Inmaculada de la Iglesia de San Andrés de Sevilla donde se dispone una serie de pinturas entre las que destacan los dos tableros de la predela en los que se representan Reyes del Antiguo Testamento que forman parte de la genealogía de la Virgen. Figuran también en el retablo representaciones de San Francisco, El apóstol Santiago, San Esteban, El Bautismo de Cristo, Santa Catalina y Santa Lucía, estando rematado todo el conjunto por La Coronación de la Virgen y El Padre Eterno.
A finales del siglo XVII los jesuitas sevillanos eran una de las órdenes religiosas más influyentes en la ciudad y en su entorno geográfico; dispuestos a fomentar su primacía, encargaban a los mejores artistas locales el ornato de sus templos. Por ello no es extraño que para el retablo mayor de su iglesia, en la población de Marchena, encargasen a Vázquez en 1599 las pinturas.
Sin embargo, cuando en 1603 Vázquez embarcó para México no había concluido aún este conjunto pictórico cuya ejecución quedó interrumpida durante varios años, ya que sólo a partir de 1607 fue finalizado por Juan de Roelas. Las pinturas que Vázquez realizó fueron San José con el Niño, El sueño de San José, San Juan Bautista y La degollación de San Juan Bautista. Resulta interesante advertir cómo los jesuitas se hicieron inmediatamente eco de la devoción y culto a San José impulsado en España a partir de 1597, cuando el padre carmelita Gracián de la Madre de Dios escribió su famoso libro Grandeza y excelencia del glorioso San José, publicado en Madrid y que tuvo una inmediata repercusión en Toledo, plasmada en la magnífica pintura de San José con el Niño que El Greco ejecutó en 1599 y que Vázquez pintó también como hemos visto en el mismo año en el retablo de los jesuitas de Marchena.
Otra importante pintura cuyos destinatarios debieron de ser los jesuitas sevillanos es La aparición de Cristo a San Ignacio camino de Roma, que actualmente se conserva en la Catedral de Sevilla. Es obra realizada hacia 1600 en la que se advierte un dibujo menos marcado que en años anteriores y una mayor blandura expresiva. También hacia 1600 debe de estar realizada La Virgen de Belén, que pertenece a la parroquia de Santa María de la Asunción de Arcos de la Frontera. Es obra no documentada pero que presenta con claridad el estilo de Vázquez, siguiendo el modelo de La Virgen del Pozo Santo antes mencionada.
También en 1600 Vázquez, junto con Francisco Pacheco, recibió el encargo de fray Juan Bernal, prior del convento de la Merced de Sevilla de una serie de pinturas destinadas a adornar el claustro principal de dicho convento, que se convirtió así en el primer recinto conventual español que decoró con historias de su Orden uno de sus patios. Vázquez debió de contratar la mitad de las pinturas que serían doce, siendo las otras seis encargadas a Pacheco; sin embargo, en el momento de su partida a México en 1603, no debía tener realizadas más que cuatro, de las cuales tres se conservan en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, es decir, en el mismo lugar para donde fueron ejecutadas.
Son estas obras San Pedro Nolasco redimiendo cautivos, San Pedro Nolasco despidiéndose de Jaime I El Conquistador; un Martirio de San Ramón Nonato procedente de esta serie y de mano de Vázquez se conserva muy mal restaurado en una colección particular de Madrid, permaneciendo en paradero desconocido una representación titulada San Pedro Nolasco recibiendo del Papa la Bula de fundación de su Orden.
Un año antes de su partida para México, Vázquez contrató la ejecución de las pinturas del retablo mayor de la iglesia del Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, donde representó distintos temas de devoción como San Sebastián, San Roque, San Laureano, San Francisco, San Antonio de Padua, La incredulidad de Santo Tomás, San José con el Niño y San Juan Bautista, rematándose todo el conjunto con un Calvario.
En 1603, cuando ya preparaba su viaje a México, el Hospital de San Hermenegildo de Sevilla encargó a Vázquez la ejecución de la pintura central del retablo de su iglesia donde se representaba El tránsito de San Hermenegildo, hoy en el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad. En el momento de embarcarse Vázquez sólo tenía realizada la mitad inferior de la pintura, siendo la superior concluida por Juan de Uceda, quien debía de ser discípulo suyo. En la parte realizada por Vázquez destaca la presencia junto a San Hermenegildo, de San Isidoro, San Leandro, el joven Recaredo y los retratos del cardenal Cervantes, patrono del Hospital y de Bernardino de Escalante, administrador del mismo. Una Inmaculada fechable también hacia 1603 se conserva igualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, destacando en ella su movido perfil y su elegante figura, aspectos éstos poco comunes en la pintura sevillana de esta época que evidencian la oscilación de Vázquez en los últimos momentos de su estancia en Sevilla hacia el espíritu del Barroco (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Techo de la Casa de Juan de Arguijo, atribuido a Alonso Vázquez, en la Sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.Más sobre la Sala X del Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.
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