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domingo, 24 de septiembre de 2023

La Iglesia, de Juan de Oviedo, del antiguo Convento de la Merced Calzada (actual Sala V del Museo de Bellas Artes)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia, de Juan de Oviedo, del antiguo Convento de la Merced Calzada (actual sala V del Museo de Bellas Artes), de Sevilla
     Cada 24 de septiembre se celebra a la Virgen de la Merced que significa “misericordia”, advocación que se remonta al siglo XIII cuando la Virgen se le aparece a San Pedro Nolasco y lo anima a seguir liberando a los cristianos esclavos. Ante este deseo, se funda la orden de los Mercedarios el 10 de agosto de 1218 en Barcelona, España, y San Pedro Nolasco fue nombrado por el Papa Gregorio IX como Superior General. Más adelante, en el año 1696, el Papa Inocencio XII fijó el 24 de septiembre como la Fiesta de la Virgen de la Merced en toda la Iglesia.   
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Iglesia, de Juan de Oviedo, del antiguo Convento de la Merced Calzada (actual sala V del Museo de Bellas Artes), de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     Iniciada en 1602 y rematada diez años más tarde, de ella nos dice fray Juan Guerrero que es «tan grande y capaz, tan dilatada y extendida, que siendo como es de una nave, y un crucero en la Capilla Mayor, no se halla otra mejor en Europa porque su capacidad, su altura y claridad, le hace adelantar a muchas de España».
     Su planta, de una nitidez simbólica incuestionable, es de cruz latina, pervivencia tipo­ lógica de cuño manierista. Sus alzados presentan una sencillez extrema: simples resaltes de pilastras que enmarcan -a modo de fingidas capillas en nicho- el molduraje de sus seis altares. La nave central y única, cubierta por bóvedas de cañón, está dividida en cuatro tramos volteados sobre un ancho entablamento. A sus pies se alzaba el coro, «todo de vistosa sillería para más de ciento cincuenta religiosos», que aún hoy podemos apreciar en el retrato de Fray Alonso de Sotomayor, pintado por Valdés Leal y adquirido recientemente por el Museo.
     El crucero, cubierto por cúpula sobre pechinas, ofrecía sendos altares a ambos lados de la Epístola y Evangelio. En ellos, dos retablos bajo la advocación de la Asunción de Nuestra Señora y la Inmaculada Concepción, lienzos pintados por Juan de Valdés Leal.
     Su capilla Mayor quedaba hermoseada por el soberbio retablo de Francisco de Rivas y Alfonso Martínez, del cual Guerrero nos brinda una prolija descripción.
     Tanto el «Memorial de la pintura y escultura» de 1732, como los estudios de Ceán Bermúdez, nos reportan un abultado inventario de piezas artísticas, exorno de esta capilla. De ellas solamente han permanecido en la Merced hasta nuestros días la «Santa Ana enseñando a leer a La Virgen» de Roelas, el lienzo de Matías de Arteaga que representa la «Circuncisión de Jesús» y una tercera obra -esta vez mencionada por Ceán-, que no es otra que la «Sagrada Familia» del maestro Juan de Uceda.
     Pero su ornamentación, mediado ya  el XVIII, debió ser extraordinariamente profusa: lienzos que ocultan las pilastras, pequeños retablos, breves capillas devocionales. Y ello sin contar con la exuberante decoración pictórica llevada a cabo por Domingo Martínez, el popular pintor sevillano «Dominguito» , que cubre cúpula, arcos fajones, entablamento y pilastras. Estas pinturas al temple -ejecutadas con una sorprendente economía de recursos y valiente pincelada de soltura poco común- fueron realizadas a principios del XVIII. Su iconografía, una fastuosa exaltación de la Orden, está referida al carácter redentorista de la misma. Esto lo evidencia la presencia alegórica en el intradós de la cúpula de Jueces y Reyes del Antiguo Testamento, liberadores también del pueblo de Israel.
     En el exterior del templo -en ladrillo visto- es tan simple como imponente resulta su volumétrica fábrica. Su portada, antaño ubicada a los pies de la nave -hoy instalada en la fachada principal-, fue efectuada en 1792 por el maestro Miguel de Quintana, siguiendo un diseño firmado por el Rvdo. Padre Francisco Bartolomé de Roxas, comendador del convento (Mendioroz Lacamba). 
   Una hermosa espadaña, de serliana composición, se alza airosa ante el claustro grande.
     Adosada a la cabecera del templo ha perdurado hasta nuestros días una capilla de planta rectangular, sencillo modelo de iglesia salón, cubierta por un hermoso artesonado. Es la Capilla del Santísimo Cristo de la Expiración, cuyo acceso quedaba propiciado desde el antiguo compás conventual, desaparecido en las reformas constructivas y urbanísticas de 1841 (Arsenio Moreno Mendoza, El Museo, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
     La antigua iglesia del Convento de la Merced constituye el espléndido marco de esta sala en la que se expone una amplia colección de pintura sevillana del siglo XVII. A los pies de la misma se encuentra una reconstrucción del monumental retablo de la iglesia del antiguo convento de Montesión, cuyas pinturas realizó Juan del Castillo. Sigue un grupo de obras de Juan de Roelas compuesto por Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, El martirio de San Andrés y La venida del Espíritu Santo. Especial interés posee la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino, obra máxima de Zurbarán, realizada en 1631.
   En el espacio izquierdo del crucero figuran pinturas de Murillo como La estigmatización de San Francisco, San Antonio con el Niño, La Anunciación, San Félix de Cantalicio con el Niño y la Dolorosa.
   En el frente de la iglesia se reproduce el Retablo de los Capuchinos, pintado por Murillo, con representaciones de San Antonio, San Félix Cantalicio, San José con el Niño, San Juan Bautista, Las santas Justa y Rufina, San Buenaventura con San Leandro y La Piedad. Preside todo el conjunto la gran Inmaculada que procede del Convento de San Francisco, también de Murillo.
   En el lateral derecho del crucero continúa la exposición de obras de Murillo, figurando allí la llamada Inmaculada del Coro, San Francisco abrazado a Cristo crucificado, Santo Tomás de Villanueva dando limosna, La adoración de los pastores, La Virgen de la servilleta y San Jerónimo.
   Otro conjunto de pinturas sevillanas del siglo XVII se encuentra dispuesto en el muro derecho de la iglesia, donde están situadas La apoteosis de San Hermenegildo de Francisco Herrera El Viejo y La Sagrada Familia de Juan de Uceda, autor también, en colaboración con Alonso Vázquez, de El tránsito de San Hermenegildo. En el centro de la iglesia se encuentra una magnífica escultura de San Ramón Nonato realizada por Juan de Mesa [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
     La sala V es la de los grandes pintores sevillanos del XVII. Sin duda, es por ello que ocupa el mejor lugar del convento: la iglesia, que, restaurada, ha recobrado los brillos y fulgores de sus tiempos mejores. La mayor parte de la colección está dedicada a Murillo, cuyos cuadros se reparten por los brazos del crucero y la cabecera del antiguo templo, en la que la maravillosa Inmaculada que el pintor realizó para el convento de San Francisco, llamada la Colosal, preside la reproducción del que fuera retablo de los Capuchinos, en el que figuran también San Félix Cantalicio, San Antonio con el Niño, San Juan Bautista, San José con su Hijo, las santas Justa y Rufina, sosteniendo la Giralda, la Virgen con el Niño y San Buenaventura y San Leandro. Un con­junto sencillamente magnífico que se prolonga a un lado y a otro con lienzos como San Francisco abrazando a Cristo crucificado, Santo Tomás de Villanueva, La Inmaculada del Coro, conocida como La Niña, La Anunciación o la Adoración de los pastores. Murillo pintó mucho para el convento de San Francisco. Después de enviudar, prácticamente fue aquella su casa durante bastante tiempo. Allí tuvo, sobre todo, un amigo, fray Andrés, un hermano lego, probablemente de familia aristocrática. Uno de los cuadros más curiosos que se encuentran en el museo es el de la Virgen de la servilleta, situado en un hueco, especie de antigua capillita, en el brazo derecho del crucero, llamado así porque, según se cree, Murillo lo pintó en una servilleta para regalárselo a su amigo.
     Pero en la antigua iglesia hay muchos cua­dros más de una gran cantidad de pintores. En el muro de los pies, a la izquierda del acceso, aparece el extraordinario retablo que Juan del Castillo, maestro de Murillo, pintó para el convento de Montesión, en el que figuran lienzos como la Asunción de la Virgen, la Adoración de los Reyes o la Adoración de los pastores. De Juan de las Roelas es impresionante el Martirio de San Andrés, pintado para el convento de Santo Tomás, un lienzo de 5,20 x 3,46 m situado ya en la nave, en cuyos testeros izquierdo y derecho sobresalen la Apoteosis de San Hermenegildo, de Herrera el Viejo; la Sagrada Familia, de Juan de Uceda, quien pintó también, junto a Alonso Vázquez, el impresionante Tránsito de San Hermenegildo, y, sobre todo, la serie de lienzos de Zurbarán, entre los que cabe mencionar El Niño de la Espina, el Cristo crucificado del convento de Capuchinos, y la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino, que el artista extremeño pintó para el antiguo colegio de Santo Tomás. Entre las esculturas, hay que fijarse principalmente en una de Juan de Mesa: San Ramón Nonato.
     A la salida de la iglesia, a la izquierda, hay todavía una pequeña sala sin numerar en la que se exhiben las últimas adquisiciones del museo. Aquí pueden verse, entre otras, un Niño Jesús Salvador, nada menos que de Juan de las Roelas; los Desposorios místicos de Santa Catalina, de Francisco Herrera el Viejo; la Virgen del Rosario, de Juan de Uceda, o Vista de Sevilla y Baile en la taberna, de Manuel García Rodríguez.
     Con esta dependencia concluye la planta baja (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
SALA V: LOS GRANDES MAESTROS DE LA ESCUELA SEVILLANA
     El núcleo esencial de las colecciones que atesora el Museo está constituido por los grandes maestros del siglo XVII, especialmente de la escuela sevillana. Otros centros artísticos nacionales como Madrid y Toledo están también representados junto a las obras de  destacados artistas como José de Ribera. Una interesante colección  de  pintura barroca europea, fundamentalmente flamenca e italiana cierra el panorama de las artes del siglo XVII.
ESCUELA  SEVILLANA
     Durante la segunda mitad del siglo XVI Sevilla, capital de ultramar, había alcanzado su mayor auge económico convirtiéndose en la gran metrópoli occidental. La producción artística recibe también los beneficios del comercio con Europa y América, multiplicándose las importaciones y los encargos que atraían a numerosos artistas extranjeros. Este florecimiento comercial y artístico alcanzó su máximo desarrollo con el reinado de Felipe III (1598-1621), sentando las bases para la gran prosperidad artística que llegaría durante el reinado de Felipe IV (1621-1665).
     En las primeras décadas del siglo XVII Sevilla continúa siendo la primera ciudad de España, una metrópoli inmensamente rica. Pero a los primeros síntomas de regresión económica de finales del siglo XVI se sucedieron, sobre todo a partir de 1640, una acumulación de dificultades y penalidades que vinieron a acentuar el estancamiento económico, mientras Sevilla veía diezmada su población a la mitad tras sucesivas epidemias y catástrofes naturales. Las circunstancias adversas junto a las desgracias colectivas provocaron un cambio de mentalidad intensificándose los sentimientos de piedad. Esta sincera religiosidad que respira toda la sociedad fue determinante en la gran demanda de obras piadosas. Existía en la ciudad un alto nivel de mecenazgo privado y corporativo, y los talleres sevillanos estuvieron produciendo obras para atender el activo comercio interno y el de exportación a América.
     Pero fue la Iglesia el principal patrono y mecenas del arte del siglo XVII. Al amparo del esplendor económico del siglo anterior había construido grandes espacios arquitectónicos que necesitaban ser decorados con pinturas y esculturas. Estas obras fueron sufragadas directamente por la Iglesia o bien por la nobleza que después las donaba a parroquias y conventos.
LA PINTURA SEVILLANA DEL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XVII
     A comienzos del siglo XVII pervive en la escuela sevillana mucho de la tradición del siglo anterior. No obstante, fue la tendencia manierista, reducida a fórmulas académicas retardatarias e impostoras de una disciplina dibujística, la que en gran medida posibilitó que decenios más tarde se desarrollara la gran pintura sevillana del siglo XVII con la llegada de las libertades barrocas. En la primera generación de artistas, Francisco Pacheco representa la pervivencia de la tradi­ción (Salas III-IV) y Juan de Roelas la renovación naturalista que triunfará, basada en un lenguaje directo y narrativo.
JUAN DE ROELAS (Sevilla, 1558/60 - Olivares, 1621). (SALAS III, V)
     Introdujo en la escuela sevillana la observación directa de la natura­leza, sus colores, sus tipos y detalles. Debió viajar a Italia, conocía el color veneciano y trajo a Sevilla su paleta de tonos cálidos y dorados junto a un tipo de grandes cuadros de altar, típicamente contrarreformista, donde se presentan dos planos bien diferenciados, el terrenal y el celeste. Su obra más importante en el Museo, El martirio de San Andrés (hacia 1610), es un claro exponente de estas características. La monumental composición, realizada con una técnica suelta que presta menor atención al dibujo en favor de un colorido suntuoso y vibrante, enfrenta la trascendental experiencia del Santo con la de sus bulliciosos espectadores en una escena de gran emotividad.
     La venida del Espíritu Santo hacia (1615) ofrece otra muestra de obra monumental en la que conviven la apoteosis celestial con el estudio de lo anecdótico, del retrato, que tanto impactó en el ambiente sevi­llano del momento.
     Este interés por lo anecdótico y secundario está también presente en la intimista representación de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen (hacia 1615), mientras que el dramatismo aflora en Cristo camino del Calvario (hacia 1620).
LA PRIMERA GENERACIÓN DE ARTISTAS. (SALAS IV, V, VI)
     En la primera generación de artistas activo en Sevilla que partiendo de una formación manierista fueron evolucionando hacia el naturalismo, destaca Antonio Mohedano (Antequera, 1561-1626), de quien conserva el Museo una de las obras de su reducido catálogo, La Sagrada Familia (hacia 1610). De Juan de Uceda (Sevilla, hacia 1570-1631) se conserva su primera realización conocida, la finalización del Tránsito de San Hermenegildo que Alonso Vázquez dejó inconcluso al marchar a México. A él pertenece también La Trinidad en la Tierra, firmada y fechada en 1623, que ofrece el interés de estar situada en el mismo lugar para el que se realizó el convento de la Merced, actual sede del Museo sevillano. A Francisco Varela (1580/85-Sevilla, 1645) pertenecen en el Museo cuatro tablas que integraban un Retablo de San Juan Evangelista (hacia 1640) en la iglesia del convento sevillano de Pasión. Presidía el retablo un relieve de San Juan Evangelista obra de Montañés flanqueado por las pinturas de San Cristóbal y San Agustín de Varela. En el banco figuraban en una tabla Santa Catalina de Siena con Santa Lucía y en la otra Santa Catalina de Alejandría con Santa Teresa de Jesús.
     Juan del Castillo (Sevilla, hacia 1590-hacia 1657/58) es conocido fundamentalmente por su amistad con Alonso Cano y ser el maestro de Murillo. La principal serie de pinturas que realizó y que se conserva en el Museo, es el Retablo Mayor del Convento de Monte Sión de Sevilla (hacia 1634/36). Las pinturas reflejan su estilo de madurez, de dibujo correcto y amable naturalismo. Asimismo pertenecen a Castillo Santo Domingo disciplinándose y San Pedro ante Cristo atado a la columna (hacia 1640) procedentes del Convento de Capuchinos de Marchena y San Juan Niño atendido por ángeles (hacia 1640). Otros destacados maestros del momento fueron Pablo Legot (Marche, Luxemburgo, 1598- Cádiz, 1671), Juan Sánchez Cotán, documentado en Sevilla entre 1614 y 1631 y Miguel de Esquivel (Sevilla, hacia 1590/95-1621).
LA SEGUNDA GENERACIÓN DE ARTISTAS: EL TRIUNFO DEL NATURALISMO
     Con la segunda generación de pintores del siglo XVII, en la escuela sevillana se supera la tradición manierista y triunfa definitivamente el naturalismo. Herrera "el Viejo" y Zurbarán son sus máximos representantes en el segundo tercio de la centuria. El estilo de sus obras, decidido y expresivo en Herrera, sencillo e intenso en Zurbarán, dominará el panorama pictórico del momento.
FRANCISCO HERRERA "EL VIEJO" (Sevilla, hacia 1590-Madrid, 1654). (SALA V)
     Se formó dentro del espíritu manierista que pintores como Pacheco habían impuesto, pero progresivamente fue abandonando esta orientación inicial para integrarse decididamente en la corriente naturalista.
     El Museo conserva alguna de sus mejores obras como La Apoteosis de San Hermenegildo (hacia 1620) realizada para el Colegio de San Hermenegildo de la compañía de Jesús en Sevilla. La composición mantiene los rígidos esquemas de la generación anterior, en la que se contraponen volúmenes dispuestos simétricamente. La escena está dividida en los dos registros de cielo y tierra. En el rompimiento de gloria, que sigue la fórmula traída por Roelas, aparece San Hermenegildo triunfante rodeado de ángeles. En la zona de tierra, San Isidoro somete a Leovigildo y San Leandro protege a Recaredo, el futuro rey que proclamaría el catolicismo de España en el Tercer Concilio de Toledo.
     El lienzo muestra las características de su estilo de madurez, de pinceladas enérgicas y sueltas que modelan rostros de acentuada individualidad, y una gama de color en la que predominan los castaños dorados y negros.
     También para los Jesuitas debió realizar la Apoteosis de San Ignacio de Loyola (hacia 1630), en la que el excelente estudio de la figura del Santo es claro exponente de la maestría de su estilo. También de estos años es una Inmaculada (hacia 1625-1630) anteriormente atri­buida a Roelas. Su estilo no obstante, de preciso dibujo y largas pinceladas que delimitan con precisión las formas y una paleta reducida de colores de tonalidades iridiscentes, acerca esta obra a la producción de Herrera.
     En 1638 contrató el Retablo Mayor de la Iglesia del Colegio de San Basilio Magno de Sevilla. De las dieciocho pinturas que lo constituían ingresaron nueve en el Museo tras la Desamortización, la escena principal y ocho representaciones de Santos de la Orden. La monumental Visión de San Basilio es quizás la mejor obra de su producción. La escena narra la visión celestial del Santo que aparece arrodillado ante el altar, contemplando a Cristo rodeado de los doce Apóstoles en medio de un apoteósico rompimiento de gloria. La abigarrada composición está realizada con una técnica suelta, de gran expresividad y energía, que evidencia una clara intuición del barroco pleno.
FRANCISCO DE ZURBARÁN (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598-Madrid, 1664). (SALAS V, VI, X)
     Fue la personalidad artística dominante en la pintura sevillana del segundo tercio del siglo XVII. Pintor de origen extremeño, se formó en Sevilla y en esta ciudad se estableció en 1626 convirtiéndose en el artista preferido de las instituciones civiles y religiosas. Durante estos años de esplendor pinta sin descanso al frente de un gran taller para cumplir con los abundantes e importantes encargos piadosos. Su éxito se basa en gran parte en el estilo naturalista y sobrio, impregnado de una intensa espiritualidad que traduce el apasiona­miento fervoroso y la cotidianeidad con lo sobrenatural de la vida monástica española.
     El Museo atesora espléndidos testimonios de ciclos monásticos como el que contrató en 1626 con los dominicos del Convento de San Pablo de Sevilla, 21 cuadros de los que se conservan en el museo tres de los cuatro Doctores de la Iglesia, San Ambrosio, San Gregorio y San Jerónimo. Las monumentales figuras ponen de manifiesto una constante de toda su obra, la maestría en el tratamiento de las figuras aisladas, a las que dota de una sorprendente potencia expresiva. Presenta a estas figuras en toda su solemne monumentalidad, ataviadas con ricas ropas litúrgicas de sorprendente carácter descriptivo, emergiendo de un fondo oscuro que las valora en su rotunda inmediatez.
     Tras el gran éxito de la serie dominica recibió en 1628 un nuevo contrato del sevillano Convento de la Merced Calzada. La importante serie constaba de veintidós lienzos sobre la vida de San Pedro Nolasco, fundador de la orden mercedaria y algunos retratos de sus frailes más ilustres. Dos son las pinturas conservadas en el Museo, los mercedarios San Pedro Pascual y San Carmelo, obras realizadas con la colaboración del taller.
     También para los dominicos pintó en 1631 la que probablemente sea su obra más ambiciosa, Apoteosis de Santo Tomás, destinada al Colegio de Santo Tomás de Aquino en Sevilla. La composición, para la que como es habitual utiliza fuentes grabadas, repite el esquema arcaizante de la división en diferentes registros. En el inferior se sitúa, en torno a un bufete con la bula fundacional, a la izquierda, el fundador del colegio Fray Diego Deza al frente de un grupo de frailes dominicos y a la derecha el Emperador Carlos V encabeza otro grupo de figuras orantes. En el registro superior preside la escena Santo Tomás flanqueado por los cuatro Padres de la Iglesia. En un plano más elevado aparece el Espíritu Santo con Cristo y la Virgen a la izquierda y San Pablo y Santo Domingo a la derecha. Es ésta una de las obras más complejas de Zurbarán, con figuras de gran monumentalidad e intensa expresión naturalista y múltiples detalles en los que pone de manifiesto su extraordinaria maestría para la plasmación de las calidades de la materia.
     En torno a estas fechas pintó el lienzo de Cristo Crucificado (hacia 1630-35) para el Convento de Capuchinos de Sevilla que forma parte de los cinco que, de su mano o con colaboración del taller, conserva el Museo. Son pinturas muy tenebristas en las que sobre un fondo oscuro se destacan con enorme fuerza plástica, casi escultórica, las figuras de Cristo crucificado con cuatro clavos, tal como preconiza­ba Pacheco que debía ser representado.
     Continuó los trabajos para la orden dominica con la realización en 1636 de las pinturas que presidían los altares del crucero de la iglesia del Convento de Porta Coeli, El Beato Enrique Susón y San Luis Beltrán. En estas pinturas, realizadas tras su viaje a la Corte madrileña donde se enriqueció con la visión de las colecciones reales, aparecen las figuras de los santos sobre un luminoso fondo de paisaje en el que inserta escenas alusivas a episodios de sus vidas.
     Para otro convento sevillano, el de San José de Mercedarios Descalzos, realizó en fechas muy cercanas, hacia 1640, la monumental representación de El Padre Eterno que debía rematar el retablo de la Iglesia. La majestuosa figura aparece sobre un trono de nubes doradas en el que se funden sus característicos querubines. 
     Con este retablo se ha puesto también en relación la pintura Cristo coronando a San José, composición resuelta con un delicado acorde cromático en la que se pone de manifiesto su gran capacidad para el estudio de los rostros y manos de las figuras.
     Un poco posterior es la Virgen del Rosario, (hacia 1645-50), una de las mejores representaciones que realizó del tema de la Virgen con el Niño. La delicada composición, como era frecuente en el pintor, se basa en una fuente grabada a la que enriquece con la técnica más fluida y la armonía de color propias de estos años de madurez.
     En torno a 1665 se ha datado otro importante conjunto que por sus características técnicas y compositivas era considerado de producción más temprana. Lo constituyen los tres lienzos destinados a  la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, Visita de San Bruno a Urbano II, La Virgen de los cartujos y San Hugo en el refectorio. En ellos interpreta magistralmente los principios espirituales que rigen la vida de los cartujos: el silencio, la devoción a la Virgen María y la mortificación por el ayuno. La simplicidad y defectos de las composiciones se ven transcendidos por la gran fuerza plástica que confiere a cada elemento del cuadro al tratarlo como algo único e indivi­dualizado y su extraordinario dominio de las calidades de la materia. La técnica fluida y ligera, se distancia del tenebrismo inicial, de los contrastes de luces y sombras para mostrarnos unas composiciones luminosas en las que el color aparece sabiamente acordado.
     Fueron numerosos los seguidores de las fórmulas que tanta fama dieron a Zurbarán, su hijo Juan de Zurbarán, Francisco Reyna, los hermanos Francisco y Miguel Polanco, Bernabé de Ayala e Ignacio de Ríes están entre los más conocidos. De uno de ellos o quizás del taller con alguna colaboración del maestro, son la serie de Santos conservadas en el Museo que por el sentido procesional de su composición debieron ser concebidas para situarse en la nave del templo. También de inspiración zurbaranesca es el Apostolado (hacia 1640) que se viene atribuyendo a Francisco Polanco (Cazorla, Jaén, hacia 1610 - Sevilla, 1651).
EL PLENO BARROCO
     La evolución hacia las formas espectaculares y dinámicas del barroco se inicia en Sevilla con la presencia de Herrera "el Joven" en 1654 y las obras de sus dos principales protagonistas, Murillo y Valdés Leal. El estilo de Murillo dominó en la segunda mitad del siglo. Su excelente técnica puesta al servicio de un arte delicado y amable, lo hizo muy popular en una ciudad asolada por las penalidades. Como contrapunto, la expresividad de Valdés con un estilo vigoroso y apasionado, también gozó de gran aceptación.
FRANCISCO DE HERRERA "EL JOVEN'' (Sevilla, 1627-Madrid, 1685) (SALA VI)
     Hijo del Herrera "el Viejo'', se formó en el taller paterno y en Italia, estableciéndose en Madrid en 1650. Pertenece a la primera generación de artistas que renovaron la pintura madrileña con la introducción de un nuevo lenguaje plenamente barroco.
     Sus aparatosas y dinámicas composiciones, los múltiples efectos de contraluces y las fluidas pinceladas de vibrantes colores, causaron también gran admiración en Sevilla cuando regresó en 1654. El fogoso estilo de las pinturas de la Catedral, El Triunfo del Sacramento (1656) y San Francisco en gloria (1657), indicaron el nuevo camino de la pintura que pronto seguirían Murillo y Valdés. El Santo Tomás de Aquino del Museo debió realizarlo durante su estancia en Sevilla, donde permaneció hasta 1660, año en el que aparece como uno de los fundadores de la Academia de Pintura y también el de su defini­tivo regreso a Madrid.
BARTOLOMÉ ESTABAN MURILLO (Sevilla, 1617-1682) (SALAS V, VII)
     Murillo es sin duda una de las principales figuras de la pintura española. El importante conjunto que de su obra atesora el Museo, constituye uno de sus mayores atractivos.
     Nacido en Sevilla a finales de 1617, realizó su aprendizaje artístico en el taller de Juan del Castillo. El estilo de sus primeras obras continúa los modelos de Zurbarán, de riguroso naturalismo tenebrista y los celajes de luces doradas que pintaba Roelas. El Museo conserva obras tempranas como la Inmaculada llamada La Colosal (hacia 1650) procedente del sevillano Convento de San Francisco. Aunque este tema depende del modelo creado por Ribera, Murillo establece un nuevo prototipo iconográfico con representaciones de gran dinamismo, caracterizadas por el vuelo de los ropajes, túnica blanca y manto azul, y el acompañamiento de ángeles que revolotean en torno a la imagen de María.
     Otra muestra de su escasamente conocida producción temprana es el Éxtasis de San Francisco (hacia 1645-1650) adquirido por el Estado en 1994. Perteneciente originalmente a un coleccionista sevillano contemporáneo del pintor, don Diego Maestre, constituye otro ejemplo de la influencia de Ribera que, como señalara Angulo, se manifiesta no sólo en el tratamiento técnico de la obra sino también en la fisonomía del Santo.
     Los numerosos e importantes encargos que recibió Murillo a lo largo de su carrera artística ponen de manifiesto el prestigio de que gozaba en la ciudad. De la serie que contrató en 1664 por la iglesia del Convento de San Agustín de Sevilla hay testimonio en el Museo de las pinturas del retablo mayor. Son San Agustín y la Trinidad, en la que representa la visión que inspiró al Santo el tratado De Trinitate y San Agustín con la Virgen y el Niño que simboliza la entrega amorosa de San Agustín que ofrece su corazón atravesado por el dardo del amor. Para una capilla de esta misma iglesia realizó el retablo de Santo Tomás de Villanueva. De él se conserva en el Museo una de las dos pinturas del banco, Santo Tomás de Villanueva y el Crucifijo (hacia 1665/70).
     El conjunto más importante de pinturas de Murillo en el Museo pro­cede de la Iglesia del Convento de Capuchinos de Sevilla, donde constituían el retablo mayor y los altares de las capillas laterales. Realizadas entre 1665-1669, años de su plenitud artística, se encuentran entre las mejores de su producción.
     Las pinturas fueron salvadas de la invasión francesa y restauradas por el pintor sevillano Joaquín Bejarano a quien los frailes regalaron la escena que presidía el retablo mayor, El Jubileo de la Porciúncula, actualmente en el Museo Wallraff-Fichard de Colonia. Esta pintura ha sido sustituida en el Museo de Sevilla por la Inmaculada llamada La Colosal, que realizó Murillo hacia 1650 para el convento sevillano de San Francisco. En la zona inferior del retablo mayor se situaba la Santa Faz, quizás en el tabernáculo y sobre él La Virgen de la Servilleta. En los laterales del cuerpo bajo a la izquierda se disponían Santas Justa y Rufina, prototipos de belleza popular sevillana y a la derecha San Leandro y San Buenaventura, patronos de la ciudad. En el segundo cuerpo figuraban a la derecha San José con el Niño y a la izquierda San Juan Bautista. En el ático se situaban San Antonio con el Niño y San Félix de Cantalicio con el Niño, ambas en formato de medio luneto que fue transformado a rectangular posteriormente.
     Para los retablos del presbiterio pintó Murillo La Anunciación, La Piedad, San Miguel Arcángel y El Ángel de la Guarda. En las capillas laterales se disponían altares presididos por un cuadro. En las de la izquierda se situaban San Antonio con el Niño, La Inmaculada del Padre Eterno y San Francisco abrazado al Crucificado. En el lateral derecho se disponían las de La adoración de los pastores, San Félix de Cantalicio abrazando al Niño y en último lugar, junto a la entrada del templo la excelente pintura Santo Tomás de Villanueva, el lienzo preferido de Murillo y síntesis genial de toda su obra. Una Inmaculada situada en el coro de la iglesia cierra este excelente conjunto de pinturas de Capuchinos.
     Las espléndidas representaciones de santos de esta serie, los complejos juegos de luces de algunas escenas como el Nacimiento o Santo Tomás de Villanueva, son claros frutos de su madurez artística. Madurez técnica que se trasluce en las pinceladas de prodigiosa soltura, vaporosas, con las que deshace las formas, anunciando la sensibilidad del siglo venidero.
     El Museo atesora algunas otras muestras de su producción como La Dolorosa (hacia 1665) que ingresó gracias a una donación, en la que la imagen iluminada, especialmente el rostro y las manos, se destaca suavemente sobre un fondo oscuro rebelando una vez más su maestría para resolver ambientes claroscuristas, y San Jerónimo (hacia 1665), adquirido por el Estado en 1972. Asimismo se conservan algunas obras de taller y de anónimos seguidores de su estilo (Ignacio Cano Rivero, María del Valme Muñoz Rubio, Rocío Izquierdo Moreno, y Virginia Marqués Ferrer. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Guía Oficial. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. Sevilla, 2009).
Conozcamos mejor la Biografía del autor de la obra reseñada, Juan de Oviedo y de la Bandera;
     Juan de Oviedo y de la Bandera, (Sevilla, 21 de mayo de 1565 – Bahía, Brasil, 25 de marzo 1625). Ingeniero militar, arquitecto, matemático y escultor.
     Se formó posiblemente con su padre, Juan de Oviedo y Fernández, y con el prestigioso imaginero Miguel Adán en Sevilla. Autor de los retablos de Azuaga (Badajoz, en 1588), Cazalla de la Sierra (1592) y el de la iglesia del Salvador en Sevilla, en 1601. Fue maestro mayor de construcciones y arquitectura en la provincia de León y posteriormente en Sevilla. Como arquitecto, llevó a cabo en esta última ciudad una amplia labor constructiva, realizando en la misma, entre otros, los templos San Benito, donde recurre a las columnas pareadas ya empleadas por el arquitecto milanés Vermondo Resta, y San Leandro, y los conventos de la Asunción (1615) y de la Encarnación de Belén. 
     Su obra más emblemática es la iglesia y el convento de Nuestra Señora de la Merced, actual Museo de Bellas Artes de Sevilla, comenzada en 1606 y terminada, en su parte más importante, en 1612. A él se debe, igualmente, el túmulo erigido en 1598, en la catedral sevillana al rey Felipe II (obra de las denominadas efímeras), elogiado por Cervantes, y en la que colaboró el famoso imaginero Martínez Montañés y más adelante, el correspondiente a la reina Margarita de Austria en 1611.
     Como ingeniero civil llevó a cabo las obras del encauzamiento del río Guadalquivir, estableciendo, para prevenir las riadas, un sistema de desagüe por husillos, obras para el abastecimiento de agua, y para la restauración de edificios, entre los que se encuentra el del propio ayuntamiento de la ciudad.
     El contacto directo con personajes como el duque de Alcalá o el conde-duque de Olivares, le promocionan en la Corte, como ingeniero militar de la corona de España. Parece que era nombrado en 1600 Ingeniero del Rey, y en 1604 se encontraba en Sevilla, donde recibía instrucciones del ingeniero Tiburcio Spannochi (ingeniero mayor de las fortificaciones de los reinos de España). También a principios de siglo, era enviado a Almería para que estudiara sus fortificaciones. Resultaba que la ciudad había desbordado el perímetro defensivo construido a finales del siglo anterior, incluso la catedral se había construido fuera del recinto. Oviedo, para solucionar el problema, realizaba unas trazas e iniciaba las obras de unas nuevas murallas que englobaban las zonas extrarradio, e incorporaban a la vez las fortificaciones ya materializadas anteriormente.
     En el sur de España realizó numerosas obras de fortificación, fundamentalmente las torres vigías del litoral, de las que terminó o construyó cuarenta, poniendo en “estado de defensa” toda la costa de la baja Andalucía, así como los castillos de Puerto Real, el Puntal y Matagorda. Realizaciones determinas por el concejo sevillano, el cual, por intereses defensivos, le había encargado la dotación de construcciones militares y equipos de artillería en localizaciones estratégicas de la costa andaluza.
     En 1614, la corona le ordenaba la recuperación, restauración y fortificación de la plaza africana de La Marmora (Túnez) tras el ataque turco. Por otro lado, la actuación de Oviedo en Málaga no es fácil de concretar, pudiendo haber intervenido en las torres costeras y las defensas del muelle de Málaga preparando la visita de Felipe III. Su intervención en el antiguo reino de Granada sí está documentada. Más tarde, en 1621 visitaba la costa de Almería, informando al Consejo de Guerra de la necesidad de reparar la torre llamada de “La Garrucha”, en la citada costa.
     En marzo de 1621 presentaba un proyecto para la reparación de los daños sufridos en la costa almeriense, tras el ataque de los turcos, ofreciendo soluciones de mejora alternativas en sus informes. Posteriormente, reparaba y fortificaba el lienzo de muralla de la ciudad de Almería, para el que tuvo que trazar un tramo abaluartado completamente nuevo. Tanto el proyecto citado, como los informes, estaban relacionados con el Informe sobre la visita de Íñigo Briceño de la Cueva (capitán general de la costa del reino de Granada) a las fortificaciones de la costa del Reyno de Granada, fechado en Almería en marzo de 1621. Briceño iba acompañado de Juan de Oviedo, y en él mismo señala que “la planta del reducto y murallas desta ciudad de Almería ymbió a V.M. hecha por mandato del Jurado Juan de Oviedo […]”. También y con respecto a Níjar, señala Briceño que “El Casillo de Rodalquilar … de Don Fadrique de Bargas Manrique, … el qual tiene obligación a su reparo, como V.M. mandará ver, por la relación del Jurado Juan de Oviedo […]”. 
   Fuera de las fronteras andaluzas, de nuevo a las órdenes de Tiburcio Spanoqui, trabajaba en las fortificaciones de la cornisa cantábrica y de la frontera con Francia.
     En 1625, era nombrado ingeniero militar de la Armada de Felipe IV y asignado con 40 ducados a la flota del capital general don Fadrique Álvarez de Toledo Osorio, que partió hacia Brasil para recuperar Salvador de Bahía, ocupada por los holandeses. Oviedo partía con la misión de reconstruir y acrecentar las fortificaciones de Bahía una vez recuperada, pero murió antes de que se tomara. Cuando replanteaba una batería en el puesto de vanguardia de San Benito, recibió un cañonazo que le voló la pierna y murió desangrado en muy poco tiempo, a la edad de sesenta años.
     Trabajó también, como Cristóbal de Rojas, en la fortificación de Gibraltar y en la de Cádiz.
     Era caballero del Hábito de Montesa (1617), maestro mayor de Sevilla y “familiar” de la Inquisición (Juan Carrillo de Albornoz y Galbeño, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Domingo Martínez, autor de la decoración pictórica de la obra reseñada;
     Domingo Martínez, (Sevilla, 1688 – 1749). Pintor.
     Fue este artista la personalidad dominante dentro del ámbito de la pintura sevillana a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII; fueron sus maestros Lucas Valdés y Juan Antonio Osorio. Las escasas noticias biográficas que de él se poseen lo presentan como hombre de buen temperamento, ingenioso y emprendedor al tiempo que culto y estudioso, poseedor de una amplia biblioteca. Tuvo numerosos discípulos, entre los que sobresalieron Juan de Espinal, Andrés de Rubira y Pedro Tortolero.
     La labor pictórica de Martínez le revela como uno de los mejores pintores hispanos en la época en que le correspondió vivir, circunstancia que le fue reconocida en su propia existencia. En efecto, en 1733 cuando la Corte de Felipe V e Isabel de Farnesio dio por concluida en Sevilla una estancia que se había iniciado en 1729, Martínez fue invitado a viajar a Madrid para trabajar allí como pintor real. Esta propuesta debió de estar motivada por la estrecha amistad que Martínez mantuvo en Sevilla con el pintor francés Jean Ranc, quien debió de realizarle la oferta de trabajar en Madrid. Sin embargo, el artista sevillano declinó esta proposición y optó por continuar su actividad artística en su ciudad natal.
   El estilo artístico de Domingo Martínez presenta características perfectamente definidas y en ellas se constata en primer lugar una base fundamental que se apoya en la pervivencia en él del influjo de Murillo, que es general en todos los pintores sevillanos activos en el primer cuarto del siglo XVIII. En segundo lugar, Martínez, a partir de 1729, fue receptivo a los efluvios estilísticos que emanan de la pintura francesa con la cual conectó durante los años en que la Corte residió en Sevilla; su amistad con Ranc, con quien convivió estrechamente durante cinco años, fue fundamental en este sentido. Finalmente, en la época postrera de su vida, a partir de 1745, Martínez asimiló en su arte referencias estilísticas procedentes del estilo Rococó, que en aquellos momentos comenzaba a difundirse por España.
     Como artista prolífico que fue, se advierte en la producción de Domingo Martínez una gran diferencia entre las pinturas realizadas por él personalmente y las que ejecutó contando con la colaboración de los discípulos y ayudantes que trabajaban en su obrador. 
   En las creaciones efectuadas mayoritariamente por él mismo se constata una gran facilidad compositiva, un dibujo fácil y virtuoso y un marcado dominio del color, estando todos estos factores puestos al servicio de un arte amable, vistoso y decorativo que plasma un gusto totalmente coincidente con el espíritu de su época. Dominó, además, el arte de la perspectiva, aspecto que le permitió dedicarse con éxito a la pintura mural, modalidad en la que realizó excelentes creaciones.
     La amplitud del repertorio de obras conocidas de Domingo Martínez evidencia que fue un artista prolífico, ampliamente solicitado por la clientela civil y eclesiástica sevillana y también demandado por foráneos que llevaron las obras adquiridas a lugares tan alejados de Sevilla como Madrid, Jaén, Burgos, Soria y Cuenca.
     Entre sus realizaciones artísticas más importantes destaca en primer lugar su participación en 1718, con Gregorio Espinal, en la decoración mural de la capilla sacramental de la iglesia de San Lorenzo de Sevilla, donde ejecutó obras de simbología eucarística que han llegado muy mal conservadas hasta hoy. Posteriormente, en 1724 llevó a cabo el amplio conjunto pictórico que decora el interior de la capilla del colegio de San Telmo de Sevilla, entidad dedicada a educar a niños que en el futuro serían marinos de la flota española. Allí pintó, por lo tanto, un repertorio de lienzos donde los niños son protagonistas, como La presentación del Niño en el templo, Cristo discutiendo con los doctores en el templo, Cristo bendiciendo a los niños y Cristo entrando en Jerusalén. 
   En 1727, Martínez aparece realizando la decoración al temple de la bóveda del presbiterio de la iglesia de la Merced de Sevilla, con personajes bíblicos y escenas alegóricas de la misión redentora de los mercedarios.
     También hacia 1727 decoró con dos grandes lienzos el presbiterio de la iglesia del convento de Santa Paula de Sevilla en los que se representa La partida de santa Paula a Oriente y La muerte de santa Paula y hacia 1733 ejecutó los treinta y dos pequeños lienzos que se integran en el retablo de la iglesia del Buen Suceso de Sevilla y también las pinturas que se encontraban en los altares laterales de la nave de la iglesia. De 1733 es también la hermosa Inmaculada que se conserva en la iglesia de San Lesmes de Burgos, y en torno a esta fecha realizaría también La Sagrada Familia con san Francisco y santo Domingo que fue adquirida por la reina Isabel de Farnesio, quien la donó después al convento de Santa Isabel de Madrid.
     En torno a 1735, al servicio del arzobispo de Sevilla, Luis de Salcedo y Azcona, ejecutó para la iglesia parroquial de Umbrete dos pinturas de excelente calidad y de gran formato en las que representó a Santa Bárbara y a San Juan Bautista. Al servicio también del mismo arzobispo, Martínez decoró también con lienzos de gran formato la capilla de la Virgen de la Antigua de la catedral de Sevilla, narrando los principales milagros que dicha Virgen había realizado durante la conquista de Sevilla por san Fernando. La vinculación de Martínez con el arzobispo Salcedo culminó con la realización por parte del artista del magnífico Retrato que representa a dicho prelado y que se conserva actualmente en el palacio arzobispal de Sevilla.
     Otras obras importantes de Martínez son La apoteosis de la Inmaculada, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, obra que puede fecharse en torno a 1735. De 1740 es la representación de La Virgen de los Reyes con san Hermenegildo y san Fernando, que se conserva en la capilla del Alcázar de Sevilla; en torno a esta misma fecha puede situarse El nacimiento del profeta Elías, que pertenece al Banco Bilbao Vizcaya Argentaria en Madrid. También obras importantes de esta época son la representación de San Ignacio en la cueva de Manresa, que pertenece al convento de Santa Isabel de Sevilla y La Coronación de la Virgen, que se conserva en la iglesia de la Hermandad de las Cigarreras de esta misma ciudad. Hacia 1675 finalizó en Sevilla el proceso decorativo llevado a cabo en los muros de la iglesia de San Luis de los Franceses, donde se representa una Apoteosis de la Orden jesuítica y de estos mismos años debe de ser la pintura de La Divina Pastora que se guarda en el convento de los capuchinos de Sevilla.
     Obras realizadas para Jaén hacia 1745, son La Transfixión de la Virgen, conservada en la catedral de dicha ciudad y El Niño Jesús pasionario que figura en la portezuela de un sagrario en la parroquia de San Mateo de Baños de la Encina.
     Importante es también el conjunto pictórico realizado por Martínez para decorar la iglesia del Antiguo Hospital de Mujeres de Cádiz, obra ejecutada hacia 1748 y que es, por lo tanto, una de las últimas realizaciones artísticas de este pintor.
     Fue también Martínez excelente intérprete de temas profanos, como reflejo de la existencia en Sevilla en el segundo tercio del siglo XVIII de un intenso ambiente cultural que proporciona a los artistas referencias literarias o mitológicas; así lo constata el precioso conjunto de cuatro pinturas que representan las estaciones del año y que se conservan en una colección particular de Vigo, o El Niño pastor flautista, que pertenece a una colección de Hamilton (Canadá). Sin embargo, la obra culminante de asunto profano de Martínez fue la realización de ocho pinturas en las que se representan otros tantos Carros alegóricos que la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla le encargó para que sirvieran de testimonio y recuerdo de las fiestas y desfiles celebradas en esta ciudad con motivo de la exaltación al trono de España de los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza. Constituyen estas pinturas una extraordinaria aportación para el conocimiento del ambiente urbano de la Sevilla de aquella época y también de la fisonomía de las distintas clases sociales que participaron o contemplaron los citados festejos (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Festividad de la Virgen de la Merced o Nuestra Señora de las Mercedes;
   La Virgen de la Merced o Nuestra Señora de las Mercedes es una advocación, que deriva del latín merces, que significa: dádiva, gracia, por lo que puede entenderse como Nuestra Señora de la Misericordia. San Pedro Nolasco, un joven mercader de telas de Barcelona, empezó a actuar en la compra y rescate de cautivos, vendiendo cuanto tenía en 1203. Se dice que el uno de agosto de 1218, fiesta de San Pietro ad Vincula, tuvo una visita de la Santísima Virgen, dándose a conocer como La Merced, que lo exhortaba a fundar una Orden religiosa con ese fin principal de redimir a cristianos cautivos de los musulmanes y piratas sarracenos. San Pedro Nolasco consumó la creación de la Orden de la Merced en la Catedral de Barcelona con el apoyo del rey Jaime I el Conquistador y el asesoramiento del dominico canonista San Raimundo de Peñafort, el diez de agosto de ese mismo año 1218: recibieron la institución canónica del obispo de Barcelona y la investidura militar del rey Jaime I el Conquistador. El Papa Gregorio IX de Segni, quien aprobó la orden el diecisiete de enero de 1235, con la Regla de San Agustín. En 1245, muere el fundador.  Se tienen testimonios de esta advocación mariana en medallas desde mediados del siglo XIII. En las primeras Constituciones de la Orden, de 1272, redactadas en Capítulo General, la Orden recibe ya el título de Orden de la Virgen de la Merced de la Redención de los cristianos cautivos de Santa Eulalia de Barcelona. 
     La devoción a la Virgen de la Merced se difundió a partir de la fundación de la Orden como un reguero de pólvora por Cataluña y por toda España, incluida Cerdeña, por Francia y por Italia, con la labor de redención de estos religiosos y sus cofrades.  Con la evangelización de América, en la que la Orden de la Merced participó desde sus mismos inicios, la devoción se extendió y arraigó profundamente en todo el territorio americano. La fiesta dedicada a su patrona fue instituida a instancias de los mercedarios como acción de gracias por la fundación de la Orden. La primera concesión a los mercedarios de un Oficio para esta fiesta se hizo el cuatro de abril de 1615.  Inocencio XI Odescalchi la extendió a la Iglesia española en 1680 e Inocencio XII Pignatelli a toda la Iglesia Latina el doce de febrero de 1696. Reducida en 1960 a simple conmemoración en la reforma del Beato Juan XXIII, fue suprimida del calendario universal e incluso nacional de España en el del uso ordinario de 1969 (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia, de Juan de Oviedo, del antiguo Convento de la Merced Calzada (actual sala V del Museo de Bellas Artes), de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

La Sala V del Museo de Bellas Artes, al detalle:
          Anunciación, de Bartolomé Esteban Murillo
          Apoteosis de San Hermenegildo, de Francisco de Herrera el Viejo
          Inmaculada Concepción - La Colosal, de Bartolomé Esteban Murillo
          Inmaculada Concepción del coro - "La Niña", de Bartolomé Esteban Murillo
          Inmaculada del Padre Eterno, de Bartolomé Esteban Murillo
          Retablo Mayor del Convento de Monte Sión, de Juan del Castillo
                        Adoración de los Pastores
                        Adoración de los Reyes Magos
                        Anunciación
                        Asunción de la Virgen                        
                        Visitación                        
          San José y el Niño, de Bartolomé Esteban Murillo
          San Juan Bautista en el desierto, de Bartolomé Esteban Murillo
          Virgen de la Servilleta, de Murillo          

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