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martes, 24 de septiembre de 2019

El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada)


   Por Amor al Arte, déjame, ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada), de Sevilla. 
   Cada 24 de septiembre se celebra a la Virgen de la Merced que significa “misericordia”, advocación que se remonta al siglo XIII cuando la Virgen se le aparece a San Pedro Nolasco y lo anima a seguir liberando a los cristianos esclavos. Ante este deseo, se funda la orden de los Mercedarios el 10 de agosto de 1218 en Barcelona, España, y San Pedro Nolasco fue nombrado por el Papa Gregorio IX como Superior General. Más adelante, en el año 1696, el Papa Inocencio XII fijó el 24 de septiembre como la Fiesta de la Virgen de la Merced en toda la Iglesia.   
   Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Museo de Bellas Artes, de Sevilla instalado en el antiguo Convento de la Merced Calzada.
   El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     El Antiguo Convento de la Merced, actual sede del Museo de Bellas Artes, ocupaba una considerable manzana en el casco histórico de la ciudad. Esta manzana lindaba al norte con la calle Armas -actual Alfonso XII- al este con la angosta calle de los Pasos (llamada desde fines del siglo XVII del Sacramento), actualmente formada por las calles Rafael Calvo, Miguel de Carvajal, al este con la plaza del Museo y al sur daba a la calle Bailén, que era por donde se accedía al antiguo convento medieval.
     Su construcción comenzó en 1602 y se ejecutó en estilo barroco sevillano.

     El convento se articula en tomo a varios claustros con una escalera imperial que articula los tres principales "llamados Claustro Grande, de los Bojes y del Aljibe - , en torno a los que se sitúan las estancias fundamentales del edificio, ahora convertidas en las salas del Museo, y que junto con la iglesia constituyen los elementos más destacados de la Merced.
     El claustro Grande o principal queda adosado al lado derecho de la iglesia con la que comunicaba a través de dos accesos, por crucero y por el coro bajo. Paralelo a éste se levanta el claustro de los Bojes, también llamado del Refectorio por comunicar su pared sur con esta dependencia. Un tercer patio, el del Aljibe, por el que actualmente se accede al Museo, era primitivamente el más doméstico, y daba paso a su izquierda a otros patios hoy desaparecidos. Hay un cuarto patio de pequeñas dimensiones con columnas, llamado de las Academias, que es el centro de un sector adyacente a la zona de entrada, y que antaño fuera ocupado por las academias sevillanas. Desde el patio de las Academias, se accedía a la antesacristía, que aún se conserva, y desde ella a la capilla mayor de la iglesia, y a la sacristía, que se quemó en 1785 y finalmente fue demolida con la ocupación francesa. En la actualidad, el espacio que ocupó la sacristía es el llamado patio de las Conchas.
     El Claustro Grande fue trazado por Juan de Oviedo, y transformado en su piso alto por Leonardo de Figueroa en 1724. Era el centro de la vida cotidiana de la comunidad y es el más amplio del monasterio, de 22 por 24 metros de lado, con un desarrollo de cinco por seis intercolumnios. El cuerpo inferior está formado por arcos de medio punto sobre columnas pareadas de mármol que descansan sobre un zócalo corrido cubierto por paneles cerámicos, en el que se abren algunos huecos. La segunda planta, reformada por Figueroa, es de ladrillo, con balcones separados por pilastras jónicas pareadas avitoladas; los vanos se enmarcan con molduras de fletes rectilíneos de color almagra. Destaca en el conjunto el contraste entre los paramentos blancos y las pilastras rojizas y el almagra de los festones rectilíneos.
     Este claustro se comunica con la iglesia por dos portadas adinteladas y a través de otro vano, se pasa al patio de los Bojes.  

   El Claustro de los Bojes fue diseñado por Juan de Oviedo y construido hacia 1612, siendo el único que conserva la traza íntegra de este arquitecto. Se conoce también como del Refectorio por comunicarse en su lado sur con esta dependencia.
     Su planta es rectangular y algo irregular, de 12/13 metros por 19, y con un desarrollo de cinco por siete intercolumnios, y consta de dos plantas. En la planta inferior encontramos esbeltas columnas toscanas de mármol blanco, con cimacios sobre los que descansan arcos de medio punto. El segundo piso se levanta sobre un entablamento con friso de casetones y ménsula, y está formado por tres balcones adintelados en cada lado del patio, coronados por frontones triangulares y curvos desventrados, con gran ménsula en el tímpano; y paneles lisos a modo de vano ciego "que albergaban pinturas hoy desaparecidas - con cartela y ménsulas en su parte superior.
     El Claustro del Aljibe es el más pequeño y doméstico de los patios del convento, toma el nombre del aljibe que tiene en su centro, y antaño daba paso a la zona del noviciado. En la actualidad se accede por él al Museo, comunicándose a la derecha con el claustro Grande y a la izquierda con el de los Bojes, formando un triángulo en cuyo centro se levanta una espléndida escalera imperial.
     Su planta es irregular, ligeramente trapezoidal, y de pequeñas dimensiones: 9/10 por 12/9 metros, que desarrolla cuatro por cinco/cuatro intercolumnios. El alzado es de tres plantas, alternándose dos de carácter abierto, primera y tercera planta, con otra de carácter más cerrado, la segunda. El primer piso se ordena con columnas de mármol sobre las que apoyan arcos de medio punto, el intermedio es de muro con ventanas enmarcadas con orejas, separadas unas de otras por pilastras planas, y el tercer piso vuelve a repetir la arquería de columnas. La organización del alzado de este claustro está determinado por el trazado de la escalera, que constituye el eje vertical en torno al cual se organizan los tres claustros.

     La escalera, diseñada también por Juan de Oviedo, es la pieza más destacada del conjunto conventual. Su tipo corresponde al de escalera imperial, y se ubica en la intersección de los tres claustros, constituyéndose en el elemento que centraliza y organiza los recorridos del edificio.
     Se inscribe en una caja de planta cúbica, con doble arranque en sus dos tramos y cubierta con cúpula octogonal. La cúpula monta sobre trompas angulares que permiten formar pares de puntas de diamante y dobles óculos en las esquinas que iluminan el espacio y potencian la visión del mismo y la magnífica decoración manierista.
     La iglesia se sitúa en el ángulo suroeste del Convento, fue ejecutada entre 1603 y 1612 según trazas del arquitecto Juan de Oviedo y de la Bandera. Presenta planta de cruz latina de una sola nave, cubierta con bóveda de medio cañón con arcos fajones y lunetos que voltean sobre un ancho entablamento. Los brazos del crucero son poco acusados y se cubren con bóveda de cañón, y el crucero queda bajo una bóveda semiesférica sobre pechinas. La cabecera plana da cabida al presbiterio coronado por un gran arco toral. En el último tramo de la iglesia existió un espacioso coro alto que fue derribado para ganar espacio con fines museográficos.
     Una portada del último tercio del siglo XVIII, atribuida a José Álvarez, se halla en el muro izquierdo del templo, y en el muro del lado del Evangelio se abren ventanales, cuya apertura fue sufragada por el Ayuntamiento en 1914, para mejorar la iluminación de esta sala, que se iba a dedicar a albergar las pinturas de Murillo. Todos los muros de la iglesia están decoradas con pinturas del XVIII.
     La iglesia de la Merced se corona por una espadaña de ladrillo visto con dos pequeños paneles de azulejos y mampostería en las jambas. Consta de dos cuerpos, el inferior tiene arco de medio punto y pilastras pareadas con capiteles toscanos, que son simples en los extremos. Sobre los dinteles aparece una decoración de paños cerámicos polícromos con el escudo de la Orden. Este cuerpo se remata en sus laterales con cartabones y pináculos sobre dados.
     Sobre el entablamento y la cornisa, un frontón triangular partido da paso al segundo cuerpo, compuesto por un vano flanqueado por pares de pilastras de mampostería. Unos cartabones terminados en volutas y dados con pirámides que repiten el esquema inferior, rematan lateralmente este segundo cuerpo, que finalmente se corona con un sencillo frontón curvo con pináculos sobre dados y una cruz con veleta de metal. 

    La portada de la iglesia estaba situada a los pies y se trasladó a la fachada principal del Museo, en la plaza del mismo nombre, en 1945 para servir de entrada al mismo. Se atribuye a Fray Antonio de la Concepción y data del primer cuarto del XVIII, siendo ejecutada en mármol y piedra martelilla.
     Se trata de una fachada retablo que consta de dos cuerpos separados por una amplia cornisa y que está presidida por una hornacina flanqueada por columnas salomónicas que cobija esculturas de la Virgen de la Merced, San Pedro Nolasco y el rey Jaime I de Aragón, fundadores de la Orden. Remata el conjunto un frontón curvo y partido, en cuyo centro se sitúa el escudo de la Merced.
     Desde la portada se accede al zaguán del Museo, que anteriormente fue un salón al que se accedía desde el Patio de las Academias y que se encuentra decorado con espléndidos paneles de azulejos sevillanos de los siglos XVI, XVII, XVIII. Ya en el interior del Museo, el tránsito de la Sala I a la II se realiza a través de una portada renacentista procedente del palacio de la Calahorra.
     El edificio que albergaba el Convento de la Merced era más amplio que el aquí descrito, pero muchas de sus dependencias desaparecieron tras la desamortización, como por ejemplo la zona del noviciado que se erigía en el espacio que hoy ocupa la plaza del Museo, ó en derribos y remodelaciones para adecuarse a su nuevo destino como Museo.
     El antiguo Convento de la Merced era un convento de religiosos de la Orden de la Merced, de donación regia y que fue reedificado en el siglo XVII, ocupándolo la citada Orden hasta que por la exclaustración fue destinado, en 1839 al uso de Museo de Bellas Artes, convirtiéndose en la segunda pinacoteca del país, después del Museo del Prado.
     Aunque parcialmente transformado, la configuración actual del edificio responde en líneas generales a la renovación del convento medieval que el arquitecto Juan de Oviedo y de la Bandera emprendió a partir de 1.602.
     El Convento padeció un furioso incendio el 6 de febrero de 1810, que fue en el que, con toda seguridad, pereció el magnífico retablo mayor de la iglesia, obra de Francisco de Rivas (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

     El Museo de Bellas Artes de Sevilla, constituido a raíz de la Desamortización de 1835, ocupa desde 1839 el antiguo convento de la Merced Calzada, aunque parcialmente transformado, la configuración actual del edificio responde en líneas generales a la renovación del convento medieval que el arquitecto Juan de Oviedo y de la Bandera emprendió a partir de 1602. El edificio se ordena en torno a tres grandes patios con la iglesia situada en uno de los extremos del convento. El claustro grande consta de dos cuerpos. El inferior lo forman arcos de medio punto que apean sobre columnas pareadas de mármol y el superior, reformado por Leonardo de Figueroa, lo configuran balcones enmarcados por pilastras jónicas. El claustro pequeño, o de los bojs, diseñado por Juan de Oviedo, conserva su estructura original. En el primer cuerpo figuran arcos peraltados que apean sobre columnas de mármol blanco de orden toscano y en el segundo aparecen ventanas que alternan con paramentos lisos. El tercer patio, por el que en la actualidad se ingresa al Museo, es más pequeño y de planta irregular, articulándose en dos cuerpos. Los tres patios se comunican a través de una gran escalera situada en el centro trazada por Juan de Oviedo, que se cubre por medio de una bóveda semiesférica sobre trompas, y se decora con yeserías doradas y policromadas en forma de tarjas, gallones, hornacinas y angelotes, que fueron contratadas con el maestro escultor Alonso Álvarez en 1624.
      La iglesia la trazó asimismo Juan de Oviedo, y se levantó entre 1603 y 1612. Presenta planta de cruz latina, cubriéndose el cuerpo de la nave y los brazos del crucero con bóvedas de medio cañón con arcos fajones y lunetos, y el crucero, con una bóveda semiesférica sobre pechinas. Las pinturas murales que la adornan son posteriores, habiéndolas ejecutado Domingo Martínez en 1727. La portada de la iglesia se encuentra en el muro izquierdo de la nave. Atribuida a José Álvarez, es obra del último tercio del siglo XVIII.
      El ingreso al Museo se hace a través de la primitiva portada del convento, que situada con anterioridad a su conversión en Museo en el otro extremo del edificio, es obra de Miguel de Quintana, y está datada en 1729. Consta de dos cuerpos, el primero formado por un arco de medio punto flanqueado por columnas pareadas de orden compuesto que descansan sobre altos pedestales y el segundo constituido por una gran hornacina, encuadrada por columnas salomónicas, en la que figuran las esculturas de la Virgen de la Merced, San Pedro Nolasco y Jaime I. Remata la hornacina un frontón curvo y roto en cuyo centro se sitúa el escudo de la Orden de la Merced.  

  En el zaguán y en los claustros del que fue convento mercedario se encuentran numerosos paneles de azulejos sevillanos de los siglos XVI, XVII y XVIII que proceden en su mayoría de edificios religiosos sevillanos desaparecidos. Gran parte de los frisos de azulejos que adornan el vestíbulo y el patio de entrada proceden del desaparecido convento de San Pablo, fechándose algunos en 1576. En el frente del patio de ingreso se conservan cinco pequeños paneles que representan a Dios Padre y a los Evangelistas que son obra del taller de Francisco Niculoso Pisano. Sobre ellos se halla un gran panel firmado y fechado en 1577 por Cristóbal de Augusta, que representa a la Virgen y el Niño con religiosos y religiosas dominicos.
   El Museo comienza en un pequeño Vestíbulo en el que se exhiben obras pertenecientes a la época medieval. Son dos pinturas de la Virgen con el Niño acompañado de ángeles músicos, y la Ascensión del Señor, que pertenecen respectivamente al Maestro de Almonacid y a Bernardo Martorell. También figuran en este recinto una escultura de la Virgen con el Niño, del siglo XV, y otra de un Cristo crucificado del XIV.
      Sala I. Se muestran aquí obras del siglo XV destacando entre ellas un grupo de esculturas pertenecientes a Pedro Millán que representan a Cristo atado a la columna, a Cristo Varón de los Dolores y el Llanto por Cristo muerto. Otra escultura expuesta es la Virgen con el Niño perteneciente a Mercadante de Bretaña. Importante es el conjunto de ocho tablas pictóricas con representaciones de santos que corresponden a un anónimo seguidor de Juan Sánchez de Castro. De gran interés es el Retablo de la Pasión de Cristo y la representación del Sueño de Jacob. Al maestro de Coteta se le atribuye un tríptico con el Ecce Homo y a Bartolomé Bermejo un San Juan Bautista. Finalmente, la representación de San Miguel Arcángel se ha puesto en relación con el estilo del pintor Juan Hispalense.
     Sala II. Esta sala es el antiguo refectorio del Convento de la Merced y en ella se expone un amplio conjunto de obras, todas ellas del siglo XVI. A la escuela flamenca corresponden algunas obras importantes como el gran tríptico de Frans Francken I con la Crucifixión en el centro y el Camino del Calvario y el Descendimiento en los laterales. También de escuela flamenca es el retablo del Juicio Final pintado por Martín de Vos, en cuyos laterales figuran San Francisco y San Agustín, del mismo artista. Importante es también la Asunción de la Virgen, obra de Pieter Aertsen, lo mismo que el Santo Entierro realizado por Vicente Sellaert. Al maestro del Papagayo corresponde una bella Sagrada Familia y al maestro de las Medias Figuras, una Virgen con el Niño.

   Un amplio grupo de pinturas pertenecientes a maestros menores flamencos completa el repertorio de obras de esta escuela. Son el Bautismo de Cristo de Pieter Portbous, La Virgen con el Niño de Guillaume Benson, El Calvario de Pieter Coecke y La Asunción, La Visitación y La Virgen con el Niño de Marcello Cofferman. Copia de buena calidad de Gerard David es La Virgen de la Sopa. Obra interesante de escuela alemana es El Calvario que pertenece al pintor Lucas Cranach.
   Varias pinturas de escuela sevillana figuran en esta sala como una Virgen de la Antigua de autor anónimo, una Anunciación de Alejo Fernández, un Santo Entierro de Cristóbal de Morales y La Presentación de Luis de Vargas. Al portugués sevillanizado Vasco Pereira corresponden dos pinturas que representan a Santa Ana, la Virgen y a San Juan Bautista.
   Importante por su gran calidad es el retrato de Jorge Manuel que es obra de Domenikos Theotocopuli, El Greco. Igualmente destacan por su importancia en esta sala dos esculturas de Pietro Torrigiano: La Virgen con el Niño y San Jerónimo.
      Sala III. Se dedica esta sala a la escultura y pintura sevillana de finales del siglo XVI y principios del XVII. La obra escultórica más amplia es el conjunto de relieves que aparecen en el retablo de la Redención, realizado en 1562. A Andrés de Ocampo le corresponden los relieves del Retablo de las Dueñas de hacia 1585 y a Miguel de Adán los del Retablo de San Juan Bautista.
   Importante es el conjunto de pinturas que pertenecen a Francisco Pacheco como la pareja de retratos de una dama y un caballero, Los Desposorios de Santa Catalina y la gran tabla del Calvario, donde la Virgen y San Juan flanquean un crucifijo de talla. Las pequeñas pinturas que enmarcan este retablo, son también de Pacheco, al igual que los lienzos de Santo Domingo y San Francisco. A Alonso Cano pertenece el magnífico San Francisco de Borja, realizado en 1624, y a Velázquez el interesante Retrato de don Cristóbal Suárez de Rivera, pintado en 1620. Flanqueando un relieve de San Juan Evangelista, obra de Martínez Montañés, se encuentran dos pinturas de San Cristóbal y San Agustín obras de Francisco Varela.
   En el tránsito hacia la Sala IV se encuentran pinturas de San Juan niño servido por los ángeles, obra de Juan del Castillo y Las Ánimas del Purgatorio de Alonso Cano. 

     Sala IV. Destaca en esta sala una interesante colección de cuatro esculturas del Niño Jesús del siglo XVII, entre las cuales sobresale una de ellas atribuida a Pedro de Mena. A Gaspar Núñez Delgado corresponde otra escultura de la Cabeza de San Juan Bautista, obra realizada en 1591.
   Las pinturas de esta sala pertenecen, en parte, a las que antiguamente decoraron el claustro de este edificio cuando era Convento de la Merced. Datadas las más antiguas en 1600, La aparición de la Virgen a San Ramón Nonato y San Pedro Nolasco embarcando para redimir cautivos son obras de Francisco Pacheco, mientras que la que representa a San Pedro Nolasco despidiéndose de Jaime I El Conquistador es obra de Alonso Vázquez, a quien corresponde también la gran Sagrada Cena que figura en la cabecera de esta sala.
   En el tránsito que conduce al claustro, se expone una escultura de la Asunción que pertenece a Juan de Oviedo el Mozo. Ya en el claustro, puede admirarse un relieve de Antonio Susillo relativo a La presentación de Colón ante los Reyes Católicos.
      Sala V. La antigua iglesia del Convento de la Merced constituye el espléndido marco de esta sala en la que se expone una amplia colección de pintura sevillana del siglo XVII. A los pies de la misma se encuentra una reconstrucción del monumental retablo de la iglesia del antiguo convento de Montesión, cuyas pinturas realizó Juan del Castillo. Sigue un grupo de obras de Juan de Roelas compuesto por Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, El martirio de San Andrés y La venida del Espíritu Santo. Especial interés posee la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino, obra máxima de Zurbarán, realizada en 1631.
   En el espacio izquierdo del crucero figuran pinturas de Murillo como La estigmatización de San Francisco, San Antonio con el Niño, La Anunciación, San Félix de Cantalicio con el Niño y la Dolorosa.
   En el frente de la iglesia se reproduce el Retablo de los Capuchinos, pintado por Murillo, con representaciones de San Antonio, San Félix Cantalicio, San José con el Niño, San Juan Bautista, Las santas Justa y Rufina, San Buenaventura con San Leandro y La Piedad. Preside todo el conjunto la gran Inmaculada que procede del Convento de San Francisco, también de Murillo.
   En el lateral derecho del crucero continúa la exposición de obras de Murillo, figurando allí la llamada Inmaculada del Coro, San Francisco abrazado a Cristo crucificado, Santo Tomás de Villanueva dando limosna, La adoración de los pastores, La Virgen de la servilleta y San Jerónimo.
   Otro conjunto de pinturas sevillanas del siglo XVII se encuentra dispuesto en el muro derecho de la iglesia, donde están situadas La apoteosis de San Hermenegildo de Francisco Herrera El Viejo y La Sagrada Familia de Juan de Uceda, autor también, en colaboración con Alonso Vázquez, de El tránsito de San Hermenegildo. En el centro de la iglesia se encuentra una magnífica escultura de San Ramón Nonato realizada por Juan de Mesa.
      Sala VI. Con esta sala comienza el recorrido de la parte alta del Museo, a la que se accede a través de la magnífica y solemne escalera conventual. Aprovecha esta sala la segunda planta del claustro principal y en ella se disponen pinturas pertenecientes a la escuela sevillana del siglo XVII y otras pinturas foráneas de notorio interés. Comienza el recorrido con dos obras de Matías de Arteaga que representan Las bodas de Caná y La Circunsición, seguidas por un Santo Tomás de Aquino que pertenece a Francisco Herrera el Joven. A Francisco Antolínez  corresponde la representación de Jacob con los rebaños de Labán y a Juan Simón Gutiérrez, sendas pinturas de San Joaquín y Santa Ana.

   La serie de santas es un conjunto de calidad dispar que pertenece a un pintor anónimo seguidor de Zurbarán. Pero al propio Zurbarán pertenece una Virgen del Rosario, una escena de Jesús entre los doctores y un Cristo crucificado. El Retrato de Fray Domingo de Bruselas es obra de Cornelio Schut, lo mismo que una Inmaculada, mientras que un Apostolado es obra que se atribuye a Miguel Polanco. Dos curiosos trampantojos con representación de la Virgen con el Niño y San Nicolás de Bari pertenecen a Juan José Carpio.
   Fuera de la escuela sevillana hay que mencionar un Santiago apóstol y una Santa Teresa, adscritas a Ribera. Al pintor madrileño Francisco Gutiérrez pertenecen una Caída de Troya y José en Heliópolis. Las cuatro pinturas de Las estaciones del año son bodegones del también madrileño Francisco Barrera. A la misma escuela pertenece José Antolínez, autor de una magnífica representación de Santa María Magdalena.
     Sala VII. Una selección de obras pertenecientes a Murillo y a los pintores que siguieron su estilo se encuentran en esta sala. De Murillo son San Agustín y la Trinidad, San Agustín con la Virgen y el Niño y Santo Tomás de Villanueva ante el crucifijo. De Francisco Meneses Osorio es la Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco y San Cirilo en el Concilio de Éfeso. A Pedro Núñez de Villavicencio corresponde la escena de El aguador niño, y a Sebastián Gómez una Inmaculada. La gran representación de La muerte de Santo Domingo es obra de Juan Simón Gutiérrez.

      Sala VIII. Está dedicada esta sala por completo a la obra de Juan Valdés Leal y en ella figuran obras importantes dentro de su producción. Destacan aquí las dos pinturas que pertenecieron al Convento de San Agustín de esta ciudad y que presiden las paredes frontales de la sala: La Asunción de la Virgen y la Inmaculada. De la sacristía del Convento de San Jerónimo proceden las escenas de la vida de dicho santo que representan El bautismo, Las tentaciones y La flagelación de San Jerónimo. A la misma corresponden también seis retratos de jerónimos ilustres. Importantes son igualmente las pinturas de Valdés Leal qeue narran la vida de San Ignacio de Loyola y que proceden de la antigua Casa Profesa de los jesuitas de Sevilla. Otras obras de este artista en esta sala son Los desposorios de Santa Catalina, El ángel entregando la ampolla de agua a San Francisco y La Virgen con las Marías y San Juan camino del Calvario.

      Sala IX. Un interesante conjunto de pintura barroca europea del siglo XVII se alberga en esta sala, donde figuran principalmente obras de escuela italiana y flamenca. Entre las italianas ha de señalarse la representación de Jonás predicando en Nínive, obra de Andrea Vaccaro, La degollación del Bautista de Caracciolo, La aparición de Cristo resucitado en el Cenáculo de Matia Preti, un Florero de Margarita Caffi y un Bodegón de Giambattista Ruoppolo.
   A la escuela flamenca pertenece La adoración de los pastores, obra de Peter van Lint; La adoración de los reyes y el Retrato de una dama, obras de Cornelis de Vos; Jardín de una villa, de Jean Wildens; y Una batalla de Sebastian Vrank. A la escuela de Jean Brueghel de Velours pertenecen un Paisaje con animales y un Paraiso terrenal, mientras que a un pintor menor de la escuela holandesa, Jean Joseph Horemmans el Viejo, corresponde una escena de interior.
      Sala X. Se dedica esta sala a recoger pinturas de Zurbarán junto con dos conjuntos de esculturas procedentes de la Cartuja de las Cuevas: el primero formado por La templanza y La justicia, obras de Juan de Solís que flanquean una Virgen de las Cuevas de Juan de Mesa; el segundo compuesto por alegorías de La fortaleza y La prudencia, también de Juan de Solís, situadas a los lados de un San Juan Bautista perteneciente a Juan de Mesa.

   De gran interés son las pinturas de San Luis Beltrán y el Beato Enrique Susón, obras de Zurbarán entre las que figura una escultura de Santo Domingo realizada por Juan Martínez Montañés; estas tres obras proceden de la desaparecida iglesia del Convento dominico de Portacoeli. Las tres representaciones pictóricas de Padres de la Iglesia, San Ambrosio, San Gregorio y San Jerónimo, las pintó Zurbarán para la sacristía del Convento de San Pablo de Sevilla; mientras que el gran Cristo crucificado procede de la iglesia de los Capuchinos. Muy importante es el conjunto de tres pinturas realizadas por este artista hacia 1655 para la sacristía del monasterio de la Cartuja de las Cuevas, donde se encontraban dispuestas de la misma manera que aquí se exponen: La Virgen de los Cartujos, en el frente, San Hugo en el refectorio y La visita de San Bruno al Papa Urbano III, en los laterales.

      Sala XI. Ocupa esta sala la parte alta del patio principal del Museo y en ella se expone fundamentalmente un conjunto de pinturas sevillanas del siglo XVIII. El recorrido comienza con dos obras de Clemente de Torres que representan a San Dionisio Aeropagita y a San Nicolás de Bari, seguidas de dos episodios de la Vida de San Francisco de Paula realizados por Lucas Valdés. Muy importante es la serie de ocho cuadros pintados por Domingo Martínez por encargo de la Real Fábrica de Tabacos para conmemorar la llegada al trono de España del rey don Fernando VI, que representan los carros que desfilaron por Sevilla en 1747. Al propio Domingo Martínez corresponden una Virgen con el Niño y una Apoteosis de la Inmaculada, mientras que a Juan de Espinal pertenecen dos episodios de la Vida de San Jerónimo y un San Miguel Arcángel. De Pedro de Acosta son dos bodegones realizados a la manera de trampantojo.
   Del siglo XIX es un magnífico Retrato del canónigo Duaso, realizado por Goya; mientras que los Retratos de Alfonso XIII, uno de ellos con su madre la reina María Cristina, son de Gonzalo Bilbao y Fernando Tirado, respectivamente.
      Sala XII. Se albergan aquí pinturas correspondientes al realismo e historicismo dentro del siglo XIX sevillano y también de otros pintores españoles de esta época. Obras como La samaritana de Francisco Narbona, un fraile con la cabeza de don Álvaro de Luna de Eduardo Cano y un Paisaje de Alcalá de José Laffita dan idea de los distintos estilos pictóricos de la segunda mitad de esta centuria en Sevilla. Siguen La portada del convento de Santa Paula, obra de Rosendo Fernández y una Emboscada mora de Francisco Tirado, como ejemplos de la pintura de realismo urbano y orientalista respectivamente.

   Dos vistas de Venecia pertenecen a Rafel Senet y cuatro escenas costumbristas corresponden al popular José García Ramos. Un Autorretrato de José Jiménez Aranda, otro retrato de su hija Irene y otro más que efigia a doña Casilda López de Haro, de Ricardo López Cabrera, dan idea de la retratística sevillana de este momento. De José Arpa son unas Chumberas y una vista del Gran Cañón del Colorado, buenas muestras del paisaje a fines del siglo XIX. Obras de Andrés Parladé son el Retrato de una mujer con un perro blanco y de Nicolás Alpériz es su popular Cuento de brujas. A Gonzalo Bilbao pertenece un grupo de siete pinturas, entre las cuales destaca su gran cuadro de Las cigarreras, obra culminante de su producción. También es importante el grupo de seis pinturas de José Villegas compuesto, fundamentalmente, por magníficos retratos.
   Fuera de la escuela sevillana están representados en esta sala José Moreno Carbonero con el Encuentro de Sancho Panza con el Rucio y Raimundo de Madrazo con el retrato de don José Domingo Irureta Goyena.

      Sala XIII. El interesante proceso evolutivo del romanticismo sevillano se encuentra representado en esta sala en la que figuran cuatro retratos de Antonio María Esquivel, dos de ellos infantiles, de gran calidad. Pieza fundamental de esta época es el Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer realizado por su hermano Valeriano, a quien corresponde también el Interior de una casa en Aragón. Siguen otros retratos realizados por José Gutiérrez de la Vega y por José María Romero junto con dos escenas costumbristas que pertenecen a Manuel Cabral Bejarano; a Joaquín Domínguez Bécquer  corresponde un Retrato de don Manuel Moreno López. En esta sala se abre un pequeño compartimento donde se expone un grupo de seis paisajes románticos realizados por Manuel Barrón entre los que destaca su célebre Cueva del gato.
      Sala XIV. Finaliza el recorrido del Museo en esta sala, en la que figura un amplio muestrario de pinturas sevillanas de la primera mitad del siglo XX, en el que se incluyen también obras de artistas españoles de esta misma época. Entre los sevillanos se encuentra representado Juan Miguel Sánchez con el Retrato de su esposa, Alfonso Grosso con su célebre Monaguillo, Diego López con Unas sevillanas en el patio, Manuel González Santos con La santera y Santiago Martínez con un Paisaje de Ávila. De José Rico Cejudo son Las floristas en el parque de María Luisa, mientras que a Miguel Ángel del Pino corresponde el Retratro de Javier de Winthuysen. La principal obra de Gustavo Bacarisas, Sevilla en Fiestas, preside esta sala, y cierra la nómina de pintores de esta ciudad. 

   Artistas españoles del siglo XX representados en esta sala son Guillermo Gómez Gil a quien corresponde una Marina. Francisco Soria Aedo autor de Una joven con mantilla y Unos toreros, mientras que a José María Rodríguez Acosta pertenece un Interior con gitanos del Sacromonte. Un pintor importante como el vasco Ignacio Zuloaga está representado aquí con un Retrato de la señora Malinowska y otro del Pintor Uranga. También el extremeño Eugenio Hermoso tiene en esta sala una obra relevante como es La campesina Ana María, al igual que Eduardo Martínez Vázquez tiene su Paisaje de las huertas de Segovia. A Martínez Díaz pertenece una Escena de familia y a Antonio Ruíz Echague un Interior holandés; finalmente, Mariano Benlliure lo es de un Patio árabe [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
     La tipología de la calle Pedro del Toro indica que el camino se adentra hacia una zona bas­tante más popular. Esta sensación se acentúa en la calle Bailén, en la que aquella desem­boca, aunque esta última es calle algo traicionera, pues si por aquí es estrecha y recoleta, hacia atrás, hacia la iglesia de la Magdalena, desde donde viene, se ensancha y se abigarra, se torna populosa y alborotada. En el número 50 se encuentra el Centro de Estudios Andaluces, y en el número uno de Pedro Mártir, que desemboca en Bailén, donde comienza a estrecharse, nació el poeta Antonio Machado. Aquí, a la altura de Pedro del Toro, Bailén discurre pegada a los muros del Museo de Bellas Artes.
El edificio
     La entrada a la pinacoteca se encuentra a la vuelta, en la plaza del Museo, antañón espacio arbolado de estampa amable e íntima, en el centro del cual figura una estatua de Murillo a la que, todos los domingos, los pintores de Sevilla rodean con sus cuadros en un mercado del arte de primera mano para el que es imposible que pueda encontrarse un espacio mejor.
     El museo se encuentra en el edificio del que fuera Real Convento Casa Grande de Nuestra Señora de la Merced y Redención de Cautivos, cuyo solar le fue concedido al fundador de la orden, Pedro Nolasco, por Fernando III, en agradecimiento a la contribución de los mercedarios a la conquista de Sevilla. La construcción actual data de principios del siglo XVIII y se debe a la obstinación de fray Alonso de Monroy, general de la orden, quien encargó el proyecto a Juan de Oviedo, arquitecto y escultor, el cual diseñó un conjunto de carácter barroco, de traza suave y elegante, en el que sobresalen los patios, la iglesia y, de manera principal, la majestuosa escalera. Son tres los claustros que el conjunto reúne: el Mayor, de dos plantas, con arcos de medio punto que apoyan en dobles columnas sobre un murete corrido; el de los Bojes, que comunicaba con el refectorio, también de dos plantas, con arcos igualmente de medio punto pero con apoyo en columnas individuales, y el del Aljibe, junto a la escalera, con la forma de un trapecio irregular. La iglesia tiene una sola nave cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos y crucero, con cúpula semiesférica sobre pechinas. Muy coqueta, los frailes estaban encantados con ella, tanto que llegaron afirmar que era la mejor de España y aún la mejor de Europa.
El Museo
     Este Museo de Bellas Artes de Sevilla es actualmente la segunda pinacoteca de España, después del Museo del Prado, aunque cuenta también con una espléndida muestra de escultura que se remonta al siglo XIV y llega hasta la actualidad, así como de artes decorativas, con piezas, sobre todo, de la sabrosa azulejería sevillana. Se creó en 1835 con el objeto de reunir y exhibir las numerosas obras de arte procedentes de los templos y conventos desamortizados por aquel entonces, inaugurán­dose en 1840. En la actualidad, cuenta con catorce salas, cinco en la planta baja y nueve en la alta.
     Superado el acceso, se inicia el recorrido en la sala I, a la que se llega a través del claustro del Aljibe. Está dedicada al arte medieval y en ella se exhibe una interesantísima colección de esculturas, entre las que destacan, el Cristo del Subterráneo, anónimo, de la primera mitad del siglo XIV, considerado hasta el día de la fecha como el más antiguo de cuantos existen en Andalucía; la Virgen con el Niño, un barro cocido y policromado de la segunda mitad del siglo XV realizado por Lorenzo Mercadante, y un conjunto de piezas de Pedro Millán, entre las que sobresalen el impresionante Llanto sobre Cristo muerto y el Cristo Varón de dolores. Entre la pintura, resultan especialmente llamativos el San Miguel Arcángel, de Juan Hispalense, fechado en 1480, y el tríptico de Cristo con la Virgen y Santa María Magdalena, del maestro de Coteta, datable hacia 1490.
     La sala II se sitúa en el antiguo refectorio del convento y está dedicada al Renacimiento. En ella destacan sobremanera cuatro obras: el Calvario, de Lucas Cranach; la Virgen con el Niño y, más aún, el inmortal San Jerónimo, esculturas las dos de Pedro Torrigiano, y un lienzo de El Greco, el Retrato de Jorge Manuel, su hijo. Pero también son magníficos el Tríptico del Calvario, de Frans Franken I; el Santo Entierro, de Vicente Sellaer; la Adoración de los Pastores, de Lombard Lambert; la deliciosa Sagrada Familia, de autor anónimo, conocido como el maestro del Papagayo, y el ambicioso Juicio Final, de Martín de Vos. Existe también en esta sala un buen número de obras de la escuela sevillana de la época, entre ellas, una Anunciación de Alejo Fernández; el Entierro de Cristo, de Cristóbal de Morales; la Purificación, de Luis de Vargas, el primer sevillano del siglo XVI que logró la consideración de gran maestro en la propia Sevilla, dominada en esta época, en lo que al arte se refiere, por artistas extranjeros; la Sagrada Familia, de Pedro Villegas, también sevillano, y el San Juan Bautista, del portugués Vasco Pereira.
     La sala III ocupa las antiguas bodega y despensa del convento. En ella se han instalado esculturas, relieves y tablas procedentes de retablos de los conventos e iglesias sevillanos desamortizados, algunos casi completos, así como lienzos de pintura sevillana de finales del siglo XVI y principios del XVII. En cuanto a los primeros, destacan las piezas de Andrés de Ocampo pertenecientes al retablo del convento de las Dueñas; el Retablo de la Redención, de Juan Giralte, que estuvo en el convento de Santa Catalina de Aracena, y el Retablo de San Juan, que Miguel Adán talló también para el convento de las Dueñas. Por lo que se refiere a la pintura, esta sala guarda obras de Francisco Pacheco: dos Retratos de dama y caballero en actitud orante; de Alonso Cano: San Fran­cisco de Borja y Las Ánimas del Purgatorio; Francisco Varela: San Agustín; y Velázquez: Retrato de don Cristóbal Suárez.
     La sala IV se dedica especialmente a la pintura manierista sevillana y en ella se recogen muchas de las obras que Alonso Vázquez pintó mano a mano con Francisco Pacheco para decorar el claustro que se encuentra al lado de la sala, es decir, el Mayor del convento de la Merced. Así, pueden verse la Sagrada Cena y San Pedro Nolasco despidiéndose de Jaime I, de Vázquez, y San Pedro Nolasco embarcando para redimir cautivos, de Pacheco. Entre las esculturas, conviene fijarse en el San Juan Bautista niño, del granadino Pedro de Mena. 
     La sala V es la de los grandes pintores sevillanos del XVII. Sin duda, es por ello que ocupa el mejor lugar del convento: la iglesia, que, restaurada, ha recobrado los brillos y fulgores de sus tiempos mejores. La mayor parte de la colección está dedicada a Murillo, cuyos cuadros se reparten por los brazos del crucero y la cabecera del antiguo templo, en la que la maravillosa Inmaculada que el pintor realizó para el convento de San Francisco, llamada la Colosal, preside la reproducción del que fuera retablo de los Capuchinos, en el que figuran también San Félix Cantalicio, San Antonio con el Niño, San Juan Bautista, San José con su Hijo, las santas Justa y Rufina, sosteniendo la Giralda, la Virgen con el Niño y San Buenaventura y San Leandro. Un con­junto sencillamente magnífico que se prolonga a un lado y a otro con lienzos como San Francisco abrazando a Cristo crucificado, Santo Tomás de Villanueva, La Inmaculada del Coro, conocida como La Niña, La Anunciación o la Adoración de los pastores. Murillo pintó mucho para el convento de San Francisco. Después de enviudar, prácticamente fue aquella su casa durante bastante tiempo. Allí tuvo, sobre todo, un amigo, fray Andrés, un hermano lego, probablemente de familia aristocrática. Uno de los cuadros más curiosos que se encuentran en el museo es el de la Virgen de la servilleta, situado en un hueco, especie de antigua capillita, en el brazo derecho del crucero, llamado así porque, según se cree, Murillo lo pintó en una servilleta para regalárselo a su amigo.
     Pero en la antigua iglesia hay muchos cua­dros más de una gran cantidad de pintores. En el muro de los pies, a la izquierda del acceso, aparece el extraordinario retablo que Juan del Castillo, maestro de Murillo, pintó para el convento de Montesión, en el que figuran lienzos como la Asunción de la Virgen, la Adoración de los Reyes o la Adoración de los pastores. De Juan de las Roelas es impresionante el Martirio de San Andrés, pintado para el convento de Santo Tomás, un lienzo de 5,20 x 3,46 m situado ya en la nave, en cuyos testeros izquierdo y derecho sobresalen la Apoteosis de San Hermenegildo, de Herrera el Viejo; la Sagrada Familia, de Juan de Uceda, quien pintó también, junto a Alonso Vázquez, el impresionante Tránsito de San Hermenegildo, y, sobre todo, la serie de lienzos de Zurbarán, entre los que cabe mencionar El Niño de la Espina, el Cristo crucificado del convento de Capuchinos, y la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino, que el artista extremeño pintó para el antiguo colegio de Santo Tomás. Entre las esculturas, hay que fijarse principalmente en una de Juan de Mesa: San Ramón Nonato.
     A la salida de la iglesia, a la izquierda, hay todavía una pequeña sala sin numerar en la que se exhiben las últimas adquisiciones del museo. Aquí pueden verse, entre otras, un Niño Jesús Salvador, nada menos que de Juan de las Roelas; los Desposorios místicos de Santa Catalina, de Francisco Herrera el Viejo; la Virgen del Rosario, de Juan de Uceda, o Vista de Sevilla y Baile en la taberna, de Manuel García Rodríguez.
     Con esta dependencia concluye la planta baja. El resto se encuentra en la alta, a la que se sube por la majestuosa escalera de Juan de Oviedo. La sala VI ocupa la galería en torno al claustro de los Bojes y en ella se prorroga la pintura sevillana del siglo XVII, a la que se añaden obras de otros artistas de fuera. De lo mejor, son los cuadros de Zurbarán: un Crucificado, la Virgen del Rosario y Jesús entre los doctores. Hay tam­bién una serie de santas que siguen su estilo, pero no son de Zurbarán, sino de un seguidor o imitador anónimo. Santo Tomás de Aquino es un buen lienzo de Francisco Herrera el Joven; La circuncisión y Las bodas de Caná, con sus fondos arquitectónicos, de Matías Arteaga, ciudadrealeño formado en Sevilla. De entre los pintores foráneos, sobresalen tres lienzos de José Ribera, una Santa Teresa, un Santiago apóstol y un San Sebastián. Una serie muy lla­mativa en esta sala es la de Las estaciones del año, del madrileño Francisco Barrera, formada por cuatro encantadores bode­gones que representan la primavera, el verano, el otoño y el invierno.
     La sala VII presenta un con­ junto de obras realizadas por Murillo para el convento sevillano de San Agustín y de seguidores del inmortal pintor de la Inmaculada. Aquí figuran Santo Tomás de Villanueva y el Crucifijo, San Agustín con la Trinidad y San Agustín con la Virgen y el Niño. Seguidor de Murillo fue Pedro Núñez de Villavicencio. De él es El aguador niño. La Muerte de Santo Domingo es de Juan Simón Gutiérrez, lo mismo que los lienzos de San Joaquín y Santa Ana. San Agustín y el misterio de la Trinidad es de Esteban Márquez. Francisco Meneses Osorio pintó el San Cirilo de Alejandría en el concilio de Éfeso, el San Juan Bautista niño y el San José con el Niño. De Sebastián Gómez son La Virgen del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, que el artista pintó para el convento de San Pablo, y una Inmacu­lada, del convento de Capuchinos.
     La sala VIII reúne un importante conjunto de obras de Juan Valdés Leal, todas ellas magníficas. Aquí pueden verse la Inmaculada y la Asunción de la Virgen, del convento de San Agustín. De la casa profesa de la Compañía de Jesús proceden varios lienzos con escenas de la vida de San Ignacio de Loyola, entre ellos San Ignacio curando a un poseso, San Igna­cio haciendo penitencia o la Aparición de Cristo a San Ignacio. De la vida de San Jerónimo, Valdés Leal pintó igualmente escenas que estuvieron en el monasterio de San Jerónimo de Buenavista, como el Bautismo de San Jerónimo, y también retratos de algunos frailes, como Fernando de Talavera, Pedro Fernández y Juan de Ledesma. Los Desposorios místicos de Santa Catalina y el Retrato de fray Alonso de Sotomayor fueron pintados para la cartuja de las Cuevas.
     La sala IX está dedicada a la pintura barroca europea, con las escuelas italiana y flamenca como principales representantes. De la primera pueden verse lienzos tan excepcionales como el de Cristo resucitado en el Cenáculo, de Mattia Preti, una obra en la que, mediante el juego de luces y sombras propio del tenebrismo, el artista representa a la perfección la reacción psicológica de los apóstoles ante la aparición del Maestro. En la misma línea está la Decapitación del Bautista, óleo de Giovanni Battista Caracciolo. Deliciosos son los Floreros de Margarita Caffi, tanto como el Bodegón con uvas de Giambattista Ruoppolo. A la pintura flamenca pertenecen dos lienzos de Cornelis de Vos, Adoración de los Reyes y, mejor aún, Retrato de una dama, en el que el pintor logra penetrar a fondo en la psicología del personaje. De Jan Brueguel, hijo de Brue­guel el Viejo, llamado el de terciopelo por su afición a los trajes confeccionados con esta tela y magnífico paisajista, pueden verse Paisaje con animales y Paraíso terrenal, con sus características figuras diminutas que se pierden entre las espesuras y el follaje de los árboles. Pieter Van Lint, entre otros, tiene una mag­nífica Adoración de los pastores y Sebastián Vranckx dos excelentes lienzos de batallas, ambos donación de Rafael González Abreu. 
     La sala X guarda una serie de lienzos que Zurbarán pintó para la cartuja de las Cuevas, así como algunas esculturas procedentes del mismo monasterio. Aquí está la famosísima Virgen de los Cartujos o de las Cuevas, maravillosa de expresividad, de composición y de color. Zurbarán fue el pintor que mejor supo captar el espíritu que guiaba a la Orden de los cartujos, cualidad que se aprecia a la perfección en San Hugo en el refectorio y, sobre todo, en el inolvidable Visita de San Bruno a Urbano II. Entre las esculturas hay que considerar, principalmente, el San Juan Bautista y la Virgen de las Cuevas, ambas de Juan de Mesa.
     La sala XI se extiende por la galería supe­rior que rodea el claustro Grande, mostrando una serie de lienzos de pintores sevillanos del siglo XVIII, aunque hay algunos también del XIX y de foráneos. De los primeros cabe señalar el conjunto de escenas de la vida de san Francisco de Paula que Lucas Valdés pintó para el extinto convento de los Mínimos, como El milagro de la caldera o El milagro de la navegación por el estrecho de Mesina. De Clemente Torres son San Dionisio Aeropagita y San Nicolás de Bari. Domingo Martínez ofrece una Apoteosis de la Inmaculada, que antes estuvo en el convento de San Francisco de Sevilla, y, sobre todo, una serie de ocho cuadros apaisados y de gran tamaño que representan el desfile que se realizó en Sevilla en 1747 para celebrar la coronación de Fernando VI y que le fueron encargados al pintor por la antigua Fábrica de Tabacos. De Andrés Pérez, el más interesante es el Juicio Final, procedente del convento de los Capuchinos. La Aparición de la Virgen a San Bertoldo y la Aparición de la Virgen del Carmen a la comunidad de un convento de Bravante, se deben al onubense de nacimiento Andrés Rubira. De Juan de Espinal hay varias obras procedentes del monasterio de San Jerónimo, así San Jerónimo y Santa Paula fundando conventos en Belén, pero también El Arcángel San Miguel, sin duda un boceto del que debía ir destinado a la escalera del Palacio Arzobispal de Sevilla y que el museo adquirió en 1791. Dos de las obras más importantes de esta sala son el Retrato del canónigo don José Duaso y Asalto en un des­campado, ambas de Goya.
     La sala XII exhibe pintura sevillana del siglo XIX y de otros pintores españoles de la época. Historicismo y costumbrismo priman en el con­junto, como corresponde al momento pictórico, pero también algunos buenos retratos que ponen de relieve la calidad artística de la escuela sevillana de este siglo. Muchos son los pintores cuyos lienzos figuran en esta sala. Uno de ellos es Antonio María Esquivel, con una estupenda colección de retratos, entre ellos el de una Isabel II muy jovencita y el de Don Julián Romea. En el apartado historicista, muy amplio también para este pintor, pueden verse Adán y Eva o José y la mujer de Putifar; también una Santa María Magdalena espléndida. De José Villegas son también muy buenos los retratos, entre ellos los cinco de Lucía Monty en distintos momentos de su vida, desde casi la adolescencia hasta la madurez. Gonzalo Bilbao muestra igualmente un buen número de cuadros. Aquí están La casta Susana, el Retrato de Alfonso XIII y, sobre todo, Las cigarreras, una de sus obras más famosas. Hay tres Bécquer en esta sala: el padre de Gustavo Adolfo, el poeta; Valeriano, su hermano, y Joaquín, primo del pri­mero. De los tres se conservan distintas obras, la más célebre de las cuáles es el retrato que Valeriano le hizo a su hermano Gustavo Adolfo. Las salas XIII y XIV reúnen obras de pin­tores del siglo XX, tanto sevillanos como foráneos. Hay un Autorretrato de Gustavo Bacarisas, del que se conserva también Sevilla en fiestas. De Alfonso Grosso está su archifamoso Monaguillo. De José María Labrador, Gitanos. El Retrato del pintor Uranga es de Zuloaga; también el de la señorita Malinowska. Vázquez Díaz figura con Juan Centeno y su cuadrilla; José María Rodríguez Acosta con Interior con gitanos del Sacromonte; y Joaquín Sorolla con Tipo de Avilés.
     Conviene advertir que, aunque abiertas al público, las cuatro últimas salas se encuentran en un proceso de remodelación por parte del museo, motivo por el que cabe la posibilidad de que algu­nos de los artistas citados o de sus obras no se encuentren exactamente en el lugar señalado. Por otra parte, la Junta de Andalucía tiene el proyecto de ampliar el actual edificio añadiéndole el del palacio de Monsalves, anexo al mismo. Aunque no existe aún ni siquiera una fecha aproximada de la operación, no cabe duda de que esta circunstancia obligará a cambiar la actual distribución de las obras expuestas (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Festividad de la Virgen de la Merced o Nuestra Señora de las Mercedes;
   La Virgen de la Merced o Nuestra Señora de las Mercedes es una advocación, que deriva del latín merces, que significa: dádiva, gracia, por lo que puede entenderse como Nuestra Señora de la Misericordia. San Pedro Nolasco, un joven mercader de telas de Barcelona, empezó a actuar en la compra y rescate de cautivos, vendiendo cuanto tenía en 1203. Se dice que el uno de agosto de 1218, fiesta de San Pietro ad Vincula, tuvo una visita de la Santísima Virgen, dándose a conocer como La Merced, que lo exhortaba a fundar una Orden religiosa con ese fin principal de redimir a cristianos cautivos de los musulmanes y piratas sarracenos. San Pedro Nolasco consumó la creación de la Orden de la Merced en la Catedral de Barcelona con el apoyo del rey Jaime I el Conquistador y el asesoramiento del dominico canonista San Raimundo de Peñafort, el diez de agosto de ese mismo año 1218: recibieron la institución canónica del obispo de Barcelona y la investidura militar del rey Jaime I el Conquistador. El Papa Gregorio IX de Segni, quien aprobó la orden el diecisiete de enero de 1235, con la Regla de San Agustín. En 1245, muere el fundador.  
     Se tienen testimonios de esta advocación mariana en medallas desde mediados del siglo XIII. En las primeras Constituciones de la Orden, de 1272, redactadas en Capítulo General, la Orden recibe ya el título de Orden de la Virgen de la Merced de la Redención de los cristianos cautivos de Santa Eulalia de Barcelona. La devoción a la Virgen de la Merced se difundió a partir de la fundación de la Orden como un reguero de pólvora por Cataluña y por toda España, incluida Cerdeña, por Francia y por Italia, con la labor de redención de estos religiosos y sus cofrades.  Con la evangelización de América, en la que la Orden de la Merced participó desde sus mismos inicios, la devoción se extendió y arraigó profundamente en todo el territorio americano. La fiesta dedicada a su patrona fue instituida a instancias de los mercedarios como acción de gracias por la fundación de la Orden. La primera concesión a los mercedarios de un Oficio para esta fiesta se hizo el cuatro de abril de 1615.  Inocencio XI Odescalchi la extendió a la Iglesia española en 1680 e Inocencio XII Pignatelli a toda la Iglesia Latina el doce de febrero de 1696. Reducida en 1960 a simple conmemoración en la reforma del Beato Juan XXIII, fue suprimida del calendario universal e incluso nacional de España en el del uso ordinario de 1969 (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
   Si quieres, por Amor al Arte, déjame, ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo de Bellas Artes - (Antiguo Convento de la Merced Calzada), de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Horario de apertura del Museo de Bellas Artes:
     Lunes cerrado   
     De Martes a sábado de 09:00 a 20:00
     Domingos y festivos de 09:00 a 15:00
     Cerrado: 1 y 6 de enero, 1 de mayo y 24, 25 y 31 de diciembre

Página web oficial del Museo de Bellas Artes: www.museosdeandalucia.es/web/museodebellasartesdesevilla



El Museo de Bellas Artes, al detalle:
     Portada

     Vestíbulo
           Enmarcamiento cerámico para puerta, de Hernando de Valladares
           Panel cerámico de Santo Obispo, anónimo
           Panel cerámico de Santa Mónica, anónimo           
             
           Panel cerámico con el emblema de San Lucas, del taller de Francisco Niculoso Pisano
           Panel cerámico con el emblema de San Marcos, del taller de Francisco Niculoso Pisano

           Panel cerámico de la Inmaculada con dos monjas mercedarias, anónimo
           Panel cerámico de Nuestra Señora del Pópulo, anónimo
           
     Sala I
                        San Andrés y San Juan Bautista
                        San Antonio Abad y San Cristóbal
                        Santa Catalina y San Sebastián
                        San Jerónimo y San Antonio de Padua     
                        Santa Catalina de Alejandría
                        San Miguel arcángel
                        El Nacimiento de Jesús
                        Santa Marta
                        San Francisco de Asís                  
                             Camino del Calvario
                             La Crucifixión
                             La Flagelación
                             La Oración en el Huerto                                             
                             La Piedad
          San Juan Bautista, de Bartolomé Bermejo
          San Miguel Arcángel, atribuido a Juan Hispalense
              
     Sala II (antiguo Refectorio)
          Adoración de los Pastores, anónimo del círculo de Lambert Lombard
          Anunciación, de Alejo Fernández
          Retablo del Convento de San Agustín
                        Juicio Final, de Martin de Vos
                        San Agustín
                        San Francisco                        
                        Anunciación
                        Coronación de Espinas
                        Lágrimas de San Pedro
                        Oración en el Huerto
                        Padre Eterno
                        Resurrección
                        San Juan
                        San Lucas
                        San Marcos              
                        San Mateo    
          San Jerónimo penitente, de Pedro de Campaña
                         Calvario
                         Camino del Calvario
                         Descendimiento
                         San Bernardo
                         Virgen con el Niño    
          Virgen del Reposo, anónimo      
             
     Sala III
          Inmaculada, de Alonso Vázquez
                        Bautismo de Cristo
                        Decapitación del Bautista
                        Jesús curando a los enfermos
                        El precursor presentado a Cristo
                        Predicación del Bautista                  
          Sagrada Familia, de Pedro Villegas Marmolejo    
                
    Sala IV
          Desposorios místicos de Santa Catalina, de Francisco Herrera el Viejo
          Niño Jesús vestido, anónimo del círculo de Francisco Dionisio de Rivas
          Retrato de Don Cristóbal Suárez de Ribera, de Diego de Silva Velázquez
          Sagrada Familia con San Juan Bautista y Santo Domingo, de Angelino Medoro
          San Juan niño servido por dos ángeles, de Juan del Castillo
          Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, de Juan de Roelas
         
         Desembarco de cautivos redimidos por San Pedro Nolasco (reproducción), de Francisco Pacheco
         Presentación de Colón a los Reyes Católicos en el Salón del Tinell de Barcelona, de Susillo
         San Pedro Nolasco embarcando para redimir cautivos (reproducción), de Francisco Pacheco
         San Pedro Nolasco redimiendo cautivos (reproducción), de Alonso Vázquez
         Zócalos cerámicos, de Hernando de Valladares
  
          Anunciación, de Bartolomé Esteban Murillo
          Apoteosis de San Hermenegildo, de Francisco de Herrera el Viejo
          Inmaculada Concepción - La Colosal, de Bartolomé Esteban Murillo
          Inmaculada Concepción del coro - "La Niña", de Bartolomé Esteban Murillo
          Inmaculada del Padre Eterno, de Bartolomé Esteban Murillo
          Retablo Mayor del Convento de Monte Sión, de Juan del Castillo
                        Adoración de los Pastores
                        Adoración de los Reyes Magos
                        Anunciación
                        Asunción de la Virgen                        
                        Visitación                        
          San Félix Cantalicio y el Niño, de Bartolomé Esteban Murillo
          San Francisco abrazado a Cristo, de Bartolomé Esteban Murillo
          San José y el Niño, de Bartolomé Esteban Murillo
          San Juan Bautista en el desierto, de Bartolomé Esteban Murillo
          Virgen de la Servilleta, de Murillo          
   
               
     Sala VI
          Escritorio, tallado dorado y policromado sobre soporte de Taquillón, anónimo
          Inmaculada, de Ignacio de Ríes
          El niño de la espina, de Francisco de Zurbarán
          Niño Jesús dormido, de Cornelio Schut
          San Jerónimo penitente en su estudio, de Sebastián de Llanos Valdés
          San Joaquín, de Juan Simón Gutiérrez
          Santa Ana, de Juan Simón Gutiérrez 
          Santa María Magdalena, de José Antolínez          
          Santiago el Menor, de Francisco Polanco
          Santo Tomás de Aquino, de Herrera el Joven          
                         
     Sala VII
          Dolorosa, de Murillo
          Estigmatización de San Francisco, de Bartolomé Esteban Murillo
          Inmaculada, de Bartolomé Esteban Murillo
          San Agustín y la Trinidad, de Bartolomé Esteban Murillo
          San Agustín con la Virgen y el Niño, de Bartolomé Esteban Murillo
          San Jerónimo penitente, de Murillo                   
          
     Sala VIII
          Aparición de Cristo a San Ignacio camino de Roma, de Valdés Leal
          Aparición de la Virgen a San Ignacio en Pamplona, de Valdés Leal 
          Asunción de la Virgen, de Valdés Leal
          Asunción de la Virgen, de Valdés Leal
          Desposorios místicos de Santa Catalina, de Valdés Leal
          Flagelación de San Jerónimo, de Valdés Leal
          Fray Hernando de Talavera, de Valdés Leal
          Fray Pedro de Cabañuelas, de Valdés Leal              
          Inmaculada, de Valdés Leal
          El mercedario Alonso de Sotomayor y Caro, de Valdés Leal
          San Francisco recibiendo la ampolla del agua, de Valdés Leal
          San Ignacio exorcizando a un endemoniado, de Valdés Leal
          San Juan Bautista niño, de Pedro de Mena
          El taller de Nazaret, de Valdés Leal
          Tentaciones de San Jerónimo, de Valdés Leal
           
     Sala IX
          Adoración de los Pastores, de Pieter Van Lint
          Paseo a orillas del río, de Jan Wildens
          Retrato de una dama, de Cornelis de Vos
          Santiago apóstol, de José de Ribera
          
     Sala X
          San Hugo en el refectorio, de Zurbarán
          San Jerónimo, de Zurbarán
          San Juan Bautista, de Juan de Mesa        
          Virgen de las Cuevas, de Juan de Mesa          
          La Virgen de las Cuevas, de Zurbarán                
          Visita de San Bruno a Urbano II, de Zurbarán          
     
     Sala XI
          Apoteosis de la Inmaculada, de Domingo Martínez
          Arquimesa: Escritorio y Bufete, anónimo
          Autorretrato, de José Villegas Cordero
          Autorretrato, de Antonio Cabral Bejarano
          Carro del Fuego, de Domingo Martínez
          Carro del Agua, de Domingo Martínez
          Carro del Aire, de Domingo Martínez
          Carro de la Tierra, de Domingo Martínez
          Carro del Parnaso, de Domingo Martínez
          Carro del Víctor y del Parnaso, de Domingo Martínez
          Inmaculada, del círculo de Pedro Duque Cornejo
          Retrato Milagroso de San Francisco de Paula, de Lucas Valdés
          San Francisco confortado por un ángel, de Domingo Martínez       
          San Jerónimo abandonando a su familia, de Juan de Espinal
          San Miguel Arcángel, de Juan de Espinal
          Trampantojo, de Pedro de Acosta
          Virgen del Rosario, de Domingo Martínez          
          Yo Villegas, de José Villegas Cordero                 
         
     Sala XII
           La muerte del maestro, de José Villegas Cordero
           Pajes de la Dogaresa, de José Villegas Cordero
           Pareja de baile sevillana, de García Ramos
           Pareja de majos, de José Gutiérrez de la Vega
           Retrato de Lucía Monti, de José Villegas Cordero
           Retrato de Lucía Monty, de José Villegas Cordero
           Retrato de la señora Carriquirre, de Antonio María Esquivel
           Triana, de Emilio Sánchez Perrier 
           Vista de Sevilla, de Nicolás Jiménez Alpériz           
           Vista de Sevilla, de Manuel García Rodríguez
            
     Sala XIII
          La casta Susana, de Gonzalo Bilbao
          Claustro mayor de la Merced Calzada de Sevilla, de Gonzalo Bilbao
          San Juanito dormido, de Carmen Jiménez Serrano
          Sevillana en su patio, de Diego López          
          La toilette, de Gonzalo Bilbao
     
     Sala XIV
           Bailarina Antonia la gallega, de Zuloaga
           Escena de familia, de Rafael Martínez Díaz
           Interior holandés, de Antonio Ortiz Echagüe
           Paisaje de Segovia - "Las Huertas", de Eduardo Martínez Vázquez
       
     Patio de las Conchas (antigua Sacristía)

     Almacenes
          Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco, de Alonso Miguel de Tovar
          Inmaculada, del taller de Murillo
          Inmaculada, de Cornelio Schut
          Retrato de Conchita, de José Rico Cejudo
          Sagrada Familia con San Juan Bautista y Santo Domingo, de Angelino Medoro
          Santa Catalina de Siena y Santa Lucía, de Francisco Varela

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