Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

   Otra Experiencia con ExplicArte Sevilla :     La intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla" , presentado por Ch...

sábado, 31 de octubre de 2020

La pintura "Autorretrato", de Antonio Cabral Bejarano, en la sala XI del Museo de Bellas Artes

   Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Autorretrato", de Antonio Cabral Bejarano, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.  
   Hoy, 31 de octubre, es el aniversario (31 de octubre de 1798) del nacimiento de Antonio Cabral Bejarano, autor de la obra "Autorretrato", así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "Autorretrato" de Manuel González Santos, en la sala XI, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala XI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Autorretrato", de Antonio Cabral Bejarano (1798-1861), siendo un óleo sobre lienzo, de estilo costumbrista, realizado en 1851, con unas medidas de 0'55 x 0'42 m., y procedente de la donación de Dº Alfonso Lasso de la Vega y Pedroso, en 2013 (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
Conozcamos mejor al autor y protagonista de la pintura "Autorretrato", Antonio Cabral Bejarano;    
   Antonio Cabral Bejarano (Sevilla, 31 de octubre de 1798 – 1861). Pintor y profesor.
   Se le considera uno de los creadores en Sevilla del género de la pintura costumbrista. Su formación inicial fue junto a su padre, el también pintor Joaquín Cabral Bejarano (de quien hereda el gusto por copiar a Murillo), y la asistencia a las clases de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, de la que fue profesor de perspectiva desde 1825. Durante el Trienio Liberal apoyó los actos públicos que defendían el sistema en Sevilla y fue autor del Retrato del general Riego que se paseó por la ciudad en 1821. Decoró también varias arquitecturas efímeras de celebración pública al aire libre. Miembro fundador del Liceo sevillano y colaborador en todas las exposiciones que convocaba, en donde presentó sobre todo escenas costumbristas, como las del año 1838: Un majo, Retrato de Govantes, Ruinas góticas, y el boceto de la Degollación de San Juan Bautista. En 1840 realizó el Retrato de Murillo, y Rinconete y Cortadillo (encargo del marqués de los Llanos). En la de 1841 también presentó Un majo y una maja, dos copias de Murillo representando a las Santas Justa y Rufina (en colaboración con Manuel Barrón) y una Escena de duendes.
   Impulsor y creador del Museo de Bellas Artes, fue su primer director y restaurador de pinturas, lo que le proporcionó un gran conocimiento de la pintura religiosa por su cercanía. Era ya un pintor reputado, cuando, a los treinta y siete años, solicitó a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid que le admitiera a realizar las pruebas oportunas para conseguir el título de académico de mérito por la pintura de historia. Lo obtuvo en 1836 tras pintar para la ocasión un cuadro que representa La degollación de San Juan Bautista, obra que estuvo presente en la exposición del año 1840.
   En 1837 pidió la intervención de la Academia madrileña ante sus pretensiones de ascenso en el escalafón de la de Sevilla. En 1850 fue nombrado académico de esta última, y llegó a ser su director.
   En su faceta como pintor de género religioso pintó para la iglesia del colegio dominico de Regina de Sevilla, y para el altar mayor de la iglesia del convento de la Trinidad tres lienzos representando La Santísima Trinidad, San Juan de Mata y San Pedro Valois; también pintó en 1850 para la capilla de San Telmo por encargo del duque de Montpensier. Como retratista hizo los de Francisco Herrera el Viejo (en la Academia de Bellas Artes de Sevilla), el del cardenal Francisco Javier Cienfuegos y Jovellanos, y el suyo propio (Museo del Romanticismo de Madrid). En 1843 retrata a María Cristina de Borbón y a Isabel II (en el Archivo de Indias de Sevilla); también pintó a Joaquín Pérez de Seoane, a Inés Rivero de la Herranz, y al párroco Matías de Espinosa, así como al Marqués de Arco Hermoso y su familia (1838). Es en el género costumbrista en el que alcanza mayor reconocimiento: El patio de Monipodio (Museo de Montevideo), y escenas con majos y majas. Obras suyas han figurado y figuran en bastantes colecciones particulares, y la Biblioteca Nacional de España conserva un dibujo del torero Francisco Montes Paquiro (Esperanza Navarrete Martínez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Autorretrato", de Antonio Cabral Bejarano, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

viernes, 30 de octubre de 2020

La imagen "La Fortaleza" de Juan de Solís - Juan de Mesa, en la sala X del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "La Fortaleza", de Juan de Solís - Juan de Mesa, en la sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
    El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala X del Museo de Bellas Arte podemos contemplar la imagen "La Fortaleza", obra de Juan de Solís (h. 1580 - h. 1621), siendo un talla de bulto redondo en madera de cedro policromada en estilo barroco, ejecutada en 1618, con unas medidas de 0'80 m., y procedente del Monasterio de Santa María de las Cuevas, tras la Desamortización (1835).
      Virtud de la Fortaleza (guerrera). Figura de tamaño mitad del natural. Recostada sobre un plano inclinado, va vestida a la heroica, con casco y loriga. En el brazo izquierdo, escudo y una maza en la mano derecha (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   Ya hemos visto como, en el último tercio del siglo XVI, los maestros manieristas Villoldo, Vázquez, Pesquera, Fernández, Adán, etc., seguidos de sus discípulos Núñez Delgado, Ocampo y Oviedo, producen un arte que, aunque todavía está preocupado por la tradición clasicista, tiende hacia un naturalismo que triunfará en la genial figura de Juan Martínez Montañés, que hará una escultura claramente barroca, consecuencia de las nuevas exigencias artísticas de la sociedad hispalense, llena de aportaciones realistas que llevan a una producción que se va a caracterizar por la elegancia y belleza formal.
   Este camino del realismo, abierto por Montañés, se verá plenamente realizado por sus discípulos y seguidores. A la cabeza de todos figura Juan de Mesa, de gran dramatismo expresivo; a su lado, Francisco de Ocampo, fidelísimo seguidor y profundo colaborador del maestro, autor del celebérrimo Crucificado del Calvario; y con ellos, el granadino Alonso Cano, formado en Sevilla, que busca, en sus obras hispalenses, mayor dinamismo y riqueza compositiva, habiéndonos legado, entre otras, la maravilla del retablo de Lebrija, con la Virgen de la Oliva. Especialísimo papel jugaron, en la difusión de los nuevos conceptos escultóricos, una serie de autores que se agrupan en el llamado «Círculo montañesino». Entre ellos destacan con luz propia: el clérigo Juan Gómez, autor del Crucificado de la Campana; el leonés Alfonso Martínez, quien nos legó la gran Inmaculada de la Catedral hispalense; Luis Ortiz de Vargas, el continuador de las obras inconclusas de Juan de Mesa; Jacinto Pimentel y Juan  de Remesal, colaboradores en el taller de Francisco de Ocampo; y, por último, el también clérigo Juan de Solís, colaborador con Montañés en las obras de la Cartuja de las Cuevas de Sevilla.
   Paralelamente, el mundo de la retablística irá todavía, durante la primera mitad del XVII, vinculado a los cánones tardomanieristas, apareciendo las grandes máquinas arquitectónicas del propio Martínez Montañés, las de Diego López Bueno y, sobre todo, las del jesuita Alonso Matías, que imponen la línea purista y que enlazan con las ya iniciales del barroco que produjeron Luis de Figueroa, Pablo Legot y Alonso Cano, camino que continuarán Felipe de Ribas y Francisco Dionisio de Ribas.
   Ya situados en la mitad del seiscientos, van a aparecer en el panorama escultórico hispalense los dos introductores definitivos de los cánones barrocos. Uno será José de Arce, que aportará a la escuela los tintes de corte europeo, colaborando con Montañés y legándonos las imágenes de la Cartuja de Jerez o del Sagrario hispalense, llenas de movimiento y grandilocuencia. El otro, sevillano, que se convertirá en la gran figura del barroco en la segunda mitad del siglo, es Pedro Roldán, con abiertas composiciones que se difundirán desde su fecundísimo taller, en el que trabajarán su hija Luisa «La Roldana» y su nieto Pedro Duque Cornejo. El panorama barroco se completa con Francisco Antonio Ruiz Gijón, el heredero de Arce, Ribas y Roldán, y autor del famoso Cristo del Patrocinio, el conocido popularmente como «Cachorro». Junto a ellos, y con su colaboración, surgirá el retablo plenamente barroco, sobresaliendo la figura de Bernardo Simón de Pineda, el autor del retablo del hispalense Hospital de La Caridad, seguido por sus colaboradores los Barahona y Cristóbal de Guadix, quien nos legó el retablo Mayor de la iglesia de San Vicente.
   La propia sociedad sevillana, tan barroca, impuso la perduración del estilo durante el siglo siguiente y, con sus encargos para Hermandades y Cofradías, propició el trabajo de maestros barroquistas como Jerónimo Balbás, autor, junto con Duque Cornejo, del desaparecido retablo Mayor del Sagrario; Luis de Vilches, discípulo de ambos; los Medinilla, José Montes de Oca, Cayetano de Acosta, Hita del Castillo. Finalmente, Cristóbal Ramos, aún barroquista, pero con vinculaciones ya neoclásicas.
   Pocas y confusas son las noticias aparecidas hasta hoy sobre la vida y la obra de Juan de Solís, maestro imaginero, licenciado y presbítero, que debió nacer en el último tercio del siglo XVI en Jaén y que ha sido puesto en relación con otros escultores del mismo apellido que laboraron en la capital del Santo Rostro en el cambio de siglo.
   Trasladado a Sevilla, entra a formar parte del grupo de jóvenes artistas que trabajaron bajo la tutela de Martínez Montañés, tal como nos lo cuenta Ceán Bermúdez, quien, siguiendo a Ponz, afirma que, entre 1617 y 1618, trabajó con Montañés, ayudándole «en las obras que éste realizaba para la Cartuja de Santa María de las Cuevas... imitando las máximas y el estilo de su maestro».
   Gran cantidad de obras le son atribuidas a este «Solís, escultor, vecino de Sevilla» , en su tierra natal y en otras localidades, entre ellas la Sillería del Coro del convento de carmelitas de la Puebla de Montalbán, realizada hacia 1610; el retablo de Lerma y, sobre todo, la Inmaculada, de hacia 1615, hecha para las Descalzas Reales de Madrid.
   Entre los bienes desamortizados que ingresaron en la pinacoteca hispalense antes de 1840 figuran estas cuatro esculturas de las Virtudes Cardinales, procedentes del remate de los retablos colaterales del Coro de los legos de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, de Sevilla, para donde fueron talladas por Solís en 1618, cuando allí trabajó en compañía de Montañés y de Juan de Mesa, como demostraron el manuscrito del «Protocolo del  Monasterio...» dado a conocer por Martín Rincón y el estudio de Cuartero.
   Recostadas sobre ménsulas, con una actitud absolutamente miguelangelesca, iconográficamente son muy interesantes por los atributos que portan algunas de ellas. La Prudencia, interpretada a veces como representación de la Juventud, se recuesta apoyando su brazo derecho en tierra, mientras que, amorosamente, sostiene una orgullosa paloma con la mano izquierda. Debió formar pareja con La  Templanza, tenida a veces como la Vejez, de fuerte composición y dura postura. La otra pareja, de tratamiento escultórico más dinámico, está compuesta por La Justicia, con un sol en la mano derecha y un libro abierto en la contraria, mientras que La Fortaleza, una de las mejores del grupo, va vestida al gusto heroico clásico, con casco, coraza, clava y singular escudo con umbo leonino.
   En todas ellas destaca la fina policromía, las exquisitas cabezas con decididas expresiones en los rostros y el minucioso estudio anatómico, muestras del buen oficio que alcanzaron Juan de Solís y los demás jóvenes escultores que tuvieron la suerte de formarse y trabajar con Montañés (Enrique Pareja, Escultura en Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de Juan de Mesa, a quien se le atribuye la obra reseñada;
     Juan de Mesa y Velasco, (Córdoba, 26 de junio de 1583 bautizo – Sevilla, 24 de noviembre de 1627). Escultor e imaginero.
     Juan de Mesa y Velasco fue el más destacado de los discípulos de Juan Martínez Montañés y uno de los maestros más significativos de la escultura e imaginería barroca tanto andaluza como española, pudiéndose considerar como el prototipo del imaginero.
     Su obra ha sido estudiada por el profesor Hernández Díaz, quien con sus escritos colocó al maestro en el lugar que debió ocupar entre sus contemporáneos.
     Asimismo, Villar Movellán se ha acercado a Juan de Mesa tratando de buscar explicaciones a algunos interrogantes que existen sobre su vida, interrogantes que fueron puestos en valor en las III Jornadas de Historia del Arte organizadas por el Área de Historia del Arte de la Universidad de Córdoba, en noviembre del 2002, para conmemorar los 375 años de la muerte del ilustre escultor bajo el título Juan de Mesa (1627- 2002). Visiones y Revisiones.
     Muy poco es lo que se conoce de la vida de Juan de Mesa, sobre todo de sus años de juventud. Se sabe que fue bautizado en Córdoba, en la Iglesia de San Pedro, el día 26 de junio de 1583 y que sus padres fueron Juan de Mesa y Catalina de Velasco. Existen todavía dudas acerca de su primera formación artística, habiéndose generalizado la idea de que antes de llegar al taller de Montañés debió haber estado en el de otro maestro, que acaso fuera Andrés de Ocampo, ligado a Córdoba por lazos profesionales y familiares, donde también habría coincidido con el granadino Alonso de Mena.
     Pero nada se sabe con certeza de él hasta que aparece afincado en Sevilla en 1607. Este año firma el 7 de noviembre un contrato de aprendizaje con Juan Martínez Montañés. Cuando esto sucede, llevaba un año y cinco meses trabajando con el maestro; con esta escritura pretendía formalizar su contrato de aprendizaje por tres años más; para ello necesitó un curador ad litem, pues era huérfano, función que fue asumida por el ensamblador Luis de Figueroa. Esto significa que entró en el taller de Montañés en 1605 y que saldría el uno de noviembre de 1610. También está documentada en estos primeros años la adquisición, el día 18 de febrero de 1615, de tres trozos de madera de cedro y algunos meses después, en octubre, se comprometía a tallar una imagen de San José itinerante con el Niño para el mercedario de Fuentes de Andalucía fray Alonso de la Concepción.
     Se desconoce lo que hizo Juan de Mesa entre 1610 y 1615, ya que el contrato de aprendizaje con Martínez Montañés caducó en 1610. En esta fecha, Mesa tenía ya capacidad para contratar y montar taller aunque no se tengan noticias de su examen de escultor. Se piensa que durante estos años permaneció en el taller de Montañés, como oficial, argumentándose incluso para ello razones de tipo psicológico, como sería el carácter retraído del escultor y su necesidad de protección y cariño.
     Por otra parte, la estética y la iconografía de Juan de Mesa no se entenderían sin su aprendizaje junto a Martínez Montañés; el aprendizaje montañesino dotó a Juan de Mesa de un excelente bagaje técnico, tan magníficamente asimilado que le permitió alcanzar niveles similares a los de su maestro. No obstante, hay que reseñar que el imaginero cordobés introdujo en el ambiente sevillano un temprano barroquismo, un realismo crudo y un especial sentido de lo patético que, como ha señalado Villar Movellán, son inigualables y nuevos en Sevilla.
     En 1615 tenía Mesa 32 años, edad muy madura para que un maestro del seiscientos decidiera emprender su vida independiente, circunstancia por otra parte no sorprendente cuando el artista se encuentra integrado en un amplio taller, pero llamativa en un hombre que, como indicara Hernández Díaz, es capaz de acometer entre 1618 y 1627 la ejecución de once crucificados, todos ellos piezas maestras.
     Anteriormente, en 1613, había casado Juan de Mesa con María de Flores y vivían en la collación de Omnium Santorum; ello presupone la posesión de cierta estabilidad económica, la cual pudo haberla conseguido trabajando como oficial, en el taller de Martínez Montañés. Pero su hacienda debía de ser algo más saneada que la de un simple oficial ya que en 1616 se cambió a la collación de San Martín, a unas casas del artista Diego López Bueno, en las que vivió hasta su muerte. Ello evidencia que no era el hogar de un principiante, sino que sería un taller en toda regla del que saldría toda su producción posterior.
     Los primeros datos que se conocen de este taller datan de 1616, momento en que firmaron contrato de aprendizaje Juan Vélez y Lázaro Cano; según estos contratos, habrían de permanecer junto a él unos siete años. Además existen referencias documentales de que Juan de Vargas, Francisco de la Puerta y Felipe de Ribas estuvieron trabajando con él como aprendices; como oficiales sólo se conocen dos, Miguel de Descurra y Manuel Morales; pero su colaborador más directo y aventajado fue su cuñado, el ensamblador Antonio de Santa Cruz. A su muerte, el taller fue arrendado a Luis Ortiz de Vargas y Gaspar Ginés, quienes también se quedaron con parte de los dibujos del maestro, pasando los útiles de trabajo a su cuñado y colaborador Antonio de Santa Cruz.
     Las primeras obras de Juan de Mesa siguen siendo una incógnita, aun cuando actualmente se tiene mejor conocimiento de su actividad como imaginero. El contrato de aprendizaje con Martínez Montañés caducó en 1610 y la primera obra documentada data del 1615 que es el momento en que se compromete a realizar la talla de San José con el Niño para los mercedarios de Fuentes de Andalucía. Pero publicaciones recientes han puesto de manifiesto que, con anterioridad a esta obra, Juan de Mesa había ejecutado un San José y una Inmaculada para el Convento de San José del Carmen de Sevilla; estas obras ofrecen algunos interrogantes; en especial, el San José con el Niño del que Villar Movellán ha dicho “que no se ajusta al temperamento y potencia peculiares de las imágenes de Mesa y que se halla, en cambio, muy cerca de las obras montañesinas”. Por el contrario, la Inmaculada carmelitana ofrece una frescura muy acorde con un maestro lleno de ilusiones tempranas como es Juan de Mesa en esos momentos. El estilo de esta imagen ha permitido identificar la Virgen con el Niño del hospital complutense de Antezana como obra del maestro, fechada en 1611, y de la que Luna Moreno ha dicho, al compararla con la carmelitana, que “parece una versión simplificada de la escultura de la Virgen de la Misericordia, o bien ésta una versión enriquecida de aquella”.
     Esta imagen explica por su calidad el auge paulatino que fue adquiriendo la imaginería mesina hasta llegar a la eclosión de 1618-1623. Por otra parte, en este grupo de obras, realizado hacia 1610-1611, está casi plenamente definido el estilo del maestro, de tal forma que incluso la Inmaculada carmelitana ha sido fechada en plena madurez del artista.
     El San José de la parroquia de Santa María de las Nieves de Fuentes de Andalucía es su primera obra documentada; concertada en 1615 con los mercedarios de la citada localidad, es una pieza de gran importancia, pues muestra su dependencia con respecto al maestro; sin embargo, revela unas cualidades y una forma de hacer y tallar la madera totalmente distintas.
     Juan de Mesa se obligaba a realizar estas esculturas de madera de cedro, sin estofar ni encarnar. Se ajustó al precio de 70 ducados y con la condición de entregarla el 30 de noviembre de 1615. La iconografía muestra al patriarca guiando al Niño, siendo una de las primeras representaciones icónicas de este tema en la escuela sevillana. Mesa ha representado a san José joven, rechazando la tendencia de algunos hagiográficos que preferían efigiarlo anciano.
     Otra obra significativa del maestro en estos años es el San Blas de la iglesia conventual de Santa Inés de Sevilla, de la que no existe contrato y que se fecha en 1617; sin embargo, ello no impide que se tenga como obra del maestro, ya que el tratamiento del rostro, el arrogante porte y la magnífica indumentaria pontifical denotan su inconfundible mano. Un año después, el 11 de enero de 1618, se comprometía con los religiosos de San Juan de Dios a ejecutar una imagen de San Carlos Borromeo, en madera de cedro, de dos varas de alta, insignias cardenalicias y crucifijo en la mano izquierda. Tenía que realizarla en un plazo de cuatro meses y cobraría por ella 600 reales. Hernández Díaz la ha identificado con el San Carlos Borromeo que se venera en la iglesia del Hospital de Nuestra Señora de la Paz, en Sevilla.
     A partir de 1618 se puede situar la etapa de madurez del artista, durante la cual realizará un número importante de imágenes, todas ellas de una calidad excepcional. De tal manera que la etapa que va de 1618 hasta 1623 ha sido designada por Hernández Díaz “el lustro magistral”, etapa en la que realiza una serie de obras excepcionales con las que ha pasado a la historia de la escultura como el imaginero de la Pasión y el dolor. Así, en mayo de 1618, el día 13, concierta con Juan Francisco Alvarado y otras personas realizar dos imágenes: un Cristo crucificado y una figura de la Virgen. Tenía que ejecutarlas en un plazo de tres meses y cobraría por ellas 1000 reales. La escritura especifica cómo tenían que ser las imágenes y cómo serían talladas por él sin que interviniera ningún oficial. El 4 de junio de 1620 se otorgaba carta de pago. Se trata de una interesante talla de Jesús en la Cruz que se venera en la Iglesia del Divino Salvador de Sevilla bajo la advocación del Amor. Es la imagen titular de una cofradía penitencial y Juan de Mesa hizo una imagen procesional de acuerdo con los preceptos tridentinos, en la que cabe destacar su intenso dramatismo, su fuerte expresión y su gran realismo, unidos a una anatomía muy cuidada, copiada del natural.
     A esta imagen siguieron hasta diez crucificados que contrató entre 1618 y 1627.
     En el año 1619 talló el Crucificado de la Conversión del Buen Ladrón de la iglesia del Montserrat de Sevilla, segundo crucificado que realizó el maestro y en el que crea un tipo distinto del montañesino, que luego repetirá en el Crucificado de Vergara.
     Los crucificados ocupan un lugar destacado en su producción. Son imágenes de iconografía pasionista destinadas a procesionar por las calles; son modelos que partiendo de los creados por Montañés, expresan toda la fuerza dramática del proceso y muerte de Jesús.
     En los diversos crucificados salidos de sus manos, el imaginero ha sabido reflejar distintos momentos de la Crucifixión, de ahí que los represente, en unos casos, vivo, y en otros muerto, pero todos ellos muestran el dominio que el maestro tiene de la anatomía humana; con frecuencia van inscritos en un triángulo, prefiriendo el uso de los tres clavos, hecho que imprime movimiento al cuerpo, en el que se acusan los músculos, tendones y venas, según corresponde a la tensión que supone la sujeción a un madero.
     La belleza y perfección del desnudo apenas queda velada por el paño de pureza, sujeto por una soga y formado por telas de abundantes pliegues recogidos en moñas laterales. La corona de espinas es gruesa, con inmensas púas que perforan orejas y frente, cuya huella se hace visible incluso en aquellas imágenes que no la llevan. El citado Cristo del Amor de la parroquia del Salvador (1618-1620), el de la Buena Muerte de la capilla de la Universidad (1620) y el Cristo crucificado de la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena de Madrid (¿1621?), procedente del antiguo Colegio Imperial de la Compañía de esta ciudad, son extraordinarios ejemplos de representación de Cristo muerto, mientras que los de la Conversión del Buen Ladrón de la cofradía sevillana del Montserrat (1619), y el de la Agonía de la parroquia San Pedro de Vergara (Guipúzcoa) (1622), lo muestran aún vivo.
     Los encargos se suceden, sin embargo, muchos de ellos se conocen documentalmente sin que se hayan identificado las piezas, tal ocurre con el San Nicolás de Tolentino y la Virgen del Rosario con el Niño Jesús que le había encargado el pintor Vicente Perea en 1619.
     En este mismo año contrató junto con Luis de Figueroa la realización del relieve de la Asunción de la parroquia de la Magdalena de Sevilla; obra de calidad muy desigual, circunstancia que ha llevado al profesor Gómez Piñol a cuestionarse la intervención del maestro, pensando que pudo haber suministrado el modelo e incluso retocado la pieza para darle su apariencia final sin que la ejecución sea realmente suya.
     La fama de Juan de Mesa se fue consolidando y los encargos se iban sucediendo tanto por parte de particulares, como de cofradías y de órdenes religiosas, siendo muy interesante la relación que Juan de Mesa mantuvo con la Compañía de Jesús. El primer encargo documentado que le hicieron los jesuitas data del 13 de marzo de 1620, momento en que le encargaron “dos imágenes de escultura, la una de Cristo Crucificado y la otra de una Magdalena abrazada al pie de la cruz, de madera de cedro ambas dos, de la estatura ordinaria humana, por precio de ciento y cincuenta ducados”. Fueron concertadas por el padre Pedro de Urteaga, prepósito de la Casa Profesa, como titulares de la Congregación de Sacerdotes. Es el Cristo de la Buena Muerte, actualmente titular de la cofradía de los estudiantes y está en la capilla de la Universidad de Sevilla. No era una imagen procesional; su adjudicación a la Congregación de Sacerdotes debió estar motivada, según Gutiérrez de Ceballos, para que éstos meditasen y conversasen con la imagen de Cristo muerto, según aconsejaba san Ignacio en los Ejercicios. Las restauraciones de 1983 y 1986 han hallado encerrado en la cabeza un billete con su nombre y firma y, en el tronco, otro, con la fecha de finalización de la imagen en 1620. Con esta imagen, Mesa da testimonio de una corriente de espiritualidad y de sensibilidad artística.
     La factura de este crucificado es impactante, y debió de satisfacer plenamente al maestro ya que es uno de los más perfectos salidos de su gubia, y por el cual fue muy imitado. Entre los crucificados que se contrataron con el maestro, bajo la cláusula de que los tallaran a imitación del de la Casa Profesa, está el que le encargó el pintor Jerónimo Ramírez para Francisco de Tejada y Mendoza. En el contrato del 16 de marzo de 1621 estipuló “una hechura de Cristo del natural conforme al que está hecho en la Compañía de Jesús en la Casa Profesa de esta dicha ciudad de Sevilla”.
     Esta imagen, que desde 1633 había estado en una capilla de la iglesia del Colegio Imperial de Madrid, hoy está en la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena de esta misma ciudad. Algún tiempo después, en 1624, le encargarían otro Crucificado semejante para el Colegio de San Pablo de Lima (Perú), en el que destaca el cuerpo vigoroso y musculoso; los pliegues del perizoma, sin embargo, son más abultados y angulosos que los del Crucificado de la Buena Muerte.
     La canonización en Roma de san Ignacio de Loyola y de san Francisco Javier trajo nuevos contratos a Juan de Mesa, ya que la Compañía le encargó las imágenes de ambos santos que actualmente se conservan en el Colegio de San Luis Gonzaga de la Compañía de Jesús en El Puerto de Santa María. En el interior de la cabeza de San Francisco Javier se encontró un papel, indicando que la imagen había sido realizada para el Colegio de San Hermenegildo de Sevilla y que había sido costeada por unos navarros residentes en la ciudad hispalense. De las dos imágenes, la mejor conservada es la de San Ignacio de Loyola; posiblemente, Mesa usó la mascarilla mortuoria del santo, de la que el pintor Pacheco tenía una copia. Esculpió una imagen de cuerpo entero, con sotana y manteo, en actitud triunfante como fundador de la Compañía, con el estandarte del nombre de Jesús en la mano derecha y el libro de las Constituciones en la izquierda, como se le efigió en la estampa de Paolo Guidoti, grabada con motivo de la canonización en Roma. La estatua de San Francisco Javier representa al santo vestido con sotana, sobrepelliz y estola, llevando en la mano derecha el crucifijo con el que solía predicar, tal y como fue efigiado en el grabado oficial de la canonización.
     Pero no terminan en estas dos obras los encargos de Juan de Mesa con la Compañía, ya que también realizó un busto relicario de San Francisco Javier para la iglesia de la Anunciación de Sevilla, hoy en la Universidad, fechado en 1625 por Hernández Díaz. El santo está representado de medio cuerpo, dirigiendo la mirada al cielo mientras que con los dedos trata de abrirse la sotana a la altura del pecho. Por encima de las manos está colocado el repositorio de las reliquias. La pieza sobresale por su gran realismo y fuerza expresiva.
     Otra creación magistral del maestro, dentro del ciclo pasionista, realizada para una cofradía sevillana, es Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, obra de la que, junto a San Juan Evangelista, daba el escultor carta de finiquito el día uno de octubre de 1620. En esta composición, Juan de Mesa ofrece su versión del modelo montañesino del Señor de la Pasión, una versión plenamente barroca, frente al clasicismo del maestro, ya que ha hecho patentes las huellas del sufrimiento, presentes en el rostro y en la curvatura de la espalda.
     Al año siguiente contrataría la imagen de Jesús Nazareno para la iglesia del Convento del Espíritu Santo de La Rambla (Córdoba). Es la segunda versión perfeccionada que hace del Nazareno, pero esta imagen, aunque es de vestir, está totalmente tallada. Muestra las características del maestro: grandes dimensiones, mayor que el natural, paso cansado, rostro dolorido...
     También este mismo año, el 10 de septiembre, Juan de Mesa se comprometía a tallar un Cristo resucitado para Diego de Santa Ana, vecino de Tocina (Sevilla) por el precio de 500 ducados. La iconografía es la usual en este tipo de representaciones: está efigiado medio desnudo, sólo le cubre el paño de pureza, y con la mano derecha bendiciendo. La anatomía muestra la fuerza creadora del maestro y su rostro refleja gran expresividad propia de su naturaleza humana, matizada por la mirada a la que ha dado un halo de espiritualidad.
     Una variante iconográfica sobre los temas de la Pasión realizó Juan de Mesa, en la representación del yacente, del Santo Entierro de la iglesia sevillana de San Gregorio, obra no documentada pero aceptada como escultura realizada por el maestro hacia 1620. En él, Mesa permanece fiel a los principios técnicos del clasicismo apreciándose su estilo y su iconografía característica.
     Se reconoce el estudio del natural, tratado con gran dramatismo no exento de espiritualidad.
     El quehacer artístico de Mesa no decaía, los encargos aumentaban y los conventos sevillanos contrataban sus obras con él. Así, el 28 de enero de 1623, fray Juan Bautista Quero concertaba con el maestro la realización de dos imágenes, una de San Juan Bautista y la otra de Nuestra Señora con el Niño, para los retablos laterales de la iglesia de la Cartuja de Santa María de las Cuevas; tenía que realizarlas por 2.500 reales y en el plazo de seis meses. Hoy estas imágenes están en el museo de Bellas Artes hispalense. Son dos obras de gran calidad con las que el maestro alcanza la plenitud de su arte, sobre todo en la imagen de María en la que culmina la estética que había introducido en sus primeras obras —Inmaculada carmelitana y Virgen de la Misericordia—.
     Por causas que se desconocen, a partir de 1624 decae la actividad del imaginero, reduciéndose enormemente su actividad. Ello ha hecho pensar en un agotamiento producido por su febril quehacer que causaría, con probabilidad, un resentimiento de la salud.
     En estos años sólo se documentan dos obras: el Crucificado de la capilla de Nuestra Señora de la O del Colegio de la Compañía de Jesús de Lima (Perú) y el retablo para la iglesia del Convento de Santa Isabel, de Sevilla.
     Muy pocas son las referencias conservadas en relación a su producción retablística, pero la crítica coincide en considerar de su mano el retablo mayor del convento sevillano de Santa Isabel, contratado en 1624; la claridad del esquema arquitectónico, vinculado a la producción de Montañés, está alterada por una serie de elementos que hacen palpable la aparición de una nueva sensibilidad artística que se refleja en el mayor volumen del retablo. La importancia dada a los ejes verticales, el voluptuoso frontón, las tornapuntas ornando los trozos de entablamento no son sino signos palpables del cambio estético que se va produciendo paulatinamente en la retablística sevillana del momento que, por otra parte, evidencian la participación del maestro; aunque no hay que olvidar que la realizó conjuntamente con su cuñado Antonio de Santa Cruz y que colaboró en ella, Felipe de Ribas.
     Posteriormente hay un período de dos años en que, según la documentación existente, parece ser que no realizó obra alguna. Pero de nuevo, entre 1626 y 1627, reanudará su actividad y tallará importantes obras que muestran al maestro en la plenitud de su arte. No todas, aunque se encuentran documentadas, se han podido identificar, como los crucificados que le encargan Fernando de Santa Cruz y Padilla, cargador de Indias, y el pintor Antonio Pérez, este último según modelo del crucificado de la Casa Profesa de Sevilla. Mejor suerte tuvo la talla de San Ramón Nonato que hizo por encargo del mercedario descalzo fray Juan de San Ramón, actualmente en el museo de Bellas Artes de Sevilla, en la que el maestro alcanza la plenitud del barroquismo.
     Finalmente, la última obra de que se tiene constancia documental es la Virgen de las Angustias, obra encargada por el agustino fray Pedro de Góngora para titular de su cofradía, establecida en el convento cordobés de San Agustín y hoy en el Convento de San Pablo de la citada ciudad. Esta obra evidencia que Juan de Mesa permaneció fiel a su estilo hasta la muerte. Supo representar, en un tema popular y emotivo como es el de la Madre con el Hijo muerto en su regazo, el dolor profundo y silencioso de la muerte; dolor sereno, profundo y amargo pero sosegado. Evocación del dolor que se refleja en el rostro de la Virgen en el ligero desvío de las líneas del entrecejo, en la boca ligeramente abierta y en las lágrimas en las mejillas.
     La imagen de la Virgen, al igual que la del Hijo, ha sido tallada por completo, pero el somero trazo de los amplios pliegues del ropaje, así como la breve talla del torso y los brazos articulados por goznes, prueban su carácter de imagen de vestir. Las dos imágenes estaban prácticamente terminadas cuando falleció Juan de Mesa en 1627, y sólo le faltaban tres días de trabajo.
     Murió el 24 de noviembre, a la edad de 44 años, siendo enterrado al día siguiente en la cripta de la iglesia sevillana de San Martín.
     Junto a estas obras documentadas, existen otras atribuidas entre las que cabe citar: Cristo crucificado de la Hermandad del Amor de Sevilla (1618-1620), la Cabeza de San Juan Bautista (c. 1625) de la Catedral de Sevilla, Niño Jesús (c. 1625) de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, Nuestra Señora del Valle (c. 1625), de la Cofradía del Valle en la Iglesia de la Anunciación de Sevilla.
     Juan de Mesa ocupa hoy un lugar destacado dentro de la escultura española del xvii. Su estilo se inicia con cierta dependencia con respecto a su maestro Juan Martínez Montañés, pero pronto aflora su personalidad que se traduce en un realismo crudo y en un sentido de lo patético totalmente nuevo en Sevilla. Su obra se caracteriza por el gran realismo plasmado a partir del estudio directo del natural, circunstancia esta que le permite insuflar un sentimiento sobrenatural.
     Su estética es decididamente barroca, de formas abultadas que envuelve con ropajes de plegados densos que marcan profundos contrastes de luz; sus desnudos muestran a un perfecto conocedor de la anatomía humana, sabiendo expresar con total precisión los signos que la muerte deja en el cuerpo del hombre; los rostros de sus imágenes, rodeados por cabelleras de rizos abundantes y profundos, revelan una intensa vida interior que conecta, como indicara Dabrío González, directamente con la sensibilidad de quien los contempla, en perfecta sintonía con la doctrina que por entonces defendía la Iglesia en relación con el poder persuasivo de la imagen.
     Es un escultor especializado principalmente en temas pasionarios como crucificados, nazarenos, Vírgenes dolorosas, yacentes, junto a otras excelentes esculturas de santos, Vírgenes y niños (María Ángeles Raya Raya, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
   Conozcamos mejor la Virtud Cardinal de la Fortaleza, en palabras de San Juan Pablo II;
   El Papa Juan Pablo I, hablando desde el balcón de la Basílica de San Pedro al día siguiente de su elección, recordó, entre otras cosas, que en el cónclave del día 26 de agosto, cuando se veía ya claro que iba a ser elegido él precisamente, los cardenales que estaban a su lado le susurraron al oído: "¡Animo!" Probablemente esta palabra la necesitaba en aquel momento y se le quedó grabada en el corazón, puesto que la recordó en seguida al día siguiente, Juan Pablo I me perdonará si ahora utilizo esta confidencia. Creo que a todos los aquí presentes podrá introducirnos del modo mejor en el tema que me propongo desarrollar. En efecto, deseo hablar hoy de la tercera virtud cardinal: la fortaleza. A esta virtud concreta nos referimos cuando queremos exhortar a alguien a tener valor, como lo hizo el cardenal que se encontraba cerca de Juan Pablo I en el cónclave al decirle: "¡Animo!"
   ¿A quién tenemos nosotros por hombre fuerte, hombre valiente? De ordinario esta palabra evoca al soldado que defiende la patria exponiendo al peligro su incolumidad y hasta la vida en tiempo de guerra. Pero, a la vez, nos damos cuenta de que también en tiempo de paz necesitamos fortaleza. Y por ello sentimos estima grande de las personas que se distinguen por lo que se llama "coraje cívico". Un testimonio de fortaleza nos lo ofrece quien expone la propia vida por salvar a alguno que está a punto de ahogarse, o también el hombre que presta ayuda en las calamidades naturales: incendios, inundaciones, etc. Ciertamente se distinguía por esta virtud San Carlos, mi Patrono, que durante la peste de Milán seguía ejerciendo el ministerio pastora entre los habitantes de dicha ciudad. Pero pensamos con admiración asimismo en los hombres que escalan las cimas del Everest o en los astronautas, por ejemplo en los que pusieron el pie en la luna por vez primera.
   Como se deduce de todo esto, las manifestaciones de la virtud de la fortaleza son abundantes. Algunas son muy conocidas y gozan de cierta fama. Otras son más ignoradas, aunque a menudo exigen mayor virtud aún. Como ya hemos dicho al comenzar, la fortaleza es, en efecto, una virtud, una virtud cardinal. Permitidme que atraiga vuestra atención hacia ejemplos poco conocidos en general , pero que atestiguan en sí mismos una virtud grande, a veces incluso heroica. Pienso, por ejemplo, en una mujer, madre de familia ya numerosa, a la que muchos "aconsejan" que elimine la vida nueva concebida en su seno y se someta a una "operación" para interrumpir la maternidad; y ella responde con firmeza: "¡no!". Ciertamente que cae en la cuenta de toda la dificultad que este "no" comporta: dificultad para ella, para su marido, para toda la familia; y, sin embargo, responde: "no". La nueva vida humana concebida en ella es un valor demasiado grande, demasiado "sacro", para que pueda ceder ante semejantes presiones.
   Otro ejemplo: Un hombre al que se promete la libertad y hasta una buena carrera a condición de que reniegue de sus principios o apruebe algo contra su honradez hacia los demás. Y también éste contesta "no", incluso a pesar de las amenazas de una parte y los halagos de otra ¡He aquí un hombre valiente !
   Muchas, muchísimas son las manifestaciones de fortaleza, heroica con frecuencia, de las que no se escribe en los periódicos o de las que poco se sabe. Sólo la conciencia humana las conoce... y ¡Dios lo sabe !
   Deseo rendir homenaje a todos estos valientes desconocidos. ¡A todos los que tienen el valor de decir "no" o "sí" cuando ello resulta costoso! A los hombres que dan un testimonio singular de dignidad humana y humanidad profunda.
   Justamente por el hecho de que son desconocidos merecen un homenaje y reconocimiento especial.
   Según la doctrina de Santo Tomás, la virtud de la fortaleza se encuentra en el hombre:
   - que está dispuesto a aggredi perirula, a afrontar los peligros;
   - que está dispuesto a sustinere mala, o sea, a soportar las adversidades por una causa justa, por la verdad, por la justicia, etcétera.
   La virtud de la fortaleza requiere siempre una cierta superación de la debilidad humana y, sobre todo, del miedo. Porque el hombre, por naturaleza, teme espontáneamente el peligro, los disgustos y sufrimientos. Por eso hay que buscar hombres valientes no sólo en los campos de batalla, sino también en las salas de los hospitales o en el lecho del dolor. Hombres tales podían encontrarse a menudo en los campos de concentración y en los lugares de deportación. Eran auténticos héroes.
   El miedo quita a veces el coraje cívico a los hombres que viven en un clima de amenaza, opresión o persecución. Así, pues, tienen valentía especial los hombres que son capaces de traspasar la llamada barrera del miedo, a fin de dar testimonio de la verdad y la justicia Para llegar a tal fortaleza, el hombre debe "superar" en cierta manera los propios límites y "superarse" a sí mismo, corriendo el "riesgo" de encontrarse en situación ignota, el riesgo de ser mal visto, el riesgo de exponerse a consecuencias desagradables, injurias, degradaciones, pérdidas materiales y tal vez hasta la prisión o las persecuciones. Para alcanzar tal fortaleza, el hombre debe estar sostenido por un gran amor a la verdad y al bien a que se entrega. La virtud de la fortaleza camina al mismo paso que la capacidad de sacrificarse. Esta virtud tenía ya perfil bien definido entre los antiguos. Con Cristo ha adquirido un perfil evangélico, cristiano. El Evangelio va dirigido a los hombres débiles, pobres, mansos y humildes, operadores de paz, misericordiosos: y al mismo tiempo contiene en sí un llamamiento constante a la fortaleza. Con frecuencia repite: "No tengáis miedo" (Mt 14,27). Enseña al hombre que es necesario saber "dar la vida" (Jn 15,13) por una causa justa, por la verdad, por la justicia.
   Deseo referirme también aquí a otro ejemplo que nos viene de hace 400 años, pero que sigue siempre vivo y actual. Se trata de la figura de San Estanislao de Kostka, Patrono de la juventud, cuya tumba se encuentra en la Iglesia de San Andrés al Quirinale de Roma. En efecto, aquí terminó su vida, a los dieciocho años de edad, este Santo de natural muy sensible y frágil, y que, sin embargo, fue bien valiente. A él, que procedía de familia noble, la fortaleza lo llevó a elegir ser pobre, siguiendo el ejemplo de Cristo, y a ponerse exclusivamente a su servicio. A pesar de que su decisión encontró fuerte oposición en su ambiente, con gran amor y gran firmeza a la vez consiguió real izar su propósito condensado en el lema Ad maiora natas sum. "He nacido para cosas más grandes". Llegó al noviciado de los jesuitas haciendo a pie el camino de Viena a Roma, huyendo de quienes le seguían y querían, por la fuerza, disuadir a aquel "obstinado" joven de sus intentos.
   Sé que en el mes de noviembre muchos jóvenes de toda Roma, sobre todo estudiantes, alumnos y novicios, visitan la tumba de San Estanislao en la iglesia de San Andrés. Yo me uno a ellos porque también nuestra generación tiene necesidad de hombres que sepan repetir con santa "obstinación": Ad maiora natas sum. ¡Tenemos necesidad de hombres fuertes!
   Tenemos necesidad de fortaleza para ser hombres. En efecto, hombre verdaderamente prudente es sólo el que posee la virtud de la fortaleza; del mismo modo que hombre verdaderamente justo es sólo el que tiene la virtud de la fortaleza.
   Pidamos este don del Espíritu Santo que se llama "don de fortaleza". Cuando al hombre le faltan las fuerzas para "superarse" a sí mismo, con miras a valores superiores como la verdad, la justicia, la vocación, la fidelidad conyugal, es necesario que este "don de lo alto" haga de cada uno de nosotros un hombre fuerte y que en el momento oportuno nos diga "en lo íntimo": ¡Ánimo! (San Juan Pablo II, 15 de noviembre de 1978).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "La Fortaleza", de Juan de Solís - Juan de Mesa, en la sala X, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

jueves, 29 de octubre de 2020

El edificio de la calle Abades, 41

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame Explicarte el edificio de la calle Abades, 41, de Sevilla.
   La calle Abades se encuentra en los Barrios de Santa Cruz (en este caso concreto) y en el de San San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo, y va de la calle Corral de Rey a la calle Mateos Gago.


   En el número 41 de dicha calle Abades encontramos una casa de dos plantas y mirador del siglo XVII. La portada decorada con falsas dovelas. La segunda planta está avitolada (Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984).

   Afortunadamente para el patrimonio histórico-artístico de nuestra ciudad esta vivienda se mantiene intacta, al menos en su aspecto exterior, y esperemos que también lo siga en su interior.
   Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el edificio de la calle Abades, 41, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre la calle Abades, en ExplicArte Sevilla.

miércoles, 28 de octubre de 2020

El banco de la provincia de Guipúzcoa, en la Plaza de España

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el banco de la provincia de Guipúzcoa, en la Plaza de España, de Sevilla.
     Hoy, 28 de octubre, se conmemora el aniversario de la Jura de los Fueros de Guipúzcoa por el rey Alfonso VIII (28 de octubre de 1200), siendo éste el tema del panel central del banco de la provincia guipuzcoana, así que es hoy el mejor día para Explicarte el banco de la provincia de Guipúzcoa, en la Plaza de España, de Sevilla.
     La Plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
   La estructura de cada banco provincial consiste en un panel frontal representando un acontecimiento histórico representativo de la provincia en cuestión, incluyendo por lo general escenas con los monumentos más representativos de la ciudad o provincia. Flanquean el conjunto anaqueles de cerámica vidriada, destinados originalmente a contener publicaciones y folletos de la provincia en cuestión. Rematando el banco aparece un medallón cerámico en relieve con su escudo. En el suelo se reproduce en azulejos el plano de la provincia y sus localidades más destacadas. Entre los arcos figuran los bustos en relieve de los personajes más importantes de la historia de España. La ejecución- de la mayoría de los mismos corrió a cargo del escultor ceramista Pedro Navia Campos.
   La Exposición Iberoamericana tuvo sus motivaciones políticas y propagandísticas, y éstas influyeron en algunos detalles. Respecto a las escenas históricas representadas en los bancos de las provincias, algunos de ellos fueron retirados precipitadamente en los meses previos a su inauguración por sus incorrecciones históricas o su inconveniencia política, ya que se consideró que no sintonizaban con la idea de unidad y paz que pretendía proyectar el recinto monumental.
   En el banco de la provincia de Guipúzcoa, situado entre los de las provincias de Guadalajara y Huelva, y entre las Puertas de Aragón y la de Castilla (Capitanía General), la escena histórica representada en su panel central es la Jura de los Fueros de Guipúzcoa por el rey Alfonso VIII, flanqueada por la Catedral de San Sebastián y una vista de la Playa de la Concha de la capital donostiarra, bajo los escudos de capital y de la provincia, obra original anterior a 1925 de la fábrica Vda. e Hijos de Ramos Rejano, pintado por Enrique Orce Mármol. Restaurado in situ en 2006 por la Escuela Taller de la Plaza de España.
   Los azulejos retirados fueron restaurados por dicha Escuela y depositados en los almacenes del Patrimonio del Estado ubicado en los bajos del edificio de la Plaza de España, y en los extremos unos anaqueles, también cerámicos, donde se colocaron originalmente folletos de cada localidad. En la zona inferior encontramos otro panel cerámico con el mapa de la provincia y tres bancos en forma de "U" decorados con dibujos vegetales derivados de los típicos candelieri con angelotes, y los nombres de muchos de los pueblos de la provincia guipuzcoana insertados en escudos en blanco, como son Aduna, Aizarna, Albistur, Aldaba, Alegria, Alquiza, Alza, Anoeta, Antzuola, Asteasu, Ataun, Avama, Aya, Azpeitia, Beizama, Berrobi, Cegama, Cestoa, Cizurquil, Deva, Eibar, Escoriaza, Ezquioga, Fuenterrabía, Gabiria, Gainta, Gastelu, Getaria, Goyaz, Hernialde, Ibarra, Irún, Irura, Itsaso, Larraui, Leabiru, Leguca, Leniz, Lezo, Mutiloa, Orio, Oyarzun, Pasajes de San Juan, Pasajes de San Pedro, Regil, Rentería, Tolosa, Urmeta, Usurbil, Vergara, Vidania y Zaldivia, y la cabeza de un guerrero. 
   Sobre el balcón, encontramos una balaustrada centrada por el escudo, en forma de tondo, de la provincia, decorado con una especie de corona de laurel. En el arco que está sobre él, aparecen en sus enjutas los relieves con los bustos de Diego Hurtado de Mendoza, Hurtado de Mendoza (1443-1502), arzobispo de Sevilla y cardenal, presidente del Real Consejo de Castilla; y Fernando de Rojas (último tercio del siglo XV-1541), escritor castellano, autor de La Celestina (www.retabloceramico.net).
   Conozcamos mejor el hecho histórico que aparece en el panel principal del banco de la provincia de Guipúzcoa: la Jura de los Fueros de Guipúzcoa por Alfonso VIII, hecho acaecido el 28 de octubre de 1200, según la historiografía tradicional: 
   Ocho siglos han transcurrido desde que Alfonso VIII ampliara sus dominios con la incorporación de Álava y Guipúzcoa a la Corona castellana. Ocho siglos, en el transcurso de los cuales la buena correspondencia y relación establecida entre ambas partes permitió a Guipúzcoa y Álava afianzar sus respectivos status de Provincias privilegiadas, a la vez que a Castilla consolidar su hegemonía frente a los demás reinos peninsulares y su dominio y esplendor en Europa y en el mundo.
   Pocas son las referencias y estudios que sobre dicha incorporación se han realizado y en modo alguno se corresponden con su importancia, quizás por la carga política que hoy encierra el hecho en sí, quizás también, porque la falta de documento original que testimonie aquel acontecimiento da y ha dado lugar a elucubraciones de lo más variadas en aras a defender posturas propias que, en poco o nada, permiten conocer con objetividad el hecho en sí de dicha incorporación y sus posteriores consecuencias.
   Siendo éste un tema de investigación que estamos elaborando con mayor profundidad, quiero, sin embargo, marcar en estas líneas los puntos más sobresalientes de su problemática.
   La realidad histórica sobre la que se inserta la incorporación de Guipúzcoa a la Corona de Castilla gira en torno al hecho, también histórico, de que en ausencia del rey navarro Sancho VII el Fuerte, que se hallaba en tierra de moros, bien para renovar su amistad con el nuevo rey de Marruecos Al-Nasir o para solicitar ayuda contra el rey castellano Alfonso VIII el Noble y Bueno (o el de las Navas) tras el largo y duro cerco que éste impuso a Vitoria, en otoño de 1199, "indudablemente con la cooperación de algunos naturales del país", Alfonso VIII castra omnia circum adiacentia acquisivit, scilicet Trivinno, Arganzon, Sancta Cruz, Alchorroza, Victoriam Veterem, Eslucia, terram que dicitur Ipuzcaia, Sanctum Sebastianum insuper, Marañon, Sanctum Vicentium et quedam alia.
   La incorporación al reino de Castilla de tan amplio territorio supuso la mayor desmembración del reino de Navarra desde su restauración en 1134, además de la pérdida de su única salida natural al mar. Mientras que para Castilla, por el contrario, suponía establecer por primera vez una comunicación directa por tierra con el territorio aquitano, aportado a su matrimonio por su mujer Dª Leonor Plantagenet o de Aquitania.
   Al retornar el rey navarro a su reino a comienzos de 1201 pidió la devolución de los territorios así desgajados, e incluso el rey castellano expresó en su testamento (Fuentidueña, 8-XII-1204) su promesa solemne de que, en caso de reponerse su salud, restituiría a Navarra omnia que teneo de ponte de Araniello usque ad Fontem rapidum, et castella de Buraon, de Sancto Vincentio, de Toro, de Marannon, de Alcaçar, de Sancta Cruce de Campeço, uillam de Antonnana et castellum de Atauri et de Portella de Cortes, pues entendía quod hec omnia predicta de regno regis Nauarre debent esse et ad eum pertinere, sin embargo permanecieron castellis et villis que acquisierat rex Castelle in regno regis Navarre, in potestate eiusdem regis Castelle. Tal era el interés estratégico que el nuevo territorio tenía para el reino de Castilla.
   A lo largo de los 8 siglos transcurridos varias han sido las posturas defendidas por los tratadistas en torno a la voluntariedad o no de dicha incorporación a la Corona castellana. Representa la postura de "anexión por la fuerza" el canónigo Llorente, quien basa la defensa de su posición en el uso que de verbos como tomó, ganó o prisó hacen algunos cronistas y autores como Carlos de Viana y fray García de Eugui. Mientras que defienden la postura contraria la mayoría de los historiadores, e incluso el mismo Julio González, sin duda el mejor conocedor de la persona, vida y obra de Alfonso VIII, basándose en el verbo adquirió que recoge una de las crónicas más fiables del período (La Crónica Latina de los Reyes de Castilla) y en su Opera el propio arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada. 
 Pero hay aún otros elementos que permiten aseverar la voluntariedad de la entrega de Guipúzcoa. Uno es el silencio de los cronistas de la época, generosos en datos y detalles cuando hablan de las conquistas de ambos reyes en otras tierras e, incluso, en el propio cerco de Vitoria. Otro es el silencio del propio rey cuando confirma los fueros a San Sebastián en 1202 y lo otorga a Fuenterrabía al año siguiente. Y un tercero, sin duda más importante, es la estrecha relación que se va a establecer a lo largo de los siglos entre ambas partes, desarrollándose una política de buena correspondencia, ayuda mutua, pacticia en suma, impensable en caso de sometimiento armado.
   La confianza en que tanto la Provincia como la Corona basaron sus mutuas relaciones durante toda la época medieval y moderna a partir del s. XIII [que llevará incluso a Guipúzcoa a despreocuparse de solicitar la confirmación de sus Fueros desde 1521 (con Carlos I) y hasta 1701, con el cambio de dinastía], empezará a romperse ya con los Austrias menores, a medida que los reyes vayan alejándose de la relación personal que hasta Felipe II mantuvieron con Guipúzcoa y vayan dejando el gobierno efectivo del reino en manos de sus validos.
   Quizás por esa razón a mediados del s. XVII Guipúzcoa urgió la búsqueda en los archivos del reino del posible documento de anexión, ofreciendo para ello sus Juntas un premio de 4.000 ducados. Las gestiones realizadas por Francisco de Umendia en Madrid permitieron "descubrir" en el archivo de don Antonio de Nobis, más conocido como Lupián Zapata, falsario reconocido, un documento fechado el 28-X-1200 (que ha servido, sin duda para retrotraer la vinculación de Guipúzcoa a Castilla a aquel año), notado y rechazado ya como falso por la propia Provincia en 1664.
   Dicho documento, considerado por algún autor como el "privilegio de la unión", es, sin embargo una pretendida "confirmación de los fueros de Guipúzcoa" que el rey Alfonso VIII hizo a la Provincia cuando, a petición de la misma, vino a liberarla del yugo al que le quería someter el rey navarro...
   Muchos son los interrogantes que existen aún hoy día en torno a este tema, y sólo el tiempo y, con él, el posible descubrimiento de nuevos y fidedignos materiales podrán perfilar y determinar con mayor precisión el hecho real de una vinculación que se basó en la "voluntariedad", como lo afirmó incluso el rey Fernando VI en 1752 diciendo que siendo de libre dominio se entregó voluntariamente (María Rosa Ayerbe Iríbar en La incorporación de Guipúzcoa a la corona de Castilla).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el banco de la provincia de Guipúzcoa, en Plaza de España, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre la Plaza de España, en ExplicArte Sevilla.

Más sobre el Parque de María Luisa, en ExplicArte Sevilla.

Más sobre la Exposición Iberoamericana de 1929, en ExplicArte Sevilla.

martes, 27 de octubre de 2020

El Salón de los Embajadores, en el Palacio del Rey Don Pedro, del Real Alcázar

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Salón de los Embajadores, del Real Alcázar, de Sevilla.
   El Real Alcázar [nº 2 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 2 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza del Triunfo, 5 (la salida se efectúa por la plaza Patio de Banderas, 10); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
     En el Palacio del Rey Don Pedro, a través del Arco de los Pavones llegamos a la pieza principal del Palacio, el Salón de los Embajadores [nº 15 en el plano oficial del Real Alcázar], bellísima en su arquitectura y riqueza ornamental. Este salón cuadrado y cubierto con cúpula, era la vieja "Cubba" perteneciente al palacio de los abbaditas­ llamado Al-Muwarak. Era precisamente su salón del Trono y recibía el nombre de Al-Turayya (Sala de las Pléyades).
   En este período, siglo XI, esta pieza era exenta y se orientaba hacia poniente, en dirección inversa a la actual, e iba precedida de un pórtico posiblemente tripartito y su entrada principal sería el actual Arco de los Pavones. Iba flanqueada por sendas alcobas separadas del espacio central por triples arquerías de herradura sobre columnas de mármol rosa y capiteles califales, que reproducen los conservados en el Salón Rico de Medinat Al -Zahara y cuyos esquemas han permanecido.
   Se cubría con una bellísima cúpula leñosa, tachonada de estrellas que simbolizaba el Universo, pero más sencilla que la actual y podemos afirmar que todos los elementos de esta estancia eran una réplica directísima de la "Cubba" del palacio ya nombrado de Medinat Al-Zahara. Todos sus muros estucados y pintados se cubrieron con los versos del siciliano lbn Handis.
   En el siglo XIV esta estancia se remodeló, abriéndose una puerta al patio que se acababa de crear llamado Patio de las Doncellas y cambiándosele por tanto su orientación, pero siguió teniendo el mismo uso: Salón del Trono del monarca castellano. Sus paredes se cubren en esta fecha con los magníficos paños de alicatados que dibujan temas de lazo. A pesar de las restauraciones de las que han sido objeto a lo largo de los siglos han llegado en buen estado de conservación hasta nuestros días.
   También son de este período las espléndidas puertas, constituidas por dos hojas talladas en madera de pino ataujerada, doradas y policromadas, con sus correspondientes postigos. Obra riquísima de lacería con inscripciones en caracteres árabes de alabanza a Dios y al sultán y otros latinos, tomadas de los libros sagrados. En ellas se conserva la fecha de realización de esta espléndida obra, 1366, y quienes la lleva­ron a cabo, que fueron los artífices toledanos.
   Hemos de destacar asimismo la riquísima ornamentación de yeserías que, a base de temas geométricos, de atauriques, veneras, símbolos heráldicos e inscripciones, revisten los paramentos de esta estancia como si de be­llísimos tapices  se tratara. Por último hemos de mencionar la cúpula leñosa o Media Naranja que desde antiguo prestó su nombre a esta estancia, conociéndosela en los documentos como la "Cuadra de la Media Naranja". La actual, que sustituyó a la antigua de los abbaditas, fue labrada en tiempos del Rey Don Juan II de Castilla, concretamente en 1427, por el Maestro Mayor de carpintería Don Diego Roiz según reza una inscripción conservada en dicha techumbre.
   Esta magnífica cúpula sobrecoge y sorprende al visitante por sus proporciones y sobre todo por la bellísima labor de lazo calada, ricamente dorada y policromada. Parece ser que los espejitos que ostenta fueron colocados por los restauradores del siglo XIX. Es considerada como una auténtica obra maestra en su género de entre las conservadas en España. Se apoya sobre un friso en que alternan castillos y leones sostenido a su vez por una corona de mocárabes dorada que origina una estrella de ocho puntas. El paso del círculo al cuadrado de la planta se realiza a través de las pechinas de riquísimos mocárabes dorados en los ángulos. Por debajo hay una ancha faja de inscripciones cúficas ornamentales, sobre fondo azul, donde destacan espacios que fueron decorados en 1598 por Diego de Esquivel con treinta y dos bustos de damas. Continúa una faja de castillos y leones y un ancho friso, con compartimentos a modo de hornacinas góticas enmarcando los retratos de los reyes españoles desde Recesvinto a Felipe III, que fueron ejecutados entre 1599 y 1600 y que atribuimos al mismo Diego de Esquivel.
   La serie de retratos queda interrumpida en cada uno de los frentes por un balcón de cerrajería labrado por el rejero Francisco López entre 1592 y 1597, constituyendo la más importante obra de fragua ejecutada en el Alcázar durante la Edad Moderna. Se conoce este salón como el de Embajadores porque así consta en las inscripciones arábigas que decoran su puerta, causando una gratísima sorpresa en el que lo contempla por primera vez debido a sus equilibradas proporciones y enorme riqueza, constituyendo una de las piezas más valiosas del Real Alcázar y de toda la arquitectura mudejárica.
   Las alcobas laterales han sido objeto de restauraciones en diferentes momentos. Así ha quedado en ellas patente la huella de artistas góticos autores de las  yeserías que dibujan hojas de vid, roble, higuera y encina, además de siluetas planas de personajes y animales. Las techumbres que ostentan fueron ejecutadas en el reinado de Felipe II, entre 1590 y 1598 y se las atribuimos al Maestro Mayor de carpintería Martín Infante. Una de estas salas abre al Patio de las Muñecas y la opuesta, a una pieza conocida como el Comedor (Ana Marín Fidalgo, El Alcázar de Sevilla. Ed. Guadalquivir, 1992).
       Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Salón de los Embajadores, del Real Alcázar, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Real Alcázar, en ExplicArte Sevilla.

lunes, 26 de octubre de 2020

La pintura "La Santera", de Manuel González Santos, en la sala XIII del Museo de Bellas Artes

 
     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "La Santera", de Manuel González Santos, en la sala XIII del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.  
   Hoy, 26 de octubre, es el aniversario (26 de octubre de 1875) del nacimiento de Manuel González Santos, autor de la obra "La Santera", así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "La Santera" de Manuel González Santos, en la sala XIII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala XIII del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "La Santera", de Manuel González Santos (1875-1949), siendo un óleo sobre lienzo, de estilo costumbrista, realizado hacia 1930, con unas medidas de 0'89 x 0'66 m., y procedente de la donación del propio autor, en 1944.
   Es una obra de gran realismo, se nos presenta a una anciana sentada en un sillón, y sobre uno de los brazos de este ofrece la limosna a su imagen devota. Se trata un magnífico retrato. La combinación de luces diurnas junto a unas tonalidades rojizas procedentes de un fogón o brasero que no vemos, envuelve la composición en una atmósfera penetrante, rica en colorido y matices, todo ello con una depurada técnica de pinceladas sueltas y valientes (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
    Muy fecunda ha sido la escuela sevillana del presente siglo aunque lógicamente los artistas que están representados en el Museo pertenecen todos a su primera mitad. También ha de señalarse que faltan algunos importantes artistas de este período, porque cuando estos pintores estuvieron vivos no repararon que no tardando mucho serían historia y que el momento en que pintaba quedaría muy pronto atrás.
   Gracias a las donaciones de los propios artistas conserva el Museo un aceptable grupo de obras que permite definir las características de este período.
   Un nutrido grupo de artistas sevillanos dedicados al retrato y al paisaje, activos en la primera mitad de este siglo se encuentra representado en el Museo. Manuel González Santos quien dio al Museo La santera, que es una de las obras más características de este artista a quien se puede considerar como uno de los últimos costumbristas de la historia de la pintura local (Enrique Valdivieso González, Pintura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de Manuel González Santos, autor de la obra reseñada;
     (Sevilla, 1875-1949). Pintor español. Inició su formación con Francisco Narbona, y en 1890 ingresó en la Escuela de ­Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, donde tuvo como maestro a Eduardo Cano. Alternó su labor artística con la docente, llegó a ser catedrático de concepto del arte e historia de las artes decorativas en Málaga y Sevilla y profesor particular de dibujo de la infanta Isabel. Especializado en las escenas de género y costumbres, también cultivó el paisaje y el retrato. En 1910 concurrió a la Exposición Nacional de Bellas Artes y en 1897, 1899, 1901 y 1906 a las Regionales de Granada, donde obtuvo medalla de plata en las cuatro ediciones. Fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría desde 1923. El Museo del Prado guarda dos cuadros suyos donados en 1995 por Adela Perea González, su nieta (Museo del Prado).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "La Santera", de Manuel González Santos, en la sala XIII del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.