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sábado, 3 de octubre de 2020

La pintura "San Francisco de Borja", de Alonso Cano, en la sala IV del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Francisco de Borja", de Alonso Cano, en la sala IV del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.        
   Hoy, 3 de octubre, San Francisco de Borja, presbítero, quien, muerta su mujer, con la que había tenido ocho hijos, ingresó en la Orden de la Compañía de Jesús, y pese a haber abdicado de las dignidades del mundo y recusado las de la Iglesia, resultó elegido prepósito general, y fue memorable por su austeridad de vida y oración. Falleció en Roma (1572) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "San Francisco de Borja", de Alonso Cano, en la sala IV del Museo de Bellas Artes, de Sevilla
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala IV del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "San Francisco de Borja", obra de Alonso Cano (1601-1667), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, realizada en 1624, con unas medidas de 1'86 x 1'20 m., y procedente de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, de Sevilla, tras la Desamortización (1840).
   El santo, representado de cuerpo entero, es una figura de tamaño natural, aparece vistiendo el hábito negro de los jesuitas y contemplando con expresión mística y concentrada una calavera coronada que sostiene con su mano izquierda, atributo que alude a su renuncia a las glorias terrenales. A sus pies tres capelos de Cardenal, significando éstos su renuncia a aceptar esta distinción por tres veces. El monograma de los jesuitas, IHS con tres clavos, aparece en la parte superior izquierda en un fondo de gloria. La figura del santo, de una gran verticalidad, se recorta sobre un fondo oscuro, del que emerge gracias a un estudiado juego de luces y sombras que, como en el caso de algunas obras de Zurbarán, confiere a la imagen valores escultóricos que lo aproximan también a la obra del escultor Martínez Montañés, quien realizó en la misma fecha una escultura del santo jesuita para la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de Sevilla.
   La luz que incide directamente sobre la cabeza y las manos del santo intensifica el dramatismo expresivo de éste, lo que testifica una cierta reminiscencia de las fórmulas manieristas. La gama de negros y verdes oscuros dominan la composición. Las únicas notas de color vienen dadas por el rojo de los capelos y la luz amarillenta-dorada del monograma en la zona superior izquierda.
   Este lienzo procede, casi con toda seguridad, de la Capilla del Noviciado de la Compañía de Jesús de Sevilla en San Luis de los Franceses, para la que Alonso Cano debió de pintarlo por encargo de los jesuitas con motivo de la beatificación del santo en el año 1624 (año en que está fechado el cuadro), según el dato aportado por D. Antonio Ponz en su correspondencia con el Conde del Aguila, en el que menciona en dicho Noviciado un cuadro de Zurbarán que representa un San Francisco de Borja de cuerpo entero, dato que hace sugerir a Ignacio Cano que pueda tratarse de este cuadro aunque Ponz lo atribuya a Zurbarán. En 1810 aparece en los salones del Alcázar como obra original de Alonso Cano, en el Inventario de los cuadros sustraídos por el Gobierno intruso en Sevilla , publicado por Gómez Imaz. En fecha aún indeterminada, pero próxima a la Desamortización de los bienes eclesiásticos, debió pasar a formar parte de los fondos del Museo de Bellas Artes de Sevilla. Aunque en los primeros inventarios manuscritos del museo no aparece, sí lo hace en el catálogo publicado en 1897, p. 79, nº 15, como San Francisco de Borja, autor Francisco de Zurbarán?. En el catálogo de José Gestoso publicado en 1912, nº 189, también aparece atribuído a Zurbarán? (Web oficial del Museo de Bellas Artes).
   Pertenece Alonso Cano, en los años que constituyen la primera etapa de su vida, a la escuela sevillana. Nació en Granada en 1601 en el seno de una familia artística, puesto que su padre fue un ensamblador de retablos que en 1614 se trasladó  con toda su familia. En 1616 ingresó en el taller de Francisco Pacheco donde hubo de conocer personalmente a Velázquez que en aquellos momentos también era aprendiz. En 1626, contando con veintiún años realizó en Sevilla su examen como maestro pintor, profesión que alternó con la de escultor. En Sevilla permaneció hasta 1638, año en que, en busca de mejores perspectivas para su carrera, se trasladó a Madrid, donde estuvo protegido por el Conde-Duque de Olivares.
   A lo largo de su estancia madrileña recuperó la amistad que había tenido con Velázquez desde su adolescencia y también asimiló las virtudes de su estilo, que se complementó notablemente estudiando las colecciones de pinturas reales en las que captó el espíritu de la pintura italiana y flamenca.
   Desgraciadamente en su época madrileña Alonso Cano sufrió las consecuencias de adversas circunstancias que modificaron intensamente el curso de su vida. Así en 1644 fue acusado del asesinato de su joven esposa que sin embargo había realizado un discípulo suyo. El discípulo huyó y sobre Cano recayó la sospecha de haber sido el inductor del crimen; esta circunstancia le hizo apartarse de la corte y trasladarse a Valencia donde pretendió profesar como monje de la Cartuja. Poco tiempo después desistió de estos propósitos porque al año siguiente ya había vuelto a Madrid donde prosiguió sus labores artísticas.
   Al cumplir los cincuenta años de edad quiso dar un giro notable a su existencia ordenándose sacerdote y retirándose a su ciudad natal, Granada, para pasar allí los últimos años de su vida. Por ello desde 1652 hasta 1667, fecha de su fallecimiento, Cano trabajó en Granada al servicio fundamentalmente del cabildo de la Catedral, realizando obras pictóricas, escultóricas y también proyectos de arquitectura, entre los que se incluye la realización de la fachada de la catedral de aquella ciudad.
   Dos obras de Alonso Cano se conservan en el Museo de Sevilla las cuales no son especialmente significativas. Habrá de citarse en primer lugar un San Francisco de Borja firmado en 1624, procedente de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, Es pintura de concepción rigurosa y expresión severa que por otra parte no ha llegado a nuestros días en buen estado de conservación (Enrique Valdivieso González, Pintura en Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Francisco Borja, presbítero
     Santo español de la orden de los jesuitas.
   Nació en 1510 en Gandía, Valencia, entre 1539 y 1543 fue virrey de Cataluña. En 1548, después de la muerte de su mujer, entró en la compañía de Jesús de la cual se convirtió en el tercer general.
   El papa lo nombró cardenal. Murió en Roma en 1572.
CULTO
   Canonizado en 1721 por el papa Benedicto XII, se lo invoca contra los terremotos.
ICONOGRAFÍA
 No existe ningún retrato auténtico de él. La pobreza de su iconografía se explica por la canonización tardía.
     Si atributo habitual es una calavera coronada que recuerda que su decisión de renunciar al mundo fue provocada por la vista del cadáver de la reina Isabel. Se lo reconoce, además, por su capelo cardenalicio, o una custodia ante la cual está en adoración (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de San Francisco de Borja, presbítero, personaje representado en la obra reseñada;
     Francisco de Borja y Aragón, San Francisco de Borja. Duque de Gandía (IV), marqués de Lombay (I) (Gandía, Valencia, 28 de octubre de 1510 – Roma, Italia, 30 de septiembre de 1572). Jesuita (SI), III prepósito general de la Compañía de Jesús, santo.
     Los Borja proceden del pueblo homónimo aragonés, pero pronto se establecieron en Játiva. Su primer gran vástago fue el papa Calixto III (1456-1458).
     El linaje se extendió gracias a la política matrimonial de Rodrigo de Borja, más tarde Alejandro VI (1492- 1503). El primogénito de Rodrigo Borja, siendo cardenal, nació de la unión con Julia Farnesio, hermana del cardenal Alejandro Farnesio, futuro Pablo III. Se llamó Pedro Luis (Roma, 1462-1488) y fue el I duque borgiano de Gandía por la compra del ducado y del castillo de Bayrent, cuando Rodrigo Borja fue legado a latere en España en 1471. Se desposó en 1486 por poderes con María Henríquez (c. 1469-1539), hija de Enrique Henríquez y de María de Luna. Pero el matrimonio no se llegó a consumar y el esposo murió dos años después, al poco de entrar en Roma, en agosto de 1488. Sucedió al duque Pedro Luis su hermanastro Juan (1476-14 de junio de 1497), que acrecentó enormemente su influjo a la sombra de su pontificio padre. La llegada del II duque Juan de Borja a Barcelona y luego a Gandía a finales de 1494 marcó una nueva etapa. Había casado con la prometida de su hermano, María Henríquez, en Barcelona, el 31 de agosto de 1493 —previa dispensa papal—, con quien tuvo a Juan de Borja y Henríquez (10 de noviembre de 1494-9 de enero de 1543), que le sucedió como tercer duque borgiano —tras trágica y todavía oscura muerte de su padre—; y a Isabel (1498-1547), que se hizo monja clarisa en Gandía.
     Juan de Borja y Henríquez casó en Valladolid el 31 de enero de 1509 con Juana de Aragón (c. 1493- 1521), nieta de Fernando el Católico, hija del arzobispo de Zaragoza Alonso de Aragón. Este arzobispo tuvo con Ana de Gurrea cuatro hijos: Juan de Aragón, obispo de Huesca (1484-1519); Fernando de Aragón, también arzobispo de Zaragoza (1539-1577); Ana de Aragón, casada con el duque de Medina Sidonia Juan Alonso de Guzmán; y Juana de Aragón. El primer fruto del enlace entre Juan de Borja y Juana de Aragón fue Francisco de Borja y Aragón, que nació en Gandía el 28 de octubre de 1510. Era, por tanto, bisnieto de Alejandro VI por línea paterna y bisnieto de Fernando el Católico por línea materna.
     Como todos los primeros Borja, Juan tuvo dilatada descendencia. Del primer matrimonio con Juana de Aragón le nacieron siete hijos: Francisco (1510-1572); Alonso (1511-1537), abad comendatario del monasterio bernardo de Nuestra Señora de Valldigna; María (1513-1569), clarisa (María de la Cruz); Ana (1514-1568), clarisa (Juana Evangelista); Isabel (1515-1568), clarisa (Juana Bautista); Enrique (1519-1540), comendador mayor de Montesa y cardenal; y Luisa (1520-1560), casada con Martín de Aragón y de Gurrea, conde de Ribagorza y duque de Villahermosa, que mereció la consideración de “santa duquesa”. De la unión adulterina con la noble señora Catalina Díaz nació Juan Cristóbal (1517-1573). Un autor añade otro hijo adulterino, Pedro de Borja, que fue regente vicario general del reino de Nápoles.
     Juan de Borja casó en 1523 en segundas nupcias con Francisca de Castro (muerta en 1576), hermana del vizconde de Évol. Los hijos de este matrimonio fueron doce: Jerónimo, caballero de Santiago; Rodrigo (1523-1536), cardenal; Pedro Luis Galcerán (1528- 1592), gran maestre de Montesa, I marqués de Navarrés, capitán general de Orán y virrey de Cataluña; Diego (1529-1562); Felipe-Manuel (1530-1587), caballero de Montesa; María (1533-?), la clarisa sor María Gabriela; Leonor (1534-1564), casada con Miguel de Gurrea; Ana (1535-1565?), la clarisa sor Juana de la Cruz; Magdalena Clara (1536-1592), casada con el conde de Almenara Francisco de Próixita; Margarita (1538-1573), casada con Fadrique de Portugal; Juana (1540-?); y Tomás (1541-1610), obispo de Málaga, arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón.
     Después de los primeros pasos en su educación, bajo la supervisión de su abuelo el arzobispo de Zaragoza, y tras la muerte de éste, acaecida en Lécera el 23 de febrero de 1520, se abrió la posibilidad de enviar a Borja a la Corte, toda vez que el Emperador regresaría a España en 1522. Fue destinado a Tordesillas, que no era, sin embargo, un destino cortesano envidiable, como lo habría sido la propia Corte de Carlos V, y habrían merecido los hijos del duque. En el palacio también vivía la hija póstuma de Felipe el Hermoso, doña Catalina de Austria, la primera persona a quien don Francisco sirvió, como él recordará; y su tía abuela Francisca Henríquez, mujer del marqués de Denia, custodio de Juana la Loca. La infanta hizo compañía a su trastornada madre hasta que por orden de Carlos V hubo de contraer matrimonio con Juan III de Portugal en 1524. En Tordesillas, de 1522 a 1526, conoció personalmente al Emperador. Regresó a Zaragoza, donde estudió Filosofía, teniendo por maestro a Gaspar de Lax. A mediados de 1529 Carlos V convino con Juan de Borja el matrimonio de su primogénito con Leonor de Castro (1509-1546), una portuguesa, dama de la Emperatriz, hija de Álvaro de Castro e Isabel Barreto. El 26 de julio de 1529 se realizó el enlace por poderes en Barcelona. El 15 de agosto de ese año celebró la boda eclesiástica en Toledo. En septiembre de 1529 Carlos V elevó a marquesado la baronía de Llombay, que poseía Borja, y nombró a éste caballerizo mayor de la Emperatriz. Los hijos del matrimonio fueron ocho: Carlos (1530-1592), V duque de Gandía; Isabel (1532-1566), casada con Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, III conde de Lerma; Juan (1533-1606), I conde de Mayalde y Ficalho; Álvaro (1534-1594), marqués de Alcañices, casado con Elvira de Almansa; Juana (1535-?), casada con Juan Henríquez de Almansa; Fernando (1535-?), comendador de Calatrava; Dorotea (1537-1552), clarisa; y Alfonso (1539-), casado con Leonor de Noroña.
     La emperatriz Isabel ocupó la primera regencia en 1530, que se prolongó hasta 1533. Durante este tiempo Borja estuvo cerca de la Emperatriz, desempeñando su cargo. Enseñó a cabalgar al futuro Felipe II.
     En 1535 padeció disentería en Madrid, iniciando una serie de enfermedades que se prolongarán durante toda su vida. En abril y mayo de 1536 tomó parte en la guerra de Provenza contra el rey de Francia y asistió a la muerte de Garcilaso de la Vega. El 27 de abril de 1539 comenzó el cambio espiritual denominado por él como “conversión”, coincidiendo con la inesperada enfermedad de la Emperatriz, cuya muerte (1 de mayo de 1539) produjo en su ánimo una viva impresión.
     Encargado de conducir el cadáver a Granada y de dar testimonio de su identidad antes de la sepultura (17 de mayo), tuvo un sentimiento profundo de la caducidad de las cosas terrenas. De aquí se originó su decisión de dedicarse a una vida más perfecta, pero no de hacerse religioso, y menos todavía jesuita.
     Muerta Isabel, la Corte trataba de formar la casa de las infantas María y Juana, puesto que Felipe tendría su propia casa. Una de las personas que podía participar como aya era la marquesa de Llombay, pero Carlos V no quiso contar con ella, “porque era mujer muy atrevida” y capaz de “cartearse con reyes extranjeros”. El Emperador confiaba más en Leonor de Mascareñas.
     Las damas Leonor de Mascareñas y Beatriz de Melo, que formaban parte de la casa de la Emperatriz, con quienes estaban los marqueses de Llombay, empezaron a tener contactos con san Ignacio de Loyola en fecha muy temprana. Leonor de Mascareñas conocía a san Ignacio desde 1527, cuando desde Alcalá fue a Salamanca pasando por Valladolid, donde estaba la Corte, y a Beatriz de Melo desde 1533, cuando la Emperatriz estaba en Barcelona. Otro encuentro de san Ignacio con Mascareñas fue también en Valladolid en 1535. Por tanto, Borja pudo conocer a san Ignacio en Valladolid en 1527 y en 1535, si bien no hay constancia documental de tales encuentros.
     El Emperador nombró a Borja, exactamente diez años después de su matrimonio con Leonor, es decir, el 26 de julio de 1539 —como si quisiera dejar claro que reconocía y agradecía así su enlace con la portuguesa—, su lugarteniente general en Cataluña. A partir de ese momento fue el “marqués de Llombay, lugarteniente general en el principado de Cataluña y los condados de Rosellón y Cerdaña”. Sin embargo, siempre firmó sus cartas como lo que era desde el punto de vista nobiliario, es decir, como marqués, y como duque cuando lo fue. La correspondencia de su virreinato es muy abundante. Desde el punto de vista de su cargo, mantuvo correspondencia con Carlos V y el príncipe Felipe, y casi diaria con Cobos, el secretario del Emperador, y con el cardenal regente Tavera.
     También en razón de su oficio mantuvo intensos y frecuentes contactos con embajadores, especialmente con los de Génova y Francia; con virreyes y gobernadores, como el duque de Calabria o el arzobispo de Valencia; con el consejo de Aragón; con militares como el príncipe Doria, Bernardino de Mendoza, con el capitán general de Perpiñán Juan de Acuña; con el duque de Cardona, con el duque de Gandía, su padre; con la nobleza catalana como el conde de Módica, Luis Enrique Girón; con Fernando de Cardona y Soma, almirante de Nápoles; con Juan de Cardona, obispo de Barcelona; y también con secretarios reales como Juan Vázquez, Juan de Idiáquez y Gonzalo Pérez. En muchas ocasiones la responsabilidad de su oficio se mezclaba con la amistad personal que iba creando con sus interlocutores, como lo demuestra el caso del embajador de Génova, Gómez Suárez de Figueroa, con el tiempo duque de Feria, con quien mantendrá continua correspondencia. Respecto a su vida de piedad, se confesaba con los dominicos valencianos Juan Michol y Tomás Guzmán, provincial.
     Los puntos más ingratos del virreinato fueron los referentes a la justicia, la cual implicaba persecución, captura, juicio y castigo contra los bandoleros, contrabandistas, e incluso contra luteranos y moriscos.
    Para solucionar este problema, el Emperador le ordenó que tuviera buena comunicación con el virrey de Aragón para evitar que los bandoleros pasaran del reino al principado y viceversa y librarse así de recibir el justo castigo a causa de los problemas jurisdiccionales.
     En este mismo sentido, otros alegaron los fueros eclesiásticos para no cumplir con las órdenes del Emperador. La mayor dificultad fue, sin embargo, la presión militar francesa en las fronteras. Durante el virreinato de Borja se pusieron de manifiesto las tensiones entre España y Francia. Aunque había paz, se vivía con inquietud, pues el principado era, de hecho, una base militar de primer orden. No sólo se debía contener un posible ataque francés, sino también atacar al turco, aliado de los franceses y de los corsarios berberiscos. El cénit llegó con la fracasada jornada de Argel del Emperador, en el otoño de 1541, operación largamente desaconsejada por sus generales, pero que se malogró por los temporales.
     En los primeros meses de 1542 se celebraron Cortes en Monzón, donde se juró al príncipe Felipe estando Borja presente. Según el biógrafo Ribadeneira, el Emperador insinuó a Borja y éste a aquél el mutuo propósito de abandonar su cargo y llevar una vida retirada.
     El Emperador, que visitó la ciudad en octubre de 1542 para supervisar las fortificaciones, presionó a Borja para que éstas estuvieran bien protegidas por la parte que daban a la costa, pues se tenían avisos de que el turco hacía armada para invadir por cualquier parte.
     Al día siguiente de la muerte de Juan de Borja (9 de enero de 1542), deseoso de retomar la deseada empresa de Argel, Borja escribió a Carlos V sobre los progresos en las fortificaciones y en la construcción de galeras, y que en el nido berberisco estaban desprevenidos y sin apenas provisiones. Pero el Emperador, desde que supo la muerte de Juan de Borja, pensaba apartarle del virreinato y ponerle en otro lugar, aunque antes quiso reconocerle su justo título de duque. Desde Madrid, el 22 de enero, el Emperador envió una misiva a su virrey con estas nuevas palabras: “Ilustre duque primo, nuestro lugarteniente general en el principado de Cataluña”. Carlos V hizo saber al nuevo duque que antes de recibir su carta del 14 de enero comunicándole la muerte de su padre ya se había enterado por otros conductos. Aparte del pésame, el Emperador le dijo que se complacía mucho de que sucediera a su padre en aquella casa ducal, por lo que no había necesidad de nuevo “ofrescimiento”, pues por sus palabras y por la experiencia bien sabía que siempre le había de servir. Asimismo le comunicó que en pocos días se presentaría en Barcelona, por lo que le pidió que dejara para más adelante su viaje a Gandía para arreglar los asuntos del ducado. Borja dejó su cargo el 18 de abril de 1543, obedeciendo una orden imperial, si bien él deseaba seguir allí. Carlos V le apartó no por haber sido ineficaz, sino porque tenía previsto para él otro cargo junto al príncipe Felipe.
     Es posible también que el Emperador esperara más iniciativas en la defensa del principado, y si hubiera mantenido en contacto más estrecho con el duque de Alba, capitán general, quizá habría evitado su apartamiento del poder.
     Durante este período se sintió más inclinado al “propio conocimiento”, al cual continuó dedicándose en adelante y sobre el que escribió varios métodos.
     Siguió los consejos del lego franciscano fray Juan de Tejeda, que después llevó consigo a Gandía. En Barcelona conoció también a san Pedro de Alcántara y en 1541 tuvo el primer contacto con la Compañía de Jesús en la persona del beato Pedro Fabro, a su paso por la Ciudad Condal.
     En 1543, Carlos V lo designó para el importante cargo de mayordomo mayor de la princesa María, hija del rey de Portugal, que iba a contraer matrimonio con el príncipe Felipe. Pero la reina de Portugal, madre de la esposa, se opuso a este nombramiento, a lo que parece, a causa del carácter de Leonor de Castro.
     Al oponerse la Corte al nombramiento, Borja perdió la oportunidad de ser consejero de Estado. Borja se retiró a Gandía, para asumir la dirección de su ducado.
     El 27 de marzo de 1546 murió su esposa y al mismo tiempo intensificó su vida espiritual. El 5 de mayo se puso la primera piedra del colegio de jesuitas que allí inauguró, y el 22 de mayo —tras unos ejercicios espirituales con el padre Oviedo— decidió hacerse jesuita; es decir, apenas dos meses después de la muerte de su esposa. Llama la atención que en su Diario espiritual recuerde siempre la fecha del 1 de mayo —muerte de la Emperatriz—, y que no haga ninguna mención a la fecha de la muerte de su esposa.
     El 2 de junio de 1546 hizo sus votos, y el 1 de febrero de 1548 la profesión, todo llevado con el máximo secreto posible por indicación de Ignacio de Loyola.
     El colegio de la Compañía de Jesús de Gandía fue el primero en Europa de los que se abrieron para alumnos no jesuitas, el cual, con bula emanada de Pablo III el 4 de noviembre de 1547, fue elevado a la categoría de Universidad. Borja cursó los estudios de Teología y recibió el grado de doctor el 29 de agosto de 1550 en esa Universidad. Entre tanto, el 1 de febrero de 1548 hizo secretamente la profesión solemne en la Compañía —sin voto de pobreza—, con permiso de seguirse ocupando de la administración de su ducado y vistiendo traje seglar. Gracias a su intervención, el papa Pablo III concedió, el 31 de julio de 1548, la aprobación del Libro de los Ejercicios de Ignacio de Loyola. Hecho testamento el 26 de agosto de 1550, partió cinco días después para Roma, acompañado de algunos padres y de personas de su séquito, con intención de ganar el jubileo del Año Santo y de tomar con san Ignacio los últimos acuerdos respecto a su paso a la vida de la Compañía. El 4 de febrero de 1551 volvió a España, dirigiéndose al País Vasco, donde, después de renunciar a sus títulos y posesiones y con el permiso de Carlos V, tomó el hábito religioso (11 de mayo de 1551). Fue ordenado sacerdote en Oñate el 23 de mayor de 1551 por el obispo auxiliar de Logroño y el 1 de agosto celebró su primera misa en el oratorio de la casa de Loyola con gran asistencia de fieles. Entre 1551 y 1554 alternó la predicación con los ejercicios de la vida interior y la composición de sus Tratados espirituales. Propuesto por Carlos V para el cardenalato, renunció a él en varias ocasiones.
     El 10 de mayo de 1544 comenzó la dirección espiritual de Juana de Austria, hermana de Felipe II, que llegará a emitir los primeros votos de jesuita, y hubo de contribuir con sus consejos a la gobernación durante la regencia de Juana. El 22 de agosto de 1554 Juana pronunció en Simancas los votos simples que hacen los profesos de la Compañía. La única “profesa” fue Catalina de Mendoza (1602), hija natural del IV conde de Tendilla, cofundadora con su tía María del colegio de Alcalá.
     San Ignacio nombró a Borja comisario general para las provincias de España y Portugal. Fue amplio en admitir nuevos colegios, de lo que se le tachará más tarde; unos veinte se comenzaron en España. Visitó a Juana la Loca en Tordesillas, madre del Emperador, por deseo de la propia demente, que quería saber cómo se preparaba el matrimonio del príncipe Felipe con María de Inglaterra, si bien es verdad que el príncipe Felipe le había pedido que la consolara en su inminente muerte e intentara librarla de sus locuras, que rayaban con la herejía. Asistió en su última agonía a la reina Juana.
     En 1554 fundó en Simancas el primer noviciado de la Compañía en España. Carlos V, que en 1555, después de haber abdicado al trono, se había retirado a Yuste, llamó dos veces a aquella soledad a Borja para pedirle consejo. En la hora de la muerte deseó tenerle a su lado y lo nombró su ejecutor testamentario, junto con su hijo Felipe. La confianza con que Felipe II y su hermana, la princesa Juana, lo distinguieron, atrajo a Borja la envidia de algunos por participar en el gobierno secretamente. Pero la prueba más dura le vino con ocasión de la publicación abusiva de un libro titulado Las obras del cristiano, en el que, junto con algunos tratados auténticos, se insertaron otros que no eran del santo. Eran los tiempos en que la Inquisición en España vigilaba atentamente para reprimir cualquier forma de luteranismo. El libro atribuido a Borja fue insertado en el Catálogo de libros prohibidos, publicado en 1559 por el inquisidor general de España, Fernando de Valdés. Borja tuvo que huir el 31 de octubre a Portugal. Aunque su inocencia quedó plenamente demostrada mediante acta notarial, la dificultad perduró, sobre todo por la desconfianza de Felipe II hacia la casa Borja. La solución que ofreció la Compañía fue proponer al papa Pío IV que llamase a Borja a Roma para atender importantes asuntos, adonde llegó el 7 de septiembre de 1561.
     Por entonces se creía en la Corte que su vida pública había terminado.
     Cuando a fines de 1562 se reanudó el Concilio de Trento, el general Diego Laínez y el vicario Alfonso Salmerón tuvieron que trasladarse a dicha ciudad.
     Entonces quedó Borja en Roma con facultades de vicario, hasta el regreso del padre Laínez, el 12 de enero de 1564. Al mes siguiente Laínez nombró a Borja asistente de España y Portugal. A la muerte del padre Laínez (19 de enero de 1565), Borja fue nombrado vicario y como tal convocó la Congregación General segunda. Ésta nombró a Borja general de la Compañía el 2 de julio de 1565. Su generalato coincidió casi del todo con el pontificado de san Pío V (1566-1572), que dio muestras de estima hacia la Compañía, pero le impuso dos obligaciones contrarias al instituto: la obligación del coro y la emisión de la profesión solemne antes de la ordenación sacerdotal.
     Gregorio XIII, en 1572, devolvió a la Compañía su forma genuina.
     En su gobierno, Borja potenció los estudios y se interesó por la formación de los novicios, procurando que cada provincia tuviese su noviciado. Revisó y completó las Reglas de la Compañía, de las que hizo una edición en Roma el año 1567 y otra en Nápoles al año siguiente. En 1570 hizo también una edición de las Constituciones. Usando de la facultad que le confirió la Congregación General, impuso a todos la hora de oración, con algunas modalidades según las provincias. A sus gestiones se debió la iglesia del Gesù, en Roma, construida gracias a la munificencia del cardenal Alejandro Farnesio, sobrino de Pablo III, así como el Colegio Romano, futura Universidad Gregoriana. En el campo del apostolado cabe destacar la fundación de las primeras misiones jesuíticas en los territorios de América sometidos a la Corona de España: Florida, México y Perú.
     Tuvo amistad con santa Teresa de Jesús, de la que fue su confesor, con los obispos reformadores santo Tomás de Villanueva, san Carlos Borromeo y san Juan de Ribera, con el asceta san Pedro de Alcántara, con el misionero valenciano san Luis Bertrán, con el papa dominico san Pío V, con el gran maestro de Andalucía patrono de los sacerdotes españoles san Juan de Ávila, con el rector del Colegio Romano san Roberto Belarmino, con el apóstol jesuita de Alemania san Pedro Canisio, con el valenciano el beato franciscano Nicolás Factor. Aconsejó al docto fray Luis de Granada en materia de oración. Se relacionó con casi todos los cardenales de la Iglesia, desde el gobernador Tavera pasando por Granvela, Farnesio, Crivelli, Morone, Paleotti. Formaba parte del selecto grupo de eclesiásticos reformadores, y por eso tras la muerte de Pío V hubo importantes conatos para elegirlo Papa. Hizo todo lo posible por ayudar al desdichado arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza, con quien disfrutó de una profunda amistad. Se relacionó estrechamente con personajes que luego serían Papas, como el nuncio en España Juan Bautista Castagna —Urbano VII— y con el auditor de la Rota, Aldobrandini —Clemente VIII—.
     El 30 de junio de 1571, por orden de Pío V, acompañó como consejero en su viaje a España, Portugal, Francia e Italia al cardenal Miguel Bonelli, encargado de coordinar los esfuerzos de las potencias católicas en la lucha contra los turcos, y de procurar que la princesa francesa Margarita de Valois se desposara con el rey Sebastián de Portugal y que ambos reinos entraran en la Liga Santa. Este viaje significó su rehabilitación ante la Corte española y el Rey, al que enviaba informes confidenciales de las gestiones realizadas. Regresó a Italia ya muy enfermo, pero quiso, a pesar de todo, visitar el santuario de la Virgen de Loreto. A los tres días de su llegada a Roma murió (30 de septiembre de 1572). Fue beatificado por Urbano VIII, el 24 de noviembre de 1624, y canonizado por Clemente X, el 12 de abril de 1671. Su fiesta se celebra el 3 de octubre. Es patrono de Gandía, de Lisboa, de la nobleza española y de la Curia General de la Compañía de Jesús. Durante el Barroco la Compañía de Jesús y su propia familia, en especial su nieto el duque de Lerma, exaltaron su figura por medio del teatro, la literatura, la pintura, la escultura, e impulsaron el proceso de canonización. Su cuerpo fue trasladado a España por disposición del duque de Lerma y se conservó en la iglesia de la casa profesa de Madrid hasta que fue carbonizado en el incendio de dicha iglesia y casa provocado el 14 de abril de 1931. Sólo algunas reliquias pudieron ser recogidas, que actualmente se veneran en la nueva iglesia de San Francisco de Borja de la Compañía de Jesús en Madrid (Enrique García Hernán, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Alonso Cano, autor de la obra reseñada;
     Alonso Cano (Granada, 19 de febrero de 1601 – 3 de septiembre de 1667). Pintor, escultor y arquitecto.
     Hijo de Miguel Cano, un ensamblador prestigioso, pasó con su familia a Sevilla en 1614. En agosto de 1616 entró en el taller de Francisco Pacheco, donde Velázquez estaba concluyendo su aprendizaje, quedando los dos artistas amigos por toda la vida. No se sabe cuánto duró la estancia de Cano en el taller de Pacheco. Díaz del Valle, escribió cuarenta años más tarde, que sólo ocho meses, pero el contrato de aprendizaje disponía que debía permanecer por un período de cinco años. La primera obra de pintura conservada de su mano es un San Francisco de Borja firmada en 1624 (Museo de Sevilla) que muestra la dependencia, en el dibujo, de Pacheco, y en la ilumi­nación tenebrista, de su compañero, el joven Veláz­quez. En 1625 se casa con María de Figueroa, de fa­milia de artistas, que falleció a los dos años. En 1626 obtiene la licencia “como pintor de imaginería” que le autorizaba a tener taller abierto y a contratar oficiales. En el gremio de pintores se le ve con autoridad, pues es uno de los examinadores que presenta el gre­mio para dar licencias de maestro pintor. En 1628 contrata las pinturas del retablo de Santa Teresa en la iglesia de San Alberto de Sevilla del que subsisten dos lienzos (ex colección José Gudiol) y contrata con su padre diferentes labores de talla de retablos y dorado que no se han conservado. Esto hace suponer que, además de las enseñanzas de su padre, Cano estaba atento a lo que el escultor más importante de Sevi­lla, Juan Martínez Montañés hacía, pues en sus labo­res escultóricas se advierte la huella del gran artista, y aunque no hay documentación que los ligue profe­sionalmente, hay documentos que acreditan que se conocieron y que Montañés dio poderes a Cano para que lo representase, a él y a otros escultores y ensam­bladores de Sevilla en pleitos, en 1635 y 1637.
     La obra más significativa de arquitectura (de reta­blos) y de escultura es el retablo del altar mayor de Santa María de la Oliva en Lebrija (Sevilla). El con­trato se hizo con su padre Miguel Cano el 18 de enero de 1629, pero el 3 de agosto se hizo cargo de él su hijo Alonso. El diseño del retablo contrasta con los que se hacían en Sevilla hasta entonces, con un orden colo­sal a la manera paladiana, de cuatro columnas estria­das que soportan unas grandes ménsulas, sosteniendo un ático tripartito. Las calles laterales, apenas más es­trechas que la central, llevan dos lienzos, encomenda­dos a Pablo Legot, y el ático, en el centro, un Cristo Crucificado de escultura y, a los lados, pinturas de la Virgen Anunciada y San Gabriel del mismo Legot. La escultura de Cano, en su primera obra que ha llegado hasta nosotros, es también excepcional: La Virgen con el Niño, en pie, es un modelo de equilibrio armonioso y el Niño se presenta desnudo sobre el brazo de su madre, como una madona renacentista italiana con la mirada perdida en melancólicos pensamientos. Las fi­guras de San Pedro y San Pablo, que figuran en el ático sobre las columnas laterales, son también evocadoras del tiempo romano. En cuanto al Cristo Crucificado que corona el retablo, Cano traspasó su realización a Felipe de Rivas, en 1628 y 1631, y sus pagos se escalo­nan a lo largo de muchos años hasta el de 1635.
     El retablo que queda en Sevilla, en el convento de Santa Paula, documentado en 1635-1638, no con­serva de Cano más que la ensambladura, pues los cuadros se dispersaron en la Guerra de la Indepen­dencia. Estaba dedicado a San Juan Evangelista, cons­taba de ocho pinturas, que, dispersas, se hallan en el Museo del Louvre (Santiago y San Juan Evange­lista), San Juan Evangelista y la visión del Cordero y los siete sellos y San Juan Evangelista en la visión del Pa­dre (Ringling Museum, Sarasota, Florida), San Juan Evangelista y la Visión de la Jerusalén celeste (Galería Wallace, Londres) más unos discutidos, en México y Génova, pues al ausentarse a Madrid encargó su ter­minación a Juan del Castillo. La escultura titular del retablo es de Montañés pero dos ángeles del ático son obra de Cano con extremada delicadeza que será lo que le distinga en sus obras posteriores.
     Los cuadros se reconocen por la exquisita colora­ción que se diferencia de los contemporáneos sevilla­nos, y una distinción que le singulariza.
     En julio de 1631, volvió a contraer matrimonio con María Magdalena de Uceda, sobrina del pintor Juan de Uceda Castroverde, de unos doce años de edad, provista de una cuantiosa dote. Pero en 1636 se en­cuentra preso por deudas. Lo sacó de la cárcel su amigo y colaborador Juan del Castillo, que pagó la fianza.
     En enero de 1638 “por estar de partida para la villa de Madrid”, traspasa la conclusión del retablo de San Juan Evangelista en el convento de Santa Paula, y el Cristo para el retablo de Lebrija a Felipe de Rivas. La causa de su ida a Madrid es una posible llamada del conde duque de Olivares quizás a sugerencia de Ve­lázquez —en Madrid desde 1623—, pues en julio del mismo año de 1638 se llama “pintor del Excmo. Se­ñor Conde Duque de Olivares” y en agosto apadrina una nieta de Velázquez, hija de Martínez del Mazo, lo que prueba su íntima relación con el genial pintor sevillano. Una prueba es que inmediatamente le en­cargan un lienzo en Palacio, para el Salón Grande o de las Comedias del Alcázar que se estaba decorando con retratos de los reyes de Castilla, y donde trabaja­ban Camilo, Francisco Rizi, Jusepe Leonardo, Pedro Núñez, Antonio Arias y otros pintores. Se le paga en septiembre de 1639. En el Museo del Prado se conser­van unos lienzos, con una pareja de Reyes de Castilla y otro con un solo Rey, que se han atribuido por razones estilísticas a Cano, vinculándoles a un pago de 1641 por dos lienzos para la Alcoba del Rey, aunque sólo está documentado un lienzo que representaba a los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, desaparecido.
     En octubre de ese mismo año se asienta en su casa como aprendiz por cuatro años Benito Manuel Agüero, el pintor de paisajes que ha sido siempre re­lacionado con Mazo. Testimonio de la estrecha re­lación de Cano con la familia de Velázquez, es que Cano y su mujer Magdalena de Uceda, apadrinan a otro nieto de Velázquez, hijo de Mazo, el 18 de marzo de 1640.
     Tras el incendio del Palacio del Buen Retiro de fe­brero de 1640, donde muchos cuadros fueron destruidos y muchos dañados, se encomendó a Veláz­quez y a Cano la labor de buscar en Castilla con qué reemplazarlos. Los dos pintores recurrieron a Valla­dolid en el abandonado palacio, y Cano fue el en­cargado de restaurar los cuadros dañados, lo que ha sido usado como explicación de su familiaridad con la técnica de los maestros venecianos, que se acusa en su labor de sus años madrileños, donde se va despren­diendo de la precisión de dibujo y de la iluminación tenebrista de sus comienzos sevillanos.
     En 1643, año de la caída en desgracia de su protector el conde duque de Olivares, pensando que tal vez pe­ligrase su posición, en el verano de dicho año solicitó la plaza de maestro mayor de la catedral de Toledo, vacante por muerte de Lorenzo de Salazar, que no se le concedió, y a la vez solicitó el puesto de maestro mayor de obras del Alcázar de Toledo. El informe de Juan Gómez de Mora, que se inclina por Felipe Lázaro de Goiti, a quien se le otorgó la maestría mayor de la catedral dice a propósito de Cano: “pintor grande, en esta facultad traça para todo género de Retablos y otras obras de ensamblaje y adorno con grande primor pero no ha tratado en obras de la calidad de las que hoy tiene en el Alcázar de Toledo [...]”.
     Tras estos intentos fallidos no parece que se alte­rase su posición en la Corte, pues en marzo del año siguiente, 1644, asienta por seis años a un aprendiz diciéndose “pintor de su Magestad”. Pero el 10 de ju­nio del mismo año su mujer apareció asesinada y a él le prendieron y dieron tormento, sospechando que fuese inductor del crimen. Pero quedó libre. Cano, sin duda impresionado por el suceso, fue a Valen­cia buscando refugio en la cartuja de Portacoeli. Pa­rece que fue con propósito de quedarse para siempre porque llevó la biblioteca y los modelos que, a su re­greso precipitado a Madrid en el año 1645, quedaron allí, y en su testamento dio instrucciones para que se recuperasen sus pertenencias en Valencia.
     Vuelto a Madrid en septiembre de 1645 concertó los lienzos del retablo del Nombre de Jesús de la igle­sia de la Magdalena de Getafe (in situ) y en 1647, la Cofradía de los Siete Dolores le nombró mayor­domo, y se resistió a aceptar el cargo, que suponía sa­car el Paso en Viernes Santo, y se vio envuelto en un pleito en que se implicaban muchos de los pintores de Madrid.
     En 1649, para las fiestas del matrimonio de Felipe IV con Mariana de Austria trazó el Arco Triunfal de la Puerta de Guadalajara, del cual dice Palomino que “se apartó de la manera que hasta aquellos tiempos habían seguido los antiguos”, y en 1650, sin duda apoyado por el éxito del arco del año anterior, es convocado para dar “trazas y pareceres” en Toledo para el trono de la Vir­gen del Sagrario y para el ochavo de la catedral.
     En 1651, Cano pide al cabildo de Granada que se le adjudique una prebenda o “ración” vacante. Se le concede, porque el Rey, a quien se consulta y pide autorización, recomienda muy calurosamente que se le conceda, pues ha de ser muy beneficiosa para la ca­tedral la presencia de un artista “gran arquitecto y ex­celente pintor”. El cabildo impone condiciones: ha de ordenarse y aprender música y latín. Cano se instala en Granada y se le encarga la decoración de la gran rotonda de la iglesia con siete grandes lienzos de la Vida de la Virgen, a partir del 24 de febrero de 1652. Pero el cabildo no está conforme con la conducta de Cano, que en tres meses no ha comenzado la obra, y no da pruebas de querer ordenarse en el plazo que se ha dado de un año. Pide prórrogas y la tensión estalla en 1656, en que el cabildo le expulsa de la catedral y declara vacante su ración.
     En los cuatro años transcurridos, Cano ha pintado dos lienzos de los siete de la catedral, empezados otros dos, y hecho el facistol, cuya imagen del remate —la Inmaculada pequeña— el cabildo decidió que se pu­siese en la sacristía en una urna. Pero ha realizado pin­turas para diversos conventos de Granada: en el del Ángel Custodio y en el de San Antonio y San Diego y diversas Inmaculadas y otros lienzos para particulares.
     El pleito con el cabildo hizo que Cano volviese a Madrid a solicitar la ayuda real, que se le concede y tras ser examinado de latín y de teología, fue orde­nado de presbítero directamente por el nuncio en Sa­lamanca en marzo de 1658.
     Pero aunque el Rey, dando pruebas de su estima­ción, ordenó le repusieran en su plaza y se le abonase los salarios atrasados, el cabildo interpuso pleito, y su incorporación se retrasó hasta junio de 1660. Durante esos dos años de estancia en Madrid hizo diversas pin­turas entre las cuales destacan la Visión de San Bernardo del Museo del Prado, que seguramente procede de los capuchinos de Toledo, los lienzos de San Antonio de Padua y San Francisco recibiendo los estigmas para el convento de San Diego en Alcalá de Henares (hoy en San Francisco el Grande de Madrid), y el Cristo a la Columna de los carmelitas de Ávila. El 23 de diciem­bre de 1658 testificó en las informaciones acerca de la hidalguía de Velázquez para la concesión del hábito de Santiago, afirmando que le conocía desde “quarenta y cuatro” años, es decir, desde que llegó a Sevilla.
     A su regreso a Granada, ya resuelto el pleito, se re­incorpora a su trabajo en la catedral y concluye la se­rie mariana de la capilla mayor, que queda instalada en 1664. También la Virgen del Rosario con Santos de la catedral de Málaga, pintada en esa ciudad entre 1665-1666 por encargo del obispo fray Alonso de Santo Tomás, y un sinnúmero de pequeños lienzos de devo­ción, Vírgenes con el Niño, Inmaculadas y esculturas.
     Al ser nombrado, “por ahora”, maestro mayor de las obras de la catedral, se encarga de la construcción de la fachada para la cual da trazas en mayo de 1667. Murió en agosto de ese año. Su testamento incluye una memoria de deudas y nombra a Fernando Cha­rrán, también racionero de la catedral, por su univer­sal heredero.
     Cano es una de las personalidades más singulares de nuestro arte. Hombre atormentado, de vida llena de incidencias dramáticas, enérgico de carácter, vio­lento y atrabiliario a veces, su arte resulta de una sen­sibilidad exquisita, de una belleza serena y una consciente búsqueda de la perfección.
     La obra de Cano ejerció una influencia tanto en Madrid como —y especialmente— en Granada. En la Corte fue su fiel discípulo Sebastián de Herrera Barnuevo, y su influjo llega también a Juan Antonio Escalante y a otros pintores. En Granada y Málaga todos los pintores y escultores que trabajan allí en la segunda mitad del siglo xvii pueden considerarse sus discípulos: Juan de Sevilla, Atanasio Bocanegra, Niño de Gue­vara, entre los pintores, y Pedro de Mena y José de Mora entre los escultores, y fue referencia y modelo para otros muchos artistas.
    Junto a su labor de pintor, escultor y tracista de ar­quitectura, Cano ha dejado una gran cantidad de di­bujos que acreditan su cuidadoso sistema de trabajo y hacen de él el más fecundo y personal de los dibujan­tes españoles con una inventiva y una maestría en el trazo del lápiz y la pluma absolutamente singulares (Alfonso E. Pérez Sánchez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Francisco de Borja", de Alonso Cano, en la sala IV del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

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