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domingo, 31 de mayo de 2020

La pintura "Visitación de la Virgen", anónima, en el Convento de los Capuchinos


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Visitación de la Virgen", anónima, en el Convento de los Capuchinos, de Sevilla.  
      Hoy, 31 de mayo, Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magnificat, y que mejor día que hoy para ExplicArte el Convento de Santa Isabel [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Visitación de la Virgen", anónima, en el Convento de los Capuchinos, de Sevilla.
   El Convento de Capuchinos (Iglesia de la Divina Pastora), se encuentra en la calle Ronda de Capuchinos, 1; en el Barrio de la Cruz Roja-Capuchinos, del Distrito Macarena.
   En el Convento de los Capuchinos podemos contemplar una pintura al óleo, de 1'16 x 0'52 m., anónima de estilo neoclásico, dedicada a la Visitación de la Virgen.   
   La escena se representa en primer plano con un fondo arquitectónico y de paisaje arbolado. La Virgen María se arrodilla ante su prima Santa Isabel que figura a la izquierda de la composición, cruzándose ambas las miradas. Zacarías, contempla el momento con las manos recogidas sobre el pecho.
   La virgen viste túnica celeste, manto rojo, quedando su cabeza por un velo. Santa Isabel, aparece ataviada con túnica rosácea, manto azul y en la cabeza, velo blanco. Zacarías, por su parte, viste túnica color marrón, y se representa con larga barba canosa.
   Este cuadro, por su formato terminado en arco apuntado, debió pertenecer a un retablo neogótico (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
   Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María:
   La fiesta deriva del ciclo navideño y parte de Lucas 1, 39-56. Aunque parezca extraño, porque es un acontecimiento salvífico evangélico, antes del siglo XIII no hay documentos históricos que la atestigüen, en que consta que los franciscanos la celebraban fervorosamente según prescripción del Capítulo General de 1263, siguiendo la exhortación de por San Buenaventura.  La predicación de los Menores hizo que se extendiera a muchas Iglesias, aunque con diversos días de celebración: por ejemplo, en Praga (de cuyo caso hablamos a continuación) y Ratisbona, el veintiocho de abril; en París, el veintisiete de junio; en Reims y Ginebra, el ocho de julio. Se conservan hasta nueve Oficios de esta fiesta. Para su extensión definitiva a la Iglesia Latina fue fundamental la labor del poderoso Arzobispo de Praga y Canciller del Emperador Juan Jenstein (+1400), que en el fragor del Cisma de Occidente se interesó por la fiesta y, habiéndole preparado personalmente Oficio rimado y Misa, la promulgó para su Iglesia en un sínodo diocesano el dieciséis de junio de 1386, señalándole el veintiocho de abril y trabajó por extenderla a otras diócesis y congregaciones, escribiendo a obispos y superiores y dirigiendo varias peticiones a Urbano VI Prignano para que la extendiera a toda la Iglesia para rogar que se erradicara el cisma que azotaba a la Iglesia.
   El papa el mismo 1386 le prometió acceder a su petición en cuanto las turbulencias políticas se lo permitieran, porque se encontraba exiliado en Génova. Habiendo regresado a Roma y estudiado el tema, el citado Urbano VI, en consistorio público, promulgó la fiesta para toda la Iglesia Latina con voto de que se recompusiera su unidad perdida el seis de abril de 1389. En un segundo consistorio público, en los meses de mayo o junio del mismo año, determinó que se fijase el dos de julio y que tuviese vigilia y octava como la del Corpus, y que se rezaran los textos eucológicos de Jenstein. Pero el decreto definitivo no pudo promulgarlo porque le sorprendió la muerte, tras haberla celebrado en Santa María la Mayor, en el mes de octubre del mismo año; la dilación pudo ser por sus múltiples ocupaciones o por objeciones de algunos teólogos a los textos de Jenstein. Le correspondió publicarlo a su sucesor Bonifacio IX Tomacelli el nueve de noviembre del citado año, con la esperanza de que Cristo y su Madre visitaran la Iglesia y pusieran fin al Gran Cisma que dividía la túnica inconsútil de Cristo. El Oficio fue definitivamente redactado por el Cardenal Adam Easton, monje benedictino inglés y Obispo de Lincoln.  Como fue extendida durante el Cisma, muchos obispos de la obediencia opuesta no habían adoptado la nueva fiesta, por lo que fue confirmada, republicando la bula de Bonifacio IX, por el Concilio de Florencia en 1441, bajo la presidencia de Eugenio IV Condulmer, y se ordenó a Tomás de Corcellis un oficio nuevo, que tuvo bastante difusión. En dicho concilio aceptaron también la fiesta en la misma fecha los patriarcas sirio, maronita y copto.  Nicolás V Parentucelli, para que se produjera una total introducción de la fiesta en las Iglesias particulares, volvió a republicar la bula bonifaciana en la suya Romanorum gesta Pontificum de veintiséis de marzo de 1451. Sixto IV della Rovere, por su parte, franciscano conventual, en 1475, hizo introducir en los libros libros litúrgicos de su Orden un nuevo Oficio propio. Fue ratificada, aunque sin octava, por el calendario postridentino de San Pío V Ghislieri, que abolió todos los Oficios propios y le señaló el mismo Oficio de la Natividad mutatis mutandis. Sin embargo, muchas órdenes religiosas, como los carmelitas, los dominicos, los cistercienses, los mercedarios, los servitas, entre otras, así como Siena, Pisa, Loreto, Vercelli, Colonia y otras diócesis, conservaron la octava, así como Bohemia, que celebraba la fiesta el primer domingo de julio como doble de la primera clase. Poco después, Clemente VIII Aldobrandini, en la revisión de los libros litúrgicos de 1602, la elevó a doble mayor e introdujo un Oficio propio compuesto por el franciscano Padre Ruiz. El Beato Pío IX Mastai-Ferretti la elevó, después de su vuelta a Roma del destierro de Gaeta, el trece de mayo de 1850, a doble de segunda clase.  Se señaló primeramente para su celebración el dos de julio, porque es el primer día después de la octava de la Natividad de San Juan Bautista, estimándose que para aquella fecha acabaría la estancia de María en casa de su prima Isabel. Si se hubiera escogido el comienzo de la misma, habría coincido con la cuaresma.
   Fue trasladada en la reforma de 1969 al treinta y uno de mayo como colofón del Mes de María, con el rango de memoria obligatoria, insertándola así entre la Anunciación y la Natividad del Bautista. La Iglesia alemana, sin embargo, ha conservado la fecha del dos de julio, para celebrarla junto con los luteranos. En la comunión anglicana es una conmemoración. Si es verdad que los bizantinos celebran el dos de julio una fiesta mariana, nada tiene que ver con esta celebración, pues lo que conmemoran es la colocación del vestido de la Virgen en la basílica de las Blanchernas (año 473). Para el establecimiento de una fiesta que conmemore la Visitación en la Iglesia Ortodoxa hay que esperar al siglo XIX, por la labor litúrgica del Archimandrita Antonin Kapustin (+1894), cabeza de la Misión Eclesiástica Ortodoxa de Rusia en Jerusalén, que incluso compuso un servicio para el Menaion, que la incluyó en el calendario después de la consagración de la Iglesia del Encuentro de la Virgen y Santa Isabel, promovida por él en Jerusalén, el treinta de marzo de 1883 según el calendario juliano, día que quedó señalado para la fiesta. Sin embargo, no ha sido aceptada por todas las Iglesias bizantinas (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Visitación de la Virgen;
La Visitación de la Virgen
I. El tema. Su fuente en las escrituras e interpretación simbólica
 La Visitación es la visita que la Virgen, embarazada de Cristo, (Virgo praegnans), hace en secreto a Hebrón, a su prima mayor, Isabel, embarazada de San Juan Bautista, el Precursor (Johanne impregnata), para comprobar con este embarazo milagroso la verdad del mensaje del ángel Anunciador.
   La fuente de este tema es un pasaje del Evangelio de Lucas (1: 39 - 56): «En aquellos días partió María apresuradamente a las montañas, a una ciudad de Judá. Y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. Y sucedió que al oír Isabel la salutación de María, la criatura dio saltos en su vientre (exultavit infans in utero ejus) e Isabel se sintió llena del Espíritu Santo ( ...) gritó: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre» (benedictus est fructus ventris tui).
   ¿Cuánto tiempo permaneció María en casa de su prima? Las estimaciones oscilan entre varios días y varios meses. De acuerdo con una tradición bizantina recogida en las Homilías del monje Santiago, la Virgen habría esperado hasta el nacimiento de Juan Bautista y asistido al parto de Isabel.
   Una de las prefiguraciones de este acontecimiento es el regreso de Judit a Betulia con la cabeza de Holofernes. Osías la recibió como Isabel acogió a la Virgen victoriosa de Satán.
   Los teólogos han visto una prefiguración de la Visitación en este versículo de los Salmos (85:11): «Se han encontrado la piedad y la fidelidad, se han dado el abrazo la justicia y la paz.»
   Según Bossuet, la Virgen e Isabel son el símbolo de la Iglesia y de la Sinagoga que se ofrecen las manos.
II. Culto
   La fiesta de la Visitación, que por lógica debería estar más cerca de la Anunciación, fijada el 25 de marzo, ha sido traslada al 2 de julio. Fue instituida en el siglo XV para conseguir la finalización del gran Cisma  de Occidente.
   En la Edad Media, los aserradores celebraban la Visitación porque la actitud de la Virgen y de Isabel, inclinadas cada una hacia la otra, les evocaba el gesto de los leñadores inclinándose simétricamente para aserrar el tronco de un árbol.
   En el siglo XVII, en 1610, San Francisco de Sales asistido por la bienaventurada Juana de Chantal, instituyó en Annency la orden de las religiosas de la Visitación, llamadas también salesas.
III. Iconografía
   La relativa esterilidad del tema de la Visitación se explica en primer lugar por razones teológicas: desde el punto de vista de la Redención (Der Ratschluss der Erlösung), la Visita de la Virgen embarazada a su prima no es más que un episodio secundario que no se podría comparar con la Anunciación, preludio de la Encarnación, y en consecuencia de la Salvación.
   No obstante, las Revelaciones de santa Mechthild de Magdeburgo, en el siglo XV, popularizaron esta escena interpretada como la primera estación terrena del Redentor «fruto de las entrañas de la Virgen .»
   Pero también deben tenerse en cuenta razones de orden estético.
Analogías y diferencias con el tema de la Anunciación
   La Visitación, como la Anunciación, es esencialmente una escena de dos personajes.
   Sin embargo el tema de la Visitación, menos rico en posibilidades que el de la Anunciación, se distingue por tres rasgos muy claros.
   Los personajes son de la misma naturaleza en vez de pertenecer a dos esferas diferentes. María e Isabel son dos criaturas humanas que comparten los mismos sentimientos, al tiempo que la Anunciación relaciona dos seres disímiles por su esencia, uno de los cuales tiene un papel activo y el otro lo tiene pasivo.
   En vez de estar separadas, más o menos distantes, las dos mujeres se estrechan las manos, se tocan o se abrazan. El principio de unidad y de simetría predomina sobre el de dualidad y disimetría inherente a la Anunciación.
   Finalmente, el espacio, en vez de estar repartido entre un interior y un exterior, tiene el mismo carácter de unidad: la escena se sitúa al aire libre, frente a la casa de Isabel que sale al encuentro de María, y no en su interior.
   Por lo tanto hay menos oposiciones y contrastes, y en consecuencia, menor dinamismo que en la escena precedente. La gama de los matices psicológicos es mu­cho más restringida, puesto que los únicos sentimientos susceptibles de expresión son la alegría maternal y el agradecimiento a Dios.
   No obstante hay que agregar que la diferencia de edades entre las primas aporta un elemento de variedad del cual los artistas supieron sacar buen partido.
   Podrían señalarse analogías aún más estrechas con el Encuentro de Ana y Joaquín en la Puerta Dorada, puesto que en los dos casos aparece el tema del Abrazo.
Los cinco episodios
   En los ciclos narrativos, el episodio de la Visitación está dividido en cinco cuadros que comportan numerosas escenas: el Viaje, el Encuentro, el Canto del Magnificat, el Nacimiento de San Juan Bautista, el Retorno seguido de los Reproches de José.
1. El Viaje
   En principio asistimos a la partida de la Virgen. Tiene la cabeza cubierta con un sombrero de paja de ala ancha para protegerse del sol de Julio, y se apoya en un bastón que se asemeja a un bordón de peregrino.
   Como el camino a través de la montaña es rudo y poco seguro, no camina sola, habitualmente se la supone acompañada por una criada que lleva un cesto al hombro, y a veces hasta por José y los ángeles que la guían.
   El Reposo de la viajera, notoriamente copiado del Descanso en la Huida a Egipto, es un tema infrecuente. En los dos manuscritos bizantinos de las Homilías del monje Santiago (siglo XI), un niño trepado en un árbol recoge fruta y la entrega a la Virgen. Una  mujer con el torso desnudo cerca de una fuente, personificación de la Tierra y no de Eva suplicante, como lo creyera Rohault de Fleury, le tiende los brazos.
2. El Encuentro
   Desde el punto de vista de la composición, la escena del Encuentro presenta grandes analogías con la Anunciación.
   Se trata de una escena con dos actores y el tema común es la Salutación de la Virgen, ya por el ángel Gabriel, ya por Isabel. Sin embargo, en este caso los dos personajes son, en vez de un ángel y una mujer joven, dos mujeres de diferentes edades, y el encuentro entre las dos primas tiene carácter de afectuosa intimidad: no se limitan a saludarse, se abrazan y besan.
   El tema comporta numerosas variantes que reflejan la evolución del culto mariano: la Salutación, el Abrazo, la Genuflexión de Isabel.
     a) Las dos mujeres de pie se saludan a distancia
   Santa Isabel y la Virgen se inclinan ceremoniosamente una hacia la otra.
   De acuerdo con G. Millet, que distingue en todos los temas de iconografía cristiana una fórmula helénica y otra siria, tendríamos allí la expresión del ideal griego.
   Es la fórmula usual en el arte francés de los siglos XII y XIII (portada de Moissac, vidriera de Chartres; grupo de la portada de la catedral de Reims).
   Esta actitud llena de dignidad, pero de una reserva un tanto fría, concordaba mal con las tendencias del arte realista y más humano de finales de la Edad Media que lo sustituyó con otro motivo.
     b) Las dos mujeres se abrazan de pie
   Una segunda fórmula cuyos orígenes se remontan al arte sirio (ampolla de Monza, frescos de Capadocia) del cual pueden citarse ejemplos precoces en la escultura francesa del siglo XII (capiteles de Die y de Saint Benoît sur Loire), se introdujo en la pintura italiana en el siglo XIV, con Giotto.
   Las dos primas, a quienes acerca el embarazo común, se echan cada una en brazos de la otra y se estrechan tiernamente, de manera que "Sacri junguntur uteri".
   Es la réplica del abrazo de las Justitia et Pietas, tal como fue representado en el siglo XII, en el tapiz tramado de Quedlinburg.
     c) Isabel se arrodilla ante la virgen
   El culto mariano exigía que las dos mujeres no fuesen representadas sobre un pie de igualdad. Aquella que va a parir al Precursor, San Juan Bautista, se arrodilla frente a la que lleva al Mesías en el vientre.
   Desde principios del siglo XV este motivo apareció en las Muy Bellas Horas de Nuestra Señora, iluminadas para el duque Juan de Berry, al igual que en las Horas de Rohan.
   La fórmula, adoptada por el arte italiano de finales del siglo XV (Ghirlandaio, Andrea della Robbia), se impuso después del concilio de Trento en el arte barroco, que mediante un rodeo hacia el tipo ceremonioso retornó de ese modo al primer arte cristiano. A veces dos ángeles levantan la cola del manto de la Virgen Reina.
   La escultura popular bretona del siglo XVII ofrece numerosos ejemplos.
     d) La representación del embarazo en transparencia con los dos embriones visibles "in utero"
   Habría sido preferible que el arte cristiano se hubiera contentado con esos tres tipos iconográficos, uno más solemne, los otros más dinámicos y vivaces; pero cada uno de ellos con sus posibilidades de belleza, y en los cuales es preciso reconocer, en cualquier caso, el mérito de la decencia.
   Por desgracia, el arte realista de la decadencia de la Edad Media no se detuvo allí, y de la misma manera que se había atrevido a representar en la Anunciación al Niño Jesús completamente formado, zambulléndose desde lo alto del cielo en el vientre materno, también subrayó el embarazo de las dos mujeres y mostró a sus hijos en estado de embriones, visibles «in utero».
   Era difícil, sin duda, no indicar el embarazo de las dos primas, que es uno de los datos esenciales del tema; pero también era posible sugerirlos discretamente, sin insistir en ello. Es lo que hicieron los imagineros de las catedrales francesas con una reserva llena de tacto: en el trascoro de Notre Dame de París, Isabel coloca la mano sobre el pecho de María, y se maravilla al sentir su vientre hinchado.
   Estas alusiones no bastaron en el siglo siguiente, cuyo gusto fue más basto. En el contrato relativo a un grupo de la Visitación, que se encargó en Dijon al escultor aragonés Juan de la Huerta, está debidamente especificado que la Virgen e Isabel serán representadas «estando preñadas de niños». No se imagina nada mejor que mostrar dos matronas palpándose el abdomen para asegurarse recíprocamente de sus embarazos.
   En un gran retablo del altar mayor de la catedral de Friburgo, Brisgau (Suiza), Hans Baldung Grien pone a retozar una pareja de conejos, símbolo de fecundidad, a los pies de ambas mujeres.
   Pero las cosas no pararon allí. Como si esas explicaciones no hubieran sido suficientes, se llegó a representar a los dos niños visibles en el vientre abierto o transparente de sus madres.
   La responsabilidad de esta aberración del gusto no debe imputarse al arte occidental de finales de la Edad Media. El tema tiene indudable origen oriental, puesto que aparecen ejemplos en el arte bizantino a partir del siglo XI. Puede citarse una obra de ese período en la ilustración del Salterio Jludov de Moscú. De la misma manera que Jonás aparece en transparencia en el vientre de la ballena, Jesús y el pequeño San Juan Bautista se transparentan en los diáfanos vientres de sus madres embarazadas.
   El Tetraevangelio serbio de la Biblioteca de Belgrado, donde el pequeño San Juan se transparenta en el vientre de Isabel ofrece, en el siglo XIII, otro ejemplo probatorio. Quizá haya que ver aquí una imitación o reminiscencia de las Vírgenes bizantinas del tipo de la Platytera (Blacherniotissa), en la que el Cristo Emmanuel se inscribe en un tondo inserto en el pecho de la Virgen.
   Sea como fuere, este tema de dos niños visibles in utero fue adoptado por el arte de Occidente hasta el siglo XV. Los pintores representaban, como si hubiesen previsto la radiografía, a los dos fetos fosforescentes en el vientre transparente de sus madres. Los escultores, al no contar con este recurso, cavaban en el vientre de las dos mujeres pequeños nichos abdominales, fenestrellas, por las cuales se veían los embriones como si fuesen reliquias en un relicario. Una estatua de madera en Görlitz representa una Virgen ahuecada de esa manera, con un visor de cristal a través del cual se ve al Niño. Esta idea pudo serle sugerida al artista por las Vírgenes abrideras de madera, marfil o alabastro en cuyos interiores se tallaba o esculpía el grupo de la Trinidad.
   La iconografía de la vida prenatal del Niño Jesús no se detiene allí.
   La evolución del tema conduce a una última fase. Ya no se contentan con representar a los dos embriones, o más bien los dos homúnculos, inmóviles en los vientres de sus madres; además se los representa en acción, «duplicando»,  por así decir, los gestos maternales: Jesús de pie hace un gesto de bendición, al tiempo que el pequeño San Juan Bautista se arrodilla frente al Niño Dios, del cual él ya tiene consciencia de ser sólo el humilde Precursor.
   Esta mímica intrauterina sólo traduce el texto del Evangelio de Lucas (1: 39-41), que narra que al oír la voz de la Virgen, el hijo que Isabel llevaba en el vientre dio saltos de alegría (exultavit infans in utero).
   De ahí a ponerse de rodillas no había más que un paso. Los pintores podían leer en una historia de San Juan Bautista versificada a finales del siglo XV:
     Notre Dame qui était pleine / De nostre Seigneur Jésus Christ / Si vint voit sa chère cousine. / Or       entendez que l'enfant fist: / Dedans le ventre de sa mère / S'agenouilla devant son maistre.
     Nuestra Señora que estaba llena
     De nuestro Señor Jesucristo
     Fue a visitar a su querida prima.
     Y ahora oíd lo que hizo el hijo de ésta:
     En el vientre de su madre
     Se arrodilló frente a su señor.
   La literatura fue todavía más lejos que la pintura. El autor de un poema en versos octosílabos acerca del Nuevo Testamento no se limitó a describir los movimientos de los dos niños «ceñidos» en el vientre de sus madres: los hizo hablar. El pequeño San Juan adora a su Señor y le dirige una plegaria, Jesús le responde desde el vientre de María. Cuán estupefactas debieron quedarse las dos mujeres, ventrílocuas sin proponérselo, al oír ese diálogo milagroso de sus hijos que hablaban antes de su nacimiento.
   Puede citarse, es cierto, un precedente en el Antiguo Testamento. El profeta Jonás entonó una acción de gracias a Yavé en el vientre de la ballena. Pero por inverosímil que sea esta fábula bíblica, fue superada por la imaginación desenfrenada de los hagiógrafos medievales.
   Se cuenta que en un cuadro de la iglesia de San Juan, en Zara, se veía en otros tiempos una Visitación en que el pequeño Juan Bautista brincaba de alegría en el vientre de su madre. Ese cuadro fue quemado por orden del obispo que lo encontraba chocante como espectáculo, no sin razón.
   Muchas representaciones de ese género debieron correr la misma suerte después de la Contrarreforma, hecho que explica su relativa escasez. Sin embargo, pueden citarse buen número de ejemplos esculpidos, pintados o grabados, de Visitaciones con embriones visibles, sobre todo en el arte alemán.
Personajes accesorios: los dos maridos, las dos Marías
   El Evangelio no dice que José haya acompañado a la Virgen. Además, la Visitación generalmente comporta sólo dos personajes, la Virgen e Isabel; se trata de un secreto de mujeres intercambiado sin testigos.
   Pero muy temprano se complicó la escena sumando a las dos primas, sus maridos. La presencia de Zacarías es natural, puesto que el encuentro tiene lugar en su casa. La de José lo es mucho menos, puesto que la Virgen se considera de incógnito y la presencia de José resulta irreconciliable con la apenada sorpresa que expresa luego, al descubrir el embarazo de su mujer. Dicha presencia contradice al mismo tiempo el texto del Evangelio y la verosimilitud. Pero su ausencia, por otra parte, estaba en contra de las costumbres orientales que vedaban a una mujer viajar sola.
   Los dos maridos generalmente están situados a ambos lados del grupo de las dos mujeres, a quienes enmarcan. No obstante, a veces expresan su alegría estrechándose la mano o abrazándose, sin hablarse, puesto que Zacarías estará mudo -por no haber creído en la promesa del ángel- hasta el nacimiento de su hijo.
   El más antiguo ejemplo de esta añadidura se remonta al siglo VI, y es un bajorrelieve de marfil del púlpito de Maximiano en Ravena. El tema es particularmente frecuente en la escuela veneciana del siglo XVI, como lo prueban en el Museo de Viena los cuadros de Palma Vecchio y de Giovanni Cariani. Los artistas románicos flamencos lo introdujeron en los Paises Bajos (Martin de Vios, Museo de Dijon). Vuelve a encontrárselo en el arte francés del siglo XVII (Colgadura de la Vida de la Virgen, catedral de Estrasburgo. Dibujo y grabado de Claudine Bouzonnet Stella, Bibl. de Metz).
   A los dos esposos se los sustituye, o se suman, en ciertas ocasiones, dos criadas o las dos Marías, hermanas maternas de la Virgen, María Cleofás y María Salomé. Ghirlandaio ha adoptado este último partido en su célebre Visitación del Louvre.
   Más excepcional resulta la presencia de dos ángeles turiferarios o caudatarios, oficiando de pajes y llevando la cola del manto de la Virgen. Ese detalle, que se observa en una miniatura de las Horas del mariscal de Boucicaut (Museo Jacquemart André), procede de una contaminación con la Coronación de la reina de los cielos. A consecuencia de estos añadidos de personajes de compañía (Begleifiguren), la Visitación se separa cada vez más del tipo de la Anunciación, cuyo tema resulta incompatible con la presencia de espectadores.
3. La Virgen cantando el Magnificat
   Lucas, 1: 46 - 56. Después de la salutación de su prima Isabel, María entona un cántico de acción de gracias que se llama Magnificat. «Mi alma glorifica al Señor. Y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones».
   Ese cántico, calcado del que entona Ana, madre de Samuel, es la única plegaria conocida de la Virgen. A decir verdad, aunque la Vulgata diga expresamente: Et ait Maria, ha sido cuestionada por los teólogos modernos: Harnack, Loisy y Goguel, que sostienen que el Magnificat debe ser restituido a Isabel, también ella estéril durante largo tiempo.
   Los bizantinos representan a la Virgen con el alma en las manos, en forma de un niño orante, y ofreciéndolo a Dios.
   En Occidente este tema sólo ha inspirado a un reducido número de artistas.
4. La Virgen asiste al nacimiento de san Juan Bautista
   De acuerdo con una tradición que se remonta a Orígenes y a san Ambrosio, la Virgen habría permanecido tres meses junto a su prima, con el objeto de esperar el nacimiento de Juan. San Buenaventura cuenta que María tomó en sus brazos al hijo de Isabel. «El niño fijaba sus miradas en María, como si hubiese comprendido quien era; y cuando ésta quería devolverlo a su madre, inclinaba la cabeza hacia la Virgen y parecía sólo encontrar placer en ella.»
5. El Regreso a Nazaret y la Justificación de la Virgen
   Al tiempo que la Visitación se basa en el Evangelio de Lucas, todos los episodios complementarios, situados entre el regreso a Nazaret y la Natividad están tomados de los Evangelios apócrifos: Protoevangelio de Santiago (capítulos XIII, XIV), Evangelio del Seudo Mateo (cap. X), Evangelio Armenio de la Infancia (cap. VII).
   Después del nacimiento de San Juan Bautista, la Virgen retomó el camino de Nazaret. Pero al volver al hogar fue acogida por los celos de José que cuando descubrió su embarazo la acusó de adulterio y amenazó repudiarla. Ella se justificó contra esas injuriosas sospechas soportando la prueba de las aguas amargas.
   Las escenas son cinco: l. La Virgen se despide de Isabel.; 2. Los celos de José; 3. La Admonición del ángel; 4. La prueba del agua amarga; 5. El arrepentimiento de José que se disculpa por sus infundadas sospechas.
     a) La Virgen se despide de Isabel
   Tema escasamente tratado.
     b) Los celos de José
   Después de la Visitación, que le habría abierto los ojos de haber asistido a ella, José, de regreso de Cafarnaum donde había ido a trabajar en su oficio, descubrió con estupor el embarazo de María. «Se quedó estupefacto» al verla encinta.
   Seguro de no tener nada que ver en ello, le dirigió duros reproches por su mala conducta. La interrogó en presencia de sus cuatro hijos: «¿Por qué has hecho esto tú, que has sido alimentada por un ángel?». Le advirtió que debía lapidarse a una mujer embarazada que no había conocido a su marido. Ella respondió sin perder la calma que aunque estuviese efectivamente embarazada, seguía siendo virgen y no había conocido hombre alguno en su ausencia.
   José permaneció incrédulo, y para evitar un escándalo, decidió repudiarla discretamente. Pero un ángel del Señor se le apareció y le hizo desistir del proyecto afirmándole que el Niño que María llevaba en el vientre había sido concebido por el Espíritu Santo, y que ella estaba «tan virgen como lo fue al nacer».
   Esta escena de celos y reproches está en germen en un pasaje del Evangelio según Mateo (1: 19 - 21), donde se dice que José pensó en devolver a la Virgen, a ocultas (Voluit occulte dimittere eam). Pero fue introducida en el arte cristiano por los evangelios apócrifos, y popularizada por el teatro de los Misterios que desarrollaron con complacencia la comedia de las quejas del marido engañado.
Iconografía
   José observa con expresión irritada a la Virgen encinta que intenta disculparse. Ya ha hecho un paquete con sus ropas y está dispuesto a abandonarla, cuando en el momento crítico aparece un ángel para aplacar su cólera.
   El tema resulta tan familiar en el arte bizantino como en el de Occidente.
   En todo el Oriente helenizado, griego o eslavo, ha sido popularizado por el célebre Himno Akatista, compuesto en el siglo VII cuya sexta estrofa comienza con estas palabras: Una tormenta en el corazón.
   María se justifica con un pasaje de los Salmos 44: 12: Kai epihumesei o Basileus («Prendado está el rey de tu hermosura») que ella le muestra inscrito sobre una filacteria.
   En las puertas de bronce de la catedral de Pisa, María responde: Rore coelesti fe­cundar (Es el rocío celestial quien me ha fecundado).
   Este tema escabroso fue eliminado del repertorio del arte católico en el siglo XVI, por el concilio de Trento.
     c) Primera aparición de un ángel a José para calmarle y disculpar a la Virgen
   Un ángel aparece ante José para darle «sosiego» e impedirle repudiar a la Virgen embarazada. Le explica la «maravillosa impregnación» de su mujer por el Espíritu Santo.
   La declaración tranquilizadora del ángel está glosada en una vidriera de la iglesia Saint Gervais de París, por esta cuarteta ingenua:
     Un ange de Dieu luy nonça
     Et pour verité prononça
     Que de l'Esprit elle estoit pleine:
     Par quoy fut son cuer hors de peine.
   (Un ángel de Dios le anunció / Y con verdad  pronunció / Que del Espíritu ella estaba llena / Por lo cual su cuerpo era inocente.)
   La variante que se lee en la iglesia de Sainte Croix de Provins es del mismo estilo:
     Prens, ô Joseph, ton épouse sans crainte
     Du Saint-Esprit, non d 'homme est enceinte
     Fils de Dieu, vierge, elle enfantera
     Lequel Jésus un chascun nommera.
   (Toma José a tu esposa no temas nada / Del Espíritu Santo, no de hombre, está embarazada / Un Hijo de Dios, aún Virgen, parirá / A quien Jesús, cada cual, llamará.)
   Este tema suele aparecer asociado con el precedente. Ya se lo encuentra en el arte cristiano primitivo, sobre un sarcófago de Puy.
     d) María bebiendo el agua probática en el tempo
   De acuerdo con una ley mosaica que sin duda es un vestigio del culto del agua (hidrolatría), aplicada por numerosas tribus, la mujer sospechosa de infidelidad era conducida al templo y debía no sólo jurar que era inocente sino beber «el agua probática» o «de convicción de Dios», que Henri Estienne llamó en el siglo XVI, en su Apología para Herodoto, «el agua de redargución». Si era inocente la bebía sin molestias, pero si por el contrario era culpable, el agua purgativa y detectora, cargada de maldiciones por el sumo sacerdote, la ponía gravemente enferma. Se trataba en suma, como en el caso de la ordalía del fuego de mayor difusión en la Edad Media, de una forma de Juicio de Dios.
   He aquí los términos en que está enunciada la ley en el Libro de los Números (5: 11 - 28): «El Señor habló a Moisés, diciendo: ( ...) Si una mujer casada se extraviare, y despreciando al marido yaciere con otro hombre, y el marido no pudiere averiguarlo ( ...) la llevará delante del sacerdote... (éste) la conjurará, y dirá: Si no se ha acostado contigo hombre ajeno, y si no te has deshonrado con hacer traición al marido, no te harán daño estas aguas amarguísimas sobre las cuales he amontonado maldiciones. Pero si te has enajenado de tu marido, y te has deshonrado, y acostado con otro hombre, incurrirás en estas maldiciones. Póngate Dios por objeto de execración y escarmiento de todos en su pueblo: haga que se sequen tus muslos, y que tu vientre hinchándose, reviente.»
   Traducido al lenguaje de la medicina moderna, el castigo con que amenaza el Dios de Moisés a la mujer adúltera es la hidropesía.
   Los Evangelios canónicos no hablan de esta prueba humillante infligida a la Virgen. Pero el Protoevangelio de Santiago (16, 1) supone que se le aplicó la ley de Moisés. Además, agrega  que el pobre José, el marido inquieto, debió someterse también a este juicio de Dios, para probar que había respetado la virginidad de su mujer. En el Liber de ortu Beatae Mariae, jura «quod nunquam penitus tetigisset eam», que él sólo se había permitido acariciarla sin poseerla.
   «El sacerdote dijo: Os haré beber el agua probática del Señor y vuestra falta será revelada. Y habiendo vertido el agua, hizo beber a José y lo envió a la montaña, y éste regresó sin molestias. E hizo beber también a María y la envió a la montaña, y ella regresó igualmente indemne».
   Según otra versión incluida en el Evangelio del Seudo Mateo, el hombre y la mujer sospechosos de adulterio o de comercio carnal ilícito, después de haber bebido el agua de la prueba debían dar siete vueltas alrededor del altar sin que les a apareciera signo alguno de malestar en el rostro.
   Si soportaban victoriosamente el examen, los acusadores, sospechosos de falso testimonio, debían beber a su vez el agua amarga. En el teatro religioso de la Edad Media se veía a los acusadores de la Santísima Virgen caerse muertos después de la contraprueba.
   El sumo sacerdote que presenta a María y José la copa amarga, está identificado con Zacarías, padre de San Juan Bautista.
Iconografía
   El arte cristiano de Occidente ha rechazado con razón esta anécdota poco edificante de la purga acusadora. Pero el arte oriental o bizantino no tuvo los mismos escrúpulos de decencia y ofrece numerosos ejemplos de este tema que se ve ilustrado cabalmente en las Homilías del monje Santiago. Los dos acusados son aprehendidos y conducidos brutalmente frente al sumo sacerdote; los cuatro hijos de José son expulsados a bastonazos.
     e) El arrepentimiento de José

   Convencido por la Aparición del ángel y el juicio de Dios de que su mujer sigue pura a pesar de las apariencias, José se retracta públicamente: se arrodilla frente a la Virgen y le pide perdón por sus sospechas infundadas.
   Más reservado que el arte bizantino, el de Occidente se abstuvo de insistir con un tema que amenazaba ridiculizar a José, marido demasiado crédulo, y de comprometer el respeto debido a la Madre del Salvador.
   Desde este punto de vista, es característico que en la Arena de Padua, Giotto pase directamente de la Visitación a la Natividad (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
    Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Visitación de la Virgen", anónima, en el Convento de los Capuchinos, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Convento de los Capuchinos, en ExplicArte Sevilla.

sábado, 30 de mayo de 2020

La Puerta de San Fernando, de Pedro Sánchez Falconete, en la Catedral de Santa María de la Sede


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Puerta de San Fernando en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.     
      Hoy, 30 de mayo, Fiesta de San Fernando III, rey de Castilla y de León, que fue prudente en el gobierno del reino, protector de las artes y las ciencias, y diligente en propagar la fe. Descansó finalmente en la ciudad de Sevilla (1252) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y   que mejor día que hoy, para ExplicArte la Puerta de San Fernando en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Puerta de San Fernando [nº 074 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Recibe este nombre de nuevo cuño por la imagen que la preside. Se la ha nombrado por su uso, "Comunicación con el Sagrario" y "Principal del Sagrario Nuevo", pues su construcción, en 1655, obligó al traslado del baptisterio (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
      La Puerta de San Fernando es la portada de acceso a los pies de la iglesia del Sagrario que se abre en el inicio de la nave del Evangelio y, aunque está dotada de puertas de vidrio y se puede ver el interior, no se puede pasar desde aquí, por lo que la única entrada para el visitante al interior de la Iglesia del Sagrario, es desde el exterior, a través de la portada que se abre a la avenida de la Constitución. También suelen estar cerradas sus otras dos puertas, las que se abren al Patio de los Naranjos. No obstante, ello no es impedimento para que admiremos la portada en sí desde el interior de la catedral.

     Es una portada de estilo retablo, que fue trazada por Pedro Sánchez Falconete en el último tercio del siglo XVII. Un gran arco de medio punto está flanqueado por dos pares de columnas de orden corintio que sostienen un entablamento sobre el que se sitúan  las esculturas de San Fernando (centro) con dos parejas de hermanos, Justa y Rufina e Isidoro y Leandro, a los lados (VV. AA. La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir, Sevilla. 1991).
      Sobre la nave del Evangenlio en la que se encuentra la Puerta de San Fernando encontramos una vidriera, realiazada por Enrique Alemán en 1478, en la que se representan San Juan Evangelista, San Miguel, San Juan Bautista y San Gabriel, en cuatro vanos terminados en forma de arco lobulado, con sus claraboyas, con unas dimensiones de 7,85 x 3,25 m.
      Las figuras se destacan de pie, en la mitad inferior de cada vano del ventanal, perfilándose sobre un fondo de damasco que pende de un templete proyectado con elementos arquitectónicos de carácter gótico. A pesar de que con el tiempo y en algunas de las reparaciones antiguas que se hicieron algunas vidrieras han perdido algunos de estos componentes es seguro que en todas ellas dominó este mismo esquema. 
     Las dos figuras que se conservan de Enrique Alemán en esta vidriera (San Miguel y San Gabriel), denota la formación germánica de este maestro, en la que las soluciones propias de la pintura flamenca, se proyectan con una precisión formal y de dibujo propias de un grabador. Fueron estos modelos uno de los más utilizados por el artista como demuestra el hecho de que en las vidrieras que realiza posteriormente para la catedral de Toledo se sirviera de los mismos cartones que había empleado para la realización de estas vidrieras (Víctor Nieto Alcaide, Las Vidrieras de la Catedral, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Fernando, rey:
   El rey Fernando III de Castilla y de León, nacido en 1198, y muerto en Sevilla en 1252, primo hermano del rey san Luis, se convirtió en el santo nacional de España a causa de sus victorias contra los moros.
   Héroe de la Reconquista, dedicó a Jesucristo la mezquita de Córdoba. Además, es el fundador de la catedral de Burgos, y quien patrocinó y dotó el Estudio General, origen de la universidad de Salamanca. En el siglo XVIII se lo convirtió en santo patrón de la Academia de Bellas Artes de Madrid.
CULTO
   Canonizado en 1671 por el papa Clemente X, pero santificado por el pueblo a partir del siglo XIII, es el patrón de España entera, pero en especial el de Córdoba y Sevilla.
ICONOGRAFÍA
   Se lo representa con manto real, la corona y el cetro. Sus atributos particulares son una llave, que alude a la toma de Córdoba y a su divisa: Dios abrirá, Rey entrará, y una estatuilla de la Virgen de marfil, que se conserva en el tesoro de la Capilla Real en Sevilla, que siempre llevaba consigo sujeta al arzón, a manera de talismán, cuando salía en campaña contra los moros (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Fernando en la Historia de la Iglesia de Sevilla
   San Fernando, rey de Castilla y León, tomó la ciudad de Sevilla en 1248. Restableció la sede hispalense y la dotó espléndidamente. Murió en 1252 y su cuerpo, incorrupto, se halla en la capilla real de la catedral de Sevilla.
   Fernando III nació en Valparaíso (Zamora) en 1201, hijo del rey de León, Alfonso IX (ya casado en primeras nupcias con doña Teresa de Portugal, de quien tuvo dos hijas: doña Sancha y doña Dulce, matrimonio disuelto por el papa por consanguinidad) y de doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, rey de Castilla, y prima segunda del rey leonés, que se habían casado en octubre de 1197. Conocedores de aquel parentesco, que imposibilitaba legalmente el matrimonio eclesiástico, un grupo de obispos, conscientes de que esta unión era la única garantía de paz en Castilla y León, se encargó de presionar al papa para que concediera la dispensa. Cabía la esperanza de que Celestino III (1191-1198), que había urgido la paz con tanto empeño, entrara en el camino de las dispensas, pero no fue así. En 1198 murió Celestino III y le sucedió el enérgico Inocencio III (1198-1216), que se mostró inflexible. En mayo de 1204 tuvo lugar la separación. 
 Una serie de afortunadas circunstancias coincidieron para hacer de Fernando, el hijo de Alfonso IX y Berenguela, el heredero de ambos. La corona de Castilla había venido a recaer en Enrique I, nacido en 1203. El 6 de junio de 1217 moría en Palencia, cuando se hallaba jugando con otros muchachos. La corona pasaba a doña Berenguela que avisó secretamente a Fernando quien, sin notificar a su padre el importante suceso, se reunió con su madre en Valladolid, donde la reina simultáneamente tomó posesión y renunció al poder en su hijo, Fernando III, proclamado el 1 de julio de 1217 ante una asamblea de nobles castellanos. Los obispos de Castilla y el papa Honorio III (1216-1227) apoyaron también esta decisión.
   Desde 1224, el joven soberano, libre de conflictos internos, emprende decididamente una serie de expediciones por Andalucía. El primer período llega hasta 1230, durante el cual realiza una serie de acciones bélicas por el reino de Jaén. En 1227 ganó Baeza.
   El 24 de septiembre de 1230 murió Alfonso IX. En su testamento dejaba por herederas de la corona de León a sus hijas Sancha y Dulce y no a su hijo varón, Fernando III. Este momento peligroso para Fernando se solucionó favorablemente gracias a la habilidad política de su madre doña Berenguela. Esta se reunió con la ex-reina doña Teresa de Portugal, madre de las infantas, en Valencia de Don Juan y determinaron que las infantas renunciaran a favor de su hermano todo derecho sobre el reino de León, comprometiéndose Fernando III a pagar una renta anual de 30.000 monedas de oro. La prudencia diplomática de doña Berenguela y el apoyo de la Santa Sede, juntamente con el alto clero, coloca­ron al rey de Castilla en el trono leonés.
   La unión de Castilla y León y el pacto realizado poco después, 2 de abril de 1231, con el rey de Portugal Sancho II pusieron a la nueva potencia castellano-leonesa en las mejores condiciones para proseguir la conquista del Sur. En 1236 se tomaba por sorpresa Córdoba. En 1243 se anexionaba el reino de Murcia, que su gobernador ofrecía al rey castellano. Alfonso, el heredero de la corona, ocupo la capital murciana sin dificultad. La reconquista de Jaén se culminó en 1246 con la rendición de la ciudad.
   La última etapa de la reconquista andaluza tuvo como objetivo Sevilla. «Si no hubiera existido Sevilla, hubiera sido necesario inventarla. Y si Sevilla no hubiera sido un lugar de ilimitadas riquezas, hubiera sido preciso considerarlo como si lo fuera. Tras su prolongado y agotador empujón los cristianos necesitaban un oasis, por lo que apenas puede maravillar que el mismo Alfonso X, al cantar las excelencias del fértil valle del Guadal­quivir, produzca la impresión de que más bien está describiendo la captura de un granero que la de un reino. Era una tierra en la que manaba leche y miel, superior a todas las otras regiones de España en la abundancia de artículos exigidos por las necesidades de la vida: trigo, vino, carne, pescado y aceite, lo que se completaba con un clima perfecto. Sin embargo, lo mas importante era su autoabastecimiento» (Peter Linehan).
   Los papas ayudaron espiritual y materialmente al monarca castellano-leonés. Tanto Honorio III como Gregorio IX (1227-1241) e Inocencio IV (1243-1254) homologaron las campañas de Fernando III en Andalucía a las cruzadas de ultramar, y concedieron generosamente a los que participaron en ellas las indulgencias y otros favores espirituales conce­didos a este tipo de guerras.
   Gregorio IX e Inocencio IV permitieron a Fernando III ejercer plenamente el derecho de intervenir en las elecciones episcopales, debido a ser defensor de la tierra y de la fe; derecho que Alfonso X incluyó en la Primera Partida. Inocencio IV permitió también al rey usar los beneficios y dignidades eclesiásticas, junto con el dinero a ellas anejo, como dotaciones para sus hijos menores. Siendo todavía de tierna edad, Sancho y Felipe fueron nombrados procuradores de los arzobispados de Toledo y Sevilla respectivamente.
   A medida que avanzaba la conquista de Andalucía, la necesidad de dinero se hacía más apremiante para el rey castellano, y los bienes económicos de las iglesias le resultaban imprescindibles. Pero en lugar de apoderarse de ellos por su cuenta, Fernando prefirió guardar la legalidad, solicitándolos de la Santa Sede. Tras la conquista de Córdoba, Gregorio IX declaró que el éxito militar de Fernando había situado a la Iglesia romana en deuda con el monarca. Gregorio en compensación no autorizo a Fernando a hacer uso libremente de las «tercias» y, cuando el rey lo intentó en 1228, le reprendió severamente, pero le permitió un subsidio de 20.000 monedas de oro procedentes de las iglesias y monasterios de Castilla, y otro tanto sobre las rentas eclesiásticas de León. Unos años después, en 1247, en vísperas de la conquista de Sevilla, Inocencio IV otorgaba a Fernando las «tercias» de los diezmos eclesiásticos o dos novenas partes del total de los diezmos para sus empresas guerreras. Al principio esta contribución se establecía sólo por tres años. Pero Alfonso X y sus sucesores volverán a obtenerla con facilidad hasta convertirla prácticamente en habitual. Con el tiempo, las tercias reales se convertirán en un recurso financiero casi ordinario de la corona. Por todo ello, en 1248, las iglesias castellanas y leonesas se encontraban en un lastimoso estado. Sus aportaciones económicas a lo largo de los treinta y cinco años anteriores habían sido enormes.
   El asedio de Sevilla por las huestes de Fernando III se desarrolló a lo largo de dos años en cuatro fases. Primera: en el otoño de 1246 se talan y saquean los campos de Carmona, Jerez y el Aljarafe, con entrega sin resistencia de Alcalá de Guadaira y Marchena. Segunda: en la primavera de 1247 se talan de nuevo los campos de Carmona, ciudad que se entrega pacíficamente en seis meses; se consolida el camino desde Córdoba por el río con la toma de Tocina, Cantillana y Alcalá del Río; y se despeja el camino hacia la Sierra y Mérida con la toma de la citada Cantillana, Gerena y Guillena, dejando libre el acceso de las tropas de la orden de Santiago que se hallaban en Reina desde 1246. Por aquellas fechas remontaron el río las galeras de Ramón Bonifaz.
   Con el asedio directo de la ciudad desde finales de 1247 comienza la tercera fase. Entre agosto de 1247 y febrero de 1248 el cerco no fue todavía muy apretado. El componente cristiano se situó en Aznalfarache y Tablada. Gelves fue arrasado y los habitantes de Triana tuvieron que refugiarse en el castillo o en la ciudad. La cuarta fase se inicia con el asedio definitivo a partir de marzo de 1248. Con la llegada y ayuda del infante don Alfonso se pudieron controlar todas las salidas y puertas de la ciudad. En mayo las naves de Ramón Bonifaz rompieron el puente de barcas de Triana con lo que se bloqueó el río y se produjo el aislamiento de Sevilla. A partir de este momento se inicia la batalla contra el tiempo. El hambre atacó a los sitiados, pero el calor y las fiebres tifoideas lo hizo a los sitiadores. Como las peticiones de ayuda cruzadas por Sevilla a tunecinos y almohades no pudieron ser atendidas, en otoño comenzaron las negociaciones para la capitulación. 
  Se acordó la entrega de toda la ciudad con sus inmuebles y tierras. Los musulmanes emigraron, asegurándoles el paso hacia Jerez o Ceuta en el plazo de un mes con sus bienes muebles y semovientes, durante el cual los cristianos ocuparon el alcázar. El 23 de noviembre, fiesta de san Clemente, ondeó ya la enseña real de Fernando III en el alcázar de Sevilla. El 22 de diciembre el rey castellano hacía su entrada solemne en la ciudad aban­donada (José Sánchez Herrero, Sevilla Medieval, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Fernando, rey de Castilla y de León; conquistador de Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla; santo;
   Fernando III, El Santo (Peleas de Arriba, Zamora, 24 de junio de 1201 – Sevilla, 30 de mayo de 1252), rey de Castilla (1217-1252) y de León (1230-1252); conquistador de Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla; santo.
   Cuando a fines de junio del año 1201, probablemente el día 24, festividad de san Juan, nacía el que iba a ser Fernando III de Castilla y de León en el camino de Salamanca a Zamora, en el monte al que luego se trasladaría el monasterio bernardo de Valparaíso, Castilla y León eran desde hacía cuarenta y cuatro años dos reinos distintos, separados y frecuentemente enfrentados. Fernando era hijo del rey Alfonso IX de León y de la castellana doña Berenguela, hija primogénita de Alfonso VIII de Castilla. Aunque procedente de doble estirpe regia, Fernando no nacía como heredero de ninguno de los dos tronos: en León le precedía un hermanastro suyo, nacido hacia 1194 y llamado igualmente Fernando, hijo del Rey leonés y de doña Teresa de Portugal, que ya había sido jurado como heredero del Trono de León; en Castilla el heredero era igualmente otro Fernando nacido en 1189, hijo de Alfonso VIII y hermano de doña Berenguela, la madre del Fernando nacido en 1201.
   El matrimonio de sus padres no pudo mantenerse, pues había sido contraído sin la necesaria dispensa papal del impedimento de consanguinidad, pues el padre de doña Berenguela, Alfonso VIII de Castilla, era primo carnal de Alfonso IX de León. Ante los requerimientos de Inocencio III a los cónyuges para que se separaran, éstos rompieron su convivencia, tras seis años y medio de vida matrimonial (1197-1204) en los que nacieron cinco hijos, dos de ellos varones: el futuro Fernando III y su hermano Alfonso de Molina. Rota la convivencia de los padres cuando Fernando no había cumplido aún los tres años, la educación infantil de éste corrió a cargo de su madre doña Berenguela que había regresado a Burgos con su prole; más tarde la formación y la vida del pequeño infante se repartieron entre Burgos, donde era conocido como el leonés, para distinguirlo de su tío Fernando, heredero del Trono castellano y doce años mayor, y en León al lado de su padre, donde era llamado el castellano para diferenciarlo de su hermano mayor, también homónimo y heredero de la Corona de León. Además en Burgos, había nacido ya a Alfonso VIII, el 14 de abril de 1204, otro hijo varón, Enrique, que igualmente precedía a doña Berenguela y a su hijo Fernando en el orden sucesorio.
   Mas la muerte imprevista el 14 de octubre de 1211 de Fernando, el hijo y heredero de Alfonso VIII, a los veintidós años de edad, acercó al pequeño Fernando al Trono castellano, del que sólo lo separaba su tío el infante Enrique. En agosto de 1214 otra muerte igualmente impredecible, la de Fernando, el hijo de Alfonso IX, cuando rondaba los veinte años de edad, aproximaba también al futuro Fernando III al Trono de León.
   El 6 de octubre de 1214 fallecía el rey de Castilla Alfonso VIII, el vencedor de las Navas de Tolosa, y lo sucedía en el Trono su hijo Enrique, un menor de diez años y medio de edad; veintiséis días más tarde fallecía la reina doña Leonor, por lo que recayó la tutoría y la regencia en doña Berenguela, pero al cabo de algunos meses las intrigas de los tres hermanos Lara forzaron la renuncia de la madre de Fernando y se hizo cargo de ambos oficios Álvaro Núñez de Lara. Las tensiones entre los hermanos Lara y los magnates que apoyaban a doña Berenguela se trocaron en choque armado y mientras aquéllos cercaban a doña Berenguela en Autillo (Palencia), en el palacio episcopal de Palencia un accidente de juego causaba graves heridas al rey Enrique I, a resultas de la cuales falleció el 6 de junio de 1217, cuando acababa de cumplir los trece años. En ese momento el futuro Fernando III se encontraba en Toro junto a su padre; doña Berenguela envió mensajeros para reclamar la presencia de su hijo, sin declarar nada de lo sucedido; Alfonso IX autorizó la partida del infante, que fue a reunirse con su madre.
   Los Lara levantaron el asedio de Autillo, marcharon a Palencia y con el cadáver del rey Enrique abandonaron la ciudad, seguidos a corta distancia por doña Berenguela y los suyos. Los intentos de llegar a un acuerdo entre ambos bandos fracasaron, pues los Lara exigían que les fuera entregado el infante don Fernando, que estaba por esos días a punto de cumplir los dieciséis años, y quedara sometido a su tutela.
   Doña Berenguela se estableció con su hijo en Valladolid, desde donde trataba de ganarse el apoyo de los concejos de la Extremadura castellana. Dichos concejos estaban reunidos en Segovia, deliberando para mantener una cierta unidad entre ellos, cuando, invitados por doña Berenguela, accedieron a trasladarse a Valladolid. El 2 o el 3 de julio los concejos congregados en el campo del mercado rogaron a doña Berenguela que acudiese ante ellos con sus hijos; allí tras reconocerla como reina y señora de Castilla, le rogaron que hiciese entrega del reino a su hijo mayor, al infante don Fernando, a lo que accedió en el acto la Reina, siendo así aclamado por todos Fernando III como rey de Castilla.
   La primera tarea que tuvo ante sí el joven Monarca fue la pacificación del reino, superando la rebeldía de los Lara y logrando que su padre Alfonso IX, que había penetrado en el reino castellano como aspirante también a esta Corona, se retirara pacíficamente y depusiera sus aspiraciones; ambos objetivos eran alcanzados en el transcurso de los años 1217 y 1218. Al año siguiente, el 30 de noviembre de 1219, tuvo lugar en Las Huelgas Reales de Burgos el matrimonio de Fernando III con la princesa alemana doña Beatriz de Suabia, hija de Felipe de Suabia, emperador electo de Alemania en 1198 y que falleció en 1208, sobrina del emperador Enrique VI (1190-1197) y nieta de Federico I Barbarroja. Por parte de su madre, la bizantina Irene, era también nieta del emperador de Oriente Isaac de Ángel (1185-1204) y de su esposa Margarita, hija del rey Bela de Hungría. Con la elección de esta princesa extranjera quiso sin duda doña Berenguela evitar a su hijo la triste experiencia de una anulación matrimonial, ya que estaba unido por lazos de sangre a todas las casas reinantes en España.
   Los primeros años del reinado de Fernando III transcurrieron en paz, pues desde 1214 se venían renovando las treguas firmadas por Alfonso VIII poco después de la batalla de Las Navas con los almohades, treguas que continuaron observándose durante el reinado de Enrique I (1214-1217) y los cuatro primeros años del de Fernando III, esto es, hasta 1221. En este año las treguas se renovaron hacia el mes de octubre por tres años más, por lo tanto, hasta 1224. Las treguas fueron escrupulosamente observadas por ambas partes, a pesar del clima de cruzada creado en Europa por el concilio de Letrán de 1215 y promovido por el papa Inocencio III.
   Al finalizar el mes de septiembre de 1224 expiraban las treguas suscritas entre Castilla y el Califa almohade; había que tomar una decisión que significaba la paz o la guerra, y en la toma de esta decisión quiso Fernando III que participara primero su curia ordinaria, reunida en el castillo de Muñó (Burgos) el domingo de Pentecostés, 2 de junio de 1224, y luego una curia extraordinaria de todos los magnates y prelados del reino convocada en Carrión de los Condes a principios del siguiente mes de julio. En ambas asambleas la decisión fue la misma: no renovar por más tiempo las treguas, que venían durando ya diez años completos.
   Así se cerraban los siete primeros años de reinado de Fernando III, caracterizados por la pacificación y recuperación interior, por el sometimiento de los magnates y por el robustecimiento de la autoridad regia, todo ello destinado a la creación de un reino próspero, fuerte y unido a las órdenes del Monarca. Ahora se abría otra época de su reinado de veintiocho años de duración, que sólo acabó con su muerte, durante los cuales, sin pausa ni desmayo y con el apoyo incondicional y entusiasta de su pueblo, Fernando III se consagró a extender sus fronteras a costa del enemigo musulmán hasta acabar con el poder islámico, expulsándolo hacia África o sometiendo a vasallaje al último reino mahometano que quedaba en España, el de Granada.
   Las circunstancias no podían ser más propicias para el inicio de las operaciones militares. El 6 de enero de 1224 había muerto el califa almohade al-Mustanşir (Yūsuf II); la desaparición del Emir había dado lugar a luchas intestinas en al-Andalus, destacando entre los rebeldes el llamado al-BayasÌ, esto es, el Baezano, que, asediado en su ciudad de Baeza por el gobernador de Sevilla, no dudó en reclamar la ayuda del Rey cristiano. Respondiendo a esta llamada, el 30 de septiembre de 1224 salía de Toledo Fernando III y, unidas sus fuerzas a las del Baezano causaron grave quebranto a los enemigos, ya que conquistaron Quesada y no menos de otros seis castillos, que fueron entregados al aliado musulmán.
   Esta alianza permitió repetir la entrada en al-Andalus al año siguiente, 1225, cuando los cristianos recorriendo las comarcas de Jaén, Andújar, Martos, Alcaudete, Priego, Loja, Alhama de Granada y Granada y colocaron ya guarniciones permanentes en las fortalezas de Andújar y Martos, la primera custodiando la entrada en Andalucía por Puertollano o río Jándula, la segunda como una flecha clavada en el interior de la Andalucía islámica. La alianza con el Baezano se demostraba muy fructífera, sobre todo cuando éste, en el año 1226, logró apoderarse de Córdoba y, reconociéndose fiel vasallo del Monarca castellano, le ofreció los castillos de Salvatierra, Borjalamel y Capilla. Pero la guarnición de Capilla no obedeció las órdenes del Baezano y no entregó la fortaleza a Fernando III, por lo que a principios del verano de 1227 éste se puso en campaña para someter el castillo rebelde; estaba sitiando Capilla cuando recibió la noticia de que los cordobeses habían asesinado al Baezano, por lo que, tras rendir Capilla, pasó a Andalucía a asegurar la posesión de Baeza, Andújar y Martos. Este año y el siguiente se aceleró la desintegración del imperio almohade en la Península, dividiéndose en varios principados o reinos taifas, lo que facilitaría la conquista de al-Andalus por Fernando III.
   En el año 1228 tampoco faltó la campaña anual de quebranto y castigo del enemigo musulmán dirigida, como todas las demás, personalmente por Fernando III; al llegar a Andújar, donde se encontraba como jefe militar de todas las fuerzas de la frontera Álvar Pérez de Castro, recibió del gobernador almohade de Sevilla la oferta de 300.000 maravedís de oro, a cambio de que respetara sus tierras por un año; habiendo aceptado la oferta, Fernando III pudo talar impunemente las tierras de Jaén, que obedecían a Ibn Hūd. Al año siguiente, 1229, de nuevo el gobernador de Sevilla compró otra tregua de un año por otros 300.000 maravedís; también Ibn Hūd, imitando al sevillano, pagó otra tregua con la entrega de tres fortalezas: Saviote, Garcíez y Jódar, que vinieron a aumentar la base castellana para futuras operaciones al sur del puerto Muradal. Desde esta base, en el año 1230, intentó Fernando III apoderarse de la ciudad de Jaén, a lo que puso cerco hacia el 24 de junio, pero ante la tenaz resistencia de la plaza, que aguantó más de tres meses de duro asedio, el Rey cristiano cejó en el empeño e inició el regreso hacia Castilla.
   En el camino de retorno, al pasar por Guadalerza (Toledo), le llegó un mensajero de doña Berenguela que le anunciaba la muerte de Alfonso IX en Villanueva de Sarria el 24 de septiembre de 1230. Ante Fernando III se abría la posibilidad de acceder también al Trono leonés. Su madre salió a recibirlo a Orgaz y juntos siguieron hasta Toledo, donde madre e hijo deliberaron sobre la línea de conducta que convenía seguir. Aunque tenía a su favor la varonía, ante las reticencias de su padre y el no reconocimiento por parte de éste de su derecho a sucederlo una vez que contra los deseos paternos había alcanzado el trono castellano, don Fernando se había procurado una bula del papa Honorio III, de 10 de julio de 1218, que le declaraba legítimo heredero del Trono leonés. A su vez Alfonso IX, ignorando los derechos de su hijo, venía, desde 1218, reconociendo en reiterados documentos y actos públicos, como sucesoras suyas, a las infantas doña Sancha y doña Dulce, hijas de su primera mujer, Teresa de Portugal. El conflicto estaba servido.
   Por Ávila, Medina del Campo y Tordesillas, Fernando III se dirigió hacia el reino de León en el que entró por San Cebrián de Mazote y Villalar (Valladolid), donde fue acogido como Rey; reclamado por la ciudad de Toro fue en esta ciudad y su castillo reconocido también como Rey, lo mismo hicieron Villalpando, Mayorga y Mansilla a su llegada. En esta última villa tuvo noticias de que los obispos de Oviedo, Astorga, León, Lugo, Salamanca, Mondoñedo, Ciudad Rodrigo y Coria con sus ciudades se habían declarado por él, mientras que León se hallaba dividido en banderías; tras una espera en Mansilla, también en León triunfaban sus partidarios. Fernando III hacía su entrada en la ciudad regia, donde fue proclamado Rey, probablemente el 7 de noviembre de 1230. De este modo volvían a reunirse bajo un único Monarca los dos reinos separados setenta y tres años atrás.
   Por esos días llegaban a León mensajeros de la reina doña Teresa que, con el apoyo de Zamora, había avanzado hasta Villalobos, dieciocho kilómetros al sureste de Benavente, trayendo proposiciones de paz. Doña Berenguela y doña Teresa, ésta con sus dos hijas, se reunieron en Valencia de Don Juan el 11 de diciembre de 1230. El acuerdo logrado por ambas Reinas consistió en la renuncia de las dos infantas a sus derechos a cambio de una pensión vitalicia de 30.000 maravedís anuales. Fernando de Castilla se convertía también en rey indiscutido de León. Tras el acuerdo de Valencia de Don Juan, dedicó lo que restaba de 1230, y los dos años siguientes a visitar la Extremadura leonesa, las tierras centrales de su reino en la Meseta y Galicia, para conocer a sus nuevos súbditos y ser conocido por ellos.
   Esta ausencia del Rey, ocupado en los asuntos leoneses, no impidió que en el año 1231 dos ejércitos castellanos penetraran en territorio musulmán; el primero, movilizado y dirigido por el arzobispo de Toledo, atacó y conquistó Quesada; el segundo, a las órdenes de Álvar Pérez de Castro, llevando consigo al infante heredero, el futuro Alfonso X, entonces de nueve años de edad, llegó en sus incursiones hasta Vejer (Cádiz). Sorprendido junto a los muros de Jerez de la Frontera por un ejército islámico muy superior en número, en una serie de ataques suicidas logró dispersarlo y aniquilarlo causando una mortandad tremenda y obteniendo un botín cuantioso. Ésta fue la última batalla campal reñida con el islam durante el reinado de Fernando III; a partir de entonces sólo se tratará de asedios de ciudades y escaramuzas durante los mismos, sin que los musulmanes osaran presentar en todo el resto del reinado fernandino una batalla en campo abierto.
   La derrota de Jerez precipitó todavía más la descomposición y desunión en el territorio musulmán; en el año 1232 se proclamó independiente el gobernador de Arjona (Jaén) MuÊammad b. Naşr al-AÊmar (MuÊammad I), fundador de la dinastía nazarí que perduró en Granada durante más de doscientos cincuenta años. En ese mismo período en el sector leonés, los freires de Santiago y la hueste del obispo de Plasencia conquistaron Trujillo.
   Unidas ya las fuerzas de Castilla y de León, en el año 1233 el rey Fernando reanudó las operaciones militares con la conquista de Úbeda, que se rindió en el mes de julio; al mismo tiempo el rey Jaime I iniciaba sus profundas incursiones en el Reino de Valencia.
   En 1234, el rey Fernando estuvo ausente de la primera línea, porque tuvo que ocuparse de las graves discordias surgidas entre la Monarquía y algunos nobles, como Lope Díaz de Haro y Álvar Pérez de Castro; esto no impidió que los caballeros de la órdenes militares conquistaran en ese verano Medellín, Santa Cruz y Alange y que toda la comarca de Hornachos se entregara a los caballeros de la Orden de Santiago.
   En 1235, resueltas las discordias nobiliarias, pudo Fernando III continuar sus campañas por Andalucía con la conquista de Iznatoraf y Santisteban; pero en ese mismo año tuvo que sufrir la pérdida de su esposa doña Beatriz, muerta en Toro el 5 de noviembre de 1235, después de dieciséis años de matrimonio bendecido con diez hijos, de los que sobrevivían ocho. Al año siguiente, 1236, se inician las grandes conquistas de Fernando III en la cuenca del Guadalquivir con las fuerzas unidas de Castilla y de León, a las que sólo pondrá fin en el año 1248 la toma de Sevilla.
   En un audaz golpe de mano, un grupo de soldados de la frontera se apoderaba en la noche del 24 de diciembre de 1235 de algunas torres y de una puerta de la muralla cordobesa, que abrieron a un destacamento cristiano que se apoderó del barrio conocido como La Ajarquía y se hizo fuerte en él. Tan pronto como le llegó la noticia de lo sucedido, Fernando III marchó lo más aprisa que pudo hacia Córdoba, al mismo tiempo que ordenaba la movilización de los concejos castellanos y leoneses más próximos; los socorros llegaron puntuales para mantener y reforzar las posiciones ya obtenidas e iniciar el asedio de la ciudad, que tuvo que rendirse el 29 de junio de 1236. En los años siguientes toda la campiña cordobesa fue entregándose a Fernando III mediante capitulaciones que permitían por primera vez la continuidad de los musulmanes en sus hogares; no así en la sierra cordobesa, que tuvo que ser conquistada militarmente, y en la que no se toleró la presencia islámica.
   Al mismo tiempo los concejos de Cuenca, Moya y Alarcón aprovechaban el derrumbamiento del reino islámico de Valencia, que se entregaba a Jaime I, para ganar para su Rey y para Castilla las villas de Utiel y Requena. En el sector de Extremadura continuaron los avances de las órdenes militares: la de Santiago ganaba y repoblaba Almendralejo y Fuentes del Maestre, mientras los caballeros de Alcántara, desde Magacela, ocupaban Benquerencia y Zalamea; en el sector de Murcia los mismos santiaguistas se instalaban en el campo de Montiel y en la sierra de Segura.
   En marzo del 1243, Fernando III, enfermo en Burgos, confiaba el mando del ejército, que como otros años se disponía a partir de Toledo hacia Andalucía, a su hijo Alfonso; todavía en Toledo el infante, llegaron mensajeros del Rey de Murcia que ofrecía un pacto de vasallaje por el que sometía su reino al Monarca de Castilla y León. El futuro Alfonso X, sin vacilar un instante, aceptó la oferta y, modificando el destino de la expedición, marchó hacia las tierras de Murcia; en Alcaraz, a principios de abril, se suscribió el pacto por el que el rey de Murcia con los arráeces de Alicante, Elche, Orihuela, Alhama, Aledo, Ricote, Cieza y Crevillente se sometían a la soberanía y autoridad del rey cristiano permaneciendo ellos en sus hogares, practicando su religión y trabajando sus heredades. En cumplimiento del pacto, el ejército de don Alfonso fue ocupando pacíficamente las villas y castillos del reino; Lorca, Cartagena y Mula que se negaron a entrar en el convenio, tuvieron que ser sometidas por la fuerza. La pacificación del Reino de Murcia ocupó también los años 1244 y 1245; y al rozar con las fuerzas de Jaime I, que estaban completando la ocupación de Valencia hubo precisión de fijar la frontera entre Castilla y Valencia, lo que se hizo el 26 de marzo de 1244 por el tratado de Almizra.
   En 1244 Fernando III duplicaba el esfuerzo de sus fuerzas bélicas; mientras una hueste operaba en tierras murcianas, otra penetraba en el reino granadino, conquistaba Arjona, Menjíbar y Pegalajar y asolaba su territorio; estas razias pretendían debilitar al reino musulmán de Granada para asestar el gran golpe contra Jaén al año siguiente. En efecto, los campos de Jaén y de las ciudades de su contorno fueron arrasados a partir de julio de 1245, para formalizar el asedio de la urbe jienense a finales de septiembre de 1245. Era el tercer sitio que sufría la ciudad. Los anteriores, de 1225 y 1230, habían fracasado; pero éste, llegado enero de 1246, proseguía con todo ahínco, por lo que el rey de Granada MuÊammad b. Naşr al-AÊmar consideró perdida la ciudad de Jaén y, deseando salvar una parte de su reino, se presentó directamente ante el rey Fernando y, entregándose a su merced, le besó la mano declarándose su vasallo para que dispusiese de él y de su tierra, cediéndole además al instante la ciudad de Jaén. 

  El pacto de vasallaje obligaba no sólo a MuÊammad b. Naşr y a Fernando III, se extendía también a sus sucesores en Granada y Castilla; el Rey musulmán serviría fielmente a Fernando III en tiempo de paz, acudiendo cada año a su Corte, y en tiempo de guerra engrosaría su hueste contra cualquier enemigo del Rey castellano-leonés. El de Granada conservaría en pleno señorío todo su reino, excepto la ciudad de Jaén, bajo la protección del Monarca cristiano, al que debía abonar cada año la suma de 150.000 maravedís. La ciudad de Jaén sería entregada en el acto a Fernando III y sus habitantes debían abandonarla perdiendo casas y heredades. Establecidas estas capitulaciones, el monarca cristiano hizo su solemne entrada en Jaén comenzado ya el mes de marzo de 1246. Pocos meses después, el 8 de noviembre, sufrió don Fernando la pérdida de su madre, la reina doña Berenguela, que durante todo su reinado había sido su más íntima consejera e inspiradora, y en cuyas manos dejaba el gobierno del reino durante las largas temporadas que él pasaba en Andalucía, consagrado a las operaciones militares.
   Desde el año 1224, Fernando III venía acrecentando las fronteras de su reino, pero le faltaba todavía la joya de al-Andalus: la ciudad de Sevilla. Después de la conquista de Jaén en el mes de marzo no demoró mucho el dirigir sus armas contra la capital de al-Andalus, y ya en el mes de octubre de 1246 aparecía con una reducida hueste de trescientos caballeros e iniciaba la tala de los campos de Carmona; allí se presentó sin tardanza, como fiel vasallo, el Rey de Granada con quinientos caballeros. Desde Carmona, ambos Reyes se dirigieron contra Alcalá de Guadaira, que se entregó a Fernando III, actuando de intermediario el Rey de Granada.
   Con el invierno no interrumpió don Fernando las hostilidades contra Sevilla, pero comprendió que un verdadero asedio de la ciudad no era posible sin contar con una flota que bloquease también las comunicaciones por el río; en consecuencia, hizo acudir a Jaén, adonde se había retirado, al burgalés Ramón Bonifaz, al que ordenó preparar en el Cantábrico la flota mayor y mejor pertrechada que pudiese, de naves y galeras. Del mismo modo ordenó una movilización de las mesnadas nobiliarias y de las milicias concejiles para el siguiente verano de 1247.
   Mientras llegaba la flota, puso Fernando III sitió a Carmona, que optó por capitular ante el Rey cristiano y lo mismo hicieron Reina y Constantina. Lora del Río se rindió sin resistencia, Cantillana fue tomada por asalto, mientras Guillena se entregaba sin hacer frente; también sucumbían Gerena y Alcalá del Río. Antes de que llegara la flota ya dominaba Fernando III todo el norte y el este de Sevilla. Por fin, en la primera quincena de julio de 1247, aparecía por el Guadalquivir la esperada flota de Ramón Bonifaz, integrada por trece galeras.
   Con la llegada de las naves a Sevilla se inició una dura guerra de desgaste, de hostigamiento y destrucción de cosechas, de ataques a cualquier avituallamiento y asaltos a los arrabales, guerra que se iba a prolongar durante todo el invierno y que se trocó en un duro y ceñido asedio al fin de marzo del 1248, cuando apareció ante la ciudad el heredero de la Corona, el infante don Alfonso, con grandes contingentes de castellanos, leoneses y gallegos. Sevilla ya no tenía reservas, Castilla y León podían movilizar más y más hombres y armas. El dogal que apretaba a Sevilla era cada día más recio: en el mes de mayo ya no quedaba otra vía a los musulmanes, para recibir auxilio, que el puente de Triana. Contra este puente y las gruesas cadenas de hierro que enlazaban las barcas que lo formaban, lanzó el 3 de mayo de 1248 Ramón Bonifaz sus dos naves más pesadas; el puente cedió y Sevilla quedó aislada de Triana, cuyo castillo se rindió seguidamente. La pérdida de Triana hizo que los sitiados ofrecieran capitular, conservando la mitad de la ciudad, lo que fue rechazado; otra segunda propuesta, ahora ya de dos tercios de la ciudad, fue asimismo declinada por la firme decisión de Fernando III de tener para sí Sevilla entera libre de musulmanes. Éstos finalmente tuvieron que capitular el 23 de noviembre de 1248, entregando la ciudad entera y disponiendo de un mes para partir hacia África o hacia el Reino de Granada.
   El 22 de diciembre de 1248 hacía Fernando III su solemne entrada en Sevilla. En los meses siguientes se fueron entregando y sometiendo al castellano-leonés, mediante pactos y capitulaciones, todas las ciudades de la ribera meridional del Guadalquivir. Con la conquista de Sevilla se puede decir que la Reconquista había finalizado, pues en ese momento ya sólo quedaba a los musulmanes el Reino de Granada, como vasallo del Monarca cristiano.
   En Sevilla se asentó Fernando III los tres años y medio últimos de su vida; sólo se ausentó para un corto viaje a Jaén, de dos meses de duración, pasando por Córdoba, en febrero y marzo de 1251. En Sevilla le alcanzó la muerte el 30 de mayo de 1252, cuando estaba abrigando proyectos de continuar sus conquistas por el norte de África; a sus exequias y sepultura en la antigua mezquita, convertida en catedral, asistió el Rey de Granada.
   A partir de 1224 y hasta el fin de sus días, Fernando III concentró todos sus esfuerzos en engrandecer las fronteras de su reino y en ultimar la recuperación de todo el territorio peninsular. Había recibido de su madre un reino, el de Castilla, de unos 150.000 km2; heredó de su padre otro reino, el de León, con otros 100.000 km2; había conquistado el territorio de un tercer reino de unos 100.000 km2 más ricos y feraces. No sólo se había ocupado de conquistas, tuvo también que entregarse a la repoblación cristiana de ese tercer reino que había ganado, efectuando llamamientos a castellanos, leoneses y gallegos para que acudieran a poblar las ciudades y los campos de Andalucía, ofreciendo y realizando entre ellos los repartimientos de casas y heredades. 
    Con su primera esposa, Beatriz de Suabia, Reina de 1219 a 1235, tuvo diez hijos, siete de ellos varones: Alfonso, Fadrique, Fernando, Enrique, Felipe, Sancho y Manuel, y tres hembras, dos de éstas muertas en edad infantil; la tercera, Berenguela, ingresó en Las Huelgas Reales de Burgos, donde fue designada como “señora de la casa”. Contrajo Fernando segundas nupcias en noviembre de 1237 con Juana de Ponthieu, con la que tuvo otros cinco hijos: Fernando, Leonor, Luis, Simón y Juan, pero los dos últimos murieron en su tierna infancia.
   La profunda religiosidad de don Fernando a lo largo de toda su vida, no desmentida en ningún momento, así como la memoria de su vida limpia, fueron creando en torno a su persona una fama de virtudes y santidad. El proceso de beatificación se puso en marcha en 1628, duró veintisiete años, y el 29 de mayo de 1655 fue aprobado el culto como beato, limitado a Sevilla y a la capilla de los Reyes. El 7 de febrero de 1671, el papa Clemente X extendía su culto a todos los dominios de los reyes de España y finalmente, el mismo Pontífice, lo canonizaba el 6 de septiembre de 1672 (Gonzalo Martínez Díez, SI, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Pedro Sánchez Falconete, autor de la obra reseñada;
     Pedro Sánchez Falconete, (Sevilla, 1587 – 1666). Arquitecto de la Catedral, del Ayuntamiento y de la Casa Lonja de Sevilla.
     Hijo del arquitecto Esteban Sánchez Falconete y Jerónima de Mata, aprendió el oficio junto a su padre, adquiriendo los conocimientos teóricos necesarios para el diseño y la traza, así como la práctica en el uso y posibilidades de los materiales. Además de la intervención lógica en las obras paternas, Falconete entra en contacto, en sus primeros años, con los principales arquitectos del ámbito sevillano, como Juan de Oviedo y Diego López Bueno, colaborando y ejecutando proyectos trazados por los citados maestros.
     Con todo este bagaje inicial, no es de extrañar que lograra acaparar las maestrías mayores de la Catedral, Ayuntamiento y Casa Lonja, en Sevilla. En este sentido, en 1625 inicia su relación con el Cabildo de la ciudad, con su designación como sustituto del arquitecto Andrés de Oviedo, alcanzando el puesto de maestro mayor diez años más tarde. En 1629, es nombrado maestro alarife de albañilería de la Catedral, como ayudante de su padre, y un año después, tras la muerte de Miguel de Zumárraga, obtiene la maestría mayor. Por último, en 1638 obtiene el mismo cargo en la Casa Lonja, puesto este último que ocuparía hasta 1654, año de la conclusión del edificio.
     Su producción arquitectónica es amplia y variada, abarcando obras religiosas, civiles, efímeras, de infraestructura y urbanismo, etc. El trascoro de la Catedral de Sevilla, sus diseños para los túmulos funerarios de la reina Isabel de Borbón y del rey Felipe IV y, su más grande creación, la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, definen la gran importancia que tuvo Falconete en el contexto de la arquitectura sevillana del siglo XVII.
     Su rica trayectoria vital y laboral, se fue enturbiando con la muerte de su mujer y algunos de sus hijos, y la rotura de una pierna en 1648. A pesar de ostentar tres cargos tan importantes, no tuvo una economía desahogada, solicitando en numerosas ocasiones préstamos a las distintas instituciones donde ejercía como maestro mayor (Juan Antonio Arenillas, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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viernes, 29 de mayo de 2020

La pintura "El vendedor de bebidas", de Pedro Núñez de Villavicencio, en la sala VI del Museo de Bellas Artes


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "El vendedor de bebidas" de Pedro Núñez de Villavicencio, en la sala VI, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
   El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala VI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "El vendedor de bebidas", obra de Pedro Núñez de Villavicencio (1640 - h. 1695), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, pintado en 1694, con unas medidas de 1,60 x 0,89 m., y procedente de la adquisición por parte del Estado (1973).
   Escena de referencia murillesca en la que se representa a un niño, pobremente vestido, que arrodillado sirve alguna bebida de una vasija de metal a otro a cambio de una moneda. La vestimenta de este segundo personaje, más rica y cuidada, nos habla de una clase social superior. Como fondo, se abre un paisaje vacío con tonos neutros. 
   A pesar de la influencia de Murillo, el tratamiento cálido de los tonos y la minuciosidad en el modelado de las figuras personalizan la obra de Núñez de Villavicencio con referencias de la pintura italiana. 
   Podemos ver a simple vista un arrepentimiento sobre la mano izquierda del personaje principal, detalle propio de un pintor que trabaja más a la prima que realizando bocetos (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   Pedro Núñez de Villavicencio nació en Sevilla en 1640 en el seno de una familia nobiliaria, ya que su padre fue almirante de la armada española. Su distinguido origen le permitió recibir una educación de elevado nivel que le orientó hacia la carrera de las armas, ocupación que compaginó con la dedicación a la pintura. Algunas noticias biográficas nos indican que se aficionó a la pintura al lado de Murillo y que fue éste quien encauzó su vocación artística. En efecto, ambos fueron amigos e incluso Murillo nombró a Núñez de Villavicencio su albacea testamentario.

   La relación de Núñez de Villavicencio con el ambiente artístico sevillano fue intensa desde su juventud, puesto que desde 1660 aparece como uno de los fundadores de la Academia de Pintura. Sin embargo poco tiempo después ingresó en la Orden de Jerusalén de Caballeros de Malta por lo que hubo de trasladarse a dicha isla para realizar allí su noviciado.
   La estancia en Malta de Núñez de Villavicencio fue decisiva en el orden artístico, puesto que allí conectó con el gran artista italiano Matía Preti con el que mantuvo una estrecha relación artística que le llevó a asimilar su estilo e incluso a copiar muchas de sus obras.
   A partir de 1664 se constata la presencia alternante de Núñez de Villavicencio entre Italia y España, cumpliendo sus funciones como caballero de la orden de Malta. En 1693 fue nombrado por el rey Carlos II secretario de embajada, cargo que no debió ocupar demasiado tiempo puesto que debió de morir en fechas inmediatas. No conocemos con exactitud el año de su fallecimiento pero éste hubo de acontecer antes de 1698, año en el que su madre al redactar su testamento indica que su hijo Pedro había fallecido.

   Muy personal e interesante es la representación de El vendedor de bebidas, en la cual Núñez de Villavicencio recrea con personal estilo un tema que tiene claras derivaciones de origen murillesco. En la escena un muchacho aguador llena con calmada complacencia un vaso de agua para calmar la sed de un niño, que se apresta a pagar con una moneda tan estimable servicio (Enrique Valdivieso González, La pintura en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ed. Galve, Sevilla, 1993).
Conozcamos mejor la Biografía de Pedro Núñez de Villavicencio, autor de la obra reseñada;
   Pedro Núñez de Villavicencio, (Sevilla, junio de 1640 – Madrid, 1695), pintor.
   Nació en un ambiente acomodado, en un hogar vinculado a la Carrera de Indias y alguno de sus hermanos ejercía como cargador de la flota mercantil. El talante aristocrático de la familia y la propia adscripción del pintor a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén no le privó de ejercer profesionalmente como pintor. Es una llamativa circunstancia que viene a encajar con el carácter liberal de la pintura, como se había venido reclamando desde el siglo XVI.
   Ceán Bermúdez alude a su formación inicial al lado de Murillo y lo expresa en términos de encauzamiento de una afición. A mediados de siglo, cuando Núñez de Villavicencio inició su formación, Murillo vivía entre las collaciones de San Nicolás y San Isidoro, muy cerca de la suya. En 1660 aparece entre los participantes de la Academia de la Lonja y un año más tarde abandonó la ciudad para emprender camino hacia Malta, donde desarrolló su formación en la Orden Militar de San Juan del Temple. Allí coincidió con una figura clave en su arte, Matia Pretti, miembro de la propia comunidad, con quien tuvo la oportunidad de conformar su estilo. De vuelta, en 1664, continuaría sus contactos con Murillo, recién instalado en el barrio donde estaba arraigada la familia de Núñez de Villavicencio, San Bartolomé.
   En los siguientes años, repartió su tiempo entre el taller de pintura y las comisiones de la Orden de Malta. En esa coyuntura alcanzó un gran prestigio, consiguiendo un importante reconocimiento como retratista. En 1670 hizo el del arzobispo Spínola, claramente inspirado en el autorretrato de Murillo, con un marco fingido sobre el que apoya la mano, para romper la frontera que separa realidad de ficción. Y tres años más tarde se encuentra en Roma, cumpliendo tareas propias de los sanjuanistas. La proximidad a Murillo queda de manifiesto en 1682 al aparecer entonces como su albacea testamentario.
   En 1689 obtuvo la encomienda sanjuanista de Bodonal de la Sierra (Badajoz), un claro reconocimiento a su progreso dentro de la Orden y un evidente signo de distinción social, como gusta de reconocer en el cuadro del Prado, donde firma como “Fr. D. Pº de Villavicencio fabt Comor de Vodonal hispsis”. En esta coyuntura se vio favorecido por la consideración de la propia Corte, donde residió entre 1692 y 1694, al final de sus días. Regaló al Monarca el cuadro que representa a los Niños jugando a los dados, un tema que atrajo a la sociedad del momento. Cuenta Palomino que el propio pintor regaló al conde de Monterrey otra pintura de ambientes urbanos.
   El particular estilo de Núñez de Villavicencio deriva de la propia idiosincrasia del noble que ejerce como pintor, y del hecho de ser un gran viajero y bien relacionado con la elite social. Cultivó un arte interesado por las descripciones callejeras, con jóvenes mendigos, puede que influido por el modelo murillesco, pero también marcado por el espíritu religioso-militar de la Orden de San Juan, dadivoso y protector de la infancia. Dentro de este capítulo de su producción destacan los lienzos del Museo de Leicester y el del Museo Ponce de Puerto Rico, los únicos firmados por el pintor, que muestran a Niños jugando a los dados y los Niños comiendo mejillones y a los Niños con calabazas. Pero sobre todo una pieza no firmada, pero sí documentada, que se encuentra en la pinacoteca del Prado, con los Niños jugando los dados, afín a la del Museo sevillano. Evocaciones todas del arte del maestro, Murillo, de acuerdo con el gusto imperante y la afición a la pintura de bambochadas. De acuerdo con ese mismo espíritu hay que reconocer el alto nivel que alcanzó su obra retratística con las distintas versiones del arzobispo Ambrosio Spínola. En la pintura de temática religiosa se aprecia claramente la incidencia del arte de Pretti, basten los episodios Judit mostrando la cabeza de Holofernes, del Museo de Bellas Artes de Sevilla, o La Piedad, del Prado (Fernando Quiles García, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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