Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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domingo, 31 de enero de 2021

El Retablo de San Juan Bosco, en la Basílica de María Auxiliadora (Iglesia de la Trinidad)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Retablo de San Juan Bosco, en la Basílica de María Auxiliadora (Iglesia de la Trinidad), de Sevilla.   
      Hoy, 31 de enero, Memoria de San Juan Bosco, presbítero, el cual, después de una  niñez dura, fue ordenado sacerdote, y en la ciudad de Turín se dedicó esforzadamente a la formación de los adolescentes. Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de Santa María Doménica Mazzarello, el Instituto de Hijas de María Auxiliadora, para enseñar oficios a la juventud e instruirles en la vida cristiana. Lleno de virtudes y méritos, voló al cielo, en este día, en la misma ciudad de Turín, en Italia (1888) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
        Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Retablo de San Juan Bosco, en la Basílica de María Auxiliadora (Iglesia de la Trinidad), de Sevilla.
     La Basílica de María Auxiliadora (Iglesia de la Trinidad), se encuentra en la calle María Auxiliadora, 18, en el Barrio El Fontanal-María Auxiliadora-Carretera de Carmona, del Distrito San Pablo-Santa Justa.
   En el brazo derecho del crucero de la Basílica de María Auxiliadora se sitúa un retablo neobarroco de dos cuerpos y tres calles, con talla moderna en la hornacina central de San Juan Bosco, el fundador de los salesianos, al que acompaña el joven santo Domingo Savio obra de José Pérez Conde en 1966, situándose una imagen de San Miguel del siglo XVIII en el ático (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de San Juan Bosco, presbítero;
   Nacido cerca de Turín en 1815, murió en 1888.
   Director de orfelinato y de patronato, fundador de la Sociedad Salesiana, ejerció una benéfica acción social en los medios juveniles obreros.
   Beatificado en 1929, fue canonizado en 1934 a título de apóstol de la ju­ventud, como san Juan Bautista de la Salle, su precursor francés.
Es el patrón de los novicios cristianos (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Retablo de San Juan Bosco, en la Basílica de María Auxiliadora (Iglesia de la Trinidad), de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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sábado, 30 de enero de 2021

La imagen "Virgen con el Niño", de Lorenzo Mercadante de Bretaña, en la sala I del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "Virgen con el Niño", de Lorenzo Mercadante de Bretaña, en la sala I del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.        
   Hoy, sábado 30 de enero, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado. 
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la imagen "Virgen con el Niño", de Lorenzo Mercadante de Bretaña, en la sala I del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala I del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la imagen "Virgen con el Niño", de Lorenzo Mercadante de Bretaña (fallecido h. 1480), siendo una imagen en barro cocido policromado, en estilo gótico, de la escuela borgoñona, realizada h. 1454-67, con una altura de 1'34 m., y procedente del Monasterio de Santa María de las Cuevas (Cartuja), tras la Desamortización, en 1840.
   Grupo escultórico de la Virgen con el Niño. La Madre de Dios figura de pie, ataviada con una larga túnica roja, que ajustada al talle con fino cinturón origina numerosos y apretados pliegues que caen desde la cintura en dobleces más sueltos hasta cubrir sus zapatos y la pequeña peana sobre la que se sitúa esta imagen. Se cubre con manto azul ornamentado con filete reticulado; y sobre la cabeza lleva una toca blanca que le cae en delicados y suaves pliegues sobre los hombros. Tiene el pelo largo y ondulado, peinado con raya en medio. Figura con la cabeza ligeramente inclinada hacia su izquierda, mirando dulcemente al Hijo de Dios que se halla sentado sobre su brazo. El Niño Jesús viste sencilla túnica azul, tiene el cabello también ondulado y mira al espectador con expresión amable y graciosa (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   Lorenzo Mercadante de Bretaña. El cambio estilístico que introduce en Sevilla los gustos borgoñones, hacia mediados del siglo XV, está conducido por este maestro que, por su nombre, bien  pudo  nacer  en Italia  y pasar luego a formarse en Bretaña, desde donde vendría a Sevilla hacia 1450. Prácticamente nada sabemos de su vida en la ciudad de la Giralda, apenas las fechas de algunos contratos que nos lo sitúan activo entre 1454 y 1467, fecha esta en la que parece desaparecer del mundo artístico hispalense. Ceán Bermúdez, por su parte, fecha su fallecimiento en el año 1480 sin aportar  documento  alguno.
   Si de su vida apenas sabemos nada, su obra sí que ha llegado hasta nosotros en número suficiente como para permitirnos conocer que, estilísticamente, supone el exponente de la más alta evolución del arte escultórico borgoñón, situado a mitad de camino entre las fórmulas cortesanas francesas y el espiritualismo nórdico, destacando el tratamiento humano de las figuras, cargadas de expresividad e intencionalidad, con un modelado realista y minucioso que parece estar inspirado en lo pormenorizado de la pintura de los maestros flamencos .
   Contratado en 1454, para labrar el alabastrino Sepulcro del Cardenal Cervantes para la Catedral hispalense, este trabajo supuso la introducción directa de los cánones de modernidad borgoñona en Sevilla. Pero, no obstante, donde Mercadante muestra su más clara integración con la tradición local es en el trabajo en barro cocido que realiza, entre 1464 y 1467, para las portadas del Nacimiento y del Bautismo de la Catedral, cuyas figuras destilan un alto natu­ralismo cargado de matices populares.
   Independientemente del grupo escultórico de la Virgen del Madroño, tallado en alabastro, Mercadante supo crear un modelo iconográfico de María con el Niño que perduró mucho tiempo en el arte hispalense. La madre de Dios aparece de pie, ceñido su cuerpo por túnica de largos pliegues caídos sobre sus zapatos y suelo, recogida con delicado cinturón. Una elegante toca cubre su ondulada cabellera y un amplio manto, recogido en los brazos, abriga el cuerpo, sosteniendo en su brazo izquierdo al pequeño Jesús. Finos estucos revisten el barro cocido y nos muestran aún los restos polícromos originales entre los que sobresalen el blanco, jacinto, celeste y oro.
   La serie se abre con la Virgen de la Cinta, también de la Catedral hispalense, fechada hacia 1460-1470, de la que derivarían, entre otras, la del convento de clarisas de Fregenal de la Sierra (Badajoz) y ésta del Museo sevillano, que conserva en buena parte la policromía original y responde  al modelo iconográfico representativo del maestro borgoñón (Enrique Pareja López, Escultura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
   Soberbia escultura en terracota de 1,34 m., segunda mitad del s. XV. Por sus rasgos artísticos, esta efigie es hermana de otras atribuidas a Lorenzo Mercadante de Bretaña, con grandes calidades táctiles en el plegado de los paños, modelado, expresión y composición general. Llegó al Museo en 1938 como depósito indefinido de Pickman, S.A. cuyo representante afirmó que procede de la Cartuja de las Cuevas. En el verano de 1978 fue restaurada realizándose una limpieza y consolidación de la espalda, que estaba en malas condiciones, pero respetando los restos de policromía (Juan Martínez Alcalde. Sevilla Mariana, Repertorio Iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
Conozcamos mejor la sobre el Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño;
   Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
   Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
   En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques. 
 Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
   Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
   Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
   Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
   En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
   Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
   Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
   Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
   A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
   La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o  de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
   El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
   Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
   A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
   Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
   A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
   Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano; 
   Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual.  Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos. 
   En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
   De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe. 
   El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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viernes, 29 de enero de 2021

Los paneles cerámicos "Escudo de los Pérez de Guzmán, Duques de Medina Sidonia", de Hernando de Valladares, en el Vestíbulo del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte los paneles cerámicos "Escudo de los Pérez de Guzmán, Duques de Medina Sidonia", de Hernando de Valladares, en el Vestíbulo del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. 
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
    En el Vestíbulo del Museo de Bellas Artes podemos contemplar los paneles cerámicos "Escudo de los Pérez de Guzmán, Duques de Medina Sidonia", de Hernando de Valladares (activo entre 1589 y 1631), siendo un azulejo plano policromado en estilo renacentista, realizado hacia 1600, con unas medidas de 13'00 x 13'00 cms, cada pieza, procedente del ex-Convento de San Pablo, de Sevilla, tras la Desamortización, en 1868.
   El taller de los Valladares. A fines del siglo XVI y durante las primeras décadas del XVII desarrolla su labor esta familia de ceramistas que produjeron gran cantidad de azulejos para zócalos, mesas de altar, pavimentos de olambrillas, revestimientos de cubiertas, etc. Juan sería el iniciador de la dinastía y le sucederán un hijo llamado como él y otro, más conocido que éste, de nombre Hernando. Más tarde, Benito, hijo de este último , heredará el taller familiar.
   Hernando se convierte desde 1590 hasta 1630 en el director del taller cerámico más importante de cuantos trabajan en Triana en esa época y a él serán encomendados los revestimientos de los mejores conjuntos civiles y religiosos construidos o transformados en estos años. Los Reales Alcázares, la iglesia, coro y claustro del Monasterio de Santa Paula, la escalera del extinguido convento de San Agustín, las cartujas de las Cuevas y de la Defensión, capillas privadas en las parroquias de San Vicente, San Lorenzo, Santa Catalina, San Isidoro, San Martín, Santa Ana, Santiago el Mayor, etc. serán algunos de los conjuntos más notables. Además de sus obras en Sevilla fue un importante exportador como demuestran sus pedidos para San­lúcar de Barrameda, Córdoba, Lisboa, Évora, México o Lima.
   El estilo de las obras de Valladares se basa en los repertorios anteriores aportados por Augusta y sus contemporáneos. De ellos se hace continuador manteniendo dignamente la calidad del dibujo, la brillantez de los colores y adaptando las decoraciones a sus marcos de forma muy atinada. Entre sus aportaciones más significativas se encuentran las numerosas mesas de altar debidas a su labor.
   A su producción pueden atribuirse algunas obras de las conservadas en el Museo, principalmente los paneles procedentes del extinguido Convento de San Pablo, un conjunto de excepcional importancia. A éste pertenecen el arco de acceso al claustro del Aljibe donde se aprecian los escudos de la Orden Dominica y el de los patronos, los Duques de Medina-Sidonia. Son también notables las figuras de atlantes y cariátides del vestíbulo de entrada y las pilastras de candelieri.
   Las relaciones de los Valladares con la Orden de Santo Domingo fueron frecuentes. Obras como la del convento de San Pablo de Sevilla con la familia Guzmán como patronos o la del Colegio de Regina Angelorum, de la misma Orden y bajo el patronazgo de los Marqueses de Ayamonte, son buena muestra de ello y de la calidad del trabajo de estos azulejeros (Alfonso Pleguezuelo Hernández, Cerámica, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor el Escudo de armas del linaje Pérez de Guzmán, representado en este panel cerámico;  
   En las “Ilustraciones de la Casa de Niebla” escrito en 1551, que escribe Barrantes Maldonado (1510-1575) sobre la casa Medina Sidonia, son varias las menciones que hacen sobre el origen de sus armas, la más extendida es aquella en la que habla de un caballero hermano del duque de Bretaña, llegó junto con algunas compañías de soldados para ponerse al servicio del Rey Ramiro I de León (842-850) para luchar contra los moros. “Aquellos primeros Guzmanes traían por armas un escudo azul con dos calderas xaqueladas de amarillo y colorado, y en las asas unas cabezas de sierpes con una orla blanca á la redonda del escudo con armiños negros, que son propias del duque de Bretaña”.
       Según Maldonado, este caballero cuando entraba en batalla tal era su valor y destreza con las armas que los soldados exclamaban y gritaban “mira el gut man”, que quiere decir en lengua alemana “buen hombre”, y desde entonces los soldados se referían a él como Gutman, vocablo que con el tiempo derivó en Guzmán.
       Pedro de Medina (1493-1567), en su “Crónica sobre los duques de Medina Sidonia” escrita en 1561, menciona el mismo origen bretón que señala Barrantes Maldonado sobre éste primer Guzmán llegado para luchar contra los moros, que por el linaje del que procedía, valentía, nobleza, fue casado con una de las hijas del Rey don Ramiro. 
     De las armas que este primer Guzmán traía escribe que era “un escudo azul con dos calderas jaqueladas de amarillo y colorado, con unas cabezas de sierpe en las asas con una orla blanca a la redonda del escudo, con armiños negros, que son las armas de los duques de Bretaña. Y estas armas trujeron siempre todos los Guzmanes hasta que fueron ayuntadas a éstas, las armas reales de Castilla y León que son castillos y leones, cuando don Juan Alonso Pérez de Guzmán segundo deste nombre, casó con doña Juana de Castilla, sobrina de Enrique II. El cual dicho Rey don Enrique dio en dote y casamiento con la dicha doña Juana al dicho don Juan Alonso de Guzmán, el condado de Niebla, por servicios grandes prestados que á la Corona Real de Castilla hizo, como adelante se declaran; y de entonces hasta hoy, los señores de la Casa de Guzmán tienen juntamente con sus armas antiguas.” Sin embargo, estas fuentes hay que mirarlas con prudencia y desde la distancia, ya que se encuentran escritas sin seguir ningún tipo de rigor histórico y científico, ya que por lo general, tienden a tapar o borrar los aspectos mas comprometedores, realzando aquellos otros que ennoblecen la historia genealógica del linaje.
       Las armas del linaje Pérez de Guzmán se muestran sobre campo de azur y dispuestas en palo, dos calderas dispuestas en palo jaqueladas en oro y gules con dos fajas en plata gringoladas con serpientes en sinople en sus asas. Era frecuente entre los linajes de la alta nobleza rodear el escudo con una bordura de castillos y leones que proclaman que su poseedor desciende de algún Rey de Castilla. En éste caso, este hecho se produjo en 1367, cuando don Juan Alonso Pérez de Guzmán, IV señor de Sanlúcar de Barrameda, se casó con doña Juana de Castilla, sobrina de Enrique II. El campo se encuentra timbrado por una corona ducal decorada por cinco florones.
       Sobre la corona nos podemos encontrar a Guzmán “el Bueno” en actitud desafiante, lanzando un cuchillo desde el castillo de Tarifa. Otro elemento que nos podemos encontrar son las columnas de Hércules con la inscripción "Non Plus Ultra" sosteniendo el escudo. También puede llevar una divisa en su parte superior, detrás del castillo de Tarifa, una cinta alada con la leyenda "Praefere Patriam Liberis Parentem Decet" (Conviene anteponer la patria a la familia). 
   Al pie del escudo, pero fuera de él, es frecuente encontrarnos un dragón en sinople, que se identifica con el mito de Guzmán "el Bueno" y la sierpe, a don Alonso fue en busca de este animal para matarlo ya que se dedicaba a asustar y asesinar a los viajeros en el camino hacia Fez. Rodeando todo el conjunto, pueden aparecer dos collares, el de la Orden del Toisón de Oro y el de la Orden del Espíritu Santo (Fundación Casa Medina Sidonia).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte los paneles cerámicos "Escudo de los Pérez de Guzmán, Duques de Medina Sidonia", de Hernando de Valladares, en el Vestíbulo del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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jueves, 28 de enero de 2021

La pintura "Apoteosis de Santo Tomás de Aquino", de Zurbarán, en la sala V del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Apoteosis de Santo Tomás de Aquino", de Zurbarán, en la sala V del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.       Hoy, 28 de enero, Memoria de Santo Tomás de Aquino, presbítero de la Orden de Predicadores y doctor de la Iglesia, que, dotado de gran inteligencia, con sus discursos y escritos comunicó a los demás una extraordinaria sabiduría. Llamado a participar en el II Concilio Ecuménico de Lyon por el papa beato Gregorio X, falleció durante el viaje en el monasterio de Fossanova, en la región italiana del Lacio, el día siete de marzo, fecha en la que, años después, se trasladaron sus restos a la ciudad de Toulouse, en Francia (1274)  [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "Apoteosis de Santo Tomás de Aquino", de Zurbarán, en la sala V del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.   
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     En la sala V del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Apoteosis de Santo Tomás de Aquino", de Francisco de Zurbarán (1598-1664), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, realizado en 1631, con unas medidas de 4'86 x 3'85 m., procedente del Retablo Mayor de la Capilla del Colegio de Santo Tomás, de Sevilla, tras la Desamortización en 1840.
   Composición bien resuelta de dos escenas claramente delimitadas. En el área inferior, que se corresponde con el ámbito terrenal, aparece un bufete donde se encuentra la bula fundacional del colegio, un texto con los estatutos del mismo y un birrete doctoral alusivo al grado que en él se alcanzaba. A la izquierda en un interior fuertemente iluminado, aparecen arrodillados un grupo de clérigos, a cuyo frente se encuentra fray Diego de Deza, fundador del colegio en actitud orante y tres dominicos más. En el centro se encuentra el rector fray Alonso de Ortiz, figurando al fondo sus consiliarios fray Pedro de Ballesteros y fray Diego Pinel. En el lado opuesto y arrodillado, se encuentra Carlos V, en su papel de protector del colegio. Se acompaña de tres personajes más sin identificar. Al fondo, un pilar divide la composición en dos y se abre un espacio lleno de luz en el que se adivinan personajes a pequeña escala y algunos edificios.
   En la zona superior que se corresponde con el ámbito celestial, preside la escena en su punto central, Santo Tomás envuelto en rompimiento de gloria. Se muestra en el momento de la inspiración que le llevó a escribir la Summa Teológica. Sobre su cabeza, la Paloma del Espíritu Santo como inspirador de su obra. A ambos lados del Santo, se disponen sentados, Cristo y la Virgen, mientras que a su izquierda lo hacen San Pablo, patrono de los dominicos y Santo Domingo, fundador de la Orden. A la misma altura de Santo Tomás, flanquean la figura los cuatro Padres de a Iglesia, a la vez santos doctores, San Gregorio, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín.
   Llama la atención la majestuosidad y severidad de la composición, cuya simetría fue posiblemente acordada en el encargo de esta obra (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   El nacimiento de Francisco de Zurbarán tuvo lugar en 1598 en Fuente de Cantos, una pequeña población de la provincia de Badajoz. Desde muy joven vivió en Sevilla, donde hizo su aprendizaje con Pedro Díaz de Villanueva, pintor que actualmente es desconocido. Durante los años de juventud, transcurridos en Sevilla, debió de conocer a Velázquez puesto que prácticamente tenían la misma edad y ambos se estaban formando en el oficio de pintor. Cuando terminó su aprendizaje volvió a su tierra natal y allí comenzó su carrera como artista. Sin embargo pronto comenzó a recibir peticiones de pinturas desde Sevilla, lo que en 1626 le movió a instalarse en esta ciudad.
   En pocos años Zurbarán se convirtió en el pintor preferido de las órdenes religiosas sevillanas, por ello realizó numerosas obras para dominicos, mercedarios, cartujos, franciscanos y jesuitas; igualmente fue solicitado por la burguesía y la aristocracia realizando para ellos composiciones religiosas, naturalezas muertas y retratos.
   En 1634 su fama era muy elevada por lo que fue llamado a Madrid, quizá recomendado por Velázquez, para pintar al servicio del rey Felipe IV en el palacio del Buen Retiro. Cuando volvió a Sevilla, continuó su trayectoria triunfal, al estar considerado como el pintor más importante de la ciudad. Igualmente recibió  encargos para pintar en poblaciones próximas y así fue solicitado por los cartujos de Jerez y los jerónimos de Guadalupe.
   Sin embargo, a partir de 1645 coincidiendo con los comienzos de la actividad de Murillo en Sevilla, su estilo comenzó a quedarse anticuado y la clientela por ello se dirigió a otros pintores buscando un arte más dinámico y descriptivo. En 1658 Zurbarán abandonó Sevilla y se trasladó a vivir a Madrid, pensando que allí su fama le serviría para seguir obteniendo el favor de la clientela y quizá también con la esperanza de ser nombrado pintor del rey. Pero su momento de esplendor ya había pasado y murió en 1664 en Madrid sin haber conseguido sus objetivos.
   No murió Zurbarán pobre y olvidado como algunas veces se ha indicado, puesto que en su testamento se señala que no tenía deudas que pagar. Se ha precisado también que el ambiente doméstico en el que falleció era modesto tal y como se deduce del inventario de sus bienes. La explicación radica en que Zurbarán tenía sus recursos económicos en Sevilla y su domicilio, situado en esta ciudad en el Callejón del Alcázar, no había sido trasladado a Madrid lo que justifica la escasez mobiliaria y la provisionalidad de su domicilio madrileño, circunstancia impuesta por la espera del nombramiento de pintor real que nunca llegó a obtener.
   La pintura de Zurbarán en sus momentos de plenitud refleja perfectamente el espíritu calmado y sereno de la vida española en su época. Pintó formas sólidas y estables que traducen la quietud del cuerpo y del alma, captando con asombroso realismo los aspectos exteriores de los objetos y las texturas y brillos de las telas. Es Zurbarán el pintor del silencio y de la vida interior, aspectos que dan siempre a sus personajes una potente trascendencia espiritual.
   Posiblemente la "Apoteosis de Santo Tomás" es el cuadro más importante que Zurbarán realizó a lo largo de su trayectoria artística. Fue pintado en 1631 para el altar Mayor del colegio dominico de Santo Tomás de Aquino, después de haber firmado Zurbarán un contrato con el rector del colegio fray Alonso Ortiz Zambrano quien fue probablemente el inductor de la iconografía de la pintura, entendida como una exaltación del Santo titular del colegio. Aparte de esta obra que centraba el retablo principal de la capilla del colegio, figuraban en el contrato seis pinturas más con representaciones de santos de la orden dominica que se han perdido.
   Es también esta obra la de mayores dimensiones que Zurbarán llegó a realizar en su carrera de pintor; posee una sencilla composición tal y como es habitual en él, evidenciando igualmente que para concebirla se inspiró en diferentes grabados. Ello no obsta para que la composición, a pesar de sus notorias dificultades en su resolución, muestre una armonía general y una perfecta vinculación en sus dos registros, cielo y tierra, que el artista unificó hábilmente utilizando juegos de luces contrastados de forma armoniosa.
   El punto central de atención y la figura dominante en la escena es obviamente Santo Tomás, captado en actitud apoteósica, dispuesto serenamente sobre nubes celestiales. Se encuentra en el momento de recibir inspiración divina para escribir su obra cumbre: la Summa Teológica. Antiguas referencias indican que en la cabeza de Santo Tomás, Zurbarán reprodujo los rasgos del racionero de la catedral Abreu Núñez de Escobar.
   A ambos lados de la figura de Santo Tomás y correspondiendo con rigurosa simetría se disponen las figuras que ocupan el registro de la gloria celestial sobre un fondo de nubes áureas pobladas de pequeñas cabezas de ángeles. Auspiciando todo el proceso creador se encuentra, en el centro de la parte superior de la escena la paloma del Espíritu Santo, de la que emanan rayos de inspiración que inundan la figura de Santo Tomás. A su derecha se disponen sentados Cristo y la Virgen, mientras que a su izquierda lo hacen San Pablo, principal patrono de los dominicos, y Santo Domingo, fundador de la orden.
   Importantes en el papel compositivo que desempeñan los cuatro Padres de la Iglesia, a la vez santos doctores, que flanquean a Santo Tomás a su misma altura. El colegio había sido fundado para estudiar en él teología y alcanzar el grado de doctor; pues bien los cuatro doctores de la Iglesia, San Gregorio, San Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín, cuyos textos eran en el colegio fuente de ineludible consulta, están en la pintura imbuidos en actitudes que sugieren estar transmitiendo espiritualmente al Santo los fundamentos de las doctrinas que escribe. 
   En el registro inferior, ya en el ámbito terrenal, aparece centrando la composición un bufete donde se encuentra la bula fundacional del colegio, un texto en el que figuran sus estatutos y un birrete doctoral alusivo al grado que en él se alcanzaba. Con cierta facilidad puede leerse en la bula la firma de Zurbarán, la del rector del colegio y de sus consiliarios. A la izquierda aparecen arrodillados un grupo de clérigos a cuyo frente se encuentra fray Diego de Deza, fundador del colegio, en actitud orante teniendo junto a él a tres dominicos; el del centro será probablemente el rector fray Alonso de Ortiz, siendo los que figuran al fondo sus consiliarios fray Pedro de Ballesteros y fray Diego Pinel.
   En el lado opuesto aparecen el emperador Carlos V como protector del colegio y detrás varios personajes que llevan sus correspondientes mucetas y que no han podido ser identificados.
   Un fondo de arquitectura que podría ser alusivo al propio colegio de Santo Tomás cierra la composición; como es habitual en Zurbarán no guarda relación directa con la realidad sino que es puramente fingido y tomado de estampas (Enrique Valdivieso González, Pintura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia
HISTORIA Y LEYENDA
   Nacido cerca de Aquino, en Campania, en 1225, en principio fue oblato en el monasterio de Montecasino, pero continuó sus estudios en Nápoles, don­de en el año l243, contra la voluntad de su familia, ingresó en la orden de los dominicos.
   Discípulo de Alberto Magno en Colonia y en París, en 1252 profesó como teólogo en la Sorbona y tuvo una segunda residencia en París entre 1269 y 1272.
   Murió en 1274 a los cuarenta y ocho años de edad, en la abadía cisterciense de Fossanova, mientras se dirigía al concilio de Lyon.
   Su obra capital es la célebre Summa theologica que le valió el título de Doctor angelicus, Scholarum prínceps, Lumen Ecclesiae.
   Su biografía ha sido engalanada con numerosas leyendas que inspiraron a los artistas.
   Un ermitaño anunció a su madre que el hijo que iba a parir se convertiría en un gran santo.Con un tizón encendido expulsó a una mujer impúdica que había entrado en su habitación para seducirle. Dos ángeles le ciñeron un cinturón de castidad para protegerlo, de allí en adelante, contra las tentaciones de la carne. Deseaba arenques frescos como los que comiera en París. Un pescador de Terracina se los proporcionó, aunque esa especie ictícola fuese desconoci­da en aquellas latitudes. Un monje dominico de la ciudad de Brescia lo vio aparecer junto a san Agustín, con el pecho adornado con un gran carbúnculo (rubí) que ilumi­naba a la Iglesia.
CULTO
   Canonizado en 1323 por el papa francés de Aviñón Juan XXII, se convinio en motivo de orgullo de la orden de los dominicos, que lo celebraba como el quinto Doctor de la Iglesia latina.
   En 1369 su cuerpo fue trasladado a la iglesia de los dominicos de Toulousse, casa matriz de la orden. El monumento funeral que se le erigió poco después del traslado de sus reliquias, en 1629 fue reemplazado por un nuevo mausoleo. El papa Urbano V concedió su brazo derecho al convento de Saint Jacques de París, de allí la denominación jacobinos (Jacobins), que se aplicó a los dominicos.
   En 1567 el papa Pío V decretó que la Iglesia, a partir de entonces, profesaría a santo Tomás de Aquino el mismo culto que a los Padres de la Iglesia. Así se explica el cuadro de Zurbarán que se conserva en el Museo de Sevilla, donde se lo representa de pie entre los cuatro doctores de la Iglesia latina: san Ambrosio, san Agustín, san Gregorio Magno y san Jerónimo. 
 Particularmente venerado en Nápoles, era el patrón no sólo de la orden de santo Domingo, sino de los teólogos en general, de las escuelas y de las universidades católicas. Los libreros y fabricantes de lápices (fabbricanti di ma­tite) también se ponían bajo su protección.
   En España, el convento de los dominicos de Ávila, que hicieron construir los Reyes Católicos y donde se erigió la tumba de don Juan, está puesto bajo su advocación.
   A causa de un episodio de su leyenda, se lo invocaba como protector de la castidad. A su cinturón, que se conserva en Vercelli, se le atribuía la facultad de apaciguar los ardores lascivos (omnem libidinis motum).
ICONOGRAFÍA
   Según los testimonios de sus contemporáneos y su retrato de Montecasino, era muy corpulento, y hasta obeso.
   Pero los artistas lo adelgazaron para idealizarlo, tal como lo hicieran con el franciscano san Antonio de Padua. Se complacieron en representarlo entre Aristóteles y Platón, pisoteando al herético árabe Averroes. Sobre la túnica lleva el cinturón de castidad (cingulum castitatis) que le colocaran dos ángeles. Sus atributos usuales son la paloma del Espíritu Santo, que le habla al oído, un emblema que comparte con el papa san Gregorio Magno, una estrella o un pequeño sol que, aludiendo a la visión del monje de Brescia, brilla como un carbúnculo ya sobre su pecho, ya sobre su hombro derecho.
   Aunque es infrecuente, en algunas representaciones sostiene una maqueta de iglesia, que significa que se encuentra situado entre los grandes doctores de la Iglesia; un cáliz y un lirio.
   A veces, en alusión a su título de Doctor angelicus se lo ha representado con alas, o tal vez haya sido a causa de una confusión con el predicador domi­nico san Vicente Ferrer (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Francisco de Zurbarán, autor de la obra reseñada
     Francisco de Zurbarán y Salazar (Fuente de Cantos, Badajoz, 7 de noviembre de 1598 – Madrid, 27 de agosto de 1664). Pintor.
    De madre extremeña, Isabel Márquez, su padre, Luis de Zurbarán, de origen vasco, tenía una mercería y posición desahogada. No se sabe de dónde proviene su segundo apellido, Salazar. El 15 de enero de 1614, Zurbarán, entra en el obrador del “pintor de imaginería”, Pedro Díaz de Villanueva, por un periodo de tres años. Al terminar su aprendizaje regresa a Extremadura, concretamente a Llerena, donde se casa con María Páez en torno a 1617 y bautiza a su hija María, el 22 de febrero de 1618.
    En este año, realiza para la fuente de la Plaza Mayor de Llerena un dibujo preparatorio por encargo del Ayuntamiento y pinta una imagen de la Virgen para la puerta de Villagarcía de esa localidad. A los pocos años, nacería su hijo Juan, concretamente en 1620, uno de los más interesantes bodegonistas del XVII, quien probablemente se formaría con su padre, y que moriría tempranamente en 1649 por la peste que asoló a la ciudad de Sevilla.
    A pesar de residir en Llerena, sigue contratando trabajos para Fuente de Cantos, como es el dorado de las andas para la Hermandad de Madre de Dios de su pueblo natal. En 1623 nacería su hija, Isabel Paula, y al poco queda viudo, pues su esposa María Páez, es enterrada el 7 de septiembre de 1623 en la iglesia de Santiago de Llerena. De estos momentos no se conocen obras, tan solo encargos de piezas no localizadas como el contrato publicado por Garraín-Delenda de 1624 entre el artista y los Mercedarios de Azuaga para la ejecución de una escultura de un crucificado. Al poco tiempo, vuelve a casarse con una mujer viuda de edad avanzada y posición acomodada, Beatriz de Morales, y en 1625 se documenta su trabajo para el retablo de la iglesia de Montemolín, para el que pinta un lienzo.
    El 17 de enero de 1626, siendo todavía vecino de Llerena, firma contrato con el prior del Convento Dominico de San Pablo de Sevilla para realizar en ocho meses veintiún cuadros sobre la vida de santo Domingo y padres y doctores de la Iglesia. El Museo de Bellas Artes de Sevilla conserva un San Ambrosio, San Jerónimo y San Gregorio y la actual iglesia de la Magdalena de la ciudad hispalense, guarda dos lienzos representando La curación milagrosa del Beato Reginaldo de Orleáns y Santo Domingo en Soriano, sin duda, obras de este conjunto. Lo sorprendente es que en estas primeras pinturas están ya presentes las características definitorias de su estilo: robustez en las figuras, volumetría escultural y un tratamiento de las telas rico y quebrado, además del gusto por los detalles de naturaleza muerta, tal y como se aprecia en la pequeña mesa del beato Reginaldo donde aparece una taza de peltre en un plato con una rosa y una fruta. Errores de perspectiva evidentes en la articulación de las figuras y, sobre todo, en el tipo de santas vestidas de ricas telas.
    De este convento de San Pablo el Real de Sevilla también procede una obra magistral: El Crucificado del Chicago Art Institute fechado en 1627 y verdadero ejemplo de naturalismo y verismo. El éxito de esta pintura fue notable e incluso se le solicitó que se quedara en Sevilla, pero regresaría a Llerena, pues el 29 de agosto de 1628 recibe el encargo del comendador de la Orden de la Merced de la ejecución de veintidós escenas de la vida de San Pedro Nolasco destinados para el segundo claustro del Convento de la Merced Calzada de Sevilla. Para la ejecución de este conjunto quedaba claro que se trasladaba con los ayudantes y oficiales de su obrador desde Llerena, por lo que en fecha tan temprana estaba completamente establecido de una forma casi empresarial y concluiría la serie entre 1629 y 1630. De los lienzos del conjunto, los más sobresalientes son los conservados en el Museo del Prado: La visión de san Pedro Nolasco y Aparición de San Pedro a San Pedro Nolasco (1629) además del recientemente localizado por Odile Delenda, La Virgen entrega el hábito de mercedario a San Pedro Nolasco y conservado en colección particular. Al conjunto también pertenecen la Salida de San Pedro Nolasco para Barcelona (Museo Franz Mayer, México), La entrega de la Virgen del Puig a Jaime I (1630) (Museo de Cincinati, Estados Unidos) y La rendición de Sevilla (1634) (colección del Duque de Westminster). Dado que se trata de retratos de mercedarios, probablemente pertenecerían también a este conjunto, los que conserva la Academia de Bellas Artes de San Fernando. De estas obras destacan por su monumentalidad y magnetismo Fray Jerónimo Pérez, Fray Francisco Zumel y Fray Pedro Machado obras en las que se advierte nuevamente el tratamiento escultural de la figura y el contraste lumínico donde brillan los blancos.
     Precisamente de esta serie hay que mencionar una obra que sobresale por su fuerza tremendista y su verismo: el San Serapio conservado en el Wadsworth Atheneum de Hartford, pintura procedente de la sala de Profundis del Convento de la Merced, firmada en 1628, que ha sido citada en varias ocasiones, de modo un tanto equivocado, para justificar el carácter tremendista y cruel de la pintura barroca española.
     El éxito público alcanzado con esta serie debió valerle a Zurbarán el deseo de quedarse en la ciudad de Sevilla, dado el alto número de encargos que podía acometer. No en balde el cabildo, representado por uno de los caballeros Veinticuatro, Rodrigo Suárez, le pidió que se instalara en ella “por las buenas portes que se han conocido de su persona [...]”. Al poco tiempo, en 1629, se instala definitivamente con su familia, lo que sin duda despertó la animadversión del gremio de pintores, ya que nunca se examinó ante los maestros veedores del arte de la pintura. El duro esquema gremial imperante en la ciudad de Sevilla exigía al artista que pasara por el examen, encabezada la petición por Alonso Cano. Finalmente nunca se examinó y siguió contratando obras sin mayores problemas, evidenciándose la protección del Cabildo por el encargo de una Inmaculada para el Ayuntamiento. Ejemplo de estos contratos fue el que contrajo el 29 de septiembre de 1629 con la Trinidad Calzada. Al año siguiente, firma la Visión del Beato Alonso Rodríguez conservada en el museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esta obra presenta ya la división de planos con la nebulosa intermedia, además de los fondos arquitectónicos realizados con una torpe perspectiva y la presencia de las criaturas angélicas, de rostro andrógino, y vestidas con amplias telas quebradas.
     En el momento en que se llevan a cabo estos encargos, y desde 1627, Francisco de Herrera el Viejo había estado trabajando para la iglesia del Colegio de San Buenaventura para donde realizó cuatro lienzos con escenas de la vida de san Buenaventura. Por razones que se desconocen Herrera abandona el proyecto y el encargado de terminar las escenas es Zurbarán, quien ejecuta otras cuatro: San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino ante el crucifijo (firmado y fechado en 1629) (destruido en 1945 en el Museo Kaiser Friedrich de Berlín), San Buenaventura en oración (Gemäldegalerie, Dresde), San Buenaventura en el concilio de Lyon (Museo del Louvre) y Exposición del cuerpo de San Buenaventura (Museo del Louvre).
     Estas obras pueden considerarse, por su calidad, de las mejores ejecutadas por Zurbarán hasta el momento y en ellas se advierte la maestría del artista cuando interviene solo en los encargos, mostrando las telas, la intensidad de los rostros y los detalles de naturaleza muerta de un modo portentoso.
     A partir de este momento, comienza la etapa en la que Zurbarán da lo mejor de sí mismo y este ciclo comienza con la pintura colosal de la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino encargada en 1631 para el colegio mayor de los dominicos. En este lienzo ya se advierten los modos de trabajo del artista: la dependencia de las estampas nórdicas editadas por Philippe Galle sobre composición de Vredeman de Vries en su serie de pozos para los fondos arquitectónicos, así como la distribución de los personajes en un esquema ordenado que dependen de la tradición del último manierismo en la pintura sevillana, tomando como referente la Apoteosis de San Hermenegildo de Juan de Uceda y Alonso Vázquez.
     Del año siguiente es la Inmaculada del Museo Nacional de Arte de Cataluña en la que Zurbarán sigue apegado a esa ordenación armónica, equilibrada y simétrica que apreciamos igualmente en estampas de Sadeler. De igual modo se observa que la precisión, el análisis y el ritmo equilibrado de las composiciones se aprecian en las naturalezas muertas. Ejemplo de éste último género es la conservada en la Norton Simon Fundation (Pasadena, Estados Unidos) firmada en 1632 y donde la serenidad que ofrece la disposición de los elementos así como el contraste lumínico y la calidad táctil de los limones y naranjas, hacen de este bodegón una de las piezas más singulares de este género en la España del siglo XVII.
     1634 es un año trascendental en la vida del artista, la maestría que iba alcanzando con sus obras, le vale la invitación para trabajar en la Corte en la decoración del Salón de Reinos. El 12 de junio de ese año recibe ya 200 ducados a cuenta por el trabajo de pintar doce cuadros con Las Fuerzas de Hércules. Finalmente fueron diez las obras ejecutadas más dos lienzos dedicados al Socorro de Cádiz. De estas obras conservamos en el Museo del Prado los citados Trabajos de Hércules y la Defensa de Cádiz contra los Ingleses, ya que la otra pintura que escenificaba la batalla se perdió.
     Son obras que acercan al artista a la pintura al aire libre, aunque hay algunas escenas tenebrosas, pero que adolecen de la falta de conocimientos de perspectiva y de anatomía en los Hércules, que dependen de estampas de Hans Sebald Beham.
     La importancia de la estancia en la corte reside fundamentalmente en su conocimiento de la pintura italiana y flamenca, crucial para la evolución de su pintura y sobre todo para que su paleta se llene de luminosidad.
     La pintura de la Defensa de Cádiz se integraba en el complejo conjunto de series de batallas destinadas al Salón de Reinos y tenían como objeto dignificar a los Austrias. En el conjunto participaron también Vicente Carducho, Eugenio Cajés, Juan Bautista Maino, Diego Velázquez, Antonio Pereda, Jusepe Leonardo y Félix Castello.
     El cuadro de Zurbarán se concibe como un gran cartelón donde la maestría del pintor reside en el modo de solucionar los trajes y sobre todo la fuerza de los rostros. La composición no resulta coherente y el fondo no parece creíble.
     De este momento, y vinculable con los trajes que aparecen en esta pintura, que selecciona del libro de Thibault de Ambers, Academia de la Espada, Zurbarán acomete el retrato de Alonso Verdugo de Albornoz probablemente en 1635 y conservado actualmente en el Museo de Berlín. Tras su paso por la Corte el primer documento nos lo sitúa en Llerena el 19 de agosto de 1636, comprometiéndose a realizar un retablo para la iglesia, lo curioso es que en el contrato se deja claro que habría de hacerse en Sevilla “por la comodidad de madera y oficiales” comprometiéndose Zurbarán “a poner su nombre”. Pero el regreso a Sevilla supone el establecimiento de un importante obrador que tendrá como objetivo el atender a la cuantiosa demanda de pinturas para el mercado americano. Se conoce, gracias a las investigaciones del profesor Palomero, un pleito que Zurbarán interpuso y en el que aparecen testificando oficiales, aprendices y ayudantes que eran los encargados de atender la demanda de este tipo de pinturas, generalmente series de apostolados, fundadores de órdenes, ángeles, santas vírgenes, césares romanos a caballo, patriarcas y sibilas. Series de pinturas en las que la mecánica de trabajo en el obrador se basaba fundamentalmente en el uso de estampas ajenas para solventar las composiciones, generalmente de una sola figura y de una calidad muy inferior a lo que se solía hacer para el mercado sevillano. De entre sus oficiales, sin duda el que destacó y consiguió independizarse como pintor fue Ignacio de Ries, quien a pesar de estar marcado por la huella del maestro, fraguó una personalidad diferente, con un catálogo de obra independizado de la del maestro y al que recientemente le dedicamos una monografía.
     Generalmente estas pinturas eran enviadas a América sin que existiera un contrato de parte. El hecho de desconocer a la parte contratante hacía que las exigencias fueran menores pues además, en un envío podían mandarse hasta dos y tres docenas de pinturas. Las ferias de Portobelo eran los principales puntos de entrada de esta mercancía, desde donde se redistribuían al virreinato del Perú y al de la Nueva España.
     Ejemplo de este tipo de trabajos para el mercado andaluz es el Apostolado y una Inmaculada que contrata el propio Zurbarán en 1637 para la iglesia parroquial de Marchena y que presenta una gran desigualdad de calidad en relación con otros trabajos que acomete el artista en solitario. Este mismo año firma un contrato para las Clarisas de la Encarnación de Arcos de la Frontera y en el finiquito publicado por Delenda el artista se declara “pintor de su majestad”.
     Sin embargo, entre 1638 y 1639 Zurbarán va a acometer los dos conjuntos más relevantes de su vida: el de la Cartuja de Jerez y el del Monasterio de Guadalupe. Desgraciadamente el primer conjunto se dispersó por diferentes circunstancias, encontrándose hoy entre el Museo de Grenoble, el Metropolitan de Nueva York, Museo de Poznan en Polonia y el Museo de Cádiz. Se trataba de las pinturas del retablo mayor de la Cartuja de Nuestra Señora de la Defensión y del Sagrario que se situaba tras el retablo, verdadero santa santorum y adornado con una belleza sin igual, donde los jaspes y mármoles rivalizaban con la belleza de las tablas de los monjes cartujos entre los que destacaban: San Bruno, San Hugo de Grenoble, San Antelmo, San Airaldo, San Hugo de Lincoln, Cardenal Nicolás de Albergati y el Beato John Houghton, además de dos ángeles turiferarios.
     La calidad a la que llega Zurbarán en este conjunto, sobre todo en las tablas del sagrario y en los lienzos del retablo: Anunciación, Adoración de los Reyes, Circuncisión (firmada y fechada en 1639), Adoración de los pastores (firmada y fechada en 1638, llamándose “Pintor del Rey”), Batalla del Sotillo y Apoteosis de San Bruno es realmente sobrecogedora. No sólo por el tratamiento de las telas, sino por el conocimiento de la pintura al aire libre y por la intensidad y el recogimiento que logra en algunas de sus escenas de los cartujos en meditación.
     El conjunto destinado al Monasterio de Guadalupe se concentra en la Sacristía, donde los lienzos de Zurbarán se sitúan en un complejo conjunto iconográfico destinado a exaltar a la Orden Jerónima y a las virtudes de sus monjes, como estudió el profesor Palomero, además de la histórica relación del Monasterio de Guadalupe con la Monarquía. De los lienzos que se sitúan en la Sacristía destacan, entre los demás, por la belleza e intensidad del retratado: Fray Gonzalo de Illescas así como La misa del padre Cabañuelas donde encontramos una construcción de espacios arquitectónicos totalmente artificial y, como ya demostramos, dependientes directamente de las estampas de Philippe Galle sobre composición de Maarten van Heemsckerk. La obra que representa al Hermano Martín de Vizcaya repartiendo pan a los pobres es un prodigio de naturalismo al apreciar el modo totalmente realista y casi crujiente de lo panes de la cesta.
     También para Guadalupe Zurbarán pintó entre otras obras las Tentaciones de San Jerónimo y La flagelación de San Jerónimo, sendas pinturas son prodigio de quietud y prudencia así como pretexto para una atención a las telas en las jóvenes que intentan hacer pecar a san Jerónimo, ciertamente deslumbrante y que contrastan con las movidas y dinámicas mujeres que plasma Valdés Leal en su representación para el Convento de San Jerónimo de Buenavista de Sevilla.
     En 1641 su hijo Juan de Zurbarán se independiza y comienza a contratar pinturas en solitario, a los pocos años en 1644, su padre vuelve a contraer matrimonio con Leonor de Tordera, una joven viuda de veintiocho años. En estas fechas hay constancia documental de la ejecución del retablo de la Virgen de los Remedios en la iglesia mayor de Zafra, conservado in situ en la actualidad y ejecutado entre 1643 y 1644, destacando en él La Imposición de la casulla a San Ildefonso y un San Miguel Arcángel de gran belleza y refinamiento. A partir de estos años se documentan todavía envíos al Nuevo Mundo, lo que constata lo activo de su obrador y el contrato de 22 de mayo de 1647 con la abadesa del Convento de la Encarnación de la Ciudad de los Reyes (Lima) entre las que se le pedían veinticuatro vírgenes de cuerpo entero. Se puede decir que Zurbarán puso de moda a estas santas vírgenes que con paso lento hacen crujir sus telas y se hallan en pleno estado de éxtasis al asumir con resignación su martirio y convertirse en modelos de belleza persuasiva y devoción cristiana.
     Estas santas mandadas a América no eran más que la corrupción y degeneración formal de otras mucho más refinadas y exquisitas en su ejecución, presuntos retratos a lo divino, de señoritas de su época y de las que destacan por su calidad la Santa Casilda del Museo del Prado, la Santa Margarita de la National Gallery de Londres o las Santa Catalina y Santa Eulalia del Museo de Bellas Artes de Bilbao. El Museo de Bellas Artes de Sevilla conserva un conjunto interesante de santas debidas al obrador del pintor, tal y como eran las que se mandaban al Nuevo Mundo y donde se advierte el seguimiento de los modelos del maestro, pero sin tanta calidad.
     Es habitual encontrar santos aislados de una gran calidad de los que luego el propio artista repitió merced a su popularidad y a requerimiento de la clientela piadosa. El caso de San Francisco es de los más frecuentes. El ejemplar de la National Gallery de Londres o el del Museo Soumaya de México nos hablan de la calidad e intensidad a las que puede llegar el maestro en el tratamiento de las telas remendadas y raídas.
     Por los años de 1655 se suelen situar los tres lienzos para la Cartuja de las Cuevas de Sevilla representando a la entrevista de San Bruno y el Papa Urbano II, San Hugo visitando el refectorio y La Virgen de los cartujos. Obras quizás pintadas en un estilo retardatario tal y como se aprecia en el tratamiento de telas e intensidad de los volúmenes más cortantes y rotundos. Sin embargo en este conjunto la deuda con las estampas sigue estando presente, por lo menos en San Hugo visitando el refectorio siguiendo una antigua estampa florentina para la novela de Gualteri e Griselda donde se plantea la composición tal cual y en la Virgen de los cartujos una estampa de Schelte a Bolswert de San Agustín protegiendo a la iglesia.
     En fechas cercanas al verano de 1658 Zurbarán debió trasladarse a la Corte, dejando la ciudad de Sevilla. El posible ocaso del mercado americano y la necesidad de buscar otro tipo de clientes le hacen marchar a Madrid, dejando todavía probablemente activo su obrador sevillano, ya que es de suponer que sus ayudantes y oficiales seguirían con esta actividad que repetía los modelos y la “marca de la casa”.
     Zurbarán, una vez instalado en Madrid, cambia por completo la temática de sus obras y reorienta su producción hacia la clientela privada con lienzos de pequeño formato, devocionales y mostrando una blandura y dulzura poco habitual en sus años anteriores y dando entrada a la luz y los aportes italianos sublimados en las formas de Guido Reni y con una sutileza en los colores notable. Obras como El descanso en la huida a Egipto de 1659 del Museo de Budapest o La Virgen con el Niño y San Juan de 1662 del Museo de Bellas Artes de Bilbao, dan buena prueba de su talento y del dominio del color, además de la seguridad de que son obras ejecutadas exclusivamente por él. También en este periodo final ejecutó varias versiones de la Inmaculada con una belleza en la matización de los azules y elegancia en la estilización de la figura notables, casos como la de la iglesia de San Gervasio y San Protasio de Langon de 1661 o la del Museo de Budapest.
     En sus último años y para Alcalá de Henares realizó en torno a 1660 para el retablo mayor de la iglesia del Convento de las Magdalenas, perteneciente a las Agustinas dos obras representando en una a Santo Tomás de Villanueva dando limosna (actualmente en la colección de Várez Fisa) y a San Agustín en su celda (Madrid, San Francisco el Grande). Son obras que dejan entrever lo que ha asimilado en la corte y la blandura en la que ha desembocado su estilo.
     El 26 de agosto de 1664, Zurbarán había hecho testamento pidiendo ser enterrado en el convento de agustinos descalzos de Madrid (lo que hoy es la Biblioteca Nacional), moriría un día después, dejando como herederas a sus dos hijas del primer matrimonio, María y Paula. De los bienes que aparecen en él destacan mercaderías, algunos muebles de cierta calidad, paisajes y lienzos preparados para pintar y bastantes estampas, elemento este último muy preciado a lo largo de su carrera merced al socorrido uso que encontró en ellas. Probablemente murió sin ver cumplido su deseo más secreto, ser nombrado alguna vez pintor del rey (Benito Navarrete Prieto, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Apoteosis de Santo Tomás de Aquino", de Zurbarán, en la sala V del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

miércoles, 27 de enero de 2021

La Glorieta de Rodríguez Marín, en la Plaza de América, del Parque de María Luisa

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Glorieta de Rodríguez Marín, en el Parque de María Luisa, de Sevilla.  
     Hoy, 27 de enero, es el aniversario (27 de enero de 1855) del nacimiento de Francisco Rodríguez Marín, poeta, folclorista, paremiólogo, lexicólogo y cervantista español a quien está dedicada la Glorieta existente en el Parque de María Luisa, así que hoy es el mejor día que hoy para ExplicArte la Glorieta de Rodríguez Marín, en el Parque de María Luisa, de Sevilla.
     El Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla], se encuentra en la glorieta de San Diego, s/n (entrada principal, aunque tiene entradas por el paseo de las Delicias y las avenida de María Luisa, y de la Borbolla), en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
    En el Parque de María Luisa se encuentra la Glorieta de Rodríguez Marín [nº 19 en el plano oficial del Parque de María Luisa]; se sitúa en la Plaza de América, entre el Museo de Artes y Costumbres Populares, y el Pabellón Real.
   Esta pequeña glorieta, diseñada por Aníbal González en 1913 y dedicada al eximio cervantista Francisco Rodríguez Marín, presenta una planta rectangular en torno a un surtidor geminado y estrellado de azulejería. Resuelta por medio de pilares de fábrica en los que  se intercalan bancos con respaldares de hierro, destaca -en su frente principal- un anaquel para libros simulando una falsa portada de frontón curvo partido, sobre el que se sitúa el retrato bícromo (azul y blanco) en cerámica, inscrito en un tondo rodeado de una gran orla neobarroca. Firmada por J. Ramos, se coció y vidrió en los talleres de la trianera fábrica de Manuel García Montalván. 
   Dos poemas, de Rafael Laffón y de Lope Mateo, se reproducen en las pilastras recubiertas de azulejos, terminadas a la manera de recipientes para flores (Teresa Laffita. Sevilla Turística y Cultural. Fuentes y Monumentos Públicos. ABC. Sevilla, 1998).
Conozcamos mejor a Francisco Rodríguez Marín, quien mereció que se le dedicase una Glorieta con su nombre en el Parque de María Luisa, de Sevilla;
   Francisco Rodríguez Marín, "El Bachiller de Osuna". (Osuna, Sevilla, 27 de enero de 1855 – Madrid, 9 de junio de 1943). Polígrafo.
   Hijo de un sombrerero ecijano y de una gaditana, los primeros años de su infancia transcurrieron modestamente, “pero no faltos de alegría”. En 1864, a la edad de nueve años, sufrió la pérdida irreparable de la figura materna. En septiembre de este mismo año, pidió el ingreso en la segunda enseñanza, en escrito remitido al director del Instituto, señor Varonal. Ya por entonces se asiste al nacimiento de una personalidad que —como apunta el doctor Antonio Castillo de Lucas, en sus Apuntes biotopológicos de Rodríguez Marín— daba “con mucho, preferencia a los placeres y sensaciones espirituales que a los placeres puramente vegetativos”, y que se proyecta en su pasión por los libros, prematuramente fomentada por un cura del Seminario del Corpus Christi: el singular P. Morillo. 
   Concluido el bachillerato, una enfermedad le obligó a suspender los estudios y a pasar tres años en el campo. Allí, al contacto de vendimiadores y cavadores, se acrecentó su afición a la sabiduría popular, y estimulado por la lectura del Cancionero popular de Emilio Lafuente Alcántara, transcribió en su bloc de notas cuantos cantares oía.
   En 1873 se integró en la vida sevillana para estudiar Derecho. El ambiente distendido de la pensión, la compañía de sus condiscípulos, su habilidad con la flauta travesera y su espíritu alegre y enamoradizo, fueron el caldo de cultivo ideal para las “bachilleradas” de “Paquito” —como gustaba ser llamado, por afición al atildado escritor y diplomático Juan Valera—.
   A la sombra de José Fernández Espino, catedrático de Literatura Española y discípulo de Alberto Lista, se inició en la poesía. Unas cartas del maestro sirvieron de prólogo a un poemario que el “Bachiller” bautizó con el nombre de Suspiros (1874). Tras éste, vinieron siete nuevos poemarios —recogidos en A la Real de España. Poesías selectas (1871-1941)— en los que se harán visibles dos trayectorias en su producción poética: la primera —correspondiente a los cinco primeros poemarios— se incardina en una corriente de época que busca la superación del romanticismo mediante soluciones no traumáticas, caracterizadas por un cierto eclecticismo; en la segunda —correspondiente a los últimos poemarios—, marcada por el uso exclusivo del soneto y la silva, la “creación” literaria se entronca en la tradición poética sevillana del Siglo de Oro, remozado con “los ecos de Quevedo, Cervantes y la picaresca”, y ajustándose a “los preceptos de la Poética, hasta los más rígidos”.
   Una segunda faceta del ursaonense, la folclorista, viene dada en función del clima socio-cultural que Sevilla vivía en la década de 1880. Por estos años “La Genuina”, tertulia literaria a la que Rodríguez Marín pertenecía, se transformó en el Ateneo Hispalense.
   Desde esta cátedra, testigo del verbo apasionado de Francisco, Manuel Sales y Ferré pronunció unas conferencias que incidían en las diferencias entre “razón” y “fe”. El enfoque darwinista y racionalista de éstas provocó la réplica de la Revista Católica, órgano de la Academia Hispalense de Santo Tomás de Aquino, que presidía Francisco Mateos Gago. En estas controversias destacan Antonio Machado Núñez y Fernando de los Ríos, quienes aglutinaron las corrientes krausistas sevillanas, propiciando un nuevo resurgimiento artístico y cultural de la ciudad. En el proyecto colaboraron jóvenes de la talla de los Hazaña y la Rúa, Lasso de la Vega, Mas y Prat, Sales y Ferré, Montoto, Valdenebros, Velilla, Rodríguez Marín... De la mano de estos intelectuales, y gracias a la propuesta de Antonio Machado Álvarez, “Demófilo”, de confeccionar “un verdadero catálogo de la cultura y folklore populares”, la filosofía de Krause rebasó los muros de la Universidad y plantó sus semillas en la calle. El éxito fue posible gracias a La Enciclopedia, revista defensora de la idea krausista que veía en el pueblo el motor del progreso y que lo concebía como una auténtica aristocracia.
   En 1879, la sección de “Literatura Popular”, creada por Machado Álvarez, dio un aire nuevo a la revista e incorporó una nueva línea evolucionista y fundamentalmente spenceriana.
   En esta sección, destacó Rodríguez Marín, quien, entre otros trabajos, sacó a la luz los Cinco cuentezuelos populares andaluces, recogidos y anotados por él mismo. En dos años de publicación, se reunieron un sinfín de cuentos, juegos infantiles, refranes, supersticiones, tradiciones, cantos, usos ceremoniales, y demás materiales folclóricos que fueron recogidos y estudiados con una modernidad en los métodos que no pasó inadvertida para el profesor austríaco Hugo Schuchardt, quien, por estas fechas, se encontraba en la capital hispalense realizando estudios de fonética popular andaluza.
   El 3 de noviembre de 1881, en el n.º 9 de la mencionada revista, publicó Machado las bases de la sociedad nacional que tituló con el nombre de El Folklore Español, “Sociedad para la recopilación y estudio del saber y de las tradiciones populares”. Esta sociedad de planteamientos profundamente federalistas, no fue bien vista en los círculos conservadores.
   El 28 de noviembre del mismo año, reunidos los veintiocho firmantes en el domicilio de los Machado, quedó constituido El Folk-lore Andaluz, bajo la presidencia del académico José María Asensio y Toledo.
   El acta de constitución de la sociedad fue redactada por Rodríguez Marín, secretario accidental, y en ella se dejó constancia de que “el Sr. Segovia propuso que se nombrara presidente honorario de la Sociedad al eminente orientalista Sr. D. Antonio María García Blanco”. En un año de vida se publican doce números de El folklore Andaluz, órgano de esta sociedad, cuyos trabajos están inspirados por las teorías de Darwin, Spencer y Krause. Ello explica que la posterior labor folclorista de Rodríguez Marín no fuese ajena a la configuración social que el krausismo propugnaba.
   Entre 1882 y 1883 salieron a la luz los cinco tomos de los Cantos populares españoles, con un “Post Scriptum” de Antonio Machado. La obra recibió los plácemes de eminentes folcloristas como el portugués Theophilo Braga, el italiano Giuseppe Pitrè y los españoles Juan Antonio de la Torre, Manuel Milá y Fontanals, Briz, Maspons y Llagostera... Con ella, y en palabras de Luis Montoto, “rebasó nuestro colega los límites fijados por Cecilia Böhl de Faber y Lafuente y Alcántara [...] descubrió [...] todo un mundo de poesía propiamente española”.
   Esta labor folclorista lleva la impronta del andalucismo, como lo demuestran El alma de Andalucía en sus mejores coplas amorosas escogidas entre más de 22.000; Pasatiempo folklórico. Varios juegos infantiles del s. XVI; y La Copla. Bosquejo de un estudio Folk-lórico, estudio este último en el que Rodríguez Marín señala las diferencias entre “soleá”, “soleariya”, “alegría” y “playera”, y anota las relaciones entre lo popular y lo culto, entre otras aportaciones.
   Otra faceta que cultivó Rodríguez Marín en el transcurso de esta primera etapa sevillana fue el periodismo, profesión ésta que, con la de abogado, era la idónea para el ejercicio de la política. Precisamente en esta última actividad se había significado como secretario en Osuna del Partido Posibilista, y como impulsor de una desigual campaña contra la aristocracia local, y en pro de los pobres de Osuna. A sus dieciocho años ya colaboraba en El semanario ilustrado y en El Gran Mundo, y se dio a conocer en el ambiente periodístico con los seudónimos de “Un Amigo del Editor”, “Juan de Burgos de Segovia”, “Un Devoto de Cervantes”, “Un Devoto de este peregrino ingenio (Cervantes)”, “Guindo Ramírez”, “El bachiller Francisco de Osuna” y “El Bachiller de Osuna”.
   En 1880 formó parte de un periódico castelariano, El Posibilista, dirigido por Pedro Rodríguez de la Borbolla.
   En este periódico realizó una labor multifuncional, que domina todos los aspectos de la empresa editorial, incluyendo la elaboración de los discursos políticos del director, “quien muchas veces me enviaba los dos o tres primeros párrafos de un artículo político para que yo lo concluyera”.
   Pero cuando “D. Pedro de las Mercedes”, como titula el pueblo a Rodríguez de la Borbolla, necesitó el voto de los ricos propietarios de Osuna, la pluma mordaz del osunés resultó incómoda para los intereses del político, por lo que el joven redactor se vio obligado a marchar a El Alabardero, periódico que, bajo la dirección de Mariano Casos, siguió la línea de un republicanismo radical, que osciló entre la actitud “demócrata-progresista” de Cristino Martos y la “republicano-progresista” de Manuel Ruiz Zorrilla, a la sazón exiliado.
   Las acusaciones que Rodríguez Marín había vertido desde las páginas de El Posibilista contra los rectores del Pósito osunés, tuvieron su continuación en la sección titulada “Alabardazos”, y en dos opúsculos que compendiaron todos los artículos publicados: Basta de abusos. El pósito del Dr. Navarro (apuntes para la historia de Osuna), folleto en el que figura una dedicatoria “A los pobres y menesterosos de Osuna/En fe de humana confraternidad”, y El Gobernador Civil de Sevilla y El Alabardero, proceso de un funcionario público, obra que recoge todos los artículos que sobre el particular se habían publicado en El Alabardero.
   Desde esta tribuna, el joven tomó partido activo por los débiles, como demuestra la Cruz de Beneficencia con que la ciudad correspondió a su heroica actuación en las inundaciones que sufrieron los vecinos del sevillano barrio de Triana.
   Unas veces con su nombre y apellidos, y otras con el seudónimo de “R. Guindos Ramírez”, se erigió en colaborador de una campaña que lanzó sus andanadas contra autoridades locales, particulares, empresas —como la que regentaba el popular Teatro del Duque—, personajes y personajillos que medraban en el mundo de la política, a los que desnudó en una significativa obrita de teatro, Los cortejos de D.ª Pitanza, de poca calidad artística.
   Tras esta larga estancia de diez años en la capital del Betis, regresó a Osuna en compañía del destacado hebraísta Antonio María García Blanco. De esta fértil amistad se benefició, durante más de una década, la cultura ursaonense; el 13 de enero 1883, la sociedad recibió con los brazos abiertos a Antonio María Blanco, insigne liberal, y a su acompañante Rodríguez Marín, quien, debido a la gran popularidad alcanzada como periodista, no tuvo dificultad alguna en iniciar sus colaboraciones en el periódico local. Esta etapa, que coincidió con un momento de efervescencia obrera en Andalucía, creó ciertas expectativas entre los más desheredados, que tomaron por abanderados de su causa al indómito luchador y a su joven discípulo.
   Rodríguez Marín, que aún colaboraba en una publicación librepensadora, La Lucha, órgano del Partido Republicano Progresista de Sevilla, entró a formar parte de la plantilla de El Ursaonense. Pronto habría de convertirse en una pluma “vigilante” en materias tan varias como las que afectaban a la higiene, abastos y urbanismo, cultura —con la “constante” petición de la reposición del instituto—, información de Audiencia y Tribunales, informaciones y comentarios de política local y nacional —con un espíritu franco y mordaz del que no escapaban ni los reyes ni la nobleza—, géneros de creación, etc... En esta labor “de culturización” trabajó codo con codo con el doctor García Blanco, el viejo hebraísta con el que había leído, “analizado y traducido los tres libros bíblicos del Génesis, Éxodo y Deuteronomio”. El estímulo del alumno fue tal —como confiesa su biógrafo Pascual Recuero Pascual— que, con su apoyo incondicional, el sabio profesor publicó su Diccionario Hebreo-Español, obra que resume una labor de veinticinco años. En agosto de 1885, y a raíz de una huelga que hicieron las mujeres jornaleras en pro de la supresión del impuesto de consumo, Rodríguez Marín abandonó el periódico no queriendo verse señalado por los rumores que le mencionaban como posible instigador de la revuelta.
   En los años 1886-1887 fundó y dirigió El Centinela de Osuna “semanario de literatura o intereses morales y materiales”. Ya desde el primer número, en el que señala como norte de la publicación la vigilancia de la gestión municipal, se mostró partidario de un periódico vigilante y apolítico, y de un Ayuntamiento regido por gente eficaz e independiente. Desde estas páginas también se comprometió en la defensa apologética del matrimonio civil, como confirma una carta de la logia osunesa “Esperanza n.º 196” a la logia madrileña “Hermanos del Progreso”, firmada por el maestre “Aquiles” (Juan Lasarte Lobo) y por el secretario “Guttemberg”, en la que se alude a Francisco Rodríguez Marín, “Mucio Scévola”, “quien se comprometió a hacer propaganda a favor del restablecimiento del matrimonio civil en su periódico El Centinela de Osuna”.
   En 1895, tras la supresión de la Audiencia de Osuna, y coincidiendo con la terrible hambruna que sufrió la ciudad, Rodríguez Marín —felizmente casado con Dolores Vecino, y padre de cuatro niños— se dio de alta en el Colegio de Abogados sevillano.
   Su nombramiento como académico numerario de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, tras el fallecimiento de Fernando Belmonte y Clemente, propició su llegada a la capital hispalense en los primeros días de marzo.
   Durante esta segunda etapa sevillana recibió los nombramientos de presidente del Ateneo, por acuerdo de la Junta General celebrada el 30 de mayo de 1900; correspondiente de la Real Academia Española, a instancias del sevillano Antonio María Fabié, y de los santanderinos José María de Pereda y Marcelino Menéndez y Pelayo; posteriormente, el 30 de noviembre de 1905, académico de número de la citada institución, en sustitución del estadista Raimundo Fernández Villaverde; y, por último, cronista oficial de la provincia, por acuerdo de la Diputación Provincial de Sevilla (1906).
   En el ejercicio de su profesión, también le cupo el honor de participar en la dolorosa venta de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros al arqueólogo norteamericano Mr. Milton Archer Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, de New York.
   En 1904, una cruel enfermedad que le privó de la voz, le planteó la necesidad de tener que abandonar el ejercicio de la abogacía, y de hacer de la pluma su único medio de vida, para lo cual Madrid se ofrecía como única salida.
   La incorporación de Rodríguez Marín a la sociedad madrileña se retrasó hasta la llegada al poder, el 25 de enero de 1907, de Antonio Maura, jefe de los conservadores encargado de formar Gobierno. A la sombra de esta personalidad vivió los veinte primeros años del siglo, acrecentada su figura por los múltiples honores recibidos: en 1909 fue nombrado consejero de Instrucción Pública; jefe del Cuerpo de Archiveros y director de la Biblioteca Nacional, por Real Decreto de 8 de junio de 1912, en sustitución de su otro gran valedor, Marcelino Menéndez y Pelayo; bibliotecario perpetuo de la Real Academia Española, en sustitución de Jacinto Octavio Picón, en 1923; vocal de la Junta Hispanoamericana de Bibliografía y Tecnología Científicas, en 1924; y académico de número por la Real Academia de la Historia, en sustitución del arabista Gaspar y Remiro, en 1925, con un discurso de entrada sobre La “Fílida” de Gálvez de Montalvo.
   En estos años, como afirma López Estrada, el andalucismo vertebró una importante producción poética, filológica, folclorista..., e incluso cervantista, que responde a “los mismos principios: pretende establecer de qué modo influyó y dio carácter a Cervantes su estancia en Andalucía”. En junio de 1915, desde las páginas de Los Lunes de El Imparcial, Eduardo Gómez de Baquero afirmó “que desde los hallazgos de Pérez Pastor no se había publicado una tan copiosa colección de documentos cervantinos como la que ha dado a luz D. Francisco Rodríguez Marín en elegante edición publicada a expensas de la Real Academia Española”. La crítica insiste en que, de los documentadores cervantistas, es Rodríguez Marín el que más documentos aporta, hasta un total de ciento setenta y siete.
   Por su parte, Gabriel M. del Río y Rico alaba una “asombrosa labor de veinte años, durante los que han sido concienzudamente estudiados los trabajos de Mayans y Siscar, Pellicer, Fernández de Navarrete, García de Arrieta, Puigblanch, Clemencín, Bartolomé José Gallardo, Alberto Lista, La Barrera, Díaz de Benjumea, Asensio, Hartzenbusch, Valera, Tubino, León Máinez, el Doctor Thebussem (D. Mariano Pardo de Figueroa), Toro Gómez, Cortejón, Apráiz, Pérez Pastor, John Bowle, Prosper Merimée, Viardot,Vischer, Charles, Jarvis, Wolf, Fitzmaurice-Kelly, Gebhart, von Wolzogen, Auger, Duffield, Mary Smirke, Ormsby, Edward Walts...”.
   Entre estos estudios cervantinos destacan sus Rebusco de documentos cervantinos; El apócrifo “Secreto de Cervantes”; Los modelos vivos del “D. Quijote de la Mancha”; Cervantes y la ciudad de Córdoba; y las ediciones críticas, con prólogos y notas de Rodríguez Marín de las Novelas ejemplares de Cervantes; La Ilustre Fregona; El casamiento engañoso; Coloquio de los perros, etc., con mención especial para las ediciones críticas de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha: la de 1911-1913, en ocho tomos, la de 1916-1917, en seis tomos, la de 1927-1928, en siete tomos, y la Nueva Edición Crítica (1947-1949), obra póstuma que recoge la edición de 1927, con más de mil notas nuevas aportadas por el erudito.
   La atracción que sobre él ejerció el Siglo de Oro español, y más concretamente la escuela sevillana, se hace evidente en la valiosísima documentación que aportó sobre Pedro Soto de Rojas, Pedro Espinosa, Luis Vélez de Guevara, Francisco Pacheco, Baltasar del Alcázar, el “divino” Herrera, Mateo Alemán y numerosos autores de la época áurea española. De gran interés es la ingente labor cervantista desarrollada por el erudito, como subraya Agustín González de Amezúa, quien catalogó las doscientas doce obras editadas por Rodríguez Marín, entre libros y opúsculos.
   Otra faceta que en estos años desarrolló Rodríguez Marín fue la de cuentista. Sus ochenta y dos “cuentos anecdóticos”, reunidos en libros, unos, y esparcidos en periódicos y revistas, otros, fueron clasificados por el propio autor en cuentos de Osuna, cuentos sevillanos y cuentos no osunenses ni sevillanos. La brevedad de estos relatos, la concurrencia de intereses con la literatura de la época, la carga de tradición que encierran, su interés socio-cultural y la presencia de un distendido tono humorístico son una constante en obras como la que lleva por título Cincuenta cuentos anecdóticos.
   Por último, se debe subrayar la labor filológica y paremiológica de Rodríguez Marín, elogiada por Luis Martínez Kleiser, y plasmada en libros como sus Más de 21.000 refranes castellanos no contenidos en la copiosa colección del maestro Gonzalo Correas; Dos mil quinientas voces castizas y bien autorizadas que piden lugar en nuestro léxico, etc. De esta última obra, del Río y Rico dice que el lector “queda anonadado al ver la lectura que representa aquella larga lista de palabras entresacadas de los grandes escritores de los siglos XVI y XVII, y las cuales no figuran en el D.R.A.E. Digno compañero de estos dos volúmenes es aquel otro intitulado Modos adverbiales castizos y bien autorizados que piden lugar en nuestro léxico (1931)”.
   El 5 de diciembre de 1936, después del bombardeo de Madrid por las tropas de Franco, se trasladó a Piedrabuena (Ciudad Real). En esta localidad residió durante cuatro largos años, en el n.º 4 de la calle Real, domicilio de su hija. La penosa experiencia fue revivida por el erudito en el libro titulado En un lugar de la Mancha... Divagaciones de un ochentón evacuado de Madrid durante la guerra. El 21 de mayo de 1939, finalizada la guerra, regresó a Madrid, viviendo allí los últimos años de su vida, en los que ejerció el cargo de director de la Real Academia Española —tras ser elegido por unanimidad el 5 de diciembre de 1940—, rodeado de sus íntimos. 
 Fue Pedro Marroquín quien, desde la prensa, propuso la idea de rendirle un homenaje nacional, idea a la que se sumaron los hermanos Álvarez Quintero, Natalio Rivas, Agustín González de Amezúa, Pedro Mourlane y Michelena y Luis Martínez Kleiser, y siendo el ministro de Educación Nacional, Ibáñez Martín, el encargado de nombrar la Junta que había de preparar el homenaje, según Orden de 1 de julio de 1942.
   Días antes del evento, el 9 de junio de 1943, murió el sabio osunés, reconocido como Hijo Adoptivo de Archidona, Sevilla, Antequera, Toledo, Alcalá de Henares, Piedrabuena; Hijo Predilecto de Osuna y de la provincia de Sevilla, y honrado con calles o lápidas, en ciudades como Madrid, Córdoba, Écija, Lucena y Barcelona (Joaquín Rayego Gutiérrez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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