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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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martes, 30 de junio de 2020

La glorieta de Ofelia Nieto, en el Parque de María Luisa


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la glorieta de Ofelia Nieto, en el Parque de María Luisa, de Sevilla, dando un paseo por ella.
      Hoy, 30 de junio, es el aniversario de la inauguración de la glorieta de Ofelia Nieto (30 de junio de 1935), así que hoy es el mejor día para ExplicArte la glorieta de Ofelia Nieto, en el Parque de María Luisa, de Sevilla.
     El Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla], se encuentra en la glorieta de San Diego, s/n (entrada principal, aunque tiene entradas por el paseo de las Delicias y las avenida de María Luisa, y de la Borbolla), en el Barrio del Prado - Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
     La glorieta de Ofelia Nieto [nº 10 en el plano oficial del Parque de María Luisa], en el Callejero Sevillano, es una vía que se encuentra en los Barrios del Prado, y del Parque de María Luisa, del Distrito Sur, y se sitúa junto a la avenida de Pizarro (en su tramo final y margen derecho), y rodeada por las glorietas de Doña Sol, de José María Izquierdo, y cercana a la trasera del Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón Mudéjar), en el propio Parque de María Luisa.    

      Desde la Avenida de Pizarro, dos caminos paralelos bordeados de anchos y altos setos de ciprés, cuidadosamente recortados,  y adelfas conducen a esta glorieta de la cantante Ofelia Nieto. Trazada por el arquitecto Juan Talavera Heredia, sobre un fondo de ciprés, el frente está totalmente despejado y abierto a la citada avenida. Su parte posterior, semicircular, la cierra una pared blanca, de media altura, con dos cancelas, en cuya parte central, en una gran hornacina revestida de baldosas cerámicas, se representa a Ofelia Nieto acompañada por dos figuras que simbolizan el canto y la música. El dibujo de esta composición es de Juan Miguel Sánchez, y la realización, de la Fábrica de Nuestra Señora de la O de Triana. Asimismo en azulejos, en dos paredes laterales, se ofrecen nombres de compositores famosos y títulos de obras musicales. La complementan una fuente central y los consabidos bancos.

   Ofelia Nieto nació en Santiago de Compostela en 1899 y falleció en Madrid el 22 de mayo de 1931. Hermana de la también cantante Ángeles Otein, nacida en 1898 y que invirtió el orden de las letras de su apellido, Nieto, para evitar confusiones. Ambas artistas estudiaron canto con el tenor Simonetti. Ofelia debutó con el estreno de Maruxa, de Amadeo Vives, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, en 1914. Otras obras estrenadas por ella fueron Amaya, La Llama, La leyenda del beso, Rayo de luna, Bohemias, El caminante y La escalera, estas dos últimas de autores cubanos.

 Cantó en los grandes teatros de Europa y América, estrenó Parsifal en Chile, Perú y la Habana, y sus óperas favoritas eran Manon, Gioconda, Aida y Madame Butterfly. El maestro Arturo Toscanini la eligió para la reposición de la ópera Der Freisschütz en el teatro de la Scala de Milán, en el centenario de Weber. En 1928, Ofelia Nieto contrajo matrimonio con el tenor Felipe Cubas Albéniz, y se retiró de la escena. Ofelia Nieto, la voz y el corazón de oro, cuyas privilegiadas dotes y arte exquisito tan desinteresadamente prodigó en beneficio de los pobres de Sevilla, por la que sentía un exaltado cariño, mereció que el Ayuntamiento sevillano por el acuerdo capitular del 12 de junio de 1931, dispusiera tributar a su buena memoria un perpetuo recuerdo con la rotulación de una avenida o glorieta del Parque de María Luisa enfrente de la fuente de los Leones.
   El domingo 30 de junio de 1935, a las siete de la tarde, se inauguró la glorieta de Ofelia Nieto. En aquella ocasión, Federico García Sanchis (1886-1964), literato, crítico de arte, novelista y conferenciante, ofreció una charla en memoria de la que fue maravillosa intérprete del arte lírico. En ella pidió que, así como en la glorieta de Bécquer se podían leer las obras de ese poeta, también en la glorieta de Ofelia Nieto se escuchara su voz.

   Cerca de la glorieta se pueden admirar aligustres, fotinias, un espino majuelo, washingtonias de tronco fino, almeces, árboles del amor y, saliendo de ella, un variado panorama vegetal en el que destacan un fresno, un ailanto, una morera de papel, llamativos pitosporos con porte arbóreo, un olmo, adelfas, un ailanto, pica-picas, un arce, eucaliptos, árboles del amor, malvaviscos, naranjos, washingtonias de tronco fino, falsas acacias espireas, grupos de justicia, y  yucas.
   La justicia (Justicia adhatoda), que era muy abundante en nuestros jardines, es un arbusto de hoja persistente procedente de la India, con vistosa floración primaveral en forma de racimos de color blanco. Cerca, hay un grupo de latanias (Livistona chinensis), palmera monoica (un mismo individuo alberga los órganos de los dos sexos) originaria de China.

   Todo el conjunto de la glorieta fue restaurado con la incorporación de pérgolas según proyecto del arquitecto D. Javier Muñoz Cepero (www.sevilla.org).
Pero, ¿quién era Ofelia Nieto para merecer que se rotulase una glorieta con su nombre en el Parque de María Luisa de Sevilla?
   Ofelia Nieto (Algete, 1895 - Madrid, 1931) Cantante lírica española. Descubierta por un miembro del coro del Teatro Real de Madrid, inició sus estudios de música en la capital española, siendo su profesor de canto el tenor Lorenzo Simonetti. Debutó en los escenarios como soprano con la ópera Maruxa, de Amadeo Vives, en el Teatro de la Zarzuela (1914).

   Desde entonces alternó la interpretación de óperas del repertorio internacional, como Ernani de Verdi y La Bohème y Madame Butterfly de Puccini, con estrenos de óperas y zarzuelas españolas: La llama, de José María Usandizaga (1915); La tragedia del beso, de Conrado del Campo (1915); El Avapiés, de Conrado del Campo y Ángel Barrios (1918); Amaya, de Jesús Guridi (1920); y Bohemios, de Amadeo Vives (1920). Recorrió asimismo España ofreciendo recitales con su hermana María de los Ángeles Nieto Iglesias (más conocida como Ángeles Ottein, su nombre artístico), acompañadas por el pianista Raffaele Terragnolo.
   Simultáneamente al desarrollo de su carrera en España, debutó en Italia, interpretando en el Teatro della Pergola de Florencia (1919) una Manon de Massenet y una Aida de Verdi. Fue el inicio de una carrera internacional en la que destacaron sus interpretaciones de Margarita en la ópera Mefistofele, de Arrigo Boito, y de Desdémona en Otello de Verdi, representadas ambas en el Teatro Real de Madrid (1920).
   Le siguieron Il trovatore, de Verdi (Río de Janeiro, Brasil, 1921); Mignon, de Ambroise Thomas, y Un ballo in maschera de Verdi (México, 1921); la reposición de La Dolores, de Tomás Bretón (Buenos Aires, Argentina, 1922); Aida, de Verdi, y Tosca, de Puccini, en las que alternó con Miguel Fleta y con Giacomo Lauri-Volpi (Teatro Real, Madrid, 1922); y, sobre todo, su presentación en 1926 en el Teatro alla Scala de Milán (Italia), auspiciada por Arturo Toscanini, con Lohengrin de Richard Wagner y Der Freischütz de Carl Maria von Weber; Ofelia Nieto fue elegida por el propio maestro Toscanini para la reposición de la obra de Weber, representada con motivo de su centenario.
   La generosa voz de Ofelia Nieto, corpulenta y suave al mismo tiempo, robusta y de bello timbre, le permitió cultivar los papeles de soprano dramática en otros títulos además de los ya citados, como el Parsifal de Wagner, que presentó en Chile, Perú y La Habana (Cuba). En 1928 contrajo matrimonio y se retiró de los escenarios; aunque se trataba, quizá, de una retirada provisional, su muerte prematura truncó definitivamente su carrera. A petición de los compositores españoles, y en reconocimiento por la labor desempeñada en favor de la música española, le fue concedida la Cruz de Alfonso X el Sabio
(Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Ofelia Nieto. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España)).
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lunes, 29 de junio de 2020

La Capilla de San Pedro, en la Catedral de Santa María de la Sede


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San Pedro, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla. 
      Hoy 29 de junio, la Iglesia celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por ello fue llamado Pedro. Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado a judíos y griegos. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador Nerón, ambos sufrieron el martirio: Pedro, como narra la tradición, crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense. En este día, su triunfo es celebrado por todo el mundo con honor y veneración (s. I) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Capilla de San Pedro, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
      La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de San Pedro [nº 055 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Sus patronos eran en 1526 el cardenal Tavera y su hermano, Diego Pardo de Deza, pasando por herencia a los marqueses de Malagón, habiéndose denominado también "de la Cátedra (de San Pedro)" y "del cardenal Deza" por razones, en ambos casos, muy evidentes. Hoy aparece en ella, desde 1884, la tumba del arzobispo Deza, que fue enterrado en el Colegio de Santo Tomás (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   En el muro de la cabecera  de la Catedral de Santa María de la Sede, encontramos entre la Puerta de los Palos y la Capilla Real, la Capilla de San Pedro.

   En Cabildo de 12 de octubre de 1515 se alude a la capilla que construye el arzobispo Fr. Diego de Deza. Se trata de la Capilla de San Pedro, colateral de la Capilla Real, lado del Evangelio. En ese año se seguía cerrando bóvedas del crucero. Al frente de las obras se encontraba Juan Gil de Hontañón.
   Hubo un proyecto fechado en 27 de febrero de 1537, con dibujos existentes en el Hospital Tavera de Toledo y en el Archivo ducal de Medinaceli de Sevilla, para reflejar la situación de una sacristía que se pensaba hacer en la Capilla de San Pedro, colateral de la Capilla Real, donde tenía proyectado enterrarse el Cardenal Tavera. En este proyecto aparecen dos capillas poligonales de tres lados a uno y otro lado del ábside, que tampoco se realizaron (Teodoro Falcón Márquez, El Edificio Gótico, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   El Sepulcro del Arzobispo Dº Diego de Deza se halla situado en el paramento del Evangelio de la Capilla de San Pedro.
   Al derruirse el colegio sevillano de Santo Tomás, por él fundado, y tras varias vicisitudes, se trasladó a este lugar en 1884.
   Se conserva tan solo el bulto yacente del Prelado, revestido de Pontifical; Mitra, Casulla con ornamentación, Palio, Túnica, Tunicela y báculo, un león a los pies y rica decoración en tira y mitra. Su estado de conservación es precario pese a sus restauraciones.
   El Arzobispo falleció en 1523; la fecha de esta obra no debe ser muy posterior.
   Posee la Catedral importantes retablos del siglo XVII, como el de la Capilla de San Pedro, adjudicado al protobarroco Diego López Bueno.

   Se compone de banco, dos cuerpos con tres calles y ático, donde se sitúan las pinturas de Zurbarán. Patronato de los Marqueses de Malagón. Encargado en 1620 a Diego López Bueno, maestro mayor del Arzobispado y acabado cinco años después. Trazas de Miguel de Zumárraga, maestro mayor de la Catedral. Dorado y estofado por los pintores Baltasar Quintero y Vicente Perea (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   Posee la Catedral de Sevilla un importante conjunto de pinturas que pertenece a Francisco de Zurbarán, uno de los artistas más relevantes dentro de la pintura española del siglo XVII. Zurbarán nació en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598, efectuando su aprendizaje en Sevilla, donde desarrolló la mayor parte de su carrera artística, pintando para iglesias y conventos de esta ciudad. En 1658 se trasladó a Madrid, donde murió en 1664.

   La mayor parte de las pinturas de Zurbarán en la Catedral se encuentran integradas en el retablo de la Capilla de San Pedro, el cual fue pintado por este artista en 1625, según informa Ceán Bermúdez, aunque esta fecha ha de tomarse como la de iniciación del amplio conjunto. El retablo había sido construido en su parte arquitectónica por el ensamblador Diego López Bueno a partir de 1620, fecha en que se efectuó el contrato para su realización. El conjunto pictórico llevado a cabo por Zurbarán es una de las primeras empresas artísticas realizadas por este artista en Sevilla y en él destaca la monumentalidad de las figuras y la solemne emotividad de las expresiones de los personajes captados de manera fuertemente realista.
   Todas las pinturas del retablo, excepto la grandiosa Inmaculada que la preside, narran episodios de la vida de San Pedro. En el banco figuran representaciones de Cristo y San Pedro sobre las aguas, Cristo entregando las llaves a San Pedro y San Pedro curando al paralítico. En el primer cuerpo del retablo aparece San Pedro Papa en el centro, mostrando una figura sedente monumental e hierática. En los laterales aparecen La Visión de San Pedro, donde el artista se inspira en un grabado de Martin de Vos y El arrepentimiento de San Pedro, donde Zurbarán plasma en el rostro del apóstol un dramatismo pocas veces superado en su producción. En el segundo cuerpo del retablo figura La Inmaculada, que es una de las más bellas entre las realizadas por el artista; aparece con el cuerpo ligeramente arqueado, las manos juntas y flotando ingrávida en el espacio. En los laterales de este segundo cuerpo se disponen San Pedro liberado por el ángel, obra en la que contrastan las expresiones de ambos personajes, emotiva en el ángel y asombrada en el apóstol y Quo Vadis, representación en la que las dos monumentales figuras que protagonizan la escena se complementan perfectamente en sus gestos y actitudes psicológicas. El Padre Eterno, que corona el retablo no es obra de Zurbarán, sino una pobre copia que sustituye al primitivo, pues se perdió sin saberse su causa.

   Como obras que pueden adscribirse al taller de Valdés Leal pueden mencionarse en la Capilla de San Pedro la Visita de Cristo a San Pedro encarcelado, y La liberación de San Pedro.
   Dos buenas pinturas italianas de escuela boloñesa se encuentran en la Capilla de San Pedro. Representan el Martirio de Santa Águeda y San Pedro liberado por el Ángel, estando su estilo próximo al del pintor Alexandro Tiarini.
   Aunque es pintura que aún no ha podido verse de cerca, señalaremos por su interés entre las obras de escuela flamenca del siglo XVII, El arrepentimiento de San Pedro, que figura en la Capilla de este Santo. Es obra que puede réplica o en todo caso copia de un original que se conserva en el Museo de Castres, atribuido al pintor Gerard Seghers (Enrique Valdivieso, La Pinturas en la Catedral de Sevilla siglos XVII al XX, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   Sobre la Capilla de San Pedro se encuentra la vidriera realizada por Arnao de Flandes, en la que se representa al príncipe de los apóstoles, realizada a mediados del siglo XVI y restaurada en 1778, en un vano alargado terminado en forma de medio punto, con unas medidas de 7,80 x 2,15 mts. (Víctor Nieto Alcalde, Las vidrieras de la Catedral, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991).

   La reja de la Capilla de la Concepción Grande sirvió de modelo a la que se construyó en el siglo XVIII para la Capilla de San Pedro. Con toda probabilidad, la que entonces cerraba el recinto era inadecuada para la magnificencia del lugar y contrastaría, por sus dimensiones y características, con las que cerraban las otras dos capillas de la cabecera de la Catedral, especialmente con la recién instalada en la Capilla Real. Por eso, en la reunión del Cabildo del 14 de enero de 1778 se acordó hacer "la rexa de dicha capilla del señor San Pedro, en su tamaño, labor y demás adornos en todo uniforme con la de la capilla del señor San Pablo". La construcción de esta reja la llevó a cabo el franciscano Fray José Cordero, quien siguió con fidelidad el esquema que se le había señalado como modelo, si bien cambiando los temas figurativos del coronamiento. Este fue realizado años después de haberse asentado los dos cuerpos inferiores de la reja, según se deduce de un acuerdo capitular de agosto de 1780. En el mencionado coronamiento, además de los flameros, harpías y escudos, se representan una tiara papal entre las llaves de San Pedro y, en el remate, la entrega de las mismas por Cristo al citado apóstol (Alfredo J. Morales, Artes aplicadas e Industriales en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991).

Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto, Iconografía y Atributos de San Pedro, apóstol:
HISTORIA Y LEYENDA
   Pescador en Cafarnaúm, Galilea, en el lago de Genezaret, él y su hermano Andrés fueron los primeros apóstoles reclutados por Jesús.
   Su verdadero nombre era Simón. Recibió de Cristo el mote arameo Kefás (gr.: Petras), para significar que sería la piedra angular de la Iglesia. Su mote ha suplantado por completo a su nombre.
   Su vida se divide en tres períodos muy claros:
   1. Envida  de Jesús, lo acompañó, con los otros discípulos, desde el co­mienzo del ministerio galileo hasta su Prendimiento en el Huerto de los Olivos, luego, después de la Resurrección, hasta la Ascensión.
   2. Después de la desaparición de su maestro, residió en Jerusalén, donde fue encarcelado por el tetrarca Herodes Agripa.
   3. Luego habría viajado a Roma de la cual fue el primer obispo. Otra vez fue encarcelado y crucificado por orden de Nerón.
   Durante el primer período, la actividad de san Pedro estuvo estrechamente ligada a la de Jesucristo, siguió tras los pasos de éste, por decirlo así. De ahí que hayamos debido remitir a la iconografía del Nuevo Testamento todas las escenas de la Vida de Jesús donde san Pedro tiene algún papel: la Vocación y la Tradición de las llaves, el Lavatorio de los pies y la Santa Cena, el Prendimiento en el Monte de los Olivos, donde corta la oreja de Malco, la Negación, la Transfiguración  y las Apariciones de Galilea. Tampoco volveremos a tratar ciertas escenas posteriores a la Ascensión de Cristo, tales como la Pentecostés y el Tránsito de la Virgen, donde él está, por fuerza. El apostolado y los milagros de san Pedro en Jerusalén y en Roma son los únicos hechos de su leyenda que comportan hagiografía propiamente dicha. Abandonamos por  ello el terreno de los Evangelios para abordar los dominios de los Hechos de los Apóstoles y de la Leyenda Dorada.

   Antes de abordar el estudio del culto y de la iconografía de san Pedro, es menester discernir entre la leyenda y la historia, exponiendo objetivamente las doctrinas contradictorias de los católicos y de los racionalistas, ya protestantes, ya agnósticos.
   Oigamos las dos campanas, porque si debemos creer en un viejo proverbio «Quien oye sólo una campana no oye más que un sonido».
l. La tradición católica
   La actividad de Pedro en Palestina después de la Ascensión de Jesús se ha­bría prolongado hasta el año 44. Fue entonces cuando, después de haber consumado numerosos milagros (Resurrección de Tabita, Curación de los en­fermos con su sombra), habría sido encarcelado por Herodes y liberado por un ángel.
   Según una tradición, venerable por su antigüedad, habría pasado en Roma los veintitrés últimos años de su vida, desde 44 hasta 67. Triunfó contra los sortilegios de Simón el Mago, favorito del emperador Nerón. Preso en la cár­cel Mamertina, se fugó con la complicidad de sus carceleros a quienes había convertido. Dándose a la fuga por temor a las persecuciones, en la Vía Apia se encontró con Cristo con la cruz a cuestas, a quien preguntó: Qua vadis, Domine y éste le respondió: «Voy a Roma para ser crucificado allí otra vez». Pedro, avergonzado por su cobardía, regresó entonces a Roma donde padeció el martirio al mismo tiempo que san Pablo; pero mientras a éste, que era ciudadano romano,lo decapitaron, Pedro, que sólo era un ju­dío, fue crucificado.

   Los Padres de la Iglesia enseñaban que san Pedro, que no quería  morir de la misma manera que Jesucristo, por humildad había pedido que lo crucificasen cabeza abajo. Se contaba que su cruz había sido levantada inter duas metas, es decir, entre los dos hitos del circo de Nerón. A finales de la Edad Media se creyó que se trataba de los dos hitos antiguos de Rómulo, cerca del Vaticano (Meta Romuli), y Cestio, en la puerta de San Pablo. Se buscó un sitio intermedio entre estos dos puntos de referencia, y fue así como el martirio se localizó sobre el Janículo, en el lugar donde se levanta la iglesia de San Pietro in Montorio. La disputa entre el Janículo y el Vaticano aún continúa abierta. 
   A falta de testimonios que sirvan de prueba de la llegada de san Pedro a Roma, la fecha de ésta y la duración de su estadía, así como acerca del lugar en que se realizó su crufixión, los defensores de la tradición católica  recurrieron a dos argumentos indirectos: el silencio de las iglesias rivales de Oriente (Palestina o Siria) que nunca reivindicaron las reliquias del Príncipe de los apóstoles y la edificación de la Basílica Constantiniana a orillas del Tíber, sobre la colina del Vaticano.
   1. Si san Pedro estaba muerto y había sido sepultado en Jerusalén, las Iglesias orientales nunca habrían dejado de invocarlo para apoyar sus pretensiones al primado en la Iglesia cristiana. Ahora bien, nunca se produjo ninguna rei­vindicación de ese género.
   2. ¿Se habrían atrevido a construir la Basílica Constantiniana sobre el em­plazamiento de un cementerio, profanando una multitud de tumbas no sólo paganas sino también cristianas si no hubiesen  estado persuadidos de que allí se encontraba la tumba de san Pedro? Esta suposición parece también más inverosímil por cuanto la naturaleza del terreno arcilloso, sobre la ladera de una colina, impuso enormes trabajos de nivelación; se necesitaban poderosas razones para emprenderlos.

   Después de las excavaciones dirigidas por Enrico Josi bajo las grutas del Vaticano, estos argumentos fueron esgrimidos en numerosas oportunidades por G. Carcopino. Según sus propios términos, «las investigaciones de los arqueólogos han confirmado la tradición y puesto fin a las polémicas de los eruditos.  A partir de ahora queda probado que san Pedro fue inhumado  en el Vaticano. Las reliquias del Príncipe de los apóstoles habrían sido trasladadas hacia 258 ad Catacumbas, sobre la Via Apia, pero de vueltas por Constantino al Vaticano en 336».
2. La tesis protestante y racionalista
   La crítica racionalista cuestiona el valor de estos argumentos y la base en que se fundan estas tradiciones.
   Pretende que no se ha probado que san Pedro haya estado en Roma, y que en cualquier caso, la tradición acerca de su cuarto de siglo de episcopado ro­mano no reposa en fundamento histórico alguno.

   El silencio de las Iglesias de Oriente sin duda resulta impresionante, pero el argumentum e silentio del cual se ha abusado con frecuencia, a lo sumo no cons­tituye más que una presunción.
   La verdad es que ningún texto contemporáneo digno de fe menciona   el viaje de san Pedro a Roma. Los Hechos de los Apóstoles (12: 17) nos in­forman, simplemente, que después de haber dejado la prisión de Herodes, Pedro salió, yéndose a otro lugar, sin aclarar cual fuese. Aunque un proverbio
dice que «todos los caminos conducen a Roma» es de desear una información más precisa. Dicho silencio es tanto más sorprendente por cuanto el autor insiste con abundancia (capítulos 27 y 28) en las peripecias del viaje de Pablo a Roma.
   La creencia en que Pedro pasó a orillas del Tíber los últimos años de su vida sólo aparece en los escritos de Ireneo y Tertuliano.
   Y hasta los católicos admiten que las fábulas populares de origen romano no pueden considerarse como pruebas.
   El arqueólogo pontificio Enrico Josi no vacila en calificar él mismo de «leyendas», el encarcelamiento de san Pedro en la cárcel Mamertina, donde habría bautizado a sus carceleros, el duelo con Simón el Mago en presencia del emperador Nerón y el diálogo con Jesucristo con la cruz a cuestas en la Vía Apia (Quo vadis).
   Estos relatos dramáticos o poéticos apuntan a acreditar la apostolicidad de la fundación de la Santa Sede, que no lo está más que la de una multitud de sedes episcopales donde no se vaciló en antidatar la fundación, a veces en muchos siglos, con el objeto de aumentar su prestigio y justificar su primado.
Hasta el mismo hecho de la crucifixión del Príncipe de los apóstoles es dudoso. Se trataría de una falsa interpretación de las palabras: «Extenderás tus manos».

   En cuanto a su localización  en el Janículo, no fue imaginada antes del siglo XV, cuando los franciscanos de Roma quisieron justificar las pretensiones de su iglesia de San Pietro in Montorio, patrocinada por los reyes de España. El teólogo protestante Cullmann consiente en admitir la historicidad de una tardía residencia de san Pedro en Roma. Según dicho autor, el apóstol habría abandonado Jerusalén en 44, dejando al apóstol Santiago como suce­sor y jefe de la comunidad cristiana, para contentarse, como san Pablo, con el papel de misionero. Pero jamás habría ejercido funciones episcopales en la capital de los césares, de manera que los papas no pueden pretenderse sucesores suyos.
   De hecho, san Pedro nunca fue representado con el báculo, atributo episcopal por excelencia.
   Acerca de la duración de su estadía en Roma, reina la misma incertidumbre. En su Dictionnaire d'Archeologie chrétienne, el erudito benedictino Dom Henri Le clerq, admite que si la estadía de san Pedro en Roma es a sus ojos un hecho cierto «suduración no lo es».
   La fecha de su crucifixión sigue siendo problemática, o más bien, puede presumirse que se la hizo coincidir artificialmente con la decapitación de san Pablo, para asociar en la muerte a los dos Príncipes de los apóstoles. Las fechas propuestas son muy variables: 55, 58, 64, 67, tanto como decir que no se sabe nada.
   Si en la Roma del siglo IV se creía que las reliquias de san Pedro habían sido devueltas al Vaticano, sólo se trata de una tradición.

   A falta de textos habría podido esperarse que la arqueología nos deparase la solución del enigma. Desgraciadamente, las excavaciones dirigidas en 1939 y 1949 por Enrico Josi, director del Museo de Letrán y realizadas en el cementerio cristiano sobre el que se edificó la basílica de San Pedro no arrojó los resultados que se esperaban.
   No pusieron a la luz la tumba primitiva del Príncipe de los apóstoles, que se supone destruida por los vándalos. El papa Gregorio Magno la habría reemplazado en el siglo VI por un trofeo cenotafio o memorial: simple monumento conmemorativo que no contiene reliquias.
   Los resultados de las excavaciones vaticanas fueron cuestionados por Charles Delvoye (Latomus, 1954), Amable Audin (Byzantion, 1954), quien concluye que el memorial de san Pedro habría abrigado su púlpito y no su tumba. 
   Si el papa Pío XII hubiera estado convencido que los huesos del Príncipe de los apóstoles habían sido inhumados  efectivamente en las criptas de la basílica vaticana ¿no se habría apresurado a proclamar Urbi et Orbi esta feliz nue­va? ¿Si no lo hizo no fue porque su conciencia escrupulosa se lo prohibió? Para no decepcionar la esperanza de los peregrinos debió contentarse con decretar al fin del Jubileo del Año Santo de 1950, el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen, en vez de promover la unión tan deseable de las iglesias cristianas, y aún a riesgo de profundizar las diferencias entre protestantes y católicos.
   En suma, ni las investigaciones arqueológicas ni los textos nos permiten hasta el presente poner fin a un debate que siempre permanece abierto, y agregar así a las afirmaciones de la fe las certezas de la ciencia.
CULTO

   Considerado muy pronto como «el Moisés de la Nueva Ley», san Pedro no es sólo un santo palestino, sino el santo universal por excelencia.
   Además, si en su condición de fundador del papado es el principal personaje de la Iglesia oficial, al mismo tiempo, a título de portero del Paraíso, es un santo eminentemente popular.
Fiestas
   Esta popularidad está probada por el número de sus fiestas que, excepcionalmente, son tres.
   l. Su natalicio, es decir, el aniversario de su muerte, que se celebra el 29 de junio.
  2. La fiesta de San Pedro ad Víncula (Petri Kettenfeier), que conmemora su liberación de la prisión, y se celebra el 1 de agosto.
   3. Finalmente, la fiesta de la Cátedra de san Pedro Apóstol (Cathedra Petri, Petri Stuhlfeier), que conmemora su primado, y que fue fijada el 22 de febrero.
Reliquias
   Roma posee las más preciosas reliquias del Príncipe de los apóstoles: sus llaves (claves), sus cadenas (vincula) y su púlpito (cathedra); pero se trata de reliquias indirectas y no corporales.
   El púlpito que Bernini introdujo en un relicario de suntuosa ejecución barroca se conserva en la basílica de San Pedro, reconstruida en el siglo XVI por Bramante y Miguel Ángel.
   Las cadenas, cuyos eslabones proceden de la cárcel de Jerusalén y de la cárcel Mamertina de Roma y que se habrían soldado milagrosamente, se veneran en la basílica de San Pietro in Vincoli. Una tercera iglesia, San Pietro in Montorio, sobre el Janículo, señalaría el lugar de su martirio.
   Su báculo milagroso, también embutido en una montura (Petrus stabhülle), se conserva en Alemania, en la catedral de Limburg del Lahn. En Venecia, en la iglesia del Redentor, se mostraba el cuchillo que usó el apóstol para cor­tar la oreja de Malco.
Lugares de culto
   En Pavía, Lombardía, debe mencionarse la iglesia romana de San Pietro in Ciel d'Oro, cuyó ábside, como el de la iglesia de la Daurade, en Toulouse, estaba cubierto de mosaicos de esmalte dorado.
   Además de protector de Roma y de Pavía, a san Pedro también se lo consideraba el de Milán, Lucca, Ancona, Orvieto, Nápoles, Calabria y Sicilia. En 1140 el rey Rogerio II de Sicilia, de origen normando, puso bajo su advo­cación la Capilla Palatina de Palermo.
    Francia tiene numerosas iglesias puestas bajo la advocación de san Pedro. Su culto fue difundido por la orden de Cluny, cuya casa matriz, y casi todos los prioratos, comenzando por el de Moissac, estaban consagrados al Príncipe de los apóstoles, primer representante del papado al cual la orden respondía  directamente, por derecho de exención.

   Entre las catedrales góticas que llevan su nombre, basta recordar las de Beauvais, Troyes, Lisieux, Nantes, Poitiers, Angulema y Montpellier. Entre las iglesias abaciales o parroquiales, cabe citar, en París, la antigua capilla de Saint Pierre aux boeufs (Capella Sanct Petri de bobus), cuya  portada decoraba la fachada de la actual Saint Severin; en Sens, la de Saint Pierre le Vif (invko); en Estrasburgo, la de Saint Pierre le Vieux y Saint Pierre le Jeune; en l'ours, la de Saint Pierre le Puellier (Monasterium S.Petri  puellarum) y Saint Pierre des Corps; en Toulouse, la de Saint Pierre des Cuisines; en Normandía, Caen y Jumieges, en las regiones de Poitou, Saintonge, Airvault, Chauvigny y Aulnay. Además, numerosas localidades se bautizaron Dompierre o Dampierre. En España, mencionemos las de San Pedro de las Puellas, en Barcelona y San Pedro el Viejo en Huesca, Aragón.
   En Suiza, la catedral de Ginebra, convertida en el santuario principal  de la Roma protestante, estaba bajo la advocación de San Pierre es Liens (ad Vincula; cast.: encadenado, encarcelado).
   En los Países Bajos, san Pedro era particularmente venerado en Lovaina, Bélgica y Maastricht,  Holanda.
   Antes de la Reforma Inglaterra no era menos devota, a juzgar por la advocación de la abadía de Westminster, y las de las catedrales de Norwich, Exxeter y Peterborough.
   Para acabar con una nomenclatura, muy incompleta ciertamente, mencionemos la célebre abadía de San Pedro de Salzburgo, en Austria, y la Peterkirche de Munich, en Baviera.
Patronazgos de corporaciones

   La popularidad del pescador de Cafarnaúm, convertido en el primero de los papas de Roma, además está probada por el gran número de corporaciones y gremios que reivindican su patronazgo: los pescadores,  pescaderos. co­merciantes de pescado, fabricantes de redes -en conmemoración de la Pesca milagrosa- albañiles -a causa del nombre del primer papa, que es la piedra viviente sobre la cual Cristo ha edificado la Iglesia; los herreros y doradores de metales, a causa de las cadenas de las cuales fue liberado; los cosechadores y cesteros porque se sirven de ligaduras; los cerrajeros, al igual que los re­lojeros quienes formaban parte de la misma corporación, porque san Pedro posee la llave del Paraíso.
   No se lo apreciaba menos como santo curador. Se lo invocaba contra la fiebre, los ataques de locura, las picaduras de serpiente. Para curar la rabia, enfer­medad contra  la cual se lo consideraba idóneo porque pusiera en fuga a los perros que lanzara contra él Simón el Mago, se aplicaba, tanto a hombres como a animales, un hierro calentado que se llamaba «llave de san Pedro».
ICONOGRAFÍA
   La iconografía del Príncipe de los apóstoles (Iconografía petriana) es de tal riqueza  que desafía todo intento de enumeración.
l. Figuras
Tipo iconográfico, vestiduras y atributos
l. Tipo.
   San Pedro se caracteriza no sólo por sus atributos sino por su tipo físico que es fácilmente reconocible.
   El arte oriental le atribuyó una cabellera rizada. En Occidente, por el contrario, se lo representa calvo, con sólo un mechón de pelo sobre la frente. La tonsura recuerda que fue el primero de los sacerdotes cristianos. 
    Se contaba que los judíos de Antioquía le habían tonsurado la cabeza para escarnecerlo. Tal sería el origen de la tonsura clerical, convertida en un signo de honor, porque según los simbolistas evoca la corona de espinas de Jesucristo. Esta clase de tonsura se denomina tonsura scotica porque fue pues­ta de moda entre los clérigos por los misioneros irlandeses.
   La barba rizada de san Pedro siempre es corta.
2.Vestiduras
   Su indumentaria es muy diferente, según que esté representado como após­tol o como papa.
   En el arte cristiano primitivo, como todos los apóstoles, lleva la toga anti­gua, la cabeza descubierta y los pies descalzos.
   En la Edad Media su indumentaria era la de los papas, sus sucesores. Viste el palio, y a partir del siglo X, está tocado con la tiara cónica o la triple corona (triregnum). Estos ornamentos pontificios se convirtieron en la regla en el siglo XV: «San Pedro estará vestido de papa», se lee en un contrato acor­dado con un pintor en 1452.
ATRIBUTOS
   Los atributos de san Pedro son excepcionalmente numerosos, y los lleva, ya él mismo, ya los ángeles que lo acompañan; unos le caracterizan como após­tol, otros como papa.
l. El más antiguo y difundido es la llave (clavis), que aparece por primera vez en un mosaico de mediados del siglo V, y que desde entonces se convirtió en su atributo constante. Pedro siempre es clavígero (Petrus claviger coeli).
   A veces la llave es única, pero generalmente hay dos ,una de oro y otra de plata, llaves del cielo y de la tierra que sim­bolizan el poder  de atar y desatar, de absolver y de excomulgar, que Cristo concediera al Príncipe de los apóstoles (Tibi daba claves regni coelorum). Dichas llaves están juntas porque el poder de abrir y el de cerrar es uno solo.
   A causa del pasaje del Evangelio de Mateo acerca de la «Tradición de las llaves», san Pedro, en la creencia popular, se convirtió en el portero del Paraíso (jnnitor Coeli).
   Cuando el número de llaves es tres, simbolizan el triple poder de san Pedro sobre el cielo, la tierra y el infierno.
2. La barca alude a su primer oficio, pescador, y la pequeña barca de remos, es símbolo de la Iglesia.
3. El pez tiene el mismo significado, salvo que caracteriza no sólo al pescador de peces, sino también al pescador de hombres (Menschertfischer).
4. El gallo posado sobre una columna es el emblema de la negación y de su arrepentimiento. Dicho atributo, muy tardío, se difundió con el arte barro­co del siglo XVIII.
5. Las cadenas recuerdan sus «cárceles», su triple encarcelamiento, en Antioquía, Jerusalén y Roma. La cadena partida simboliza su liberación por un ángel.
6. La cruz invertida evoca su crucifixión cabeza abajo.
7. La cruz de triple crucero, uno más que la de los arzobispos, es la insignia de la dignidad papal.
   A  estos numerosos atributos puede sumarse la imagen de Simón el Mago, padre de los simoníacos, quien le ofreciera dinero para adquirir el don del Espíritu Santo, ya quien el apóstol pisotea. A veces, aunque es muy infre­cuente, derriba al emperador Nerón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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domingo, 28 de junio de 2020

El banco de la provincia de Zaragoza, en la Plaza de España


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el banco de la provincia de Zaragoza, en la Plaza de España, de Sevilla.
    Hoy, 28 de junio, es el aniversario de la lectura del Compromiso de Caspe (28 de junio de 1412) con el que se ponía fin al interregno producido en el Reino de Aragón, en el que se proclamó a Fernando I, como rey aragonés, hecho histórico que se representa en el panel cerámico central del banco de la provincia de Zaragoza en la plaza de España, así que hoy sea el mejor día para Explicarte el banco de la provincia de Zaragoza en la Plaza de España, de Sevilla.
   La Plaza de España [nº 62 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 31 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 1 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 11 al 21 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla];  en el Barrio de El Prado - Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
     La plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.

   La estructura de cada banco provincial consiste en un panel frontal representando un acontecimiento histórico representativo de la provincia en cuestión, incluyendo por lo general escenas con los monumentos más representativos de la ciudad o provincia. Flanquean el conjunto anaqueles de cerámica vidriada, destinados originalmente a contener publicaciones y folletos de la provincia en cuestión. Rematando el banco aparece un medallón cerámico en relieve con su escudo. En el suelo se reproduce en azulejos el plano de la provincia y sus localidades más destacadas. Entre los arcos figuran los bustos en relieve de los personajes más importantes de la historia de España. La ejecución de la mayoría de los mismos corrió a cargo del escultor ceramista Pedro Navia Campos.

   La Exposición Iberoamericana tuvo sus motivaciones políticas y propagandísticas, y éstas influyeron en algunos detalles. Respecto a las escenas históricas representadas en los bancos de las provincias, algunos de ellos fueron retirados precipitadamente en los meses previos a su inauguración por sus incorrecciones históricas o su inconveniencia política, ya que se consideró que no sintonizaban con la idea de unidad y paz que pretendía proyectar el recinto monumental.
   En el banco de la provincia de Zaragoza, situado entre los de las provincias de Zamora y Sevilla Monumental, y entre la puerta de Navarra y la Torre Sur de la Plaza de España, la escena histórica representada en su panel central es la lectura del Compromiso de Caspe, hecho acaecido el 28 de junio de 1412, flanqueada por las vistas de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar a la izquierda y de la población de Fuendetodos a la derecha., obra de la Fábrica M. Ramos Rejano, restaurado in situ por la Escuela Taller de la Plaza de España, en la última fase de los trabajos finalizada en 2010, y en los extremos unos anaqueles, también cerámicos, donde se colocaron originalmente folletos de cada localidad. En la zona inferior encontramos otro panel cerámico con el mapa de la provincia y tres bancos en forma de "U" decorados con dibujos vegetales derivados de los típicos candelieri centrados en algunos de ellos por cartelas con monumentos y "tipos" más representativos de la provincia zaragozana.

   Sobre el balcón, encontramos una balaustrada centrada por el escudo, en forma de tondo, de la provincia, decorado con una especie de corona de laurel. En el arco que está sobre él, aparecen en sus enjutas los relieves con los bustos del Padre Manjón (1846-1923),  sacerdote, canonista y pedagogo, y Joaquín Sorolla (1863-1923), pintor, como personajes relevantes de nuestra historia (www.retabloceramico.net).
   Conozcamos mejor el hecho histórico que aparece en el panel principal del banco de la provincia de Zaragoza: Uno de los hitos más importantes de la historia de Aragón es el Compromiso de Caspe. La solución adoptada en esta villa aragonesa a finales de junio de 1412 constituyó un ejemplo de ecuanimidad, concordia entre los pueblos y acierto político, porque resolvió pacíficamente el vacío monárquico, abierto dos años antes con la muerte del rey Martín el Humano sin sucesión directa, y evitó prolongar el consiguiente interregno más allá de lo que la prudencia aconsejaba antes de caer en la anarquía y el desorden.

   Para unos, la solución de Caspe fue políticamente modélica si se compara con situaciones similares europeas que arrastraron un período de guerras y enfrentamientos fratricidas; para otros, sin embargo, triunfó la fuerza y diplomacia del aspirante al trono más poderoso y mejor apoyado política y económicamente; los hay que ven en la persona del elegido para ocupar el trono -el infante castellano don Fernando de Trastámara- el candidato más idóneo en esa coyuntura, por encima de cualquier valoración legal; no faltan quienes apuntan intereses sociales y económicos, movidos entre bastidores, que desplazaron a cualquier otro tipo de motivación; y, finalmente, cabe señalar a los que consideran virtualmente el resultado del Compromiso como solución típicamente aragonesa dentro de un contexto jurídico-institucional en el que triunfó el Derecho y la legitimidad.

   Pero, sea cual sea el criterio más adecuado y que podría constituir en puridad la síntesis de todos los puntos de vista reseñados, no cabe duda de que la iniciativa aragonesa jugó un papel destacado en el proceso iniciado en la Concordia de Alcañiz y culminado en el Compromiso de Caspe. Sin olvidar la especial colaboración e intercesión de dos aragoneses ejemplares en muchos aspectos, el jurista Berenguer de Bardaxí y don Pedro de Luna (Benedicto XIII), y de un valenciano, San Vicente Ferrer, que se consideraron responsables, por diferentes motivos, de proporcionar a la Corona de Aragón un nuevo monarca que devolviera las glorias pasadas a los territorios que la conformaban y la tranquilidad y el orden a los súbditos de la misma, desde las fronteras aragonesas con Castilla hasta el extremo oriental del Mediterráneo.
   1. Los candidatos a la Corona y sus derechos: A la muerte del rey Martín el Humano en 1410 sin sucesión directa legítima, eran varios los aspirantes al trono en distinto grado de parentesco. Por primera vez en la historia de la Corona -y por segunda en el reino de Aragón- se planteaba un problema de vacío de poder después de que, durante siglos, la sucesión se había resuelto tradicionalmente por primogenitura y masculinidad. La incógnita de la última voluntad del monarca difunto, que había perdido la garantía de la continuidad dinástica con el fallecimiento de su único hijo Martín de Sicilia en 1409, permitió especular con las postreras palabras del moribundo respecto al debate sucesorio que se preveía inmediato tras el último estertor.

   En la Corona de Aragón el derecho de la sucesión al trono se basaba primordialmente en la «costumbre» (o razón natural); con lo que, al no existir ninguna disposición por escrito sobre el particular, los testamentos reales y algunas manifestaciones esporádicas de derecho hereditario habían llegado a conformar un sentimiento colectivo acerca de la cuestión. Pero en definitiva, y a diferencia de Castilla o Navarra, ni en la legislación aragonesa ni en la catalana o valenciana constaba ordenamiento alguno que regulara explícitamente la sucesión real. Las únicas disposiciones legales referidas al acceso al trono de un nuevo monarca daban por supuesta su legítima designación y se ocupaban exclusivamente de los actos referentes a la coronación y juramento.
   Pero, en esta ocasión, faltaba la continuidad de la casa de Barcelona en la ocupación directa del trono. Si hasta la fecha en los testamentos de los reyes se hacía constar la persona a la que correspondían los reinos y tierras de la Corona, el del rey Martín no resolvía la cuestión, pues en el único testamento conservado dejaba heredero universal a su hijo Martín de Sicilia, fallecido antes que él, y, en su defecto, a sus descendientes, sólo que el rey de Sicilia únicamente tenía un hijo bastardo, condición que le excluía automáticamente del trono.

   En definitiva, las pretensiones de los diversos candidatos manifestarían a la larga las tensiones latentes en la estructura territorial de la Corona, antes que las diferencias meramente familiares o los intereses puramente dinásticos, alzándose finalmente con el poder la personalidad más adecuada para ello y la que mejor había preparado el camino desde el primer momento. No obstante, seis eran los aspirantes en un principio, si bien dos de ellos capitalizaron la atención de la cuestión sucesoria con ventaja sobre los demás, Fernando de Trastámara y don Jaime, conde de Urgel:
     — Fernando de Trastámara, emparentado en tercer grado de la línea colateral con Martín I por línea femenina, como hijo de Leonor hermana de doble vínculo del rey difunto e hija, como éste, de Pedro IV;
     — Jaime de Urgel, emparentado en quinto grado de la línea colateral, por línea masculina como hijo de Pedro de Urgel, heredero de Jaime de Urgel, que era hermano de Pedro IV (ambos hijos de Alfonso IV);
     — Alfonso de Gandía, emparentado en quinto grado de la línea colateral (aunque más alejada que la del conde de Urgel), por línea masculina, como hijo de Pedro de Ribagorza hermano de Alfonso IV (ambos hijos de Jaime II). Don Alfonso murió, no obstante, en marzo de 1412;
     — Luis de Anjou, duque de Calabria, emparentado en cuarto grado de la línea colateral con Martín I, por línea femenina, como hijo de Violante, hija de Juan I y sobrina de Martín;
     — Federico de Luna, emparentado en segundo grado como hijo natural de Martín de Sicilia, hijo de Martín el Humano, y, por tanto, descendiente por línea masculina, pero excluido por ilegitimo;
     — Isabel de Aragón y de Fortiá, hermana (de padre) del rey Martín I e hija de Pedro IV el Ceremonioso y de su cuarta esposa Sibila de Fortiá. Su condición femenina hizo que se le desechara como candidata al trono a pesar de estar casada con otro aspirante, el conde de Urgel, y de presentar sus derechos independientemente de su cónyuge.

   La cuestión se debatió en Caspe sobre la preferencia de la línea masculina de descendencia a la femenina, la más próxima a la más remota, teniendo en cuenta que todos los candidatos eran parientes de Martín el Humano por línea colateral. De los nueve compromisarios elegidos para emitir su juicio, los tres aragoneses, dos valencianos y un catalán se inclinaron por el varón más próximo procreado en legítimo matrimonio y unido asimismo por grado de consanguinidad al rey Martín, prevaleciendo en general y definitivamente la proximidad de grado sobre la masculinidad o feminidad del parentesco; el elegido Fernando de Trastámara descendía de Leonor, hija de Pedro IV y hermana de Martín el Humano, y se hallaba en tercer grado de consanguinidad con el monarca difunto.
2. La intervención del Papa Luna (Benedicto XIII) y de San Vicente Ferrer. Además de la especial actuación del jurista aragonés Berenguer de Bardaxí en los negocios de la sucesión, que fue recompensado generosamente por Fernando de Trastámara una vez elegido en Caspe y reconocido como rey legítimo, otras dos personalidades destacaron en el desarrollo del célebre Compromiso: don Pedro de Luna y San Vicente Ferrer.

   El Interregno y el Compromiso de Caspe brindaron al Papa Luna la ocasión de volcarse materialmente en la cuestión sucesoria, y, si bien su intervención nunca llegó a ser personal y directa, supo mover los hilos de la trama mediante legados y emisarios presentes en los momentos decisivos, así como con el golpe de efecto de sus escritos dirigidos a los parlamentos de la Corona; culminando en la selección de los compromisarios encargados en última instancia de la irrevocable elección de Caspe. En definitiva, su intervención puede resumirse en: la preparación del terreno intentando salvar las diferencias y divisiones internas de los Estados de la Corona; la exclusión de los pretendientes al trono adictos al papa de Roma (él había sido elegido en Aviñón); y la idea de acudir a un compromiso decisorio como medio de resolver la sucesión.

   Benedicto XIII, como papa oriundo de Aragón, pudo intervenir sin que los aragoneses vieran perturbación alguna en ello, por la admiración y el respeto filial que le tenían. Ya en el parlamento aragonés que preparó la Concordia de Alcañiz Buscar voz..., y en el catalán de Tortosa, había puesto de manifiesto su pensamiento político y la filosofía de su planteamiento de la cuestión sucesoria, aconsejando que la solución definitiva debía confiarse a unas cuantas personas elegidas por sus cualidades morales y conocimientos legales y de gobierno. Don Pedro de Luna fue el artífice del progresivo traslado de la via iustitiae a la via compromissi que se advierte en el proceso sucesorio, y, sobre todo, fue el principal valedor de la persona del infante castellano don Fernando de Trastámara, en quien veía un apoyo incondicional en el asunto del Cisma de Occidente Buscar voz..., garantizándose la obediencia papal de Castilla y Aragón en unos momentos en que peligraba el pontificado aviñonés de Benedicto XIII.
   Íntimamente ligada a la actuación del papa aragonés está la figura de San Vicente Ferrer, quien actuó como instrumento de sus planes, basándose en su autoridad moral y en la inclinación sentida hacia don Fernando, correspondida ampliamente, durante el Interregno. Fray Vicente Ferrer tuvo, además, el honor de formar parte de los nueve «hombres justos» de Caspe, y de ser el encargado de proclamar y hacer pública la elección del nuevo rey, así como de comunicarla al interesado. El santo valenciano vio siempre en don Fernando de Trastámara un colaborador eficaz de sus sermones contra los judíos de la Corona y un servidor incondicional de los intereses de Benedicto XIII, a quien obedeció sin miramientos hasta que Fernando I decretara la sustracción a la obediencia del papa Aragonés de Aviñón en 1416.

3. La solución del Compromiso: La Concordia de Alcañiz de febrero de 1412, regulaba en 28 capítulos el procedimiento a seguir en la elección del nuevo monarca. En ella se diputaba a catorce personalidades aragonesas para que proveyeran, investigaran y decidieran con plenos poderes, junto con los representantes catalanes, sobre la personalidad del candidato legalmente idóneo; deliberando, finalmente, que la negociación se remitiese a nueve miembros, seleccionados entre los más respetables, para que dialogaran y midieran los derechos de los aspirantes. La respuesta definitiva debía darse en el plazo de dos meses, a contar desde el 29 de marzo, con la posibilidad de una única prórroga que, en todo caso, no debía sobrepasar el 29 de junio de aquel año; y el lugar de reunión debía ser la villa de Caspe, que se vería protegida de cualquier intento armado externo o interno.
   Respecto a los nueve jueces, debían representar proporcionalmente a Aragón, Valencia y Cataluña; trasfiriéndoles plenos poderes y amplias facultades para obrar en consecuencia, de manera que sirviera la decisión tomada como mínimo por seis de ellos, siempre que hubiese al menos uno de cada reino.

   Los aragoneses que habían asumido la responsabilidad del parlamento aragonés -Berenguer de Bardaxí, el gobernador y el Justicia del reino- la tomaron también en la designación de los compromisarios, eclesiásticos o juristas todos ellos. Por Aragón: Domingo Ram (obispo de Huesca), Francisco de Aranda (enviado de Benedicto XIII) y el inefable Berenguer de Bardaxí; por Valencia: Bonifacio y Vicente Ferrer y Giner Rabasa (sustituido luego por Pedro Bertrán); y por Cataluña: Pedro de Sagarriga (arzobispo de Tarragona), Guillén de Vallseca y Bernardo de Gualbes. Nombres que fueron aceptados por los parlamentos catalán y valenciano sin apenas reparos. Con ello la iniciativa aragonesa -respaldada por la autoridad espiritual de Benedicto XIII- se había impuesto sobre la indecisión catalana, la división de los valencianos y la rebeldía de los conjurados en el paralelo Parlamento de Mequinenza, que intentaba apoyar al conde de Urgel e invalidar los demás parlamentos.
   Los compromisarios se encerraron finalmente en concilio sucesorio el 17 de abril con absoluta reserva en sus deliberaciones, escuchando a los procuradores y abogados de los candidatos. Tras una primera prórroga a partir del 28 de mayo, día en que expiraba el primer plazo estipulado en la Concordia de Alcañiz, el 24 de junio, reunidos los jueces en votación secreta, levantaron acta por triplicado. Fernando de Castilla obtuvo seis de los nueve votos: los tres aragoneses, los dos valencianos de los hermanos Ferrer, y el catalán de Bernart Gualbes; al menos, pues, uno de cada uno de los tres reinos.

   La sentencia de Caspe complació mucho en Aragón, menos en Valencia y escasamente en Cataluña. El 28-VI-1412, en la iglesia mayor de la villa, tras un solemne oficio religioso, San Vicente Ferrer leía públicamente el acta de la elección, culminando un episodio de la historia de Aragón que sirvió para introducir en la Corona una nueva dinastía en la persona de Fernando I de Trastámara, quien tuvo que resolver en primer lugar la violenta oposición del conde de Urgel y de sus seguidores, encabezados por el aragonés Antón de Luna que nunca aceptaron la resolución de Caspe (www.enciclopedia-aragonesa.com)
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