Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San Antonio (Bautismal), en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
Hoy, 13 de junio, Memoria de San Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor (1231) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Capilla de San Antonio (Bautismal), en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
La Catedral de Santa María de la Sede [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de San Antonio (Bautismal) [nº 063 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; El cuadro de Murillo, colocado aquí en 1656, y el traslado a este lugar de la pila del bautismo, en la misma fecha, significó el olvido de la fundación original, la que en 1478 quedó dotada gracias al testamento del canónigo "Frrado Cataño" (Ferdinando Cataneo?), que la dedicó a "Santo Antonio alias frrado". La formalización de 1656, inaugurada el 3 de junio, ha sido reformada en 1996 (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
A los pies de las naves del Evangelio, la primera capilla de la Catedral de Santa María de la Sede, es la Capilla de San Antonio, que es la Capilla Bautismal de la Catedral. A ella se accede bien a través de una puerta lateral que da a la portada de la iglesia del Sagrario, bien a través de la portada principal desde la nave del Evangelio de la Catedral.
En el centro del muro frontal encontramos la Virgen del Olmo o de los Olmos, de la que una copia está colocada en una hornacina del paramento oriental de la Giralda. Estuvo en la entrada principal del llamado corral de los Olmos, que al derribarse, así como la galería que comunicaba la Catedral con el Palacio Arzobispal, fue situada en dicha hornacina, para pasar posteriormente a esta Capilla de San Antonio, dejando en su lugar original una réplica de la misma. Es del tipo de las Vírgenes Odegetría y puede fecharse en el siglo XIV.
La capilla la centra la Pila Bautismal, de mármol blanco, decorada con ángeles danzantes, que pueden fecharse en el siglo XVI. (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas de la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
Entre las pinturas que decoran la Capilla de San Antonio, mencionaremos una Inmaculada que fue atribuida hace años a Roelas. Sin embargo esta pintura no presenta, en nuestra opinión, características de estilo que permitan sostener dicha atribución, debiéndose considerar como perteneciente a un anónimo pintor sevillano y fechable hacia 1620.
Es poco conocida en nuestros días la personalidad del pintor Ignacio de Ries, cuya ascendencia es probablemente germana o flamenca. Se tienen noticias de su estancia en Sevilla a partir de 1649 y hasta 1661, ignorándose la fecha de su muerte. Su arte muestra una clara evolución que le muestra primero como seguidor de Zurbarán, y después influido por Murillo. Al mismo tiempo se advierte en su pintura la frecuente utilización de estampas de origen flamenco, especialmente con reproducciones de obras de Rubens. Se conservan en esta Capilla de San Antonio, dos representaciones de Las Santas Justa y Rufina y de San Isidoro y San Leandro, obras que pueden atribuirse a este artista con cierta seguridad porque las fisonomías de los personajes aparecen repetidas de forma muy próxima en otras obras firmadas de este artista que se encuentran en la Capilla del Capitán Contreras de la catedral de Segovia y en la iglesia de San Bartolomé de Sevilla. Por otra parte, estas pinturas de la Capilla de San Antonio deben de estar realizadas hacia 1650-55, años en los que el artista equilibró sabiamente referencias pictóricas que proceden al mismo tiempo de Zurbarán y de Murillo.
Posee la Catedral de Sevilla un admirable conjunto de pinturas de Bartolomé Esteban Murillo, pintor que nació en esta ciudad en 1617 y murió en ella en 1682. Fueron varias las ocasiones en que Murillo tuvo oportunidad de pintar para la Catedral, estando todas sus obras en los mismos lugares para donde fueron realizadas, excepto La Natividad de la Virgen, pintura que el Cabildo se vio obligado a entregar al Mariscal Soult en 1810, durante la invasión napoleónica para evitar un expolio de mayores proporciones.
Una de las obras maestras de Murillo es sin duda el San Antonio con el niño que se conserva en la capilla de este santo en la Catedral. La realización de esta pintura le fue encargada al artista por el Cabildo de la Catedral en 1656; en este mismo año comenzó su ejecución, concluyéndola en el mes de octubre, siendo colocada en el suntuoso retablo-marco que para ella construyó Bernardo Simón de Pineda. Murillo en esta pintura configuró un gran cuadro de altar utilizando un sencillo esquema compositivo reducido a una línea diagonal que vincula la figura del niño, descendiendo ingrávido a través del espacio, con la del Santo que le espera arrodillado y con los brazos abiertos. Por otra parte el artista ha utilizado un contrastado juego de luces en el que alterna la penumbra ambiental de la estancia, en la que el santo estaba leyendo, con el resplandor luminoso que rodea al Niño, en torno al cual se mueve una nutrida cenefa de ángeles mancebos y niños en las más contrastadas actitudes. Este rompimiento de gloria que inunda la parte superior de la escena es uno de los más admirables efectos pictóricos que Murillo consiguió en su producción. Por otra parte el artista logró crear también en la parte superior de la pintura una excepcional sensación de perspectiva aérea, a base de graduar suavemente los tonos de penumbra que invaden el espacio de la habitación.
Como todos los cuadros famosos de Murillo, éste ha padecido algunas vicisitudes históricas que afortunadamente no han significado su pérdida para la Catedral. En principio el Mariscal Soult en 1810 tuvo la intención de llevarse la pintura, aunque el Cabildo pudo disuadirle de esta idea entregándole a cambio otra obra maestra de Murillo, La Natividad de la Virgen, que hoy figura en el Museo del Louvre de París. Salvado el cuadro de la rapacidad de Soult, hubo de sufrir años más tarde un salvaje atentado del que salió parcialmente bien librado. En noviembre de 1874 una mano criminal cortó del cuadro la figura de San Antonio, dejando la pintura terriblemente mutilada. Lo que parece ser obra de un loco resultó ser de un ladrón, porque al año siguiente el fragmento de San Antonio, fue ofrecido en venta a un anticuario de Nueva York. Afortunadamente este anticuario, conocedor del robo, reconoció el fragmento y puso en conocimiento de este hecho a la Embajada de España en dicha ciudad. La figura de San Antonio pudo así ser recuperada y devuelta a la Catedral de Sevilla, donde después de un afortunado proceso de restauración, pues la figura del santo había sufrido serios daños, fue reintegrada al lienzo, pudiéndose exhibir completo nuevamente en octubre de 1875. Realizó esta labor el entonces restaurador del Museo del Prado D. Salvador Martínez Cubells.
El mismo año de 1667 en que el Cabildo de la Catedral encargó a Murillo la decoración de la Sala Capitular, le fue encomendado también la representación del Bautismo de Cristo para ser colocado en el remate del retablo de San Antonio. De esta manera quedaba subrayada la condición de Capilla Bautismal que tenía este recinto. Por otra parte el retablo quedaba así completo y adornado con dos excepcionales obras de Murillo, aunque su realización está separada por un margen de once años.
Esta pintura muestra uno de los más altos niveles de calidad técnica que Murillo alcanzó a lo largo de su producción. En ella además se refleja un profundo sentimiento espiritual manifestado a través de las actitudes de los dos personajes que la protagonizan, adviritiéndose por ello una intensa emotividad en el semblante de San Juan Bautista y una recogida humildad en el de Jesús. Esta dualidad sentimental se encuentra profundamente subrayada por el armonioso ritmo compositivo que vincula a los dos personajes, así como por el intenso hálito de placidez natural que emana del paisaje que respalda a las dos figuras.
También se conserva en la Capilla de San Antonio una buena pintura que representa a La Virgen con el Niño y que es obra de un anónimo seguidor de Murillo, cuyo nombre no puede por ahora precisarse. Anteriormente esta obra ha sido atribuida indistintamente a Juan Simón Gutiérrez y a Sebastián Gómez, sin que ninguno de estos nombres sea satisfactorio para resolver su autoría.
Otra buena pintura perteneciente a un seguidor de Murillo es La Sagrada Familia que se conserva en la Capilla de San Antonio. Pertenece esta obra al pintor Juan Ruiz Soriano, nacido en Higuera de Aracena (Huelva) en 1701 y muerto en Sevilla en 1769. Realizó su aprendizaje en esta ciudad en el taller de su primo Alonso Miguel de Tovar, formándose por lo tanto dentro de la corriente de seguidores del estilo de Murillo. Su producción fue muy abundante, pero también muy desigual.
Esta Sagrada Familia de la Capilla de San Antonio de la Catedral es una de las mejores producciones hasta el punto que por su buena calidad fue tenida como original de Murillo. Sin embargo es obra característica de este pintor en la que aparecen rasgos físicos en los personajes de fuerte impronta murillesca, pero con una técnica muy inferior a la que empleaba el gran maestro sevillano.
Formando parte de una serie se conservan en la Catedral seis pinturas con representaciones del Génesis pertenecientes a Simón de Vos. Este pintor nació en Amberes en 1603 y a partir de 1620, cuando obtuvo el grado de maestro pintor, realizó una dilatada carrera artística hasta la fecha de su muerte, acaecida en su ciudad natal en 1676. Su dedicación pictórica fue muy diversa, destacando especialmente en la realización de escenas de costumbres y temas religiosos.
La aludida serie presenta en la mayor parte de las pinturas la firma de este artista y en una de ellas añade el año 1644, que sirve para fechar todo el conjunto; esta serie quizás pudo ser más amplia, puesto que en ella faltan algunas escenas fundamentales del ciclo de la creación. En todas las pinturas se reconoce el característico estilo del artista, minucioso y descriptivo y en ellas aparecen multitud de detalles ambientales. Las figuras humanas y los animales que protagonizan las escenas están captados con un dibujo suelto y vivaz, mientras que movidos paisajes sirven de fondo a las representaciones. De este conjunto las pinturas que describen La creación del mundo, La separación de la luz de las tinieblas, La separación de las aguas de la tierra, y Caín dando muerte a Abel, figuran en la Capilla de San Antonio, mientras que La creación de los animales y La Creación de Adán están expuestos en la Capilla de Santiago (Enrique Valdivieso González, La pintura en la Catedral de Sevilla. Siglos XVII al XX, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
Juan Bautista de León, es el autor de la vidriera de Las Santas Justa y Rufina, realizada en 1685, para la Capilla del Bautismo, en un vano alargado terminado en forma de arco apuntado, con unas medidas de 7,00 x 3,25 mts. y que sufrió posteriormente alteraciones importantes como la sustitución hacia 1813, del fondo azul por otro blanco con el fin de que el cuadro de Murillo estuviese mejor iluminado.
De Enrique Alemán es la vidriera dedicada a los Cuatro Evangelistas: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, en la nave del Evangelio sobre la Capilla de San Antonio, realizada en 1478, en cuatro vanos alargados terminados en forma de arco lobulado con sus claraboyas, con unas medidas de 7,80 x 3,20 mts. (Víctor Nieto Alcalde, Las vidrieras de la Catedral, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991).
La reja que cierra la capilla está ornamentada por una viga con diecinueve tablas anónimas sevillanas del primer cuarto del siglo XVI, en la que se representan La Piedad en su parte central y, a ambos lados, encontramos a los Apóstoles, Reyes de Judá y Profetas.
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia:
San Antonio de Padua que es, después de San Francisco de Asís, el más popular de los santos franciscanos, más bien debería llamarse San Antonio de Lisboa, puesto que nació en dicha ciudad en 1195 y sólo pasó en Padua los dos últimos años de su vida. Aunque de origen portugués, fue acaparado por Italia.
Después de haber estudiado en el convento de Santa Cruz de Coimbra, en 1220 ingresó en la orden de los hermanos menores, donde cambió su nombre de pila, Fernando, por el de Antonio. Buscó el martirio en Marruecos donde cinco franciscanos acababan de ser asesinados, pero derrotado por la fiebre se lo obligó a reembarcar. La tempestad lo arrojó a las costas de Sicilia y se dirigió a Asís, cuna de su orden.
A partir de entonces se dedicó a la predicación. Después de haber enseñado teología en Bolonia, recorrió el sur y el centro de Francia, predicó en Arles, Montpellier, Puy, Limoges y Bourges.
En 1227 participó en el capítulo general de Asís. En 1230 se ocupó de la traslación de los restos de San Francisco. Predicó en Padua y allí murió a los 36 años, en 1231.
Durante el siglo XIII permaneció en la sombra de San Francisco. Su leyenda se formó y difundió en el siglo XV, gracias a los sermones de San Bernardino de Siena. Por otra parte, su vida legendaria es un calco de la atribuida a San Francisco de Asís, quien se le habría aparecido mientras predicaba en un convento de los franciscanos de Arles.
Tal es el caso de la Predicación a los peces. Un día, en Rímini, sobre la costa del Adriático, San Antonio predicaba sin éxito ante una asamblea de heréticos. Como su audiencia hacia oídos sordos, se dirigió a la playa y comenzó a predicar a los peces. Apenas hubo comenzado, cuando innumerables peces de todos los tamaños llegaron aprisa, apretujándose unos contra otros y disponiéndose según sus tamaños, de manera que sus cabezas salían del agua. El santo les habló de la bondad del Creador hacia ellos; luego los despidió, como en la misa (ite, missa est) dándoles su bendición.
Es evidente que esta pintoresca fábula ha sido inventada para formar pareja con la Predicación de San Francisco a los pájaros.
Otro tanto ocurre con el motivo de la Virgen entregando el Niño Jesús a San Antonio de Padua, que forma pareja con la Aparición de Cristo Serafín a San Francisco en la escena de la Estigmatización.
San Antonio de Padua es esencialmente un taumaturgo. En Italia se lo llama Il Taumaturgo, en España, El Milagrero.
Pero los milagros que se le atribuyen al santo no son nada originales: la mula que se arrodilla ante la hostia, el recién nacido que nombra a su padre, la pierna cortada que vuelve a pegarse… son tópicos de la literatura hagiográfica. El milagro de la mula, hermana de la borrica del profeta Balaam y del asno del pesebre de Belén, habría ocurrido en la localidad de Bourges.
Un judío llamado Guillard (es aquel que, después de su conversión, habría fundado la iglesia de Saint Pierre le Guillard) se negaba a admitir la presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Prometió creer en ello si una mula situada, como el asno de Buridán, entre una ración de avena y una hostia, se inclinaba ante el Santo Sacramento. Con sus plegarias y oraciones San Antonio consiguió la genuflexión de la mula y de inmediato el incrédulo abjuró de su error.
El niño recién nacido que habló está copiado de las leyendas de San Ambrosio y de San Briccio. Un marido que sospechaba la infidelidad de su mujer no quería reconocer al niño que creía nacido de una relación adúltera. San Antonio tomó el recién nacido en brazos y le ordenó que dijese el nombre de su padre. El niño, fajado y envuelto en pañales, respondió con la voz de otro de diez años: “He aquí a mi padre”.
El milagro de la pierna cortada es una copia de la leyenda de los santos médicos Cosme y Damián, o de San Eloy, y los dominicos la atribuyen a San Pedro Mártir. Un joven de Padua confiesa haber dado una patada a su madre en un momento de cólera. San Antonio le dice: “El pie que ha golpeado a un padre o a una madre debería ser cortado.” De inmediato, el joven que se toma la reprimenda al pie de la letra, se corta el pie. El santo, conmovido por su arrepentimiento, lo curó haciendo la señal de la cruz.
La lista de estos milagros, que durante mucho tiempo alimentaron el repertorio de la pintura italiana, está lejos de agotarse. Citemos además el descubrimiento del corazón del avaro, que se encuentra en su arquilla o caja de caudales, simple ilustración de un sermón acerca de la avaricia, falsamente atribuido a San Buenaventura (Este sermón es rechazado como apócrifo por los editores de las Obras Completas de San Buenaventura [S. Bonaventurae Opera omnia], publicadas por los franciscanos en Quaracchi, cerca de Florencia), la resurrección de un niño que su madre había dejado caer en un caldero de agua hirviente creyendo que lo acostaba en la cuna, el milagro del vaso de vidrio que un caballero deja caer al suelo desde un balcón sin que se rompa, el sermón oído a distancia por una mujer que no había podido acudir a la iglesia, ejemplo de teleaudición.
CULTO
Fue canonizado sólo un año después de su muerte, en 1232.
Hasta finales del siglo XV, el culto de San Antonio permaneció localizado en Padua, que le edificó una magnífica basílica de cúpulas, denominada Il Santo, el santo por excelencia. A partir del siglo siguiente se convirtió, en principio, en el santo nacional de los portugueses, que ponen bajo su advocación las iglesias que edifican en el extranjero; y luego en un santo universal. Tiene dos iglesias bajo su advocación en Madrid: la de San Antonio de la Florida y la de San Antonio de los Alemanes.
La devoción del pan de San Antonio es de origen relativamente reciente.
Se lo invocaba para el salvamento de los náufragos y la liberación de los prisioneros. En la actualidad se lo invoca sobre todo para recuperar los objetos perdidos.
No obstante ¡curioso fenómeno! No existe la menor huella de ese patronazgo antes del siglo XVII. Se ha preguntado con frecuencia por qué misteriosas razones la devoción popular lo había elegido para ese oficio, puesto que son otros los santos a quienes la tradición les atribuye el milagro del anillo, de la bolsa o de la llave encontrados en el vientre de un pez. Según Guy Coquille, que escribiera en 1612, habría que ver en ese fenómeno el efecto de un mal juego de palabras con su nombre: antiguamente se lo llamaba Antonio de Pade o de Pave, abreviatura de Padua (Padova). De ahí, a atribuirle el don de recuperar los épaves (En francés, pecios, bienes mastrencos, objetos perdidos. La palabra epave [del latín expavidus, austado] se aplicaba primitivamente a los animales extraviados), es decir, los bienes perdidos, extraviados, cuyo propietario se ignora, no había más que un paso que dio la etimología popular, que cuenta en su activo con muchos otros chistes del mismo género.
Según otra explicación, un novicio le habría robado el salterio y él pudo conseguir hacérselo devolver.
Los fabricantes de porcelana de la localidad de Nevers lo habían adoptado como patrón porque convirtió a un herético impidiendo que un vaso arrojado al suelo se rompiese.
Los marinos portugueses lo invocaban para tener buenos vientos en las velas. Y para mayor seguridad, fijaban su imagen en el mástil del barco hasta que sus ruegos fueran satisfechos.
ICONOGRAFÍA
No poseemos ningún retrato auténtico de San Antonio de Padua. Según un cronista paduano, no tenía nada de la ascética delgadez de San Francisco. Por el contrario, era de talla inferior a la media y muy corpulento, con una cabeza redonda y un vientre de hidrópico. Pero el arte no ha tenido en cuenta esos testimonios y le concedió el mismo aspecto demacrado de San Francisco. El dominico Santo Tomás de Aquino, que también era obeso, fue idealizado de la misma manera.
Está representado con hábito de franciscano, ceñido a la cintura por un cíngulo.
Los atributos muy numerosos que se le asignan son en su mayoría tardíos y casi todos copiados, igual que sus milagros, de otros santos.
Las llamas que brotan de su mano proceden de una confusión iconográfica con su homónimo, San Antonio Abad, el anacoreta de Egipto que curaba el fuego de San Antón (el ejemplo más antiguo se encuentra en un fresco de Agnolo Gaddi en la iglesia de S. Croce de Florencia). El corazón inflamado que sustituyó luego a las llamas, viene de San Agustín.
La rama de lirio, símbolo de pureza, parece ser un esqueje tomado de su panegirista, San Bernardino de Siena. En todo caso puede comprobarse que el lirio abierto no se le concedió como atributo antes de 1450, fecha de la canonización de San Bernardino.
El Niño Jesús, sentado o de pie sobre un libro, en alusión a la Aparición que tuvo en su habitación, se convirtió en su atributo más popular, pero solo a partir del siglo XVI. Y el arte barroco de la Contrarreforma lo puso de moda. Representado así, con el Niño a quien adora o acaricia, recibe de sus devotos alemanes el nombre familiar de Kindtoni.
A esos atributos se suman el crucifijo florido, los peces escuchando el sermón y la mula arrodillada ante la hostia.
Por último, a veces se lo ve colgado como un estilita en las ramas de un nogal que había plantado en su celda, y desde el cual conversa con fray León y San Buenaventura, sentados a los pies del árbol (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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