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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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jueves, 30 de abril de 2020

La pintura "San Pío V, papa", de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Pío V, papa", de Lucas Valdés, en la iglesia de la Magdalena, de Sevilla.   
    Hoy, 30 de abril, se celebra la festividad de San Pío V, papa, de la Orden de Predicadores, que elevado a la sede de San Pedro, se esforzó con gran piedad y tesón apostólico en poner en práctica los decretos del Concilio de Trento acerca del culto divino, la doctrina cristiana y la disciplina eclesiástica, promoviendo también la propagación de la fe. Se durmió en el Señor en Roma, el día primero del mes de mayo (1572) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "San Pío V, papa", de Lucas Valdés, en la iglesia de la Magdalena, de Sevilla.
      La Real Parroquia de Santa María Magdalena [nº 16 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 60 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Cristo del Calvario, 2 (aunque la entrada habitual se efectúa por la calle San Pablo, 12); en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
      La Real Parroquia de Santa María Magdalena, ocupa desde 1810 la iglesia del antiguo convento de San Pablo, que había sido una de las instituciones religiosas más antiguas de la ciudad, ya que los dominicos se instalaron en Sevilla a raíz de la conquista de Sevilla por Fernando III. Una vez conseguido el permiso real, construyeron una iglesia de la que ningún testimonio queda y que debía de presentar un carácter arquitectónico de estilo gótico. Esta iglesia se conservó hasta su hundimiento en 1691, planteándose de inmediato su reconstrucción, que corrió a cargo del arquitecto Leonardo de Figueroa; las obras concluyeron en 1709. Desde esta fecha hasta 1715 se realizó una amplísima labor de ornamentación pictórica en sus muros, labor que, mayoritariamente, realizó Lucas Valdés, siguiendo un amplio y prolijo programa iconográfico que venía a exaltar  la grandeza y milagros de la Orden dominica.

Presbiterio
     El punto de partida de toda la labor ornamental se inicia en el presbiterio del templo al que, inicialmente, se le dio un significado eucarístico, al estar presidido en sus muros laterales por dos enormes lienzos que realizó Lucas Valdés, entre 1710 y 1715, con temas alusivos a ceremonias y sacrificios en el templo de Jerusalén. Los temas de estas pinturas son David llevando el Arca de la Alianza al Templo y La inauguración del Templo de Jerusalén después de su reconstrucción. Esta última pintura lleva una inscripción que, traducida, señala que la gloria de este templo reconstruido sería más grande que la que tuvo el primero, en una clara alusión a que la nueva iglesia barroca de los dominicos de San Pablo superaría la magnificencia de la antigua iglesia gótica arruinada.
     Los elementos decorativos en las paredes de este presbiterio, realizados en mármoles de abultado relieve, complementan su simbología al mostrar representaciones del sol, la luna y las estrellas, que aluden a la Virgen María. De esta manera, con un sentido eucarístico y mariano, quedaba subrayada la solemnidad de este espacio.
     La primera intervención de pintura mural del presbiterio aparece en el arco toral que se abre sobre el altar mayor, donde, en los laterales, se representan en pequeños medallones La imposición de los estigmas a Santa Catalina de Siena y La comunión de Santa Inés de Montepulciano. Ambas son santas dominicas y al pie de las cuales figuran dos inscripciones. Bajo Santa Catalina puede leerse: EGO ENIM ESTIGMATA DOM/NI IESU IN CORPORE MEO PORTO (Yo tengo impresas en mi cuerpo las señales del Señor Jesús); procede esta frase de la Epístola de San Pablo a los Gálatas, 6, 17. Santa Inés de Montepulciano lleva la siguiente inscripción: ECCE AN- GELI ACESSERUNT ET MINISTRABANT EI (y he aquí que se acercaron los ángeles y le servían) tomada de Mateo 4, 11. En el centro de este arco toral figuran las representaciones de las Santas Justa y Rufina que llevan las siguientes inscripciones: HAEC EST VERO FRATERNITAS QUAE NON QUAM POTUIT VIOLARI CERTAMINI (Verdaderamente ésta es la fraternidad que nunca pudo violarse en una disputa), texto que procede del Breviario romano en las fiestas de los mártires Juan y Pablo y que se encuentra bajo Santa Justa. Santa Rufina lleva una inscripción, que continúa el texto anterior, que señala: QUAE EFFUSO SANGUINE SECUTAE SUNT DOMINUM (Éstas, derramada su sangre siguieron al señor), alusiva esta frase al martirio ambas santas. 
   La principal preocupación de la Orden dominica fue la predicación de la fe cristiana para difundirla por todo el orbe. Por ello, no ha de sorprender que la decoración de la bóveda que cubre el presbiterio sea una representación del Triunfo de la Fe, cuya extensión universal se proyecta sobre las cuatro partes del mundo que figuran en las pechinas, sobre las que descansa dicha bóveda. Son representaciones de Europa acompañada de un caballo blanco, Asia con un pebetero y un dromedario, América armada con arco y flechas y acompañada de un cocodrilo y África que aparece con un león.
     En el casquete de la bóveda, y en su centro, bajo un baldaquino, aparece de pie La Fe flanqueada por los arcángeles San Miguel y San Rafael. La Fe sostiene la cruz y levanta hacia lo alto un cáliz con la Sagrada Forma. En los laterales se disponen dos balconadas con ángeles trompeteros que resaltan su triunfal aparición. Sobre la balaustrada dos ángeles muestran pal­mas y ramas de olivo, mientras que otro, en la parte superior, sostiene una antorcha encendida que alude a la luz que proporciona la Fe.
     Flanqueando este fingido espacio arquitectónico se encuentran los dos principales santos dominicos, que son Santo Domingo y Santo Tomás de Aquino. El primero, Santo Domingo, muestra un pliego escrito en el cual aparece la siguiente frase: PESTEM FUGAT HAERETICAM NOVUM PRODUCENS ORDINEM (Pone en fuga a la peste herética creando un nuevo orden); este texto procede de un himno a Santo Domingo. Santo Tomás enseña un libro abierto en cuyas páginas señala este texto: ERRORUM PULSO NUVI SOLIS RADIUM (Rechazada la oscuridad de los errores por el rayo del nuevo sol); este segundo texto está extraído de un himno a Santo Tomás. También es de advertir que a los pies de ambos santos aparecen, en posiciones convulsas y agitadas, figuras alegóricas de las herejías vencidas.

     En las paredes de este presbiterio figuran también, representados de cuerpo entero, algunos de los principales santos de la Orden dominica, formando una serie que se complementará después con los que aparecen en los pilares del crucero. Los que figuran aquí son: San Pedro, mártir de Verana, San Juan, mártir de Colonia, San Gonzalo de Amarante y San Antonino. En los frentes de los soportes que dan al crucero aparecen otros religiosos como San Pío V, San Alberto Magno, San Benedicto XI y San Agustín Gazoto. Luego, en los pilares de la nave, se encuentran otros ocho santos dominicos identificados por sus rótulos como San Jacinto, San Jacobo de Merania, San Vicente Ferrer, San Ambrosio Sacedonio, San Raimundo de Peñafort, San Pedro González Telmo, San Luis Beltrán y San Enrique Susón.
     Pues bien, los pilares del crucero se encuentran decorados con las imágenes de los más importantes santos que ha dado la orden dominica, entre ellos San Pío V, papa, que lo encontramos en el pilar de la izquierda (muro del Evangelio), más cercano a la capilla mayor, mirando hacia los pies de la iglesia, en la parte superior, revestido con el hábito papal, llevando el báculo papal como cruz patriarcal en su mano izquierda, y bendiciendo con la derecha (Enrique Valdivieso, Pintura mural del Siglo XVIII en Sevilla, en Pintura Mural Sevillana del Siglo XVIII, Fundación Sevillana Endesa, 2016).   
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Pío V, papa;
      Papa de la orden de los dominicos, de la cual es el patrón, muerto en 1572.
      Sus atributos son el crucifijo y el rosario (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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miércoles, 29 de abril de 2020

La pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", de Francisco Varela, en los almacenes del Museo de Bellas Artes


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", de Francisco Varela, en los almacenes del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     Hoy, 29 de abril, Fiesta de Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, que, habiendo ingresado en las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, deseosa de conocer a Dios en sí misma y a sí misma en Dios, se esforzó en asemejarse a Cristo crucificado. Trabajó también enérgica e incansablemente por la paz, por el retorno del Romano Pontífice a la Urbe y por la unidad de la iglesia, y dejó espléndidos documentos llenos de doctrina espiritual (1380) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", de Francisco Varela, en los almacenes del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
      En los almacenes del Museo de Bellas Artes se encuentra la pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", obra de Francisco Varela (h. 1580-1645), siendo un óleo sobre tabla en estilo barroco, pintado hacia 1638, con unas medidas de 31 x 62,5 cms., procedente del Convento de la Pasión, tras la desamortización.
      En esta tabla, de un fondo oscuro emergen, de medio cuerpo, las figuras de dos santas: Santa Catalina de Siena y Santa Lucía. Ambas están iluminadas por un foco de luz tenue que surge desde la izquierda de la composición, haciendo reconocibles sus volúmenes. Santa Catalina de Siena aparece vestida con sus hábitos de monja, y sosteniendo un sencillo crucifijo junto a unas azucenas, símbolo de su pureza. Santa Lucía, vestida con una túnica rosa y un manto azul, nos muestra con ambas manos un platillo con dos ojos, atributo de su martirio, mientras con su brazo izquierdo sostiene la palma martirial (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
      Poco conocido en el panorama de la pintura sevillana del primer tercio del siglo XVII es Francisco Varela, de quien se desconoce su fecha de nacimiento que debió de acontecer entre 1580 y 1585. Tampoco se poseen referencias sobre su proceso de aprendizaje, ignorándose quien pudo ser su maestro. Sus primeras referencias documentales aparecen en 1605 en Sevilla cuando ya contaba con taller propio, pudiéndose constatar que en adelante desplegó una intensa actividad pictórica que le convirtió en uno de los más relevantes artistas de la ciudad. Su muerte acaeció en 1645.
      Muy escasa es la obra conservada de Varela, lo que impide el conocimiento de su evolución estilística. En él puede deducirse una formación manierista desde la que fue orientándose progresivamente hacia la práctica del naturalismo, preparando el ambiente que a partir de 1625 servirá a Zurbarán para convertirse en el primer pintor de la ciudad.
      Las obras de Varela que posee el Museo de Bellas Artes de Sevilla no son de grandes dimensiones; proceden de un pequeño retablo pintado para la iglesia del convento de la Pasión de Sevilla que fue requisado en 1868. Fue realizado este retablo en la madurez de este artista, pudiéndose fechar por ello en torno a 1640. Sabemos que el retablo tenía en su centro una escultura de San Juan Evangelista que estaba acompañada por cuatro pinturas de Francisco Varela. En el banco del retablo figuraban dos representaciones de santas emparejadas; en la tabla izquierda figuraban Santa Catalina de Siena con Santa Lucía y en la derecha Santa Catalina de Alejandría con Santa Teresa de Jesús. En el cuerpo del retablo figuraban dos santos de figura entera disponiéndose San Cristóbal a la izquierda y San Agustín a la derecha.
      Son, por lo tanto, estas cuatro tablas las que actualmente forman el acervo pictórico de Varela en el Museo de Sevilla. De haberse conservado la escultura de San Juan hubiera sido posible en nuestros días la reconstrucción íntegra del retablo (Enrique Valdivieso González, La pintura en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia:
HISTORIA Y LEYENDA
      Santa dominica del siglo XIV cuya biografía ha sido desleída con prolija abundancia por su confesor Raimundo de Capua, y resumida por Tommaso Caffarini: es lo que se denomina Leyenda Mayor y la Leyenda menor. 
    Nacida en Siena hacia 1347 (Según Fawtier, la fecha de su nacimiento debería situarse diez años antes, hacia 1337), era la vigésimoquinta hija de un tintorero que se llamaba Jacopo Benincasa.
      A los siete años hizo votos de virginidad. Como su madre quería casarla, se rasuró la cabeza. Recibida en la tercera orden de Santo Domingo a los dieciséis años de edad, a pesar de la oposición familiar, vistió el hábito negro de las terciarias o Hermanas de la Penitencia (Mantellate).
      En el convento llevó una vida ascética que arruinó su frágil salud. Durante cincuenta días sólo se alimentó de hostias. Curó leprosos y cancerosos. Como el olor fétido de las supuraciones de una cancerosa le producía náuseas, se obligó a chupar el pus que drenaba la llaga.
     Para recompensarla de ese valor sobrehumano, Cristo le mostró la herida de su costado, al igual que una madre presenta el pecho a su recién nacido, y le permitió apoyar los labios en ella, luego la desposó místicamente poniéndole un anillo en el dedo.
      La seráfica virgen profesaba una devoción particular a Sana Inés de Montepulciano. Cuando Catalina visitó la tumba de Santa Inés, en peregrinación, y se inclinaba ante el cuerpo de la Santa para besarle el pie, ésta la levantó hasta la altura de sus labios.
      Se la glorificaba por haber contribuido a traer al papa Gregorio XI a Roma, desde Aviñón. En ocasión del gran cisma de Occidente, tomó partido por Urbano VI.
      Aspiraba a la corona del martirio. Ese consuelo se le negó. Murió en Roma en 1380. Su cuerpo reposa bajo el altar mayor de la iglesia dominica de Santa María sopra Minerva, cerca de Fra Angélico. Pero su cabeza fue reclamada por Siena, su ciudad natal.
      La mayor parte de los rasgos de su leyenda son de origen dudoso. Es cierto que la historia de su Estigmatización fue inventada por los dominicos para competir con San Francisco de Asís. Además, los franciscanos que creían reservar a su patrón el monopolio de este milagro, se empeñaron en discutir la autenticidad de los estigmas de la terciaria dominica.
      Los franciscanos insistían acerca de las "conformidades" de San Francisco de Asís con Cristo. Los dominicos hicieron otro tanto en favor de Santa Catalina de Siena. Es por ello que pretenden que murió a los treinta y tres años, la presunta edad de Jesús en el momento de su Crucifixión. Y hasta le otorgaron el título de esposa de Cristo: "sponsa Christi".
      De ahí nació la leyenda de su Matrimonio místico con Cristo, que es una copia de la leyenda de su homónima, Santa Catalina de Alejandría.
CULTO
      Catalina fue canonizada en 1461 por su compatriota, el humanista de Siena Eneas Sylvius Piccolomini, elegido papa con el nombre de Pío II.
      En Siena se la llamaba La Santa, a secas, de la misma manera que San Antonio, en Padua, era Il Santo.
      Demasiado tardía como para reivindicar los patronazgos de las corporaciones, ya provistos, su culto se habría mantenido en Siena, local, como el de los Santos Ansano y Galgano, si no lo hubiese difundido la orden de Santo Domingo y el papado.
ICONOGRAFÍA
      No existe retrato auténtico de Santa Catalina de Siena.
     El fresco atribuido a Andrea Vanni en la iglesia de S. Domenico in Camporeggi, al igual que el busto relicario (Sacra Testa) falsamente atribuido a Jacopo della Quercia, que posee la Biblioteca comunal de Siena, son ciertamente obras posteriores a su muerte. La pintura data aproximadamente de 1390 y la cabeza relicario de cobre repujado es del siglo XV.
     Por lo tanto, su iconografía es convencional.
      Vestida con una túnica blanca y el manto negro de las dominicas, lleva en la mano el lirio simbólico de las vírgenes o un crucifijo.
      A veces tiene como atributo un corazón, porque Jesús le habría dado su corazón a cambio del suyo. Tiene la frente ceñida por una corona de espinas, porque cuando Cristo, la invitó a elegir entre una corona de oro y otra de espinas, optó por la segunda. Por último, a la manera de San Francisco, se caracteriza por sus estigmas, de los cuales, a veces, brotan lirios  (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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martes, 28 de abril de 2020

El Cuarto del Almirante, en la Casa de la Contratación, del Real Alcázar

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Cuarto del Almirante, del Real Alcázar, de Sevilla. 
          El Real Alcázar [nº 2 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 2 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza del Triunfo, 5 (la salida se efectúa por la plaza Patio de Banderas, 10); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
     En el Real Alcázar, en la Casa de la Contratación, se encuentra el Cuarto del Almirante [nº 6 en el plano oficial del Real Alcázar]
     Tras el corredor ubicado en el flanco derec­ho del Patio de la Montería, se alza la puerta que comunica con las dependencias conocidas como Cuarto del Almirante. En los siglos XVI y XVII estas piezas, que poseen planta baja y alta, quedaban  englobadas en el Cuarto de la Montería, llevándose a cabo en ellas importantes intervenciones. 
     La puerta que nos permite el acceso a las mismas va ornamentada con castillos y leones de cerámica azul y, tras ella, se extiende una amplia sala rectangular con techumbre del siglo XVI conocida como Sala del Almirante que guarda importantes recuerdos históricos en las relaciones de España con América. En este solar, que en la Baja Edad Media estuvo ocupado por el Palacio de Al-Muwarak, fundaron los Reyes Católicos la Casa de la Contratación de las Indias, hecho que ha quedado recordado por una lápida con la siguiente inscripción: "En este Cuarto del Almirante fundó Doña Isabel la Católica la Casa de la Contratación de las Indias por Real Cédula de 14 de enero de 1503, siendo su primer Regidor Sancho de Matienzo".
      Sería en este solar donde se pergeñaron las más importantes empresas descubridoras del Nuevo Mundo y de Oceanía, siendo necesario recordar nombres como los de Núñez de Balboa, Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa, Enciso y tantos otros, que con Cristóbal Colón llevarían el nombre de nuestra España hasta los puntos más lejanos de la tierra. 
     En esta Casa de la Contratación, llamada "Casa del Océano" por Pedro Mártir de Anglería, también se organizó la expedición de Hernando de Magallanes que, partiendo del puerto de Sevilla, iniciaría la primera vuelta al mundo rematada felizmente por su compañero Juan Sebastián Elcano, quien gozosamente retornaría al mismo punto de partida. Por tanto, estamos ante un lugar de gran transcendencia histórica en las relaciones de todo tipo de España con América.
      Este salón presenta un primer tramo decorado con una serie de lienzos propiedad del Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla y diferentes retratos de personajes relacionados con la realeza como por ejemplo los Duques de Montpensier que aparecen en la ilustración 
      El tramo último de este salón ha sido convertido en Museo Romántico, instalándose el dormitorio utilizado por la Reina Isabel II cuando ésta visitaba Sevilla y diferentes objetos de la época como bellísimos abanicos, esculturas de bronce, espejos etc... (Ana Marín Fidalgo, El Alcázar de Sevilla. Ed. Guadalquivir, 1992).
     En el frente oriental del Patio de la Montería se localiza un conjunto de dependencias conocidas bajo el nombre de Cuarto del Almirante. Junto a su puerta de ingreso se sitúa una lápida, colocada por la Academia de Ciencias, que recuerda la estancia en el alcázar sevillano, en 1796, del rey Carlos IV y su esposa María Luisa. 
     Con tal motivo se celebraron en la ciudad lucidas fiestas y se levantaron aparatosas arquitecturas efímeras, a la vez que se realizaron una serie de reparaciones en las puertas, ventanas, vidrieras y decorados del palacio, con objeto de adecentarlo y de dar cómoda morada a los soberanos.
     Las tres dependencias que forman el Cuarto del Almirante son producto de las remodelaciones y transformaciones que se realizaron en este sector durante los siglos XVI y XVII. El origen de las mismas habría que situarlo en el siglo XI y relacionarlo con una serie de estancias que completaban el alcázar Mubarak del rey Al-Mutamid, del que se conserva un patio, remodelado por los almohades en forma de jardín de crucero, en la paredaña sede de la Consejería de Obras Públicas de la Junta de Andalucía. 
     En estas dependencias, Isabel la Católica recibió a Cristóbal Colón después de su segundo viaje a América y fundó, el 14 de enero de 1503, la Casa de Contratación de las Indias, institución destinada a controlar el tráfico comercial  y de personas con y desde el Nuevo Mundo, y encargada también de la organización de las flotas, así como de la enseñanza de la náutica. Si gracias al comercio con las Indias, Sevilla se convirtió en el principal puerto de Europa, serían las actividades educativas las que convirtieron la "Casa del Océano ", como la llamó Pedro Mártir de Anglería, en uno de los principales centros europeos de investigación náutica y científica durante el siglo XVI. Con estas labores hay que relacionar la formulación de una de las primeras "Cartas de marear", realizada por Juan de la Cosa a finales del siglo XV, o la creación, en 1512, del "Padrón Real", arquetipo de la cartografía marítima que era renovado continuamente, ampliándose o corrigiéndose de acuerdo con las noticias aportadas por los pilotos, que llevaban un diario de abordo, detallando los pormenores de las travesías. 
     A estas novedades se unían las aportadas por las expediciones, de carácter más o menos científico, que dieron resultados tan transcendentales como el descubrimiento del Pacífico, en la realizada por Núñez de Balboa o en la que se confirmó la hipótesis de Cristóbal Colón, sobre la redondez de la tierra, en la electuado por Fernando de Magallanes, con la llegada al puerto de Sanlúcar, en 1522, de la nao "Victoria" al mando de Juan Sebastián Elcano. No hay que olvidar que, entre los personajes que trabajaron en la Casa de Contratación, se encontraron pilotos mayores como Américo Vespucio, Alonso de Chaves o Andrés García de Céspedes, así como los cosmógrafos Alonso de Santa Cruz, Diego Ribero, Rodrigo Zamorano y Jerónimo de Chaves y los tratadistas náuticos Francisco Falero y Pedro de Medina.
     De este antiguo edificio, actualmente sólo se conservan tres salas. La Sala del Almirante, que recibe su nombre por haber sido sede del Tribunal del Almirantazgo de Castilla, está formada por una gran estancia rectangular con forjado de viguería sobre canes, en la que se conserva una importante colección de pinturas de los siglos XIX y primeras décadas del XX. De ellas destaca, por su colosal tamaño, la titulada Las Postrimerías de San Fernando, firmada y fechada en el ángulo inferior izquierdo por el pintor sevillano Virgilio Mattoni, en 1887. En ésta se representa la muerte del Santo Rey en el propio Alcázar de Sevilla, acaecida en 1252, según la descripción que aparece en la Estoria de España, obra redactada por su hijo Alfonso X, el Sabio. A su lado figura el retrato de Francisco de Asís, rey consorte y esposo de Isabel II, realizado por Bernardo López Piquer en 1864. En el testero de la habitación cuelga La toma de Loja por Fernando el Católico en 1486. En esta pintura se contempla al rey de Granada, Boabdil, entregando las llaves de la ciudad al monarca castellano en presencia del Gran Capitán, Don Gonzalo Fernández de Córdoba. El cuadro, que estuvo presente en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862, fue realizado ese mismo año por Eusebio Valldeperas.
     Continúan los retratos, obras de Carlos Blanco en el primer tercio del siglo XIX, del rey Fernando VII y su cuarta esposa María Cristina de Nápoles, padres de Isabel II y de la infanta María Luisa. Traídos del palacio de Miramar de San Sebastián, son los pertenecientes a los reyes franceses Luis Felipe de Orleans y María Amalia, así como el de su hijo Antonio, Duque de Montpensier y el de su esposa, La Infanta María Luisa de Barbón.
     Se trata de unos magníficos ejemplos del retrato cortesano del siglo XIX, que fueron realizados por Franz Xaver Winterhalter. Presidiendo la sala se encuentra el cuadro pintado por Alfonso Grosso representando La inauguración de la Exposición Iberoamérica de Sevilla, el 9 de mayo de 1929.Junto a la familia real, Alfonso XII y doña Victoria Eugenia de Battenberg, el infante don Alfonso y las infantas doña Cristina y doña Beatriz y su tío don Carlos de Borbón, aparecen una serie de personajes de vital importancia en la vida política española de principios de siglo, como fueron los generales Berenguer y Primo de Rivera, así como el Marqués de Nervión y José  Calvo Sotelo.
     Desde la Sala del Almirante se accede, por una puerta situada en el testero del fondo, a la Sala III, dependencia de iguales características a la primera, aunque algo más pequeña. En ella, estuvo situado hasta hace pocos años un pequeño Museo Romántico. Hoy alberga una importante colección de abanicos, donada al Ayuntamiento de Sevilla por doña Gloria Trueba, que integran piezas comprendidas desde el siglo XVII al XX. Junto a los tradicionales europeos, existen algunos ejemplares orientales, como los paipay o el interesantísimo asimétrico, con escenas costumbristas japonesas. Entre los europeos se han de destacar los que tienen el país de Chantillí o de encaje de Malinoix, así como los que aparecen firmados por los pintores o miniaturistas Basiré, Ravault, Rebours, Boudet o Dupont-Watteau. 
   En la misma sala se expone el cuadro de proporciones apaisadas de la Procesión del Santo Entierro grande, correspondiente a la que cada cierto tiempo recorría las calles de Sevilla en la tarde del Sábado Santo. En ella participaban algunas de las hermandades de penitencia que procesionaban a lo largo de la semana, con sus respectivos pasos. Si curioso resulta  el tema elegido para la composición, aún más interesante es su valor iconográfico, pues representa, con ciertas libertades, una visión de la ciudad, a mediados del XIX. A la procesión le sirve de marco la Catedral, que es desarrollada en horizontal, pudiendo verse tres de sus cuatro fachadas aún con las puertas principales sin terminar, ya que no se concluyen hasta 1927, o las dependencias del ángulo suroeste, sede del futuro Museo Catedralicio, terminada también en las primeras décadas del presente siglo. Le sigue la calle Alemanes y la Plaza de San Francisco, aun porticada, y presidida por el Ayuntamiento con el antiguo acceso al convento que le da nombre y la galería que, diseñada por Hernán Ruiz el Joven a mediados del XVI, fue derribada en la centuria pasada. Termina el cortejo en la Plaza del Duque, en donde se puede ver la destruida Iglesia de San Miguel o el desaparecido Palacio del Duque de Medinasidonia (Juan Carlos Hernández Núñez, Alfredo J. Morales. El Real Alcázar de Sevilla. Scala Publishers. Londres, 1999).
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lunes, 27 de abril de 2020

La imagen de Nuestra Madre y Señora de Montserrat, en la Capilla de Montserrat


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen de Nuestra Madre y Señora de Montserrat, en la Capilla de Montserrat, de Sevilla.
  Hoy, 27 de abril, es la Festividad de la Virgen de Montserrat, conocida popularmente como "La Moreneta" es la patrona de Cataluña y es una de las siete Patronas de las Comunidades Autónomas de España. Está situada en el Monasterio de Montserrat, es un símbolo para Cataluña y se ha convertido en un punto de peregrinaje para creyentes y de visita obligada para los turistas. El 11 de septiembre de 1844, el Papa León XIII declaró oficialmente a la Virgen de Montserrat como patrona de la diócesis de Cataluña. Se le concedió también el privilegio de tener misa y oficios propios.
   Y que mejor día que hoy para Explicarte la imagen de Nuestra Madre y Señora de Montserrat, en la Capilla de Montserrat, de Sevilla.
   La Capilla de Montserrat se encuentra en la calle Cristo del Calvario, 1; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   Nuestra Madre y Señora de Montserrat, es una de las imágenes titulares de la Pontificia, Real, Ilustre y Antigua Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Conversión del Buen Ladrón y Nuestra Madre y Señora de Montserrat, con sede canónica en la Capilla de Nuestra Señora de Montserrat de la calle Cristo del Calvario y que procesiona en la tarde-noche del Viernes Santo.
   Representa iconográficamente a la Virgen al pie de la Cruz, tras la Crucifixión de Jesucristo, siendo de autor anónimo (círculo de Juan Martínez Montañés) a comienzos del siglo XVII (hacia 1605), y las manos son obra de Juan de Mesa y Velasco en 1608. Ha sufrido las restauraciones de Juan de Mesa y Velasco (1608), Manuel Gutiérrez Reyes Cano (1899), Francisco Buiza (1968) y José Rodríguez Rivero (1991), teniendo una altura de 164 centímetros.
   Para poder hablar de la autoría de Nuestra Madre y Señora de Montserrat es no sólo necesario sino indispensable mencionar un documento que se conserva en el Archivo General del Arzobispado de Sevilla. Nos referimos a un pleito entre una señora, de nombre Catalina Román, y la cofradía en cuestión de la propiedad de la dolorosa, fechado en el año 1619.
   Desde que este documento salió a la luz, allá por 1919, ha dado lugar a interpretaciones de muchos autores con sus consecuentes afirmaciones las cuales, en la mayoría de los casos, han sido contradictorias, siendo otras de ellas totalmente injustificadas. Adolfo Rodríguez Jurado dio a conocer el pleito en un artículo escrito para la revista La Pasión, en el citado año. Tras el análisis del documento, Rodríguez Jurado llega a la conclusión de que la escultura data de 1608 y fue ejecutada por un tal Juan Guerrero y la pintura a Gaspar de Raxis. El primero, del cual se desconoce la mayor parte de su biografía y producción artística, era pupilo en el taller de Juan Martínez Montañés y, antes de finalizar la escultura, marcha a las Indias dejando descontenta a la hermandad. Por ello, la corporación encarga al entonces oficial de Montañés, Juan de Mesa, la ejecución de las manos. Nueve años después, en 1928, incluye, sin razón aparente, en la ejecución de esta dolorosa a Gaspar de la Cueva, en sustitución de Guerrero, quizás por ser uno de los muchos que marcharon a Indias en estos momentos. Este dato no concuerda cronológicamente ya que su marcha se produce cinco años después de la finalización de la escultura.

   Francisco Caballero, en 1954, retoma de nuevo el hilo de este tema en una publicación para la revista La Pasión. Aparte de que los datos que nos ofrecen no coinciden con los de Rodríguez Jurado, aporta la declaración de un testigo y hermano de la cofradía llamado Gaspar Díaz de Acuña. Éste afirma "que el año mil y seiscientos y seis a lo que este testigo se puede acordar que fue el primer año que salio la dicha Cofradía de San Yldefonso por tener necesidad de Imagen, de orden y Acosta y por cuenta de los hermanos de la dicha Cofradía, se fabricó y hizo una Imagen de madera de medio Cuerpo que es la que hoy tiene la dicha Cofradía, que la hizo un Escultor que este testigo conoce a la vista que no sabe si es vivo, que en dicho tiempo vivía en la calle de la Ballestilla el cual por no haber acabado con perfección, los cofrades de la dicha Cofradía y este testigo que para ello fue diputado con ellos verbalmente, llevaron el cuerpo de la dicha Imagen a que lo perfeccionara como lo perfeccionó de nuevo un Oficial de Juan Martínez Montañés, escultor que vivía en la calle de la Muela y de allí se llevó a un pintor que se llamaba Pajes que vivió en la calle de Colcheros para que la encarnara".
   Tras esta declaración podemos llegar a dos conclusiones: aquí no se hace mención ninguna del escultor Juan Guerrero y que podemos identificar a Juan de Mesa con el oficial de Martínez Montañés ya que él trabajó en este puesto precisamente por esos años.
   En referencia a la intervenciones que ha experimentado esta imagen hemos de remontarnos hasta el año 1608, poco tiempo después de la ejecución de la imagen, año en el cual sabemos que Juan de Mesa "perfecciona" la escultura y talla el juego de manos, de las cuales Martínez Alcalde dice que son "finas, bellas y de muy delicada ejecución".
   Pasarán 291 años para volver a destacar otra intervención en esta Virgen. En la Semana SAnta de 1899, al entrar la cofradía en la calle Murillo, el manto de la Virgen se prende fuego. Este incidente no llega a mayores gracias a la intervención de distintos hermanos, destacando la del Marqués de Paradas, que ofrece su casa y su dinero para la reparación de los daños. Sin embargo la imagen mariana quedó dañada. Seguidamente se encarga la restauración al hermano de la corporación Manuel Gutiérrez Reyes. Así se contaba esto en la prensa local: "Los desperfectos que el fuego ha causado en el rostro de la imagen serán inmediatamente corregidos por el escultor señor Gutiérrez Cano, el que se ajustará para el colorido a la coloración de las manos, en donde la parte de color no ha sufrido alteración en el incendio". Tras la restauración el escultor introdujo la siguiente nota en el interior de la talla: "En Sevilla año de 1899 por el Escultor D. Manuel Gutiérrez R. Cano se restauró esta Imagen de Ntra. Sra. De Montserrat a consecuencia de prenderse fuego a la saya y manto, y por consiguiente mutilado la cabeza y manos de la Imagen. Esto sucedió haciendo estación como de costumbre el Viernes Sto. Por la tarde del referido año, siendo Hermano Mayor de la Cofradía de Montserrat D. Manuel Rodríguez de los Palacios...". 

   Nuestra Madre y Señora de Montserrat está realizada en madera de cedro. Posee una cabeza con marcada visión frontal cuyos ojos de cristal, enmarcados con pestañas postizas, también siguen la misma línea de mirada. Cinco son las lágrimas que recorren su rostro, dos en la mejilla derecha y tres en la izquierda. Su boca entreabierta deja ver tímidamente los dientes, los cuales tiene tallados. Una de las más expresivas dolorosas de nuestra Semana Santa que "posee gran intensidad dramática en su mirada. Labios entreabiertos con gesto de atónita e interrogante sorpresa, donde parece reflejarse tada la tragedia del Gólgota".
   En 1981, Luis Jiménez González realiza el puñal de oro que la Virgen luce en su salida procesional.
   La corona de salida es de plata sobredorada y fue ejecutada por Eduardo Seco Imberg en 1931. Esta pieza destaca por su simplicidad decorativa, si la comparamos con otras de la misma magnitud, lo que le otorga un sabor muy personal. Su aro es liso y se adorna con motivos incisos geométricos que alternan con pedrería de distintas tonalidades. La decoración del canasto se organiza en base a grandes volutas que se enrollan y envuelven dejando en su centro espacios circulares y rectangulares que cobijan diversos motivos. La obra carece de imperiales aunque, en su defecto, ostenta una gran ráfaga a modo de diadema. Ésta se crea en una de gran "C" en cuya abertura se sitúa el canasto que en comparación parece minúsculo. Los perfiles se adornan con pedrería de similar tonalidad a la que hemos visto en el aro y que veremos en los rayos y cruz central. En el interior, la decoración va acomodándose al espacio creando, en su centro, un óvalo en el cual se plasma el escudo de la corporación, tres cruces latinas siendo la central más alta, en campo azur. Culmina los perfiles externos unos rayos que se alternan en distintos tamaños y morfologías, siendo los rectilíneos rematados por estrellas de ocho puntas, también de varias formas centrada por un engarce de pedrería. En el centro una cruz patada patriarcal, con dos travesaños, culminando formas trilobulares y con similar pedrería vista en todo este magnífico conjunto.

   Las primeras noticias del ajuar textil de la Dolorosa se remontan al siglo XVIII, refiriéndose a un "bestido de felpa negro que tiene puesto Nuestra Señora y un manto de terciopelo negro muy rico nuevo que saca Nuestra Señora cuando sale la Cofradía" El manto negro estaba acorde con las tonalidades del palio que presentaba las mismas tonalidades. Hacia la mitad del siglo XIX, reorganizada la Cofradía, se realiza un nuevo paso de palio, que se le ha ido atribuyendo a Patrocinio López, en 1855 ó 1865, desmentido posteriormente por las investigaciones realizados por Rafael Jiménez Sampedro. La confección de este manto se enmarca dentro de la etapa de esplendor que vivió en estos lustros la Corporación, gozando de la protección que los duques de Montpensier, Don Antonio de Oleáns y Dña. Luisa Fernanda de Borbón, que se convirtieron en Hermanos Perpetuos. Se considera tradicionalmente que fueron los duques los que regalaron este manto, aunque otros investigadores consideran que fue en realidad la reina Isabel II. El estreno del nuevo manto procesional queda recogido en las descripciones que Bermejo apunta a finales del siglo XIX estas fechas, aludiendo que la Dolorosa "viste túnica blanca bordada de oro y manto de terciopelo azul con bordadura alrededor muy ancha y rica, y en el centro castillo y leones, todo bordado de oro. Este manto fue bordado por la referida (...) Dª Patrocinio López" Al mismo tiempo se puede apreciar en los distintos testimonios gráficos que se conservan de estos años.
   La[s] de la confección de este manto fue publicada por Antonio Mañes, que por su interés reproducimos en estas páginas: "un suntuoso manto de terciopelo francés color azul claro profusamente bordado en oro, compuesto del gran collar de Carlos III de una cuarta de alto todo en redondo, sobre éste una gran guardilla de tres cuartos y cerrando la guardilla que se compone de una vara el toisón de oro, que parte del ramo de dos varas que tiene en la cola; y su centro salpicado de castillos y leones de una cuarta de alto, con otro segundo salpicado de flores de lis de media tercia, siendo todo el bordado y muchas hojas en él al aire, ejecutada esta obra por la señora Dña. Patrocinio López". En el año 1899 el manto dela Dolorosa sufrió graves daños a consecuencia de un incendio en el desfile procesional del Viernes Santo. Sin embargo, al año siguiente se restauró el manto, gracias a los auspicios del Marqués de Paradas, que comenzó una suscripción que él mismo comenzó con mil quinientas pesetas. Ya en 1912, se pasarían los bordados del manto a nuevo terciopelo de Lyon, y en 1969, Esperanza Elena Caro lo volvería a restaurar a otro terciopelo de igual color. En 1994, la bordadora Piedad Muñoz volvió a restaurar y pasar a nuevo tejido. Fue expuesta en la Exposición Los Tesoros, celebrada en los Reales Alcázares de Sevilla en 1992.

 Probablemente sea uno de los mejores mantos decimonónicos conocidos de la Semana Santa hispalense, a pesar de las restauraciones que ha ido teniendo desde su confección Para su confección se inspiró en los trajes de la corte que se pusieron de moda en estos años, especialmente en los actos protocolarios. La prenda está realizada en terciopelo profusamente decorada con un precioso esquema compositivo. Una amplia cenefa con castillos y leones que bordean la sucesión de hojas de acantos, en cuyo eje central se coloca el símbolo del calvario de donde sale un amplio tallo que culmina en bandas verticales donde aparecen castillos y leones, flores de lis y de las cruces de Calatrava, Alcántara, Santiago y Montesa, apareciendo circundado con el Toisón de Oro. El manto se enriqueció con un programa iconográfico con elementos heráldicos que subrayaban el carácter real de María.
   Al mismo tiempo Patrocinio López confeccionaría una excelente saya procesional, donde se aprecia los motivos ornamentales tradicionales de la estética decimonónica. Uno de sus últimos estremos ha sido la saya bordada en oro sobre tisú que ejecutó el taller de José Ramón Paleteiro, que confeccionó hacia 1998, utilizándose en algunas ocasiones en la estación procesional. De 1940 data también una saya de salida confeccionada por unas hermanas anónimas, de recorte y raso blanco. A este ajuar textil de salida, cabe añadir otras prendas que posee la hermandad de buena factura, como las sayas de camarín, que fueron confeccionadas por las Hermanas Antúnez, hacia 1928, de terciopelo azul bordada en oro fino y terciopelo rojo, a las que se ha unido ya en época más reciente la bordada por Piedad Muñoz  la saya de raso blanco bordado en oro blanco, confeccionada en 1979. Por otra parte, la hermandad posee un manto de camarín, de autor anónimo que fue confeccionado hacia 1920, en pana roja bordada, al que se le unen varias piezas de este tipo donado por varios hermanos desde 1980 hasta nuestros días (Ismael Martínez Carretero O.Carm., Álvaro Dávila-Armero del Arenal, José Carlos Pérez Morales, y J. Fernando Gabardón de la Banda, en Palios de Sevilla, Tomo III La virgen dolorosa sevillana. Ed. Tartessos. Sevilla, 2006).

      Nuestra Señora de Montserrat, se encuentra en un retablo lateral de la Capilla de Montserrat. Dolorosa de Semana Santa, cofradía de su nombre. Viernes Santo tarde. Una de las más augustas y expresivas efigies de su género, destacando por la calidad artística, que ha hecho atribuirla al taller mesino; aunque sin confirmación documental, es ciertamente de la época y estilo aúreos: s. XVII. Mide 1,64 m. Gran intensidad dramática en su mirada. Labios entreabiertos con gesto de atónita e interrogante sorpresa, donde parece reflejarse toda la tragedia del Gólgota. Finas y bellas manos, de muy delicada ejecución, El estilo decimonónico de su palio, (ejemplarmente conservado como verdadera reliquia histórica, a despecho de tantas modas pasajeras) realza los antedichos valores, dándole además una aureola de sugerente romanticismo. Son de singular empaque las bambalinas por fuera de los varales, rematadas por fúlgida crestería o cornisa de metal; este aditamento arquitectónico sugiere a primera vista cierta engañosa idea de severidad o de pesadez, pero luego tal impresión se corrige por completo en la calle, al moverse con enorme gracia y efectismo. El manto, bordado con símbolos monárquicos, es precisamente, lo que conviene a la realeza de tan hermosa Señora, digna de contarse entre las ocho o diez mejores Dolorosas de la Semana Santa sevillana. Por eso, condensándolo todo, se ha dado a sus andas el calificativo -merecidísimo- de "Salón de trono". Durante el desfile procesional, acompaña a la cofradía dos jóvenes representando la Fe y la Verónica. La capilla donde actualmente se venera perteneció antaño a la muy prestigiosa hermandad de la Antigua y Siete Dolores; de modo que puede decirse que, hasta el aire que se respira en su recinto, está secularmente trascendido por una historia ilustre y evocadora (Juan Martínez Alcalde, Sevilla Mariana, repertorio iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).

Conozcamos mejor la Festividad de la Virgen de Montserrat
     Por rescripto de León XIII Pecci de once de septiembre de 1881 se declaraba Patrona de Cataluña a la Virgen de Montserrat y se establecía su fiesta litúrgica el día veintisiete de abril, fecha en la que se sigue conmemorando en esta comunidad autónoma española como solemnidad. Dos días antes había sido coronada canónicamente en la explanada del monasterio a ella dedicado, que señalaba el renacer de esa devoción multisecular tras los sucesos traumáticos del siglo XIX. Wifredo el Velloso, primer Conde de Barcelona (874-898), reconquistada esta comarca, cedió el macizo montañoso primero a las benedictinas y después a los benedictinos de Santa María de Ripoll, y se construyó allí una ermita dedicada a Santa María. Asentados allí los monjes de Ripoll desde finales del siglo IX, el Abad Oliva fue el que en el siglo XI puso los cimientos de su monasterio, que llegaría a ser uno de los más florecientes de Europa en la Edad Moderna. Una cofradía de devotos de la Virgen fue creada en el siglo XII y aprobada por decreto de Clemente III Scolari (1187-1191). Los milagros atribuidos a la Virgen de Montserrat fueron cada vez más numerosos y los peregrinos que iban hacia Santiago de Compostela los divulgaron. Así, por ejemplo, en Italia se han contado más de ciento cincuenta iglesias o capillas dedicadas a la Virgen de Montserrat.  La imagen de la Virgen es de talla completa realizada en madera de álamo blanco, estofada y policromada. Es románica del siglo XII, de la iconografía de la Majestad de Santa María. 

   Fue sobrevestida durante una gran etapa de su historia. El veinticinco de julio de 1811 fue destruido el monasterio por las tropas francesas. Suprimida la comunidad en 1835, fue restablecida por Real Decreto en 1844, que señaló la vuelta de los monjes y de la imagen a un edificio en ruinas y que poco a poco ha sido reconstruido, hasta afirmarse como el corazón del catalanismo cristiano (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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Más sobre la Capilla de la Hermandad de Montserrat, en ExplicArte Sevilla.

domingo, 26 de abril de 2020

La Capilla de San Isidoro, en la Catedral de Santa María de la Sede


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San Isidoro, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.  
      Hoy, 26 de abril, Fiesta de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, que, discípulo de su hermano Leandro y sucesor suyo en la sede de Sevilla, en la Hispania Bética, escribió con erudición, convocó y presidió varios concilios, y trabajó con celo y sabiduría por la fe católica y por la observancia de la disciplina eclesiástica (636) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de San Isidoro, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.

      La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de San Isidoro [nº 042 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Esta Capilla (situada a Poniente) fue una ampliación de la traza original a comienzos del siglo XVI, aún gótica, para alojar la "Librería de Canto Llano", por ello se llamaba en el primer cuarto del siglo XVII "Capilla de la Librería Vieja" y a su escalera, en 1695, "caracol de los Libros". Pasó a su advocación actual en 1661, con el patrocinio de los Puente Verastegui (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   Obra de importancia en la Catedral de Santa María de la Sede durante el siglo XVII fue la construcción de la Capilla de San Isidoro, a los pies de la nave de San Pablo. El lugar que ocupaba en la iglesia la librería del canto llano fue entregada en 1661 a don Francisco y don Fernando de la Puente Verastegui con objeto de que llevasen a cabo la fundación de una capellanía. Los canónigos no se limitaron a la remodelación y decoración del interior del recinto, sino que se preocuparon de su acceso. Así, el muro del edificio gótico en el que la capilla se abría fue retallado hasta configurarlo como fachada. Para ello se incorporaron a la composición los dos altares que flanqueaban el ingreso, los dedicados en la actualidad a la Virgen de la Cinta y a la Virgen del Madroño. Ambos fueron cobijados, junto con la puerta de la capilla, bajo un arco lobulado, ornamentándose la superficie así limitada con hojarasca, figuras de ángeles, fruteros y cartelas. Desgraciadamente no se sabe quien fue el arquitecto encargado de esta obra, aunque se conoce el nombre de los que intervinieron en la ornamentación del interior de la capilla. Así, el retablo fue trazado por Bernardo Simón de Pineda, correspondiendo su policromía y dorado a Juan de Valdés Leal y a Agustín Franco, artistas que también realizaron las pinturas de la bóveda. Aunque la documentación no lo señala, es posible, habida cuenta de la frecuencia con que Pedro Roldán colaboró con los maestros mencionados en primer lugar, que la labor escultórica corriera por cuenta de este. De ser así, cabría la posibilidad de que el escultor interviniese también en la ornamentación exterior de la capilla. Me baso para tal hipótesis en la relación de aquella con otras obras del maestro. Los diseños para la misma pudieran ser propios o también deberse a Simón de Pineda. De lo que no hay duda es de la vinculación que ofrecen con los empleados en el presbiterio y en los enmarques de los grandes lienzos de Murillo, en la iglesia del Hospital de la Caridad. El sentido barroco de la composición es manifiesto, contrastando por su recargamiento con la desnudez de los muros adyacentes (Alfredo J. Morales, La Arquitectura en los siglos XVI, XVII y XVIII, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).

   La Capilla de San Isidoro está situada en el frente de poniente del templo catedralicio, inmediata a la portada principal.
   El rico paramento pétreo que antecede a la Capilla, tiene composición tripartita, rematada en arcuaciones lobuladas, ejecutado en 1661.
   El retablo se compone de banco, cuerpo y ático. El cuerpo se divide en tres calles por columnas salomónicas tetrástilas, revestidas de pámpanos y rosas. 
   La imaginería es la siguiente: interesantísima escultura del Santo titular, revestido de pontifical con Mitra (una de plata sobrepuesta a la tallada) y Pluvial; San Francisco de Asís y San Diego de Alcalá, situadas éstas en los intercolumnios. San Fernando en el ático y ángeles cabalgando sobre dos curvos frontones.
   El retablo es obra de Bernardo Simón de Pineda y se fecha de 1662 a 1664. Fue dorado por Agustín Franco y Juan de Valdés Leal (1664-65) y nuevamente en 1875 (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas de la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991) 
   En la Capilla de San Isidoro encontramos también dos vidrieras iguales, a ambos lados del altar, en las que se representan los Atributos de San Isidoro, y el Primado de España (en abreviatura), en un vano rectangular terminado en forma de arco rebajado con unas dimensiones de 1 x 0,80 m. (Víctor Nieto Alcaide, Las Vidrieras de la Catedral, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).

Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia;
   Es el mayor santo de la España visigótica del siglo VII. Su nombre, como el de otro santo español, Isidro Labrador de Madrid, es de origen egipcio.
   Nació en 560, en 601 sucedió a su hermano San Leandro al frente de la archidiócesis de Sevilla, y murió en 636.
   Sus Etimologías (Etymologiae sive origines) no tratan sólo el origen de las palabras, como puede sugerir el título, sino que constituyen una auténtica enciclopedia del saber humano, y uno de los repertorios más consultados de la ciencia antigua y de la doctrina cristiana. Se mereció el mote de "gran maestro de la Edad Media".
   Además de esta vasta compilación, ha dejado una Historia de los godos y de los vándalos y tres libros de Sentencias inspirados en las Moralia de San Gregorio Magno.
CULTO
   El traslado de sus reliquias a León por el primer rey de Castilla, Fernando I, tuvo lugar en 1063. Por ello es tan popular en el norte como en el sur de España. No obstante fue canonizado mucho más tarde, en 1598.
   Es el patrón de Sevilla y de León.
ICONOGRAFÍA
   Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, además de un libro (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Isidoro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
   San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, patrono principal de la ciudad y de la archidiócesis de Sevilla. Muerto su padre, se encargó de su educación su hermano mayor, San Leandro, a quien sucedió en la sede hispalense, que rigió del año 600 a 636.
   Hay que cifrar la fecha de su nacimiento en la década 560/570 y no es improbable naciese en la misma Sevilla, tras la migración familiar desde Cartagena. De hecho, aparece una clara diferencia de edad entre Isidoro y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina. Leandro, en el epílogo de su Regla, redactada para su hermana Florentina, monja, le dice: «Finalmente, te ruego, queridísima hermana mía, que te acuerdes de mí en tus oraciones y que no eches en olvido a nuestro hermano pequeño Isidoro; cómo, al dejarlo nuestros padres comunes bajo la protección de Dios y de sus tres hermanos vivos, tranqui­los y sin preocupación por su niñez, descansaron en el Señor. Como yo lo tengo verdaderamente por hijo y no antepongo al cariño que le debo ninguna preocupación terrenal, y me vuelco totalmente en su amor, quiérelo con tanto cariño y ruega a Jesús tanto por él cuanto sabes que fue querido con toda ternura por nuestros padres».  
   Huérfano de corta edad, su formación quedó al cuidado de su hermano Leandro, que ya debía ser por estas fechas arzobispo de Sevilla. Isidoro recibió con toda seguridad enseñanza en la escuela episcopal de Sevilla creada por su hermano. Se desconoce prácticamente todo de la juventud de san Isidoro. Cuando ocupa la sede hispalense, es un hombre intelectualmente maduro que produce obras de gran erudición y movido siempre por su preocupación pastoral. El legado de su hermano es evidente: Leandro le ha dejado una gran biblioteca que acopió seguramente en sus viajes al extranjero y en ella Isidoro pudo leer en su juventud las que serían las fuentes primeras de su producción literaria: Agustín, Gregorio Magno, Jerónimo, Ambrosio, etc.
   Su episcopado comienza hacia el año 600, tras la muerte de su hermano Leandro. ¿Acompañó antes a su hermano a Constantinopla? ¿Fue monje como Leandro? Nada se sabe. Cuando asume las riendas de la sede hispalense participará como su hermano en los importantes acontecimientos políticos de la época. Son frecuentes sus viajes a Toledo y contactos con los reyes godos: Gundemaro, Sisebuto, Suintila y Sisenando.
   En el año 619 celebró en la catedral sevillana el concilio II de Sevilla. Pero donde el genio de san Isidoro se muestra en todo su esplendor es al dirigir el concilio IV de Toledo (633), presentes 66 obispos de Hispania y Galia. «En lo canónico y en lo político -escribe Lafuente en su Historia eclesiástica-, el IV Concilio de Toledo es el primero entre todos los de España, compitiendo en todos los aspectos con el de Iliberis y el III de Toledo, también importantísimos. En el terreno político el IV Concilio de Toledo es la base de la verdadera, primitiva, genuina, histórica y providencial constitución de España». Este concilio mereció el nombre de magnum et universale concilium. Y así fue en el ámbito disciplinar con sus 75 cánones. Convocado por el rey Sisenando en la basílica toledana de Santa Leocadia, bajo la preclara mente teológica de san Isidoro se regulan en él los principales temas de la vida española, disposiciones sobre la liturgia, normativa para la vida de los clérigos y bienes de la Iglesia.
   De san Isidoro nos ha quedado su gran producción literaria, pero quizá no se ha ponderado suficientemente esa otra cualidad suya que san Braulio subrayó en su Renotatio: su excelente oratoria, con capacidad de adaptación a la gente docta e inculta. San Ildefonso, por su parte, resalta su facilidad y fluidez en el hablar que dejaba maravillados a todos los oyentes.
   Murió san Isidoro en el año 636, tras casi cuarenta años de episcopado. Redempto, clérigo hispalense, familiar de san Isidoro, dejó escrita su muerte ejemplar, a petición de san Braulio de Zaragoza. Cuenta en su Liber de transitu Sancti Isidori:
   «Conociendo que estaba próximo su fin, no sé de qué modo, abrió sus manos, generosas siempre, y entonces, con mayor largueza y por espacio de seis meses o más, diariamente, de sol a sol, repartía su fortuna entre los pobres. Algo se repuso de tan grave enfermedad, llegando a fallarle la fiebre; pero su padecimiento crónico del estómago cada día se agudizaba más y llegó un momento en que no soportaba el alimento. Llamó entonces a sus sufragáneos Juan, obispo de Elepla (Niebla) y Eparcio, obispo de Itálica, para que le asistiesen en su última hora. Mientras le conducían desde su palacio a la basílica de San Vicente, una gran multitud de pobres, clérigos, religiosos y de todo el vecindario de la ciudad con voces y grandes llantos, como si cada uno tuviera la garganta de hierro y se deshiciera en lágrimas y lamentos, lo recibió y acompañó. Ya en la basílica, y colocado en medio del coro junto a la verja, mandó que se retirasen las mujeres y sólo estuvieran rodeándole los hombres, mientras recibía la penitencia. Y pidiendo que uno de los obispos le vistiese el cilicio y que el otro le echase la ceniza, levantando sus manos al cielo, oró así...».
   Pidió perdón a los obispos, clérigos y seglares presentes, y recibió la eucaristía. Cuatro días más tarde, murió en su palacio arzobispal. «En el día anterior a las nonas de abril, luna XXII, era DCLXXIV», que corresponde al 11 de abril de 636. Fue sepultado en la catedral hispalense junto a sus hermanos san Leandro y santa Florentina.
   La catedral hispalense estaba dedicada a san Vicente mártir, el santo más venerado en la Hispania romana de la persecución de Diocleciano. A Sevilla vinieron sus reliquias y le fue dedicada la iglesia mayor en la época visigoda. Hay autores, sin embargo, que han pretendido diferenciar la iglesia dedicada en Sevilla a san Vicente y la catedral, que recibiría el nombre de Santa Jerusalén. Pero se trata de la misma iglesia mayor, con este doble apelativo. Uno genérico, Santa Jerusalén, y otro específico, San Vicente.
   Los concilios de Sevilla I y II tuvieron lugar «in ecclesia Sancta Hierusalem», significando por este lugar la iglesia mayor de Sevilla, pero así se denominaban también las iglesias catedrales de Mérida, Toledo y Tarragona, por celebrarse en ellas las ceremonias de Semana Santa al estilo de Jerusalén, designación que provenía de oriente y se propagó por la península hacia los siglos V o VI. El titular de la iglesia hispalense era san Vicente mártir, y bajo su techo -desconocida su ubicación- fue enterrado san Isidoro junto a sus hermanos.
   San Martín de León hizo de él este elogio: «Floreció en sabiduría y santidad... Fue para el mundo espejo de todos los bienes; por eso creemos que será con Cristo... Durmió con sus padres el beato Isidoro, el más excelente de todos por su sana doctrina y prudente consejo, y rico en obras de caridad, y fue sepultado en la ancianidad buena». El concilio de Toledo (653), celebrado diecisiete años después de su muerte, lo define como el «doctor insigne, la gloria más reciente de la Iglesia católica». Su culto se extendió por toda la Iglesia mozárabe. 
    La producción literaria de san Isidoro es muy extensa, fruto sin duda de sus profundos conocimientos y de la rica biblioteca que poseía en Sevilla. Señalaré, a modo de ejemplo, algunas de sus obras, entresacadas de su vasta producción. De ecclesiasticis officiis es un manual de liturgia escrito a petición de su hermano Fulgencio, importante para conocer la historia de la liturgia visigótica. Sententiarum libri III, verdadero tratado de dogmática y moral, el primero de las «sumas teológicas» que proliferaron en la Edad Media, obra cumbre de san Isidoro. Chronica mundi, historia del mundo, dividida, siguiendo a san Agustín, en seis edades. Culmina en el año 615, cuarto del reinado de Sisebuto. De fide catholica contra iudaeos, escrito a petición de su hermana Florentina y para guía de los clérigos en sus polémicas con los judíos. San Isidoro se distancia de la actitud de Sisebuto, quien propugna una política de fuerza para obligar a los judíos a la conversión, y confía exclusivamente en el valor de la apologética. De viris illustribus, colección de 33 biografías de escritores, especialmente españoles. Regula monachorum, escrita entre 615 y 618, está destinada a un cenobio establecido posiblemente no lejos de Sevilla. Recopila lo que ha leído en san Agustín, Casiano, Jerónimo, Benito y otros. Historia Gothorum, Vandalorum, Sueborum es la "Historia Goda", escrita en 624. Su prólogo, laus Gothorum, es un canto de alabanza a España. Y su libro más propagado, Etymologiarum sive Originum libri XX , las célebres «Etimologías», escritas a ruegos de san Braulio, es un magnífico compendio de todo el saber antiguo (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Isidoro de Sevilla (h. 560 - ¿Sevilla? 636), Obispo, teólogo, filósofo, polígrafo y santo.
   A comienzos del siglo V, Hispania era una de las diócesis del Imperio Romano y administrativamente dependía del prefecto del Pretorio de las Galias. La Hispania peninsular comprendía cinco provincias: Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis, Carthaginensis, a las que había que sumar la Tingitania y Baleares. Los visigodos ocupan parte de la Tarraconense desde el año 415 como federados del Imperio. En calidad de tales llevaron a cabo incursiones en la Bética y eliminaron a los vándalos silingos.
   En el año 418, sobre la base de un nuevo pacto con Roma, procedieron a su asentamiento en Aquitania, aunque escogieron como sede central Toulouse, en la Narbonense. Comenzó el reino de Tolosa (Toulouse). Se expandieron a continuación por la Tarraconense, hasta ocuparla por completo en el año 472. La fase siguiente fue la colonización de la parte noroccidental de la meseta central y las zonas del sur. En el año 507, derrotados en Vouillé por los francos, resistieron en centros de la Narbonense, hasta recibir el auxilio de los ostrogodos. Recuperado en parte el territorio de las Galias, el centro de gravedad del reino visigodo se desplazó hacia la Tarraconense.
   A mediados del siglo VI, Hispania quedó en la siguiente situación: los visigodos ocupaban la Tarraconense, la Cartaginense, la Bética y la zona sur de Lusitania, así como la parte sur de las Galias. Los suevos, la Gallaecia. A la población hispano-romana, visigoda y sueva, hay que añadir grupos minoritarios de orientales y judíos.
   Desde el punto de vista religioso, prescindiendo de los judíos, Hispania quedó escindida en dos: de un lado los católicos, que eran hispano-romanos y suevos, y de otro lado los arrianos, que eran visigodos. A pesar de ello, no se producían enfrentamientos entre los distintos grupos mientras la religión no adquirió valor político.
   En la segunda mitad del siglo VI se produjeron tres acontecimientos de suma importancia. Dos de ellos tenían carácter político: la ocupación de una gran parte del sureste hispánico por los bizantinos como consecuencia de la petición de ayuda por parte de Atanagildo en su intento de derrocar a Ágila (552), y la anexión por Leovigildo del reino suevo con la consiguiente unificación bajo la Monarquía visigoda (588). El tercer acontecimiento fundamental para la comprensión del momento isidoriano fue la conversión del pueblo visigodo al catolicismo bajo el sucesor de Leovigildo, Recaredo, en el III Concilio de Toledo (589).
   Se conoce el nombre del padre de san Isidoro, Severiano, gracias a la noticia que el propio Isidoro dedica a su hermano Leandro de Sevilla, en su De uiris illustribus (cap. 28). Ese nombre apunta a un origen hispano-romano, probablemente aristocrático. Se sabe que tuvo tres hermanos mayores: Leandro, Fulgencio (después obispo de Écija) y Florentina, pues así lo recuerda Leandro en su De institutione uirginum, dedicado a su hermana. A partir de ahí, las conjeturas son la única solución al resto de los problemas que plantean sus primeros años. En la noticia sobre su hermano, Isidoro informa de que nació en la provincia Cartaginense, indicación que deja amplio campo a la localización del lugar exacto, puesto que esta provincia abarca una extensión que va desde la costa sureste de la Península hasta el sur de Tortosa y avanza hacia el interior hasta cerca de Mérida por el sur, Toledo en la parte central y Palencia por el norte. La opinión más difundida es la que localiza a su familia en zona bizantina, partiendo de una interpretación de un pasaje de la obra antes citada de Leandro (31, 3-4), en el que éste se lamenta sobre la necesidad de abandonar la patria. Un poco más adelante (31, 6-7) Leandro, mencionando la marcha de Fulgencio a su tierra natal, habla del cambio experimentado en el lugar desde su infancia, al haber sido ocupado por extranei. Para unos, esto indica que la familia tuvo que emigrar debido a la ocupación de los bizantinos y ven en el conflicto entre Ágila y Atanagildo el motivo de expulsión: los grandes propietarios de Cartagena habrían apoyado a Atanagildo en su petición de ayuda a los bizantinos, y Ágila, como represalia, los expulsó cuando se estaba esperando la llegada de los bizantinos, hacia el año 550. Otros piensan que el contraste ciues/extranei tiene que aludir, por fuerza, a la oposición entre hispano-romanos y godos, lo cual llevaría a concluir que la familia de Severiano fue expulsada por los godos, hipótesis que apunta a los límites de la Cartaginense con la Bética (¿la Orospeda?). La expulsión se debería a la pugna entre católicos y arrianos y piensan en Ágila. Esto explicaría la presencia de la familia en Sevilla, cercana al lugar de procedencia y dominada por el rebelde Atanagildo. Como se ve, el texto presupone en el destinatario —su hermana— el conocimiento de hechos desconocidos en la actualidad, por lo que, llegar a conclusiones definitivas, es complicado. Por las palabras de Leandro, hay que suponer que Isidoro se educó junto a él, en Sevilla, ciudad de la que Leandro fue obispo desde 579, es decir, cuando Isidoro era un adolescente. Posiblemente estudió en la escuela catedralicia de Sevilla. No se sabe nada más con seguridad (algunos investigadores han apuntado un período de monacato, aunque no es probable), hasta su nombramiento como obispo de Sevilla en torno al año 600. 
 Las circunstancias vividas por Isidoro, desde aproximadamente el año 570 hasta su nombramiento como obispo, están vinculadas al período visigótico de mayor esplendor: los reinados de Leovigildo (c. 569-586 con Liuva hasta el 573) y su hijo Recaredo (586-601). Acontecimientos decisivos fueron la integración de la Gallaecia en el Reino visigodo con Leovigildo (585) y la desaparición del reino suevo; la revuelta de Hermenegildo contra su padre Leovigildo (579) y la conversión de los godos al catolicismo con Recaredo (589). Estos dos últimos ofrecen características similares, que reflejan bien la situación vivida por Isidoro, puesto que en ambos casos religión y política están en la base. Importantes por su significado fueron la “imperialización del reino” sobre el modelo de Bizancio y la adopción de Toledo como urbs regia.
   En 573 Leovigildo asoció al reino a Hermenegildo y Recaredo. Como consors regni fue Hermenegildo a Sevilla (580), casado con la católica Ingunda. En Sevilla estaba Leandro. Puede que éste influyera en la conversión al catolicismo de Hermenegildo y, en cierto modo, apoyara la sublevación. De hecho fue enviado a negociar a Bizancio y allí permaneció hasta que fue vuelto a llamar por Leovigildo.
   El problema entre arrianos y católicos fue percibido por Leovigildo en el 580, año en que convocó un Concilio arriano. La crisis no se resolvió hasta el 589, cuando Recaredo, en un Concilio convocado en Toledo y presidido por Leandro, adoptó la religión católica como religión del pueblo godo. Esta era la experiencia directa e indirecta de Isidoro cuando ocupó la sede de Sevilla y la herencia que recibió.
   Desde aproximadamente el año 600 hasta su muerte en 636, fue obispo de Sevilla. Participó como tal en el II Concilio de Sevilla (619) y en el IV Concilio de Toledo (633). Firmó el Decreto de Gundemaro de 610 reconociendo la categoría de metrópoli para Toledo. No hay que esperar de un autor cristiano del siglo VII, que era obispo, una producción literaria en el sentido que actualmente se da a esta expresión. Se pueden encontrar obras concebidas al margen de las necesidades religiosas, pero siempre con una utilidad inmediata, que fundamentalmente puede enunciarse como la de educar al clero para que desarrolle su función de modo adecuado.
   Aunque la obra más conocida de Isidoro, la que le dio fama a lo largo de toda la Edad Media, es las Etymologiae, casi toda su producción tuvo enorme importancia en el ámbito religioso y educativo. Un grupo estaba destinado a facilitar la lectura de la Biblia, casi exclusivamente el Antiguo Testamento: Prooemia, De ortu et obitu patrum, Allegoriae, Sententiae, Liber numerorum, Quaestiones in Vetus Testamentum.
   Otras respondían a necesidades inmediatas de regulación del clero: Regula monachorum, De ecclesiasticis officiis, intervención en la Collectio Hispanica. Otras a la defensa de la recta doctrina y de la moral: De fide catholica y libro II de Differentiae. Hay varias que tienen un carácter histórico: De haeresibus, Chronicon, Historia Gothorum, De uiris illustribus. Por último, dejó obras de naturaleza pedagógica, como el libro I de las Differentiae, y otras de carácter ‘científico’ como el De natura rerum. De todas ellas, llama la atención los Synonyma, obra de utilidad discutible, de elaboración cuidadosa, que parece responder a un intento mezcla de ingenio y fervor personal.
   Hasta el momento, no hay seguridad respecto a la datación relativa de las obras de Isidoro. Por esa razón, se sigue aquí la secuencia que adoptó Braulio de Zaragoza en su Renotatio, aún a sabiendas de que el orden en que enumeró las obras no fuera el que Isidoro siguió en su composición. Braulio cita dos libros de Differentiae, pero la transmisión manuscrita de ambos y su finalidad fueron distintos, y quizá también su fecha de composición.
   El libro I (c. 600) constituye un ejemplo único dentro de la producción isidoriana. No es un manual, ni contiene información o datos sobre cuestiones de tipo educativo, ni trata de aspectos religiosos o doctrinales. Es una especie de diccionario temático —al que después se ha impuesto la ordenación alfabética—, presentado bajo la forma de diferencias. Representa, por tanto, en el proceso de adquisición de vocabulario, un escalón superior al del diccionario simple, puesto que aspira a la precisión en el uso de las palabras. No es suficiente saber de modo general qué significa caelum y aether, hay que establecer la diferencia correspondiente para que la interpretación de lo leído sea exacta y el uso al escribir correcto. Por eso la forma de las entradas es la habitual en este tipo de tratados: Inter caelum et aetherem... Si se considera que en la entrada siempre figura más de un vocablo y que cada uno de ellos comienza por una letra distinta, la distribución temática, además de ser la más utilizada en el momento, es la más adecuada para facilitar la consulta. Las dos versiones en que ha llegado hasta hoy, la temática y la alfabética, difieren en el número de lemas, mayor en la alfabética, que es posterior y de autoría no isidoriana. En cuanto al libro II, es de naturaleza cuasi doctrinal, aunque se mantiene la forma. Las ‘diferencias’ que Isidoro propone están pensadas para alcanzar la comprensión de problemas que el cristianismo plantea o bien para dar un alcance religioso a fenómenos ajenos, en un principio, al cristianismo. Este es el caso, por ejemplo, de la presencia de una extensísima diferencia destinada a definir, bajo el punto de vista religioso, las partes del cuerpo. La forma de ‘diferencia’ aplicada guarda evidente relación con el éxito del método utilizado en el libro I.
   Prooemia parece ser el libro que podrá permitir el acceso a la lectura de la Biblia. Se trata de una serie de prólogos breves, algunos más que otros, que se corresponden con cada uno de los libros de la Biblia que conforman el canon, incluidos los Evangelios. Esto supone una presentación resumida del contenido de cada uno de los libros, al tiempo que una enumeración de los libros bíblicos canónicos (prol. Plenitudo Noui et Veteris Testamenti, quam in canone catholica recepit ecclesia, iuxta uetustam priorum traditionem ista est). La finalidad de estas sumarias introducciones era, indudablemente, servir de presentación a los libros para facilitar la comprensión global de su sentido.
   La analogía existente entre los Prooemia y De ortu et obitu patrum se concreta en que ambos son una recopilación de noticias breves relativas a cuestiones bíblicas. Si los Prooemia eran presentaciones a los libros de la Biblia, el De ortu son “biografías” de personajes bíblicos. La primera diferencia que se advierte es el carácter selectivo, como no podía ser menos. No está claro cuál pudo haber sido el criterio aplicado en la selección, ni tampoco la diferencia en la extensión dada a unos y otros personajes.
   Al tratarse, básicamente, de noticias resultantes de la reelaboración de los datos existentes en la Biblia sobre estos personajes, cabría pensar que la extensión depende en principio de esto. Ahora bien, en ocasiones, los capítulos añaden datos procedentes de los comentaristas o de obras ‘biográficas’, como sucede con el Quaestiones Hebraeae o epístolas de Jerónimo de Estridón, los Moralia in Iob de Gregorio Magno, De Officiis de Ambrosio de Milán o libros anteriores de tema paralelo. Este hecho conduce a la aceptación de la arbitrariedad en la extensión, resultante de ir acumulando sobre el personaje datos procedentes de unas cuantas fuentes disponibles desde el principio. Es decir, no se busca información específica para cada capítulo, sino que todos se elaboran y acogen la información que el autor encuentra en los textos seleccionados con vistas a la redacción. El destinatario concreto de De ecclesiasticis officiis (610-615) era su hermano Fulgencio, obispo de Écija.
   Como es habitual en este tipo de dedicatorias, Isidoro decía que emprendía el trabajo a instancias de su hermano, que deseaba información acerca de los orígenes de ritos y festividades celebradas por la Iglesia. Sin embargo, el destinatario implícito era el clero en general. Dispuesta en dos libros, el primero trata de la procedencia de los ritos que acompañan a los oficios (de origine officiorum, que probablemente fue el título original): música, lecturas y procedencia de las mismas —la Biblia—, oraciones de la misa y sentido de la consagración, oficios diarios y sentido especial del sábado y domingo, festividades anuales e instituciones que acompañan a algunas de ellas (ayuno y abstinencia).
   El segundo libro (de origine ministrorum) describe el clero y su tipología; sigue con los sacramentos: matrimonio, catecumenado, símbolo de la fe, bautismo, crisma y confirmación. Synonyma (c. 610) está dividido en dos libros de naturaleza un tanto diferente y su importancia va más allá que la que despierta su contenido. En cierto sentido, puede ser considerada como la pieza más literaria de las escritas por el arzobispo de Sevilla. Su forma, que actualmente produce en el lector una sensación de acumulación de términos semánticamente plenos, cadenciosa y repetitiva hasta la saciedad, constituyó para la Edad Media un estilo altamente valorado, al que se dio el nombre de ‘stilus isidorianus’. No quiere esto decir que sea Isidoro su creador, sino que con él alcanzó mayor intensidad. Leandro en el De institutione uirginum y Gregorio Magno en sus Moralia in Iob ofrecen ya muestras del favor que ese estilo había logrado en el siglo VI y que, en último término, tiene sus raíces en la literatura postaugustea, especialmente en Séneca. El atractivo derivado de este aspecto de la obra ha llevado, durante siglos, a olvidar la valoración de su contenido. Obra ascética o espiritual, como la define J. Fontaine, gran estudioso de san Isidoro.
   En el prólogo, Isidoro define los Synonyma como una obra surgida de la lectura de una scedula, cuya forma de expresión (formula) le indujo a elaborar un lamentum, término bajo el que lo cita Ildefonso de Toledo en su De uiris illustribus (8): [...] librum lamentationis quem ipse Synonymorum uocauit [...]. Se trata de un monólogo interior que recuerda los Soliloquios de Agustín de Hipona, lo cual explica el título de Soliloquia, isidoriano también, que fue muchas veces preferido a lo largo de la Edad Media. En realidad, este esquema se percibe con toda claridad en el libro I, pero no en el II, que está integrado por una serie de normas que hay que seguir en el camino hacia la perfección. Se ha transmitido, al igual que otras obras de Isidoro, en una doble versión.
   Otra pieza significativa de la personalidad isidoriana es el De natura rerum (613). La obra es una mezcla de nociones elementales: comienza con la definición y descripción de lo que es el día y los tipos de día, avanzando, a continuación hasta llegar al año, las estaciones y equinoccios y solsticios. A partir de aquí, el planteamiento cambia y adquiere un carácter de tratado astronómico primero y meteorológico después, para pasar finalmente a ocuparse de los fenómenos terrestres, con un tratamiento próximo al geográfico.
   En su conjunto, son temas que reciben también atención en las Etimologías: astronomía, meteorología, geografía, etc. Está dedicada a Sisebuto. Por su título recuerda al poema de Lucrecio, pero su concepción, como es lógico, difiere profundamente. Isidoro escribió un Liber numerorum, pero existen dudas de que sea el tratado anónimo que con ese mismo título ha llegado hasta hoy (se tiene una obra de título semejante, Liber de numeris, de clara procedencia irlandesa). En él Isidoro aclara el sentido alegórico de los números, a fin de que, cuando aparecen en la Biblia, adquieran para el lector su significado profundo. El libro pone al descubierto el significado de los números dentro de las Sagradas Escrituras, atribuyendo a éstos un valor simbólico, que sólo la interpretación alegórica puede alcanzar. Es un problema tradicional e Isidoro atribuye a la recta comprensión del significado la categoría de doctrina y a lo que los números encubren el carácter de mystica sacramenta. Después de definir qué es ‘número’, comienza con el 1 y selecciona los números que tienen un especial significado dentro de la Biblia: 1-16, 18, 19, 20, 24, 30, 40, 46, 50 y 60. Aunque adaptado a las necesidades culturales de su época y su religión, tiene puntos de contacto con el libro De arithmetica de la obra de Marciano Capela.
   Allegoriae (c. 615) es un tratado que da de cada personaje una interpretación alegórica, por contraposición con las noticias de los tratados anteriores, que podrían catalogarse como históricas. De acuerdo con ello, los personajes son, a menudo, tipos bíblicos. Al hablar de tipos hay que entender que no siempre se trata de personajes concretos, con nombre propio que los identifica, sino que se toma un tipo, como la mujer que encontró una moneda, el ‘rico’, los ‘ciegos’, los ‘cojos’, etc. Estas últimas suman el 45 por ciento del total, y en un 99 por ciento se concentran en la última parte de la obra, es decir en la parte dedicada a los personajes del Nuevo Testamento.
   Lo mismo que se ha dicho a propósito del liber numerorum puede aplicarse al tratado De haeresibus, una compilación de las herejías que se dieron durante los siglos anteriores, tanto por relación al cristianismo, como al judaísmo y lo que podría considerarse como religión entre los gentiles: las doctrinas filosóficas. Por lo que atañe al cristianismo, algunas de las herejías descritas todavía persistían en el momento en que Isidoro escribió. El De haeresibus cuenta con correlatos dentro de las Etymologiae, aunque de menor extensión; se corresponde con un capítulo del libro VIII.
   Sententiae, o De summo bono, título este último con que se le conoce, sobre todo, durante la Edad Media, consta de tres libros y su contenido se encuentra a mitad de camino entre una obra doctrinal y una obra moral. Dentro de la primera categoría podría considerarse el primer libro: desde Dios al hombre, la Iglesia, los paganos (los que están fuera de la Iglesia), la ley divina, la Biblia y sus modos de expresión, así como la diferencia entre los dos Testamentos. La organización de la Iglesia: oración, sacramentos; mártires y santos, Anticristo, resurrección, juicio final, infierno, cielo.
   Los otros dos libros, sin embargo, adoptan una postura moralizante y son una exposición de los caminos que el cristiano debe seguir para integrarse en la Iglesia descrita en el libro I. Su difusión durante la Edad Media fue considerable.
   La Chronica es una recopilación de los hechos históricos desde el comienzo del mundo, que para Isidoro es el año 5200, hasta Sisebuto, en una versión, y hasta Suintila en otra. Es decir, que se cuenta con dos redacciones, cuyas diferencias no se reducen a la prolongación en el tiempo de las noticias existentes en la versión breve, sino a la diferente forma que adopta el texto en algunos pasajes. Sus antecedentes se encuentran en el Chronicon de Eusebio de Cesárea, trasladado y adaptado al latín por Jerónimo, aunque la distribución en seis edades está tomada de Agustín de Hipona. Es un género seco de estilo, que se limita a anotar los datos de forma escueta.
   Aunque al De fide catholica contra Iudaeos podría atribuírsele carácter doctrinal, lo cierto es que, en Isidoro, la frontera entre lo doctrinal y lo no doctrinal no es fácil de trazar.
   Se trata de una obra relativamente extensa, dedicada a su hermana Florentina. La primera parte del título: De fide catholica, responde bien a su contenido. Dividida en dos libros, el primero de ellos es una demostración positiva de la verdad cristiana expuesta al hilo de los puntos cruciales de la vida de Cristo. En la segunda parte introduce los argumentos que la Biblia proporciona para mostrar el error de gentiles y judíos, incidiendo sobre la conversión de los primeros y el hecho de que el dogma judío ha quedado relegado con la llegada de la nueva ley.
   La obra se toma como un apoyo a la política antijudía de Sisebuto, pero no se presenta como un alegato contra los judíos, sino como una exposición razonada acerca de la verdad y el error. Los únicos puntos en que se observa un rechazo concreto es cuando se refiere a las prácticas religiosas de gentiles y judíos, por él consideradas supersticiosas. El hecho de que los preceptos rituales judíos se mantengan todavía, frente a los paganos, que en la práctica han desaparecido, es lo que otorga a estos pasajes un carácter más polémico.
   De uiris illustribus es un catálogo de escritores cristianos, tomando como antecedente los tratados sinónimos de Jerónimo y Genadio. Al igual que otras obras suyas, el De uiris illustribus ha llegado en una doble versión, de alcance variable, esta vez consecuencia de la manipulación que posteriormente se ha hecho de la obra del obispo hispalense. La obra original consta de treinta y tres pequeñas biografías de autores cristianos, sobre las que posteriormente se añadieron trece capítulos mediante la reelaboración del capítulo inicial. Destaca la inclusión de un alto número de escritores hispánicos, sobre todo del período más reciente.
   Se atribuye este hecho a un progresivo provincialismo, aunque también habría que tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo vi el panorama literario occidental es pobre y, en una gran proporción, se concentra en Hispania.
   Regula monachorum es uno de los primeros escritos de Isidoro, anterior al 619; su destino concreto no se conoce. Se trata de trazar un modelo de conducta de los monjes, siguiendo el camino de Regulae anteriores, aunque parece inclinarse más hacia modelos orientales (Regula Pachomii) que occidentales (Regla de san Benito). En el Proemio declara su intención de flexibilizar las normas de las antiguas Regulae, de modo que la condición de monje sea asequible a todos, sin exigir la perfección. Comenzando con el recinto, sigue con los monjes, el trabajo al que deben dedicarse, actividades religiosas (oficios, reuniones, lecturas...), alimentación, festividades, etc. Hay dos redacciones de la obra, una de ellas probablemente de la segunda mitad del siglo VII.
   Historia Gothorum, Wandalorum et Sueuorum, en su conjunto, pertenece a una tradición literaria distinta a los Chronica. Su objeto está restringido a la historia de los pueblos que en el siglo V ocuparon las distintas zonas de Hispania, a partir del momento en que hicieron su aparición en el Imperio Romano. El autor se permite una cierta personalización en el estilo y las noticias son más amplias, aportando datos curiosos, relativos a la personalidad del monarca tratado.
   Ahora bien, la delimitación impuesta al objeto historiado hace que la variedad en las noticias sea menor.
   Desaparecen observaciones relativas a las figuras importantes del momento, tal como vemos en la Crónica, y el conjunto se aproxima más al tradicional método histórico. La Historia Gothorum se ha transmitido en dos recensiones, una que termina con Sisebuto (619) y otra con Suintila (626), modificada en diversos puntos, tal como sucedía con los Chronica. 
    La Laus Spaniae precede en muchos casos al conjunto de las tres y, en otros casos, sirve de colofón a la Historia Gothorum. Es un elogio encendido de Hispania, que sigue los pasos de los elogios a las ciudades tan frecuentes en época tardía.
   Otro de sus libros, Quaestiones in Vetus Testamentum, en parte de la tradición manuscrita figura bajo el nombre de Mysticorum expositiones sacramentorum, título que nos acerca de inmediato al tipo de comentario.
   En efecto, se trata de un comentario, primordialmente alegórico, a pasajes seleccionados de los libros del Antiguo Testamento. Aunque en la Renotatio de Braulio de Zaragoza se cita como integrada por dos libros, la obra, tal y como se ha transmitido hasta el presente, sólo consta de uno. Está precedida de un prólogo en el que Isidoro explica las razones que le han llevado a componerlo. Siguiendo un tópico común insiste en la brevedad de sus comentarios y justifica el carácter místico de los mismos aludiendo a la existencia de otra obra suya en que se había ocupado del sentido histórico. Como dice, no toda la Biblia tiene sentidos ocultos bajo la simple letra, pero el hecho de que los pasajes que no lo tienen formen un todo coherente con los que sí lo tienen, imprime al conjunto un sentido que va más allá del histórico.
   Dentro de los episodios, en unos casos, se seleccionan aspectos que pueden plantear problemas morales: así, la aceptación del concubinato por parte de Abraham (capítulo 20 = Génesis, capítulo 25, versículos 1-11), la simulación de Isaac haciendo pasar a Rebeca por su hermana (capítulo 21 = Génesis, capítulo 26). El comentario va precedido de un resumen del episodio al que pertenece el punto comentado.
   Otras veces, el comentario está motivado por la aparente vacuidad del texto bíblico, que obliga a buscarle un sentido trascendente: episodio de los pozos excavados por Isaac y sus riquezas. De cualquier modo, como dice en el prólogo, siempre se trata de episodios que han sido comentados previamente por los anteriores padres de la Iglesia.
   Dado el tipo de comentario, destinado más que a aclarar la lectura, a interpretarla y orientarla en el sentido ya aceptado por la Iglesia, la extensión va disminuyendo, los episodios seleccionados son más breves a medida que se accede a acontecimientos menos necesitados de aclaraciones u orientaciones. La selección se hace más tajante. El apartado dedicado a los Numeri está destinado exclusivamente a desarrollar el capítulo 33 de la Biblia: Stationis Israelis in deserto, a manera de los Itineraria. La selección de pasajes del Deuteronomio es peculiar, porque no respeta el orden en que aparecen en la Biblia, sino que impone una organización propia. Hay una selección de pasajes del Levítico. Incluye a continuación: Josué, Jueces, reduce el libro de Ruth a un capítulo (el último del libro de Josué), los libros de Reyes, Esdras y Macabeos.
   Esta última inclusión es lógica, puesto que se trata de un libro histórico y, de hecho, Isidoro sólo se ocupa de éstos. Ni es todo el Antiguo Testamento, ni es un comentario seguido de los libros comentados. Sólo los libros históricos.
   Además de las obras citadas, queda un pequeño numero de epístolas y una interesante y discutida colección de versos (Versus Isidori), que parecen haber estado destinados a ilustrar, no tanto los libros de la biblioteca del obispo sevillano, como los de una biblioteca básica modelo, ya que los pequeños poemas se refieren a autores —tanto cristianos como no cristianos— que se consideraban por entonces como indispensables.
   Tal vez, de no haber escrito las Etymologiae, Isidoro no ocuparía el lugar destacado que actualmente tiene en la historia “literaria”. Las Etimologías, obra a la que con frecuencia se da el nombre de “Enciclopedia de la Edad Media”, responde a esa denominación en el sentido de que en ella es posible encontrar información sobre las cuestiones y objetos más diversos. Desde la gramática a los arneses, Isidoro ha recogido en veinte libros —bajo esa forma ha llegado hasta la actualidad— definiciones y descripciones relativas a miles de referentes. Unos existen, otros son inexistentes ya en su momento; lo cual indica que la enciclopedia, básicamente, no está destinada a entender el mundo real, sino el mundo escrito.
   El orden en que la información está dispuesta es uno de los problemas que plantea esta obra. Los tres primeros libros constituyen un conjunto formado por pequeños manuales de las siete artes liberales: gramática, retórica, dialéctica (libros I y II), aritmética, geometría, música, astronomía (libro II). A los libros VII-X les confiere unidad el estar dedicados a estudiar los nombres de los seres divinos y humanos, los nombres de los colectivos de que forman parte (tanto religiosos como civiles), de las instituciones a las que pertenecen, y los nombres que, dentro y fuera de ellas, se adjudican al hombre. En cuanto a los libros XI-XX, están dedicados a una descripción del mundo y sus habitantes. El reino animal (el hombre seguido por el resto de los seres vivos): libros XI y XII. El universo como creación de Dios (fenómenos propios, la tierra y sus accidentes): XIII-XIV; reino mineral: XVI, y reino vegetal: XVII. Fenómenos y objetos cuya existencia caracteriza la sociedad humana: XVIII-XX. Para que la lógica sea completa quedan dos huecos, uno entre los libros III y VII y otro entre el XIV y XVI. El primero va acompañado de problemas en la transmisión manuscrita, mientras que el segundo no.
   Los libros IV, V y VI están dedicados a la medicina —prolongación de las artes liberales— (IV), a las leyes y la cronología, incluido el factor historia (V), y los libros bíblicos así como las festividades cristianas y el modo de calcular el momento de celebración (VI), que parece paralelo al libro V: normas religiosas/leyes y cronología de los principales hitos de la historia del cristianismo acompañados del cómputo. El libro IV es posible que fuese añadido posteriormente al grupo inicial formado por los libros I-III, mientras que los libros V y VI responderían a la idea de completar con las leyes el cuadro. Tal como se ha transmitido en el libro IV, con su capítulo final indicando que la medicina es el elemento que falta para culminar las artes liberales, es evidente que no pudo ir nunca detrás del de legibus —segunda parte del libro V—, tal y como se encuentra en algunos manuscritos. Con lo cual hay que pensar que la parte de las leyes iba suelta, como también era independiente la parte de la historia. La parte de la transmisión manuscrita que conserva el orden III-Va-IV-Vb es la más antigua, puesto que presupone la existencia de un bloque al que ya se había añadido el IV y un arreglo (no isidoriano) que inserta todas las materias susceptibles de ser consideradas básicas socialmente, dejando para el final la declaración de la medicina como remate. O bien puede interpretarse como una primera fusión de las leyes al grupo de las artes liberales sobre el que se suma el libro de medicina que circulaba suelto. ¿Cabría pensar en el Vb, dedicado en parte a la aclaración de conceptos como día, mes, etc., a modo de un complemento al de astronomia? En cuanto al libro XV, dedicado a edificios y campos, estos últimos desde el punto de vista de su habitación humana (los dos capítulos finales), parece reflejar una idea, de por sí interesante, para comprender la visión medieval del universo: la inexistencia del mundo sin la presencia del hombre; de ahí que la descripción puramente geográfica reciba el complemento de la descripción de los “accidentes” que en la tierra van aparejados con la presencia del hombre. De aceptar esta idea, no existiría salto entre el libro XIV y el XVI.  
  El sistema de exposición está en gran parte basado en la etimología, por lo que se refiere a la identificación de las características del referente, la definición y la descripción. En ocasiones, a la definición y descripción añade un ejemplo. No hay duda de que es el mismo sistema que el seguido en las entradas de los diccionarios. Aunque la etimología es potestativa en los diccionarios, los otros dos rasgos son inevitables: definición, si se trata de un concepto o un hecho, descripción si se trata de un objeto. Su consulta durante la Edad Media fue masiva. Su uso con el tiempo necesitó de la ayuda de índices que hicieran más fácil su manejo: los índices de materias e incluso de términos se anteponen o siguen en los manuscritos al texto. No creo que sea adecuado decir que la Edad Media se nutrió de las Etimologías. Si lo hizo, fue en la medida en que la lectura de los textos enfrentaba al lector a una serie de problemas terminológicos de difícil solución y encontraba allí manuales básicos, que le evitaban la búsqueda de otros. En las Etymologiae encontraba no sólo la solución para identificar a un monarca, sino también la época en que había vivido; podía saber qué eran los Fasti y al mismo tiempo entender —siempre según Isidoro— por qué tenían ese nombre. A un nivel elemental podía situarse y comprender un mundo pretérito, punto de referencia obligado, puesto que a él pertenecían todos los instrumentos y lecturas que lo rodeaban, incluidos los relativos al mundo cristiano (Carmen Codoñer Merino, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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