Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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viernes, 30 de abril de 2021

Un paseo por la plaza Alfaro

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza Alfaro, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     La plaza Alfaro es, en el Callejero Sevillano, una plaza que se encuentra entre las calles Lope de Rueda, plaza de Santa Cruz, Jardines de Murillo, Antonio el Bailarín, y callejón del Agua, en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
     La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario.
     La vía, en este caso una plaza, está dedicada a Francisco de Alfaro, perteneciente a una familia de caballeros, que vivió en dicha plaza.
     Desde finales del s. XVI fue conocida como plazuela del obispo Esquilache por haber vivido en ella en aquella centuria Alonso Fajardo, canónigo de Sevilla y prelado titular de Esquilache; esta denominación la conservara hasta finales del s. XVIII en que se rotula con el topónimo actual por haber nacido en ella Francisco de Alfaro, perteneciente a la familia de caballeros de este apellido, que al parecer tuvieron enterramiento próximo a la Capilla Real en el que figuraba el lema "los Alfaro, aunque pobres, hijosdalgo", según cuenta Ortiz de Zúñiga en sus Anales.
     Su apertura muy probablemente estuvo en relación con el ensanche buscado para alguna casa principal, aunque no tenemos testimonios directos de ello. En el s. XVI se cita ya como plazuela. De forma cuadrangular, estaba abierta a cuatro calles, dos de ellas no eran sino el paso de ronda que corría junto a la muralla desde el Alcázar a la Puerta de la Carne, otra comunicaba con la plazuela de Santa Cruz y la cuarta es la actual Lope de Rueda. Su situación, junto al muro, fue una constante tentación para los vecinos que pretendían, y a veces lo conseguían, incorporar tramos de ella a sus viviendas; este proceso que se inicia en el s. XVI terminará por consolidarse en dirección a la plaza de Refinadores y a la ocupación temporal de un tramo del callejón del Agua, originando una barreduela que ha perdurado hasta 1913 en que se dejó expedita. Tras la demolición parcial de la muralla, entre 1911 y 1915, la plaza quedó abierta a los jardines de Murillo. Está pavimentada con adoquines y acerada con losetas de cemento, presenta una leve inclinación hacia los jardines, con los que se une a través de unos escalones que salvan la diferente altitud de lo que en otro tiempo era extramuros. Se ilumina con farolas de fundición tipo gas adosadas. Hasta 1840 existió una cruz de mármol sobre peana de obra y una fuente cuya reparación se pedía a principios de siglo. Esta fue sustituida hace unos años por una de cerámica trianera colocada en los escalones de acceso. El caserío, formado por sólo cuatro edificios, es de dos plantas; las dos casas que constituyen el frente occidental son de tipo popular de los siglos XVI-XVII; otro de los frentes esta constituido por una sola vivienda muy bien conservada que linda lateralmente con los jardines y que presenta portada de piedra, amplio tejaroz sobre ella y balcón esquinado con rica labor de carpintería. La casa frontera, de valor histórico, fue demolida y en su lugar se ha levantado un edificio de apartamentos que ha respetado el patio central.
     La plaza hubo de tener funciones de expansión en un barrio como el de Santa Cruz en donde había pocos espacios abiertos -téngase en cuenta que la de Santa Cruz no fue abierta hasta el s. XIX-, y de tránsito hasta que fue cerrada la calle de ronda, quedan­do entonces aislada en un fondo de saco al que sólo se podía penetrar por la tortuosa Lope de Rueda y por la no menos laberíntica plaza de Santa Cruz antes de la demolición de la parroquia. Este aislamiento se rompe cuando se abre el tapón del callejón del Agua y se derriba la muralla que la comunicaba con los jardines de Murillo. Estas actuaciones la convirtieron en un lugar de tránsito hacia la estación de ferrocarril de San Bernardo, barrio del mismo nombre, prado de San Sebastián y los mismos jardines, que se incorporaron a la ciudad tras la cesión real de la Huerta del Retiro; por otra parte, se constituyó en una puerta de penetración del barrio de Santa Cruz y del centro histórico a través sobre todo del callejón del Agua. En la actualidad forma parte de los itinerarios turísticos del barrio de Santa Cruz y, en consecuencia, se han instalado un restaurante y una tienda de antigüedades. Confluyen por este mismo motivo un gran numero de vendedores ambulantes de baratijas y no falta algún cantaor y guitarrista que llama la atención de los turistas. La proximidad de un quiosco de chucherías congrega a gran número de niños. En el solar que hoy ocupa el edificio de apartamentos tuvo su residencia la familia de los Alfaro y posteriormente el deán López Cepero, que en las primeras décadas del s. XIX reunía tertulias literarias y liberales. En esta misma casa o en la frontera residió el obispo Esquilache y en alguna otra nació el poeta Félix José Reinoso. En el número dos se creyó durante mucho tiempo que había muerto Murillo. Asimismo, la leyenda que inspiró a Rossini su ópera El barbero de Sevilla sitúa en este lugar la residencia de Rosina, la joven protagonista de la historia de amor que propiciaba Fígaro [Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993]. 
plaza Alfaro, 2
. Casa de dos plantas, de tipo popular.
plaza Alfaro, 6. Casa de dos plantas con portada de piedra flanqueada por pilastras, sobre ella hornacina con columnas toscanas sobre ménsulas. Todo el conjunto está defendido por un tejaroz. En la esquina existe un balcón con rica labor de carpintería.
plaza Alfaro, 7. Edificio de dos plantas, que fue propiedad de la familia Alfaro. Tras un amplio zaguán, cerrado por doble cancela, se alcanza el patio de colum­nas de planta trapezoidal, con  fuente en el centro. En uno de los ángulos de dicho patio se encuentra la escalera de acceso a la planta alta. Al jardín de esta casa perteneció la fuente de grutescos y una logia frente a ella, que hoy están en el número 1 del Callejón del Agua [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984]
     Conozcamos mejor a Francisco de Alfaro, perteneciente a una familia de caballeros, que vivió en dicha calle, a quien está dedicada esta vía;
     Francisco de Alfaro (Sevilla, 1551 – Madrid, 1644), jurista, oidor de Audiencia, visitador gobernador, miembro del Consejo Real y Supremo de las Indias, tratadista y consejero de Hacienda.
     Nació en Sevilla y estudió derecho en Madrid. El licenciado Francisco de Alfaro no era una figura desconocida en el ámbito de la Corona de España. El Consejo de Indias lo propuso al Rey, el 10 de septiembre de 1597, para ocupar la vacante como fiscal de la Audiencia de Charcas. Se había desempeñado como tal “con verdadera sastifacción”, durante cuatro años, en la audiencia de Panamá. Era fiel servidor, cuidadoso en toda forma de los intereses de la Real Hacienda, juez e inspector con poderes amplios allí donde se requería serenidad y honradez. A fines de 1610, el presidente de la Audiencia de Charcas encomendó a su oidor, Francisco de Alfaro, realizar las visitas a las provincias “confiando en las buenas partes, letras, rectitud y cristianidad que concurren en vos [...] y la entrega y larga noticia que teneis de materias de Indios”. En Cédula Real se había establecido claramente los objetivos de su misión: primero, ir a todas las ciudades, villas y lugares de dichas provincias y gobernaciones; en segundo lugar, visitar las cajas y almacenes reales y los cabildos; en tercer lugar, ver a los encomenderos y depositarios de indios; finalmente, saber y averiguar cómo se han usado los oficios. Alfaro era, pues, un juez e inspector que debía llevar a cabo una visita difícil, minuciosa, pues requería una severidad y honradez a toda prueba, y Alfaro demostraría ser digno de la confianza que se depositaba en él. En cumplimento de su comisión, estuvo Alfaro en Santiago del Estero, Córdoba y Buenos Aires. Desde la capital de la provincia escribió el visitador al Rey informándole que en cumplimiento de su misión había visitado cinco ciudades en un año. Que no podía ir “a la ciudad del Guairá y la Villa Rica, sin grandes y notorios riesgos y si quien es criollo de aquella tierra temió (Hernandarias) [...]”. Además, el viaje de ida y vuelta al Guairá, tomaría seis meses. De su visita al Tucumán, Buenos Aires y el Paraguay sacaba la conclusión “que hacia muy grande imposibilidad en dilatar el concluir esta visita porque los agravios de los Indios instaban cada día el remediarlos”. Siguió viaje Alfaro al Paraguay y estudió atentamente la condición social de los indios. El régimen de vida que los indígenas llevaban con los españoles debió de sorprenderle en sumo grado, pues naturales y colonizadores se mantenían en una armonía inimitable. 
   Sin embargo, Alfaro creyó necesario reformar ese régimen de vida; su mentalidad de jurista no se distinguía por lo práctico, sino por lo estrecho. Asesorado por el gobernador Marín Negrón y el padre Diego de Torres, Alfaro dictó las ordenanzas para uso de la gobernación del Paraguay y del Río de la Plata, con los decretos del Consejo de Indias. Las promulgó en Asunción “cabeza de la gobernación del Paraguay y del Río de la Plata”.
     Las ordenanzas constan de 20 capítulos y 86 artículos.
     Las fundaba así: “Las cuales dichas ordenanzas he hecho como entiendo conviene, respecto de lo que mas constado por las visitas y muchos mas por relaciones particulares; porque en esta tierra todos quieren que se entienda e informe lo que les conviene; que ha tanto ha llegado el desorden de esta tierra. En particular he comunicado esta ordenanzas con los Gobernadores presente y pasado; y con todos los Religiosos de esta Ciudad, y con casi todos los de la Gobernación; y con muchos otros particulares de ellas, en especial, con los Diputados que han nombrado las ciudades de esta Gobernación, y en particular de los de la Ciudad de la Asunción.
     Y afirmo que cuanto me han querido hablar en esta materia he oído. Y aunque estas ordenanzas se han de llevar al Consejo Real de Indias para que su Majestad la mande ver, y entre tanto se ha de estar por lo que mandare el señor Virrey o Real Audiencia de la Plata; pero mientras S.E. o Real Audencia otra cosa no manden, mando que todas las Justicias y vecinos, restantes y habitantes en esta Gobernación y sus término y jurisdicción, y los adelante estuvieran, los guarden y cumplan todas, en todas y por todas, según que en ellas se contiene; so las penas en ellas contenidas, y mas quinientos pesos para la Cámara de su Majestad en que desde luego doy por condenado lo contrario haciendo”.
     Sus ordenanzas para el Paraguay manifiestan un humanitarismo algo teórico, fuera de la realidad socioeconómica de la provincia, siendo esencialmente el reflejo de las discusiones principalistas entonces planteadas en España: prohibición de cualquier esclavización del indio, reconocimiento de la libertad “natural” del indio en contra de la servidumbre a base del sistema encomendero, la integración del vasallo indio por medio del pago de una tasa-tributo, la libertad de los indios de conchabarse con quien desearan contra el pago del jornal, el amparo y la conservación de los mismos en los “pueblos-táva” separatistas, sin suspenderse el sistema del trabajo comunal como una garantía de la suficiencia económica. Se prohibió la servidumbre perpetua de los yanaconas, estableciéndose una relación entre el patrón y el jornalero en vez del “amo-siervo”; empero, el yanacona, si bien con derecho a su chacra subsistencial, debía de pagar la tasa-tributo del vasallo. Los mitayos deberían pagar la tasa de cinco pesos en “moneda de la tierra”, es decir, en los productos agrícolas. El cabildo asunceño rechazó enérgicamente tal tasa-tributo, no siendo los productos agrícolas entonces comerciables por el auto-abastecimiento suficiente y negando la confianza misma en el pago de la tasa.
     El visitador Alfaro tuvo que ceder, permitiendo treinta días del servicio de mita, pero el resto del tiempo empleado ya a base de “alquiler-jornal”. Los criollos defendían sus intereses; la nueva “voz de libertad natural” provocó reacciones negativas en los pueblos de Altos, Yaguarón, Itá, Caazapá y Yute; los indígenas sospechaban de mayores abusos con la novedad del pago de la tasa; rechazaron un “jornalismo obligatorio”, pero exigían la libertad de conchabos, ya que entonces se trataba—según su mentalidad−, de un trueque de “servicios-favores”, previa la palabra del arreglo; el pago de tasa —en productos o por jornal—; el simple título de vasallos del Rey, les era denigrante por falta de una inmediata reciprocidad.
     Otros guaraníes interpretaban la anunciada “libertad” como un derecho de volver a los montes, si bien su parcial adaptación al pueblo —“táva”— no hacía atractiva la vuelta a la vida de “ymaguaré”. No faltaban inquietudes en los pueblos guarambarenses, donde por la influencia del shaman-incitador interpretaban la “libertad” como derecho a sus antiguos gritos, rechazando también el conchabo libre, ya que éste para ellos significaba básicamente el odiado trabajo en los yerbales; sólo paulatinamente se aplacaron las inquietudes por “la voz de libertad”. La reacción del mismo pobrerío yanacona era de rechazo; siendo descomunalizado, no hallaron el apoyo de los guaraníes pueblerinos; algunos aprovecharon las circunstancias fugándose hacia las provincias del sur; eran reacios al jornal consistente en mandioca, yerba, miel y alguna vara de lienzo; no les atraía el conchabo libre, pues estaban acostumbrados a la relación individual de “amo-siervo”, manifestando inestabilidad y también irresponsabilidad.
     El 11 de octubre de 1611 fueron publicadas las ordenanzas para que rigiesen en toda la vasta extensión de la provincia del Río de la Plata. Estas ordenanzas son un “Monumento inmortal al nombre del autor”, y debían cumplirse “mientras el Real Consejo de la Indias y Señor Virrey o Real Audiencia otra cosa no mandaren”.
     Representa el espíritu de los “juristas y teólogos españoles”; son ordenanzas humanitarias y minuciosas, que demuestran conciencia en el empeño de proteger al indio. Es evidente que Alfaro se adelantó a la época y pretendió que los indios cobrasen retribución como si fuesen obreros, sometiéndose a un reglamento y percibiendo un sueldo y pagando un impuesto, con lo cual se convertirán repentinamente en artesanos y burgueses. Fueron airadas las protestas en contra de las ordenanzas del licenciado Alfaro. Es cierto que fueron alteradas algunas por el Consejo de Indias para hacerlas más practicables, pero lo mismo fueron rechazadas, porque eran demasiado legalistas comparadas con las anteriores. En marzo de 1612, el procurador de la ciudad de Asunción, Bernardo de Espínola, se presentó en el monasterio de la Merced. “Hizo constar que con la taza fija de los indios no podrían sustentarse”.
     Congregado el claustro de los mercedarios, declaró inaplicables las ordenanzas en el Paraguay, pues los naturales vivían en la tierra donde nacieron y la mayoría vinieron al mundo en las chácaras de los españoles, criándose con sus hijos, “llamándose y tratándose como hermanos”. Las relaciones de los naturales con los españoles en el Paraguay eran cordiales.
     Terminaba el dictamen de los mercedarios sosteniendo la imposibilidad de cumplir las ordenanzas en la provincia. Poco después, el cabildo de Villarrica del Espíritu Santo sostuvo ante Marín Negrón que era imposible la reglamentación de Alfaro. Los vecinos de la ciudad resolvieron enviar una delegación a Charcas para pedir le derogación de las ordenanzas, pues “pensaban seguir viviendo en aquellas tierras a imitación de sus padres y abuelos”.
     En el Paraguay los indios andaban rebeldes, y como prueba de estos hechos y de que la tierra no estaba en condiciones de “cumplir puntualmente con el tenor de las ordenanzas que dejó Don Francisco de Alfaro”, remitieron dos cartas de la provincia del Guairá y una de la Asunción, que le inquietaban grandemente.
     Cuatrocientas leguas eran las que dividían las ciudades paraguayas y Buenos Aires. Ello impedía las comunicaciones entre los cabildos de esas ciudades y el Gobernador. “La mucha distancia que hay de esta villa a ese puerto de Buenos Aires acorta los ánimos de los que tanto deseo tienen de acudir a las obligaciones que se ofrecen” —decían los cabildantes— y agregaban que no comenzarían a dar cuenta del estado de la tierra “según lo mucho que habría que decir; es mejor no comenzar”. Entraban de lleno a referir la perturbación que en la villa habían causado las ordenanzas de Alfaro. “Son tan rigurosas —decían— e imposibles de poderse cumplir ni guardar por la mucha pobreza y miseria que hay y se padece en esta villa, que si el señor oidor que las hizo la viera por vista de ojos, por ventura hiciera otras que pudieran mejor sobrellevar”.
     El cabildo se confesaba apenado por saber a los vecinos tan “enflaquecidos en los ánimos”. Sus únicas esperanzas estaban en el gobernador de Buenos Aires y si no fueran por ellas, “les causara mucha desconfianza de poder sustentarse en esta tierra”. Ellos querían seguir viviendo en esa villa “a imitación de sus padres y abuelos”, y para que el gobernador se enterase menudamente de las condiciones en que se encontraban por culpa de las ordenanzas de Alfaro, enviaron a Buenos Aires a los vecinos Tomás Marín de Yante y Felipe Romero, alcalde. Estos procuradores de Villa Rica, después de haberse entrevistado con el gobernador, debían seguir viaje hasta la Audiencia de Charcas a pedir, igualmente, que se derogasen las ordenanzas. Por ello, el cabildo de Villa Rica rogaba al gobernador que los favoreciese “en tan justa demanda”. El Consejo de Indias tardó varios años en aprobar las ordenanzas de Alfaro y lo hizo con varias modificaciones que había introducido Pedro de Toro, procurador general de las ciudades del río de la Plata y Paraguay. Alfaro se inmortalizó como el gran defensor de los indígenas tanto como fray Bartolomé de las Casas y fray Antonio de Montesinos. El 10 de octubre de 1618, el Rey aprobó las ordenanzas de Alfaro compuestas de 120 capítulos, logrando corregir 14 de ellas, de acuerdo con las informaciones y certificaciones presentadas por el procurador de las ciudades del Río de la Plata, y el Consejo de Indias introdujo modificaciones. Las ordenanzas de Alfaro fueron lentamente anuladas por las constantes críticas de los cabildos y los gobernadores, y la indiferencia de los indios y encomenderos al no cumplirlas.
     El rey solicitó el regreso del licenciado Alfaro a España a fin de asistir y responder a las series de solicitudes de aclaración que debía realizar referente a las ordenanzas de los fiscales y miembros del Consejo de Indias, quien con prudencia y puntualidad las defendía argumentando punto por punto.
     Sus ordenanzas fueron insertadas en la recopilación de leyes de Indias, y Alfaro logró integrar el Consejo de Indias (Olinda M. de Kostianovsky, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La plaza Alfaro, al detalle:
El edificio de plaza Alfaro, 2
Placa "Sevilla Ciudad de Ópera" - El Barbero de Sevilla
El edificio de plaza Alfaro, 6
               El balcón de Rosina
Azulejo conmemorativo de la restauración de la Muralla del callejón del Agua
El edificio de plaza Alfaro, 7

jueves, 29 de abril de 2021

La pintura "Santa Catalina de Siena", anónima, en el Convento de Santa Paula

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Catalina de Siena", anónima, en el Convento de Santa Paula, de Sevilla.
    Hoy, 29 de abril, Fiesta de Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, que, habiendo ingresado en las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, deseosa de conocer a Dios en sí misma y a sí misma en Dios, se esforzó en asemejarse a Cristo crucificado. Trabajó también enérgica e incansablemente por la paz, por el retorno del Romano Pontífice a la Urbe y por la unidad de la iglesia, y dejó espléndidos documentos llenos de doctrina espiritual (1380) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Santa Catalina de Siena", anónima, en el Convento de Santa Paula, de Sevilla.
     El Convento de Santa Paula [nº 36 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 74 en el plano oficial de la Junta de Andalucía] se encuentra en la calle Santa Paula, 3-5-7-9; en el Barrio de San Julián, del Distrito Casco Antiguo.
     En una de las estancias del Convento de Santa Paula, podemos contemplar la pintura "Santa Catalina de Siena", anónima, en un óleo sobre cobre, obra barroca de escuela sevillana, realizada en la primera mitad del siglo XVIII, con unas medidas de 22'5 x 17'5 cms. La santa aparece de tres cuartos, inscrita en un óvalo en el que se lee una inscripción. Viste hábito negro y blanco y porta con su mano izquierda un crucifijo y con la derecha un rosario, mientras lee un libro. En su cabeza aparece una corona de espinas que destaca sobre el nimbo dorado (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia:
HISTORIA Y LEYENDA
     Santa dominica del siglo XIV cuya biografía ha sido desleída con prolija abundancia por su confesor Raimundo de Capua, y resumida por Tommaso Caffarini: es lo que se denomina Leyenda Mayor y la Leyenda menor.
     Nacida en Siena hacia 1347 (Según Fawtier, la fecha de su nacimiento debería situarse diez años antes, hacia 1337), era la vigésimoquinta hija de un tintorero que se llamaba Jacopo Benincasa.
     A los siete años hizo votos de virginidad. Como su madre quería casarla, se rasuró la cabeza. Recibida en la tercera orden de Santo Domingo a los dieciséis años de edad, a pesar de la oposición familiar, vistió el hábito negro de las terciarias o Hermanas de la Penitencia (Mantellate).
     En el convento llevó una vida ascética que arruinó su frágil salud. Durante cincuenta días sólo se alimentó de hostias. Curó leprosos y cancerosos. Como el olor fétido de las supuraciones de una cancerosa le producía náuseas, se obligó a chupar el pus que drenaba la llaga.
     Para recompensarla de ese valor sobrehumano, Cristo le mostró la herida de su costado, al igual que una madre presenta el pecho a su recién nacido, y le permitió apoyar los labios en ella, luego la desposó místicamente poniéndole un anillo en el dedo.
     La seráfica virgen profesaba una devoción particular a Sana Inés de Montepulciano. Cuando Catalina visitó la tumba de Santa Inés, en peregrinación, y se inclinaba ante el cuerpo de la Santa para besarle el pie, ésta la levantó hasta la altura de sus labios.
     Se la glorificaba por haber contribuido a traer al papa Gregorio XI a Roma, desde Aviñón. En ocasión del gran cisma de Occidente, tomó partido por Urbano VI.
     Aspiraba a la corona del martirio. Ese consuelo se le negó. Murió en Roma en 1380. Su cuerpo reposa bajo el altar mayor de la iglesia dominica de Santa María sopra Minerva, cerca de Fra Angélico. Pero su cabeza fue reclamada por Siena, su ciudad natal.
     La mayor parte de los rasgos de su leyenda son de origen dudoso. Es cierto que la historia de su Estigmatización fue inventada por los dominicos para competir con San Francisco de Asís. Además, los franciscanos que creían reservar a su patrón el monopolio de este milagro, se empeñaron en discutir la autenticidad de los estigmas de la terciaria dominica.
     Los franciscanos insistían acerca de las "conformidades" de San Francisco de Asís con Cristo. Los dominicos hicieron otro tanto en favor de Santa Catalina de Siena. Es por ello que pretenden que murió a los treinta y tres años, la presunta edad de Jesús en el momento de su Crucifixión. Y hasta le otorgaron el título de esposa de Cristo: "sponsa Christi".
     De ahí nació la leyenda de su Matrimonio místico con Cristo, que es una copia de la leyenda de su homónima, Santa Catalina de Alejandría.
CULTO
     Catalina fue canonizada en 1461 por su compatriota, el humanista de Siena Eneas Sylvius Piccolomini, elegido papa con el nombre de Pío II.
     En Siena se la llamaba La Santa, a secas, de la misma manera que San Antonio, en Padua, era Il Santo.
     Demasiado tardía como para reivindicar los patronazgos de las corporaciones, ya provistos, su culto se habría mantenido en Siena, local, como el de los Santos Ansano y Galgano, si no lo hubiese difundido la orden de Santo Domingo y el papado.
ICONOGRAFÍA
     No existe retrato auténtico de Santa Catalina de Siena.
     El fresco atribuido a Andrea Vanni en la iglesia de S. Domenico in Camporeggi, al igual que el busto relicario (Sacra Testa) falsamente atribuido a Jacopo della Quercia, que posee la Biblioteca comunal de Siena, son ciertamente obras posteriores a su muerte. La pintura data aproximadamente de 1390 y la cabeza relicario de cobre repujado es del siglo XV.
     Por lo tanto, su iconografía es convencional.
     Vestida con una túnica blanca y el manto negro de las dominicas, lleva en la mano el lirio simbólico de las vírgenes o un crucifijo.
     A veces tiene como atributo un corazón, porque Jesús le habría dado su corazón a cambio del suyo. Tiene la frente ceñida por una corona de espinas, porque cuando Cristo, la invitó a elegir entre una corona de oro y otra de espinas, optó por la segunda. Por último, a la manera de San Francisco, se caracteriza por sus estigmas, de los cuales, a veces, brotan lirios  (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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miércoles, 28 de abril de 2021

El Dormitorio de Pedro I, en el Cuarto Real Alto, del Real Alcázar

   Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Dormitorio de Pedro I, en el Cuarto Real Alto, del Real Alcázar, de Sevilla.
     El Real Alcázar [nº 2 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 2 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza del Triunfo, 5 (la salida se efectúa por la plaza Patio de Banderas, 10); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
     En el Real Alcázar, en el Cuarto Real Alto, se encuentra el Dormitorio de Pedro I [nº 26 en el plano oficial del Real Alcázar]
     El Dormitorio de Pedro I, ocupa el ángulo suroccidental del Palacio Alto, lindando ya con el edificio de Alfonso X o Palacio Gótico. Es ésta una de las pocas piezas existentes en el Palacio Alto de la época de Don Pedro y por tanto del siglo XIV. Denotan su antigüedad y estilo mudéjar las la­ bores moriscas de ataurique y decoraciones epigráficas que ostentan  sus paredes así como la espléndida techumbre de lacería mudejárica, todas ellas policromadas y doradas. Es una sala cuadrada que poseía dos pequeñas alcobas, abiertas por arcos a la central, una de las cuales, la de la derecha, fue cercenada al construirse el inmediato mirador. Posee asimismo tres puertas que la comunican con la galería alta del Patio de las Doncellas, con el pasaje exterior sobre los jardines y con el citado mirador.
     Durante el siglo XVI (1542) se llevaron a cabo reformas en dicha estancia, que entonces era nombrada en los documentos como Cuarto de los Lagartos, consistentes en la renovación de la pintura de las paredes, techos, puertas y ventanas. Pensamos que es ahora cuando se decora el dintel de la puerta de acceso desde la galería alta del Patio de las Doncellas, con cuatro calaveras y también se asientan nuevas yeserías platerescas cuyos restos están situados junto a la puerta de entrada al Mirador, consistiendo su te­mática en "candelieri", tallos florales, cabezas de querubes y un personaje desnudo de aspecto hercúleo. Su único mobiliario lo componen un tocador y una mesa de plata que correspondieron a Doña Isabel II y que es labor menuda y detallada de orfebres del siglo XIX (Ana Marín Fidalgo, El Alcázar de Sevilla. Ed. Guadalquivir, 1992).
     El Dormitorio del Rey Don Pedro es una de las pocas dependencias del piso alto que corresponde al siglo XIV. Es de planta cuadrada y originalmente contó con dos alcobas. Conserva sus espléndidos alicatados con motivos de lazo que cubren los zócalos de sus muros y buena parte de su profusa decoración de yeserías, si bien algunas de las labores de yeso se deben a una intervención de mediados del siglo XVI. Su techumbre de madera, una armadura de limas enriquecida en su almizate con motivos de lazo, es una extraordinaria muestra de la carpintería mudéjar de la primera mitad del siglo XV (Juan Carlos Hernández Núñez, Alfredo J. Morales. El Real Alcázar de Sevilla. Scala Publishers. Londres, 1999).
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martes, 27 de abril de 2021

Un paseo por la avenida de Magallanes, en el Parque de María Luisa

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la avenida de Magallanes, en el Parque de María Luisa, de Sevilla, dando un paseo por ella.
   Hoy, 27 de abril, es el aniversario del fallecimiento (27 de abril de 1521) de Fernando de Magallanes, navegante y descubridor portugués al servicio de la Corona de España, a quien está dedicada esta vía, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la avenida Magallanes, en el Parque de María Luisa, de Sevilla, dando un paseo por ella.
   El Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla], se encuentra en la glorieta de San Diego, s/n (entrada principal, aunque tiene entradas por el paseo de las Delicias y las avenida de María Luisa, y de la Borbolla), en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
   La avenida Magallanes, en el Callejero Sevillano, es una vía que se encuentra en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur, y va de la avenida Rodríguez Caso, a la plaza de América, en el Parque de María de Luisa, en paralelo a la avenida de las Delicias, y de la que solo queda el último tramo pegado a la plaza de América, ya que el resto construido para la Exposición Iberoamericana de 1929, se ha convertido en caminos, paseos, glorietas... del propio Parque de María Luisa.
      La Avenida no posee siempre una adscripción precisa. En términos generales corresponde a un gran eje urbano, bien caracterizado desde el punto de vista genético, porque estructura el crecimiento de la ciudad; morfológico, ya que es ancha; y funcional, sobre todo por canalizar el tráfico rodado. Sin embargo, de acuerdo con esta definición, no hay razones, más que las convencionales, para considerar a unas vías como avenida y su prolongación, como calle. En otros casos, las avenidas constituyen el eje principal de un sector determinado o de una barriada, y si bien poseen las características de vía principal en relación a ese sector, no alcanzan dicho valor en el conjunto de la ciudad. La avenida posee sobre todo un valor simbólico, y prueba de ello es que en Sevilla la avenida por excelencia es la hoy denominada de la Constitución, centro neurálgico de la ciudad, tanto de sus fiestas religiosas como de la actividad bancaria, y así es es reconocida sólo como la avenida.
   El Paseo es un espacio público con predominio de la linealidad que invita a la confusión, al menos actualmente, cuando muchos de ellos han perdido la funcionalidad que les dio nombre. El origen de esta denominación genérica se encuentra en su función como espacio de relación y esparcimiento. Tal sería el caso del Paseo de Catalina de Ribera; pero más difícil resulta encontrar hoy tal funcionalidad en el Paseo de la Palmera o en el Paseo de Cristóbal Colón, a consecuencia del intenso tráfico rodado.
   La vía, en este caso una avenida, está dedicada a quien fuera navegante y descubridor portugués al servicio de la corona española, Fernando de Magallanes. 
   Fue rotulada en 1929 con su actual nombre dada la estrecha relación entre este marino portugués y el descubrimiento de América y la historia posterior inherente a tal acontecimiento, idea central que justificaba la Exposición Iberoamericana de 1929.
   La avenida, se encuentra en el interior del Parque de María Luisa, y durante la Exposición Iberoamericana de 1929, formó parte de ella, siendo la avenida XVII en el plano de dicha muestra. Hoy sólo queda el tramo final como Avenida como tal; el resto está sustituido por caminos, parterres, árboles, prados, .... destacando las Glorietas de Mario Méndez Bejarano, y de Mas y Prats, construidas en la antigua Avenida de Magallanes.
   Conozcamos mejor a Fernando de Magallanes, marino portugués, a quien está dedicada esta avenida;
   Fernando de Magallanes (Sabrosa, Tras-os-Montes -Portugal-, c. 1480 – Isla de Mactán -Islas Filipinas-, 27 de abril de 1521); navegante y descubridor portugués al servicio de la Corona de España, caballero comendador de la Orden de Santiago.
   Nació en el norte de Portugal en el seno de una familia noble, los Magalhais, que en 1095 se establecieron en Portugal procedentes de Borgoña. El lugar y la fecha de su nacimiento no se conocen con exactitud, aunque la mayoría de las fuentes se inclinan por Sabrosa (cercana a Vila Real) como el lugar en el que vio la luz por primera vez, otras fijan su nacimiento en Oporto, Lisboa o Ponte da Barca (distrito de Viana do Castelo). En cuanto a la fecha se puede afirmar que fue en torno a 1480.
   Era el menor de los tres hijos de Ruy de Magallanes, hijo de Pedro Alonso de Magallanes, y de Alda de Mesquita, hija de Martín Gonzálvez Pimenta y de Inés de Mesquita. Sus hermanos se llamaban Isabel y Diego.
   De niño ingresó como paje de Leonor de Lancaster, esposa de Juan II, rey de Portugal desde 1481. En la Corte recibió lecciones de equitación, música, danza y adquirió conocimientos científicos que incluían clases de Ciencias Náuticas, Cartografía y Astronomía, impartidas por competentes maestros nacionales y extranjeros, también recibió una férrea formación religiosa que marcó en buena forma la conducta de su vida.
   Los años de su infancia fueron testigos de grandes descubrimientos geográficos llevados a cabo por españoles y portugueses con el doble propósito de extender la fe católica y averiguar la verdadera situación de las islas de las especias que, como la pimienta, clavo, nuez moscada, jengibre o canela, aparte de ser estimulantes del apetito, eran inmejorables conservantes, al tiempo que disfrazaban con su sabor la podredumbre de las viandas. En 1487, Bartolomé Díaz descubrió el cabo de las Tormentas, hoy cabo de Buena Esperanza; en 1492, Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo; Vasco de Gama dobló el cabo de Buena Esperanza en noviembre de 1497 y llegó a Mozambique; en 1500, Álvarez Cabral llegó, llevado por los vientos, a la Tierra de Santa Cruz, actual Brasil, cuya parte norte había sido descubierta unos meses antes por Vicente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe. El mismo año de 1500 Juan de la Cosa dio a conocer la carta náutica de su nombre. 
  En el Portugal medieval que conocieron y en el que vivieron los antepasados de Fernando de Magallanes la náutica, los nuevos descubrimientos y el comercio eran los temas obligados en las conversaciones cotidianas que desde niño estuvo habituado a escuchar y que, sin duda, forjaron su espíritu aventurero y le llevaron a realizar la gesta que hizo que su nombre figure en los anales de la historia.
   De la Corte de Leonor de Lancaster pasó al servicio del rey Manuel I. Embarcó en la flota que, al mando de Francisco de Almeida, partió de Lisboa el 25 de marzo de 1505 camino de la India, de la que Almeida fue nombrado virrey.
   Esta fuerza naval tomó sucesivamente Quiloa, actual Kilwa Kisiwani (Tanzania) y Mombasa (Kenia), para concluir viaje en Cananore (costa de Malabar) el 21 de octubre. Aquí, el 16 de marzo de 1506, tuvo lugar un gran combate naval en el que los lusitanos al mando de Lorenzo de Almeida, hijo mayor del virrey, destruyeron la flota del Zamorín de Calicut (India), que había pretendido sorprenderle.
   En noviembre del mismo año partió Magallanes de Cochin (India), a las órdenes de Nuño Vaz Pereira, para sofocar unas agitaciones en Tanzania, desde donde viajó a Mozambique. 
  En marzo de 1509, enrolado en la armada de Diego López de Sequeira, partió hacia Malaca, con escalas en Madagascar, Ceilán, actual Sri Lanka, y Sumatra. El 11 de septiembre, fondeados en Malaca, fueron atacadas las naves por los indígenas, mientras los mandos de la escuadra se encontraban en tierra parlamentando con el rey, perecieron sesenta portugueses en un encarnizado combate y varios tripulantes de la nave de Sequeira quedaron prisioneros en tierra; Magallanes salvó de una muerte segura al capitán Francisco Serrano, lo que volvió a hacer unas semanas más tarde, cuando la nave de Serrano fue atacada por un junco armado. De estos hechos surgió una gran amistad entre estos dos hombres. Este primer reconocimiento de Malaca resultó, por tanto, un verdadero desastre, que fue en gran parte compensado por las valiosas informaciones náuticas conseguidas y las noticias auténticas de las islas de las Molucas, a donde llegó Francisco Serrano.
   En octubre de 1510 Magallanes se encontraba nuevamente en Cochin y pasó al servicio del nuevo virrey Alfonso de Albuquerque, con quien participó a fines de noviembre en la conquista de Goa la Vieja, capital de la entonces India portuguesa. Acompañado de Serrano, se unió otra vez a las tropas de Alburquerque para llevar a cabo la conquista de Malaca en agosto de 1511. De regreso a la metrópoli fue admitido al servicio de la Corte como mozo fidalgo y luego como fidalgo escudeiro.
   En agosto de 1512, enrolado en la gran armada de Jaime de Braganza, salió de Lisboa hacia la costa atlántica africana de Berbería, con la misión de someter a Muley Zeyam, jefe del entonces estado tributario de Azamor, que intentaba eliminar el poderío portugués en la zona; aquí fue herido en combate con una lanza que le dejaría cojo para siempre. 
   Como consecuencia de su ejemplar comportamiento en la última expedición, su jefe, Juan de Meneses, le nombró cuadrillero mayor, título honorífico que sólo había sido otorgado a dos soldados en el ejército portugués. El nuevo cargo le hacía responsable de la seguridad de los prisioneros de guerra y encargado de la custodia del botín capturado a los moros que ascendía a doscientas mil cabezas de ganado lanar y cerca de tres mil entre caballos y camellos.
   En mayo de 1514 murió su gran valedor en las tierras marroquíes, Juan de Meneses, y los enemigos de Magallanes, envidiosos por su cargo de responsabilidad, iniciaron una campaña de desprestigio contra él, acusándolo de malversación de fondos, de abuso de su cargo y de entendimiento con el enemigo. El nuevo jefe, Pedro de Sousa, que no sentía gran simpatía por él, lo destituyó y ordenó que se le abriese un proceso y que fuese juzgado por un consejo de guerra.
   Magallanes, convencido de su recto proceder, no le dio importancia al tema y regresó a Portugal sin haber nombrado una defensa legal para rebatir las causas que se le imputaban.
   Nuevamente en Lisboa, el rey, Manuel I el Afortunado, le ordenó trasladarse a Marruecos para ser juzgado de las faltas que se le acusaba. Salió absuelto del juicio y volvió a Lisboa, donde en audiencia con el Rey, tras enumerar sus méritos, desde su servicio como paje de la Reina madre hasta su herida en la plaza de Azamor, solicitó la gracia llamada de “moradía en la casa real”, que suponía el ascenso de rango en la vida social, y autorización para servir a la Corona en una de las carabelas que partiesen hacia las Molucas o viajar en una nave particular a las islas de las Especias, lo que le fue denegado. Magallanes pensó que se le hacía una gran injusticia y decidió salir de su patria.
     Recibió noticias de Francisco Serrano, en las que le comunicaba que las islas de las Especias, las Molucas, estaban muy lejos de la costa de Malaca y que sospechaba que, a tenor del Tratado de Tordesillas, de 7 de junio de 1494, que modificaba la bula (Inter Caetara II) del papa Alejandro VI, estableciendo una línea de demarcación a 370 leguas a occidente de las islas de Cabo Verde, a poniente de la cual podrían explorar los españoles y a oriente los portugueses, las Molucas estaban dentro de la demarcación reconocida a España. 
   Por aquel entonces, concretamente el 25 de septiembre de 1513, Vasco Núñez de Balboa había descubierto desde el istmo panameño el que llamó “mar del sur”, actual océano Pacífico, confirmando las conjeturas de cartógrafos y navegantes sobre la existencia de un océano entre las islas Indias colombinas y el continente asiático. Quedaba por descubrir un paso interoceánico que uniese el Atlántico y el Pacífico y, como consecuencia de las exploraciones por la zona realizadas hasta la fecha por Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Díaz de Solís, Álvarez de Pineda y el propio Núñez de Balboa, parecía manifiesto que el supuesto estrecho no estaba en las zonas conocidas del Nuevo Mundo, pero nada se oponía a su existencia en regiones más australes o más boreales.
   De hecho, en algunas representaciones cartográficas de la época, como el mapa de Martín Waldseemüller (1507), el del polaco Stobnicza (1512) o el globo terráqueo de Johann Schöner (1515), en las que, quizás por similitud con el continente africano o con la península indostánica, se afinaba el aún desconocido sur del Nuevo Mundo y podía atisbarse un paso marítimo. La existencia de este paso permitiría a España llegar a las Molucas sin vulnerar ningún tratado.
   El trato de Magallanes con navegantes y cosmógrafos, su correspondencia con Serrano y su resentimiento con el rey portugués, le llevaron a buscar el apoyo de España para tratar de hallar el sospechado paso. Para ello renunció públicamente a la ciudadanía portuguesa y, dispuesto a buscar la ruta que permitiría llegar a las Molucas por poniente, se trasladó a Sevilla, eje de todos los negocios relativos a la expansión ultramarina, allí se unió a otros personajes como el cosmógrafo Faleiro, el también portugués Diego de Barbosa, empleado de las Reales Atarazanas, y el factor de la Casa de Contratación de Sevilla, Juan de Aranda, por cuya mediación pudo conocer a altos personajes a quienes expuso sus proyectos y consiguió una audiencia real en Valladolid.
   En la Corte de Lisboa se conocieron estas gestiones, con el consiguiente temor de que los castellanos pudiesen perturbar el monopolio portugués sobre las especias, hasta el extremo de que llegaron a pensar en entorpecer de algún modo la empresa e incluso en eliminar a su promotor, razón por la que el obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, vicepresidente del Consejo de Indias, puso una escolta a Magallanes.
   En Sevilla, Magallanes contrajo matrimonio con Beatriz Barbosa, hija del influyente Diego Barbosa, con la que tuvo un hijo.
   En España habían ocurrido hechos importantes, había muerto el rey Fernando el Católico y estuvo como regente el cardenal Cisneros hasta la llegada de Carlos I, que a finales de 1517 desembarcaba en las costas cantábricas acompañado de un gran séquito de cortesanos flamencos, que, aunque mal recibidos por el pueblo español, rápidamente se hicieron los dueños de la política hispánica.
   Carlos I se informó a fondo del proyecto de Magallanes y le dio su aprobación. En el documento de capitulación firmado en Valladolid el 22 de marzo de 1518, quedó bien claro que, por un período de diez años, Magallanes y Faleiro se reservaban los derechos a los viajes posteriores que se realizasen, no concediendo la Corona permiso a nadie que no fuese a ellos, siempre y cuando la búsqueda del paso se intentase por la ruta que ellos señalaban en la costa de América. Quedaba también muy claro que tenían que respetar la demarcación de Portugal. Dada la importancia del viaje, se les concedía la vigésima parte de los beneficios obtenidos, el título de adelantado y gobernador de las islas y tierras que se descubriesen a favor de Magallanes, sus hijos y herederos, y la quinta parte de los beneficios obtenidos con las especias que trajesen al regreso. 
   A comienzos de septiembre de 1518, comenzados los preparativos para emprender el viaje, el Rey le concedió a Magallanes el título de caballero comendador de la Orden de Santiago y también en esos días nació su primer hijo, al que bautizó con el nombre de Rodrigo, nombre muy español a la vez que portugués, ya que éste era el nombre del padre de Magallanes.
   Para el viaje se hizo un gasto de 8.000.000 de maravedís y se prepararon cinco naves: la Trinidad, de 110 toneladas; la San Antonio, de 120 toneladas; la Concepción, de 90 toneladas; la Victoria, de 85 toneladas; y la Santiago, de 75. Las tripulaciones estaban integradas por unos doscientos cuarenta hombres, entre ellos, el burgalés Gonzalo Gómez de Espinosa, alguacil mayor y luego capitán general de la flota; el portugués Estevao Gomes o Esteban Gómez, piloto de la Trinidad, que desertaría con la San Antonio; el genovés Juan Bautista de Punzorol, maestre de la Trinidad; el portugués Duarte Barbosa, que llegó a mandar la expedición; el piloto francés Francisco Albo, autor del más valioso documento náutico del viaje; el jerezano Ginés de Mafra, conocedor del arte de navegar y transcriptor de una versión de la campaña; el ligur León Poncaldo de Manfrino, piloto y autor de una historia de la derrota e islas halladas; el lusitano Alvaro de Mesquita, primo de Magallanes, que actuaría como capitán de la San Antonio; Juan de Cartagena, primer capitán de la última nave citada y veedor general de la Armada; el sevillano Andrés de San Martín, cosmógrafo inquieto y piloto inicial de la misma San Antonio; el guetarense Juan Sebastián Elcano, contratado como maestre de la Concepción y capitán después de la Victoria; Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción; el portugués Joao Carvalho, piloto de la misma nao y más tarde capitán general de la flota; el onubense Martín de Ayamonte, grumete de la Victoria; cuya declaración ante los portugueses es fuente directa para el estudio del viaje; Juan Serrano, capitán de la Santiago y piloto mayor de la flota, y Antonio Pigafetta, caballero de Rodas, nacido en Vicenza, que actuó como cronista y relator de los hechos, sin cuyo relato no se habría tenido conocimiento de tantos datos interesantes y valiosos como ha proporcionado su obra.
   El 10 de agosto de 1519 las cinco naos iniciaron su viaje hasta fondear en Sanlúcar de Barrameda, desde donde se hicieron a la mar el 20 de septiembre. Entre el 27 de septiembre y el 2 de octubre hicieron provisiones y completaron las dotaciones hasta doscientos sesenta y cinco hombres en Tenerife, luego se acercaron a la costa africana de Sierra Leona para buscar los vientos del sudeste que les llevarían al cabo brasileño de Santo Agostinho y, desde allí, hasta la bahía carioca de Santa Lucía, hoy Guanabara. Hacia el 27 del mismo mes, siempre navegando hacia el sur, reconocieron el cabo Santa María, descubierto por Díaz Solís cinco años antes, y el 10 de enero llegaron a la desembocadura del río de la Plata, que estuvieron explorando hasta el 7 de febrero.
   Durante la travesía desde Canarias hasta las costas sudamericanas surgieron tensiones y rivalidades; nada más zarpar, Magallanes ordenó a sus capitanes que, durante la noche, siguiesen el resplandor del farol que iba en la nao capitana, para que no perdiesen el rumbo. Ordenó también que, al atardecer, las cuatro naves saludasen a la capitana con un disparo de artillería. Juan de Cartagena, capitán de la San Antonio, no lo hizo, y el capitán general le ordenó que se aproximase con su barco, le preguntó por qué no saludaba como se había ordenado y éste contestó que era persona conjunta y tenía el mismo rango. Más tarde, Juan de Cartagena fue relevado en el mando, sustituyéndole Álvaro de Mesquita, como consecuencia de un nuevo enfrentamiento ocasionado por los cambios de rumbo que había ordenado el capitán general sin solicitar el parecer de sus oficiales.
   El 24 de febrero llegaron a una gran bahía, que bautizaron con el nombre de San Matías, en la que no encontraron el paso que buscaban. El 2 de marzo penetraron en una nueva bahía, que bautizaron como bahía de los Trabajos, actualmente conocida como Puerto Deseado, y el 31 del mismo mes llegaron al puerto que denominaron San Julián donde pasaron una fría y dramática invernada de cinco meses de duración.
   Aquí salieron a relucir abiertamente los resentimientos y agravios acumulados durante el viaje, Magallanes invitó a comer en su nao a capitanes y pilotos, pero sólo Mesquita aceptó la invitación. El clima de descontento y sedición aumentó de tal manera que, una noche, Juan de Cartagena y el capitán de la Concepción, Gaspar de Quesada, se dirigieron con treinta hombres a la San Antonio, prendieron a Mesquita y mataron al maestre Juan de Elorriaga.
   Adueñados de la San Antonio, la Concepción y la Victoria, los amotinados requirieron a Magallanes que se atuviera a las instrucciones reales y la contestación fue el apresamiento de los mensajeros y el envío de un batel con gente armada a la Victoria, donde sabía que tenía muchos partidarios, al mando de Gómez de Espinosa, quien dio muerte al capitán Luis de Mendoza y convenció a la vacilante tripulación para que volviera a la legalidad. Magallanes bloqueó la entrada a la bahía con los tres barcos leales, la San Antonio fue vencida cuando intentaba escapar y la Concepción se rindió. Los oficiales amotinados fueron apresados, Álvaro de Mesquita fue nombrado capitán de la San Antonio, Juan Serrano de la Santiago y Duarte Barbosa de la Victoria.
   Poco después, durante ese mismo invierno en San Julián, la Santiago naufragó cuando exploraba la costa hacia el sur y la tripulación tuvo que realizar una penosa marcha por tierra para regresar a San Julián.
   El capitán de la primera nao perdida, Juan Serrano, tomó el mando de la Concepción.
   El 24 de agosto, reanudaron la marcha las cuatro naves que quedaban, pero a los dos días tuvieron que refugiarse de los vientos junto a la desembocadura del río Santa Cruz, a poco más de 50º de latitud sur, donde permanecieron hasta el 18 de octubre, fecha de comienzo de la primavera en aquellas latitudes; el 21 de octubre avistaron y bautizaron el cabo de las Once Mil Vírgenes, a poco más de 52º de latitud sur. La San Antonio penetró por la embocadura unas cincuenta leguas y regresó con la noticia de que estaban en un estrecho que bautizaron con el nombre de Todos los Santos, festividad religiosa del día, y al que la historia le daría el nombre de Magallanes. Perdura el topónimo con que los expedicionarios denominaron al macizo que les quedaba por babor, Tierra de los Fuegos, o Tierra del Fuego, en alusión a las hogueras nocturnas que señalaban los campamentos de los indígenas.
   Durante la navegación por el estrecho, Magallanes ordenó a la San Antonio que explorase una de las posibles aperturas al mar. Durante la exploración el piloto Esteban Gómez hizo prisionero al capitán Mesquita y convenció a la tripulación para desertar y volver a España pasando por Guinea. El 27 de noviembre, los tres buques que quedaban llegaron al océano, en el que navegaron durante tres meses y veinte días sin provisiones frescas ni agua, lo que hizo que empezasen a padecer de escorbuto. Durante este tiempo no encontraron una sola tormenta, por lo que denominaron océano Pacífico al mar que Núñez de Balboa había bautizado como Mar del Sur. Inicialmente pusieron rumbos de componente norte a lo largo de la costa chilena, el 24 de enero, ya de 1521, avistaron una isla que bautizaron con el nombre de San Pablo, donde no encontraron lugar apropiado para desembarcar, por lo que continuaron navegando hasta el 4 de febrero, que descubrieron la que llamaron isla de los Tiburones, incluida con la anterior en la denominación de Infortunadas o Desventuradas, que bien pudieron ser las actuales Fakahina y Flint. No encontraron en estas islas los víveres que necesitaban y, una vez cortada la línea del ecuador, entre el 12 y 13 de febrero, navegaron hacia el noroeste hasta el día 28, que pusieron rumbo oeste, una vez en latitud 13º norte. El día 6 de marzo avistaron el actual archipiélago de las Marianas, que bautizaron islas de los Ladrones. Fondearon en la mayor de las islas, la de Guam. Allí fueron recibidos por los nativos, afables pero codiciosos, que asaltaron los tres buques y se llevaron todo lo que podía ser trasladado: las vajillas, cuerdas, cabillas y hasta las chalupas.
   Permanecieron allí solamente tres días para abastecerse y una semana después avistaron la isla de Siargao, al nordeste de Mindanao, en las actuales Filipinas, el 16 de marzo la de Dinagat, y posteriormente llegaron a Limasawa el 28 de marzo, festividad de Jueves Santo, donde el reyezuelo de la isla les acogió amistosamente y les proporcionó víveres. Allí, sobre un altar improvisado, se ofició la primera misa en tierra filipina.
   Una semana más tarde, ayudados por un piloto filipino, dejaron Limasawa y llegaron a la isla de Cebú, donde el rey Humabón les recibió con los brazos abiertos, y el domingo 14 de abril, después de una misa celebrada en la plaza del poblado, fue bautizado con el nombre del rey de España, Carlos.
   Magallanes le regaló a la Reina una imagen del Niño Jesús tallada en madera negra, que el arzobispo de Sevilla le había entregado antes de salir de España. Es curioso que más de cuarenta años después, el 16 de mayo de 1565, los soldados de Legazpi encontraran en la misma isla aquella imagen, a la que el pueblo filipino rinde aún hoy en día un culto entrañable en una capilla del convento cebuano de los padres agustinos.
   Con el fin de afianzar la soberanía española en toda la comarca pidió a los caciques vecinos que se sometiesen al dominio del rey de Cebú. Éstos enviaron regalos al monarca isleño como símbolo de su adhesión, excepto uno de ellos, Silapulapu, gobernador de Mactán, que no aceptó la invitación del capitán general, que reaccionó tratando de humillarle por la fuerza. Humabón y los oficiales españoles desaconsejaron un enfrentamiento abierto, pero Magallanes insistió en llevar a cabo una operación de castigo y tomó personalmente el mando de la acción. En la mañana del 27 de abril, con unos setenta hombres a bordo de dos bateles y escoltado por varias canoas cebuanas, se dirigió al poblado de Mactán, donde desembarcaron bajo una lluvia de flechas envenenadas y consiguieron prender fuego a las chozas del poblado.
    Magallanes recibió una pedrada en el rostro y fue herido en el brazo derecho. Durante la retirada, que llevaron a cabo con precipitación, recibió un machetazo en la pierna y luego fue rematado en el suelo.
   Las gestiones de los españoles para que les fuese entregado su cadáver y los de los que murieron con él fueron inútiles. Más tarde fue erigido un monumento/ memorial, que hoy en día se puede contemplar, en el lugar donde Magallanes fue asesinado por los nativos en la pequeña isla de Mactán.
   Nuevos problemas determinaron que Juan López de Carvalho tomase el mando de la expedición y de la Trinidad, Gonzalo Gómez de Espinosa fue designado capitán de la Victoria y Juan Sebastián Elcano el de la Concepción.
   Auxiliados por prácticos nativos llegaron a la pequeña isla de Panglao, donde Carvalho fue destituido, la Concepción fue incendiada debido al mal estado en que estaba y a la falta de tripulantes y Elcano tomó el mando de la Victoria.
   El 7 de noviembre de 1521 las dos naos llegaron a la isla Tidore, en las Molucas, alcanzándose así el objetivo marcado por Magallanes. Aquí cargaron especias y el 18 de diciembre iniciaron el viaje de regreso a España, pero la Trinidad hacía mucha agua y tuvieron que volver a Tidore, donde Elcano se comprometió ante Gómez de Espinosa a conducir la Victoria directamente a España por la ruta portuguesa, mientras que la Trinidad intentaría volver a América, una vez reparada. Fue entonces cuando surgió la idea de dar la vuelta al mundo, pues la expedición de Magallanes había salido con el fin de llegar a las Molucas por poniente y regresar por el mismo camino de ida.
   La Trinidad intentó sin éxito cruzar el Pacífico hasta Panamá y regresó a las Indias Orientales. La Victoria, en mejores condiciones para navegar, bajo el mando de Juan Sebastián Elcano, tomó la ruta occidental por el cabo de Buena Esperanza y el 8 de septiembre de 1522, llegaron a Sevilla los dieciocho exhaustos miembros de la tripulación que sobrevivieron al hambre, la sed, el escorbuto y a las hostilidades de los portugueses, que detuvieron a la mitad de los hombres de Elcano cuando hicieron escala en las islas de Cabo Verde.
   En el Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando (Cádiz), existe una lápida dedicada a la memoria de Magallanes por el entonces Colegio Naval Militar, que fue colocada al instalarse éste en el edificio contiguo en 1853 (Carlos Márquez Montero, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
   Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la avenida de Magallanes, en el Parque de María Luisa, de Sevilla, dando un paseo por ella. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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La avenida de Magallanes, en el Parque de María Luisa, al detalle:
Glorieta de Mas y Prats

lunes, 26 de abril de 2021

Un paseo por la calle San Isidoro

   Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle San Isidoro, de Sevilla, dando un paseo por ella
   Hoy, 26 de abril, Fiesta de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, que, discípulo de su hermano Leandro y sucesor suyo en la sede de Sevilla, en la Hispania Bética, escribió con erudición, convocó y presidió varios concilios, y trabajó con celo y sabiduría por la fe católica y por la observancia de la disciplina eclesiástica († 636) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy para Explicarte la calle San Isidoro, de Sevilla, que dando un paseo por ella.
   La calle San Isidoro es, en el Callejero de Sevilla, una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo, y va de la calle Francos, a la calle Corral del Rey
   La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta,  constituida  por  bloques  exentos,  la  calle,  como  ámbito  lineal de relación, se pierde, y  el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
   La vía, en este caso una calle, está dedicada a San Isidoro, advocación de la Iglesia ubicada en la misma calle, a la que da el muro de la Epístola de la misma.
   Durante siglos se la identifica por los puntos que comunica: Francos y la parroquia de su nombre. Según Arana Varflora, se denominó del Licenciado Diego Hernández, sin aportar más datos. A mediados del s. XVIII ya se la conoce como San Isidoro, aunque se distingue la parte inmediata a la iglesia, a la que se califica de plaza o pla­zuela, la cual, en el plano de Arjona (1832), es llamada de las Campanas, por encontrar­se en ella el campanario y diferenciarla de la otra plaza del mismo nombre. En 1845 quedaron los dos tramos unificados en una sola calle. Posee dos tramos claramente diferenciados, que coinciden con esa distinción que se hacía antiguamente, separados por la confluencia de Manuel Rojas Marcos, por la derecha, y de Luchana, por la izquierda. El primero, con pendiente ascendente, es bastante recto, pero presenta gran irregularidad en las líneas de fachadas, con varios entrantes y salientes. En parte esto es producto de operaciones de alineación que se inician en la segunda mitad del pasado siglo y llegan hasta los años cuarenta del actual, ya que era y es una calle relativamente estrecha; en documentos de los siglos XVII y XVIII se la conoce como calleja. El segundo, con pen­ diente descendente, posee forma de embu­do: comienza ancho, dando origen a una especie de plazoleta ante la iglesia, pero va disminuyendo paulatinamente y termina en un tramo recto y estrecho.
   En 1514 se enladrilla, y durante la pri­mera mitad del s. XVI hay reiteradas peticiones y acuerdos de empedrado. Este sistema se mantiene hasta el s. XIX; en 1855 los vecinos solicitan que sea embaldosada, comprando ellos las losas. En la década de 1910 se adoquinó, y el pavimento actual es de cemento en ambos extremos, que son peatonales; el resto está adoquinado. Este en el primer tramo corresponde probablemente al de 1910, y se encuentra totalmente desnivelado, mientras que el del segundo pertenece a una renovación posterior; se trata de piezas más pequeñas. También en este tramo existen aceras de losetas, que se unen al final de la calle, impidiendo el paso de vehículos, a lo que contribuye un marmolillo de fundición en el extremo. En el resto no existen aceras, y sólo cuenta con guardaejes. La iluminación se efectúa por medio de farolas sobre brazos de fundición adosados a las fachadas, y sobre pies delante de la iglesia, ante la que hay varios naranjos en alcorques. González de León (1839) sólo destaca de esta calle sus hermosas y cómodas casas. Aunque algunas han sido derribadas recientemente, como la que forma un entrante al final del primer tramo, se conservan varias de los siglos XVII y XVIII, unas más monumentales y otras pertenecientes a sectores sociales medios (como la que posee un azulejo que fecha su realización en 1794) que han sido rehabilitadas y reformadas. Esta proliferación de casas notables se debe a que fue una calle habitada por numerosos miembros de la nobleza y del gran comercio, una de ellas fue construida en el s. XVIII por el marqués de Premio Real. La mayor parte del caserío posee dos o tres plantas y algunas rematan en magníficos miradores. En el segundo tramo todas las casas son de reciente construcción. En los bajos de una de ellas estuvo instalada provisionalmente, en los últimos años, la parroquia de San Isidoro, mientras se restauraba el edificio, que es de estilo gótico; a esta calle da la torre fachada, en la que destacan sus azulejos. 
 A la importancia de la calle contribuyó el que fuese lugar de paso. En un documento de 1611 se dice que era una de las "más pasajeras". Desde el s. XIX hubo problema con el trafico de carruajes; intentan los veci­nos, en algunos momentos que se instale un marmolillo para evitar dicho tráfico, aunque no siempre lo consiguen, como en la actualidad, en que los coches entran a uno u otro tramo, pero ninguno posee salida de vehículos. Predomina la función residencial, pero hay varios almacenes en los bajos y diversas oficinas, así como una academia de enseñanza. En una casa que se levantaba junto a la iglesia vivió el insigne médico Juan Muñoz de Peralta, y en ella se reunían, a fines del s. XVII, una serie de médicos que fundaron la Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla, como recuerda una lápida. En la esquina con Francos se conserva un anuncio de estilo "art decó", de una tienda de artículos ortopédicos [Antonio Collantes de Terán Sánchez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
   San Isidoro, 3. Casa de dos plantas y mirador en uno de los extremos de la fachada, con doble arcada sobre columnas. La portada, de piedra, se desarrolla en dos cuerpos; el inferior con pilastras toscanas de fustes acanalados y entablamento con friso de triglifos y metopas rematado por un frontón partido, que da paso al balcón, rematado, también, con frontón partido, con un antepecho de hierro forjado.
   San Isidoro, 4-4 dpdo. Casa de dos plantas y ático, con balcones separados por pilastras.
   San Isidoro, 8. Portada con escudo de armas sobre el dintel. El acceso a la casa es un largo pasadizo al final del cual se encuentra la vivienda, en la que se conserva un arco almohade.
   San Isidoro, 11. Casa de dos plantas, que perteneció a los marqueses de Premio Real y construida en el siglo XVIII. La portada se compone de pilastras toscanas con fustes acanalados, sobre pedestales, que sostienen un entablamento con friso de triglifos y metopas; unos pináculos flanquean el balcón, rematado por frontón triangular, a cuyos lados se encuentran las armas de la casa.
   San Isidoro, 12. Casa del siglo XVIII, de dos plantas, la segunda avitolada, y ático con pilastras pareadas avitoladas en los extremos. La portada va resaltada sobre medias pilastras toscanas y una gran cornisa sobre la que va el balcón. La fachada remata en un mirador de silla, decorado con pilastras toscanas y pinjantes.
   San Isidoro, 18. Casa de tres plantas, que, según reza un azulejo en la fachada, se remató en 1794. En esta fachada, enmarcada por pilastras, destaca el balcón central con jambas decoradas con molduras quebradas y rematado por un frontón triangular.
   San Isidoro, 19. Casa de dos plantas, que recientemente ha sufrido reformas que han alterado su fachada primitiva. En el interior destaca el patio de columnas corintias y arcos semicirculares con enjutas decoradas con cartabones. En el patinillo se conserva una fuente de pared, compuesta por una hornacina, flanqueada por pilastras toscanas, y rematada por un frontón triangular [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984]
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia
   Es el mayor santo de la España visigótica del siglo VII. Su nombre, como el de otro santo español, Isidro Labrador de Madrid, es de origen egipcio.
   Nació en 560, en 601 sucedió a su hermano San Leandro al frente de la archidiócesis de Sevilla, y murió en 636.
   Sus Etimologías (Etymologiae sive origines) no tratan sólo el origen de las palabras, como puede sugerir el título, sino que constituyen una auténtica enciclopedia del saber humano, y uno de los repertorios más consultados de la ciencia antigua y de la doctrina cristiana. Se mereció el mote de "gran maestro de la Edad Media".
   Además de esta vasta compilación, ha dejado una Historia de los godos y de los vándalos y tres libros de Sentencias inspirados en las Moralia de San Gregorio Magno.
CULTO
   El traslado de sus reliquias a León por el primer rey de Castilla, Fernando I, tuvo lugar en 1063. Por ello es tan popular en el norte como en el sur de España. No obstante fue canonizado mucho más tarde, en 1598.
   Es el patrón de Sevilla y de León.
ICONOGRAFÍA
   Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, además de un libro (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Isidoro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
   San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, patrono principal de la ciudad y de la archidiócesis de Sevilla. Muerto su padre, se encargó de su educación su hermano mayor, San Leandro, a quien sucedió en la sede hispalense, que rigió del año 600 a 636.
   Hay que cifrar la fecha de su nacimiento en la década 560/570 y no es improbable naciese en la misma Sevilla, tras la migración familiar desde Cartagena. De hecho, aparece una clara diferencia de edad entre Isidoro y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina. Leandro, en el epílogo de su Regla, redactada para su hermana Florentina, monja, le dice: «Finalmente, te ruego, queridísima hermana mía, que te acuerdes de mí en tus oraciones y que no eches en olvido a nuestro hermano pequeño Isidoro; cómo, al dejarlo nuestros padres comunes bajo la protección de Dios y de sus tres hermanos vivos, tranqui­los y sin preocupación por su niñez, descansaron en el Señor. Como yo lo tengo verdaderamente por hijo y no antepongo al cariño que le debo ninguna preocupación terrenal, y me vuelco totalmente en su amor, quiérelo con tanto cariño y ruega a Jesús tanto por él cuanto sabes que fue querido con toda ternura por nuestros padres».  
   Huérfano de corta edad, su formación quedó al cuidado de su hermano Leandro, que ya debía ser por estas fechas arzobispo de Sevilla. Isidoro recibió con toda seguridad enseñanza en la escuela episcopal de Sevilla creada por su hermano. Se desconoce prácticamente todo de la juventud de san Isidoro. Cuando ocupa la sede hispalense, es un hombre intelectualmente maduro que produce obras de gran erudición y movido siempre por su preocupación pastoral. El legado de su hermano es evidente: Leandro le ha dejado una gran biblioteca que acopió seguramente en sus viajes al extranjero y en ella Isidoro pudo leer en su juventud las que serían las fuentes primeras de su producción literaria: Agustín, Gregorio Magno, Jerónimo, Ambrosio, etc.
   Su episcopado comienza hacia el año 600, tras la muerte de su hermano Leandro. ¿Acompañó antes a su hermano a Constantinopla? ¿Fue monje como Leandro? Nada se sabe. Cuando asume las riendas de la sede hispalense participará como su hermano en los importantes acontecimientos políticos de la época. Son frecuentes sus viajes a Toledo y contactos con los reyes godos: Gundemaro, Sisebuto, Suintila y Sisenando.
   En el año 619 celebró en la catedral sevillana el concilio II de Sevilla. Pero donde el genio de san Isidoro se muestra en todo su esplendor es al dirigir el concilio IV de Toledo (633), presentes 66 obispos de Hispania y Galia. «En lo canónico y en lo político -escribe Lafuente en su Historia eclesiástica-, el IV Concilio de Toledo es el primero entre todos los de España, compitiendo en todos los aspectos con el de Iliberis y el III de Toledo, también importantísimos. En el terreno político el IV Concilio de Toledo es la base de la verdadera, primitiva, genuina, histórica y providencial constitución de España». Este concilio mereció el nombre de magnum et universale concilium. Y así fue en el ámbito disciplinar con sus 75 cánones. Convocado por el rey Sisenando en la basílica toledana de Santa Leocadia, bajo la preclara mente teológica de san Isidoro se regulan en él los principales temas de la vida española, disposiciones sobre la liturgia, normativa para la vida de los clérigos y bienes de la Iglesia.
   De san Isidoro nos ha quedado su gran producción literaria, pero quizá no se ha ponderado suficientemente esa otra cualidad suya que san Braulio subrayó en su Renotatio: su excelente oratoria, con capacidad de adaptación a la gente docta e inculta. San Ildefonso, por su parte, resalta su facilidad y fluidez en el hablar que dejaba maravillados a todos los oyentes.
   Murió san Isidoro en el año 636, tras casi cuarenta años de episcopado. Redempto, clérigo hispalense, familiar de san Isidoro, dejó escrita su muerte ejemplar, a petición de san Braulio de Zaragoza. Cuenta en su Liber de transitu Sancti Isidori:
   «Conociendo que estaba próximo su fin, no sé de qué modo, abrió sus manos, generosas siempre, y entonces, con mayor largueza y por espacio de seis meses o más, diariamente, de sol a sol, repartía su fortuna entre los pobres. Algo se repuso de tan grave enfermedad, llegando a fallarle la fiebre; pero su padecimiento crónico del estómago cada día se agudizaba más y llegó un momento en que no soportaba el alimento. Llamó entonces a sus sufragáneos Juan, obispo de Elepla (Niebla) y Eparcio, obispo de Itálica, para que le asistiesen en su última hora. Mientras le conducían desde su palacio a la basílica de San Vicente, una gran multitud de pobres, clérigos, religiosos y de todo el vecindario de la ciudad con voces y grandes llantos, como si cada uno tuviera la garganta de hierro y se deshiciera en lágrimas y lamentos, lo recibió y acompañó. Ya en la basílica, y colocado en medio del coro junto a la verja, mandó que se retirasen las mujeres y sólo estuvieran rodeándole los hombres, mientras recibía la penitencia. Y pidiendo que uno de los obispos le vistiese el cilicio y que el otro le echase la ceniza, levantando sus manos al cielo, oró así...».
   Pidió perdón a los obispos, clérigos y seglares presentes, y recibió la eucaristía. Cuatro días más tarde, murió en su palacio arzobispal. «En el día anterior a las nonas de abril, luna XXII, era DCLXXIV», que corresponde al 11 de abril de 636. Fue sepultado en la catedral hispalense junto a sus hermanos san Leandro y santa Florentina.
   La catedral hispalense estaba dedicada a san Vicente mártir, el santo más venerado en la Hispania romana de la persecución de Diocleciano. A Sevilla vinieron sus reliquias y le fue dedicada la iglesia mayor en la época visigoda. Hay autores, sin embargo, que han pretendido diferenciar la iglesia dedicada en Sevilla a san Vicente y la catedral, que recibiría el nombre de Santa Jerusalén. Pero se trata de la misma iglesia mayor, con este doble apelativo. Uno genérico, Santa Jerusalén, y otro específico, San Vicente.
   Los concilios de Sevilla I y II tuvieron lugar «in ecclesia Sancta Hierusalem», significando por este lugar la iglesia mayor de Sevilla, pero así se denominaban también las iglesias catedrales de Mérida, Toledo y Tarragona, por celebrarse en ellas las ceremonias de Semana Santa al estilo de Jerusalén, designación que provenía de oriente y se propagó por la península hacia los siglos V o VI. El titular de la iglesia hispalense era san Vicente mártir, y bajo su techo -desconocida su ubicación- fue enterrado san Isidoro junto a sus hermanos.
   San Martín de León hizo de él este elogio: «Floreció en sabiduría y santidad... Fue para el mundo espejo de todos los bienes; por eso creemos que será con Cristo... Durmió con sus padres el beato Isidoro, el más excelente de todos por su sana doctrina y prudente consejo, y rico en obras de caridad, y fue sepultado en la ancianidad buena». El concilio de Toledo (653), celebrado diecisiete años después de su muerte, lo define como el «doctor insigne, la gloria más reciente de la Iglesia católica». Su culto se extendió por toda la Iglesia mozárabe. 
    La producción literaria de san Isidoro es muy extensa, fruto sin duda de sus profundos conocimientos y de la rica biblioteca que poseía en Sevilla. Señalaré, a modo de ejemplo, algunas de sus obras, entresacadas de su vasta producción. De ecclesiasticis officiis es un manual de liturgia escrito a petición de su hermano Fulgencio, importante para conocer la historia de la liturgia visigótica. Sententiarum libri III, verdadero tratado de dogmática y moral, el primero de las «sumas teológicas» que proliferaron en la Edad Media, obra cumbre de san Isidoro. Chronica mundi, historia del mundo, dividida, siguiendo a san Agustín, en seis edades. Culmina en el año 615, cuarto del reinado de Sisebuto. De fide catholica contra iudaeos, escrito a petición de su hermana Florentina y para guía de los clérigos en sus polémicas con los judíos. San Isidoro se distancia de la actitud de Sisebuto, quien propugna una política de fuerza para obligar a los judíos a la conversión, y confía exclusivamente en el valor de la apologética. De viris illustribus, colección de 33 biografías de escritores, especialmente españoles. Regula monachorum, escrita entre 615 y 618, está destinada a un cenobio establecido posiblemente no lejos de Sevilla. Recopila lo que ha leído en san Agustín, Casiano, Jerónimo, Benito y otros. Historia Gothorum, Vandalorum, Sueborum es la "Historia Goda", escrita en 624. Su prólogo, laus Gothorum, es un canto de alabanza a España. Y su libro más propagado, Etymologiarum sive Originum libri XX , las célebres «Etimologías», escritas a ruegos de san Braulio, es un magnífico compendio de todo el saber antiguo (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Isidoro de Sevilla (h. 560 - ¿Sevilla? 636), Obispo, teólogo, filósofo, polígrafo y santo.
   A comienzos del siglo V, Hispania era una de las diócesis del Imperio Romano y administrativamente dependía del prefecto del Pretorio de las Galias. La Hispania peninsular comprendía cinco provincias: Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis, Carthaginensis, a las que había que sumar la Tingitania y Baleares. Los visigodos ocupan parte de la Tarraconense desde el año 415 como federados del Imperio. En calidad de tales llevaron a cabo incursiones en la Bética y eliminaron a los vándalos silingos.
   En el año 418, sobre la base de un nuevo pacto con Roma, procedieron a su asentamiento en Aquitania, aunque escogieron como sede central Toulouse, en la Narbonense. Comenzó el reino de Tolosa (Toulouse). Se expandieron a continuación por la Tarraconense, hasta ocuparla por completo en el año 472. La fase siguiente fue la colonización de la parte noroccidental de la meseta central y las zonas del sur. En el año 507, derrotados en Vouillé por los francos, resistieron en centros de la Narbonense, hasta recibir el auxilio de los ostrogodos. Recuperado en parte el territorio de las Galias, el centro de gravedad del reino visigodo se desplazó hacia la Tarraconense.
   A mediados del siglo VI, Hispania quedó en la siguiente situación: los visigodos ocupaban la Tarraconense, la Cartaginense, la Bética y la zona sur de Lusitania, así como la parte sur de las Galias. Los suevos, la Gallaecia. A la población hispano-romana, visigoda y sueva, hay que añadir grupos minoritarios de orientales y judíos.
   Desde el punto de vista religioso, prescindiendo de los judíos, Hispania quedó escindida en dos: de un lado los católicos, que eran hispano-romanos y suevos, y de otro lado los arrianos, que eran visigodos. A pesar de ello, no se producían enfrentamientos entre los distintos grupos mientras la religión no adquirió valor político.
   En la segunda mitad del siglo VI se produjeron tres acontecimientos de suma importancia. Dos de ellos tenían carácter político: la ocupación de una gran parte del sureste hispánico por los bizantinos como consecuencia de la petición de ayuda por parte de Atanagildo en su intento de derrocar a Ágila (552), y la anexión por Leovigildo del reino suevo con la consiguiente unificación bajo la Monarquía visigoda (588). El tercer acontecimiento fundamental para la comprensión del momento isidoriano fue la conversión del pueblo visigodo al catolicismo bajo el sucesor de Leovigildo, Recaredo, en el III Concilio de Toledo (589).
   Se conoce el nombre del padre de san Isidoro, Severiano, gracias a la noticia que el propio Isidoro dedica a su hermano Leandro de Sevilla, en su De uiris illustribus (cap. 28). Ese nombre apunta a un origen hispano-romano, probablemente aristocrático. Se sabe que tuvo tres hermanos mayores: Leandro, Fulgencio (después obispo de Écija) y Florentina, pues así lo recuerda Leandro en su De institutione uirginum, dedicado a su hermana. A partir de ahí, las conjeturas son la única solución al resto de los problemas que plantean sus primeros años. En la noticia sobre su hermano, Isidoro informa de que nació en la provincia Cartaginense, indicación que deja amplio campo a la localización del lugar exacto, puesto que esta provincia abarca una extensión que va desde la costa sureste de la Península hasta el sur de Tortosa y avanza hacia el interior hasta cerca de Mérida por el sur, Toledo en la parte central y Palencia por el norte. La opinión más difundida es la que localiza a su familia en zona bizantina, partiendo de una interpretación de un pasaje de la obra antes citada de Leandro (31, 3-4), en el que éste se lamenta sobre la necesidad de abandonar la patria. Un poco más adelante (31, 6-7) Leandro, mencionando la marcha de Fulgencio a su tierra natal, habla del cambio experimentado en el lugar desde su infancia, al haber sido ocupado por extranei. Para unos, esto indica que la familia tuvo que emigrar debido a la ocupación de los bizantinos y ven en el conflicto entre Ágila y Atanagildo el motivo de expulsión: los grandes propietarios de Cartagena habrían apoyado a Atanagildo en su petición de ayuda a los bizantinos, y Ágila, como represalia, los expulsó cuando se estaba esperando la llegada de los bizantinos, hacia el año 550. Otros piensan que el contraste ciues/extranei tiene que aludir, por fuerza, a la oposición entre hispano-romanos y godos, lo cual llevaría a concluir que la familia de Severiano fue expulsada por los godos, hipótesis que apunta a los límites de la Cartaginense con la Bética (¿la Orospeda?). La expulsión se debería a la pugna entre católicos y arrianos y piensan en Ágila. Esto explicaría la presencia de la familia en Sevilla, cercana al lugar de procedencia y dominada por el rebelde Atanagildo. Como se ve, el texto presupone en el destinatario —su hermana— el conocimiento de hechos desconocidos en la actualidad, por lo que, llegar a conclusiones definitivas, es complicado. Por las palabras de Leandro, hay que suponer que Isidoro se educó junto a él, en Sevilla, ciudad de la que Leandro fue obispo desde 579, es decir, cuando Isidoro era un adolescente. Posiblemente estudió en la escuela catedralicia de Sevilla. No se sabe nada más con seguridad (algunos investigadores han apuntado un período de monacato, aunque no es probable), hasta su nombramiento como obispo de Sevilla en torno al año 600. 
 Las circunstancias vividas por Isidoro, desde aproximadamente el año 570 hasta su nombramiento como obispo, están vinculadas al período visigótico de mayor esplendor: los reinados de Leovigildo (c. 569-586 con Liuva hasta el 573) y su hijo Recaredo (586-601). Acontecimientos decisivos fueron la integración de la Gallaecia en el Reino visigodo con Leovigildo (585) y la desaparición del reino suevo; la revuelta de Hermenegildo contra su padre Leovigildo (579) y la conversión de los godos al catolicismo con Recaredo (589). Estos dos últimos ofrecen características similares, que reflejan bien la situación vivida por Isidoro, puesto que en ambos casos religión y política están en la base. Importantes por su significado fueron la “imperialización del reino” sobre el modelo de Bizancio y la adopción de Toledo como urbs regia.
   En 573 Leovigildo asoció al reino a Hermenegildo y Recaredo. Como consors regni fue Hermenegildo a Sevilla (580), casado con la católica Ingunda. En Sevilla estaba Leandro. Puede que éste influyera en la conversión al catolicismo de Hermenegildo y, en cierto modo, apoyara la sublevación. De hecho fue enviado a negociar a Bizancio y allí permaneció hasta que fue vuelto a llamar por Leovigildo.
   El problema entre arrianos y católicos fue percibido por Leovigildo en el 580, año en que convocó un Concilio arriano. La crisis no se resolvió hasta el 589, cuando Recaredo, en un Concilio convocado en Toledo y presidido por Leandro, adoptó la religión católica como religión del pueblo godo. Esta era la experiencia directa e indirecta de Isidoro cuando ocupó la sede de Sevilla y la herencia que recibió.
   Desde aproximadamente el año 600 hasta su muerte en 636, fue obispo de Sevilla. Participó como tal en el II Concilio de Sevilla (619) y en el IV Concilio de Toledo (633). Firmó el Decreto de Gundemaro de 610 reconociendo la categoría de metrópoli para Toledo. No hay que esperar de un autor cristiano del siglo VII, que era obispo, una producción literaria en el sentido que actualmente se da a esta expresión. Se pueden encontrar obras concebidas al margen de las necesidades religiosas, pero siempre con una utilidad inmediata, que fundamentalmente puede enunciarse como la de educar al clero para que desarrolle su función de modo adecuado.
   Aunque la obra más conocida de Isidoro, la que le dio fama a lo largo de toda la Edad Media, es las Etymologiae, casi toda su producción tuvo enorme importancia en el ámbito religioso y educativo. Un grupo estaba destinado a facilitar la lectura de la Biblia, casi exclusivamente el Antiguo Testamento: Prooemia, De ortu et obitu patrum, Allegoriae, Sententiae, Liber numerorum, Quaestiones in Vetus Testamentum.
   Otras respondían a necesidades inmediatas de regulación del clero: Regula monachorum, De ecclesiasticis officiis, intervención en la Collectio Hispanica. Otras a la defensa de la recta doctrina y de la moral: De fide catholica y libro II de Differentiae. Hay varias que tienen un carácter histórico: De haeresibus, Chronicon, Historia Gothorum, De uiris illustribus. Por último, dejó obras de naturaleza pedagógica, como el libro I de las Differentiae, y otras de carácter ‘científico’ como el De natura rerum. De todas ellas, llama la atención los Synonyma, obra de utilidad discutible, de elaboración cuidadosa, que parece responder a un intento mezcla de ingenio y fervor personal.
   Hasta el momento, no hay seguridad respecto a la datación relativa de las obras de Isidoro. Por esa razón, se sigue aquí la secuencia que adoptó Braulio de Zaragoza en su Renotatio, aún a sabiendas de que el orden en que enumeró las obras no fuera el que Isidoro siguió en su composición. Braulio cita dos libros de Differentiae, pero la transmisión manuscrita de ambos y su finalidad fueron distintos, y quizá también su fecha de composición.
   El libro I (c. 600) constituye un ejemplo único dentro de la producción isidoriana. No es un manual, ni contiene información o datos sobre cuestiones de tipo educativo, ni trata de aspectos religiosos o doctrinales. Es una especie de diccionario temático —al que después se ha impuesto la ordenación alfabética—, presentado bajo la forma de diferencias. Representa, por tanto, en el proceso de adquisición de vocabulario, un escalón superior al del diccionario simple, puesto que aspira a la precisión en el uso de las palabras. No es suficiente saber de modo general qué significa caelum y aether, hay que establecer la diferencia correspondiente para que la interpretación de lo leído sea exacta y el uso al escribir correcto. Por eso la forma de las entradas es la habitual en este tipo de tratados: Inter caelum et aetherem... Si se considera que en la entrada siempre figura más de un vocablo y que cada uno de ellos comienza por una letra distinta, la distribución temática, además de ser la más utilizada en el momento, es la más adecuada para facilitar la consulta. Las dos versiones en que ha llegado hasta hoy, la temática y la alfabética, difieren en el número de lemas, mayor en la alfabética, que es posterior y de autoría no isidoriana. En cuanto al libro II, es de naturaleza cuasi doctrinal, aunque se mantiene la forma. Las ‘diferencias’ que Isidoro propone están pensadas para alcanzar la comprensión de problemas que el cristianismo plantea o bien para dar un alcance religioso a fenómenos ajenos, en un principio, al cristianismo. Este es el caso, por ejemplo, de la presencia de una extensísima diferencia destinada a definir, bajo el punto de vista religioso, las partes del cuerpo. La forma de ‘diferencia’ aplicada guarda evidente relación con el éxito del método utilizado en el libro I.
   Prooemia parece ser el libro que podrá permitir el acceso a la lectura de la Biblia. Se trata de una serie de prólogos breves, algunos más que otros, que se corresponden con cada uno de los libros de la Biblia que conforman el canon, incluidos los Evangelios. Esto supone una presentación resumida del contenido de cada uno de los libros, al tiempo que una enumeración de los libros bíblicos canónicos (prol. Plenitudo Noui et Veteris Testamenti, quam in canone catholica recepit ecclesia, iuxta uetustam priorum traditionem ista est). La finalidad de estas sumarias introducciones era, indudablemente, servir de presentación a los libros para facilitar la comprensión global de su sentido.
   La analogía existente entre los Prooemia y De ortu et obitu patrum se concreta en que ambos son una recopilación de noticias breves relativas a cuestiones bíblicas. Si los Prooemia eran presentaciones a los libros de la Biblia, el De ortu son “biografías” de personajes bíblicos. La primera diferencia que se advierte es el carácter selectivo, como no podía ser menos. No está claro cuál pudo haber sido el criterio aplicado en la selección, ni tampoco la diferencia en la extensión dada a unos y otros personajes.
   Al tratarse, básicamente, de noticias resultantes de la reelaboración de los datos existentes en la Biblia sobre estos personajes, cabría pensar que la extensión depende en principio de esto. Ahora bien, en ocasiones, los capítulos añaden datos procedentes de los comentaristas o de obras ‘biográficas’, como sucede con el Quaestiones Hebraeae o epístolas de Jerónimo de Estridón, los Moralia in Iob de Gregorio Magno, De Officiis de Ambrosio de Milán o libros anteriores de tema paralelo. Este hecho conduce a la aceptación de la arbitrariedad en la extensión, resultante de ir acumulando sobre el personaje datos procedentes de unas cuantas fuentes disponibles desde el principio. Es decir, no se busca información específica para cada capítulo, sino que todos se elaboran y acogen la información que el autor encuentra en los textos seleccionados con vistas a la redacción. El destinatario concreto de De ecclesiasticis officiis (610-615) era su hermano Fulgencio, obispo de Écija.
   Como es habitual en este tipo de dedicatorias, Isidoro decía que emprendía el trabajo a instancias de su hermano, que deseaba información acerca de los orígenes de ritos y festividades celebradas por la Iglesia. Sin embargo, el destinatario implícito era el clero en general. Dispuesta en dos libros, el primero trata de la procedencia de los ritos que acompañan a los oficios (de origine officiorum, que probablemente fue el título original): música, lecturas y procedencia de las mismas —la Biblia—, oraciones de la misa y sentido de la consagración, oficios diarios y sentido especial del sábado y domingo, festividades anuales e instituciones que acompañan a algunas de ellas (ayuno y abstinencia).
   El segundo libro (de origine ministrorum) describe el clero y su tipología; sigue con los sacramentos: matrimonio, catecumenado, símbolo de la fe, bautismo, crisma y confirmación. Synonyma (c. 610) está dividido en dos libros de naturaleza un tanto diferente y su importancia va más allá que la que despierta su contenido. En cierto sentido, puede ser considerada como la pieza más literaria de las escritas por el arzobispo de Sevilla. Su forma, que actualmente produce en el lector una sensación de acumulación de términos semánticamente plenos, cadenciosa y repetitiva hasta la saciedad, constituyó para la Edad Media un estilo altamente valorado, al que se dio el nombre de ‘stilus isidorianus’. No quiere esto decir que sea Isidoro su creador, sino que con él alcanzó mayor intensidad. Leandro en el De institutione uirginum y Gregorio Magno en sus Moralia in Iob ofrecen ya muestras del favor que ese estilo había logrado en el siglo VI y que, en último término, tiene sus raíces en la literatura postaugustea, especialmente en Séneca. El atractivo derivado de este aspecto de la obra ha llevado, durante siglos, a olvidar la valoración de su contenido. Obra ascética o espiritual, como la define J. Fontaine, gran estudioso de san Isidoro.
   En el prólogo, Isidoro define los Synonyma como una obra surgida de la lectura de una scedula, cuya forma de expresión (formula) le indujo a elaborar un lamentum, término bajo el que lo cita Ildefonso de Toledo en su De uiris illustribus (8): [...] librum lamentationis quem ipse Synonymorum uocauit [...]. Se trata de un monólogo interior que recuerda los Soliloquios de Agustín de Hipona, lo cual explica el título de Soliloquia, isidoriano también, que fue muchas veces preferido a lo largo de la Edad Media. En realidad, este esquema se percibe con toda claridad en el libro I, pero no en el II, que está integrado por una serie de normas que hay que seguir en el camino hacia la perfección. Se ha transmitido, al igual que otras obras de Isidoro, en una doble versión.
   Otra pieza significativa de la personalidad isidoriana es el De natura rerum (613). La obra es una mezcla de nociones elementales: comienza con la definición y descripción de lo que es el día y los tipos de día, avanzando, a continuación hasta llegar al año, las estaciones y equinoccios y solsticios. A partir de aquí, el planteamiento cambia y adquiere un carácter de tratado astronómico primero y meteorológico después, para pasar finalmente a ocuparse de los fenómenos terrestres, con un tratamiento próximo al geográfico.
   En su conjunto, son temas que reciben también atención en las Etimologías: astronomía, meteorología, geografía, etc. Está dedicada a Sisebuto. Por su título recuerda al poema de Lucrecio, pero su concepción, como es lógico, difiere profundamente. Isidoro escribió un Liber numerorum, pero existen dudas de que sea el tratado anónimo que con ese mismo título ha llegado hasta hoy (se tiene una obra de título semejante, Liber de numeris, de clara procedencia irlandesa). En él Isidoro aclara el sentido alegórico de los números, a fin de que, cuando aparecen en la Biblia, adquieran para el lector su significado profundo. El libro pone al descubierto el significado de los números dentro de las Sagradas Escrituras, atribuyendo a éstos un valor simbólico, que sólo la interpretación alegórica puede alcanzar. Es un problema tradicional e Isidoro atribuye a la recta comprensión del significado la categoría de doctrina y a lo que los números encubren el carácter de mystica sacramenta. Después de definir qué es ‘número’, comienza con el 1 y selecciona los números que tienen un especial significado dentro de la Biblia: 1-16, 18, 19, 20, 24, 30, 40, 46, 50 y 60. Aunque adaptado a las necesidades culturales de su época y su religión, tiene puntos de contacto con el libro De arithmetica de la obra de Marciano Capela.
   Allegoriae (c. 615) es un tratado que da de cada personaje una interpretación alegórica, por contraposición con las noticias de los tratados anteriores, que podrían catalogarse como históricas. De acuerdo con ello, los personajes son, a menudo, tipos bíblicos. Al hablar de tipos hay que entender que no siempre se trata de personajes concretos, con nombre propio que los identifica, sino que se toma un tipo, como la mujer que encontró una moneda, el ‘rico’, los ‘ciegos’, los ‘cojos’, etc. Estas últimas suman el 45 por ciento del total, y en un 99 por ciento se concentran en la última parte de la obra, es decir en la parte dedicada a los personajes del Nuevo Testamento.
   Lo mismo que se ha dicho a propósito del liber numerorum puede aplicarse al tratado De haeresibus, una compilación de las herejías que se dieron durante los siglos anteriores, tanto por relación al cristianismo, como al judaísmo y lo que podría considerarse como religión entre los gentiles: las doctrinas filosóficas. Por lo que atañe al cristianismo, algunas de las herejías descritas todavía persistían en el momento en que Isidoro escribió. El De haeresibus cuenta con correlatos dentro de las Etymologiae, aunque de menor extensión; se corresponde con un capítulo del libro VIII.
   Sententiae, o De summo bono, título este último con que se le conoce, sobre todo, durante la Edad Media, consta de tres libros y su contenido se encuentra a mitad de camino entre una obra doctrinal y una obra moral. Dentro de la primera categoría podría considerarse el primer libro: desde Dios al hombre, la Iglesia, los paganos (los que están fuera de la Iglesia), la ley divina, la Biblia y sus modos de expresión, así como la diferencia entre los dos Testamentos. La organización de la Iglesia: oración, sacramentos; mártires y santos, Anticristo, resurrección, juicio final, infierno, cielo.
   Los otros dos libros, sin embargo, adoptan una postura moralizante y son una exposición de los caminos que el cristiano debe seguir para integrarse en la Iglesia descrita en el libro I. Su difusión durante la Edad Media fue considerable.
   La Chronica es una recopilación de los hechos históricos desde el comienzo del mundo, que para Isidoro es el año 5200, hasta Sisebuto, en una versión, y hasta Suintila en otra. Es decir, que se cuenta con dos redacciones, cuyas diferencias no se reducen a la prolongación en el tiempo de las noticias existentes en la versión breve, sino a la diferente forma que adopta el texto en algunos pasajes. Sus antecedentes se encuentran en el Chronicon de Eusebio de Cesárea, trasladado y adaptado al latín por Jerónimo, aunque la distribución en seis edades está tomada de Agustín de Hipona. Es un género seco de estilo, que se limita a anotar los datos de forma escueta.
   Aunque al De fide catholica contra Iudaeos podría atribuírsele carácter doctrinal, lo cierto es que, en Isidoro, la frontera entre lo doctrinal y lo no doctrinal no es fácil de trazar.
   Se trata de una obra relativamente extensa, dedicada a su hermana Florentina. La primera parte del título: De fide catholica, responde bien a su contenido. Dividida en dos libros, el primero de ellos es una demostración positiva de la verdad cristiana expuesta al hilo de los puntos cruciales de la vida de Cristo. En la segunda parte introduce los argumentos que la Biblia proporciona para mostrar el error de gentiles y judíos, incidiendo sobre la conversión de los primeros y el hecho de que el dogma judío ha quedado relegado con la llegada de la nueva ley.
   La obra se toma como un apoyo a la política antijudía de Sisebuto, pero no se presenta como un alegato contra los judíos, sino como una exposición razonada acerca de la verdad y el error. Los únicos puntos en que se observa un rechazo concreto es cuando se refiere a las prácticas religiosas de gentiles y judíos, por él consideradas supersticiosas. El hecho de que los preceptos rituales judíos se mantengan todavía, frente a los paganos, que en la práctica han desaparecido, es lo que otorga a estos pasajes un carácter más polémico.
   De uiris illustribus es un catálogo de escritores cristianos, tomando como antecedente los tratados sinónimos de Jerónimo y Genadio. Al igual que otras obras suyas, el De uiris illustribus ha llegado en una doble versión, de alcance variable, esta vez consecuencia de la manipulación que posteriormente se ha hecho de la obra del obispo hispalense. La obra original consta de treinta y tres pequeñas biografías de autores cristianos, sobre las que posteriormente se añadieron trece capítulos mediante la reelaboración del capítulo inicial. Destaca la inclusión de un alto número de escritores hispánicos, sobre todo del período más reciente.
   Se atribuye este hecho a un progresivo provincialismo, aunque también habría que tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo vi el panorama literario occidental es pobre y, en una gran proporción, se concentra en Hispania.
   Regula monachorum es uno de los primeros escritos de Isidoro, anterior al 619; su destino concreto no se conoce. Se trata de trazar un modelo de conducta de los monjes, siguiendo el camino de Regulae anteriores, aunque parece inclinarse más hacia modelos orientales (Regula Pachomii) que occidentales (Regla de san Benito). En el Proemio declara su intención de flexibilizar las normas de las antiguas Regulae, de modo que la condición de monje sea asequible a todos, sin exigir la perfección. Comenzando con el recinto, sigue con los monjes, el trabajo al que deben dedicarse, actividades religiosas (oficios, reuniones, lecturas...), alimentación, festividades, etc. Hay dos redacciones de la obra, una de ellas probablemente de la segunda mitad del siglo VII.
   Historia Gothorum, Wandalorum et Sueuorum, en su conjunto, pertenece a una tradición literaria distinta a los Chronica. Su objeto está restringido a la historia de los pueblos que en el siglo V ocuparon las distintas zonas de Hispania, a partir del momento en que hicieron su aparición en el Imperio Romano. El autor se permite una cierta personalización en el estilo y las noticias son más amplias, aportando datos curiosos, relativos a la personalidad del monarca tratado.
   Ahora bien, la delimitación impuesta al objeto historiado hace que la variedad en las noticias sea menor.
   Desaparecen observaciones relativas a las figuras importantes del momento, tal como vemos en la Crónica, y el conjunto se aproxima más al tradicional método histórico. La Historia Gothorum se ha transmitido en dos recensiones, una que termina con Sisebuto (619) y otra con Suintila (626), modificada en diversos puntos, tal como sucedía con los Chronica. 
    La Laus Spaniae precede en muchos casos al conjunto de las tres y, en otros casos, sirve de colofón a la Historia Gothorum. Es un elogio encendido de Hispania, que sigue los pasos de los elogios a las ciudades tan frecuentes en época tardía.
   Otro de sus libros, Quaestiones in Vetus Testamentum, en parte de la tradición manuscrita figura bajo el nombre de Mysticorum expositiones sacramentorum, título que nos acerca de inmediato al tipo de comentario.
   En efecto, se trata de un comentario, primordialmente alegórico, a pasajes seleccionados de los libros del Antiguo Testamento. Aunque en la Renotatio de Braulio de Zaragoza se cita como integrada por dos libros, la obra, tal y como se ha transmitido hasta el presente, sólo consta de uno. Está precedida de un prólogo en el que Isidoro explica las razones que le han llevado a componerlo. Siguiendo un tópico común insiste en la brevedad de sus comentarios y justifica el carácter místico de los mismos aludiendo a la existencia de otra obra suya en que se había ocupado del sentido histórico. Como dice, no toda la Biblia tiene sentidos ocultos bajo la simple letra, pero el hecho de que los pasajes que no lo tienen formen un todo coherente con los que sí lo tienen, imprime al conjunto un sentido que va más allá del histórico.
   Dentro de los episodios, en unos casos, se seleccionan aspectos que pueden plantear problemas morales: así, la aceptación del concubinato por parte de Abraham (capítulo 20 = Génesis, capítulo 25, versículos 1-11), la simulación de Isaac haciendo pasar a Rebeca por su hermana (capítulo 21 = Génesis, capítulo 26). El comentario va precedido de un resumen del episodio al que pertenece el punto comentado.
   Otras veces, el comentario está motivado por la aparente vacuidad del texto bíblico, que obliga a buscarle un sentido trascendente: episodio de los pozos excavados por Isaac y sus riquezas. De cualquier modo, como dice en el prólogo, siempre se trata de episodios que han sido comentados previamente por los anteriores padres de la Iglesia.
   Dado el tipo de comentario, destinado más que a aclarar la lectura, a interpretarla y orientarla en el sentido ya aceptado por la Iglesia, la extensión va disminuyendo, los episodios seleccionados son más breves a medida que se accede a acontecimientos menos necesitados de aclaraciones u orientaciones. La selección se hace más tajante. El apartado dedicado a los Numeri está destinado exclusivamente a desarrollar el capítulo 33 de la Biblia: Stationis Israelis in deserto, a manera de los Itineraria. La selección de pasajes del Deuteronomio es peculiar, porque no respeta el orden en que aparecen en la Biblia, sino que impone una organización propia. Hay una selección de pasajes del Levítico. Incluye a continuación: Josué, Jueces, reduce el libro de Ruth a un capítulo (el último del libro de Josué), los libros de Reyes, Esdras y Macabeos.
   Esta última inclusión es lógica, puesto que se trata de un libro histórico y, de hecho, Isidoro sólo se ocupa de éstos. Ni es todo el Antiguo Testamento, ni es un comentario seguido de los libros comentados. Sólo los libros históricos.
   Además de las obras citadas, queda un pequeño numero de epístolas y una interesante y discutida colección de versos (Versus Isidori), que parecen haber estado destinados a ilustrar, no tanto los libros de la biblioteca del obispo sevillano, como los de una biblioteca básica modelo, ya que los pequeños poemas se refieren a autores —tanto cristianos como no cristianos— que se consideraban por entonces como indispensables.
   Tal vez, de no haber escrito las Etymologiae, Isidoro no ocuparía el lugar destacado que actualmente tiene en la historia “literaria”. Las Etimologías, obra a la que con frecuencia se da el nombre de “Enciclopedia de la Edad Media”, responde a esa denominación en el sentido de que en ella es posible encontrar información sobre las cuestiones y objetos más diversos. Desde la gramática a los arneses, Isidoro ha recogido en veinte libros —bajo esa forma ha llegado hasta la actualidad— definiciones y descripciones relativas a miles de referentes. Unos existen, otros son inexistentes ya en su momento; lo cual indica que la enciclopedia, básicamente, no está destinada a entender el mundo real, sino el mundo escrito.
   El orden en que la información está dispuesta es uno de los problemas que plantea esta obra. Los tres primeros libros constituyen un conjunto formado por pequeños manuales de las siete artes liberales: gramática, retórica, dialéctica (libros I y II), aritmética, geometría, música, astronomía (libro II). A los libros VII-X les confiere unidad el estar dedicados a estudiar los nombres de los seres divinos y humanos, los nombres de los colectivos de que forman parte (tanto religiosos como civiles), de las instituciones a las que pertenecen, y los nombres que, dentro y fuera de ellas, se adjudican al hombre. En cuanto a los libros XI-XX, están dedicados a una descripción del mundo y sus habitantes. El reino animal (el hombre seguido por el resto de los seres vivos): libros XI y XII. El universo como creación de Dios (fenómenos propios, la tierra y sus accidentes): XIII-XIV; reino mineral: XVI, y reino vegetal: XVII. Fenómenos y objetos cuya existencia caracteriza la sociedad humana: XVIII-XX. Para que la lógica sea completa quedan dos huecos, uno entre los libros III y VII y otro entre el XIV y XVI. El primero va acompañado de problemas en la transmisión manuscrita, mientras que el segundo no.
   Los libros IV, V y VI están dedicados a la medicina —prolongación de las artes liberales— (IV), a las leyes y la cronología, incluido el factor historia (V), y los libros bíblicos así como las festividades cristianas y el modo de calcular el momento de celebración (VI), que parece paralelo al libro V: normas religiosas/leyes y cronología de los principales hitos de la historia del cristianismo acompañados del cómputo. El libro IV es posible que fuese añadido posteriormente al grupo inicial formado por los libros I-III, mientras que los libros V y VI responderían a la idea de completar con las leyes el cuadro. Tal como se ha transmitido en el libro IV, con su capítulo final indicando que la medicina es el elemento que falta para culminar las artes liberales, es evidente que no pudo ir nunca detrás del de legibus —segunda parte del libro V—, tal y como se encuentra en algunos manuscritos. Con lo cual hay que pensar que la parte de las leyes iba suelta, como también era independiente la parte de la historia. La parte de la transmisión manuscrita que conserva el orden III-Va-IV-Vb es la más antigua, puesto que presupone la existencia de un bloque al que ya se había añadido el IV y un arreglo (no isidoriano) que inserta todas las materias susceptibles de ser consideradas básicas socialmente, dejando para el final la declaración de la medicina como remate. O bien puede interpretarse como una primera fusión de las leyes al grupo de las artes liberales sobre el que se suma el libro de medicina que circulaba suelto. ¿Cabría pensar en el Vb, dedicado en parte a la aclaración de conceptos como día, mes, etc., a modo de un complemento al de astronomia? En cuanto al libro XV, dedicado a edificios y campos, estos últimos desde el punto de vista de su habitación humana (los dos capítulos finales), parece reflejar una idea, de por sí interesante, para comprender la visión medieval del universo: la inexistencia del mundo sin la presencia del hombre; de ahí que la descripción puramente geográfica reciba el complemento de la descripción de los “accidentes” que en la tierra van aparejados con la presencia del hombre. De aceptar esta idea, no existiría salto entre el libro XIV y el XVI. 
    El sistema de exposición está en gran parte basado en la etimología, por lo que se refiere a la identificación de las características del referente, la definición y la descripción. En ocasiones, a la definición y descripción añade un ejemplo. No hay duda de que es el mismo sistema que el seguido en las entradas de los diccionarios. Aunque la etimología es potestativa en los diccionarios, los otros dos rasgos son inevitables: definición, si se trata de un concepto o un hecho, descripción si se trata de un objeto. Su consulta durante la Edad Media fue masiva. Su uso con el tiempo necesitó de la ayuda de índices que hicieran más fácil su manejo: los índices de materias e incluso de términos se anteponen o siguen en los manuscritos al texto. No creo que sea adecuado decir que la Edad Media se nutrió de las Etimologías. Si lo hizo, fue en la medida en que la lectura de los textos enfrentaba al lector a una serie de problemas terminológicos de difícil solución y encontraba allí manuales básicos, que le evitaban la búsqueda de otros. En las Etymologiae encontraba no sólo la solución para identificar a un monarca, sino también la época en que había vivido; podía saber qué eran los Fasti y al mismo tiempo entender —siempre según Isidoro— por qué tenían ese nombre. A un nivel elemental podía situarse y comprender un mundo pretérito, punto de referencia obligado, puesto que a él pertenecían todos los instrumentos y lecturas que lo rodeaban, incluidos los relativos al mundo cristiano (Carmen Codoñer Merino, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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