Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

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domingo, 26 de enero de 2020

El Convento de Santa Paula

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa Paula, de Sevilla.     
   Hoy, 26 de enero, celebramos la Solemnidad, en Belén de Judea, de la muerte de Santa Paula, viuda, que pertenecía a una noble familia senatorial. Renunció a todo, distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró con la beata virgen Eustoquio, su hija, junto al pesebre del Señor (404) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Convento de Santa Paula, de Sevilla.
   El Convento de Santa Paula [nº 36 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla, y nº 74 en el plano oficial de la Junta de Andalucía] se encuentra en la calle Santa Paula, 3-5-7-9; en el Barrio de San Julián, del Distrito Casco Antiguo.
   Diecinueve tipos de mermeladas, monjas de tres continentes y una portada que sintetiza el Gótico, el Mudéjar y el Renacimiento. Riqueza repostera, espiritual, histórica y artística en una amplia manzana que abarca desde la calle Santa Paula hasta la calle Enladrillada, casi 9.000 metros cuadrados de superficie de un amplio solar que acoge iglesia, claustros, huertas y diversas dependencias.
   La titular del convento de jerónimas nació el 5 de mayo de 347, época de declive del Imperio Romano, teniendo su padre parentesco con los Escipiones y con los Gracos, y pretensiones de descendencia del mismísimo Agamenón. Paula se casó y tuvo un hijo, llamado Toxocio como su marido, y cuatro hijas: Blesila, Paulina, Eustoquio y Rufina.
   Su historia incide en sus virtudes como mujer casada, aunque con ciertas predilecciones por las glorias mundanas que desaparecieron con la muerte de su marido cuando ella contaba con 33 años. Sería entonces cuando la noble viuda romana Santa Marcela la convencería para entregar su vida a Dios y optar por una mayor austeridad. En Roma conocería a San Jerónimo, que encauzó definitivamente su opción religiosa. Sufrió la dama romana la muerte de sus hijas Blesila y Paulina, lo que le hizo anhelar aún más una vida retirada del mundo. Por ello se decidió a abandonar su casa y partir de Roma, decisión que no cambió a pesar de las lágrimas de Toxocio y Eustaquio, escena representada en el convento en los cuadros de Domingo Martínez (en un lateral de la iglesia) y de Herrera el Mozo (en una dependencia del museo). Santa Paula se embarcó con su hija Eustoquio, el año 385; visitó a San Epifanio en Chipre, y se reunió con San Jerónimo y otros peregrinos en Antioquía. Los peregrinos visitaron los santos lugares de Palestina y fueron a Egipto a ver a los monjes y anacoretas del desierto. Un año más tarde llegaron a Belén, donde Santa Paula y Santa Eustoquio se quedaron bajo la dirección de San Jerónimo. A la espera de la construcción de un monasterio estable, las comunidades se reunían diariamente en la capilla para el oficio divino, y los domingos en la iglesia próxima, llevando una vida penitencial marcada por el ayuno frecuente. Paula se ocupaba de atender a San Jerónimo, y le fue a éste de gran utilidad en sus trabajos bíblicos, pues su padre le había enseñado el griego y en Palestina había aprendido hebreo para cantar los salmos en la lengua original. El gobierno de los monasterios sería continuado por la hija de Toxocio, también llamada Paula. Tras perder el habla, Santa Paula murió el 26 de enero del año 404. Una singular historia para entender el origen de la advocación del convento.
   En 1473 concedía el papa Sixto IV la bula fundacional a Doña Ana de Santillán y de Guzmán que, al enviudar de su marido el jurado Don Pedro Ortiz y al perder a su única hija doña Blanca Ortiz de Guzmán, decidió recluirse en un emparedamiento de San Juan de la Palma. Una decisión, habitual entre las mujeres del siglo XV, que dio lugar al nacimiento de un convento de monjas jerónimas. El paso del tiempo lo iría conformando en cobijo de un enorme patrimonio artístico, económico y espiritual.
   Ana de Santillán había nacido en Sevilla en 1424, siendo hija de Fernando de Santillán, caballero veinticuatro  de la ciudad y de su esposa Leonor de Saavedra, ambos muy cercanos a la Orden de San Jerónimo. Tras enviudar, doña Ana también sufrió la la muerte de su única hija, Blanca, lo que motivó su retirada del mundo en un beaterio, pero con el plan de fundar, en casas propias, un monasterio de monjas de la Orden de San Jerónimo. Para ello adquirió unas casas que fueron del abad de Xerez, lindantes con las suyas. Por bula plomada de 27 de enero de 1473 concedió Sixto IV la deseada fundación de Santa Paula de Sevilla. Parece que la orden la admitió en el Capítulo General de 1474 y el 8 de julio de 1475, se hizo el traslado de las 14 fundadoras del emparedamiento de San Juan de la Palma a su nueva casa, donde recibieron el hábito de la orden. La primitiva casa debió tener una iglesia modesta que correspondería con la actual sala capitular, siendo difícil identificar el resto de dependencias. El día 13 de julio doña Ana firmaría su carta de profesión "fasta la muerte". El rápido crecimiento del convento y la llegada de nuevas vocaciones motivaron que las dependencias quedaran pronto pequeñas para acoger a la creciente comunidad. El esperado patrocinio llegó de doña Isabel Enríquez, biznieta de don Ennrique III de Castilla y del rey don Fernando de Portugal. Casada con don Juan de Braganza, condestable de Portugal y marqués de Montemayor, vivía cerca del monasterio de Santa Paula. Al quedar viuda decidió patrocinar la edificación de la nueva iglesia, cuyas obras se prolongaron entre 1483 y 1489, y que acabaría convirtiéndose en panteón suyo y de su esposo. Durante su dilatada historia el convento no conoció desamortización alguna aunque si sufrió el robo de las tropas francesas del mariscal Soult en la guerra de la Independencia. La continuidad de la comunidad en el lugar y continuas donaciones han permitido la conservación de un patrimonio de incalculable valor.
   El acceso a la iglesia se realiza tras atravesar una portada de ladrillo gótico-mudéjar con un azulejo de la titular del convento, azulejo que vino a sustituir al retablo cerámico desaparecido en la Revolución de 1868. Desde el exterior, especialmente desde la calle Santa Paula, destaca la silueta de la airosa espadaña del convento, de dos cuerpos e inspirada en los tratados arquitectónicos de los años finales del Manierismo. Es obra de Diego López Bueno y se decora con pináculos manieristas, pilastras adosadas y azulejos del siglo XVII con emblemas alusivos a la orden como el león o el capelo cardenalicio de San Jerónimo. Por un camino de ladrillo, blanco conventual, cipreses y recuerdos de los geranios blancos de Pedro, el antiguo portero, se accede a la excepcional portada de la iglesia. Terminada en 1504, es una perfecta conjunción de elementos góticos (es portada ojival que sigue otros modelos sevillanos anteriores), de recuerdos mudéjares (como el empleo de ladrillos bícromos como material) y de elementos del primer Renacimiento (los tondos cerámicos importados de talleres florentinos o los realizados aquí con la técnica italiana). Su aspecto más novedoso radica en la decoración cerámica, debida fundamentalmente a dos autores: el italiano Francisco Niculoso Pisano y el escultor local Pedro Millán, que supo actuar en el arte sevillano como elemento de transición entre el Gótico y el primer Renacimiento. Al centro, en la clave, un tondo cerámico central procedente del taller florentino de los Della Robbia, con el tema de la Sagrada Familia y los característicos tonos blancos y azules, que tanto pueden recordar a los tondos del Hospital de los Inocentes de Florencia. Probablemente es el modelo de los demás, que representan a Santa Elena (con la reliquia de la Cruz de Cristo en sus manos), San Antonio de Padua y San Buenaventura (el santo popular y el santo intelectual), San Pedro con sus llaves y San Pablo con la espada de su martirio, Santa Rosa de Viterbo, los Santos Cosme y Damián atendiendo a un enfermo y San Sebastián, con las flechas de su martirio, junto a San Roque, con las llagas que le provocó la peste, todos ellos realizados por Pedro Millán. El fondo de grutescos y motivos renacentistas en tonos miel, azul y blanco es obra de Niculoso Pisano, que introduce así la técnica del azulejo plano en Sevilla, que adquirirá un enorme desarrollo a lo largo del siglo. En el tímpano aparece el escudo de los Reyes Católicos, coronando la portada ángeles de recuerdo gótico y flameros alternados con cabezas de querubines.
   El interior de la iglesia muestra la tradicional planta de cajón conventual, estructura rectangular que presenta coro alto y bajo a los pies de la nave y con presbiterio de líneas curvas que se cubre con bóveda de nervadura gótica, un estilo retardatario para el momento de su construcción. La decoración pictórica de esta zona corresponde al siglo XVIII, confiriéndole un aire barroco que nada tiene que ver con la estructura original. La nave se cubre con un artesonado de madera obra de Diego López Arenas (1623) con elementos mudéjares que siguen los dictados establecidos por el propio autor en su libro Tratado de la carpintería de lo blanco.
   El retablo mayor, en madera dorada, es obra barroca de José Fernando de Medinilla (1730) que sustituyó al antiguo retablo de Andrés de Ocampo (1592). De este antiguo retablo de Ocampo se conserva la figura de Santa Paula, la fundadora de la rama femenina de la Orden, y las imágenes de San Blas y de San Agustín, identificable por la maqueta de la iglesia que porta sobre sus manos. De Medinilla son las imágenes de de San José y de San Antonio de Padua. Se articula mediante estípites que delimitan cuerpos y calles, estando coronado por un relieve con el tema de la penitencia de San Jerónimo en el desierto. En los muros laterales se encuentran los sepulcros de los marqueses de Montemayor (1592). En el lado izquierdo se sitúa la tumba de doña Isabel Enríquez y su hermano, don León Enríquez, mientras que en el derecho se sitúa el enterramiento de don Juan, condestable de Portugal y marqués de Montemayor. Originalmente ocuparon la zona central del presbiterio pero luego fueron trasladados a la zona actual. En los laterales del presbiterio hay dos cuadros de grandes dimensiones realizados por Domingo Martínez hacia 1730. Representan la muerte de Santa Paula y el embarque de Santa Paula camino de la isla de Citerea para la fundación de nuevos conventos. Los dinámicos ángeles lampareros de los muros laterales fueron realizados por Bartolomé García de Santiago (1730). En la zona del presbiterio se sitúan algunos paños de azulejo en tonos verdes que corresponden a las reformas que se realizaron en la iglesia a finales del siglo XIX.
   En el muro izquierdo, en la parte más cercana al presbiterio se sitúa el retablo de San Juan Evangelista, con un excelente diseño protobarroco de Alonso Cano (1635) y talla principal de Martínez Montañés (1637). Muestra al Evangelista en la isla de Patmos, con actitud de inspiración para la escritura del Apocalipsis, teniendo el águila como símbolo iconográfico propio a sus pies y una pluma de plata en sus manos. El retablo, articulado mediante hornacinas y columnas estriadas, estaba decorado originalmente por pinturas realizadas por Alonso Cano, que, tras ser robadas por el mariscal Soult durante la invasión francesa en 1810, se diseminaron por diversos museos europeos como la Colección Wallace de Londres. Las pinturas actuales son de origen diverso, lo cual se constata en su variada iconografía, pudiéndose identificar a Santa Inés, Santa Rosa de Viterbo, Santa Catalina, Santa Teresa o San Juan de la Cruz. Algunas parecen provenir del primitivo retablo mayor, con atribución a Alonso Vázquez. El retablo se corona con un curioso altorrelieve que muestra el tema de San Juan ante Porta Latina, en su libre interpretación como San Juan en la tina, una apócrifa interpretación de un martirio aplicado a San Juan del que no se tiene constancia histórica. A los pies del testero izquierdo una magna pintura mural representa a San Cristóbal, que algunos atribuyen a Alonso Vázquez y que entra en la tradición de los Cristobalones, representación en tamaño colosal del mítico gigante que aparece en otros lugares de la ciudad como el convento de Santa Clara o la misma Catedral. Es una iconografía que la Iglesia reconoce como legendaria, la del vanidoso gigante que ayudaba a cruzar a las personas por un río y que un día comprobó que llevaba al mismo Jesús sobres sus hombros. "Tú serás Cristóbal, el que porta a Cristo", fue el mensaje que transmitió el Niño en la legendaria escena.
   En el muro derecho y haciendo pareja con el retablo frontal, se sitúa el excelente retablo de San Juan Bautista, realizado por Felipe de Ribas en 1637. La imagen del titular, vestido con pieles y con el cordero a sus pies, es talla de Juan Martínez Montañés. A izquierda y derecha aparecen flanqueada por el tema de la Visitación, con imágenes de la Virgen y de su prima Santa Isabel, tallas de Felipe de Rivas. El retablo se articula mediante columnas estriadas con decoración en forma de espina de pescado, destacando el relieve superior con el tema del Bautismo de Cristo, iconografía habitual que permitía relacionar la figura del Precursor (el Bautista) y de Jesús (el Mesías). Las formas y la composición siguen modelos montañesinos como el del retablo del convento del Socorro hoy conservado en la iglesia de la Anunciación. También destacan los ángeles pasionistas que se sitúan en los frontones del retablo, que siguen de nuevo los modelos de Martínez Montañés, portando dos de ellos la cabeza degollada del Bautista.
   A continuación se sitúa el retablo del Santo Cristo, obra de Felipe de Rivas (1638). La talla de Cristo Crucificado es de fines del siglo XV y se relaciona por algunos autores con la escuela de Pedro Millán o alguno de sus seguidores, estableciéndose la comparación con el crucificado conservado en el coro del monasterio de Madre de Dios. Recibe la advocación del Crucificado del Coral, fue una donación de la hermandad de Montesión y, según el libro del Abad Gordillo, era centro de peregrinación de "los que pretenden tener estado para salvarse y de los que tienen falta de salud o desean el buen suceso de personas ausentes y su venida con prosperidad". En el mismo libro se hace referencia a su advocación, indicando que "hánse visto de esta devoción grandes milagros, en particular el que se manifiesta con un ramo de coral que está a los pies de la Santa Imagen de un hombre que estando en las Indias y haciendo su mujer la referida estación le trajo Dios a su casa cuando menos lo pensaba". En la zona del ático del retablo aparece representado el tema del Descenso de Cristo al Limbo, motivo iconográfico que no admite la teología actual. El retablo debió ser realizado in situ sobre la talla del Crucificado: fue imposible su traslado a una exposición al ser sus medidas superiores a las de la vitrina que lo acoge. El último retablo del muro es obra de Gaspar de Rivas (1640), siendo la pequeña Virgen del Rosario que preside la hornacina central obra del siglo XVIII. No es su iconografía original ya que antiguas fotos muestran que estuvo presidido por el busto de una Dolorosa. A su alrededor se disponen diversas pinturas añadidas en el siglo XIX. Los azulejos que adornan la iglesia son obra de Hernando Valladores del siglo XVII, con emblemas alusivos a la Orden jerónima como el león y el capelo cardenalicio. Destacan los marcos de acceso a los comulgatorios que fingen una arquitectura manierista de la época en tonos blancos y azules. Desde esta zona de la iglesia se puede contemplar el coro bajo, el empleado actualmente por la comunidad en los cultos diarios. Su techo presenta un artesonado del siglo XVII y sus muros se recubren con azulejo fechados en 1616 y que se pueden relacionar con el estilo de Hernando de Valladares. Cerca de la reja se sitúa el órgano, obra del maestro Otín Calvete (1806), autor de otros órganos neoclásicos de la ciudad. Barroca, de finales del siglo XVIII, es la decoración del comulgatorio de las monjas. Acoge el coro bajo la lápida mortuoria de la fundadora del convento, doña Ana de Santillán, que fue trasladada de la iglesia a este lugar en 1830. Entre las pinturas que adornan esta estancia destaca la que representa el diálogo entre San Jerónimo con Santa Paula, lienzo documentado de Herrera el Viejo (1638). También cuelgan en sus muros una Inmaculada de Pedro Rodríguez Miranda (1748), una Virgen de Guadalupe del mexicano Juan Correa, un retrato de la fundadora realizado por Antonio María Esquivel en 1836 y un lienzo que representa la Coronación de la Virgen cercano al estilo de Lucas Valdés, hacia 1660. Entre las esculturas del coro destacan un San Juan Evangelista y un San Lucas, piezas procedentes del primitivo retablo mayor (1592), una talla de la Virgen de la Salud del siglo XVIII y la imagen de la Virgen del Amor, con notable ráfaga y corona del siglo XVIII. En una vitrina se sitúa la copia del San Jerónimo penitente de Pietro Torrigiano conservado en el Museo de Bellas Artes, pieza realizada a comienzos del siglo XIX por Juan de Astorga.
   La visita a la iglesia se continúa con la entrada al museo conventual a través del otro portalón de acceso desde la calle. Una vez atravesado se accede a un recogido compás donde se abren algunos locutorios y la sala de ventas de la repostería monacal. Por una moderna escalera adosada al muro, coronado por la moderna donación de un azulejo de Enrique Orce que representa a Santa Paula, se accede a las dependencias del museo conventual. En su pequeño vestíbulo se sitúa un lienzo de la Virgen de Guadalupe del siglo XVIII firmado por José Páez y de origen mejicano, un lienzo de la Flagelación de San Jerónimo de fines del siglo XVII, un Calvario sobre tabla del siglo XVI y una pintura de la Sagrada Familia de un seguidor de Murillo. Se completa con diversos ornamentos litúrgicos en una vitrina, destacando un terno de seda roja bordado en oro, del siglo XVII. La siguiente estancia muestra un lienzo del Ángel de la Guarda firmado por el granadino José Risueño en el siglo XVII, le sigue un notable lienzo de San Jerónimo cercano a José de Ribera, del siglo XVII; un lienzo de de la Inmaculada del siglo XVIII y dos cuadros de procedencia flamenca en los que unas guirnaldas de flores enmarcan las escenas de Rebeca y Eliecer y de la Sagrada Familia. En el mismo muro se sitúa un San Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis, copia del original de Alonso Cano. A los pies de estas pinturas, en varias vitrinas, se sitúan una imagen del Niño Jesús dormido sobre una calavera, una imagen premonitoria muy propia del Barroco, un Buen Pastor y una delicada composición con la escena de la Visitación, muy cercana al estilo de Cristóbal Ramos. Junto a la puerta de acceso, en una vitrina se sitúan diversos libros corales, jarrones de procedencia oriental, una capa pluvial del siglo XVIII y un San Juan Niño de talla atribuido a José Risueño. En el muro contrario se sitúan algunos grabados de origen madrileño y un busto de Sor Cristina de Arteaga en sus años de juventud.
   La siguiente sala se sitúa en paralelo al claustro principal del convento, pudiendo observarse desde sus ventanales. Está presidida pro un gran lienzo con el tema de la Adoración de los Pastores, que suele atribuirse a Juan Do, seguidor de José de Ribera, pintura tenebrista que sigue claramente el modelo de Ribera que se conserva en la Academia de Bellas Artes de Madrid y de la cual se conserva también otra copia en la capilla sevillana de Santa María de Jesús. Otras pinturas de interés se distribuyen por la sala como un San Blas copia de Zurbarán, tres cobres flamenco del siglo XVII, un San Miguel Arcángel firmado por Eugenio Cajés, un crucificado barroco de escuela granadina y una notable tabla flamenca de San Jerónimo del siglo XVI. Enmarcan al lienzo de la Adoración de los Pastores dos bustos de un Ecce Homo y una Dolorosa, tallas cercanas al granadino Pedro de Mena. En una vitrina se mezclan diversas piezas como un busto de un Ecce Homo en barro, un Niño Jesús, una naveta de filigrana de plata sobre una concha marina, un San Juan en barro cocido y diversos relicarios barrocos. Destaca la la calidad del suntuoso relicario que procede del convento de Santiago de Madrid, donación de la reina Mariana de Austria en 1694, en el que se cobija una cabeza de San Juan Bautista portada por ángeles de bronce dorado sobre una peana de ébano y plata. La tercera sala se corresponde con el coro alto de la iglesia, lo cual permite una excelente visión cenital de la misma, manteniendo la techumbre de madera realizada en el siglo XVII por Diego López de Arenas. Este presidida por un singular Crucificado realizado en pasta de madera y que denota influencias hispanoamericanas. Otro conjunto singular de la estancia es el Nacimiento de finales del siglo XVIII que se muestra en una vitrina. Algunas de sus piezas presentan la firma de Fernando de Santiago y abarca un conjunto de escenas que van desde la Expulsión de Adán y Eva del paraíso, a la Anunciación, la Visitación, la Huida a Egipto, la Matanza de los Inocentes, la Adoración de los Reyes y los Pastores o una abigarrada composición de los ángeles y de los coros celestiales, todo en un conjunto cargado de detalles y con la estética ampulosa y recargada de los nacimientos napolitanas y españoles de finales del siglo XVIII. En la parte superior de la hornacina se sitúa una Virgen sedente del siglo XVII, de origen granadino. Por toda la estancia se cuelgan diversos lienzos entre los que se puede citar un retrato de Fray Alonso de Oropesa, original del siglo XVII; una Piedad, copia de Van Dyck; un Buen Pastor copia de Murillo, o el Nacimiento de la Virgen, del siglo XIX. Las piezas de más interés de la estancia son un lienzo de San Jerónimo haciendo penitencia en el desierto, muy cercano al estilo del napolitano Luca Giordano; el Descanso en la Huida a Egipto, atribuida al granadino Juan de Sevilla, que repite el tema en un lienzo de la Catedral de Granada; y la escena del embarque de Santa Paula hacia la isla de Citerea, lienzo de Herrera el Viejo en el que se muestra la escena con el llanto de Toxocio, el hijo de la titular del convento, en una pintura que formaría pareja con la escena de San Jerónimo que se conserva en el coro bajo. Junto a diversos relicarios y fanales se distribuyen por la sala varias tallas, como un San Juan Niño de principios del siglo XIX realizado por Juan de Astorga y diversas imágenes del Niño Jesús. Entre éstos destacan, por su valor devocional, dos imágenes, la que preside con su palma la sede prioral en la celebración del Domingo de Ramos y el llamado Niño Jesús Manolito, que fue dejado en el torno del convento como eran dejados en tiempos pasados muchos niños abandonados para su cuidado por la comunidad. El Niño Manolito se viste con diversas ropas a lo largo del año y es el que se emplea para la adoración de los fieles en Navidad.
   Desde la segunda estancia se puede contemplar el llamado patio grande, el claustro principal del convento realizado en el siglo XVII según el diseño polifacético Diego López Bueno. Se compone de una doble galería porticada que rodea sus cuatro frentes, el cuerpo inferior presenta trozos de entablamento sobre las columnas bajas para aumentar la altura, presentando el cuerpo superior arcos rebajados. El conjunto fue ejecutado por el albañil Diego Gómez y el carpintero Diego López de Arenas, habituales colaboradores en otros lugares del recinto. Sus paredes están recubiertas de un excelente zócalo de azulejos en el que aparecen diversas fechas, 1617, 1621 y 1631, siendo su estilo cercano al del ceramista Hernando de Valladares. Presenta numerosos paños de variados y originales diseños, alternando fantásticas figuras antropomórficas, elementos arquitectónicos claramente inspirados en el Libro Cuarto de Arquitectura de Sebastián Serlio y elementos vegetales, una original decoración propia de las fantasías estéticas de los últimos años del Manierismo. De las dependencias que se sitúan en esta zona claustral destacan el refectorio y, muy especialmente, la sala capitular. Es una amplia estancia rectangular presidida por una talla de la Divina Pastora del siglo XVIII que alberga notables pinturas como una Asunción del siglo XVI, San Ambrosio y San Jerónimo, copia de Durero, un San Jerónimo de escuela castellana, una Santa Catalina de escuela flamenca del siglo XVI y una escena de los Desposorios Místicos de Santa Catalina inspirada en un original del Museo del Prado.
   Contiguo al claustro principal se encuentra el llamado patio chico, claustro original del convento que debió ser realizado a finales del siglo XVI. Sus columnas sostienen arcos de medio punto enmarcados por un alfiz, siendo todas de diferente altura, lo cual indica el aprovechamiento de materiales anteriores. En esta zona las paredes se recubren por un excelente paño de azulejos del tipo cuenca, también de finales del siglo XVI. Se comunican ambos patios mediante una galería porticada en cuyo extremo se sitúa la capilla de la Virgen de Belén, capilla abierta presidida por una pintura de la Virgen de comienzos del siglo XVII. A estos patios hay que añadir las modernas construcciones añadidas en el siglo XX, las huertas, el jardín o la galería porticada que los comunica.
   Hasta diecinueve tipos de mermeladas aparecen entre las especialidades de la repostería del convento, la principal fuente de ingreso de la comunidad. Su secreto radica en la calidad de la fruta empleada, ya que es su único ingrediente junto al azúcar. Otros productos que elaboran las monjas jerónimas son las cremas de batata, la crema de azahar, y las gelatinas de rosa, jazmín o azahar. Hay productos que se elaboran por temporada, destacando los tocinos de cielo, el plum-cake, las magdalenas, los alfajores o el turrón. Una característica peculiar de su producción es que algunas de las materias primas empleadas proceden del huerto propio que acoge el recinto conventual, donde también se cultivan verduras para el consumo propio de la comunidad. De gran calidad es el dulce de membrillo, para su elaboración se cuece la fruta, se pela y se pasa por un tamiz fino. Con la misma cantidad de azúcar que el peso de la fruta se hace un almíbar en el que se introduce ésta, hasta que se alcance el punto deseado. Una vez hecho se vierte en moldes, que solo deben taparse con un papel celofán colocado antes de que se enfríe el envase. Junto a la repostería como fundamental fuente de ingresos, también es posible el encargo de rosarios o de ornamentos litúrgicos confeccionados en el convento.
   Siguiendo la antigua regla de San Agustín las monjas jerónimas de Santa Paula comienzan su jornada poco antes de las seis de la mañana, ya que a las 6.30 horas rezarán laudes con oficios, a los que seguirá un tiempo de oración que culminará con la misa de las 8 de la mañana. Tras el rezo de tercia y el desayuno, a las 9.30 comienza el trabajo, repartido entre las diversas faenas de mantenimiento y producción. Antes del almuerzo se realiza el rezo de sexta, existiendo un descanso de una hora hasta las cuatro de la tarde. Tras el rezo del rosario y la lectura en comunidad sigue un tiempo de recreo que concluye a las seis y cuarto con la lectio divina. Antes del rezo de vísperas hay un tiempo dedicado al ensayo de cantos, de gran variedad en una comunidad que acoge a numerosas monjas de origen africano y, especialmente, de origen indio. A las ocho y media llega la cena, seguida de un tiempo de lectura individual que culmina con el rezo de completas a las 9.30 de la noche.
   Celebraciones litúrgicas especiales en la vida del convento son los días de San Jerónimo y Santa Paula, el día de San Agustín y la festividad de San Juan (San Juanito para las hermanas) del día 24 de junio. Con solemnidad se hace el rezo del vía crucis en Cuaresma y, hasta hace unos años, se celebraba una especial Semana Santa a la usanza sevillana. Una peculiar procesión, inmortalizada en el libro Sevilla Oculta, se formaba con el paso del Ecce Homo y el llamado "de la Amargura", realizados con imágenes de pequeño tamaño cobijadas en artísticos pasos que discurrían por los claustros, un cortejo que organizaba sor María Belén, conocida como "la sevillana". Peculiar es también el cántico de las lamentaciones, rezo cantado basado en el libro de Jeremías, que se lleva a cabo en la noche del Viernes y del Sábado Santo. En la actualidad son de gran interés la procesión de palmas del Domingo de Ramos y la procesión del Corpus, ya que ambas permiten el acceso del público al claustro principal del convento para la participación comunitaria en la liturgia.
   Sin duda la monja más relevante de la historia reciente del convento fue sor Cristina de Arteaga, nacida en Zarautz (Guipúzcoa) el 6 de septiembre de 1902, cuarta de los nueve hijos que tuvieron don Joaquín de Arteaga y Echagüe, marqués de Santillana entonces, y después duque del Infantado, y doña Isabel Falguera y Moreno, condesa de Santiago. Amadrinada por la reina María Cristina, recibió una sólida formación cristiana e intelectual, licenciándose en el año 1920 con premio extraordinario por su brillante expediente académico. También le dieron premio extraordinario por su tesis sobre El Venerable Don Juan de Palafox y Mendoza, en 1926. Llegó a ser nombrada presidenta de Acción Católica, siendo su libro de poesía Sembrad prologado por Antonio Maura. Pero sus éxitos no le impidieron optar por la vocación monástica que tuvo desde la infancia: "Vocación que casi precede a la razón. O monja o bailarina". Y no fue el baile su destino final. Después de un primer intento con las benedictinas de Solesmes en 1926, tomó el hábito con las concepcionistas jerónimas de Madrid, convento que abandonó forzosamente en la guerra civil, refugiándose en la embajada argentina, de donde pudo pasar, vía Marsella, a la localidad de Biarritz. Finalizada la guerra y tras superar una enfermedad, acabó profesando solemnemente en Santa Paula el 9 de mayo de 1943. 
   La comunidad la eligió priora el 20 de abril de 1944, cargo que ocupó hasta su muerte. Ya priora de Santa Paula, emprendió la tarea de elevar la vida espiritual, la formación y las observancias monacales y la organización de la federación de los conventos de monjas jerónimas. Se iniciaba así una larga andadura en la que se acometió una profunda renovación espiritual de la comunidad junto a una modernización y profundización intelectual que colocaría al convento de Santa Paula como ejemplo de adaptación de la clausura a los nuevos tiempos. Sus numerosos libros, su profundización en la oración, su nombramiento como académica de la Historia de Madrid en 1944 y de Buenas Letras en Sevilla en 1967, y numeraria en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla en 1973, sus visitas a las jerónimas de la orden, sus artículos e incluso sus entrevistas, la convirtieron en un referente de la espiritualidad española durante décadas. Murió el 13 de julio de 1984: "El dolor será fecundo", fueron unas de sus últimas palabras. Fecundidad transmitida en décadas siguientes que vivieron un auge inusitado con el ejemplo de monjas como Sor Esperanza, la maestra de novicias que formó a varias generaciones o la llegada de nuevas espiritualidades provenientes de la India o de África. Como dice la hermana Mari Cuñi, "ser monja sigue siendo una llamada: hay un valor supremo que te llama" (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
     Precede a la iglesia del monasterio un amplio compás ajardinado que presenta a la calle una sencilla portada realizada a comienzos del siglo XVI en ladrillo agramilado. Estructuralmente consta de un solo cuerpo que se enmarca con baquetones, y se remata con una hornacina con azulejos que representan a Santa Paula, realizados en el siglo XIX y que sustituyen al primitivo, del siglo XVI. La portada de la iglesia es una obra característica del reinado de los Reyes Católicos, en la que se unen estructuras góticas, técnica constructiva mudéjar y decoración renacentista. Fue construida por encargo de la marquesa de Montemayor, y en ella colaboraron el escultor Pedro Millán y el ceramista Francisco Niculoso Pisano. Al primero corresponden los ángeles de las enjutas y los tondos, que se disponen en la rosca del arco, en los que se represen­tan de izquierda a derecha, a Santa Elena, San Antonio de Padua con San Buenaventura, San Pedro con San Pablo, San Roque con San Sebastián, San Cosme con San Damián y Santa Rosa de Viterbo, que copian el estilo del dedicado al Nacimiento, obra atribuida al italiano Andrea della Robbia, situado en la clave del arco. Francisco Niculoso es el autor de los azulejos pintados y decorados con grutescos en blan­co, azul y amarillo, que aparecen en el tímpano y en la rosca del arco, así como del conjunto de flameros y cabezas de querubines que constituyen el remate. En el tímpano se dispone un escu­do real, realizado en mármol blanco, flanqueado por el yugo y las flechas. La obra está fechada en 1504 apareciendo la firma de Pedro Millán en el tondo de San Cosme y San Damián, y la de Francisco Niculoso en una cartela sobre la rosca del arco.
     La iglesia presenta un interior de nave única, cubierta con una magnífica armadura realizada en 1623 por Diego López de Arenas.
     El retablo mayor es obra del escultor José Fernando de Medinilla, quien lo realizó en 1730. Está presidido por una escultura de Santa Paula, que por su estilo puede fecharse a finales del siglo XVI, y que pudiera ser la imagen que hizo Andrés de Ocampo para el retablo anterior al actual, en 1592. Sobre la escultura de Santa Paula figura una Inmaculada y un relieve de San Jerónimo. Completan el retablo imágenes de San José con el Niño, San Blas, San Antonio de Padua y San Agustín. En los muros laterales del presbiterio se disponen los sepulcros del marqués y la marquesa de Montemayor, patronos del convento, recubiertos de azulejos de cuenca, con los escudos nobiliarios realizados en la técnica de cuerda seca. Los dos grandes cuadros que figuran también en los muros laterales de este presbiterio representan escenas de la vida de Santa Paula y fueron realizados por el pintor Domingo Martínez en 1730. Al propio Domingo Martínez, ayudado por su taller, pertenecen las pinturas al temple que adornan las bóvedas y que, entre elementos vegetales, representan diversos ángeles. Los dos ángeles lampareros que enmarcan el presbiterio son obra del maestro escultor Bartolomé García de Santiago, que los hizo hacia 1730. En el muro de la izquierda figura el retablo de San Juan Evangelista, que fue realizado por Alonso Cano, quien terminó la obra, a falta de algunos detalles, en 1635; la ima­gen del santo titular que preside  la hornacina principal del retablo es obra de Juan Martínez Montañés, en 1637. Las pinturas originales que adornaban este retablo eran de Alonso Cano, pero desaparecieron como consecuencia de la rapiña del mariscal Soult en 1810. Están sustituidas por otras pinturas de distinta mano y entre ellas figura un San Antonio de Padua y una Santa Catalina de Siena, que corresponden al estilo de Alonso Vázquez pudiendo fecharse al final del siglo XVI. Pueden pertenecer al conjunto pictórico que este artista realizó para el antiguo retablo mayor de esta iglesia. Junto a la reja del coro se localiza una pintura mural de San Cristóbal de hacia 1600.
     En el muro de la derecha se dispone el retablo de  San Juan  Bautista, realizado en 1637 por Felipe de Ribas. En su hornacina central figura una escultura del titular realizada por Martínez Montañés, en 1638; en el retablo figuran también imágenes de Santa Ana y Santa Isabel, dos ángeles sosteniendo la cabeza degollada del Bautista y dos virtudes. En el ático figura un relieve del Bautismo de Cristo que tam­bién corresponde a Felipe de Ribas. El retablo del santo Cristo fue realizado igualmente por Felipe de Ribas en 1638 y en él se alberga una escultura de Cristo Crucificado de fines del siglo XV, atribuido a Pedro Millán; en el ático figura un relieve de Cristo bajando al Limbo, de la misma época que el retablo. El último retablo de este muro, dedicado a la Dolorosa se fecha en 1640 y es obra de Gaspar de Ribas; originalmente contuvo pinturas de Francisco de Zurbarán.
Museo conventual. El museo del Monasterio de Santa Paula se dispone en varias dependencias altas y constituye un ejemplo a imitar de lo que pudieran ser museos conventuales. En el vestí­bulo se expone una pintura de la Sagrada Familia, de un discípulo anónimo de Murillo, obra de finales del siglo XVII; una Virgen de Guadalupe del siglo XVIII, firmada por José Páez en México; una Flagelación de San Jerónimo, de finales del siglo XVII; una Santa Paula del siglo XVIII y una tabla del Calvario del siglo XVI. En una vitrina se exponen un terno de seda roja, bordado en oro, del siglo XVII.
     En la primera sala del museo figura, a la izquierda y en primer lugar, una guirnalda de flores en torno al ángel de la Guarda, firmada por José Risueño, pintor granadino del siglo XVII; siguen después pinturas de San Jerónimo, del siglo XVII; la Inmaculada, del XVIII; una guirnalda de flores en torno a la Sagrada Familia, obra flamenca de mediados del siglo XVII y otra guirnalda de flores en torno a Rebeca y Eliecer, de la misma escuela y época de la anterior. Siguen la visión de San Juan Evangelista en Patmos, copia de Alonso Cano. Tres vitrinas albergan esculturas del Niño Jesús dormido sobre una calavera, el Buen Pastor, que se ha relacionado con la obra de Cristóbal Ramos, y el Nacimiento, obras todas barrocas. Otra vitrina alberga una escultura de San Juan Niño atribuida a José Risueño, una capa pluvial del siglo XVIII, dos casullas del siglo XVII y libros de coro.
     La segunda sala del museo, llamada de San Isidoro, ocupa el espacio de un antiguo locutorio y desde ella se puede contemplar el claustro principal del monasterio. En ella figura el siguiente conjunto de pinturas: San Francisco de Asís y San Vicente Ferrer, anónimos del siglo XVII; La Adoración de los Pastores de Juan Do, discípulo de Ribera; San Blas, copia de Zurbarán; retrato de fray Diego de Olmedo, del siglo XVII; tres cobres flamencos del siglo XVII, que representan el Camino del Calvario, la Imposición de la Casulla a San Ildefonso y la Adoración de los Pastores, este último copia de Rubens; un San Jerónimo pintado en tabla, obra flamenca de mediados del siglo XVI; un gran lienzo de San Miguel Arcángel, firmado por Eugenio Cajés, pintor madrileño del siglo XVII; y un Cristo crucificado, de escuela granadina del mismo siglo XVII. Asimismo figuran en esta sala las siguientes esculturas: un busto de la Dolorosa y otro de Ecce Homo, obras de algún seguidor de Pedro de Mena, y un Niño Jesús del siglo XVIII. En unas vitrinas figuran pequeñas esculturas de los siglos XVI al XVIII, junto con relicarios y obras de orfebrería. En el frente de la sala destaca un espléndido relicario, regalado por la reina Mariana de Austria al convento de Santiago de Madrid en 1694 y realizado en bron­ce, ébano y plata. Desde la ventana de esta sala de San Isidoro puede contemplarse el admirable claustro principal del convento, levantado en dos cuerpos de altura, con armoniosas arquerías en cada uno de los pisos. Es obra realizada por Diego López Bueno a comienzos del siglo XVII. El coro alto, donde finaliza el recorrido  del museo, está cubierto por una techumbre mudéjar, que prolonga el de la iglesia, y que es obra del siglo XVII realizada por Diego López de Arenas. En sus muros figuran pinturas que representan un retrato de Fray Alonso de Oropesa, del siglo XVII; el Nacimiento de la Virgen, la Inmaculada, y Santa Isabel de Hungría, obras del siglo XIX, al igual que la Piedad, que es copia de Van Dyck, y el Buen Pastor, copia de Murillo. Figura también una Dolorosa, del siglo XVII; un San Jerónimo, obra napolitana del siglo XVII próxima a Lucas Jordán; y el Descanso en la Huida a Egipto, pin­tura atribuible al granadino Juan de Sevilla, del siglo XVII. Un valioso grupo de vitrinas se dispo­nen en los muros de este coro, albergando pequeñas esculturas, generalmente del siglo XVIII. Igualmente en las hornacinas que se abren en los muros, existen pequeñas esculturas del siglo XVIII. Destaca el vistoso nacimiento de finales de este siglo, que narra también algunas escenas de la vida de la Virgen. En algunas de las figuras aparece la firma de Fernando de Santiago; en la parte superior de esta hornacina se alberga una bella escultura sedente de la Virgen con el Niño, obra granadina de mediados del siglo XVII. En otras vitrinas se conservan varios Niños Jesús, de los siglos XVIII y XIX, junto con un San Juan Niño de principios del siglo XIX, obra de Astorga.
     El convento posee una abun­dante colección de orfebrería con piezas de gran calidad. Como obra más antigua puede citarse una patena de plata dorada con representación de un león en relieve e inscripción en latín bajo-medieval, datable en el siglo XV. Del siglo XVI hallamos un hermoso cáliz de ancha peana adornada con bichas y grutescos y un copón muy semejante. De estilo rococó es un ostensorio de plata dorada con nudo en forma de aéreo templete donde se aloja el Cordero adornado de pedrerías. Sobre el tem­plete pequeñas esculturas de ángeles sostienen racimos de uvas formados por perlas. Obra tan fastuosa se debió a Miguel María Palomino en 1790. Seis años antes Vicente Gargallo había rea­lizado un portaviático de oro en forma de cora­zón que aún se conserva.
     Muy abundante es la colección de candeleros, que llegan a la veintena y proceden de distintas ciudades españolas. Dos llevan el punzón de Barcelona y su astil tiene forma de estípite; otros dos son granadinos y el resto sevillanos. Decora­dos con rocalla y de origen francés son dos grandes centros de mesa, uno de ellos con la marca Fray Harleux, París. También francés parece el juego de aguamanil y palangana de plata, obra para uso civil del siglo XIX que imita a los estilos anteriores. Como piezas especialmente interesantes hay que citar una arqueta de carey y plata de fines del siglo XVII y una naveta en forma de pájaro, de filigrana de plata con núcleo de molusco, obra probablemente americana (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     El Monasterio de Santa Paula se encuentra situado en la collación de San Román, entre las calles Santa Paula, Enladrillada y Pasaje Mallol, próximo al convento de Santa Isabel, a la parroquia de San Marcos y a la de San Román, en un entramado de calles muy cercanas a la antigua calle Real hoy San Luis que comunicaba la puerta de la Macarena con los Reales Alcázares.
     El monasterio de Santa Paula se encuentra situado en el extremo de una manzana de grandes dimensiones. Sus huertas ocuparon extensiones considerables en el pasado, en el lugar donde se alzaron, más tarde, las naves industriales de la calle Pasaje Mallol.
     El convento fue fundado en 1475, permaneciendo en uso hasta la actualidad, por lo que conserva todos los elementos que componen un convento femenino de clausura, compás, iglesia, portería, claustros, refectorio, enfermería, cocinas, sala de profundis, huertas, etc.
     Desde el punto de vista volumétrico, destacan una serie de volúmenes entre el conjunto edilicio, de los que cabe destacar los tejados a dos aguas de la iglesia, a cuatro aguas de la caja de escaleras, así como la airosa espadaña que se sitúa a los pies del templo, elementos que sobresalen en altura del conjunto de casas que rodean al cenobio.
     Su estructura es sumamente compleja, como resultado de las reformas que se han realizado en el transcurso de su historia. Se alternan grandes espacios vacíos que sirven de compases, patios o jardines y construcciones de gran porte, contrastando frente a fábricas de dimensión doméstica y configuración laberíntica.
     Al convento se accede por dos puertas, una que abre al compás de los locutorios y otra que lo hace al compás principal o de la iglesia. Entre ambas se sitúa la vivienda del capellán.
     La primera permite acceder a la puerta reglar, los cuartos de las hermanas porteras, la entrada al museo conventual y la capilla del Sagrado Corazón.
     La segunda posee una portada de principios del siglo XVI, construida con fábrica de ladrillo agramilado y presenta un arco conopial y un cuerpo único entre baquetones, rematada por una hornacina de azulejos en la que figura Santa Paula abrazada a un crucifijo. Desde el compás al que da paso se accede a la iglesia y a algunas antiguas edificaciones destinadas al servicio.
     El interior de la iglesia presenta la típica disposición sevillana de la nave única cubierta por artesonado mudéjar, estructura que se puede encontrar en otros cenobios locales.
     La iglesia fue construida entre 1483 y 1489. Su estructura es de cajón de nave única, cabecera plana con contrafuertes en diagonal y coros alto y bajo a los pies. El presbiterio se encuentra ligeramente elevado respecto al resto del templo. En cuanto a la cubrición, la cabecera presenta bóvedas nervadas de tracería gótica decoradas con pinturas murales, mientras que la nave lo hace con un magnífico artesonado de Diego López de Arenas ejecutado en 1623, con lacería, tirantes y piñas de mocárabes. Por último, en la sacristía se conserva una interesante bóveda esquifada mudéjar, montada sobre trompas.
     En los muros laterales de la nave de la iglesia se distribuyen una serie de retablos embutidos en grandes vanos de medio punto, distribuyéndose en los paramentos perimetrales una rica decoración de yeserías realizadas por Diego López Bueno entre 1615-1623.
     A los pies de la nave se encuentran ubicados los coros alto y bajo, dependencias de gran tamaño y planta rectangular separadas en planta baja por una doble reja de hierro y el la alta por una celosía de madera distribuida entres vanos, uno central de medio punto sobre columnas y dos laterales rectangulares sobre los que se abre un óculo.
     El coro bajo carece de sillería contando en su lugar con un banco corrido con zócalo realizado por azulejos cerámicos entre 1615 y 1616, realizados por Hernando de Valladares. En el coro alto se encuentra ubicado el museo conventual.
     La portada de la iglesia, perteneciente al llamado estilo Reyes Católicos, se finalizó en 1504 y en ella se mezclan los estilos gótico, mudéjar y renacentista, lo que la dota de gran originalidad. Fue ejecutada por el escultor Pedro Millán y el ceramista Francisco Niculoso Pisano y en ella se mezclan el ladrillo agramilado con los arcos apuntados, alfices, flameros, láureas y medallones. La portada, achaflanada y adosada al muro de la iglesia, parte de un vano apuntado abocinado, con decoración en el tímpano del arco central que porta el escudo de los Reyes Católicos. Se encuentra recorrida por baquetones góticos, enmarcado el conjunto abocinado por un gran arco apuntado cuya rosca se presenta
decorada con paneles cerámicos entre los que se disponen siete tondos en relieve realizados en el mismo material. Las enjutas de este gran arco también se decoran con azulejos y relieves de ángeles con los escudos de la orden. Por último la portada se remata por un entablamento coronado por una cenefa de azulejos en tonos blancos y verdes sobre la que se distribuyen remates alternados de flameros y cabezas de querubines en torno a una cruz central.
     Tras la cabecera del templo se encuentra la sacristía interior y lindando con el compás se dispusieron la sacristía de afuera y los confesonarios.
     La clausura cuenta con un claustro principal y otro más pequeño conocido con el nombre "patio viejo", que centralizan la vida conventual. El primero es obra de Diego López Bueno del siglo XVII, época en que se amplía el convento como respuesta al aumento de la comunidad de monjas, convirtiéndose en claustro principal en sustitución del patio viejo.
     Mediante una arquería de cuatro vanos, que emplea arcos de medio punto sobre columnas pareadas, se produce el tránsito entre uno y otro.
     El patio viejo es de planta cuadrada levemente irregular, de galerías de arcos peraltados sobre columnas de mármol y enmarcados por alfiz, con fustes anillados, de diversas alturas y procedencias en el orden inferior, aunque de gran armonía. El segundo cuerpo se resuelve de forma desigual ya que un frente presenta balcones mientras que los restantes arcos de medio punto enmarcados por alfiz sobre pilares ochavados. Alrededor de él se distribuyen el refectorio, diversas celdas y el área de cocinas y procuración. Desde este patio se puede acceder a la enfermería, a diversas celdas, al refectorio y al callejón de las Gracias. El refectorio es una nave alargada ampliada recientemente, añadiéndosele una cabecera poligonal que penetra en el patio de Santa Paula.
     Mediante una arquería de cuatro vanos de medio punto sobre columnas pareadas, se pasa del patio viejo al patio grande.
     Éste presenta planta cuadrada y doble arquería con columnas de mármol sobre las que apoyan arcos de medio punto, con capitel de castañuelas y cimacio en el inferior y capiteles toscanos en el cuerpo superior. Alrededor de él se distribuyen la enfermería, la iglesia, el despacho de la abadesa, las capillas de la Bendición y del Señor de la Corona, y la sala capitular.
     Este claustro recibe perpendicularmente a su ala norte una larga sala rectangular, cubierta con bóveda de cañón, donde estaban los antiguos dormitorios bajos y altos. La pieza divide los grandes espacios libres al norte del monasterio: el jardín de Tiberiades y el de la Tebaida, y que en la actualidad se utiliza como sala de labor y estudio abajo, mientras que arriba tiene celdas dormitorios individuales.
     El perímetro del monasterio se reserva para espacios auxiliares de menor entidad arquitectónica: almacenes, lavaderos, ropería, algunas celdas dispersas, sin olvidar el antiguo noviciado, con estructura diferenciada de casa.
     En Enero de 1473 el Papa Sixto IV concedió la bula fundacional de un monasterio a doña Ana de Santillán y Guzmán, ilustre dama de la nobleza que tras enviudar de su marido el jurado don pedro de Ortiz y perder a su única hija, decidió en 1469 recogerse en el emparedamiento o convento de San Juan de la Palma. En su retiro concibió la creación de un convento de clausura para la Orden de San Jerónimo bajo la advocación de Santa Paula, para la cual entregó unas casas de su propiedad en la collación de San Román, a las que se agregaron otras cercanas que fue adquiriendo la comunidad.
     El 8 de junio 1475, se bendijo la iglesia, trasladándose al nuevo cenobio la fundadora y un grupo de doce monjas. Unos años después, en 1483 doña Isabel Enríquez, marquesa de Montemayor, viuda de don Juan, Condestable de Portugal, y amiga de la fundadora, promovió la edificación de la actual iglesia. En los muros laterales de la cabecera conservan los sepulcros del condestable, de doña Isabel y de un hermano de ésta, con sus empresas heráldicas en que se combinan las armas de los Enríquez y de Portugal.
     Posteriores reformas y ampliaciones se sucedieron con particular intensidad en los siglos XVI y XVII, adquiriendo su configuración actual donde se mezclan estilos diversos.
     El monasterio de Santa Paula fue el primero de la ciudad de Sevilla que recibió la declaración como Monumento Histórico, hecho que se produjo durante la Segunda República.
     A finales del siglo XX el convento se ha visto sometido a numerosas obras de restauración y adaptación, entre ellas las relacionadas con la apertura del museo conventual - único instalado en una clausura sevillana y que ocupa algunas estancias como el salón de San Isidoro o la nave de "los trojes".
     Entre las actividades que desempeñan las monjas destaca la realización de mermeladas artesanas que venden en el torno del convento (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Siguiendo la calle Enladrillada, desde la plaza de San Román, se llega a este convento de monjas jerónimas fundando en 1475 por doña Juana de Santillán, marquesa de Montemayor. Se ve primero la espadaña, que se alza sobre el caserío, preciosa, de ladrillo visto adornado con tiras de azulejos. A continuación, ya en la calle Santa Paula, se descubre la puerta de entrada al sereno compás, una sen­cilla portada de ladrillo formando un arco conopial enmarcado por alfiz. La iglesia está al otro lado del compás. La portada, mudéjar en su construcción, reúne los estilos gótico y renacentista. Presenta arquivoltas en ojiva con amplia rosca enmarcada por un fino baquetón, y encima un cornisamiento con angelitos y balaustres alternos. La decoración es obra conjunta del escultor Pedro Millán y del ceramista Niculoso Pisano. El templo tiene una sola nave cubierta con una extraordinaria arma­dura de madera fechada en 1623 y construida por Diego López Arenas. El presbiterio lleva bóveda de nervios, decorada con una preciosa policromía. En él luce el retablo mayor, labrado por Fernando de Medinilla en 1730 para sus­tituir a otro anterior del siglo XVI. Entre la rica ornamentación, sobresale la imagen de Santa Paula, que lo preside, obra atribuida a Andrés de Ocampo, perteneciente al primer retablo. Un alto zócalo de azulejos, con maravillosos dibujos de angelitos rodeados de guirnaldas, recorre los muros de la nave, en la que, entre sus abundantes y magníficas obras, sobresalen los retablos de San Juan Evangelista y de San Juan Bautista, en los muros izquierdo y derecho, presididos ambos por sus correspondientes titulares, cuyas imágenes se deben a las gubias de Alonso Cano, el primero, y Martínez Montañés, el segundo, pudiéndose datar en 1635 y 1637 respectivamente. En el muro de la derecha está también el retablo del Santo Cristo, obra de Felipe Ribas realizada en 1638, cuyo Crucificado se remonta al siglo XV, atribuyéndose a Pedro Millán.
     El convento tiene también un excelente Museo*, situado en la planta alta, única zona visitable, junto con la iglesia y el compás. A lo largo de un vestíbulo y tres salas que incluyen el coro alto, se exhibe una abundante y mag­nífica colección de pinturas y de objetos sacros, incluida orfebrería, de distintas épocas y escuelas, que merece una detenida visita. Desde la segunda sala, ubicada en un antiguo locutorio, del que conserva la reja, se tiene la oportunidad de contemplar el patio principal del cenobio, alzado en dos plantas, con arquerías de medio punto sobre finas columnas de mármol, con una fuente en medio y con un zócalo de azulejos en las galerías (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Paula
   Viuda romana de familia ilustre que tuvo como maestro a san Jerónimo junto al cual fue a acabar sus días en Belén, con su hija santa Eustoquia. Allí murió en 404. Su tumba fue cavada en la gruta de la Natividad y san Jerónimo compuso su epitafio.
   La catedral de Sens pretendía poseer el cuerpo de santa Paula desde el siglo IX.
   Suele estar representada en las iglesias de los monasterios jerónimos de los cuales es patrona. Sus atributos, copiados de su maestro san Jerónimo, son la Vulgata, traducción latina de la Biblia, y un crucifijo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
       Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa Paula, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Horario de apertura del Convento de Santa Paula:
              Todos los días: De 07:45 a 08:30; y de 10:00 a 13:00

Horario de misas del Convento de Santa Paula:
             Laborables: 08:00
             Domingos y Festivos: 09:30

Página web oficial del Convento de Santa Paula: www.santapaula.es

El Convento de Santa Paula, al detalle:

Iglesia:
Portada
              San Blas, de Andrés de Ocampo
Retablo de San Juan Evangelista
                San Pedro, mártir

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