Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

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martes, 21 de enero de 2020

El Convento de Santa Inés

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa Inés, de Sevilla.     
   Hoy, 21 de enero, Memoria de Santa Inés, virgen y mártir, que, siendo aún adolescente, ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe y consagró con el martirio el título de la castidad. Victoriosa sobre su edad y sobre el tirano, suscitó una gran admiración ante el pueblo y adquirió una mayor gloria ante el Señor. Hoy se celebra el día de su sepultura [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Convento de Santa Inés, de Sevilla.
   El Convento de Santa Inés [nº 29 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla, y nº 50 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Doña María Coronel, 5; en el Barrio de la Encarnación-Regina, del Distrito Casco Antiguo.
   Aunque existió una santa Inés en época medieval, hermana de santa Clara de Asís y monja franciscana, el convento de la calle María Coronel se dedica a la mártir cristiana (291-304) patrona de los adolescentes cuyo martirio narran las actas escritas en el siglo V. Inés era una joven de familia romana que rechazó al hijo del prefecto romano que, en tiempos de la persecución de Diocleciano, la denunció a su padre por ser cristiana. Cuenta la leyenda que fue condenada a vivir en un prostíbulo, donde milagrosamente permaneció virgen, y aunque fue expuesta desnuda, los cabellos le crecían y tapaban su cuerpo. Posteriormente fue decapitada, conservándose en Roma una basílica sobre el lugar de su martirio. Debido a la raiz de su nombre (Agnus, "cordero" en latín), el 21 de enero, día de su fiesta, se bendecían los corderos con cuya lana se tejerían los palios de los arzobispos, quedando el cordero como el símbolo iconográfico de la santa. Así aparece en la hornacina de la puerta de entrada al compás, imagen que hoy es una copia en barro cocido de la excelente pieza original de Pedro Millán realizada en madera policromada a mediados del siglo XV y que hoy se conserva en el interior del convento. El acceso al compás permite intuir el torno al fondo, entre restos de pinturas murales y, en un lateral, tras una puerta manierista con el cordero alusivo a la santa, el acceso a unas de las iglesias más cargadas de historia y de literatura de la ciudad. Fue Bécquer el que la ambientaba en estos términos: "La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de los altares para llenar sus ámbitos chispeaba en los ricos joyeles de las damas que, arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de sus dueñas, vinieron a formar un brillante círculo alrededor de la verja del presbiterio". Misa del Gallo en Santa Inés, una hermosa iglesia conventual cargada además con la leyenda de Maese Pérez, la dramática historia de María Coronel y los aromas a bollitos y pestiños del torno que se abre al compás del convento. Un lugar con leyenda y con historia. Fue fundado por doña María Coronel, viuda de Juan de la Cerda, muerto por orden del rey Pedro I, Cruel o Justiciero, que hay sus opiniones, durante su reinado (1350-69). Tras la muerte de su marido, y para huir del acoso del monarca, María Coronel se refugió en la desaparecida ermita de San Blas, en la zona de la calle Feria, profesando posteriormente como monja del convento de Santa Clara donde se desfiguró el rostro con aceite hirviendo para que el monarca desistiera de su empeño. Antes se había producido un suceso milagroso, al esconderse del rey en un hueco del jardín de Santa Clara en el que floreció rápidamente la vegetación que le permitió estar oculta frente a su perseguidor. Tras la muerte del rey don Pedro en 1369, y la llegada al trono de Enrique de Trastamara, la familia Fernández Coronel recuperó sus posesiones y doña María consiguió su propósito de fundar un convento de la orden de Santa Clara en unos terrenos pertenecientes a la familia de la noble sevillana. Corría el año 1374. La licencia para la nueva fundación llegaría el 2 de diciembre, de manos del arzobispo sevillano Fernando de Albornoz. Las obras comenzaron con diligencia y a los terrenos de los Fernández Coronel se uniría un terreno donado por el cabildo sevillano en la llamada calleja de los Zapateros y una una donación de don Juan Rodríguez Tello en la que se edificaría la iglesia. Sería la bula pontificia de Gregorio XI la que, en octubre del año siguiente, autorizaría definitivamente la nueva fundación. Allí descansaría de su ajetreada vida y allí se conservaría su rostro quemado y su cuerpo incorrupto, visible cada año en la apertura de su urna el día 2 de diciembre.
   Las primeras obras del conjunto quedaron terminadas en 1376, quedando constituida la comunidad por un total de cuarenta monjas que procedían de otros conventos franciscanos, el de Santa Clara de Sevilla y el de Moguer. En años siguientes fue contando con el patrocinio y las donaciones de diversas casas nobiliarias, destacando los privilegios que concedieron los Reyes Católicos a la comunidad ya a finales del siglo XV. El prestigio que alcanzó el convento lo convirtió en uno de los más demandados por las damas de la nobleza sevillana, en unos tiempos en los que la profesión den un convento podía suponer una de las pocas formas de realización personal para las mujeres en una época de clara marginación social. Tan grande llegó a ser el número de peticiones para la profesión que en 1608 la comunidad llegó a estar formada por ochenta monjas. Su pujanza económica le permitió sobrevivir a la crisis del XVIII, no siendo un edificio ocupado durante la invasión francesa. Al mantener un número notable de monjas no sufrió la expropiación en los procesos desamortizadores del siglo XIX, por lo que la extensión del conjunto conventual en pleno centro de la ciudad sigue siendo espectacular. Ya en el siglo XX, la general caída de vocaciones y el costoso mantenimiento de tan amplia edificación, motivó la venta de un sector adosado a la parroquia de San Pedro, lugar donde hoy se sitúa un aparcamiento público. Todavía en la década de 1990 llegaría a un acuerdo con la Junta de Andalucía por el que cedería algunas galerías del edificio como sala expositiva, función que se mantiene en la actualidad. La llegada de nuevas vocaciones provenientes de lugares tan dispares como México o Kenia, mantienen en pie la devoción y vida comunitaria de estas hijas de Santa Clara.
   La iglesia actual, precedida por el compás abierto hacia la calle con el nombre de la fundadora, se levanta hacia el año 1400, aunque presenta importantes modificaciones realizadas en el primer tercio del siglo XVII. Su acceso principal, abierto hacia el compás del convento, es de un sencillo esquema adintelado, con frontón recto y partido, ático con el relieve de un cordero (alusión al nombre latino de Santa Inés) y pináculos de forma piramidal. Es obra manierista de los primeros años del siglo XVII, que ha recuperado en la última restauración parte de su policromía en tonos albero y almagra. Traspasado su umbral, la iglesia nos muestra sus planta rectangular, con tres naves separadas por pilares cruciformes, con presbiterio rectangular y enrejado coro a los pies, siendo un caso singular entre los conventos sevillanos, dominados por las plantas de nave única o naves de cajón. Las bóvedas son ojivales, de cantería, teniendo las laterales un espinazo en su parte central, un lenguaje gótico que por su temprana cronología no presenta elementos mudéjares tan habituales en otros conventos sevillanos. Hacia 1630 la intervención de Francisco de Herrera barroquizó levemente la estructura gótica, al añadir un monumental escudo de la Orden, diversas pinturas al fresco y yeserías con motivos de querubines y de ángeles atlantes.
   El barroco retablo mayor fue realizado entre 1719-1748 por José Fernando y Francisco José de Medinilla, renovadores de otros retablos conventuales de la ciudad como el de Santa Paula. Presenta la particularidad de su adaptación a la cabecera poligonal del templo por lo que presenta planta ochavada. La imagen titular de Santa Inés, con el atributo iconográfico del cordero en la mano, fue realizado por Francisco de Ocampo entre 1628-1630, periodo en el que se realizó el anterior retablo mayor, estando flanqueada por estípites que se cortan en su tramo medio por ángeles que actúan a modo de atlantes. También del retablo primitivo son las otras esculturas: San Juan Bautista portando el lábaro, San Juan Evangelista bendiciendo el cáliz con cuyo venero intentó ser martirizado y el franciscano San Antonio de Padua, obras todas de Juan Remesal, con la misma cronología. Realizó también Ocampo un Crucificado que se conserva hoy en la clausura, la Asunción, cuatro niños y cuatro serafines. La talla de San Pascual Bailón, el franciscano que llegó a abrir los ojos en el momento de la consagración de su funeral, es obra posterior. Todo el conjunto se estructura mediante abigarrados estípites como elemento de soporte, hojarascas y recargada decoración vegetal, en un retablo que se corona con un ático con hornacina central flanqueada por niños tenantes y por figuras que portan originales palmas y otras especies vegetales que se adapta a la tripartición que impone la cabecera poligonal de la iglesia. Del estilo de Remesal también son las dos imágenes de la Inmaculada y de Santa Clara, la fundadora de la Orden, que se sitúan en los dos pilares del segundo tramo de la nave central. Probablemente también fueron tallas originales del primitivo retablo de 1630 sustituido en el siglo XVIII.
   En la nave izquierda, en un retablo sin interés del siglo XIX, se sitúa la imagen de un peculiar santo, San Expédito, el santo más rápido del santoral, el legionario romano de principios del siglo IV que fue martirizado tal como nos indica la palma que aguanta con la mano izquierda. Aunque se conocen pocos datos suyos, se supone que el martirio lo sufrió en la ciudad de Melitene, situada en la República de Armenia, zona conocida por entonces como la Capadocia. El motivo fue por no querer rendir culto a los dioses paganos y por ser cristiano. Porta una pequeña cruz con la inscripción hodie (hoy) frente al pisoteado cuervo que grita cras, cras (mañana). Ya se sabe, el santo que no deja las cosas para otro día ... En la cabecera de la misma nave está un retablo de los llamado de acarreo, con elementos de diversa procedencia, tanto del siglo XIX con elementos del XVII (ángeles del remate). El Ecce Homo del banco es del siglo XVIII. Preside el conjunto una imagen de San Francisco de Asís, el fundador de la orden masculina, obra de Juan Remesal también procedente del antiguo retablo mayor.
   En la cabecera del muro derecho destaca el interesante retablo de la Virgen del Rosario (talla del siglo XVIII) rodeada de unas pinturas flamencas del primer tercio del siglo XVI, con discrepancias en su atribución a algún autor concreto. Representan diferentes santos y escenas de la vida de la Virgen. Se pueden identificar las que representan la Adoración de los Reyes, la Virgen y San Juan, la coronación de la Virgen, la Anunciación, San Joaquín y Santa Ana, Pentecostés, la Adoración de los Pastores, la Ascensión del Señor, San Gregorio, San Pedro, la muerte del Bautista y San Sebastián. A continuación, en un retablo sin interés del siglo XIX, está colocada la talla de San Blas notable obra de Juan de Mesa (1617), a pesar de su poco acertada policromía posterior. Vestido de obispo, con el signo de su martirio en el cuello, San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus, siendo conocido por sus curaciones milagrosas como la de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado. Este es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta y su protección contra los males de garganta con los populares cordones de San Blas, tan difundidos en numerosos pueblos. San Blas fu martirizado en una época de persecuciones, siendo decapitado en torno al año 316. Como protector de las enfermedades de garganta tiene gran devoción en el convento, que reparte los típicos cordones del santo en su festividad (3 de febrero). Un último altar en este muro presenta piezas de acarreo: pinturas del siglo XVI y tallas del siglo XVIII.
   A los pies de la iglesia, sobre la reja del coro se sitúa un retrato de María Coronel realizado por el pintor sevillano Joaquín Domínguez Bécquer en 1856. Desde esa reja se puede contemplar, en el coro bajo, el órgano de Maese Pérez, protagonista de la famosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer. Es una pieza que fue realizada entre el final del siglo XVII y el principio del XVIII, estando colocado frente a la urna que guarda los restos incorruptos de la fundadora. Su decoración de flores, tarjas, rocallas y guirnaldas doradas tienen un aire chinesco propio del último tercio del siglo XVIII. La tumba de María Coronel suele estar oculta por unas puertas decoradas en 1770 con grupos de ángeles, guirnaldas, rocallas y temas heráldicos, mostrándose el día 2 de diciembre su cuerpo incorrupto, revestida con el hábito franciscano, una estampa que se convierte en una auténtica vanitas barroca que llama a la reflexión sobre la fugacidad de la vida y de las glorias mundanas. A sus pies se sitúa una inscripción que indica: "aquí yace la Serenísima señora doña María Fernández Coronel, fundo este Real convento año 1375 y murió siendo abadesa el de 1411". Su urna fue un regalo de una dama que recibió una intercesión milagrosa de la fundadora del convento. Los restos incorruptos de la santa aparecieron en el siglo XVI durante la realización de unas obras en la estancia, donde también consta que fue enterrada "en olor de santidad" una de las primeras monjas del convento proveniente de la comunidad de Moguer. En un pequeño relicario, junto a la urna, se muestra un dedo de la fundadora que fue separado de su cuerpo tras su muerte y que fue conservado durante años en el desaparecido convento de Santa Clara. El coro bajo es una prolongación de la nave central de la iglesia. Forma una amplia estancia rectangular cubierta por bóvedas de crucería. Su sillería es una notable obra renacentista de mediados del siglo XVI en cuyos delicados respaldos se sitúan motivos de grutescos propios de los libros de grabados de la época. En diferentes repisas y hornacinas de sus muros se sitúan varias tallas barrocas como los de un Niño Jesús, San Juanito, la Inmaculada y el Ecce Homo. Al centro se sitúa el fascistol barroco, el mueble litúrgico destinado a la colocación de los libros corales. De gran interés es un Nacimiento con piezas de tamaño natural que se aloja en una vitrina lateral, conjunto fechable hacia 1700 y que sigue modelos parecidos a los del convento de Santa María de Jesús o al de Santa Clara.
   Una última reliquia guarda la iglesia. En una dorada urna en la zona del presbiterio se hace alusión a los restos de una de las once mil vírgenes que acompañaron a Santa Úrsula en su martirio, una deformada historia transformada en leyenda que llegó hasta el monasterio de Santa Inés. Según una leyenda muy extendida en la Edad Media, una joven llamada Úrsula u Orsola ("pequeña osa" en latín) se convirtió al cristianismo prometiendo guardar su virginidad. Como fue pretendida por un príncipe bretón de nombre Ereo decidió realizar una peregrinación a Roma y así lograr la consagración de sus votos. En Roma, fue recibida por el papa Ciriaco que la bendijo y consagró sus votos de virginidad perpetua para dedicarse a la predicación. Al regresar a Britania, fue sorprendida en Colonia por el ataque de los hunos, en 451. Atila, rey de este pueblo, se enamoró de ella pero la joven se resistió y, junto a otras doncellas que se negaron a entregarse a sus deseos, fue martirizada. En el lugar del martirio se erigió una basílica dedicada a las "once mil vírgenes", entre ellas Úrsula. En la inscripción de dedicación de este edificio se nombra a las otras, llamándose una de ellas Undecimilla ("la pequeña undécima" en latín), de donde parece derivarse la idea errónea del espectacular número de acompañantes de Úrsula. Una iglesia en la que el ama de Maese Pérez, el organista de la leyenda de Bécquer, no puede quejarse de soledad.
   Ave María Purísima. Tras el saludo de la anónima monja que nos escucha al otro lado del torno se pueden adquirir algunos de los dulces que elaboran las monjas franciscanas. Un torno en el que se pueden contemplar los restos de algunas pinturas murales entre las que se puede identificar a la Inmaculada o una representación de Santa Clara con el ostensorio. También un lugar en el que se marca el calendario de la ciudad cuando se anuncia que ya están disponibles determinados dulces. La lista es amplia, tortas de polvorón, tortas almendradas, cortadillos, pastas de Santa Inés, tortas de aceite, tortas de chocolate, empanadillas de batata ... Aunque algunos son recetas de notable antigüedad, no se convirtieron en modo de vida de las monjas hasta 1970.. Los dulces más conocidos son los llamados bollitos de Santa Inés, cuya elaboración se describía en una receta de comienzos del siglo XX recuperada por María Luisa Fraga: "Para una hogaza de masa, que ha de estar muy bien sobada, se le echan dos parrillas de aceite, y si está la masa muy linda, se le añade un buen puñado de harina de Castilla y bien sobada cuando se van a hacer, se tiene una libra de azúcar preparada y se coge la mitad de la masa y otra mitad de azúcar y se mezcla muy bien, y se tiene una taza con aceite crudo y con él se unta la tortera, y se mojan dos dedos y se unta la mano izquierda para hacer los bollitos, y hay que mojarlos a cada instante, y si se ponen las manos muy embadurnadas con la masa, hay que enjuagarse para poder seguir, y una vez hecha media cantidad, se hace lo mismo con la segunda, y cuando está puesta en la tortera se le echa ajonjolí por encima". No suelen hacerse en verano, siendo también estacionales los pestiños, que se realizan desde Cuaresma.
   El recinto que conforma la clausura abarca una gran extensión de terreno apenas perceptible desde el exterior, distinguiéndose diversos patios y estancias de las que excluiremos las naves dedicadas a sala de exposiciones temporales de la Junta de Andalucía. El gran patio o claustro principal es conocido con el nombre de El Herbolario, una notable estancia renacentista en la que perviven algunos elementos góticos y mudéjares. Tiene planta trapezoidal y dos cuerpos en sus cuatro fuentes Los arcos de la planta baja son peraltados y se apoyan en columnas de mármol mientras que los arcos de la planta superior son escarzanos y se encuadran por un alfiz de reminiscencias medievales, descansando en columnas de mármol sobre pedestales entre los cuales se sitúa una balaustrada renacentista. En la planta baja también aparece esta balaustrada, siendo curioso el hueco central de uno de sus flancos en el que se abre una portada de mármol con remate curvo. En este cuerpo también aparecen pilastras de yesería, un material de recuerdo mudejárico, con decoración de grutescos y tondos con cabezas de diversos personajes, motivos éstos de carácter claramente renacentista. Todos los muros de la galería inferior se recubren con zócalos de azulejos del tipo cuenca, con relieve, piezas del siglo XVI que constituyen uno de los mejores y más variados muestrarios de azulejería de este tipo existente en la ciudad. Al igual que muchas zonas del claustro, muchas de sus piezas necesitan una urgente restauración que conserve una estancia en la que se mantiene incluso un excelente suelo original de barro cocido con alambrillas. Como suele ser habitual en estos claustros, presenta altares a modo de capillas abiertas en tres de sus esquinas. Uno presenta un deteriorado lienzo y otro una imagen del Niño Jesús. De gran interés es el que representa el tema de la Piedad, una abigarrada composición escultórica del siglo XVIII en la que se mezclan numerosas figuras en torno a la Virgen y Cristo muerto, con numerosos ángeles, alegorías de la muerte o del infierno, en un conjunto realizado en madera y telas encoladas recientemente restaurado. En un ángulo del claustro destaca también una copia de la Virgen de la Antigua, una de las grandes devociones de la Sevilla de la Edad Moderna. Dos importantes estancias son accesibles desde este claustro. El refectorio es un espacio rectangular presidido por una pintura de la Sagrada Cena, tema habitual en la estancia donde comen las monjas en comunidad, obra del siglo XVI muy repintada que sigue el conocido modelo de Leonardo Da Vinci. Un zócalo de azulejos cubre las paredes, en el mismo estilo que los del patio principal, destacando las yeserías mudéjares de la puerta de entrada, el púlpito de forja para la lectura de textos religiosos durante las comidas y diversos cuadros de temas murillescos dispersos en los muros.
   La sala de profundis es uno de los recintos más interesantes de las clausuras sevillanas. Destinado a cementerio de las monjas, es un espacio de planta cuadrada cubierto por una bóveda sostenida por trompas en sus cuatro ángulos, típica disposición de las llamas capillas qubba, de tradición islámica y que tanta influencia tuvieron en las capillas laterales de las iglesias mudéjares sevillanas. La entrada a la sala está recubierta con yeserías mudéjares que siguen el mismo modelo que las conservadas en la puerta del Perdón de la Catedral, lo cual insiste en la procedencia almohade de este tipo de decoración. Quizás se puede explicar esta decoración en el posible reaprovechamiento de una edificación anterior a la edificación del convento, a partir de las casas aportadas por María Coronel. Se accede a la sala por una puerta decorada con escudos y una representación de los estigmas de San Francisco y de Santa Clara. Preside la estancia una notable talla, un Crucificado tradicionalmente confundido con el realizado por Ocampo para el retablo mayor hacia 1630, hoy conservado en uno de los muros del coro bajo. Se sitúa sobre un dosel pictórico figurado sostenido por ángeles con cartelas e incensarios, obra atribuible al pintor sevillano del siglo XVIII Domingo Martínez, habitual decorador de los conventos sevillanos. En su parte inferior, los muros de la sala presentan un zócalo de azulejos de cuenca del siglo XVI, similar al del claustro, estando decorada la parte superior de los muros con pinturas heráldicas realizadas por Francisco de Herrera hacia 1630. Diversas vitrinas y hornacinas decoran la sala, con escenas minuciosas representadas a los pies del Crucificado, destacando la imagen del Ecce Homo que según la tradición llegó a sudar sangre en mayo de 1685 y que puede relacionarse estilísticamente con el Cristo de la Salud y Buen Viaje, titular de la hermandad sevillana de San Esteban.
   El acceso a la planta principal del claustro se realiza por una escalera situada en uno de sus lados. En este piso se conserva, aunque muy repintado, uno de los conjuntos pictóricos murales más importantes y desconocidos de la ciudad. Al hecho de conservarse íntegro hay que añadir su antigüedad, ya que se puede datar en la primera mitad del siglo XVI, sirviendo además de modelo para imaginar la decoración pictórica de otros conventos sevillanos, desgraciadamente desaparecidos o recubiertos por capas de cal en la actualidad. Se estructura mediante escenas enmarcadas en estructuras clásicas, siguiendo modelos del Renacimiento italiano y probablemente inspirados en los grandes ciclos histórico-legendarios, adaptados a la iconografía cristiana. Grutescos, guirnaldas, candelieris, balaustres ... van enmarcando escenas y representaciones de personajes aislados, que crean un rico y complejo ritmo pictórico. El ciclo ha sufrido las inclemencias de su situación al contacto con el aire libre, además de las desafortunadas intervenciones restauradoras posteriores, como la llevada a cabo por la Sor María de la Salud en 1853. El ciclo pictórico se inicia con el tema de la Creación de Adán en uno de los ángulos del claustro y termina con la alegoría de la Inmaculada Concepción. El ciclo de santos que se van alternando con las escenas comienza con Santa Rita y termina con San Edmigio. Todas las escenas representadas corresponden al Antiguo Testamento, salvo una que se dedica a la fundadora del convento, doña María Coronel. El conjunto conserva todavía treinta escenas y sesenta y seis figuras de santos que las enmarcan siendo también de notable interés los grutescos y elementos decorativos que se alternan con las escenas figurativas. El origen clásico de las composiciones se basa en modelos italianos llegados a Sevilla a través de los libros de grabados de la época.
   Destaca en la clausura otro patio intermedio, de planta rectangular, con doble galería porticada en tres de sus frentes, presentando el otro lado un piso superior tabicado con un muro en el que se abren varios balcones. La zona porticada se estructura mediante columnas renacentistas de mármol que vuelven a soportar arcos de medio punto peraltados y enmarcados por un alfiz cuadrado. Destacan en este patio los marcos de yesería de alguno de los vano, variados en su origen ya que se pueden diferenciar algunos renacentistas con decoración de grutescos y otros ya cercanos al Barroco, posiblemente relacionables con las intervenciones de Francisco de Herrera en 1630. También conserva este patio interesantes restos de pinturas murales en su piso superior, decoración que ocupa algunos muros y el intradós de algunos arcos. Las muestras conservadas imitan un artesonado y una especie de remate de un desaparecido zócalo, habiendo sido relacionadas por algunos autores con la galería de personajes conservada en la Casa de Pilatos, obra fechada en 1539. A esta relación no sería ajena la participación de los Enríquez de Ribera, moradores del citado palacio, como protectores del convento en el siglo XVI. 
   Al piso bajo de este patio se abre la llamada sala de ordenación, estancia cuadrada rodeada por un banco corrido que vuelve a estar decorado con azulejos de tipo cuenca del siglo XVI y que sirve de transición entre los claustros. Su nombre parece aludir a otros tiempos en los que la comunidad era muy numerosa, siendo la estancia en la que se procedía a ordenar cortejos en actos comunitarios. Preside la habitación un retablo de pinturas realizado por Domingo Martínez en el siglo XVIII y relacionable con otras piezas similares del autor como las del refectorio del monasterio de San Clemente. Representa a la Sagrada Familia a cuyos pies se sitúa un angelito con una cartela y la inscripción en latín "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". Enmarcan a la escena central, a modo de cuerpos de un retablo, las figuras de los arcángeles San Miguel, San Gabriel, San Rafael y el Ángel de la Guarda custodiando a un niño. Se corona con los escudos de la Orden Franciscana y de la Orden Dominica, coronando la estructura una representación de la paloma del Espíritu Santo. Es una de las obras más representativas de su autor, con evidentes influencias murillescas en pleno siglo XVIII, siendo poco conocida por su ubicación en la clausura conventual. Otras piezas se distribuyen por la estancia como una imagen de Santa Clara, un San Francisco de Asís, la Asunción o un Crucificado. Sin duda la de más importancia es una excelente imagen de Santa Inés que ocupó primitivamente la puerta de acceso al convento, estando hoy sustituida por una copia. Es una excelente escultura modelada en madera policromada, atribuida a Pedro Millán hacia el año 1500, siendo de gran calidad el tratamiento de sus cabellos y de su vestido, en una obra que permite ejemplificar las formas de la escultura tardogótica sevillana en el momento de la llegada del primer Renacimiento.
   En el patrimonio artístico del convento destaca la excelente colección de orfebrería que conserva piezas desde el siglo XVI a la actualidad. Destaca el arca eucarística que se emplea en el monumento del Jueves Santo, día en el que es ineludible una visita a la iglesia del convento. De estilo manierista, está realizada en ébano y plata, presentando cuatro hermes, uno en cada ángulo de la peana. Es una pieza del último cuarto del siglo XVI, donación de doña Catalina Enríquez de Ribera a la comunidad. Ha sido enriquecida con otros elementos en siglos posteriores, como la cruz de filigranas con rosa de diamantes central de punzón cordobés que se sitúa en el remate.
   Si es obligada la visita al monasterio en el Triduo de Semana Santa, también lo es en festividades como la de San Blas en febrero, por la intercesión en la cura de las enfermedades relacionadas con la garganta o la apertura del féretro de María Coronel el día 2 de diciembre de cada año. Pero si hay una misa tradicional en Sevilla es la misa del Gallo en Santa Inés, en la noche de Navidad seguirá sonando el órgano que motivó la leyenda de Bécquer, aquella en la que volvía el alma de Maese Pérez para evitar que manos impostoras lo usurparan. Dicen que todos los años se puede volver a repetir el mismo prodigio ... (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
     Precede al templo un pequeño compás, portica­do en dos de sus lados, en el que se sitúa el torno. La puerta de ingreso a la iglesia es adintelada, flanqueada por pilastras, y rematada por frontón con hornacina. Junto a ella se sitúa la primitiva portada, realizada en ladrillo a fines del siglo XV, que actualmente está cegada. El interior se distribuye en tres naves, que presentan bóvedas de nervaduras descansando sobre pilares. La capilla mayor es poligonal, cubriéndose también los dos tramos de que consta con bóvedas nervadas. El edificio se construyó a partir de los años finales del siglo XIV, sobre las casas que a tal efecto cedió Doña María Coronel, fundadora del convento. Durante el primer tercio del siglo XVII se llevaron a cabo diversas obras, producto de las cuales son la mencionada puerta de acceso al templo, las yeserías que aparecen en los arranques de las bóvedas y las pinturas del coro, ejecutadas por Francisco de Herrera en 1630. El coro es una sala rectangular dividida en tres tramos y cubierta con bóveda de nervaduras sexpartitas, que se halla en comunica­ción con el claustro principal.
     El retablo mayor, de planta trapezoidal articulado por medio de estípites, fue realizado por José Fernando y Francisco José de Medinilla entre 1719 y 1748. Lo preside la escultura de Santa Inés, obra de Francisco de Ocampo, aprovechada del primitivo retablo, ejecutado en 1630. Las calles laterales las ocupan las esculturas de San Juan Bautista, San Antonio de Padua, San Juan Evangelista y San Pascual Bailón, obras, a excepción de la última, que fueron realizadas por Juan de Remesal en 1630 y proceden también del antiguo retablo. Contemporáneos de estas esculturas son los dos retablos dedicados a la Inmaculada y Santa Clara que se adosan a los pilares del segundo tramo de la nave central, y que recuerdan el estilo de Remesal.
     En la cabecera de la nave derecha se halla un retablo, recompuesto modernamente, en el que se sitúan pinturas sobre tabla de escuela flamenca, de principios del siglo XVI y una escultura de la Virgen del Rosario, imagen de candelero del siglo XVIII. Las pinturas situadas en el banco representan a San Blas, San Pedro, la Degollación del Bautista y el Martirio de San Sebastián. Las restantes corresponden a la Asunción, la Anunciación, la Adoración de los Reyes, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana, la Coronación de la Virgen, la Adoración de los Pastores, Pentecostés y Cristo Resucitado apareciéndose a la Virgen. Próximo a este altar se encuentra una pequeña hornacina cerrada por una reja gótica en la que se sitúa una urna-relicario de las mártires de Colonia. También en la nave derecha existe un retablo neoclásico que alberga una escultura de San Blas, ejecutada por Juan de Mesa en 1617. El retablo situado en las proximidades del coro está recom­puesto aprovechando elementos del siglo XVI y otros del XVIII. A la primera etapa pertenecen las pinturas sobre tabla de San Juan Bautista y de San Jerónimo, y a la segunda las esculturas de San Antonio de Padua y de San Miguel arcángel.
     Los retablos de la nave izquierda son neoclásicos, debiéndose de haber construido en la segun­da mitad del siglo XIX. El situado en la cabecera de la nave está presidido por una imagen de San Francisco, obra de Juan de Remesal, procedente del antiguo retablo mayor. En el banco hay un busto del Ecce Homo del siglo XVII. El retablo siguiente se dedica a San José, apareciendo en el banco la Oración en el Huerto, grupo escultórico del siglo XIX. De la misma época es la escultura de San Expedito, que ocupa una hornacina próxima al muro de los pies.
     Sobre la reja del coro se sitúa el retrato de Doña María Coronel, realizado por el pintor romántico Joaquín Domínguez Bécquer en 1859. A través de la mencionada reja puede contemplarse la urna que contiene el cadáver momificado de Doña María Coronel y el órgano barroco de hacia 1700, decorado con pinturas florales y rocallas a fines del XVIII, que hizo famoso Gustavo Adolfo Bécquer en su obra Maese Pérez el Organista.
     Espléndida y numerosa es la colección de piezas de orfebrería que posee el convento, destacando entre ellas el Arca para el monumento del Jueves Santo realizada en ébano y plata en claro estilo manierista que fue un obsequio de Doña Ca­talina Enríquez de Ribera en 1580. Diversos elementos se le añadieron durante los siglos XVIII y XIX, entre los que sobresale una cruz de filigrana con rosa de diamantes en el centro y punzón cordobés.
     Otras piezas de interés son un cáliz decorado con medallones y guirnaldas platerescas, fechable en el segundo tercio del siglo XVI; un copón pequeño decorado por esmaltes y óvalos en relieve, de la primera mitad del XVII, regalado por la abadesa María Enríquez de Ribera; y un ostensorio con inscripciones eucarísticas y templete con figuras de los evangelistas en la manzana de la misma época, pero que contiene un rico viril regalado en 1820 (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     El Monasterio de Santa Inés se encuentra situado en el centro del casco histórico de la ciudad de Sevilla, entre las calles Doña María Coronel y Sor Ángela de la Cruz, lindero con la Iglesia parroquial de San Pedro y cercana a las Iglesias parroquiales de San Juan de la Palma y a otros conventos como el desaparecido de la Encarnación y el del Espíritu Santo.
     El conjunto edilicio se encuentra inserto entre las casas de la las calles Doña maría Coronel y Sor Ángela de la Cruz. Su construcción e llevó a cabo durante el último tercio del siglo XIV y a lo largo del siglo XV a través de una serie de etapas, cada una de las cuales cuenta con peculiaridades propias. El monasterio cuneta con todas las dependencias que suelen poseer este tipo de instituciones, iglesia, torno, compás, claustros, capilla de profundis, refectorio, enfermería, lavandería, cocinas, biblioteca, archivo, etc.
     La fundación del convento se hizo en la casa palacio familiar de Doña María Coronel, que durante dos años fue sometida a obras de adecuación para transformar este espacio doméstico en conventual, añadiendo iglesia, campanario y cementerio. Con posterioridad serían añadidas a la edificación otras casas y espacios contiguos.
     El inmueble no se proyecta al exterior, pese a la gran superficie urbana que abarca, y la división de volúmenes en altura con la que cuenta, desde la fábrica de la iglesia a la espadaña, desplegándose su complejidad en el interior. La entrada se efectúa a través de dos ingresos independientes que se abre cada uno a un compás, en los laterales de la iglesia. En el izquierdo se encuentran entre otros espacios el torno, los locutorios, las viviendas del sacristán y portero y la puerta reglar. El otro compás permite acceder a la iglesia por otra puerta, opuesta a la anterior, así como a las sacristías de afuera.
     Hay que resaltar que la iglesia, al igual que ocurre en otros monasterios medievales sevillanos, queda alojada en el interior del convento, sin fachada en contacto con la calle. Se orienta canónicamente en sentido levante-poniente, con planta basilical de tres naves, inusual en casi todos los conventos - con tres tramos divididos por pilares cruciformes, cabecera poligonal y coros bajo y alto a los pies de la iglesia, prolongando exclusivamente la nave central. Se cubre con bóvedas de plementería de fábrica de ladrillo con nervaduras ojivales de cantería con nervio espinazo.
     El templo es de fábrica gótico-mudéjar, reformado en el siglo XVII por Francisco de Herrera el Viejo, época en la que se decoró el interior con yeserías, se ejecutaron las pinturas del coro y se labró la portada principal barroca, adintelada y flanqueada por pilastras rematadas por frontón y hornacina.
     Una de las portadas de la iglesia, la de la nave de la Epístola, se abre frente a una pequeña logia próxima a la puerta reglar. La otra entrada al templo, desde el compás principal, se produce por una magnífica portada manierista de cantería. Se estructura en torno a un vano rectangular moldurado con orejeras y flanqueado por pilastras cajeadas con capiteles a modo de ménsulas escamadas; sobre éstas se asienta un entablamento con cornisa decorada con dentículos, sobre la que se sustenta un frontón triangular partido en cuyos extremos se sitúan remates piramidales muy esbeltos. En su interior se inscribe otro frontón curvo partido, de cuyo centro emerge el segundo cuerpo formado por un marco en el que se inserta el relieve del Cordero Pascual, rematándose el conjunto por un frontón curvo coronado por remate.
     Anejas a la zona posterior de la cabecera de la iglesia se encuentran la sacristía de afuera, ámbito del siglo XVI a juzgar por su excelente artesonado de casetones, en contacto con el compás de la iglesia, y la vivienda del sacristán, de construcción contemporánea, y que se abre al compás conventual.
     La clausura se organiza en tomo a diversos espacios libres, patios y claustros: al norte el patio del noviciado y las huertas, al este los dos compases, del convento y de la iglesia, ya descritos, al sur los patios del obrador y la Camarilla, y al oeste el claustro principal o del Herbolario.
     El noviciado utiliza en parte lo que fue una casa mudéjar y se distribuye alrededor de un pequeño patio. Sus estancias, muy reformadas, se abrían a la antigua huerta. Del noviciado alto parte un pasadizo que atraviesa como un puente cerrado la nave de dormitorios y comunica a nivel de entreplanta con el claustro principal.
     Al patio del obrador se accede cruzada la logia que encontramos en el compás conventual, se trata de un patio de pequeñas dimensiones uno de cuyos lados es parte de la medianera sur del convento. Presenta doble arcada en dos de sus frentes y en él se ubican las dependencias dedicadas a la elaboración de los famosos dulces conventuales: almacenes, cocina, obrador, horno, etc.
     El claustro de la Camarilla, también medianero al sur, es de mayores proporciones, formado en todos sus frentes con doble galería, de arcos peraltados y escarzanos enmarcados por alfices, sobre columnas renacentistas de mármol.
     Cuenta con interesantes yeserías y pinturas murales de diversas épocas. En torno a él se distribuyen abajo la enfermería, la cocina y la sala de ordenación y arriba la mayoría de celdas-dormitorio.
     La sala de ordenación se utiliza también como sala capitular, es de planta cuadrada, presenta banco corrido, cubierto de azulejos de cuenca del siglo XVI, y comunica el claustro de la Camarilla con el principal.
     El claustro principal o del Herbolario, obra del siglo XVI, tiene forma trapezoidal y se compone de cuatro galerías con arcos peraltados abajo y escarzanos arriba, soportados por columnas de mármol con capiteles de castañuelas. Del mismo material son los antepechos abalaustrados de ambas galerías y la bellísima portada que da acceso al jardín central. Se encuentra revestido con una destacada decoración a base de yeserías y pinturas murales.
     Al mismo se abren estancias como el refectorio, el comienzo de la larga nave de los antiguos dormitorios o la sala de Profundis, junto a la cual, y sobre una de las galerías del claustro, se levanta una espadaña de raigambre mudéjar. Ésta se encuentra situada a los pies de la iglesia apoyada en un gran basamento, formada por dos cuerpos y tres vanos realizada, en ladrillo visto. El cuerpo bajo se configura mediante dos vanos de medio punto peraltados, desiguales en anchura, y en marcados por alfiz, cada uno con su correspondiente campana. En la base de los arcos se forman dos balconcillos curvos protegidos por barandas metálicas. Sobre las jambas y laterales se sitúan unos baquetones góticos con remate conopial. A ambos lados unos contrafuertes macizos rematados por cornisas inclinadas en sentido escalonado dan paso al segundo cuerpo, que está formado por un vano de medio punto peraltado de medianas proporciones enmarcado por alfiz, a ambos lados repite el escalonamiento de cornisas inclinadas. El conjunto se remata por un pilar octogonal sobre el que se asienta un cupulín también octogonal y macizo, coronado por una cruz de forja. El conjunto fue reformado a finales del siglo XX por el arquitecto Rafael Manzano Martos.
     Por último, el refectorio es de planta rectangular y se encuentra cubierto por un alfarje de madera y decorado sus muros por paños de azulejos.
     El Convento de Santa Inés fue fundado en 1374 por la aristócrata Doña María Coronel, que se había refugiado primero en la ermita de San Blas y después en el monasterio de Santa Clara -donde finalmente profesó con las clarisas franciscanas-, huyendo del acoso del Rey D. Pedro I, que había incautado las posesiones de su familia y ordenado la prisión y muerte de su esposo. Tras la restitución de su patrimonio personal, tras el acceso de Enrique II al trono, esta sevillana fundó un nuevo monasterio de clarisas en las antiguas casas de su padre, el señor de Aguilar.
     En 1376 se culminaron las obras del nuevo establecimiento. Al palacio de los Fernández Coronel se sumaron entonces las casas donadas por Juan Rodríguez Tello y la calleja de Zapateros, cedida por el cabildo sevillano. Cuarenta mujeres ingresaron en el convento en el momento de su fundación.
     En los años setenta fue restaurado por el arquitecto Rafael Manzano Martos y también elaboró un proyecto de restauración el arquitecto Alberto Humanes Bustamante.
     Posteriormente Fernando Villanueva Sandino, fue designado por la Consejería de Cultura arquitecto conservador del monumento.
     La Consejería de Cultura restauró el convento, llegando a un acuerdo con la comunidad clarisa para adaptar y emplear temporalmente para usos culturales el ala de los antiguos dormitorios. En el marco de la misma iniciativa se concretó también su utilización como una de las sedes del Pabellón del Ayuntamiento de Sevilla en la Exposición Universal de 1992.
     En el obrador las monjas elaboran sus afamados dulces: bollitos de Santa Inés cuya receta fue legada por la propia fundadora y otros dulces tradicionales como tortas de aceite, tortas de polvorón, sultanas, magdalenas, cortadillos y los navideños mantecados y roscos de vino... (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
      A la izquierda de San Pedro, conforme se mira su fachada, hay un pequeño jardincito con una estatua blanca de Santa Ángela de la Cruz, la monja sevillana fundadora de las Her­manas de la Cruz, cuya casa se encuentra, precisamente, en la calle Santa Ángela de la Cruz, que parte del jardín hacia el este. En el lado derecho arranca la calle Doña María Coronel, en cuyo número cinco, al lado mismo de la iglesia, está el convento de Santa Inés, de monjas clarisas, famoso por muchas cosas: por haber sido fundado por doña María Coronel, la amante fallida de Pedro I; por la Leyenda del organista Maese Pérez, que Gustavo Adolfo Bécquer sitúa en su iglesia, y por los excelentes dulces que las monjas fabrican y que pueden adquirirse en su torno. Atravesada la puerta de entrada, se entra en el compás, patio silencioso y recoleto al que da el torno y la fachada de la iglesia, otra pequeña maravilla sevillana. Consta de tres naves separadas por arcos apuntados y cubiertas con bóvedas de nervaduras. Un alto zócalo de azulejos recorre los muros. El presbiterio es poligonal y su bóveda, igualmente de nervios, aparece decorada con motivos geométricos dorados. El retablo, que se adapta al polígono de la capilla, de forma que ofrece al espectador tres caras, es una auténtica obra de arte. Articulado a base de estípites y con una decoración preciosista, resultan admirables por su originalidad las dos hornacinas laterales del cuerpo alto, formadas con esbeltas ramas vegetales. Tan delicada máquina se debe al genio de los sevillanos Fernando y Francisco José de Medinilla, quienes la realizaron entre 1719 y 1748. En el camarín central figura la imagen de Santa Inés, obra de Francisco de Ocampo, quien la talló en 1630. Enorme interés reviste el coro, por diferentes razones. En primer lugar, se trata de un magnífico espacio rectangular cubierto con bóveda estrellada, en cuya reja de cierre aparece el retrato que Joaquín Domínguez Bécquer realizara de doña María Coronel en 1859; seguidamente, aquí está la urna en la que se conserva el cuerpo incorrupto de la fundadora, el cual, el dos de diciembre de cada año, se expone a la contemplación de los sevillanos; y, por último, aquí está también el órgano que, según Bécquer, tan maravillosamente tocara Maese Pérez. Entre las abundantes obras que la iglesia guarda, hay que destacar el retablo de la Virgen del Rosario, presidido por una imagen de esta advocación y en el que figuran trece tablas de la escuela flamenca de principios del siglo XVI. También, el retablo de San Blas, cuya imagen es una talla realizada por Juan de Mesa en 1617 (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Inés, virgen y mártir
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LEYENDA
   Virgen y mártir romana.
   Su nombre se tomó del adjetivo griego agnê que al igual que Catalina (Katharos), significa «pura», «casta». Por otra parte, los romanos lo vincu­laron con el sustantivo latino agnus (cordero), aunque no haya relación eti­mológica alguna  entre agnê y agnus. Como escribe san Agustín: «Agnes latine agnam significar, graece castam.»
   De esta etimología popular deriva la leyenda de la santa, de quien se ha hecho un modelo de castidad y dulzura. La Leyenda Dorada  no pierde la oportunidad de jugar con las semejanzas de Agnès y Agna: «Agnes dicta est agna, quia mitis et humilis tanque magna fuit.» Inés es la Agna Dei, es de­cir, la personificación femenina del Cordero de Dios.
   Como es natural, se ha creído que semejante nombre podía ser un símbolo (virgo casta) antes que una persona real, tanto más por cuanto la existen­cia histórica de santa Inés resulta dudosa.
   El documento más antiguo que la concierne es el Cronógrafo del año 354, según el cual, el 21 de enero se celebraba la fiesta de Agnê (la Casta) en la catacumba de la Vía Nomentana.
   Al principio existían dos tradiciones distintas que se referían a dos mártires homónimas, que luego resultaron confundidas.
   Según san Ambrosio y san Dámaso, Inés sería una niña martirizada a los doce años de edad, no por decapitación sino por degüello. Su martirio habría ocurrido hacia 305, durante la persecución de Diocleciano.
   La tradición griega, diferente, concierne a una virgen adulta. Según el Menologio de Basilio, Inés, que se había negado a ofrecer sacrificios a los dioses, fue conducida a  un prostíbulo. Un joven libertino quiso aprovechar la situación violándola, pero cayó sin conocimiento. El prefecto la hizo comparecer ante su tribunal y le preguntó qué sortilegio había empleado para matar a ese hombre. Ella respondió que un ángel vestido de blanco le ha­bía servido de guardaespaldas para preservarla de todo ultraje. «Si quieres que te creamos -respondió el prefecto- invoca a tu Dios y resucita a este joven.» Inés oró y el muerto resucitó enseguida.
   El episodio del prostíbulo es un tópico en los relatos de la vida de las santas. La violación ritual era una costumbre entre los romanos porque la ley prohibía condenar a muerte a una virgen, de manera que se hacía violar a las vír­genes antes de enviarlas al suplicio, aunque todavía no fuesen núbiles.
   Tertuliano habla de cristianas condenadas «ad lenonem potius quam ad leonem», juego de palabras de bastante mal gusto para subrayar que antes de ser expuestas a los leones del anfiteatro, las mártires solían ser encerradas en lugares de mala fama.
   Las dos tradiciones, latina y griega, no demoraron en fundirse y enriquecerse con nuevos rasgos legendarios, entre otros, el milagro de los cabellos y el manto blanco que entregara un ángel, que fue popularizado en el siglo V por las Gesta, y en el XIII por la Leyenda Dorada (Legenda aurea).
   El hijo del prefecto se enamoró de Inés que se dirigía a la escuela en compañía de su nodriza, y le ofreció joyas. Ella rechazó el regalo con desdén, diciendo que ya tenía un novio que le había ofrecido adornos más bellos: "Ha adornado mi mano con una pulsera inestimable, ha puesto en mi cuello un collar de piedras preciosas, ha puesto en mis orejas perlas de infinito precio". Rechazado por la joven virgen, el pretendiente cayó enfermo de pena. Su padre, el prefecto, citó a la rebelde ante su tribunal, y al no poder obligarla a casarse con su hijo, la dejó elegir entre un sacrificio a los dioses o el deshonor.
   Al negarse a abjurar de su fe, fue conducida por las calles de Roma desnuda, al «fornix» (lenocinio). Pero sus cabellos se alargaron al instante para cubrir su desnudez con un sedoso vestido. El joven que la siguió para satisfacer su pasión, fue estrangulado por el demonio, ella lo resucitó.
   Condenada a la hoguera como maga, las llamas se alejaron de ella y se echaron sobre los verdugos. Entonces fue degollada.
   La Leyenda Dorada agrega detalles más precisos a esta novela llena de tópicos hagiográficos. El prefecto, que se llamaba Sempronio (Symphronius) dijo a Inés que si quería seguir virgen debía consagrarse a Vesta, de otra manera, la entregaría a los excesos de un prostíbulo. Ella respondió: «Tengo conmigo un ángel de Dios que guardará mi cuerpo de toda mancha.» El prefecto la hizo desnudar y conducir al burdel; pero de inmediato sus cabellos cayeron como una cortina para convertirse en un velo impermeable a las miradas. Como si esa melena no bastase, un ángel la envolvió en un manto luminoso de blancura deslumbrante. El joven que la deseaba resultó cegado y cayó de espaldas.
   Se advierte el progresivo enriquecimiento de la leyenda: al milagro de los cabellos, tomado de santa María Egipcíaca, se sumó el milagro del manto angélico: doble defensa que protege contra las codicias carnales el cuerpo incontaminado de Inés, «la casta».
   La leyenda no se detuvo, como es natural, en la muerte de la santa, degollada después de la extinción de la hoguera. Se la enterró en la Vía Nomentana. Los fieles que asistían a las exequias fueron asaltados por los paganos que les arrojaron piedras. Todos huyeron, salvo Emerenciana, pretendida hermana de leche de santa Inés, que se quedó en su sitio con valentía y fue lapidada. Los asesinos fueron tragados por un seísmo.
   La hija del emperador Constantino, Constantina o santa Constancia, enferma de úlceras que le cubrían el cuerpo, pasó toda una noche en oración cerca de la tumba de Inés. Cuando se durmió tuvo una visión: la santa le de­cía que creyese en Cristo que la curaría. Y así fue, al despertar, Constancia se encontró purificada de la lepra. En reconocimiento, hizo edificar una basílica a santa Inés. Esta leyenda no es más que una duplicación de la de Constantino, curado de la lepra por el papa san Silvestre.
CULTO
   Roma, cuna del culto de santa Inés, consagró a ésta dos iglesias. La primera , la de S. Agnese in Agone, en la Plaza Navona, señala, de acuerdo con los Mirabilia Romae, el emplazamiento del prostíbulo (fornices) donde su castidad fue salvaguardada por un milagro; la segunda, la basílica extramuros de S. Agnese fuori le mura se edificó sobre su tumba. El día de su fiesta (21 de enero), se celebraba allí la de la bendición de los corderos cuya lana, hilada por las monjas, servía para la confección de las pallia (mantos griegos) que en­tregaba el papa a los arzobispos.
   En Milán, era la patrona de los Visconti.
   Su culto pasó desde Italia a Francia, los Países Bajos y Alemania.
   Tres templos de Francia, las catedrales de Amiens y de Cambrai y la iglesia abacial de Saint Ouen, pretendían poseer la «chief sainte Agnes» (cabeza de santa Inés). Si se cree en la tradición, sus reliquias, ocultas por el temor a los piratas normandos, habrían sido confiadas en 965 a Baldric, obispo de Utrecht, quien las depositó en el tesoro de su catedral. La iglesia de Saint Eustache de París estuvo en su origen puesta bajo la advocación de santa Inés que siguió como patrona secundaria.
   En Alemania, el asiento principal de la devoción a santa Inés era Colonia, que en su iglesia de San Pantaleón creía conservar uno de sus brazos y uno de sus dedos.
   El culto de la joven mártir romana recibió los beneficios de la fundación de la orden de los trinitarios que habiendo sido aprobada por el papa el día de la octava de su fiesta, la adoptó como patrona. Su martirio se representaba en la mayoría de las iglesias de la orden.
   Era la patrona de las vírgenes romanas, de las novias porque eligió a Cristo como novio y de los jardineros porque la virginidad está simbolizada por un jardín cercado o cerrado (hortus conclusus).
ICONOGRAFÍA
   En los mosaicos bizantinos, santa Inés está representada como orante, adornada con ricos vestidos, una diadema de perlas en la cabeza y una larga estola de oro sobre los hombros: así se habría aparecido ocho días después de su muerte.
   En las realizaciones posteriores, sólo está vestida por su larga cabellera.
   Aunque los Padres de la Iglesia latina la hacen morir a los doce años, los pintores la representan adulta.
   La joven mártir romana es la primera santa que haya sido dotada con un atributo (siglo VI).
   Sus armas parlantes son el cordero blanco (o más bien la cordera), símbolo de su pureza. El animal está acostado a sus pies o apoya contra ella los remos delanteros, a menos que esté acurrucado, minúsculo, en el hueco de su mano. El cordero no es sólo una alusión a su nombre. Es también un recuerdo de la visión de sus padres, quienes, ocho días después de su muerte, vieron aparecer a su hija con un cordero a su derecha: ella los exhortó a no entristecerse sino a alegrarse con ella. Por otra parte, el cordero místico del Apocalipsis, símbolo de Cristo, está considerado como el novio celestial de Inés.
   Se la reconoce también por la hoguera encendida cuyas llamas se alejan sin tocarla siquiera, por la espada, instrumento del suplicio, y por la palma del martirio.
Escenas
Los Desposorios místicos de Santa Inés
   El Niño Jesús le coloca un anillo de oro en el dedo, igual que a Santa Catalina. Tema muy infrecuente, inspirado por un párrafo de la Leyenda Dorada. Al hablar de su novio celestial, ella dice: me ha puesto el anillo en el dedo.
El Milagro de Santa Inés
   Sus cabellos rubios se alargaron milagrosamente y la recubrieron con un manto opaco como una coraza. Por añadidura, un ángel la cubrió con una blanca vestidura.
   El diablo torció el cuello al hijo del prefecto que se acercó para violarla; ella lo resucitó.
El Martirio de Santa Inés
   Las llamas se alejan de ella. El verdugo la degüella sobre la hoguera apagada (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Horario de apertura del Convento de Santa Inés:
            Invierno: Todos los días: de 07:00 a 08:00.
            Verano: Todos los días: de 08:00 a 09:00.

Horario de misas del Convento de Santa Inés:
             Invierno: Todos los días: 07:30.
             Verano: Todos los días: 08:30

Página web oficial del Convento de Santa Inés: No tiene.

El Convento de Santa Inés, al detalle:
Pinturas murales:
     Iglesia:
           Retablo de Santa Clara 
           Retablo de San Blas
           Retablo de la Virgen del Rosario
                       Pentecostés

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