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viernes, 17 de enero de 2020

La Iglesia de San Antonio, abad

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la iglesia de San Antonio, abad, de Sevilla.   
   Hoy, 17 de enero, Memoria de San Antonio, abad, quien, habiendo perdido a sus padres, distribuyó todos sus bienes entre los pobres, siguiendo la indicación evangélica, y se retiró a la soledad de la región de Tebaida, en Egipto, donde llevó vida ascética. Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a los confesores de la fe durante la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano, apoyó a San Atanasio contra los arrianos y reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado padre de los monjes (356)  [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la iglesia de San Antonio, abad, de Sevilla
   La Iglesia de San Antonio, abad, se encuentra en la calle El Silencio, 3 (aunque la entrada habitual se hace por la calle Alfonso XII, 3), en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo.  
   Un lugar singular: una iglesia que son dos y que es más conocida por su atrio que por su interior. El fruto de la fusión entre el antiguo hospital de San Antonio Abad, regentado por los hermanos hospitalarios de San Antón, y la capilla de Jesús Nazareno, de la histórica hermandad del Silencio. El hospital se erigió en el siglo XVI, remodelándose entre 1724 y 1730, época en la que se edificó la colindante capilla de Jesús Nazareno. Tras la desaparición de la orden hospitalaria, dedicada a la atención a los enfermos del "fuego de San Antón", hubo otros usos entre 1819 y 1835 por parte de los franciscanos de San Diego (conocidos como "dieguinos" y provenientes del desaparecido convento del Prado de San Sebastián) y como sede de la desaparecida parroquia de San Miguel en la plaza del Duque, iglesia gótico-mudéjar lamentablemente derribada en la revolución de 1868. Ello explica que buena parte de su patrimonio se conserve en esta iglesia, en la actualidad regentada en su totalidad por la hermandad del Silencio.
   El acceso por la calle Alfonso XII se realiza por una puerta rematada por una pintura del siglo XIX que representa a San Diego de Alcalá entre escudos de la Orden franciscana y la dominica. En el atrio de transición se conserva una cruz de forja de finales del siglo XVII que perteneció a la antigua hermandad de la Cruz de la Retama, antaño radicada en San Julián y fusionada con la Hermandad Sacramental. Suele pasar desapercibido ya que la piedad popular se dirige a las imágenes que se distribuyen entre sus muros: Santa Rita de Casia, San Cayetano y, muy especialmente, la pequeña imagen en pasta de madera de San Judas Tadeo. No teniendo ningún interés artístico, es una de las mayores devociones populares de la ciudad, como así atestiguan las numerosas velas y oraciones fotocopiadas que se colocan a sus pies. Tras superar el arco palladiano de acceso se llega a la portada de la iglesia, obra de Diego Antonio Díaz (1730), de acceso adintelado, con pilastras compuestas que sostienen un frontón curvo. Airosa sobre el patio se levanta la doble espadaña, decorada con cruz de forja en su coronamiento y con jarrones cerámicos.
   Al pasar al interior accedemos a la primitiva capilla hospitalaria del siglo XVI, rehecha en la reforma del siglo XVIII. Es una sola nave dividida en cuatro tramos más el presbiterio, con coro y sotocoro a los pies. Se cubre con bóveda de cañón con fajores y lunetos, siendo baída la bóveda que antecede al presbiterio. El retablo mayor está atribuido a Baltasar de Barahona y se fecha entre 1694-1709. Se compone de banco, un cuerpo subdividido mediante columnas salomónicas compuestras y ático superior. Fue reformado en 1768 por Manuel Díaz y José de Ribera, que transformaron el camarín central y añadieron los estípites que aparecen en el ático. Preside el retablo la soberbia imagen de Jesús Nazareno, que abraza la cruz al modo de las iconografías habituales del siglo XVI, como la del Cristo de los Ajusticiados que pintó Luis de Vargas en las gradas de la Catedral. La talla se atribuye, por semejanzas con otras imágenes, a Francisco de Ocampo (h. 1610), aunque algunos autores proponen a Gaspar de la Cueva, más conocido por sus obras en Perú. Realizado en madera de cedro, porta en su salida procesional una cruz de carey y cantoneras de plata que fue donada en el siglo XVII por devotos de Nueva España (México). En el primer cuerpo también se sitúa la imagen de San Antón, patrón del gremio de cordoneros, realizada por Francisco Antonio Gijón en 1676, y la del beato Juan de Prado, que es de la época de realización del retablo. En el ático, las tallas de San Buenaventura y San Juan Nepomuceno flanquean la cruz central. Las cubiertas del presbiterio están decoradas con pinturas murales del siglo XVIII, que recuerdan el estilo de Juan del Espinal. En sencillas ménsulas, junto al presbiterio, se sitúan dos excelentes tallas de tamaño académico que representan a la Virgen María y a San José, que denotan el estilo de Martínez Montañés y que suelen colocarse en Navidad conformando el misterio del Nacimiento de Jesús. En el muro derecho de esta capilla destaca un retablo de la primera mitad del siglo XVIII que acoge a la Inmaculada del "Alma mía", conocida así por un suceso milagroso en el que un devoto le dio esta advocación. Es una talla de vestir del escultor de origen flamenco Hernando Gilmann, bendecida en 1615, y que centralizó el movimiento sevillano a favor de la Concepción Inmaculada de comienzos del siglo XVII. Se sitúa sobre la peana de plata que perteneció a la Virgen del Rosario de la desaparecida iglesia de San Miguel. En el mismo cuerpo del retablo se sitúan tallas de San Joaquín y Santa Ana, apareciendo en el ático las imágenes de San Miguel, Santa Bárbara y San Rafael. En los muros de esta capilla se distribuyen  diversos cuadros de arcángeles, pintados por algún seguidor murillesco, pudiendo identificarse a Seatiel, Barachiel, San Miguel, San Gabriel y San Uriel. Proceden también del patrimonio de la desaparecida iglesia de San Miguel. A los pies de la nave, en la zona del coro, se sitúa un retablo con pintura decimonónica de la Virgen del Carmen, obra de Eduardo Cano. De enorme interés es un tondo con la Virgen, el Niño Jesús y San Juanito, pieza de gran calidad que ha llegado a ser colocado en la estela de Rafael Sanzio o de algunos de sus mejores seguidores.
   En paralelo se sitúa la primitiva capilla de Jesús Nazareno, accesible por dos arcos desde la nave. Fue realizada por Diego Antonio Díaz entre los años 1724-1730, sobre la antigua capilla del Santo Crucifijo, que tuvo que ser demolida por su estado ruinoso. Es una nave con bóveda de medio cañón, que en la zona del presbiterio se convierte en una cúpula que ilumina la zona. El retablo de esta capilla es neobarroco y fue diseñado por el pintor Alfonso Grosso (1948), correspondiendo la talla a Luis Jiménez Espinosa. Acoge a la imagen de la Virgen de la Concepción, talla de Sebastián Santos (1954), que procesiona en la Madrugada bajo rico palio de plata inspirado en las formas de la Catedral de Venecia y con suntuosos bordados del taller de Hijos de Miguel Olmo. Le acompaña la imagen de San Juan, realizada por Cristóbal Ramos en la segunda mitad del siglo XVIII sobre un modelo anterior. El retablo se completa con la antigua crestería del palio, obra de Rafael Palomino (1871). 
 En el muro izquierdo de la capilla destaca un retablo de columnas salomónicas de comienzos del siglo XVIII, con dos ángeles pasionistas que enmarcan al Crucificado de la Buena Muerte, imagen de tamaño algo inferior al natural realizado en pasta de madera a comienzos del siglo XVIII. Contiguo está otro retablo de similar cronología, presidido por una talla de la Inmaculada, con tallas de San Joaquín y Santa Ana.
   En el muro derecho destaca un retablo con el grupo de San José y el Niño, del siglo XVIII, atribuida al círculo de Montes de Oca y relacionable con el grupo de la iglesia de San Isidoro o con la cabeza del San Juan de la hermandad de los Javieres. La nave acoge diversas pinturas del siglo XVII, como las que representan el momento del Abrazo de la Cruz o el Calvario. A los pies se sitúa el acceso a la capilla que comunica con la calle El Silencio, lugar por donde sale el ejemplar cortejo que procesiona en la madrugada del Viernes Santo. Espectacular es el patrimonio histórico-artístico que atesora la hermandad de Jesús Nazareno, conocida como la del Silencio. Son inciertos sus orígenes; hay teorías que la identifican como la hermandad fundada en 1340 en la capilla de los Cervantes, en la parroquia de Omnium Sanctorum, aunque es más posible que su origen esté en la hermandad fundada en 1564 en el Hospital de la Sangre, ya que es la antigüedad que se argumentaba en las procesiones del Corpus de los siglos XVI y XVII. Sea cual fuere su origen, ha disfrutado de enormes privilegios, siendo abanderada del movimiento concepcionista y teniendo en su nómina a hermanos como Francisco Pacheco (que decoró su libro de reglas), Murillo, Juan de Mesa, San Antonio María Claret o el escritor Mateo Alemán (que llegó a ser su hermano mayor y a redactar sus reglas). Aunque sufrió el expolio de la invasión francesa, logró recuperar un espectacular patrimonio al que se unen numerosas costumbres hechas tradición, como el fervorín que se dicta antes de su salida, la espada y el cirio que recuerdan su defensa concepcionista, la compostura de sus nazarenos, las peculiares "saetillas" que interpreta un trío de capilla, la riqueza de las túnicas del Narareno o el austerio silencio que acompaña a todo el cortejo (Manuel Jesús Roldán,  Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
     Conjunto arquitectónico formado por la  iglesia del antiguo hospital de San Antonio Abad y la capilla de la Hermandad de Jesús Nazareno. La primera, edificada en el siglo XVI, se remodeló profundamente entre 1724 y 1730, etapa en  la que se le adosó la capilla de la Hermandad de Jesús Nazareno. El ingreso se hace a través de un bello compás, cuya portada está constituida por un vano adintelado flanqueado por pilastras y rematado por un frontón recto y roto, en cuyo centro se sitúa una hornacina con una pintura de San Diego de Alcalá. El compás está compartimentado por medio de dos grandes vanos palladianos que apean sobre columnas de mármol. Al fondo se sitúa la iglesia, dispuesta transversalmente al eje del compás. Del siglo XVI sólo conserva el esquema general de la planta, rectangu­lar y de una sola nave, ya que el aspecto que ahora ofrece se debe a las obras efectuadas entre 1724 y 1730. Como resultado de ellas el interior aparece compartimentado en cinco tramos, más el presbiterio. Los cuatro primeros tramos y la cabecera se cubren con bóveda de medio cañón con arcos fajones y lunetas y el antepresbiterio con bóveda vaída. El coro se sitúa en alto a los pies de la nave, ele­vándose sobre pares de columnas de mármol. La portada es obra de Diego Antonio Díaz, quien la ejecutó en 1730. Situa­da en el muro izquierdo, está construida en ladrillo enfoscado, configurándose por medio de un vano adintelado, flanqueado por pilastras y rematado por un frontón quebrado entre pináculos.
     El presbiterio está decorado con pinturas mu­rales de mediados del XVIII, pertenecientes al círculo de Juan de Espinal. El retablo mayor, atribuido a Baltasar de Barahona y fechado a principios del siglo XVIII, consta de banco, un cuerpo de tres calles compartimentadas con colum­nas salomónicas y ático. En la hornacina central aparece la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, escultura del primer tercio del XVII de Francisco de Ocampo, y en las calles laterales las de San Antón, realizada en 1676 por Ruiz Gijón, y la del Beato Juan de Prado, que tiene la misma antigüedad que el retablo. De esa misma época son las esculturas del ático.
     Al inicio del muro izquierdo se encuentran una reja de un solo cuerpo y remate semicircular del último tercio del siglo XVI y una serie de pinturas entre las que destacan un tondo pintado sobre tabla de la Virgen con el Niño y San Juanito, ejecutado hacia 1530 por un maestro italiano que reprodujo una composición grabada de Rafael; un lienzo con la imagen del Cristo de la Humildad de mediados del XVII y dos cuadros de los arcángeles Sealtiel y Barachiel pintados hacia 1700 por un seguidor de Murillo. Situada sobre una repisa destaca una escultura de San José ejecutada entre 1607 y 1608 por Martínez Montañés. Bajo un dosel se exhibe la cruz de carey y plata que porta el Nazareno en su salida procesional, datable hacia 1780.
     Al comienzo del muro contrario hay que reseñar otro arcángel de la serie señalada anteriormente y una escultura de la Virgen María, compañera de la de San José del otro muro, como ella, obra de Martínez Montañés. A continuación se encuentra un retablo compuesto por banco, un cuerpo de tres calles compartimentadas por estípites y ático, de hacia 1740. En el centro figura una imagen de la Inmaculada; en las calles late­rales las de Santa Ana y San Joaquín y en el ático las de San Miguel, Santa Bárbara y San Rafael. Al final del muro se halla otro lienzo de la serie de los arcángeles, que en este caso representa a San Miguel. En la embocadura del sotacoro hay que destacar la presencia de otros dos lienzos de esa misma serie, en concreto los de San Gabriel y San Uriel.
     En el muro frontal del sotacoro destaca una escultura de San Miguel que procede de la extinguida parroquia de ese mismo nombre, obra del siglo XVIII. Detrás de ella se sitúa un lienzo del Niño Jesús y San Juanito, de fines del XVII, y a la izquierda un retablo del primer cuarto de ese mismo siglo. De ese momento son las pinturas del banco y de las calles laterales. No ocurre lo mismo con la Virgen del Carmen de la gran hornacina central, ejecutada a principios del XIX.
     Entre 1724 y 1730 levantó Diego Antonio Díaz la capilla contigua de la Hermandad de Jesús Nazareno, edificada paralela a la antigua iglesia del Hospital de San Antonio Abad. Es de planta rectangular, con una sola nave, con capillas-hornacinas, compartimentada en cuatro tramos más la capilla mayor. El tramo de los pies se cubre con bóveda de arista; los tres siguientes con bóveda de medio cañón con arcos fajones y lunetas y la capilla mayor con cúpula. La sacristía se sitúa detrás del altar mayor y la portada se configura por medio de un simple vano adintelado a los pies de la nave. En la capilla mayor se encuentra la Virgen de la Concepción, imagen de candelero realizada por Sebastián Santos Rojas en 1938.
     En la primera hornacina del muro izquierdo se sitúa un retablo de mediados del XVIII de un solo cuerpo con tres calles compartimentadas por columnas salomónicas en el que aparecen una escultura de Cristo y dos ángeles pasionarios del momento del retablo. A los pies del muro se halla una pintura mural de mediados del XVIII en la que se representa a Cristo recibiendo la Cruz. Al inicio del muro derecho se encuentra un retablo de mediados del XVIII, de un solo cuerpo con hornacina central flanqueada por columnas salomónicas en cuyas calles laterales se disponen dos esculturas de San Joaquín y Santa Ana datadas por las mismas fechas. A continuación se encuentra otro retablo de la misma época que el anterior, en cuya hornacina central, flanqueada por estípites, se sitúa un grupo escul­tórico, asimismo de mediados del XVIII, que representa a  San José con el Niño. En último lugar se encuentra una pintura mural compañera, y por lo tanto de igual cronología a la del muro contrario, dedicada  a la Crucifixión.
     En la sacristía de esta capilla hay que destacar la presencia de un  lienzo de finales del XVI que representa a San Juan Evangelista en Patmos, vinculable a Alonso Vázquez; un lienzo de finales del XVII de San Nicolás de Bari, réplica de otro de igual composición firmado por Meneses Osmio y una escultura en plomo del Niño Jesús, del XVII. La hermandad del Silencio posee varias piezas de orfebrería de gran calidad. La más antigua es un cáliz con decoración plateresca de guirnaldas sobre estructura todavía gótica, compuesta de astil prismático y copa que surge de una corola de pétalos. Es obra de transición del gótico al renacimiento fechada en 1546. Muy interesante es el ostensorio manierista de plata dorada fechado en 1665. En 1688 está fechada una gran peana de plata decorada con roleos y hojas de cardo muy desarrolladas, que pertenece igualmente a la hermandad. Finalmente hemos de mencionar el gran sagrario de plata procedente de la antigua parroquia de San Miguel, de planta trapezoidal y ondu­lantes perfiles. La decoración se compone de rocallas, espejuelos y relicarios, siendo obra del platero sevillano Juan de San Juan, cuyo punzón ostenta, así como el de Nicolás de Cárdenas, contraste de la ciudad. Fue encargado por doña Catalina Ortiz de Zúñiga hacia 1766 para un templo jesuita (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     Es la iglesia del antiguo Hospital de San Antonio Abad y Capilla de la Hermandad de Jesús Nazareno. El ingreso se hace a través de un compás con portada adintelada flanqueada por pilastras compuestas con un frontón recto partido, en cuyo centro se sitúa la hornacina con pintura al fresco de Fray Diego de Alcalá. La iglesia con eje transversal al compás, del siglo XVI, sólo conserva el esquema general de la planta, rectangular y de una nave, hoy dividida. Presenta cubierta con bóveda de cañón con arcos fajones y lunetos. El coro, en alto, a los pies se eleva sobre columnas de mármol. El presbiterio se decora con pinturas murales del primer tercio del siglo XVIII. La capilla de la Hermandad es de Diego Antonio Díaz y se ubica paralela a la antigua iglesia, es de planta rectangular, de una sola nave y capillas laterales en forma de hornacinas. La capilla Mayor sigue el mismo esquema compositivo de la anterior pero dispone de cuatro tramos más.
     Es un conjunto edificado en el siglo XVI y remodelado entre 1724 y 1730, momento en que se adosó la capilla y se compartimentó la nave principal en cinco tramos más el presbiterio. La portada la ejecutó Diego Antonio Díaz en 1730 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Tras la visita al museo, conviene seguir por la calle Alfonso XII que, desde la Puerta Real, avanza en línea recta en dirección a La Campana. En la esquina con la calle del Silencio, se alcanza la iglesia de San Antonio Abad, perteneciente al antiguo hospital del mismo nombre, a la que se encuentra adosada la capilla de la Hermandad de Jesús Nazareno, conocida en Sevilla como El Silencio.
     Al templo principal se entra por un compás perpendicular al muro lateral de la iglesia. En él se encuentran las imágenes de San Cayetano, Santa Rita de Casia y San Judas Tadeo, de mucha devoción entre los sevillanos. Al interior se ingresa a través de un gran arco de medio punto sobre sendos pares de colum­nas, coronado por un antepecho decorado con azulejos y, encima, la espadaña. La iglesia es muy sencilla, tiene una sola nave con planta rectangular y coro a los pies. El retablo del altar mayor es de principios del siglo XVIII y se atribuye a Baltasar de Barahona. En él figura el Nazareno titular de la hermandad, una muy buena talla de Francisco de Ocampo, fechada en 1607, que representa el momento en que Cristo abraza la cruz, motivo por el que el observador tiene la impresión de que la lleva al revés, cosa que creen la mayor parte de los sevillanos. Esta es una de las hermandades más antiguas de Sevilla, pues data de 1340. Anexa al templo y comunicada con él, construyó Diego Antonio Díaz la capilla de la hermandad en 1730. En el altar mayor se encuentran la Virgen de la Concepción y San Juan; la primera es obra contemporánea, de 1938, realizada por Sebastián Santos Rojas, y la segunda, del siglo XVIII y de Cristóbal Ramos (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Leyenda, Culto e Iconografía de San Antonio, abad
   Patriarca de los cenobitas de la Tebaida cuya vida, contada por san Atanasio y san Jerónimo, se hizo popular en el siglo XIII por la Leyenda Dorada.
LEYENDA
   Nació hacia 251 en el Alto Egipto y muy joven se retiró en soledad.
   Habría sido asaltado por tentaciones diabólicas en el desierto, que en general se interpretan como alucinaciones de un solitario agotado por el ayuno y la vela.
   ¿Puede creerse que este tema tradicional tenga origen hindú? Las semejanzas con la leyenda de Buda, quien, como san Antonio, fue hostigado por monstruos y después tentado por mujeres que desnudaban sus pechos, son más ingeniosas que probatorias. Se trata más bien de paralelismo que de copia.
   Hacia el final de su vida, visitó a Pablo ermitaño, superior de los anacoretas de la Tebaida, milagrosamente alimentado por un cuervo que ese día llevó en su pico doble ración de pan. Algún tiempo después, al enterarse de la muerte de su venerable hermano, fue a enterrarlo ayudado por dos leo­nes.
   Además, en Cataluña se le atribuyeron aventuras que sirvieron de tema a Jaume Huguet para su gran retablo de san Antonio, en Barcelona.
   El rey de Aragón suplicó a san Antonio que exorcizara a su esposa e hijos poseídos por demonios. El santo abandonó la Tebaida viajando sobre una nube, como los apóstoles advertidos de la muerte inminente de la Virgen, y desembarcó en Barcelona. Se dirigió a la casa del preboste Andrés. En el momento de atravesar el umbral, una marrana le acercó un lechoncillo monstruoso que llevaba en las fauces, y que había nacido sin ojos ni patas. Andrés quiso expulsar a la intrusa, pero san Antonio se lo impidió dicién­dole que después de todo la pobre bestia quería implorar, igual que lo hacía el rey, la curación de su progenie.
   Después tomó la mano de Andrés y para transmitirle su poder de exorcis­mo, hizo con ella el signo de la cruz sobre el cochinillo que milagrosamente adquirió la vista y los miembros que le faltaban de nacimiento. Después de ello, Andrés exorcizó de la misma manera a la reina de Cataluña arrodillada a sus pies.
   La invención del cuerpo de san Antonio, que moriría más que centenario en 356, había hecho nacer otras leyendas popularizadas en el siglo XV por una traducción del latín al francés de Pierre de Lanoy.
   El obispo Teófilo descubrió su cuerpo envuelto en una túnica de fibras de palma que le había regalado san Pablo ermitaño. Los restos fueron desenterrados por dos leopardos. Antes, un pájaro blanco de pico rojo indicó el sitio que el santo había elegido para su sepultura.
   Para dar cuerpo a su leyenda póstuma, los hagiógrafos le atribuyeron un mi­lagro del apóstol Santiago: habría sostenido durante muchos días el cuerpo de un joven condenado a la horca por una acusación falsa.
CULTO
   En el desierto del Mar Rojo hay dos monasterios coptos vecinos del siglo IV, dedicados, uno a san Antonio y el otro a Pablo ermitaño: son los más anti­guos del mundo cristiano.
   El cuerpo del célebre asceta, transportado en principio a Constantinopla, en 1050 habría sido trasladado a una abadía del Delfinado, que tomó el nom­bre de Saint Antoine en Viennois.
   Esta pretensión era resistida por los pobladores de Arles, en Provenza, que poseían otro cuerpo de san Antonio cuya autenticidad afirmaban. El humanista Henry Estienne se burla del «gran combate» que libraron los de la ciudad de Arles con los antonitas de Vienne del Delfinado por esa causa: «Al final san Antonio se quedó con dos cuerpos enteros, y además, numerosos miembros en diversos lugares, y al menos con media docena de rodillas.» En Florencia, en la iglesia de San Antonio dei Francesi, también hay frag­mentos de reliquias que se consideran suyas.
La orden de los antoninos 
   Los monjes de Saint Antoine en Viennois, que se llamaban antoninos o antonitas, salieron victoriosos del duelo. La orden hospitalaria, fundada en el siglo XI bajo la advocación de san Antonio convertido en santo curador, se especializó en el tratamiento de enfermedades contagiosas: fuego sagrado o fuego de San Antón, peste, y más tarde, la sífilis. Como esas terribles enfermedades estaban muy difundidas, la peregrinación de San Antonio en el Delfinado se volvió muy frecuente y concurrida, hasta el punto de rivalizar con Santiago de Compostela y San Nicola di Bari.
   Gracias a las numerosas filiales o encomiendas creadas por la casa matriz, el culto de san Antonio se difundió en toda la cristiandad a finales de la Edad Media. La orden tenía veinticinco establecimientos en Francia, diseminados en Lyon, Toulouse, Albi, París -donde el convento del Petit Saint Antoine ha dado su nombre a un barrio-. Alsacia poseía dos encomiendas antonitas en Estrasburgo y en Issenheim, cerca de Colmar. En la Suiza alemana, vecina del Delfinado, los antonitas se habían establecido en Basilea y Berna; en Alemania, enjambraron a todo lo largo del valle del Rin, en Constanza, Friburgo, Maguncia, Frankfurt,Colonia.
   Sólo Italia se mostró refractaria a esta propaganda, sin duda porque el culto de San Antonio entró en competencia con su homónimo san Antonio de Padua.
   En el siglo XVI Borgoña se convirtió en un feudo de san Antonio a causa de la particular devoción del duque Felipe el Atrevido hacia este santo cuya fies­ta había coincidido con el día de su nacimiento.
   Otra circunstancia contribuyó a reforzar el prestigio del santo ermitaño; en 1382 Alberto de Baviera, conde de Hainaut, Holanda y Zelanda, fundó una orden de caballería en honor de san Antonio que a partir de 1420 se transformó en cofradía piadosa. El collar de la orden imitaba un cinturón de ermitaño y la insignia de los caballeros era la tau u horca de san Antonio de la que estaba suspendida una campanilla de oro o plata, de una onza de peso.
Los recursos de la orden
   Para mantener sus encomiendas y hospitales, los antonianos recurrían a la crianza de cerdos. Gozaban del privilegio de dejar vagar sus animales, reconocibles por la campanilla que tintineaba en sus cuellos, por las calles de los pueblos, hozar en la basura y en los terrenos comunales. Era un derecho muy envidiado por las otras órdenes monásticas que no se privaban de enviar a sus monjes a competir acompañados de un cerdo con esquila, lo cual dio lugar a muchos procesos.
   Las colectas les proveían también amplios recursos. El papa los había autorizado a servirse de una campanilla para reunir a los transeúntes en las pla­zas públicas o en las calles, y solicitar limosnas.
Patronazgos de corporaciones
   Además, san Antonio se había convertido en patrón de numerosas corpo­raciones: los cesteros porque los solitarios de la Tebaida ocupaban su tiempo ocioso en trenzar cestos, los sepultureros, porque san Antonio enterró a san Pablo ermitaño en el desierto.
   La mayoría de los patronazgos los debe al cerdo, que se convirtió en su atributo más popular. De ahí que fuera devotamente honrado por los porquerizos, vendedores de cerdos, carniceros, chacineros, fabricantes de cepillos -que em­pleaban cerda porcina-campaneros a causa de la esquila de los cerdos. Además, en Bretaña era patrón de los alfareros, en Saint Omer de los curtidores, y en Reims de los arcabuceros.
Patronazgos contra el fuego de san Antón, la lepra, la peste y la sífilis
   Pero la extraordinaria popularidad de san Antonio se debía sobre todo a su fama como santo curador, hábilmente explotada por los antonitas.
1. Se lo invocaba contra el llamado mal de los ardientes, que había recibido el nombre de fuego san Antón. Esta enfermedad ha sido asimilada por los médicos con la erisipela gangrenosa, cuya causa era una mala alimentación con pan de centeno atizonado, es decir, contaminado por un parásito llamado tizón. El efecto del fuego de san Antón era un desecamiento de las extremidades que obligaba a su amputación.
   En su forma convulsiva, el ergotismo se caracteriza por alucinaciones visuales y auclitivas. Con frecuencia, el delirante se cree presa de seres espantosos, diablos o animales salvajes. Tal vez sea dicho síntoma la fuente de la le­yenda de las Tentaciones de san Antonio.
   El tratamiento era simple. El enfermo recibía un santo vino encabezado, ela­borado en el viñedo del convento donde todos los años, en la Ascensión, se hacían macerar las reliquias del santo en el caldo. Tan pronto como el pa­ciente llegaba, se le daban algunas gotas a beber.
   Si el medicamento se mostraba inoperante y la gangrena continuaba royendo los miembros del paciente, un hermano cirujano procedía a la am­putación.
   Cuando desapareció esa modalidad de erisipe la gangrenosa, o fuego de San Antón, se aplicó la misma terapia al lumbago.
   Esa causa del fuego de san Antón, su atributo habitual, que se recurría a él contra las llamas del infierno y los incendios. En España se lo representaba en las escaleras o en los rincones oscuros, como un coco y con una antorcha encendida en la mano, no para iluminar sino para impedir que allí se arrojas en basuras.
2. San Antonio también era invocado contra la peste: junto a san Sebastián y san Roque, es uno de los principales santos antipestosos (Pestheiligen) ¿De dónde procede ese privilegio que en su leyenda nada parece justificar?
   Es posible que la iconografía haya engendrado el culto. Uno de los atributos usuales de san Antonio es una muleta u horca con forma de tau. Pues bien, en el momento del Éxodo de Egipto, Aaron marcó con ese signo, dibujado con la sangre del cordero pascual, las casas de los judíos a quienes debía respetar el ángel exterminador, y el profeta Ezequiel (9: 4) dice que Dios ordenó a un ángel marcar a los justos con el mismo signo sobre la frente. La tau de san Antonio se asimiló a ese amuleto apotropaico y fue considerada como un preservativo contra las enfermedades contagiosas y la muerte súbita.
   Cuando las epidemias de peste se volvieron más infrecuentes y menos mortíferas, los antonitas se dedicaron a la lucha contra la sífilis, bautizada «mal de Nápoles» o «mal francés» (morbus gallicus), pero que en verdad era una enfermedad universal. Se la creía provocada por el aliento envenenado de un gallo negro de pico venenoso: el basilisco de los Bestiarios, símbolo de la lujuria.
3. La sarna, pruritos, comezones, furúnculos, várices y, de manera general, todas las enfermedades de la piel, eran de la competencia de san Antonio. Era el patrón del Hospicio de Beaune.
   El poder curativo de san Antonio se extendía a los animales: estaba clasifi­cado entre los santos protectores del ganado, y sobre todo de la especie por­cina. Para preservar la salud de los cerdos, les daban bolitas de pan frotadas contra la estatua del santo.
   Además, como san Eloy, era el patrón de los caballos.
ICONOGRAFÍA
   San Antonio está representado usualmente como un anciano barbudo, que viste el sayal con capucha prenda común de los monjes de su orden. Sus atributos habituales más característicos son la tau, la esquila, el cerdo y las lla­mas del «fuego de san Antón».
l. La tau o cruz potenzada (crux commissa, tau-shapedcrutch) ya era el símbolo de la vida futura en el antiguo Egipto. Ese bastón le sirve de báculo abacial; está bordado en azul sobre su hombro.
2. La esquila (Antoniusglocklein) está suspendida del travesaño de la tau. A veces la lleva en la mano. Era el atributo de los ermitaños, que la empleaban para rechazar los ataques de los demonios, quienes se espantaban por el ruido de las esquilas igual que por la luz de los cirios.
3. El cerdo es el inseparable compañero del santo. En Italia se lo llamaba Antonio del parco, en Suiza Säu Antoni. El cerdo no es la personificación del demonio, de las tentaciones de la carne de las cuales san Antonio fuera blanco: el animal se frota contra él con familiaridad, como un buen perro, y alude a su patronazgo sobre los puercos cuyo tocino se consideraba un remedio eficaz contra el fuego de san Antón.
   Esta intimidad con semejante animal debía parecer comprometedora y hasta escandalosa a los orientales, sobre todo a los judíos, pueblo violenta­mente porcófobo.
   Por ello el «Cerdo de san Antonio» pertenece en exclusiva a la iconografía occidental. Es desconocido en el arte bizantino, lo que prueba que su sig­nificado nada tiene de simbólico.
   El animal casi siempre lleva una esquila (pig with bell) pendiente del cue­llo. Era la insignia de los «cerdos de san Antonio» que gozaban del privilegio de libre pastoreo, y que en los pueblos, como en otros tiempos los pe­rros de Constantinopla, cumplían los servicios de limpieza y recolección de las basuras domésticas. A veces dos esquilas cuelgan de sus orejas como pendientes sonoros. Una estatua del siglo XV, que se conserva en el Museo de Troyes, representa a un porcino rascándose la oreja con una de sus pa­tas traseras.
4. Las llamas del fuego de san Antón (fuóco di S. Antonio). Las llamas salen de sus pies o del libro que tiene en la mano: alusión a la enfermedad curada por los antonitas. A veces las llamas salen de los dedos de los enfermos.
   A causa de una confusión, este emblema también fue atribuido a san Antonio de Padua.
   A estos atributos a veces se suma un rosario de gruesas cuentas y el Libro de la regla de los antonitas.
   Una estatua de piedra del siglo XV en la residencia Vauluisant de Troyes, agrega al cerdo y a las llamas el león, con cuya asistencia cavó la tumba de san Pablo ermitaño.
   San Antonio está representado ya solo, ya asociado con los otros santos «antipestosos», sobre todo san Sebastián y san Roque.
   La mayoría de las realizaciones donde se lo encuentra se remontan al siglo XV y a principios del XVI, que marcan el apogeo de su culto (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Horario de apertura de la Iglesia de San Antonio, abad:
             De Lunes a Sábados: de 12:00 a 13:30, y de 19:00 a 20:30.
             Domingos y Festivos: de 11:00 a 13:30, y de 19:00 a 20:30.

Horario de misas de la Iglesia de San Antonio, abad:
             De Lunes a Sábados: 13:00 y 20:00
             Domingos y Festivos: 12:00, 13:00 y 20:00

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