Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

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viernes, 26 de abril de 2019

La Iglesia de San Isidoro


   Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de San Isidoro, de Sevilla.
   Hoy, 26 de abril, Fiesta de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, que, discípulo de su hermano Leandro y sucesor suyo en la sede de Sevilla, en la Hispania Bética, escribió con erudición, convocó y presidió varios concilios, y trabajó con celo y sabiduría por la fe católica y por la observancia de la disciplina eclesiástica († 636) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].    
   Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Iglesia de San Isidoro, de Sevilla.
   La Iglesia de San Isidoro [nº 43 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Luchana, 1 (aunque la entrada habitual se realiza por la calle Augusto Plasencia, 2; y tiene otra entrada por la calle San Isidoro, 15); en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo.
   En la calle Luchana, se encuentra la iglesia parroquial de San Isidoro, que es la iglesia del Conde Orgaz sevillano. El más bello lienzo con el tránsito del santo hispalense preside su interior. "... Y es condición que el retablo lienzo de pintura se ha de pintar en él el tránsito y muerte del glorioso doctor de las Españas San Isidoro, el cual se ha de poner agonizando lo más hermoso y devoto que pudiere, en brazos de las dignidades y canónigos que presentes se hallaron con sus capas de coro sobre sus sobrepellices y otra mucha gente popular y ha de tener sus insignias de arzobispo y un crucero puesto sobre un paño de cilicio y ceniza y ha de tener este retablo una gloria descubierta con muchos ángeles músicos y la Virgen Santa María que le trae una corona de gloria y todo lo demás del cuadro se remite al artista para que se esmere...". En estas condiciones se estipulaba con Juan de Roelas, en agosto de 1613, el lienzo que preside su retablo mayor. Una obra de arte acompañada de un patrimonio espectacular.
   Compendio de muchos estilos, la parroquia de San Isidoro es un templo gótico-mudéjar construido a mediados del siglo XIV, probablemente sobre los restos de una iglesia anterior que, a su vez, habría sustituido a una mezquita musulmana. Estructura, portada de los pies y la de la nave de la Epístola (derecha) pertenecen al siglo XIV, mientras que torre y portada del Evangelio son datables en el siglo XVIII. En los siglos XVI, XVII y XVIII sufrió el templo diversas alteraciones. Su situación, en el antiguo barrio de la Costanilla, la zona más antigua de poblamiento de la ciudad, tradicionalmente habitada por familias de alto nivel económico, condiciona los añadidos y enriquecimientos constantes que conoció el templo. El templo presenta tres naves, crucero y capillas laterales. Las naves están sostenidas por pilares cuadrangulares. Tiene cubierta de madera, en forma de artesa en la nave central, con lacerías de estilo mudéjar, y de colgadizo en las laterales. Esta techumbre se puede fechar a principios del siglo XVI. En el crucero aparece una bóveda semiesférica, siendo la de los brazos del crucero y presbiterio bóveda de cañón. Estas bóvedas presentan una decoración de yeserías en forma de casetones.
   Al exterior destaca la decoración de la capilla sacramental realizada en ladrillo avitolado (color rojizo) y con un retablo cerámico que muestra al Nazareno de las Tres Caídas, una obra del ceramista Antonio Kiernam Flores (1946). En el exterior de la capilla sacramental se conservan pinturas murales del siglo XVIII que representan una exaltación de la Eucaristía. La más interesante de sus portadas es, sin embargo, la lateral que se abre en la nave de la Epístola, un curioso ejemplo de fachada campanario poco habitual en la ciudad. Sobre la portada abocinada se yergue la torre campanario de dos cuerpos, de origen medieval y, según algunos autores, de discutible precedente musulmán. Nada conserva de esa época puesto que fue reformada en el siglo XVIII y presenta características barrocas de esa época. En un nicho del primer cuerpo se sitúa un azulejo del titular, San Isidoro, flanqueado por dos medallones de cerámica con las figuras de San Leandro y Santa Justa. La torre se corona con un segundo cuerpo de campanas decorado con pilastras con azulejos.
   Ya en el interior, destaca el retablo mayor, que fue diseñado por el escultor Felipe del Castillo en 1752. Se articula por estípites característicos del Barroco del siglo  XVIII, con relieves de la vida de San Isidoro (tres en cada lateral), ángeles y Dios Padre en la parte superior, esculturas que se suelen atribuir a la mano de Benito Hita del Castillo. El retablo está presidido por el mencionado lienzo de Juan de Roelas que representa el tránsito de San Isidoro. Originalmente, la pintura estuvo enmarcada por un retablo realizado por Miguel Borís, al que sustituyó el marco actual. El sagrario en plata tiene la marca de Garay como su autor, siendo de comienzos del siglo XIX. La bóveda de la capilla mayor presenta unas pinturas murales con escenas de ángeles que rodean los bustos de San Fernando y San Hermenegildo. Estas pinturas, que también muestran arquitecturas fingidas, fueron realizadas por Pedro Tortolero en 1752.   
En la capilla de la cabecera de la nave izquierda destaca la decoración de azulejos de tipo pisano que representan motivos geométricos y representaciones masculinas, pudiendo fecharse a principios del siglo XVII. La estancia aparece presidida por un magnífico crucificado, conocido como el Cristo de la Sangre, talla gótica de mediados del siglo XIV, también conocido como el Cristo de los Maestres, al estar originalmente colocado en una capilla con el patronazgo de esta familia.
   La siguiente capilla es la sacramental, una de las joyas del Barroco sevillano, construida en el siglo XVI, fecha en la que se realiza la reja que la cierra, pero con importantes reformas del siglo XVIII, época en la que se realiza toda la decoración interior. En su acceso destacan el lienzo de la alegoría de la Eucaristía, atribuido a Lucas Valdés y el Tránsito de la Virgen, atribuido generalmente al pintor Pablo Legot. En los muros de la capilla aparece un programa iconográfico de pinturas que ensalza la Eucaristía, con escenas del Antiguo Testamento, como el Traslado del Arca de la Alianza, serie también del estilo de Lucas Valdés. Destaca el barroco retablo del siglo XVIII que preside la imagen de la Virgen de las Nieves, talla de estética fernandina, aunque probablemente realizada a fines del siglo XVI. El teatral retablo barroco que la cobija es obra documentada de Jerónimo Balbás y de Pedro Duque Cornejo (1706-1708). Fue encargada por el comerciante flamenco Juan Bautista Melcampo, enterrado en la misma capilla, y se estructura en torno a un gran camarín central que simula una arquitectura de planta ovalada (recurso ya empleado por los retablistas de finales del siglo anterior) que se destaca entre una profusa decoración de elementos vegetales, flores, frutas, ángeles, etc., estando coronado por un cortinaje que descorren unos ángeles, motivo que empleará Duque Cornejo en obras posteriores. Flanquean a la imagen central las tallas de San Sebastián y San Roque; la zona del ático, con un Niño Jesús en la hornacina central, muestra al dominico Santo Tomás de Aquino y a San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, coronando al Padre Eterno.
   A continuación nos encontramos la capilla de la hermandad de las Tres Caídas, reconstruida en 1765 sobre una antigua capilla del linaje de los Olivares, allí está el sepulcro de Gonzalo de Herrera y Olivares de 1579. La capilla presenta dos retablos presididos por las imágenes titulares de la hermandad de las Tres Caídas: Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas, obra de Alonso Martínez hacia 1667, y la Virgen del Loreto, talla de candelero anónima del siglo XVIII reformada en 1955 por Sebastián Santos (y ya en su paso procesional en el momento de la visita). Esta hermandad fue fundada en 1605 por el gremio de los cocheros de las casas nobles en San Benito, después estuvo en Santiago, trasladándose en 1667 a San Isidoro. En este traslado se perdió el antiguo titular de Pedro Nieto, ya que el párroco se negó a su salida desde Santiago, llegando a encadenar la imagen para evitar su traslado (hoy la conserva la hermandad). Su imagen más destacada es una excepcional talla del Cirineo, que está expuesta en el pasillo de salida hacia la puerta de la Epístola, obra realizada por Francisco Antonio Gijón en 1687, con posible antecedente en el Cirineo de El Viso del Alcor. El retablo del Cristo de las Tres Caídas es obra anónima de hacia 1765, articulado mediante estípites y profusa decoración tardobarroca. Originalmente se concebía con una ventana al fondo, una transparente al modo de las otras composiciones como el de la Catedral de Toledo o el altar del Éxtasis de Santa Teresa en la iglesia romana de Santa María de la Asunción. Junto al titular se sitúan las tallas de San Isidoro y San Leandro, obras de Cesáreo Ramos de 1805, coronando el ático un manifestador donde antaño se colocaba la exposición de la Sagrada Forma.
   La siguiente capilla es la bautismal, una capilla mudéjar del siglo XIV que alberga una copia del lienzo del Bautismo de Cristo, original de Murillo que se conserva en la capilla de San Antonio de la Catedral. 
   Ya a los pies de la nave de la izquierda se sitúa el retablo de San Antonio, obra del siglo XVIII a la que modernamente se le ha añadido un notable frente de azulejería que imita los modelos tradicionales de siglos pasados.
   A los pies de la nave de la Epístola (derecha) se sitúa el retablo de las Ánimas, con una interesante pintura de finales del siglo XVII. En el banco de este retablo se percibe una curiosa pintura con el tema del Despedimiento, estampa iconográfica que recuerda a la desaparecida hermandad del Despedimiento (la despedida de Cristo camino de la Pasión), que estuvo radicada en la parroquia hasta su extinción en el siglo XIX.
   La siguiente capilla es la de la Virgen de la Salud, un recinto mudéjar con una rica decoración de yeserías en la bóveda sostenida por trompas y con una linterna barroca que estuvo antaño decorado por pinturas murales barrocas. Preside la Virgen de la Salud, imagen de talla completa del siglo XVI, aunque posteriormente en el siglo XVIII fue adaptada como imagen de vestir. Es la titular de una hermandad de gloria de cuya gran devoción incluso se hizo eco Blanco White en algunos de sus escritos sobre la ciudad. Conocida como la Virgen Canaria por su atribución a José Luzón Pérez, la simpática colocación del Niño en su regazo lo ha hecho ser conocido como el Chato de la Costanilla. Una singular costumbre del siglo XIX era la impresión de unas estampitas presididas por la imagen y con una inscripción donde se leía Salus / Infirmorum, estampas muy reclamadas por los enfermos que hacían bolitas con esa inscripción y se las tragaban para sanar.
   El siguiente retablo es obra de Lorenzo Pérez Caballero en 1742 y está dedicado a San José; entre estípites se sitúa el santo titular, notable talla realizada en el mismo año por el escultor José Montes de Oca.
   La sigue una excelente tabla de Pedro de Campaña firmada en 1560, con la curiosa iconografía de San Pedro y San Antonio Ermitaño que reciben el pan de Cielo en el pico de un cuervo, una singular representación del maná que cae del Cielo.
   Ya en la cabecera de la nave derecha se sitúa la Capilla de los Villalpando, de comienzos del siglo XVII y con paños de azulejos fechados en 1609. Presentaba un retablo con la imagen principal de San Juan Nepomuceno, posteriormente sustituido por otra talla de San Alberto, estando acompañado de pinturas de la Resurrección, San Antonio y Santa Inés. En los muros de esta nave cuelgan notables pinturas como un San Jerónimo y un San Pedro muy cercanos al estilo de Francisco Pacheco, de comienzos del siglo XVII (Manuel Jesús Roldán. Iglesias de Sevilla, 2010).
     Tiene planta rectangular con tres naves, crucero y capillas laterales. Los soportes son pilares cuadrangulares entre los que cabalgan arcos apuntados. Las naves se cubren con estructura de made­ra, en forma de artesa con lacerías de estética mudéjar, la central, y de colgadizo las laterales. El crucero presenta una bóveda semiesférica, casetonada y sobre pechinas, apareciendo bóvedas de cañón en los brazos del crucero y en la capilla mayor. Las capillas que se abren en la nave izquierda llevan también bóvedas de cañón, si bien la perteneciente a la Hermandad de las Tres Caídas cuenta con un tramo cubierto con bóveda semiesférica. La única capilla que se adosa a la nave derecha muestra un arco apuntado y una bóveda de paños sobre trompas, decorándose con temas de lacería.
   Tres portadas presenta el templo. La situada a los pies, de estilo mudéjar, está ejecutada en cantería y presenta un arco apuntado, con alfiz, que en origen debió ser de herradura. La puerta que comunica con la nave izquierda es adintelada y se enmarca por pilastras que soportan un entablamento con triglifos y metopas, pudiendo fecharse a fines del siglo XVIII. Más interesante es la que se abre en la nave derecha, que presenta arquivoltas apuntadas y decoración de dientes de sierra, fechándose a mediados del siglo XIV. Sobre ella se eleva la torre, de estilo barroco, decorada con azulejos del siglo XVIII, en los que se representa a San Isidoro y a San Leandro; fue levantada por el arquitecto Francisco Jiménez Bonilla en 1752. 
     El templo debió de construirse a mediados del siglo XIV, sufriendo diversas alteraciones a fines del XVI y principios el XVII, que afectaron al crucero y a las capillas situadas a ambos lados del presbiterio. Proyectó tales transformaciones el arquitecto Vermondo Resta. Durante el siglo XVIII se agregaron las capillas abiertas a la nave izquierda. De ellas destaca la Sacramental, decorada interiormente con abundantes yeserías y cuyo muro exterior, realizado en ladrillo avitolado, se remata por frontón triangular.
     El retablo mayor es un gran lienzo representan­ do el Tránsito de San Isidoro, que fue concertado con el pintor Juan de Roelas en 1613. Presenta un ancho marco barroco articulado por medio de estípites,  decorado  con  escenas  de  la vida  del Santo y rematado con un relieve de Dios Padre entre  ángeles,  siendo  obra  del  escultor  Felipe Fernández del Castillo, quien lo contrató en 1752. En el banco se sitúan las esculturas de San Pedro y San Pablo y un sagrario de plata, rodeado por columnas con capiteles corintios, y con la representación de la Última Cena sobre la puerta. Presenta las marcas García de contraste, Caray de autor y el escudo de Sevilla, pudiendo fecharse a comienzos del siglo XIX. La bóveda de la capilla mayor aparece pintada con arquitecturas fingidas, enmarcando las figuras de San Femando y San Hermenegildo, entre las cuales se sitúa un grupo de ángeles. Las pinturas de esta bóveda fueron realizadas por Pedro Tortolero en 1752. La capilla colateral izquierda, revestida por un zócalo de azulejos de principios del siglo XVII, con motivos de clavo y figuras masculinas que portan cestos de frutas, se cierra con una reja de comienzos del mismo siglo. Esta capilla perteneció a la familia de los Maestres y está presidida por un retablo de igual fecha, cuyo cuerpo central presenta forma de cruz y está ocu­pado por un Crucificado gótico muy repintado del siglo XIV.
     En la cabecera de la nave derecha está situada la capilla fundada por los Villalpando a comienzos del siglo XVII. La reja que la cierra, así como los zócalos de azulejos que cubren sus muros, están fechados en 1609. Preside el recinto un retablo barroco dedicado a San Juan Nepomu­ceno, que presenta pinturas de la Resurrección, San Antonio y Santa Inés.
     En el sector del crucero, en esta misma nave derecha, se dispone un retablo presidido por la monumental pintura de San Antonio y San Pablo ermitaños, obra de Pedro de Campaña de hacia 1560. Sigue un retablo de estípites realizado por el ensamblador Lorenzo Pérez Caballero, en 1742; en este mismo año, el escultor José Montes de Oca realizó la magnífica talla de San José que ocupa la hornacina principal. Hacia el centro de la nave se abre la capilla de Nuestra Señora de la Salud, presidida por una escultura del siglo XVI que representa a la titular. A la salida de la capilla, encontramos en el muro una pintura de la Dormición de la Virgen de hacia 1630, atribuible a Pablo Legot.
     A los pies de la nave se encuentra la Capilla de las Ánimas, que cuenta con una pintura sobre este tema, de buena calidad, datable a finales del siglo XVII. También en los pies figura una capilla con esculturas de vestir de San Juan y la Virgen.
     Dos pinturas de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz están colocadas en el muro de los pies de la nave, en cuyo lado derecho se encuentra una capilla presidida por una escultura de San Antonio del siglo XVIII.
     En el centro  de la nave izquierda se abre la Capilla de Jesús de las Tres Caídas, presidida por un retablo barroco de hacia 1765 en cuya hornacina principal está dispuesta una escultura del Señor de las Tres Caídas, obra de Alonso Martínez en 1668. En los laterales del retablo se encuentran esculturas de San Isidoro y San Leandro realizadas en 1805 por Cesáreo Ramos. En el ático, se halla una escultura de San Francisco de Paula del siglo XVIII. En una hornacina lateral se dispone la escultura de Simón Cirineo, que procesiona junto al Jesús de las Tres Caídas antes menciona­do, obra de Ruiz Gijón en 1687. En los laterales del presbiterio de esta capilla se encuentra una pintura de la Lactación de San Bernardo del siglo XVIII y la Cruz de Guía de la Hermandad de Jesús de las Tres Caídas, obra de marquetería de fines del XVII. La entrada al presbiterio está presidida por dos ángeles lampareros de la misma época.
     Situado en el muro de la izquierda se encuentra un retablo de la Virgen de Loreto, de la segunda mitad del siglo XVIII, presidido por una escultura de esta devoción, del mismo siglo. En el muro derecho se encuentra el sepulcro de don Gonzalo de Herrera y Olivares, realizado hacia 1580. También en este muro se encuentran dos tablas de la Transfiguración y el Descendimiento del siglo XVI, colocadas en marcos rococós, siendo ambas de notable calidad.
     A la derecha de la entrada de la Capilla Sacramental se dispone un conjunto de pinturas centradas por una gran representación del Triunfo de la Eucaristía, obra de Lucas Valdés de principios del siglo XVIII. Está flanqueada por tres pinturas de Padres de la Iglesia y una Santa Gertrudis de mediados del siglo XVIII.
     La Capilla Sacramental está cerrada por una importante reja del último tercio del siglo XVI, en la que se ejecutaron diversas reformas durante el siglo XVIII. El interior de la capilla está adornado con interesantes yeserías que presentan columnas salomónicas y roleos vegetales. Sus muros laterales aparecen decorados por una serie de lienzos de diverso formato, pero todos realizados a finales del siglo XVII. Entre ellos destacan los que representan el Traslado del Arca de la Alianza y la Entrega por Melquisedec de los Panes de la Propiciación, obras de Lucas Valdés. El retablo que preside la capilla es una de las creaciones más logradas del barroco sevillano. Está compuesto por banco, un cuerpo de tres calles y ático, apareciendo cobijado por un potente dosel en el que se distribuyen esculturas de ángeles. En las calles laterales se sitúan las imágenes de San Sebastián y San Roque, apareciendo en el ático Santo Tomás de Aquino, San José y San Ignacio de Loyola. La calle central del retablo la ocupa un camarín con la imagen de candelero de la Virgen de las Nieves. En la embocadura, paredes y techo del camarín, talladas con extremada finura, apare­cen esculturas y relieves, entre los que se identifican a San Jerónimo, San Buenaventura, San Bernardo, San Benito, Santo Tomás, San Agustín, David, Sansón, Judith y los cuatro Evangelistas. El conjunto puede fecharse en tomo a 1703 y tanto estructu­ral como decorativamente muestra el estilo de Jerónimo Balbás, mientras que las esculturas presentan el de Duque Cornejo.
     La sacristía tiene una cajonería fechable en el primer tercio del siglo XVII y en ella se conservan importantes objetos de orfebrería, entre los cuales pueden citarse cuatro candelabros de plata de tipo barroco, con manzana gallonada y representación de las Ánimas del Purgatorio, obras cordobesas que presentan el punzón de Celis. Muy interesante, aunque algo deterioradas, son las tres sacras de estilo rococó marcadas por Ximénez y fechadas en 1784. Interesantísimo por lo poco habitual es un cáliz de plata dorada con nudo gallonado de cristal, rodeado por acantos de plata, con flores barrocas en la peana de fines del siglo XVII (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     La Iglesia Parroquial de San Isidoro se encuentra ubicada intramuros de la ciudad, concretamente en una de las cotas más elevadas de  Sevilla, donde, como demuestran las excavaciones arqueológicas, se realizan los primeros asentamientos de la población. Se encuentra aledaña a la Plaza de la Alfalfa y al viario de la calle Águilas, cercana al convento de San Alberto, al de Santa María de Jesús, y a la parroquial del Salvador y de San Ildefonso.
     La Iglesia parroquial de San Isidoro, llamada también de San Isidro, pertenece al tipo de iglesia gótico-mudéjar. Presenta planta de salón, rectangular con tres naves, crucero que no sobresale del cuerpo de la iglesia, y capillas laterales. Las naves se separan mediante pilares de sección cuadrangular sobre las que campean arcos de medio punto ligeramente peraltados, fruto de las intervenciones efectuadas durante el periodo barroco, siendo en origen arcos apuntados sobre pilares cruciformes.
     La nave central se cubre mediante una armadura de madera en forma de artesa, repleta de lacerías de clara tradición mudéjar; las naves laterales lo hacen mediante cubierta de colgadizo. El crucero presenta una cúpula de media naranja sobre pechinas, decorada en su interior con casetones; los brazos del crucero y la Capilla Mayor se cubren con bóveda de cañón. El presbiterio, de reducidas dimensiones, se cierra con bóveda rebajada en la que se abren dos lunetos, decorándose con pinturas murales.
     En la nave del Evangelio se abren, en el tercer cuarto del siglo XVIII, la Capilla Sacramental y la Capilla de la Hermandad de las Tres Caídas. Ésta, de planta rectangular, presenta un tramo cubierto con bóveda semiesférica y cúpula ovalada con linterna. A los pies de esta nave se sitúa la Capilla Bautismal, que, al igual que la Capilla de la Milagrosa, única abierta en la nave de la Epístola, presentan cúpula sobre trompas de clara raigambre mudéjar.
     Al exterior el templo presenta tres fachadas, la principal, situada a los pies de la iglesia da a la calle Luchana, la de la nave del Evangelio a la calle Augusto Plasencia y la del lado de la Epístola a la calle San Isidoro.
     La fachada situada a los pies del templo presenta tres espacios claramente diferenciados, que obedecen a la estructura interna de la iglesia. El espacio central o imafronte responde a la estructura a dos aguas de la nave central, en cuyo centro se dispone una espadaña bajo la cual se sitúan vanos y bajo éstos la portada principal de acceso al templo. Los espacios laterales reflejan las naves laterales en colgadizo, adosándose al lado del Evangelio una estructura rectangular para ubicar una de las capillas del templo. La portada se encuentra muy modificada, presentando en la actualidad un arco apuntado enmarcado por alfiz.
     La portada del lado del Evangelio presenta distinta volumetría, ya que refleja la disposición lateral de las naves, así como la transversalidad de la capilla Sacramental y de la Hermandad de las Tres Caídas, junto a una sencilla puerta de ingreso a la nave del Evangelio. Esta puerta, que se abre a los pies del muro de la nave del Evangelio se realiza, fue realizada finales del siglo XVIII. Presenta un vano adintelado enmarcado por pilastras que, a su vez, soportan un entablamento con triglifos y metopas.
     La fachada de la capilla sacramental es de gran envergadura, presenta un frontal flanqueado por pilastras corintias, en cuyo centro se sitúa un marco mixtilíneo con pintura mural alusiva al sacramento de la eucaristía, bajo el cual se disponen dos ventanas rectangulares. Sobre las pilastras se asienta un entablamento con decoración vegetal que sirve de soporte a un frontón triangular moldurado con óculo en el tímpano rodeado de decoración vegetal, rematado por perinolas cerámicas. A ambos lados del frontón se sitúan sendas gárgolas barrocas realizadas en piedra. En este conjunto alterna el rojo almagra para los paramentos y elementos estructurales que contrastan con los elementos decorativos realizados en piedra.
     Al lado se encuentra la capilla de la Hermandad de las Tres Caídas, de estructura más simple a la anterior, muestra un paramento central flanqueado por pilastras con arquitrabe decorado con casetones y tejado de tejas a cuatro aguas, en cuyo centro emerge una linterna cuadrada con un vano de medio punto en cada uno de sus frentes rematada por perinolas. Este conjunto se presenta enfoscado en amarillo los paramentos y las estructuras verticales y horizontales en blanco.
     La fachada de la calle San Isidoro, o de la nave de la Epístola muestra dependencias anexas del templo entre las cuales emerge una torre fachada. Esta no se abre en el muro de la nave, pues entre éste y la portada se sitúa un zaguán alargado, cuya parte extrema sirve de primer cuerpo a la torre. Constituye una disposición que no encuentra parangón con ninguna otra construcción gótico-mudéjar de la Baja Andalucía.
     La portada presenta un arco apuntado con abocinamiento muy acusado a base de arquivoltas y decoración de dientes de sierra. Una moldura de terminación triangular, a manera de frontón o gablete, encuadra toda la portada, presentando dentro de su vértice una interesante estrella de Salomón, símbolo judío muy extendido en la arquitectura bajomedieval.
     La torre, situada sobre la portada, responde prácticamente en su totalidad a una profunda readaptación al estilo barroco efectuada a mediados del siglo XVIII. Quizás el único resto mudéjar que conserva sea una escalerilla de caracol con bóveda de aristas. Sobre la portada, cuenta con dos cuerpos claramente diferenciados. En primer lugar la caña o fuste en la que se abre un balcón con vano rectangular protegido por baranda de forja, sobre el que se dispone un azulejo cerámico con la advocación del santo titular flanqueado por dos óculos con decoración cerámica. Este cuerpo se flanquea por dos cajas de escalera poligonales rematadas por cupulín. El cuerpo de campanas, presenta un vano de medio punto en cada uno de sus frentes, a modo de arco cuadrifonte, flanqueados por pares de pilastras con decoración de azulejos, sobre las que se asienta un entablamento con arquitrabe, friso y cornisa, esta última rematada por pequeños pilares con perinolas, de cuyo centro emerge el chapitel octogonal cubierto de azulejos rematado por cruz y veleta de forja.
     Hemos de destacar que cada una de las fachadas presentan diversidad de tonalidades, pero por lo general se dispone los paramentos en amarillo y los elementos estructurales verticales y horizontales en blanco.
     La Parroquia y collación de San Isidoro tienen su origen en la Reconquista de Sevilla. Lógicamente debía dedicarse una de las principales y más céntricas collaciones de Sevilla al gran Doctor de la Iglesia nacido en ella. Debió establecerse, como era costumbre, en una mezquita que ocupaba el emplazamiento actual del templo.
     El edificio debió de construirse a mediados del siglo XIV, respondiendo su fisonomía actual a las obras que se realizaron a finales del siglo XVI y principios del XVII que afectaron al crucero, con añadidos posteriores efectuados en el siglo XVIII.
     A comienzos del siglo XIV, dañada la antigua mezquita o considerada de poca entidad como para contener una parroquia tan señera en la ciudad, se decidió levantar un templo de nueva planta, lo que se hizo siguiendo los parámetros gótico-mudéjares del momento con la estructura prototípica del templo parroquial sevillano bajomedieval.
     Al hallarse en una de las collaciones más ricas de la ciudad, vinculada al comercio, y contar con una numerosa feligresía se modificaron con los años frecuentemente su estructura primitiva y se añadieron nuevas capillas y dependencias. A finales del siglo XVI, probablemente se redondearon los arcos apuntados de su articulación mudéjar y se renovaron la Capilla Mayor y gran parte de la cabecera con la nave del crucero. Pero las mayores transformaciones se experimentaron durante el siglo XVIII, en que se añadieron la Capilla Sacramental y la de la Hermandad de las Tres Caídas, se renovaron numerosos retablos y altares, y se rehízo prácticamente completa la torre de la Iglesia, ocultándose la forma gótico-mudéjar de la portada de la Epístola (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     La calle San Isidoro, en cuya confluencia con Luchana y con Augusto Plasencia se alza la iglesia de San Isidoro, uno de los buenos ejemplos sevillanos, construido en el siglo XIV, aunque ha sufrido diversas reformas posteriores. De sus tres portadas, la mejor es la que da a la calle San Isidoro. Consiste en un arco apuntado con arquivoltas, las dos exteriores adornadas con puntas de diamante y dientes de sierra. Sobre esta portada se alza el campanario, de sencilla factura barroca. Al templo se entra habitualmente por la fachada de Augusto Plasencia, a través de una breve escalinata ante la que se forma un pequeño jardín con naranjos. Tiene tres naves separadas por arcos formeros ojivales de ladrillo visto sobre pilares de base cuadrada, crucero y capillas laterales. Las cubiertas son mudéjares, de artesa en la nave principal y de colgadizo en las laterales. En el crucero se eleva una cúpula de casetones sobre pechinas. El altar mayor presenta el frontal de plata, mientras el retablo consiste en un imponente lienzo en el que Juan de las Roelas representó en 1613 el Tránsito de San Isidoro. En esta iglesia tiene su sede la Cofradía de las Tres Caídas, cuyas imágenes, el Cristo de las Tres Caídas y Nuestra Señora de Loreto están en su capilla, situada hacia el centro de la nave del evangelio. El Cristo, con la cruz a cuestas, es una muy buena talla de Alonso Martínez, fechada en 1668. Aquí está también la imagen del Cirineo, soberbia talla en madera policromada realizada por Ruiz Gijón en 1687. Magnífica es también la capilla de Nuestra Señora de la Salud, en la nave derecha, presidida por la imagen de esta advocación. Es mudéjar, toda de ladrillo visto, presentando una estupenda cúpula de media naranja sobre pechinas. Importantísima es la capilla sacramental, especialmente el retablo, uno de los mejores del barroco sevillano, de los más puramente artísticos. Se compone de banco, un cuerpo con tres calles y un gran ático con dosel cua­jado de ángeles y de querubines, con un relieve de Dios Padre bajo la corona y un Niño Jesús en la hornacina. En el camarín de la parte baja se sitúa la imagen de candelero de la Virgen de las Nieves, en tanto en las calles laterales están San Sebastián y San Roque. La arqui­tectura del retablo se atribuye, por el estilo, a Jerónimo Balbás, mientras que, por los mis­mos indicios, las esculturas serían de Duque Cornejo. En los muros hay varios lienzos, tres de ellos de Lucas Valdés: el Triunfo de la Eucaristía, el Traslado del Arca de la Alianza y la Entrega de los panes por Melquisedec. En la nave derecha, a la altura del crucero, hay un retablo presidido por una formidable pintura de Pedro de Campaña, realizada hacia 1560: San Antonio y San Pablo ermitaños. A su lado está San José, preciosa talla que José Montes de Oca realizó en 1742 (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia
   Es el mayor santo de la España visigótica del siglo VII. Su nombre, como el de otro santo español, Isidro Labrador de Madrid, es de origen egipcio.
   Nació en 560, en 601 sucedió a su hermano San Leandro al frente de la archidiócesis de Sevilla, y murió en 636.
   Sus Etimologías (Etymologiae sive origines) no tratan sólo el origen de las palabras, como puede sugerir el título, sino que constituyen una auténtica enciclopedia del saber humano, y uno de los repertorios más consultados de la ciencia antigua y de la doctrina cristiana. Se mereció el mote de "gran maestro de la Edad Media".
   Además de esta vasta compilación, ha dejado una Historia de los godos y de los vándalos y tres libros de Sentencias inspirados en las Moralia de San Gregorio Magno.
CULTO
   El traslado de sus reliquias a León por el primer rey de Castilla, Fernando I, tuvo lugar en 1063. Por ello es tan popular en el norte como en el sur de España. No obstante fue canonizado mucho más tarde, en 1598.
   Es el patrón de Sevilla y de León.
ICONOGRAFÍA
   Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, además de un libro (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Isidoro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
   San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, patrono principal de la ciudad y de la archidiócesis de Sevilla. Muerto su padre, se encargó de su educación su hermano mayor, San Leandro, a quien sucedió en la sede hispalense, que rigió del año 600 a 636.
   Hay que cifrar la fecha de su nacimiento en la década 560/570 y no es improbable naciese en la misma Sevilla, tras la migración familiar desde Cartagena. De hecho, aparece una clara diferencia de edad entre Isidoro y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina. Leandro, en el epílogo de su Regla, redactada para su hermana Florentina, monja, le dice: «Finalmente, te ruego, queridísima hermana mía, que te acuerdes de mí en tus oraciones y que no eches en olvido a nuestro hermano pequeño Isidoro; cómo, al dejarlo nuestros padres comunes bajo la protección de Dios y de sus tres hermanos vivos, tranqui­los y sin preocupación por su niñez, descansaron en el Señor. Como yo lo tengo verdaderamente por hijo y no antepongo al cariño que le debo ninguna preocupación terrenal, y me vuelco totalmente en su amor, quiérelo con tanto cariño y ruega a Jesús tanto por él cuanto sabes que fue querido con toda ternura por nuestros padres».  
   Huérfano de corta edad, su formación quedó al cuidado de su hermano Leandro, que ya debía ser por estas fechas arzobispo de Sevilla. Isidoro recibió con toda seguridad enseñanza en la escuela episcopal de Sevilla creada por su hermano. Se desconoce prácticamente todo de la juventud de san Isidoro. Cuando ocupa la sede hispalense, es un hombre intelectualmente maduro que produce obras de gran erudición y movido siempre por su preocupación pastoral. El legado de su hermano es evidente: Leandro le ha dejado una gran biblioteca que acopió seguramente en sus viajes al extranjero y en ella Isidoro pudo leer en su juventud las que serían las fuentes primeras de su producción literaria: Agustín, Gregorio Magno, Jerónimo, Ambrosio, etc.
   Su episcopado comienza hacia el año 600, tras la muerte de su hermano Leandro. ¿Acompañó antes a su hermano a Constantinopla? ¿Fue monje como Leandro? Nada se sabe. Cuando asume las riendas de la sede hispalense participará como su hermano en los importantes acontecimientos políticos de la época. Son frecuentes sus viajes a Toledo y contactos con los reyes godos: Gundemaro, Sisebuto, Suintila y Sisenando.
   En el año 619 celebró en la catedral sevillana el concilio II de Sevilla. Pero donde el genio de san Isidoro se muestra en todo su esplendor es al dirigir el concilio IV de Toledo (633), presentes 66 obispos de Hispania y Galia. «En lo canónico y en lo político -escribe Lafuente en su Historia eclesiástica-, el IV Concilio de Toledo es el primero entre todos los de España, compitiendo en todos los aspectos con el de Iliberis y el III de Toledo, también importantísimos. En el terreno político el IV Concilio de Toledo es la base de la verdadera, primitiva, genuina, histórica y providencial constitución de España». Este concilio mereció el nombre de magnum et universale concilium. Y así fue en el ámbito disciplinar con sus 75 cánones. Convocado por el rey Sisenando en la basílica toledana de Santa Leocadia, bajo la preclara mente teológica de san Isidoro se regulan en él los principales temas de la vida española, disposiciones sobre la liturgia, normativa para la vida de los clérigos y bienes de la Iglesia.
   De san Isidoro nos ha quedado su gran producción literaria, pero quizá no se ha ponderado suficientemente esa otra cualidad suya que san Braulio subrayó en su Renotatio: su excelente oratoria, con capacidad de adaptación a la gente docta e inculta. San Ildefonso, por su parte, resalta su facilidad y fluidez en el hablar que dejaba maravillados a todos los oyentes.
   Murió san Isidoro en el año 636, tras casi cuarenta años de episcopado. Redempto, clérigo hispalense, familiar de san Isidoro, dejó escrita su muerte ejemplar, a petición de san Braulio de Zaragoza. Cuenta en su Liber de transitu Sancti Isidori:
   «Conociendo que estaba próximo su fin, no sé de qué modo, abrió sus manos, generosas siempre, y entonces, con mayor largueza y por espacio de seis meses o más, diariamente, de sol a sol, repartía su fortuna entre los pobres. Algo se repuso de tan grave enfermedad, llegando a fallarle la fiebre; pero su padecimiento crónico del estómago cada día se agudizaba más y llegó un momento en que no soportaba el alimento. Llamó entonces a sus sufragáneos Juan, obispo de Elepla (Niebla) y Eparcio, obispo de Itálica, para que le asistiesen en su última hora. Mientras le conducían desde su palacio a la basílica de San Vicente, una gran multitud de pobres, clérigos, religiosos y de todo el vecindario de la ciudad con voces y grandes llantos, como si cada uno tuviera la garganta de hierro y se deshiciera en lágrimas y lamentos, lo recibió y acompañó. Ya en la basílica, y colocado en medio del coro junto a la verja, mandó que se retirasen las mujeres y sólo estuvieran rodeándole los hombres, mientras recibía la penitencia. Y pidiendo que uno de los obispos le vistiese el cilicio y que el otro le echase la ceniza, levantando sus manos al cielo, oró así...».
   Pidió perdón a los obispos, clérigos y seglares presentes, y recibió la eucaristía. Cuatro días más tarde, murió en su palacio arzobispal. «En el día anterior a las nonas de abril, luna XXII, era DCLXXIV», que corresponde al 11 de abril de 636. Fue sepultado en la catedral hispalense junto a sus hermanos san Leandro y santa Florentina.
   La catedral hispalense estaba dedicada a san Vicente mártir, el santo más venerado en la Hispania romana de la persecución de Diocleciano. A Sevilla vinieron sus reliquias y le fue dedicada la iglesia mayor en la época visigoda. Hay autores, sin embargo, que han pretendido diferenciar la iglesia dedicada en Sevilla a san Vicente y la catedral, que recibiría el nombre de Santa Jerusalén. Pero se trata de la misma iglesia mayor, con este doble apelativo. Uno genérico, Santa Jerusalén, y otro específico, San Vicente.
   Los concilios de Sevilla I y II tuvieron lugar «in ecclesia Sancta Hierusalem», significando por este lugar la iglesia mayor de Sevilla, pero así se denominaban también las iglesias catedrales de Mérida, Toledo y Tarragona, por celebrarse en ellas las ceremonias de Semana Santa al estilo de Jerusalén, designación que provenía de oriente y se propagó por la península hacia los siglos V o VI. El titular de la iglesia hispalense era san Vicente mártir, y bajo su techo -desconocida su ubicación- fue enterrado san Isidoro junto a sus hermanos.
   San Martín de León hizo de él este elogio: «Floreció en sabiduría y santidad... Fue para el mundo espejo de todos los bienes; por eso creemos que será con Cristo... Durmió con sus padres el beato Isidoro, el más excelente de todos por su sana doctrina y prudente consejo, y rico en obras de caridad, y fue sepultado en la ancianidad buena». El concilio de Toledo (653), celebrado diecisiete años después de su muerte, lo define como el «doctor insigne, la gloria más reciente de la Iglesia católica». Su culto se extendió por toda la Iglesia mozárabe. 
    La producción literaria de san Isidoro es muy extensa, fruto sin duda de sus profundos conocimientos y de la rica biblioteca que poseía en Sevilla. Señalaré, a modo de ejemplo, algunas de sus obras, entresacadas de su vasta producción. De ecclesiasticis officiis es un manual de liturgia escrito a petición de su hermano Fulgencio, importante para conocer la historia de la liturgia visigótica. Sententiarum libri III, verdadero tratado de dogmática y moral, el primero de las «sumas teológicas» que proliferaron en la Edad Media, obra cumbre de san Isidoro. Chronica mundi, historia del mundo, dividida, siguiendo a san Agustín, en seis edades. Culmina en el año 615, cuarto del reinado de Sisebuto. De fide catholica contra iudaeos, escrito a petición de su hermana Florentina y para guía de los clérigos en sus polémicas con los judíos. San Isidoro se distancia de la actitud de Sisebuto, quien propugna una política de fuerza para obligar a los judíos a la conversión, y confía exclusivamente en el valor de la apologética. De viris illustribus, colección de 33 biografías de escritores, especialmente españoles. Regula monachorum, escrita entre 615 y 618, está destinada a un cenobio establecido posiblemente no lejos de Sevilla. Recopila lo que ha leído en san Agustín, Casiano, Jerónimo, Benito y otros. Historia Gothorum, Vandalorum, Sueborum es la "Historia Goda", escrita en 624. Su prólogo, laus Gothorum, es un canto de alabanza a España. Y su libro más propagado, Etymologiarum sive Originum libri XX , las célebres «Etimologías», escritas a ruegos de san Braulio, es un magnífico compendio de todo el saber antiguo (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Isidoro de Sevilla (h. 560 - ¿Sevilla? 636), Obispo, teólogo, filósofo, polígrafo y santo.
   A comienzos del siglo V, Hispania era una de las diócesis del Imperio Romano y administrativamente dependía del prefecto del Pretorio de las Galias. La Hispania peninsular comprendía cinco provincias: Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis, Carthaginensis, a las que había que sumar la Tingitania y Baleares. Los visigodos ocupan parte de la Tarraconense desde el año 415 como federados del Imperio. En calidad de tales llevaron a cabo incursiones en la Bética y eliminaron a los vándalos silingos.
   En el año 418, sobre la base de un nuevo pacto con Roma, procedieron a su asentamiento en Aquitania, aunque escogieron como sede central Toulouse, en la Narbonense. Comenzó el reino de Tolosa (Toulouse). Se expandieron a continuación por la Tarraconense, hasta ocuparla por completo en el año 472. La fase siguiente fue la colonización de la parte noroccidental de la meseta central y las zonas del sur. En el año 507, derrotados en Vouillé por los francos, resistieron en centros de la Narbonense, hasta recibir el auxilio de los ostrogodos. Recuperado en parte el territorio de las Galias, el centro de gravedad del reino visigodo se desplazó hacia la Tarraconense.
   A mediados del siglo VI, Hispania quedó en la siguiente situación: los visigodos ocupaban la Tarraconense, la Cartaginense, la Bética y la zona sur de Lusitania, así como la parte sur de las Galias. Los suevos, la Gallaecia. A la población hispano-romana, visigoda y sueva, hay que añadir grupos minoritarios de orientales y judíos.
   Desde el punto de vista religioso, prescindiendo de los judíos, Hispania quedó escindida en dos: de un lado los católicos, que eran hispano-romanos y suevos, y de otro lado los arrianos, que eran visigodos. A pesar de ello, no se producían enfrentamientos entre los distintos grupos mientras la religión no adquirió valor político.
   En la segunda mitad del siglo VI se produjeron tres acontecimientos de suma importancia. Dos de ellos tenían carácter político: la ocupación de una gran parte del sureste hispánico por los bizantinos como consecuencia de la petición de ayuda por parte de Atanagildo en su intento de derrocar a Ágila (552), y la anexión por Leovigildo del reino suevo con la consiguiente unificación bajo la Monarquía visigoda (588). El tercer acontecimiento fundamental para la comprensión del momento isidoriano fue la conversión del pueblo visigodo al catolicismo bajo el sucesor de Leovigildo, Recaredo, en el III Concilio de Toledo (589).
   Se conoce el nombre del padre de san Isidoro, Severiano, gracias a la noticia que el propio Isidoro dedica a su hermano Leandro de Sevilla, en su De uiris illustribus (cap. 28). Ese nombre apunta a un origen hispano-romano, probablemente aristocrático. Se sabe que tuvo tres hermanos mayores: Leandro, Fulgencio (después obispo de Écija) y Florentina, pues así lo recuerda Leandro en su De institutione uirginum, dedicado a su hermana. A partir de ahí, las conjeturas son la única solución al resto de los problemas que plantean sus primeros años. En la noticia sobre su hermano, Isidoro informa de que nació en la provincia Cartaginense, indicación que deja amplio campo a la localización del lugar exacto, puesto que esta provincia abarca una extensión que va desde la costa sureste de la Península hasta el sur de Tortosa y avanza hacia el interior hasta cerca de Mérida por el sur, Toledo en la parte central y Palencia por el norte. La opinión más difundida es la que localiza a su familia en zona bizantina, partiendo de una interpretación de un pasaje de la obra antes citada de Leandro (31, 3-4), en el que éste se lamenta sobre la necesidad de abandonar la patria. Un poco más adelante (31, 6-7) Leandro, mencionando la marcha de Fulgencio a su tierra natal, habla del cambio experimentado en el lugar desde su infancia, al haber sido ocupado por extranei. Para unos, esto indica que la familia tuvo que emigrar debido a la ocupación de los bizantinos y ven en el conflicto entre Ágila y Atanagildo el motivo de expulsión: los grandes propietarios de Cartagena habrían apoyado a Atanagildo en su petición de ayuda a los bizantinos, y Ágila, como represalia, los expulsó cuando se estaba esperando la llegada de los bizantinos, hacia el año 550. Otros piensan que el contraste ciues/extranei tiene que aludir, por fuerza, a la oposición entre hispano-romanos y godos, lo cual llevaría a concluir que la familia de Severiano fue expulsada por los godos, hipótesis que apunta a los límites de la Cartaginense con la Bética (¿la Orospeda?). La expulsión se debería a la pugna entre católicos y arrianos y piensan en Ágila. Esto explicaría la presencia de la familia en Sevilla, cercana al lugar de procedencia y dominada por el rebelde Atanagildo. Como se ve, el texto presupone en el destinatario —su hermana— el conocimiento de hechos desconocidos en la actualidad, por lo que, llegar a conclusiones definitivas, es complicado. Por las palabras de Leandro, hay que suponer que Isidoro se educó junto a él, en Sevilla, ciudad de la que Leandro fue obispo desde 579, es decir, cuando Isidoro era un adolescente. Posiblemente estudió en la escuela catedralicia de Sevilla. No se sabe nada más con seguridad (algunos investigadores han apuntado un período de monacato, aunque no es probable), hasta su nombramiento como obispo de Sevilla en torno al año 600. 
 Las circunstancias vividas por Isidoro, desde aproximadamente el año 570 hasta su nombramiento como obispo, están vinculadas al período visigótico de mayor esplendor: los reinados de Leovigildo (c. 569-586 con Liuva hasta el 573) y su hijo Recaredo (586-601). Acontecimientos decisivos fueron la integración de la Gallaecia en el Reino visigodo con Leovigildo (585) y la desaparición del reino suevo; la revuelta de Hermenegildo contra su padre Leovigildo (579) y la conversión de los godos al catolicismo con Recaredo (589). Estos dos últimos ofrecen características similares, que reflejan bien la situación vivida por Isidoro, puesto que en ambos casos religión y política están en la base. Importantes por su significado fueron la “imperialización del reino” sobre el modelo de Bizancio y la adopción de Toledo como urbs regia.

   En 573 Leovigildo asoció al reino a Hermenegildo y Recaredo. Como consors regni fue Hermenegildo a Sevilla (580), casado con la católica Ingunda. En Sevilla estaba Leandro. Puede que éste influyera en la conversión al catolicismo de Hermenegildo y, en cierto modo, apoyara la sublevación. De hecho fue enviado a negociar a Bizancio y allí permaneció hasta que fue vuelto a llamar por Leovigildo.
   El problema entre arrianos y católicos fue percibido por Leovigildo en el 580, año en que convocó un Concilio arriano. La crisis no se resolvió hasta el 589, cuando Recaredo, en un Concilio convocado en Toledo y presidido por Leandro, adoptó la religión católica como religión del pueblo godo. Esta era la experiencia directa e indirecta de Isidoro cuando ocupó la sede de Sevilla y la herencia que recibió.
   Desde aproximadamente el año 600 hasta su muerte en 636, fue obispo de Sevilla. Participó como tal en el II Concilio de Sevilla (619) y en el IV Concilio de Toledo (633). Firmó el Decreto de Gundemaro de 610 reconociendo la categoría de metrópoli para Toledo. No hay que esperar de un autor cristiano del siglo VII, que era obispo, una producción literaria en el sentido que actualmente se da a esta expresión. Se pueden encontrar obras concebidas al margen de las necesidades religiosas, pero siempre con una utilidad inmediata, que fundamentalmente puede enunciarse como la de educar al clero para que desarrolle su función de modo adecuado.
   Aunque la obra más conocida de Isidoro, la que le dio fama a lo largo de toda la Edad Media, es las Etymologiae, casi toda su producción tuvo enorme importancia en el ámbito religioso y educativo. Un grupo estaba destinado a facilitar la lectura de la Biblia, casi exclusivamente el Antiguo Testamento: Prooemia, De ortu et obitu patrum, Allegoriae, Sententiae, Liber numerorum, Quaestiones in Vetus Testamentum.
   Otras respondían a necesidades inmediatas de regulación del clero: Regula monachorum, De ecclesiasticis officiis, intervención en la Collectio Hispanica. Otras a la defensa de la recta doctrina y de la moral: De fide catholica y libro II de Differentiae. Hay varias que tienen un carácter histórico: De haeresibus, Chronicon, Historia Gothorum, De uiris illustribus. Por último, dejó obras de naturaleza pedagógica, como el libro I de las Differentiae, y otras de carácter ‘científico’ como el De natura rerum. De todas ellas, llama la atención los Synonyma, obra de utilidad discutible, de elaboración cuidadosa, que parece responder a un intento mezcla de ingenio y fervor personal.
   Hasta el momento, no hay seguridad respecto a la datación relativa de las obras de Isidoro. Por esa razón, se sigue aquí la secuencia que adoptó Braulio de Zaragoza en su Renotatio, aún a sabiendas de que el orden en que enumeró las obras no fuera el que Isidoro siguió en su composición. Braulio cita dos libros de Differentiae, pero la transmisión manuscrita de ambos y su finalidad fueron distintos, y quizá también su fecha de composición.
   El libro I (c. 600) constituye un ejemplo único dentro de la producción isidoriana. No es un manual, ni contiene información o datos sobre cuestiones de tipo educativo, ni trata de aspectos religiosos o doctrinales. Es una especie de diccionario temático —al que después se ha impuesto la ordenación alfabética—, presentado bajo la forma de diferencias. Representa, por tanto, en el proceso de adquisición de vocabulario, un escalón superior al del diccionario simple, puesto que aspira a la precisión en el uso de las palabras. No es suficiente saber de modo general qué significa caelum y aether, hay que establecer la diferencia correspondiente para que la interpretación de lo leído sea exacta y el uso al escribir correcto. Por eso la forma de las entradas es la habitual en este tipo de tratados: Inter caelum et aetherem... Si se considera que en la entrada siempre figura más de un vocablo y que cada uno de ellos comienza por una letra distinta, la distribución temática, además de ser la más utilizada en el momento, es la más adecuada para facilitar la consulta. Las dos versiones en que ha llegado hasta hoy, la temática y la alfabética, difieren en el número de lemas, mayor en la alfabética, que es posterior y de autoría no isidoriana. En cuanto al libro II, es de naturaleza cuasi doctrinal, aunque se mantiene la forma. Las ‘diferencias’ que Isidoro propone están pensadas para alcanzar la comprensión de problemas que el cristianismo plantea o bien para dar un alcance religioso a fenómenos ajenos, en un principio, al cristianismo. Este es el caso, por ejemplo, de la presencia de una extensísima diferencia destinada a definir, bajo el punto de vista religioso, las partes del cuerpo. La forma de ‘diferencia’ aplicada guarda evidente relación con el éxito del método utilizado en el libro I.
   Prooemia parece ser el libro que podrá permitir el acceso a la lectura de la Biblia. Se trata de una serie de prólogos breves, algunos más que otros, que se corresponden con cada uno de los libros de la Biblia que conforman el canon, incluidos los Evangelios. Esto supone una presentación resumida del contenido de cada uno de los libros, al tiempo que una enumeración de los libros bíblicos canónicos (prol. Plenitudo Noui et Veteris Testamenti, quam in canone catholica recepit ecclesia, iuxta uetustam priorum traditionem ista est). La finalidad de estas sumarias introducciones era, indudablemente, servir de presentación a los libros para facilitar la comprensión global de su sentido.
   La analogía existente entre los Prooemia y De ortu et obitu patrum se concreta en que ambos son una recopilación de noticias breves relativas a cuestiones bíblicas. Si los Prooemia eran presentaciones a los libros de la Biblia, el De ortu son “biografías” de personajes bíblicos. La primera diferencia que se advierte es el carácter selectivo, como no podía ser menos. No está claro cuál pudo haber sido el criterio aplicado en la selección, ni tampoco la diferencia en la extensión dada a unos y otros personajes.
   Al tratarse, básicamente, de noticias resultantes de la reelaboración de los datos existentes en la Biblia sobre estos personajes, cabría pensar que la extensión depende en principio de esto. Ahora bien, en ocasiones, los capítulos añaden datos procedentes de los comentaristas o de obras ‘biográficas’, como sucede con el Quaestiones Hebraeae o epístolas de Jerónimo de Estridón, los Moralia in Iob de Gregorio Magno, De Officiis de Ambrosio de Milán o libros anteriores de tema paralelo. Este hecho conduce a la aceptación de la arbitrariedad en la extensión, resultante de ir acumulando sobre el personaje datos procedentes de unas cuantas fuentes disponibles desde el principio. Es decir, no se busca información específica para cada capítulo, sino que todos se elaboran y acogen la información que el autor encuentra en los textos seleccionados con vistas a la redacción. El destinatario concreto de De ecclesiasticis officiis (610-615) era su hermano Fulgencio, obispo de Écija.

   Como es habitual en este tipo de dedicatorias, Isidoro decía que emprendía el trabajo a instancias de su hermano, que deseaba información acerca de los orígenes de ritos y festividades celebradas por la Iglesia. Sin embargo, el destinatario implícito era el clero en general. Dispuesta en dos libros, el primero trata de la procedencia de los ritos que acompañan a los oficios (de origine officiorum, que probablemente fue el título original): música, lecturas y procedencia de las mismas —la Biblia—, oraciones de la misa y sentido de la consagración, oficios diarios y sentido especial del sábado y domingo, festividades anuales e instituciones que acompañan a algunas de ellas (ayuno y abstinencia).
   El segundo libro (de origine ministrorum) describe el clero y su tipología; sigue con los sacramentos: matrimonio, catecumenado, símbolo de la fe, bautismo, crisma y confirmación. Synonyma (c. 610) está dividido en dos libros de naturaleza un tanto diferente y su importancia va más allá que la que despierta su contenido. En cierto sentido, puede ser considerada como la pieza más literaria de las escritas por el arzobispo de Sevilla. Su forma, que actualmente produce en el lector una sensación de acumulación de términos semánticamente plenos, cadenciosa y repetitiva hasta la saciedad, constituyó para la Edad Media un estilo altamente valorado, al que se dio el nombre de ‘stilus isidorianus’. No quiere esto decir que sea Isidoro su creador, sino que con él alcanzó mayor intensidad. Leandro en el De institutione uirginum y Gregorio Magno en sus Moralia in Iob ofrecen ya muestras del favor que ese estilo había logrado en el siglo VI y que, en último término, tiene sus raíces en la literatura postaugustea, especialmente en Séneca. El atractivo derivado de este aspecto de la obra ha llevado, durante siglos, a olvidar la valoración de su contenido. Obra ascética o espiritual, como la define J. Fontaine, gran estudioso de san Isidoro.
   En el prólogo, Isidoro define los Synonyma como una obra surgida de la lectura de una scedula, cuya forma de expresión (formula) le indujo a elaborar un lamentum, término bajo el que lo cita Ildefonso de Toledo en su De uiris illustribus (8): [...] librum lamentationis quem ipse Synonymorum uocauit [...]. Se trata de un monólogo interior que recuerda los Soliloquios de Agustín de Hipona, lo cual explica el título de Soliloquia, isidoriano también, que fue muchas veces preferido a lo largo de la Edad Media. En realidad, este esquema se percibe con toda claridad en el libro I, pero no en el II, que está integrado por una serie de normas que hay que seguir en el camino hacia la perfección. Se ha transmitido, al igual que otras obras de Isidoro, en una doble versión.
   Otra pieza significativa de la personalidad isidoriana es el De natura rerum (613). La obra es una mezcla de nociones elementales: comienza con la definición y descripción de lo que es el día y los tipos de día, avanzando, a continuación hasta llegar al año, las estaciones y equinoccios y solsticios. A partir de aquí, el planteamiento cambia y adquiere un carácter de tratado astronómico primero y meteorológico después, para pasar finalmente a ocuparse de los fenómenos terrestres, con un tratamiento próximo al geográfico.
   En su conjunto, son temas que reciben también atención en las Etimologías: astronomía, meteorología, geografía, etc. Está dedicada a Sisebuto. Por su título recuerda al poema de Lucrecio, pero su concepción, como es lógico, difiere profundamente. Isidoro escribió un Liber numerorum, pero existen dudas de que sea el tratado anónimo que con ese mismo título ha llegado hasta hoy (se tiene una obra de título semejante, Liber de numeris, de clara procedencia irlandesa). En él Isidoro aclara el sentido alegórico de los números, a fin de que, cuando aparecen en la Biblia, adquieran para el lector su significado profundo. El libro pone al descubierto el significado de los números dentro de las Sagradas Escrituras, atribuyendo a éstos un valor simbólico, que sólo la interpretación alegórica puede alcanzar. Es un problema tradicional e Isidoro atribuye a la recta comprensión del significado la categoría de doctrina y a lo que los números encubren el carácter de mystica sacramenta. Después de definir qué es ‘número’, comienza con el 1 y selecciona los números que tienen un especial significado dentro de la Biblia: 1-16, 18, 19, 20, 24, 30, 40, 46, 50 y 60. Aunque adaptado a las necesidades culturales de su época y su religión, tiene puntos de contacto con el libro De arithmetica de la obra de Marciano Capela.
   Allegoriae (c. 615) es un tratado que da de cada personaje una interpretación alegórica, por contraposición con las noticias de los tratados anteriores, que podrían catalogarse como históricas. De acuerdo con ello, los personajes son, a menudo, tipos bíblicos. Al hablar de tipos hay que entender que no siempre se trata de personajes concretos, con nombre propio que los identifica, sino que se toma un tipo, como la mujer que encontró una moneda, el ‘rico’, los ‘ciegos’, los ‘cojos’, etc. Estas últimas suman el 45 por ciento del total, y en un 99 por ciento se concentran en la última parte de la obra, es decir en la parte dedicada a los personajes del Nuevo Testamento.
   Lo mismo que se ha dicho a propósito del liber numerorum puede aplicarse al tratado De haeresibus, una compilación de las herejías que se dieron durante los siglos anteriores, tanto por relación al cristianismo, como al judaísmo y lo que podría considerarse como religión entre los gentiles: las doctrinas filosóficas. Por lo que atañe al cristianismo, algunas de las herejías descritas todavía persistían en el momento en que Isidoro escribió. El De haeresibus cuenta con correlatos dentro de las Etymologiae, aunque de menor extensión; se corresponde con un capítulo del libro VIII.

   Sententiae, o De summo bono, título este último con que se le conoce, sobre todo, durante la Edad Media, consta de tres libros y su contenido se encuentra a mitad de camino entre una obra doctrinal y una obra moral. Dentro de la primera categoría podría considerarse el primer libro: desde Dios al hombre, la Iglesia, los paganos (los que están fuera de la Iglesia), la ley divina, la Biblia y sus modos de expresión, así como la diferencia entre los dos Testamentos. La organización de la Iglesia: oración, sacramentos; mártires y santos, Anticristo, resurrección, juicio final, infierno, cielo.
   Los otros dos libros, sin embargo, adoptan una postura moralizante y son una exposición de los caminos que el cristiano debe seguir para integrarse en la Iglesia descrita en el libro I. Su difusión durante la Edad Media fue considerable.
   La Chronica es una recopilación de los hechos históricos desde el comienzo del mundo, que para Isidoro es el año 5200, hasta Sisebuto, en una versión, y hasta Suintila en otra. Es decir, que se cuenta con dos redacciones, cuyas diferencias no se reducen a la prolongación en el tiempo de las noticias existentes en la versión breve, sino a la diferente forma que adopta el texto en algunos pasajes. Sus antecedentes se encuentran en el Chronicon de Eusebio de Cesárea, trasladado y adaptado al latín por Jerónimo, aunque la distribución en seis edades está tomada de Agustín de Hipona. Es un género seco de estilo, que se limita a anotar los datos de forma escueta.
   Aunque al De fide catholica contra Iudaeos podría atribuírsele carácter doctrinal, lo cierto es que, en Isidoro, la frontera entre lo doctrinal y lo no doctrinal no es fácil de trazar.
   Se trata de una obra relativamente extensa, dedicada a su hermana Florentina. La primera parte del título: De fide catholica, responde bien a su contenido. Dividida en dos libros, el primero de ellos es una demostración positiva de la verdad cristiana expuesta al hilo de los puntos cruciales de la vida de Cristo. En la segunda parte introduce los argumentos que la Biblia proporciona para mostrar el error de gentiles y judíos, incidiendo sobre la conversión de los primeros y el hecho de que el dogma judío ha quedado relegado con la llegada de la nueva ley.
   La obra se toma como un apoyo a la política antijudía de Sisebuto, pero no se presenta como un alegato contra los judíos, sino como una exposición razonada acerca de la verdad y el error. Los únicos puntos en que se observa un rechazo concreto es cuando se refiere a las prácticas religiosas de gentiles y judíos, por él consideradas supersticiosas. El hecho de que los preceptos rituales judíos se mantengan todavía, frente a los paganos, que en la práctica han desaparecido, es lo que otorga a estos pasajes un carácter más polémico.
   De uiris illustribus es un catálogo de escritores cristianos, tomando como antecedente los tratados sinónimos de Jerónimo y Genadio. Al igual que otras obras suyas, el De uiris illustribus ha llegado en una doble versión, de alcance variable, esta vez consecuencia de la manipulación que posteriormente se ha hecho de la obra del obispo hispalense. La obra original consta de treinta y tres pequeñas biografías de autores cristianos, sobre las que posteriormente se añadieron trece capítulos mediante la reelaboración del capítulo inicial. Destaca la inclusión de un alto número de escritores hispánicos, sobre todo del período más reciente.
   Se atribuye este hecho a un progresivo provincialismo, aunque también habría que tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo vi el panorama literario occidental es pobre y, en una gran proporción, se concentra en Hispania.
   Regula monachorum es uno de los primeros escritos de Isidoro, anterior al 619; su destino concreto no se conoce. Se trata de trazar un modelo de conducta de los monjes, siguiendo el camino de Regulae anteriores, aunque parece inclinarse más hacia modelos orientales (Regula Pachomii) que occidentales (Regla de san Benito). En el Proemio declara su intención de flexibilizar las normas de las antiguas Regulae, de modo que la condición de monje sea asequible a todos, sin exigir la perfección. Comenzando con el recinto, sigue con los monjes, el trabajo al que deben dedicarse, actividades religiosas (oficios, reuniones, lecturas...), alimentación, festividades, etc. Hay dos redacciones de la obra, una de ellas probablemente de la segunda mitad del siglo VII.
   Historia Gothorum, Wandalorum et Sueuorum, en su conjunto, pertenece a una tradición literaria distinta a los Chronica. Su objeto está restringido a la historia de los pueblos que en el siglo V ocuparon las distintas zonas de Hispania, a partir del momento en que hicieron su aparición en el Imperio Romano. El autor se permite una cierta personalización en el estilo y las noticias son más amplias, aportando datos curiosos, relativos a la personalidad del monarca tratado.
   Ahora bien, la delimitación impuesta al objeto historiado hace que la variedad en las noticias sea menor.
   Desaparecen observaciones relativas a las figuras importantes del momento, tal como vemos en la Crónica, y el conjunto se aproxima más al tradicional método histórico. La Historia Gothorum se ha transmitido en dos recensiones, una que termina con Sisebuto (619) y otra con Suintila (626), modificada en diversos puntos, tal como sucedía con los Chronica. 
    La Laus Spaniae precede en muchos casos al conjunto de las tres y, en otros casos, sirve de colofón a la Historia Gothorum. Es un elogio encendido de Hispania, que sigue los pasos de los elogios a las ciudades tan frecuentes en época tardía.
   Otro de sus libros, Quaestiones in Vetus Testamentum, en parte de la tradición manuscrita figura bajo el nombre de Mysticorum expositiones sacramentorum, título que nos acerca de inmediato al tipo de comentario.

   En efecto, se trata de un comentario, primordialmente alegórico, a pasajes seleccionados de los libros del Antiguo Testamento. Aunque en la Renotatio de Braulio de Zaragoza se cita como integrada por dos libros, la obra, tal y como se ha transmitido hasta el presente, sólo consta de uno. Está precedida de un prólogo en el que Isidoro explica las razones que le han llevado a componerlo. Siguiendo un tópico común insiste en la brevedad de sus comentarios y justifica el carácter místico de los mismos aludiendo a la existencia de otra obra suya en que se había ocupado del sentido histórico. Como dice, no toda la Biblia tiene sentidos ocultos bajo la simple letra, pero el hecho de que los pasajes que no lo tienen formen un todo coherente con los que sí lo tienen, imprime al conjunto un sentido que va más allá del histórico.
   Dentro de los episodios, en unos casos, se seleccionan aspectos que pueden plantear problemas morales: así, la aceptación del concubinato por parte de Abraham (capítulo 20 = Génesis, capítulo 25, versículos 1-11), la simulación de Isaac haciendo pasar a Rebeca por su hermana (capítulo 21 = Génesis, capítulo 26). El comentario va precedido de un resumen del episodio al que pertenece el punto comentado.
   Otras veces, el comentario está motivado por la aparente vacuidad del texto bíblico, que obliga a buscarle un sentido trascendente: episodio de los pozos excavados por Isaac y sus riquezas. De cualquier modo, como dice en el prólogo, siempre se trata de episodios que han sido comentados previamente por los anteriores padres de la Iglesia.
   Dado el tipo de comentario, destinado más que a aclarar la lectura, a interpretarla y orientarla en el sentido ya aceptado por la Iglesia, la extensión va disminuyendo, los episodios seleccionados son más breves a medida que se accede a acontecimientos menos necesitados de aclaraciones u orientaciones. La selección se hace más tajante. El apartado dedicado a los Numeri está destinado exclusivamente a desarrollar el capítulo 33 de la Biblia: Stationis Israelis in deserto, a manera de los Itineraria. La selección de pasajes del Deuteronomio es peculiar, porque no respeta el orden en que aparecen en la Biblia, sino que impone una organización propia. Hay una selección de pasajes del Levítico. Incluye a continuación: Josué, Jueces, reduce el libro de Ruth a un capítulo (el último del libro de Josué), los libros de Reyes, Esdras y Macabeos.
   Esta última inclusión es lógica, puesto que se trata de un libro histórico y, de hecho, Isidoro sólo se ocupa de éstos. Ni es todo el Antiguo Testamento, ni es un comentario seguido de los libros comentados. Sólo los libros históricos.
   Además de las obras citadas, queda un pequeño numero de epístolas y una interesante y discutida colección de versos (Versus Isidori), que parecen haber estado destinados a ilustrar, no tanto los libros de la biblioteca del obispo sevillano, como los de una biblioteca básica modelo, ya que los pequeños poemas se refieren a autores —tanto cristianos como no cristianos— que se consideraban por entonces como indispensables.
   Tal vez, de no haber escrito las Etymologiae, Isidoro no ocuparía el lugar destacado que actualmente tiene en la historia “literaria”. Las Etimologías, obra a la que con frecuencia se da el nombre de “Enciclopedia de la Edad Media”, responde a esa denominación en el sentido de que en ella es posible encontrar información sobre las cuestiones y objetos más diversos. Desde la gramática a los arneses, Isidoro ha recogido en veinte libros —bajo esa forma ha llegado hasta la actualidad— definiciones y descripciones relativas a miles de referentes. Unos existen, otros son inexistentes ya en su momento; lo cual indica que la enciclopedia, básicamente, no está destinada a entender el mundo real, sino el mundo escrito.
   El orden en que la información está dispuesta es uno de los problemas que plantea esta obra. Los tres primeros libros constituyen un conjunto formado por pequeños manuales de las siete artes liberales: gramática, retórica, dialéctica (libros I y II), aritmética, geometría, música, astronomía (libro II). A los libros VII-X les confiere unidad el estar dedicados a estudiar los nombres de los seres divinos y humanos, los nombres de los colectivos de que forman parte (tanto religiosos como civiles), de las instituciones a las que pertenecen, y los nombres que, dentro y fuera de ellas, se adjudican al hombre. En cuanto a los libros XI-XX, están dedicados a una descripción del mundo y sus habitantes. El reino animal (el hombre seguido por el resto de los seres vivos): libros XI y XII. El universo como creación de Dios (fenómenos propios, la tierra y sus accidentes): XIII-XIV; reino mineral: XVI, y reino vegetal: XVII. Fenómenos y objetos cuya existencia caracteriza la sociedad humana: XVIII-XX. Para que la lógica sea completa quedan dos huecos, uno entre los libros III y VII y otro entre el XIV y XVI. El primero va acompañado de problemas en la transmisión manuscrita, mientras que el segundo no.

   Los libros IV, V y VI están dedicados a la medicina —prolongación de las artes liberales— (IV), a las leyes y la cronología, incluido el factor historia (V), y los libros bíblicos así como las festividades cristianas y el modo de calcular el momento de celebración (VI), que parece paralelo al libro V: normas religiosas/leyes y cronología de los principales hitos de la historia del cristianismo acompañados del cómputo. El libro IV es posible que fuese añadido posteriormente al grupo inicial formado por los libros I-III, mientras que los libros V y VI responderían a la idea de completar con las leyes el cuadro. Tal como se ha transmitido en el libro IV, con su capítulo final indicando que la medicina es el elemento que falta para culminar las artes liberales, es evidente que no pudo ir nunca detrás del de legibus —segunda parte del libro V—, tal y como se encuentra en algunos manuscritos. Con lo cual hay que pensar que la parte de las leyes iba suelta, como también era independiente la parte de la historia. La parte de la transmisión manuscrita que conserva el orden III-Va-IV-Vb es la más antigua, puesto que presupone la existencia de un bloque al que ya se había añadido el IV y un arreglo (no isidoriano) que inserta todas las materias susceptibles de ser consideradas básicas socialmente, dejando para el final la declaración de la medicina como remate. O bien puede interpretarse como una primera fusión de las leyes al grupo de las artes liberales sobre el que se suma el libro de medicina que circulaba suelto. ¿Cabría pensar en el Vb, dedicado en parte a la aclaración de conceptos como día, mes, etc., a modo de un complemento al de astronomia? En cuanto al libro XV, dedicado a edificios y campos, estos últimos desde el punto de vista de su habitación humana (los dos capítulos finales), parece reflejar una idea, de por sí interesante, para comprender la visión medieval del universo: la inexistencia del mundo sin la presencia del hombre; de ahí que la descripción puramente geográfica reciba el complemento de la descripción de los “accidentes” que en la tierra van aparejados con la presencia del hombre. De aceptar esta idea, no existiría salto entre el libro XIV y el XVI. 
    El sistema de exposición está en gran parte basado en la etimología, por lo que se refiere a la identificación de las características del referente, la definición y la descripción. En ocasiones, a la definición y descripción añade un ejemplo. No hay duda de que es el mismo sistema que el seguido en las entradas de los diccionarios. Aunque la etimología es potestativa en los diccionarios, los otros dos rasgos son inevitables: definición, si se trata de un concepto o un hecho, descripción si se trata de un objeto. Su consulta durante la Edad Media fue masiva. Su uso con el tiempo necesitó de la ayuda de índices que hicieran más fácil su manejo: los índices de materias e incluso de términos se anteponen o siguen en los manuscritos al texto. No creo que sea adecuado decir que la Edad Media se nutrió de las Etimologías. Si lo hizo, fue en la medida en que la lectura de los textos enfrentaba al lector a una serie de problemas terminológicos de difícil solución y encontraba allí manuales básicos, que le evitaban la búsqueda de otros. En las Etymologiae encontraba no sólo la solución para identificar a un monarca, sino también la época en que había vivido; podía saber qué eran los Fasti y al mismo tiempo entender —siempre según Isidoro— por qué tenían ese nombre. A un nivel elemental podía situarse y comprender un mundo pretérito, punto de referencia obligado, puesto que a él pertenecían todos los instrumentos y lecturas que lo rodeaban, incluidos los relativos al mundo cristiano (Carmen Codoñer Merino, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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