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lunes, 31 de mayo de 2021

La localidad de Alcolea del Río, en la provincia de Sevilla

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la localidad de Alcolea del Río, en la provincia de Sevilla.
Datos del Municipio
     Situación: Situada en la confluencia de los ríos Corbones y Guadalquivir, a unos 50 km. de Sevilla capital.
     Coordenadas GPS: x = -5.668641373 - y = 37.61424179
     Extensión: 50 km2
     Distancia a Sevilla: 50
     Altitud: 32 m
     Entorno: Alcolea del Río comprende dos zonas de interés ecológico bien diferenciadas, en las que podemos encontrar distintas especies de fauna y flora. Una de las zonas sería la que se encuentra situada en las proximidades del río Guadalquivir y las tierras comprendidas en su vega. La otra zona comprendería las primeras estribaciones de Sierra Morena. Estas dos zonas tan bien diferenciadas aportan riqueza a su biosfera.
Datos del Ayuntamiento
     Dirección: Plaza de la Constitución, 1, CP. 41449
     Teléfono: 955 64 43 95
     Fax: 955 64 46 03
Información turística
     Destacan importantes restos arqueológicos del emplazamiento en la zona de dos poblamientos romanos dedicados al comercio fluvial y a la alfarería.
     Su actual nombre deriva del árabe 'Al-Koliah' ('el castillejo'). De esta época es el molino harinero 'Peña de la Sal', junto al que se conservan cinco hornos alfareros romanos. Visita recomendada es también la de los molinos árabes de 'La Aceña', que sorprenden por su buen estado de conservación.
     El término comprende dos zonas de interés ecológico, una bañada por el Guadalquivir y otra en las estribaciones de Sierra Morena, en las que podemos encontrar especies distintas de fauna y flora.
     No te puedes perder...   el Paraje del Algarrobo y probar la 'sopaipilla' (Diputación Provincial de Sevilla).
   Se encuentra situada a orillas del Guadalquivir en el punto de confluencia con el rio Carbones.
   El término municipal de Alcolea posee un interés arqueológico excepcional, pues dentro de él se encontraban dos importantes poblaciones romanas: Arva y Canama. Ambos centros estaban dedicados al comercio fluvial y sobre todo a la producción alfarera. Los alfares de esta localidad surtían de ánforas para el vino y el aceite al tráfico establecido con estos productos entre la Bética y el resto del Imperio. El emplazamiento de Arva se ha localizado en las proximidades del molino de la Peña de la Sal, y el de Canama en una elevación del terreno, al norte del pueblo, denominada la Mesa.
   El asentamiento actual, a juzgar por la regularidad de su trazado urbanístico, debe de datar de época posterior a la Reconquista ya que durante la dominación musulmana debió de ser localidad de escasa relevancia denominada Al-kulay (El Castillejo) (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     Alcolea del Río se emplaza sobre una pequeña elevación situada en la margen derecha del río Guadalquivir, frente a la confluencia del río Corbones con aquél. No obstante, es conocido que el curso del Guadalquivir ha ido variando a lo largo del tiempo, como señalan Drain, Lhénaff y Vanney (1971). De este modo apuntan que el curso del río en el siglo XVIII formaría un meandro bastante acusado a la altura de Alcolea del Río, ocupando el actual cauce del río Corbones. A partir de la prospección para el Inventario Arqueológico del término municipal de Alcolea del Río (2006) se ha comprobado la existencia de varias madres viejas del río, en las márgenes del Corbones.
     El sitio arqueológico de Alcolea del Río ha debido estar íntimamente relacionado con la ciudad de Canama o Canania, situada en el lugar conocido como Las Mesas, en la margen norte del pueblo, y del que se separa por una importante vaguada. Este yacimiento pudo haber sido ocupado desde la Edad del Bronce, según se deduce del hallazgo de algunas cerámicas a mano con bruñidos exteriores y del enterramiento de la Edad del Bronce excavado por Sierra Alonso (1994) en la finca de El Florindo (Alcolea del Río Norte I), al norte del casco urbano. La ocupación de Las Mesas parece continuar en época turdetana "con influencias fenicias", hasta la implantación en el sitio de un asentamiento romano. Relativo a este momento se han encontrado evidencias de la prolongación de la ciudad de Canama al interior de la actual población de Alcolea del Río. Así, en las obras de construcción de la Biblioteca Pública (1980) fueron halladas ánforas, lo que podría indicar la existencia en el lugar de algún horno u horreum. Por otra parte, Ponsich (1974) señalaba la presencia en el pueblo de fustes, basas de columnas y piedras talladas. Asimismo, apunta que en la calle 17 de julio y en la calle Josefa Bover, en el número 13, se encontró un suelo de opus spicatum, un mosaico que había sido cubierto e inscripciones en mármol procedentes de algún lugar público. Además, también aparecieron varias marcas de ánforas, según señalara Bonsor.
     De esta forma, se puede pensar en que en Las Mesas se ubicaría la zona más noble y residencial de la población de Canama y que Alcolea del Río podría tratarse de un área periférica de la ciudad, aunque muy importante por tratarse de la zona industrial, con hornos y horrea, que debiera disponer de edificaciones residenciales asociadas, como apunta el hallazgo del mosaico y del suelo de opus spicatum.
     Por otra parte, se sabe de la tradicional ubicación de las necrópolis alto-imperiales en las salidas de las ciudades. Es el caso de la mencionada necrópolis de El Florindo. De este modo, no debiera descartarse la presencia de zonas de enterramientos en la actual Alcolea del Río, en las inmediaciones del camino de salida hacia Arva (El Castillejo, junto a la Peña de la Sal) - quizás la vía de conexión de las actuales iglesias- y en el entorno de las zonas alfareras.
     El yacimiento de Las Mesas volvería a ocuparse con la aparición de Al-Andalus. El actual nombre del pueblo parece derivar de la voz árabe Al-Qulaya (El Castillejo), como señala Gordón Peral (1995). Recuero y Vázquez (1998, p.13) indican la existencia de muros que podrían pertenecer a esta edificación defensiva y que se situaría en Las Mesas, junto al regajo de la Cava (que separa Las Mesas de Alcolea del Río). Por su parte, Valencia Rodríguez (1988, p.87) menciona el itinerario descrito por Al-idrisi en el que se habla de la ruta terrestre que comunicaría Sevilla con Córdoba, y que tendría su paso por Al-Qulaya, a la orilla del río, y a la que califica como manzil. Perteneciente a este momento no se han detectado restos en la población actual. En cambio, fragmentos de vajilla pleno-medieval se han observado en Las Mesas y en los sitios denominados Cortijo Hermanos Romero (al otro lado del río, en la entrada al puente) y en los Peñalejos VII (a unos 800 m al norte, por la C.R. de la Rejolla). Gordón Peral (1995) apunta que el nombre de "Al-qulaya" no fue impuesto a una fortificación erigida en tiempos de la dominación musulmana, puesto que los árabes bautizarían al sitio a partir de los grandes murallones y construcciones que existían ya desde época romana, y que aprovecharían como fortificación propia.
     La conquista de la zona por el reino de Castilla sucedería sobre 1240, tomándose Lora del Río, Setefilla o Alcolea del Río.
     A partir de este momento, la repoblación estuvo encomendada a la Orden de San Juan, probablemente como premio al apoyo que el rey Fernando III recibiría de algunas órdenes militares (como las de Calatrava, Santiago, Alcántara, San Juan) en la conquista del valle del Guadalquivir. González Jiménez (1988, p.130) apunta que en 1249 se añadiría Alcolea del Río a la Orden de San Juan. En un principio formaría parte de la bailía de Setefilla. En 1504, la encomienda de Alcolea del Río se apartará de la Cámara Prioral de Lora. Con motivo de la encomienda, aparece en un texto de 1756 la referencia a Alcolea de la Orden, topónimo que no ha perdurado (Gordón Peral, p.64).
     En la actualidad, apenas se observan restos relacionados con la encomienda. La parroquia de San Juan pudo construirse en el siglo XIV, bajo el mecenazgo de la Orden, con restauraciones y reconstrucciones posteriores (fundamentalmente en el XVI y XVIII). Recuero y Vázquez (1998, p.11) señalan la existencia de un cementerio a las espaldas de la iglesia.
     También apuntan la existencia en el Rinconcillo, junto a la iglesia, con fachada a la calle y de espaldas al río, de la Casa Prioral, la cual aún era visible en los años 20 del siglo XX. Por noticias orales se conoce que la cárcel se situaría en las inmediaciones de la parroquia, "lugar incómodo y nada seguro" según Madoz (1845, p. 31). En el siglo XVIII, a unos 700 m al este de la parroquia se edificaría la ermita de la Veracruz, a las afueras de la población. Se conoce la existencia de un cementerio junto a la ermita, que dejó de funcionar hacia 1870 (Recuero y Vázquez, 1998, p.11) (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Alcolea del Río, la pequeña fortaleza
   Alcolea del Río dista unos 53 km de Sevilla y se ubica en la comarca turística Guadalquivir-Doñana. Comprende dos zonas de interés ecológico, una situada en las proximidades del río Guadalquivir y otra en las primeras estribaciones de Sierra Morena.
   Alcolea del Río, pertenece a la Comarca  Guadalquivir-Doñana, con una extensión de 50'00 km², a una altitud de 32 m. sobre el nivel del mar, y con 3.387 habitantes.
   En la vega del Guadalquivir, a orillas de este río grande de Andalucía, se encuentra la pequeña villa de Alcolea del Río. Llamada Al-qulaya por los árabes (la pequeña fortaleza) aún conserva los molinos harineros de esa época, hoy símbolos de la localidad. Pero su origen es romano, tal como atestiguan sus dos yacimientos arqueológicos: el de la Meseta y el de Castillejo. Toda una riqueza patrimonial que guarda este rinconcito ribereño.
   Su actual nombre deriva del musulmán Al-Koliah, que significa el castillejo, pequeña fortaleza. No obstante, la denominación que la villa tuvo en la antigüedad aún resulta un enigma para los filólogos más estudiosos. En la zona de Alcolea se encuentran importantes restos arqueológicos debido al emplazamiento en la zona de dos poblamientos romanos, Arva y Canama. También observaremos en la margen derecha del Guadalquivir lo que fueron molinos harineros en la época árabe, junto a los que se conservan cinco hornos alfareros romanos.
   La conquista cristiana tuvo lugar en 1247 por los ejércitos mandados por el prior de San Juan. Por ese motivo fue donada a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén. Al parecer esta pequeña fortaleza resultó ser un emplazamiento importante, estratégicamente hablando, cuando Fernando III preparaba la conquista de Sevilla.
   Alcolea cuenta con un hermoso paraje natural bañado por el río que contrasta con sus campos de olivares, naranjos y melocotoneros. Esta tranquila localidad de casas blancas y gente amable invita a una bonita escapada. Merece la pena probar las boronías, los garbanzos pelaos y las papas arrebujón, platos típicos de su gastronomía. Aprovecha para visitarla en su fiesta más esperada, la tradicional romería del Rosario, popularmente conocida como la Fiesta de la Rosa.
   Para ir desde Sevilla en coche la mejor ruta es por la autovía A-4. Debes tomar la salida 506 a la altura de Carmona para incorporarte a la carretera SE-4107 hasta Guadajoz. En esta localidad toma la carretera SE-4104 y llegarás a tu destino.
   Si decides viajar en tren debes subirte a la línea C3 desde la estación de Santa Justa de Sevilla. Esta hace parada en Alcolea de Río. Mientras que si prefieres el autobús lo puedes coger en la estación de Plaza de Armas de la capital.
   Recorre sus calles, pasea por la ribera del río y haz senderismo o monta en bicicleta por sus rutas a través de la vega del Guadalquivir.
   Descubre su origen recorriendo las ruinas de las dos ciudades romanas, Canama y Arva.
   Observa los Molinos de la Aceña, el símbolo de la localidad desde su pasado almohade.
   Contempla un hermoso atardecer por la calle Betis de Alcolea del Río, a orillas del Guadalquivir.
   Si te gusta el running en septiembre tienes una cita en el Gran Premio de Atletismo Villa de Alcolea del Río.
   Disfruta del Mercado Medieval en la última semana de noviembre o primera de diciembre. Todo el pueblo se transforma y viaja al medievo.
   Empieza tu visita con un agradable paseo por la calle Betis, que transcurre a orillas del río Guadalquivir. Dirígete después hacia la Plaza de España, el centro neurálgico de esta localidad. En ella se alza la iglesia de San Juan Bautista, de estilo mudéjar pero reconstruida tras la Guerra Civil. Este templo alberga los patrones de Alcolea: San Roque y la Virgen del Consuelo. También de la Virgen del Rosario, cuya romería, en mayo, es la fiesta más esperada por sus vecinos.
   Otros edificios interesantes de este pueblo son el Pósito (que aún conserva la fachada neoclásica), el Cuartel Viejo y la capilla del Cristo de la Veracruz del siglo XVIII. Pero los que se han convertido en símbolos del pueblo son los Molinos de la Aceña. Tres molinos de origen almohade dedicados a la fabricación de harina que podrás ver en la margen derecha del río.
   Ya en las afueras podrás visitar la ermita de la Virgen del Rosario, que cada mes de mayo se viste de gala para celebrar su famosa romería. Y, por último, en el paraje conocido como El Castillejo puedes practicar senderismo mientras descubres los restos de la que fue la ciudad romana de Arva (Turismo de la Provincia de Sevilla).
       Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la localidad de Alcolea del Río, en la provincia de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la provincia sevillana.

Más sobre la Provincia de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.

La localidad de Alcolea del Río, al detalle:
Alcolea del Río Noroeste
Alcolea del Río Norte
Alcolea del Río Norte II
Alcolea del Río Norte III
Alcolea del Río Norte IV
Alcolea del Río Norte V
Alcolea del Río Norte V (sillares)
Algarín I
Algarín II
Arenales 
La Bautista I
La Bautista II
La Bautista III
La Bautista IV
La Boyal I
La Boyal II
La Boyal III
Las Caballerías I
Las Caballerías II
Las Caballerías III
Las Caballerías IV
Canchal del Romeral I
Canchal del Romeral II
Canchal del Romeral III
Canchal del Romeral IV
Canchal del Romeral V
Canchal del Romeral VI
Canchal del Romeral VII
Canchal del Romeral VIII
Canchal del Romeral IX
El Candelero I
Casa del Ahorcado I
Casa del Ahorcado II
Casa de los Naranjos
Casa de las Paredes (Sillares)
El Castillejo II
El Castillejo III
El Castillejo IV
Central Hidroeléctrica Peña de la Sal
El Chaparral (Sillares)
El Chaparral II
El Chaparral III
El Chaparral IV
Los Chopos I
Ciudad romana de "Canama"
Los Cojos
Cortijo de la Bautista (Sillares)
Cortijo Hermanos Romero
Cortijo de Matías I
Cortijo de Matías II
Cortijo de Matías Sur
Cortijo del Médico
Cortijo Las Paredes (Sillares)
Cortijo del Priorato
Cortijo del Tamajoso (Sillares)
Cortijo de Las Torrecillas
Las Ermitas I
Las Ermitas II
Las Ermitas III
Las Ermitas IV
Las Ermitas V
La Fábrica
Finca de Manuel Recuero
Fuente del Comendador
Fuente Vieja
Granja Fausto
Hornos de El Tejillo
Huerta Polé
Juan Gómez I
Llanas de la Lapa I
Los Majadales VII
La Mesa
Las Mesas (Sillares)
La Mesa II
La Mesa III
El Molino
Molino de la Peña de la Sal
Muralla
Las Novias
Los Olivos
Los Olivos II
Los Olivos III
Los Olivos IV
El Paso
La Peña de la Sal
Los Peralejos I
Los Peralejos II
Los Peralejos II (Sillares)
Los Peralejos III
Los Peralejos IV
Los Peralejos V
Los Peralejos VI
Los Peralejos VII
Los Peralejos VIII
La Portilla
Pósito de Alcolea del Río
Los Premios I
Los Premios II
Los Premios III
Los Premios IV
Los Premios V
Los Premios VI
Los Premios VII
Los Premios VIII
Los Premios IX
Los Premios X
Los Principios
El Saucejo
Silgueiro I
Silgueiro II
Silgueiro III
Los Socios I
Los Socios II
Los Socios III
El Tamujoso I
El Tamujoso II
El Tejillo
El Tejillo (Sillares)
Torrecillas Este
Torrecillas Sur
Torrecillas III
Trinque
Trinque II
Villanueva del Río Norte-Este
Los Villares I
Los Villares II
Las Viudas
Las Viudas II
El Zairón

La Capilla de la Visitación, en la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de la Visitación, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
      Hoy, 31 de mayo, Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magnificat [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la Capilla de la Visitación, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de la Visitación (de Santa Isabel) [nº 038 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Siempre ha tenido la misma advocación este patronato que fundó Diego de Bolaños, fechado en 1565 (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
     La Capilla de la Visitación se encuentra junto a la Puerta del Baptisterio. El Retablo que la preside está compuesto de banco, cuerpo y ático. Balaustres. Fechable en 1566 para la escultura de San Jerónimo de Jerónimo Hernández y las pinturas de Pedro de Villegas Marmolejo (José Hernández Díaz, Retablos y Esculturas, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
   De la pintura que Campaña, Esturmio y Vargas ejecutan en su última etapa sevillana parten la mayoría de los maestros que trabajan en la ciudad durante el último tercio del siglo XVI. Entre ellos, el que mejor sabe reinterpretar el estilo de dichos maestros es Villegas Marmolejo, cuyas obras más tempranas datan de 1553. Entre 1566 y 1568, al comienzo pues de su etapa de madurez, pinta el Retablo de la  Visitación, en el que a las influencias de Campaña, Esturmio y Vargas se suman las de los escultores castellanos que llegan a Sevilla en 1560, en especial Jerónimo Hernández.
   De Vargas toma el rafaelismo que domina todo este Retablo, derivando de Campaña los retratos del banco, en los que, sin embargo, por influencia de Vargas han desaparecido los fuertes contrastes lumínicos de los del flamenco. Esta dulcificación de los rostros se hace es­ especialmente visible en el caso del «aprendiz de caballero a la mano al pecho» -como así lo denominé- que aparece entre los retablos masculinos y en el de la niña que como si no supiera que la están retratando sonríe feliz y despreocupada junto a sus severas y un tanto adustas parientas, pintadas con el «decoro» al que hacen  referencia los contratos de la época. La actitud naturalista de esta niña es totalmente opuesta a la que muestran las del banco del retablo del Mariscal, cuya hiriente gravedad las hace parecer más bien enanas que jovencitas. Menos infantiles resultan las niñas situadas a ambos extremos de la escena de la Visitación, cuya distante indiferencia deriva de las figuras femeninas de Esturmio, cuyos tipos físicos se hacen presente en otras imágenes de este retablo.
   En algunas de ellas, en especial en el San Sebastián del lado derecho del intradós y en el Niño Jesús del ático, se detecta el conocimiento que Villegas tuvo de las esculturas clásicas y de las que por entonces ejecutaban­ en Sevilla los maestros castellanos, en tantos puntos relacionadas. Con respecto a las primeras, el Niño Jesús parece estar inspirado en el «niño de mármol" que junto a otras «antiguayas», «tres figuras de mármol grande e dos rostros», legó en su primer testamento, fechado el 25 de abril de 1563, a la Catedral para que «se aprovechen dellas los maestros e oficiales de la dicha yglesia». Esculturas esas que como Villegas no murió hasta 1595, quien más se «aprovechó» de ellas fue él, como así lo evidencian la disposición y el estudio anatómico de este Niño Jesús. Con respecto a las segundas, está claro que Villegas conoció perfectamente las obras de los maestros castellanos, ya que en numerosas ocasiones las policromó. De hecho, pintó, doró y estofó el San Jerónimo que figura en el banco de este retablo, obra de Jerónimo Hernández, cuyo Niño Jesús parte, a su vez, del de Villegas de este altar. A estas relaciones entre el pintor y los maestros castellanos se deberá la progresiva acentuación de los valores volumétricos de las figuras de su segunda y tercera etapa. Relaciones estas perfectamente claras en el caso la Virgen de los Remedios de la parroquia sevillana de San Vicente, fiel trasunto pictórico del relieve que Bautista Vázquez «el Viejo» labra para la portada de la iglesia de la Compañía (Juan Miguel Serrera, Pinturas y Pintores del siglo XVI en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
   Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María:   
La Visitación de la Virgen
I. El tema. Su fuente en las escrituras e interpretación simbólica
 La Visitación es la visita que la Virgen, embarazada de Cristo, (Virgo praegnans), hace en secreto a Hebrón, a su prima mayor, Isabel, embarazada de San Juan Bautista, el Precursor (Johanne impregnata), para comprobar con este embarazo milagroso la verdad del mensaje del ángel Anunciador.
   La fuente de este tema es un pasaje del Evangelio de Lucas (1: 39 - 56): «En aquellos días partió María apresuradamente a las montañas, a una ciudad de Judá. Y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. Y sucedió que al oír Isabel la salutación de María, la criatura dio saltos en su vientre (exultavit infans in utero ejus) e Isabel se sintió llena del Espíritu Santo ( ...) gritó: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre» (benedictus est fructus ventris tui).
   ¿Cuánto tiempo permaneció María en casa de su prima? Las estimaciones oscilan entre varios días y varios meses. De acuerdo con una tradición bizantina recogida en las Homilías del monje Santiago, la Virgen habría esperado hasta el nacimiento de Juan Bautista y asistido al parto de Isabel.
   Una de las prefiguraciones de este acontecimiento es el regreso de Judit a Betulia con la cabeza de Holofernes. Osías la recibió como Isabel acogió a la Virgen victoriosa de Satán.
   Los teólogos han visto una prefiguración de la Visitación en este versículo de los Salmos (85:11): «Se han encontrado la piedad y la fidelidad, se han dado el abrazo la justicia y la paz.» 
 Según Bossuet, la Virgen e Isabel son el símbolo de la Iglesia y de la Sinagoga que se ofrecen las manos.
II. Culto
   La fiesta de la Visitación, que por lógica debería estar más cerca de la Anunciación, fijada el 25 de marzo, ha sido traslada al 2 de julio. Fue instituida en el siglo XV para conseguir la finalización del gran Cisma  de Occidente.
   En la Edad Media, los aserradores celebraban la Visitación porque la actitud de la Virgen y de Isabel, inclinadas cada una hacia la otra, les evocaba el gesto de los leñadores inclinándose simétricamente para aserrar el tronco de un árbol.
   En el siglo XVII, en 1610, San Francisco de Sales asistido por la bienaventurada Juana de Chantal, instituyó en Annency la orden de las religiosas de la Visitación, llamadas también salesas.
III. Iconografía
   La relativa esterilidad del tema de la Visitación se explica en primer lugar por razones teológicas: desde el punto de vista de la Redención (Der Ratschluss der Erlösung), la Visita de la Virgen embarazada a su prima no es más que un episodio secundario que no se podría comparar con la Anunciación, preludio de la Encarnación, y en consecuencia de la Salvación.
   No obstante, las Revelaciones de santa Mechthild de Magdeburgo, en el siglo XV, popularizaron esta escena interpretada como la primera estación terrena del Redentor «fruto de las entrañas de la Virgen .»
   Pero también deben tenerse en cuenta razones de orden estético.
Analogías y diferencias con el tema de la Anunciación
   La Visitación, como la Anunciación, es esencialmente una escena de dos personajes.
   Sin embargo el tema de la Visitación, menos rico en posibilidades que el de la Anunciación, se distingue por tres rasgos muy claros.
   Los personajes son de la misma naturaleza en vez de pertenecer a dos esferas diferentes. María e Isabel son dos criaturas humanas que comparten los mismos sentimientos, al tiempo que la Anunciación relaciona dos seres disímiles por su esencia, uno de los cuales tiene un papel activo y el otro lo tiene pasivo.
   En vez de estar separadas, más o menos distantes, las dos mujeres se estrechan las manos, se tocan o se abrazan. El principio de unidad y de simetría predomina sobre el de dualidad y disimetría inherente a la Anunciación.
   Finalmente, el espacio, en vez de estar repartido entre un interior y un exterior, tiene el mismo carácter de unidad: la escena se sitúa al aire libre, frente a la casa de Isabel que sale al encuentro de María, y no en su interior.
   Por lo tanto hay menos oposiciones y contrastes, y en consecuencia, menor dinamismo que en la escena precedente. La gama de los matices psicológicos es mu­cho más restringida, puesto que los únicos sentimientos susceptibles de expresión son la alegría maternal y el agradecimiento a Dios.
   No obstante hay que agregar que la diferencia de edades entre las primas aporta un elemento de variedad del cual los artistas supieron sacar buen partido.
   Podrían señalarse analogías aún más estrechas con el Encuentro de Ana y Joaquín en la Puerta Dorada, puesto que en los dos casos aparece el tema del Abrazo.
Los cinco episodios
   En los ciclos narrativos, el episodio de la Visitación está dividido en cinco cuadros que comportan numerosas escenas: el Viaje, el Encuentro, el Canto del Magnificat, el Nacimiento de San Juan Bautista, el Retorno seguido de los Reproches de José.
1. El Viaje
   En principio asistimos a la partida de la Virgen. Tiene la cabeza cubierta con un sombrero de paja de ala ancha para protegerse del sol de Julio, y se apoya en un bastón que se asemeja a un bordón de peregrino.
   Como el camino a través de la montaña es rudo y poco seguro, no camina sola, habitualmente se la supone acompañada por una criada que lleva un cesto al hombro, y a veces hasta por José y los ángeles que la guían.
   El Reposo de la viajera, notoriamente copiado del Descanso en la Huida a Egipto, es un tema infrecuente. En los dos manuscritos bizantinos de las Homilías del monje Santiago (siglo XI), un niño trepado en un árbol recoge fruta y la entrega a la Virgen. Una  mujer con el torso desnudo cerca de una fuente, personificación de la Tierra y no de Eva suplicante, como lo creyera Rohault de Fleury, le tiende los brazos.
2. El Encuentro
   Desde el punto de vista de la composición, la escena del Encuentro presenta grandes analogías con la Anunciación.
   Se trata de una escena con dos actores y el tema común es la Salutación de la Virgen, ya por el ángel Gabriel, ya por Isabel. Sin embargo, en este caso los dos personajes son, en vez de un ángel y una mujer joven, dos mujeres de diferentes edades, y el encuentro entre las dos primas tiene carácter de afectuosa intimidad: no se limitan a saludarse, se abrazan y besan.
   El tema comporta numerosas variantes que reflejan la evolución del culto mariano: la Salutación, el Abrazo, la Genuflexión de Isabel.
     a) Las dos mujeres de pie se saludan a distancia
   Santa Isabel y la Virgen se inclinan ceremoniosamente una hacia la otra.
   De acuerdo con G. Millet, que distingue en todos los temas de iconografía cristiana una fórmula helénica y otra siria, tendríamos allí la expresión del ideal griego.
   Es la fórmula usual en el arte francés de los siglos XII y XIII (portada de Moissac, vidriera de Chartres; grupo de la portada de la catedral de Reims).
   Esta actitud llena de dignidad, pero de una reserva un tanto fría, concordaba mal con las tendencias del arte realista y más humano de finales de la Edad Media que lo sustituyó con otro motivo.
     b) Las dos mujeres se abrazan de pie
   Una segunda fórmula cuyos orígenes se remontan al arte sirio (ampolla de Monza, frescos de Capadocia) del cual pueden citarse ejemplos precoces en la escultura francesa del siglo XII (capiteles de Die y de Saint Benoît sur Loire), se introdujo en la pintura italiana en el siglo XIV, con Giotto.
   Las dos primas, a quienes acerca el embarazo común, se echan cada una en brazos de la otra y se estrechan tiernamente, de manera que "Sacri junguntur uteri".
   Es la réplica del abrazo de las Justitia et Pietas, tal como fue representado en el siglo XII, en el tapiz tramado de Quedlinburg.
     c) Isabel se arrodilla ante la virgen
   El culto mariano exigía que las dos mujeres no fuesen representadas sobre un pie de igualdad. Aquella que va a parir al Precursor, San Juan Bautista, se arrodilla frente a la que lleva al Mesías en el vientre.
   Desde principios del siglo XV este motivo apareció en las Muy Bellas Horas de Nuestra Señora, iluminadas para el duque Juan de Berry, al igual que en las Horas de Rohan.
   La fórmula, adoptada por el arte italiano de finales del siglo XV (Ghirlandaio, Andrea della Robbia), se impuso después del concilio de Trento en el arte barroco, que mediante un rodeo hacia el tipo ceremonioso retornó de ese modo al primer arte cristiano. A veces dos ángeles levantan la cola del manto de la Virgen Reina.
   La escultura popular bretona del siglo XVII ofrece numerosos ejemplos.
     d) La representación del embarazo en transparencia con los dos embriones visibles "in utero"
   Habría sido preferible que el arte cristiano se hubiera contentado con esos tres tipos iconográficos, uno más solemne, los otros más dinámicos y vivaces; pero cada uno de ellos con sus posibilidades de belleza, y en los cuales es preciso reconocer, en cualquier caso, el mérito de la decencia.
   Por desgracia, el arte realista de la decadencia de la Edad Media no se detuvo allí, y de la misma manera que se había atrevido a representar en la Anunciación al Niño Jesús completamente formado, zambulléndose desde lo alto del cielo en el vientre materno, también subrayó el embarazo de las dos mujeres y mostró a sus hijos en estado de embriones, visibles «in utero».
   Era difícil, sin duda, no indicar el embarazo de las dos primas, que es uno de los datos esenciales del tema; pero también era posible sugerirlos discretamente, sin insistir en ello. Es lo que hicieron los imagineros de las catedrales francesas con una reserva llena de tacto: en el trascoro de Notre Dame de París, Isabel coloca la mano sobre el pecho de María, y se maravilla al sentir su vientre hinchado.
   Estas alusiones no bastaron en el siglo siguiente, cuyo gusto fue más basto. En el contrato relativo a un grupo de la Visitación, que se encargó en Dijon al escultor aragonés Juan de la Huerta, está debidamente especificado que la Virgen e Isabel serán representadas «estando preñadas de niños». No se imagina nada mejor que mostrar dos matronas palpándose el abdomen para asegurarse recíprocamente de sus embarazos.
   En un gran retablo del altar mayor de la catedral de Friburgo, Brisgau (Suiza), Hans Baldung Grien pone a retozar una pareja de conejos, símbolo de fecundidad, a los pies de ambas mujeres.
   Pero las cosas no pararon allí. Como si esas explicaciones no hubieran sido suficientes, se llegó a representar a los dos niños visibles en el vientre abierto o transparente de sus madres.
   La responsabilidad de esta aberración del gusto no debe imputarse al arte occidental de finales de la Edad Media. El tema tiene indudable origen oriental, puesto que aparecen ejemplos en el arte bizantino a partir del siglo XI. Puede citarse una obra de ese período en la ilustración del Salterio Jludov de Moscú. De la misma manera que Jonás aparece en transparencia en el vientre de la ballena, Jesús y el pequeño San Juan Bautista se transparentan en los diáfanos vientres de sus madres embarazadas.
   El Tetraevangelio serbio de la Biblioteca de Belgrado, donde el pequeño San Juan se transparenta en el vientre de Isabel ofrece, en el siglo XIII, otro ejemplo probatorio. Quizá haya que ver aquí una imitación o reminiscencia de las Vírgenes bizantinas del tipo de la Platytera (Blacherniotissa), en la que el Cristo Emmanuel se inscribe en un tondo inserto en el pecho de la Virgen.
   Sea como fuere, este tema de dos niños visibles in utero fue adoptado por el arte de Occidente hasta el siglo XV. Los pintores representaban, como si hubiesen previsto la radiografía, a los dos fetos fosforescentes en el vientre transparente de sus madres. Los escultores, al no contar con este recurso, cavaban en el vientre de las dos mujeres pequeños nichos abdominales, fenestrellas, por las cuales se veían los embriones como si fuesen reliquias en un relicario. Una estatua de madera en Görlitz representa una Virgen ahuecada de esa manera, con un visor de cristal a través del cual se ve al Niño. Esta idea pudo serle sugerida al artista por las Vírgenes abrideras de madera, marfil o alabastro en cuyos interiores se tallaba o esculpía el grupo de la Trinidad.
   La iconografía de la vida prenatal del Niño Jesús no se detiene allí.
   La evolución del tema conduce a una última fase. Ya no se contentan con representar a los dos embriones, o más bien los dos homúnculos, inmóviles en los vientres de sus madres; además se los representa en acción, «duplicando»,  por así decir, los gestos maternales: Jesús de pie hace un gesto de bendición, al tiempo que el pequeño San Juan Bautista se arrodilla frente al Niño Dios, del cual él ya tiene consciencia de ser sólo el humilde Precursor.
   Esta mímica intrauterina sólo traduce el texto del Evangelio de Lucas (1: 39-41), que narra que al oír la voz de la Virgen, el hijo que Isabel llevaba en el vientre dio saltos de alegría (exultavit infans in utero).
   De ahí a ponerse de rodillas no había más que un paso. Los pintores podían leer en una historia de San Juan Bautista versificada a finales del siglo XV:
     Notre Dame qui était pleine / De nostre Seigneur Jésus Christ / Si vint voit sa chère cousine. / Or       
entendez que l'enfant fist: / Dedans le ventre de sa mère / S'agenouilla devant son maistre.
     Nuestra Señora que estaba llena
     De nuestro Señor Jesucristo
     Fue a visitar a su querida prima.
     Y ahora oíd lo que hizo el hijo de ésta:
     En el vientre de su madre
     Se arrodilló frente a su señor.
   La literatura fue todavía más lejos que la pintura. El autor de un poema en versos octosílabos acerca del Nuevo Testamento no se limitó a describir los movimientos de los dos niños «ceñidos» en el vientre de sus madres: los hizo hablar. El pequeño San Juan adora a su Señor y le dirige una plegaria, Jesús le responde desde el vientre de María. Cuán estupefactas debieron quedarse las dos mujeres, ventrílocuas sin proponérselo, al oír ese diálogo milagroso de sus hijos que hablaban antes de su nacimiento.
   Puede citarse, es cierto, un precedente en el Antiguo Testamento. El profeta Jonás entonó una acción de gracias a Yavé en el vientre de la ballena. Pero por inverosímil que sea esta fábula bíblica, fue superada por la imaginación desenfrenada de los hagiógrafos medievales.
   Se cuenta que en un cuadro de la iglesia de San Juan, en Zara, se veía en otros tiempos una Visitación en que el pequeño Juan Bautista brincaba de alegría en el vientre de su madre. Ese cuadro fue quemado por orden del obispo que lo encontraba chocante como espectáculo, no sin razón.
   Muchas representaciones de ese género debieron correr la misma suerte después de la Contrarreforma, hecho que explica su relativa escasez. Sin embargo, pueden citarse buen número de ejemplos esculpidos, pintados o grabados, de Visitaciones con embriones visibles, sobre todo en el arte alemán.
Personajes accesorios: los dos maridos, las dos Marías
   El Evangelio no dice que José haya acompañado a la Virgen. Además, la Visitación generalmente comporta sólo dos personajes, la Virgen e Isabel; se trata de un secreto de mujeres intercambiado sin testigos.
   Pero muy temprano se complicó la escena sumando a las dos primas, sus maridos. La presencia de Zacarías es natural, puesto que el encuentro tiene lugar en su casa. La de José lo es mucho menos, puesto que la Virgen se considera de incógnito y la presencia de José resulta irreconciliable con la apenada sorpresa que expresa luego, al descubrir el embarazo de su mujer. Dicha presencia contradice al mismo tiempo el texto del Evangelio y la verosimilitud. Pero su ausencia, por otra parte, estaba en contra de las costumbres orientales que vedaban a una mujer viajar sola.
   Los dos maridos generalmente están situados a ambos lados del grupo de las dos mujeres, a quienes enmarcan. No obstante, a veces expresan su alegría estrechándose la mano o abrazándose, sin hablarse, puesto que Zacarías estará mudo -por no haber creído en la promesa del ángel- hasta el nacimiento de su hijo.
   El más antiguo ejemplo de esta añadidura se remonta al siglo VI, y es un bajorrelieve de marfil del púlpito de Maximiano en Ravena. El tema es particularmente frecuente en la escuela veneciana del siglo XVI, como lo prueban en el Museo de Viena los cuadros de Palma Vecchio y de Giovanni Cariani. Los artistas románicos flamencos lo introdujeron en los Paises Bajos (Martin de Vios, Museo de Dijon). Vuelve a encontrárselo en el arte francés del siglo XVII (Colgadura de la Vida de la Virgen, catedral de Estrasburgo. Dibujo y grabado de Claudine Bouzonnet Stella, Bibl. de Metz).
   A los dos esposos se los sustituye, o se suman, en ciertas ocasiones, dos criadas o las dos Marías, hermanas maternas de la Virgen, María Cleofás y María Salomé. Ghirlandaio ha adoptado este último partido en su célebre Visitación del Louvre.
   Más excepcional resulta la presencia de dos ángeles turiferarios o caudatarios, oficiando de pajes y llevando la cola del manto de la Virgen. Ese detalle, que se observa en una miniatura de las Horas del mariscal de Boucicaut (Museo Jacquemart André), procede de una contaminación con la Coronación de la reina de los cielos. A consecuencia de estos añadidos de personajes de compañía (Begleifiguren), la Visitación se separa cada vez más del tipo de la Anunciación, cuyo tema resulta incompatible con la presencia de espectadores.
3. La Virgen cantando el Magnificat
   Lucas, 1: 46 - 56. Después de la salutación de su prima Isabel, María entona un cántico de acción de gracias que se llama Magnificat. «Mi alma glorifica al Señor. Y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones».
   Ese cántico, calcado del que entona Ana, madre de Samuel, es la única plegaria conocida de la Virgen. A decir verdad, aunque la Vulgata diga expresamente: Et ait Maria, ha sido cuestionada por los teólogos modernos: Harnack, Loisy y Goguel, que sostienen que el Magnificat debe ser restituido a Isabel, también ella estéril durante largo tiempo.
   Los bizantinos representan a la Virgen con el alma en las manos, en forma de un niño orante, y ofreciéndolo a Dios.
   En Occidente este tema sólo ha inspirado a un reducido número de artistas.
4. La Virgen asiste al nacimiento de san Juan Bautista
   De acuerdo con una tradición que se remonta a Orígenes y a san Ambrosio, la Virgen habría permanecido tres meses junto a su prima, con el objeto de esperar el nacimiento de Juan. San Buenaventura cuenta que María tomó en sus brazos al hijo de Isabel. «El niño fijaba sus miradas en María, como si hubiese comprendido quien era; y cuando ésta quería devolverlo a su madre, inclinaba la cabeza hacia la Virgen y parecía sólo encontrar placer en ella.»
5. El Regreso a Nazaret y la Justificación de la Virgen
   Al tiempo que la Visitación se basa en el Evangelio de Lucas, todos los episodios complementarios, situados entre el regreso a Nazaret y la Natividad están tomados de los Evangelios apócrifos: Protoevangelio de Santiago (capítulos XIII, XIV), Evangelio del Seudo Mateo (cap. X), Evangelio Armenio de la Infancia (cap. VII).
   Después del nacimiento de San Juan Bautista, la Virgen retomó el camino de Nazaret. Pero al volver al hogar fue acogida por los celos de José que cuando descubrió su embarazo la acusó de adulterio y amenazó repudiarla. Ella se justificó contra esas injuriosas sospechas soportando la prueba de las aguas amargas.
   Las escenas son cinco: l. La Virgen se despide de Isabel.; 2. Los celos de José; 3. La Admonición del ángel; 4. La prueba del agua amarga; 5. El arrepentimiento de José que se disculpa por sus infundadas sospechas.
     a) La Virgen se despide de Isabel
   Tema escasamente tratado.
     b) Los celos de José
   Después de la Visitación, que le habría abierto los ojos de haber asistido a ella, José, de regreso de Cafarnaum donde había ido a trabajar en su oficio, descubrió con estupor el embarazo de María. «Se quedó estupefacto» al verla encinta.
   Seguro de no tener nada que ver en ello, le dirigió duros reproches por su mala conducta. La interrogó en presencia de sus cuatro hijos: «¿Por qué has hecho esto tú, que has sido alimentada por un ángel?». Le advirtió que debía lapidarse a una mujer embarazada que no había conocido a su marido. Ella respondió sin perder la calma que aunque estuviese efectivamente embarazada, seguía siendo virgen y no había conocido hombre alguno en su ausencia.
   José permaneció incrédulo, y para evitar un escándalo, decidió repudiarla discretamente. Pero un ángel del Señor se le apareció y le hizo desistir del proyecto afirmándole que el Niño que María llevaba en el vientre había sido concebido por el Espíritu Santo, y que ella estaba «tan virgen como lo fue al nacer».
   Esta escena de celos y reproches está en germen en un pasaje del Evangelio según Mateo (1: 19 - 21), donde se dice que José pensó en devolver a la Virgen, a ocultas (Voluit occulte dimittere eam). Pero fue introducida en el arte cristiano por los evangelios apócrifos, y popularizada por el teatro de los Misterios que desarrollaron con complacencia la comedia de las quejas del marido engañado.
Iconografía
   José observa con expresión irritada a la Virgen encinta que intenta disculparse. Ya ha hecho un paquete con sus ropas y está dispuesto a abandonarla, cuando en el momento crítico aparece un ángel para aplacar su cólera.
   El tema resulta tan familiar en el arte bizantino como en el de Occidente.
   En todo el Oriente helenizado, griego o eslavo, ha sido popularizado por el célebre Himno Akatista, compuesto en el siglo VII cuya sexta estrofa comienza con estas palabras: Una tormenta en el corazón.
   María se justifica con un pasaje de los Salmos 44: 12: Kai epihumesei o Basileus («Prendado está el rey de tu hermosura») que ella le muestra inscrito sobre una filacteria.
   En las puertas de bronce de la catedral de Pisa, María responde: Rore coelesti fe­cundar (Es el rocío celestial quien me ha fecundado).
   Este tema escabroso fue eliminado del repertorio del arte católico en el siglo XVI, por el concilio de Trento.
     c) Primera aparición de un ángel a José para calmarle y disculpar a la Virgen
   Un ángel aparece ante José para darle «sosiego» e impedirle repudiar a la Virgen embarazada. Le explica la «maravillosa impregnación» de su mujer por el Espíritu Santo.
   La declaración tranquilizadora del ángel está glosada en una vidriera de la iglesia Saint Gervais de París, por esta cuarteta ingenua:
     Un ange de Dieu luy nonça
     Et pour verité prononça
     Que de l'Esprit elle estoit pleine:
     Par quoy fut son cuer hors de peine.
   (Un ángel de Dios le anunció / Y con verdad  pronunció / Que del Espíritu ella estaba llena / Por lo cual su cuerpo era inocente.)
   La variante que se lee en la iglesia de Sainte Croix de Provins es del mismo estilo:
     Prens, ô Joseph, ton épouse sans crainte
     Du Saint-Esprit, non d 'homme est enceinte
     Fils de Dieu, vierge, elle enfantera
     Lequel Jésus un chascun nommera.
   (Toma José a tu esposa no temas nada / Del Espíritu Santo, no de hombre, está embarazada / Un Hijo de Dios, aún Virgen, parirá / A quien Jesús, cada cual, llamará.)
   Este tema suele aparecer asociado con el precedente. Ya se lo encuentra en el arte cristiano primitivo, sobre un sarcófago de Puy.
     d) María bebiendo el agua probática en el tempo
   De acuerdo con una ley mosaica que sin duda es un vestigio del culto del agua (hidrolatría), aplicada por numerosas tribus, la mujer sospechosa de infidelidad era conducida al templo y debía no sólo jurar que era inocente sino beber «el agua probática» o «de convicción de Dios», que Henri Estienne llamó en el siglo XVI, en su Apología para Herodoto, «el agua de redargución». Si era inocente la bebía sin molestias, pero si por el contrario era culpable, el agua purgativa y detectora, cargada de maldiciones por el sumo sacerdote, la ponía gravemente enferma. Se trataba en suma, como en el caso de la ordalía del fuego de mayor difusión en la Edad Media, de una forma de Juicio de Dios.
   He aquí los términos en que está enunciada la ley en el Libro de los Números (5: 11 - 28): «El Señor habló a Moisés, diciendo: ( ...) Si una mujer casada se extraviare, y despreciando al marido yaciere con otro hombre, y el marido no pudiere averiguarlo ( ...) la llevará delante del sacerdote... (éste) la conjurará, y dirá: Si no se ha acostado contigo hombre ajeno, y si no te has deshonrado con hacer traición al marido, no te harán daño estas aguas amarguísimas sobre las cuales he amontonado maldiciones. Pero si te has enajenado de tu marido, y te has deshonrado, y acostado con otro hombre, incurrirás en estas maldiciones. Póngate Dios por objeto de execración y escarmiento de todos en su pueblo: haga que se sequen tus muslos, y que tu vientre hinchándose, reviente.»
   Traducido al lenguaje de la medicina moderna, el castigo con que amenaza el Dios de Moisés a la mujer adúltera es la hidropesía.
   Los Evangelios canónicos no hablan de esta prueba humillante infligida a la Virgen. Pero el Protoevangelio de Santiago (16, 1) supone que se le aplicó la ley de Moisés. Además, agrega  que el pobre José, el marido inquieto, debió someterse también a este juicio de Dios, para probar que había respetado la virginidad de su mujer. En el Liber de ortu Beatae Mariae, jura «quod nunquam penitus tetigisset eam», que él sólo se había permitido acariciarla sin poseerla.
   «El sacerdote dijo: Os haré beber el agua probática del Señor y vuestra falta será revelada. Y habiendo vertido el agua, hizo beber a José y lo envió a la montaña, y éste regresó sin molestias. E hizo beber también a María y la envió a la montaña, y ella regresó igualmente indemne».
   Según otra versión incluida en el Evangelio del Seudo Mateo, el hombre y la mujer sospechosos de adulterio o de comercio carnal ilícito, después de haber bebido el agua de la prueba debían dar siete vueltas alrededor del altar sin que les a apareciera signo alguno de malestar en el rostro.
   Si soportaban victoriosamente el examen, los acusadores, sospechosos de falso testimonio, debían beber a su vez el agua amarga. En el teatro religioso de la Edad Media se veía a los acusadores de la Santísima Virgen caerse muertos después de la contraprueba.
   El sumo sacerdote que presenta a María y José la copa amarga, está identificado con Zacarías, padre de San Juan Bautista.
Iconografía
   El arte cristiano de Occidente ha rechazado con razón esta anécdota poco edificante de la purga acusadora. Pero el arte oriental o bizantino no tuvo los mismos escrúpulos de decencia y ofrece numerosos ejemplos de este tema que se ve ilustrado cabalmente en las Homilías del monje Santiago. Los dos acusados son aprehendidos y conducidos brutalmente frente al sumo sacerdote; los cuatro hijos de José son expulsados a bastonazos.
     e) El arrepentimiento de José
   Convencido por la Aparición del ángel y el juicio de Dios de que su mujer sigue pura a pesar de las apariencias, José se retracta públicamente: se arrodilla frente a la Virgen y le pide perdón por sus sospechas infundadas.
   Más reservado que el arte bizantino, el de Occidente se abstuvo de insistir con un tema que amenazaba ridiculizar a José, marido demasiado crédulo, y de comprometer el respeto debido a la Madre del Salvador.
   Desde este punto de vista, es característico que en la Arena de Padua, Giotto pase directamente de la Visitación a la Natividad (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Festividad de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María;
   La fiesta deriva del ciclo navideño y parte de Lucas 1, 39-56. Aunque parezca extraño, porque es un acontecimiento salvífico evangélico, antes del siglo XIII no hay documentos históricos que la atestigüen, en que consta que los franciscanos la celebraban fervorosamente según prescripción del Capítulo General de 1263, siguiendo la exhortación de por San Buenaventura.  La predicación de los Menores hizo que se extendiera a muchas Iglesias, aunque con diversos días de celebración: por ejemplo, en Praga (de cuyo caso hablamos a continuación) y Ratisbona, el veintiocho de abril; en París, el veintisiete de junio; en Reims y Ginebra, el ocho de julio. Se conservan hasta nueve Oficios de esta fiesta. Para su extensión definitiva a la Iglesia Latina fue fundamental la labor del poderoso Arzobispo de Praga y Canciller del Emperador Juan Jenstein (+1400), que en el fragor del Cisma de Occidente se interesó por la fiesta y, habiéndole preparado personalmente Oficio rimado y Misa, la promulgó para su Iglesia en un sínodo diocesano el dieciséis de junio de 1386, señalándole el veintiocho de abril y trabajó por extenderla a otras diócesis y congregaciones, escribiendo a obispos y superiores y dirigiendo varias peticiones a Urbano VI Prignano para que la extendiera a toda la Iglesia para rogar que se erradicara el cisma que azotaba a la Iglesia.
   El papa el mismo 1386 le prometió acceder a su petición en cuanto las turbulencias políticas se lo permitieran, porque se encontraba exiliado en Génova. Habiendo regresado a Roma y estudiado el tema, el citado Urbano VI, en consistorio público, promulgó la fiesta para toda la Iglesia Latina con voto de que se recompusiera su unidad perdida el seis de abril de 1389. En un segundo consistorio público, en los meses de mayo o junio del mismo año, determinó que se fijase el dos de julio y que tuviese vigilia y octava como la del Corpus, y que se rezaran los textos eucológicos de Jenstein. Pero el decreto definitivo no pudo promulgarlo porque le sorprendió la muerte, tras haberla celebrado en Santa María la Mayor, en el mes de octubre del mismo año; la dilación pudo ser por sus múltiples ocupaciones o por objeciones de algunos teólogos a los textos de Jenstein. Le correspondió publicarlo a su sucesor Bonifacio IX Tomacelli el nueve de noviembre del citado año, con la esperanza de que Cristo y su Madre visitaran la Iglesia y pusieran fin al Gran Cisma que dividía la túnica inconsútil de Cristo. El Oficio fue definitivamente redactado por el Cardenal Adam Easton, monje benedictino inglés y Obispo de Lincoln.  Como fue extendida durante el Cisma, muchos obispos de la obediencia opuesta no habían adoptado la nueva fiesta, por lo que fue confirmada, republicando la bula de Bonifacio IX, por el Concilio de Florencia en 1441, bajo la presidencia de Eugenio IV Condulmer, y se ordenó a Tomás de Corcellis un oficio nuevo, que tuvo bastante difusión. En dicho concilio aceptaron también la fiesta en la misma fecha los patriarcas sirio, maronita y copto.  Nicolás V Parentucelli, para que se produjera una total introducción de la fiesta en las Iglesias particulares, volvió a republicar la bula bonifaciana en la suya Romanorum gesta Pontificum de veintiséis de marzo de 1451. Sixto IV della Rovere, por su parte, franciscano conventual, en 1475, hizo introducir en los libros libros litúrgicos de su Orden un nuevo Oficio propio. Fue ratificada, aunque sin octava, por el calendario postridentino de San Pío V Ghislieri, que abolió todos los Oficios propios y le señaló el mismo Oficio de la Natividad mutatis mutandis. Sin embargo, muchas órdenes religiosas, como los carmelitas, los dominicos, los cistercienses, los mercedarios, los servitas, entre otras, así como Siena, Pisa, Loreto, Vercelli, Colonia y otras diócesis, conservaron la octava, así como Bohemia, que celebraba la fiesta el primer domingo de julio como doble de la primera clase. Poco después, Clemente VIII Aldobrandini, en la revisión de los libros litúrgicos de 1602, la elevó a doble mayor e introdujo un Oficio propio compuesto por el franciscano Padre Ruiz. El Beato Pío IX Mastai-Ferretti la elevó, después de su vuelta a Roma del destierro de Gaeta, el trece de mayo de 1850, a doble de segunda clase.  Se señaló primeramente para su celebración el dos de julio, porque es el primer día después de la octava de la Natividad de San Juan Bautista, estimándose que para aquella fecha acabaría la estancia de María en casa de su prima Isabel. Si se hubiera escogido el comienzo de la misma, habría coincido con la cuaresma.
   Fue trasladada en la reforma de 1969 al treinta y uno de mayo como colofón del Mes de María, con el rango de memoria obligatoria, insertándola así entre la Anunciación y la Natividad del Bautista. La Iglesia alemana, sin embargo, ha conservado la fecha del dos de julio, para celebrarla junto con los luteranos. En la comunión anglicana es una conmemoración. Si es verdad que los bizantinos celebran el dos de julio una fiesta mariana, nada tiene que ver con esta celebración, pues lo que conmemoran es la colocación del vestido de la Virgen en la basílica de las Blanchernas (año 473). Para el establecimiento de una fiesta que conmemore la Visitación en la Iglesia Ortodoxa hay que esperar al siglo XIX, por la labor litúrgica del Archimandrita Antonin Kapustin (+1894), cabeza de la Misión Eclesiástica Ortodoxa de Rusia en Jerusalén, que incluso compuso un servicio para el Menaion, que la incluyó en el calendario después de la consagración de la Iglesia del Encuentro de la Virgen y Santa Isabel, promovida por él en Jerusalén, el treinta de marzo de 1883 según el calendario juliano, día que quedó señalado para la fiesta. Sin embargo, no ha sido aceptada por todas las Iglesias bizantinas (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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domingo, 30 de mayo de 2021

La Ermita de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en Alanís (Sevilla)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Ermita de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en Alanís (Sevilla).
   Hoy, domingo 30 de mayo, como todos los domingos, ha de considerarse como el día festivo primordial para la Iglesia. Es el primer día de cada semana, llamado día del Señor o domingo, en el que la Iglesia, según una tradición apostólica que tiene sus orígenes en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el Misterio Pascual.
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Ermita de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en Alanís (Sevilla).
   Es un pequeño recinto, que se encuentra en la calle Jesús, 4; de una sola nave de planta rectangular edificado en 1888 sobre el solar de una anterior construcción. En el testero se sitúa un retablo moderno con la imagen actual de Cristo con la Cruz. En dos hornacinas de los muros aparecen imágenes modernas de candelero de la Virgen de los Dolores y del Rosario, esta última con ropajes del XVIII (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
   Las noticias más antiguas que tenemos de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santo Entierro y Nuestra Señora de la Amargura, se remontan a la segunda mitad del siglo XVII; la parquedad de fuentes hace que hasta el presente desconozcamos la fecha de fundación, así como si tuvo Reglas por la que se regía. Desde su fundación hasta los últimos años del siglo XVIII, la Hermandad estuvo adscrita al Hospital de la Santa Caridad que existió en Alanís hasta el XIX; así durante este siglo consta en las actas documentales que la Caridad era la encargada del culto a Jesús Nazareno.
   Con esta noticia perdemos el devenir  histórico de la Hermandad desde los siglos anteriores hasta la Guerra Civil.
   Las primeras Reglas de la Hermandad de las que se tienen constancia son las actuales, aprobadas por el Arzobispado de la Diócesis Hispalense en noviembre de 1991.
   Las Reglas regulan la vida interna de la Hermandad, destacando entre sus capítulos los dedica­ dos al culto de sus titulares, las exequias por los hermanos difuntos, y las acciones benéficas.
   Desde hace siglos la Hermandad realiza tres Estaciones de Penitencia con sus titulares. La primera de ellas en la madrugada del Viernes Santo, siendo popularmente conocida por "la Bajá". Nuestro Pa­dre Jesús Nazareno es trasladado en multitudinaria presencia del pueblo y acompañado de sus cofrades, desde su capilla hasta la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Nieves, distantes apenas doscientos metros en los que el Nazareno tarda cerca de dos horas, constituyendo uno de los momentos de ma­yor fervor del pueblo que se agolpa entre saetas alrededor de una de sus grandes devociones.
   En la mañana del Viernes Santo tiene lugar la procesión conocida como "El encuentro"; debe su nombre a que en un punto del recorrido del Nazareno, su Madre, Nuestra Señora de la Amargura bajo palio, sale al paso del camino que conduce a Jesús hacia la Cruz. Con ello se pretende escenificar el pasaje de la Pasión de Cristo que los Evangelios Apócrifos nos narran. La tercera de las salidas procesionales tiene lugar en la tarde del Viernes Santo; en ella hace estación de penitencia el Santo Entierro acompañado por la Virgen de la Amargura, que bajo palio negro cierra el cortejo.
   Los cofrades visten en su Estación de Penitencia túnica y antifaz morados, cíngulo de color amarillo y como escudo llevan el anagrama JHS. Son alrededor de unos cien los que acompañan a sus titulares.
   La Hermandad tiene como sede canónica una capilla propia bajo la advocación de Jesús Nazareno. La Capilla es un pequeño recinto de una sola nave de planta rectangular edificado en 1888, sobre el so­lar de una anterior construcción.
   En la cabecera se sitúa el retablo mayor, donado junto con la reja del presbiterio por doña Josefa Leyva y Lorves, según consta en una placa que hay en el templo.
   El retablo mayor consta de banco, cuerpo principal y ático en el que aparece un pequeño nicho. El cuerpo principal está constituido por una gran hornacina, presidida por el titular del templo, flanqueada por cuatro columnas salomónicas que configuran dos calles laterales. Sobre aquélla hay otra de dimensiones más pequeñas en la que se ubica un grupo de la Virgen de las Angustias, Patrona de Alanís. En los paramen­tos de la capilla se abren sendas hornacinas  en las que reciben culto el Santo Entierro, la Virgen de la Amargura y la Virgen del Rosario.
   En 1936 fueron destruidas pasto de las llamas la imagen del Santo Entierro y la de la Virgen, salvándose la del Nazareno. Posteriormente aquéllas serían sustituidas por otras más modernas. De las imágenes perdidas desconocemos tanto la autoría como la fecha de ejecución.
   De los tres Titulares de la Hermandad es Jesús Nazareno el que centra la mayor devoción de los fieles. Desconocemos tanto la autoría como la fecha de ejecución de la imagen, así como si es la primitiva talla titular de la Hermandad.
   La imagen actual es consecuencia de la restauración que en 1970 realizase Andrés Álvarez Cobo, quien dotó a la talla de un aspecto muy diferente al que tenía. Por fotografías anteriores a esta fecha podemos conocer cómo era la imagen. Jesús Nazareno mostraba una postura erguida, con la espalda recta abrazándose a la cruz, al tiempo que inclinaba levemente la cabeza hacia la parte central del pecho. La cabellera estaba constituida por pelo natural.
   Álvarez Cobo suprimió el pelo natural por la cabellera tallada que hoy posee, mostrándonos un cabello lacio dividido por raya al centro que se recoge a la manera tradicional, dejando visible la oreja izquierda y ocultando bajo el pelo la derecha. La cabeza la giró hacia la derecha manteniendo la inclinación hacia abajo, produciéndose un cruce de miradas entre la imagen y el fiel que se acerca a ella. El rostro de cuidada factura presenta cejas finas, ligeramente levantadas. Bajo ellas los ojos aparecen abiertos para causar el efecto ya mencionado. La boca aparece prácticamente cerrada, discurriendo por encima del labio superior el bigote que deja visible el espacio situado bajo la nariz. La barba no muy poblada se configura prácticamente lisa, y se recoge bajo la barbilla a modo de dos mechones. Las manos presentan dedos largos y finos.
   Álvarez Cobo también realizó para la Hermandad un Simón Cirineo que procesiona con el Nazareno. Este se representa con su iconografía tradicional de hombre fuerte que ayuda a Jesús a llevar la pesada cruz.
   La imagen de Jesús Nazareno fue nuevamente restaurada en 1985 por Manuel Doblas. Nuestro Padre Jesús Nazareno hace estación de penitencia acompañado por el Cirineo, en un paso de canasto sencillo de madera dorada decorado con motivos de entrelazos. Los faldones del paso son de color morado.
   Varias son las túnicas que constituyen el ajuar del Nazareno; de entre ellas hay que destacar la bordada. Esta túnica presenta motivos florales que se organizan en torno a ramas de las que salen flores de seis pétalos; distribuyéndose por el cuello, las bocamangas, y por la parte inferior de la túnica, dando gran vistosidad al conjunto. Desconocemos la fecha de ejecución de esta obra, así como su autoría. De la actual tan sólo sabemos que fue pasada a nuevo tejido por Leopoldo Guzmán Álvarez en 1956, a los 71 años, según consta en una nota que se encuentra en su interior.
   También es de destacar el juego de potencias adquirido en 1962 con el anagrama JHS. De la misma fecha es un cordón dorado que luce la imagen en sus salidas procesionales.
   Como mencionamos en líneas anteriores, en 1936 fue destruido el Santo Entierro, que será sustituido en la década de los años cincuenta por la ac­tual imagen, haciendo Estación de Penitencia en una sencilla urna, de la que desconocemos su autor.
   La actual imagen de la Virgen de la Amargura se adquirió por la Hermandad en 1962, sustituyendo a otra efigie anterior esculpida por Antonio Bidón Villar en la década de los años cincuenta. La Virgen de la Amargura procesiona bajo palio negro, con flecos dorados en la terminación de las bambalinas, y cordones del mismo color entre los varales. Estos fueron donados por una devota en 1962.
   Como insignia destacada la Hermandad posee un estandarte cuadrado que tradicionalmente se considera del siglo pasado (Francisco José Flores García, en Nazarenos de Sevilla. Tomo II. Ediciones Tartessos. Sevilla, 1997).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la escena "Camino del Calvario";  
   De la misma manera que solía ordenarse a los condenados a muerte cavar su propia tumba antes de la ejecución, en la crucifixión debían llevar ellos mismos su cruz hasta el lugar del suplicio.
El tema según la Biblia
   Los Evangelios ofrecen dos versiones diferentes de El Camino del Calvario.
   Según los sinópticos  (Mateo, 27: 31; Marcos, 15: 21; Lucas, 23: 26),  un tal Simón de Cirene (África), fue requerido por los soldados romanos para ayudar a Jesús, agotado por la Flagelación, a llevar la cruz hasta la cima del Gólgota.
   De acuerdo con Juan (19: 16), que desconoce a Simón de Cirene, fue Cristo solo quien llevó la cruz hasta el final.
   Los exégetas, comenzando por Orígenes, han intentado conciliar la versión de Juan con los sinópticos. Jesús habría comenzado por llevar su cruz de la misma manera que Isaac había llevado la madera de su sacrificio. Luego, al verlo en el límite de sus fuerzas, los soldados habrían requerido la ayuda de alguien que pasaba. Jesús y Simón se habrían relevado.
   Los racionalistas cuestionan la realidad del episodio de Simón. Extraen un primer argumento del silencio de Juan. Agregan que en el derecho romano, los condenados al suplicio de la cruz debían llevar el patibulum ellos mismos, que el requerimiento a Simón de Cirene habría sido ilegal, y que no se conocen ejemplos de soldados que obligaran a un testigo ocasional a llevar la cruz de un condenado.  
 La escena habría sido imaginada para ilustrar la palabra de Jesús: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.» (Mateo, 16: 24; Marcos, 8: 34).
   Muchos de esos argumentos no se sostienen, puesto que es posible que después de la Flagelación Jesús haya estado físicamente imposibilitado de llevar el patibulum hasta el final, y una requisitoria ilegal no podía detener a Pilato.
   Los artistas optaron ya por la versión de los sinópticos, ya por la de Juan. El arte bizantino adoptó la primera: Simón lleva solo la cruz, adelante de Cristo que le sigue con la cuerda al cuello. El arte de Occidente, que tiene un sentido dramático más desarrollado, representa a Cristo sufriendo en solitario bajo el peso de la cruz o ayudado por Simón el cireneo.
Las prefiguraciones
   Los teólogos, naturalmente, han buscado -y encontrado- en el Antiguo Testamento las prefiguraciones que enmarcan a Cristo con la cruz a cuestas en las miniaturas y en las vidrieras. Son éstas:
   1. Isaac llevando sobre los hombros la madera del sacrificio.
   2. Aarón marcando con la tau cruciforme el dintel de las casas de los Israel.
   3. El patriarca Jacob bendiciendo con las manos entrecruzadas a sus nietos Efraím y Manasés.
   4. La viuda de Sarepta que lleva al profeta Elías dos leños dispuestos en forma de cruz.
La iconografía primitiva
   En las realizaciones más antiguas, la iconografía de Cristo con la cruz a cuestas es muy simple.
   Cristo avanza, vestido con una túnica roja, la frente ceñida por la corona de espinas, a veces precedido por los dos ladrones. No padece por la carga de la cruz porque ella es pequeña, más emblemática que real. A finales de la Edad Media la cruz se vuelve desmesuradamente pesada, su carga es cada vez más aplastante, para apiadar a los fieles con los sufrimientos del Redentor.
El enriquecimiento del tema por los Evangelios apócrifos y el teatro religioso: la Virgen y santa Verónica
   Los artistas no se contentaron con la Biblia y los comentarios teológicos. Los Evangelios apócrifos y la puesta en escena del teatro de los Misterios les sugirieron numerosos agregados al tema inicial. Los más populares son el Desmayo de la Virgen y el Encuentro de santa Verónica.
El desmayo de la Virgen
   El Evangelio de Lucas indica que "Le seguía una gran muchedumbre del pueblo y de mujeres, que se herían y lamentaban por Él». Pero los Evangelios apócrifos están mejor informados: saben que la Virgen conducida y sostenida por el apóstol Juan, se detuvo ante el paso del cortejo y que al ver a su Hijo doblegado bajo la carga de la cruz, se desmayó.
   Esta escena accesoria, que tiene el inconveniente de crear un segundo centro de interés en detrimento de la escena principal, poco a poco fue adquiriendo tal importancia en la composición, que Cristo con la cruz a cuestas a veces se denomina Spassimo della Vergine o Pâmoison de la Vierge. Tal es el caso de un célebre cuadro de Rafael o de su escuela, procedente de un convento de olivetanos de Sicilia, que se llama Lo Spasimo di Sicilia. Un altorrelieve de Laurana en la iglesia de Saint Didier de Aviñón, se llamaba Notre-Dame du Spasme.
La Verónica 
   Por la influencia del teatro de los Misterios, hacia finales del siglo XV apareció una santa imaginaria, Verónica, que conmovida de piedad seca con un velo el sudor que corría por el rostro de Cristo: en recompensa por ese gesto piadoso, ella recogió en el sudario la impresión de la Santa Faz. De esta verdadera  imagen (vera icona)  procede el nombre Verónica.
   También a la puesta en escena de los Misterios deben atribuirse sin duda los detalles realistas que invadieron el arte de finales de la Edad Media. Cristo tiene un ronzal en el cuello, como una bestia conducida al matadero; niños despiadados le lanzan una lluvia de piedras. A veces va precedido por un heraldo que hace sonar una trompeta.
   En resumen, en Cristo con la cruz a cuestas pueden distinguirse tres episodios:
   l. Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la  cruz (Gesù aiutato da Simone il Cirineo).
   2. El Desmayo de la Virgen. (Il Spasimo della Virgine.)
   3. Verónica seca el sudor de su rostro (Gesù asciugato dalla Veronica).
El Camino del Calvario 
 La transformación  más importante que se opera a finales de la Edad Media en la iconografía de Cristo con la cruz a cuestas se debe a la aparición de una nueva devoción instituida y difundida por los franciscanos que habían recibido la guarda o «custodia» de los Santos Lugares, es lo que se denomina el Camino del Calvario.
   Es fácil reconstruir la génesis de esta devoción. Por el hecho de que Simón de Cirene había sido requerido para ayudar a Jesús a llevar su cruz, se concluyó que Cristo debió caer bajo la carga que superaba sus fuerzas no una sino muchas veces, que había sido obligado a detenerse para recuperar el aliento. La dolorosa Ascensión del Calvario habría sido medida por Estaciones, que los místicos, como el Pseudo Buenaventura y santa Brígida, se esforzaron en reconstruir por medio de la imaginación, como si hubiesen sido testigos.
   Esos altos o estaciones fueron puestos en escena por los autos sacramentales del teatro de los Misterios. Los artistas fijaron finalmente esos «cuadros vivos» en innumerables Caminos del Calvario que jalonaron las naves de todas las iglesias, o en Calvarios (Sacro Monte, Kalvarienberg), dispuestos sobre la pendiente de una colina, que los peregrinos ascendían a veces de rodillas, como era el caso en la Scala Santa de Letrán, entonando sus oraciones en cada «Caída de Cristo».
   ¿Cuántas eran esas Estaciones? El Camino del Calvario comportaba, en su origen, siete Estaciones: siete es un número sagrado. Tal es el número de los bajorrelieves de Adam Kraft en el Camino del Calvario del cementerio de San Juan, en Nuremberg. De acuerdo con su temperamento, los artistas han representado esas Caídas de Cristo durante el ascenso al Calvario con un realismo más o menos brutal, más o menos patético.
   Ya Jesús cae de rodillas (Andrea Sacchi), ya se derrumba de cara en toda su estatura, con las manos hacia adelante.
   (Dominichino): ese es el momento que eligió Verónica para secarle el sudor que le corría por la frente.
   En el siglo XVII, por la iniciativa de los franciscanos, y especialmente la del predicador italiano Leonardo de Porto Maurizio, el número de las Estaciones se duplicó, para llegar a catorce. Aunque esa cifra sea completamente arbitraria, se la mantuvo.
   La devoción del Camino del Calvario, que es una de las creaciones más populares de la orden de los franciscanos, nació del deseo de multiplicar el beneficio espiritual y material de una peregrinación a la colina del Gólgota, enclavada en la igle­sia del Santo Sepulcro.
Representaciones de Cristo con la cruz a cuestas, caído
   Después del Renacimiento, los pintores de la Contrarreforma y de la época romántica renovaron este tema conmovedor. En su Cristo ascendiendo al Calvario (Museo de Metz), Delacroix se inspiró, evidentemente, en el Cristo con la cruz a cuestas de Rubens, que había visto en el Museo de Bruselas. Pero le dio un carácter del todo diferente. La ascensión triunfal imaginada por el maestro flamenco se convierte en un avance lento y doloroso del condenado, a punto de desfallecer a cada paso, que se arrastra penosamente hasta el lugar del suplicio.
   En el arte popular polaco cuyas tradiciones perduran en nuestros días, el motivo patético de Cristo caído, sucumbiendo bajo el peso de la cruz, resume con frecuencia la tragedia del Camino del Calvario.
Versiones alegóricas y colectivas de Cristo con la cruz a cuestas
   Cristo con la cruz a cuestas no siempre ha sido concebido y representado como una escena histórica. Hacia finales de la Edad Media se multiplicaron las versiones alegóricas.
   No es sólo la Virgen quien, siguiendo el ejemplo de Simón de Cirene, levanta uno de los brazos de la cruz para aliviar la carga de su Hijo. Es la Iglesia, a la cual simboliza, y hasta la cristiandad entera, quien acude en su auxilio. Papa, cardenales, sacerdotes, laicos, quieren su parte en la carga, con la esperanza de asegurarse la vida eterna a causa de esta asistencia simbólica.
   Hay frescos de los siglos XV y XVI que ilustran este Cristo con la cruz a cuestas co­lectivo. En un manuscrito franciscano de la Biblioteca de Perusa, Jesús va seguido por una procesión de hermanos menores, stauróforos, que llevan una selva de cruces sobre los hombros.
   Según parece, en Francia, al menos en la capilla del castillo de Montriu, en Saint Aubin des Ponts de Cé, en Lion de Angers, y en Notre Dame de Chavigny en Poitou, este tema fue tomado de una endecha del rey Renato, donde éste asocia la humanidad entera con la Pasión de Jesucristo, desarrollando estas palabras del Redentor: «Qui vult venire post me, tollat crucero suam et sequatur me.» Mendigos, ladrones, enfermos, presos, peregrinos, campesinos, viudas, huérfanos, mal casados..., en suma, todos los desheredados de la tierra, acuden a su hora para ayudar a Cristo a llevar su cruz, más pesada que las suyas (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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