Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

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miércoles, 31 de marzo de 2021

Un paseo por la calle Sierpes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Sierpes, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     Hoy, 31 de marzo de 2021 (Miércoles Santo), es el mejor día para ExplicArte la calle Sierpes, de Sevilla, dando un paseo por ella, puesto que forma parte de la llamada Carrera Oficial (itinerario obligatorio que recorren todas las Hermandades de Penitencia durante la Semana Santa, para realizar la estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral.
     La calle Sierpes es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo, y va de la calle (plaza) de la Campana, a la plaza de San Francisco.
     La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta,  constituida  por  bloques  exentos,  la  calle,  como  ámbito  lineal de relación, se pierde, y  el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
     La vía, en este caso una calle, está dedicada, según la leyenda a la quijada de una serpiente, colgada en un mesón existente en dicha vía.
     Desde el s. XIII fue conocida como calle de la Sierpe; a fines del s. XVIII empieza a hacer su aparición en la forma plural, de las Sierpes. En la segunda mitad del s. XIX, coincidiendo en esto con otros muchos topónimos, comienza a verse afectada por un proceso de pérdida del artículo, quedando en la forma actual, aunque durante dicha centuria subsisten las dos variantes. Sobre el significado del nombre, la versión más antigua conservada es la que ofrece L. Peraza (Historia de Sevilla), que escribe en el s. XVI, es decir, casi tres siglos después de la aparición del nombre: "Llamáronla así por una quijada, que dicen ser de sierpe, que está colgada en un mesón que está en medio desta calle, el cual, por la quijada, llaman de la Sierpe". En el s. XIX, mientras Próspero Merimée lo relaciona metafóricamente con  las vueltas que, a manera de serpiente, dice tener la calle, hace su aparición la segunda versión que ha llegado hasta la actualidad. Se atribuye su denominación a un caballero Gil de Sierpe, en cuyo nombre no se ponen de acuerdo los autores, que allí tuvo su residencia tras la conquista de la ciudad. Sin embargo, estos apellidos no se encuentran en el "Libro de Repartimiento". Según Arana y Varflora (Compendio histórico... de Sevilla...), que escribe en el s. XVIII, y al que seguirán autores posteriores, con anterioridad a Sierpes se denominó Espaderos, por los fabricantes de estas armas que en ella residían. Aparte de que el topónimo Sierpes ya existe en el s. XIII, en toda la documentación manejada no ha aparecido este topónimo ni en una sola ocasión. Cuando se confecciona el plano de Olavide (1771), el espacio en el que confluye Rioja es conocido como sitio de la Cruz de la Cerrajería, por estar en ella ubicada la conocida cruz de forja, hoy en la plaza de Santa Cruz. A partir de 1640, una vez retirada definitivamente ésta, se denomina sitio o plaza de la Cerrajería hasta finales de la centuria. La confluencia de Sagasta y Jovellanos también es conocida a mediados del s. XVIII por las Cuatro Esquinas, posteriormente Cuatro Esquinas de San José, por la proximidad de la capilla de esta advocación.
     Sierpes formaba parte, todavía en la an­tigüedad, de un antiguo brazo del Guadalquivir, el que atravesaba desde la Alameda de Hércules, Trajano, Amor de Dios y Campana, hasta desembocar a la altura de lo que más tarde sería la Puerta del Arenal, y que­daría integrada en el espacio urbano en época musulmana. Con frecuencia la literatura ha insistido en describir esta calle como irregular, estrecha y con vueltas; "estrecha y retorcida" la considera Rubén Darío, y es "estrecha y tortuosa", a decir de Pío Baroja. Es cierto que su condición de vía estrecha es reflejada en la cartografía histórica, particularmente en algunos tramos como el com­prendido entre Sagasta y Cerrajería, pero no ocurre así con su calificación de sinuosa, a pesar de la frecuencia con la que se ha querido explicar su denominación en función de un supuesto trazado serpenteante. Ya en 1586-91, a raíz del derribo de una casa esquina a la actual Pedro Caravaca, se pidió que la ciudad comprase un saliente que la casa hacia y que estrechaba considerable­mente el lugar. Sin embargo, no será hasta mediados del s. XIX cuando se acometa su alineación y ensanche; de l854 data un primer proyecto de alineación, que es seguido por otros varios, bien parciales o que afectan al conjunto de la calle, en la década de 1860, en 1873, 1890, 1911, 1926-1931, y finalmente un proyecto de urbanización y reforma interior fechado en 1941 para la manzana comprendida entre Sierpes, Almirante Bonifaz, General Polavieja y Granada. Al final de la calle, en la acera de los impares, a raíz de un proyecto de urbanización de 1927, fueron derribadas tres casas, en el lugar en que hoy se encuentra instalado un quiosco de prensa.
     Actualmente es una calle relativamente larga y rectilínea, pero de desigual anchura, que presenta frecuentes entrantes y salientes, sobre todo en la acera de los impares, en el tramo comprendido entre Rafael Padura y Rivero, al no haberse llevado a término los proyectos de alineación anteriormente mencionados. Confluyen, por la acera de los pares, Pedro Caravaca, Rioja, Jovellanos y Almirante Bonifaz, y por la de los impares, Rafael Padura, Azofaifo, una barreduela sin nominar y cerrada por una cancela en el primer recodo, Rivero, Cerrajería, Moreno López, Gallegos, y Entrecárceles. Hasta principios del s. XVII, cuando se solicita su cerramiento (1611-1614), existió una calleja, aproximadamente enfrente de la actual Rivero. Como contraste, en las últimas décadas han sido abiertos varios pasajes, total o parcialmente cubiertos, que comunican Sierpes con Tetuán o Cuna, con una función eminentemente comercial; tres de ellos se localizan en la manzana comprendida entre Rioja y Jovellanos: pasaje del Ateneo, uno sin nominar en el núm. 46, y pasaje de las Delicias; en la acera opuesta la barreduela Moreno López ha sido prolongada hasta comunicar con Cuna, y recientemente se ha abierto otro pasaje a comienzos de la calle, que tras un largo recorrido y haciendo ángulo desemboca en Vargas Campos. 
     Como queda dicho, Sierpes formaba parte de un antiguo brazo del Guadalquivir, lo que se ponía de manifiesto en las grandes avenidas, cuando el río recuperaba sus viejos cauces. Por esta misma razón es una calle de baja cota, por la que corrían las aguas de lluvia, resultando intransitable con frecuencia; en 1725 los vecinos se quejaban de que se habían quitado unas pasaderas que allí había, por lo que era imposible atravesar la calle en tiempos de lluvia. Todavía a finales del s. XVIII eran vertidas libremente aguas fétidas en Sierpes, que corrían hacia la Campana; en 1850 fue aprobada la construcción de un primer trozo de cloaca, desde ésta a la actual Pedro Caravaca; pero no sería definitivamente completada hasta 1676-78.
     Hay noticias del enladrillado de esta calle desde 1522; desde finales de la misma centuria se indica que debe ser enladrillada o empedrada y en 1597 se empiedra por vez primera; desde entonces son continuas las referencias a su empedrado, al tratarse de una vía principal y de mucho tránsito; por esta razón en algunas ocasiones se insiste en que el empedrado "quede fuerte", "y porque es calle pasajera haga echar en el empedrado que se hiziere encadenados y cal de manera que quede con la fortaleza que conviene..." (Sec. 10, 29-VII-1616). La procesión del Corpus Christi era siempre ocasión para que se limpiara y empedrara la calle, así como en acontecimientos especiales, como el desfile del estandarte real en 1666 o la venida de Carlos IV en 1790. Se continúa empedrando hasta mediados del s. XIX y en 1844 hay una propuesta de utilizar un empedrado especial: "Se leyó el dictamen de la comisión de empedrado en que, deseosa de que se principiase a establecer en esta ciudad un empedrado que reúna todas las condiciones de duración, comodidad, buen aspecto, etc. y de dejar consignado durante la administración del actual Ayuntamiento un ejemplar que sirva de estímulo a los sucesivos, proponía que se procediese en la subasta a la contrata del corte y conducción de veintidós mil cincuenta pirámides truncadas de la piedra de salipez de un pie cuadrado de base y otro de altura que son las necesarias para dos mil cuatrocientas cincuentas varas superficiales de empedrado que tienen la calle de la Sierpe designada por la comisión para este encargo..." (Sec. 10, 10-V-1844). En 1852 se acordó que se empedrase "de cuñas", y más tarde con losas de Canarias (1854) y losas de Tarifa (1859); es adoquinada en 1892 y cubierta con una capa de ce­mento en 1904; tras sucesivas reparaciones a lo largo de la primera mitad de la presente centuria, en 1948 se acordó una nueva pavimentación de losetas de cemento con bandas rojas y negras; por último, en 1973, tras ser renovadas las instalaciones de agua, alcantarillado, teléfono, gas y electricidad, fue dotada con la pavimentación que hoy con­serva, con losetas en tonos rojizos, grisáceos y blancos formando dibujos geométricos.
    Fue dotada con farolas de gas en 1854, renovadas en 1888; en 1894 se colocaron de forma excepcional focos eléctricos durante los días de Semana Santa; actualmente la iluminación pública se apoya en farolas de báculos adosadas a las fachadas, que se encuentran reforzadas por la cantidad de luminosos comerciales que reclaman la atención del viandante, colocados bien directamente sobre las fachadas, o en banderola. Durante los días de Navidad la asociación de comerciantes (Asociación Sierpes) adorna la calle con luces con motivos navideños, y en los meses de verano estos mismos comerciantes, recuperando una tradición del siglo pasado, cubren la calle con toldos para darle sombra; en 1851 la prensa recogía la noticia de que los vecinos estaban procediendo "a ponerla cómoda y fresca pa­ra los ardorosos días del próximo estío..." (El Porvenir, 28-V-1851); desde entonces, bien como iniciativa de los comerciantes o como servicio municipal, es cubierta durante los meses de calor con estos toldos que le dan sombra y una luz particular, que sorprenden a quienes la visitan por vez primera y luego elogian tan original iniciativa. Sierpes es ahora una calle peatonal, pero en el siglo pasado, a pesar de su mayor angostura y siendo ya una vía de intensa actividad comercial y lugar de paseo, registraba tráfico de carruajes; ello ocasionó algunos acciden­tes y frecuentes protestas, de forma que se sucedieron períodos alternativos de apertura y cierre al tráfico rodado en el XIX, hasta que definitivamente quedó como calle peatonal. Cuenta con varias cabinas de teléfono, dos quioscos de prensa, y algunos ba­res instalan veladores en la calle.
     Desde el s. XIV hay noticias de la existencia de una cruz en la confluencia de Sierpes y Cerrajería; en 1692 se encargó a Sebastián Conde la construcción de una de hierro con destino a este punto, que vendría a sustituir a otra ya deteriorada. Esta cruz era desmontada cuando algunos cortejos oficiales recorrían la calle, y desde 1840 no volvió a ser instalada. También contó esta calle con soportales o "portales"; en 1633 y 1668 hay referencias al estado ruinoso de los existentes, y en 1832 se acordó el derribo de los que quedaban.
     De las construcciones ya desaparecidas es de destacar, en primer lugar, la cárcel, situada al final de la calle desde los siglos medievales y que subsistió, tras diversas reformas, como la de 1563, hasta 1840; en ella estuvieron presos Cervantes y Mateo Alemán, y su peculiar ambiente fue descrito por el autor  del XVI Cristóbal de Chaves (Relación de la cárcel de Sevilla) y el jesuita Pedro de León (Grandeza y miseria de Andalucía). Tras su derribo, en el solar fueron instalados unos baños, más tarde un hotel y un café; actualmente en su lugar se levanta el edificio del Banco Hispano Americano (hoy Caixa Bank), sobre cuya fachada una lápida, mandada colocar por la Real Academia de Buenas Le­tras de Sevilla en 1905, recuerda que allí estuvo preso Cervantes, y un azulejo reproduce el grabado de Gonzalo Bilbao que representa la fachada de la Cárcel Real con el antiguo retablo de la Visitación, existente en aquel lugar desde finales del s. XVI hasta principios del XIX. Esquina a la actual Moreno López hubo otro retablo que representaba a la Virgen del Carmen, trasladado en 1816 a la entrada de la iglesia del Salvador. Estuvo también en esta calle, a la altura de Azofaifo, el Jardín Botánico de Nicolás Monardes y Alfaro, famoso médico del s. XVI que vivió allí, como recuerda un azulejo colocado en 1989 en la fachada del núm. 19.
     En época moderna se instalaron en Sier­pes algunas instituciones monásticas, todas ellas desaparecidas en el siglo pasado. En 1594 lo hicieron las monjas dominicas de la Pasión, en el primer tramo de la acera de los impares; tras la exclaustración en 1837, sus dependencias fueron ocupadas por El Diario Sevillano y la primera litografía que exis­tió en Sevilla, la de Vicente Mamerto Casajús y Espinosa, como recuerda el azulejo colocado en la fachada del núm. 15. Casi frontero a este convento, con entrada por la actual Pedro Caravaca, desde comienzos del s. XVII se instaló el de San Acasio, de padres agustinos; tras su expulsión por los franceses, fue ocupado por la Academia de las Tres Nobles Artes, posteriormente por la Biblioteca Pública, luego por Correos, con su célebre cabeza de león como buzón, y hoy acoge al Círculo de Labradores y Propietarios de Sevilla, donde todavía se conservan restos del antiguo convento. Finalmente, a la altura de la actual  Rioja, se encontraba el convento de Nuestra Señora de la Consolación, de monjas mínimas de San Francisco de Paula, en cuya Iglesia, también tras la exclaustración, se estableció el Círculo Republicano Federal, y más tarde el cine Lloréns.
     Llama la atención de esta calle que, a pesar de su importancia comercial, o precisamente por esa misma razón, predomine la vivienda popular e incluso modesta del s. XIX y no se haya procedido a la renovación de su caserío en los últimos decenios, como ha ocurrido en el sector más dinámico del casco histórico. Puede añadirse que la tipología y características de la edificación de esta calle quedan en buena medida desdibujada por la importancia de la actividad comercial localizada en las plantas bajas; ello se traduce, por un lado, en que parte del caserío se encuentra desocupado en las plantas altas, en el mejor de los casos utilizadas como almacén, y con cierto grado de deterioro en fachada, y por otro, en una acusada ruptura entre la planta baja, readaptada a las necesidades de la actividad comercial, con grandes huecos en fachada y predominio del cristal y materiales metálicos en su decoración, frente a las plantas superiores, ocupadas o no, en mejor o peor estado de conservación, y que en algunos casos cuentan con azulejos que anuncian los negocios allí instalados, como en el núm. 9, en que se representa a Velázquez y su obra la "Rendición de Breda", de una casa de seguros que lleva el nombre del pintor, y los que anuncian la armería y tienda de Deportes Z; toldos, voladizos, reclamos publicitarios y luminosos contribuyen a marcar la separación entre la planta baja comercial y el resto. En conjunto, predomina la edificación de tres y cuatro plantas, pero no faltan algunas de dos y otras de cinco, originando rupturas de es­calas y dejando una impresión de desorden urbanístico, precisamente en una de las vías más significativas y emblemáticas de la ciudad de Sevilla. Al haber sido afectada por procesos de alineación en la segunda mitad del siglo pasado, muchos de sus edificios construidos a partir de entonces responden a los cánones estilísticos del modernismo y regionalismo de comienzos de esta centuria. De su edificación merece ser destacada la casa núm. 1, esquina a la Campana, del s. XVIII; la núm. 6, donde estuvo situado el teatro cine Palacio Central, obra de Balbino Marrón; la núm. 16, de dos plantas, actual sede del Círculo de Labradores, en la que se conservan restos del antiguo convento agustino de San Acasio, al que ya se ha hecho alusión; el edificio La Catalana en el núm. 20, obra regionalista de José Espiau y Muñoz. A este arquitecto se debe también la reforma efectuada en el salón Lloréns para readaptarlo a cine en 1913-15, y que hoy ha sido profundamente alterado en su estructura original al haber sido reutilizado sucesivamente como almacén comercial y ahora como salón de juegos. La casa núm. 22, de tres plantas, fachada de ladrillo con pilastras rematadas por capiteles formando calles, ha sido recientemente restaurada por una entidad de ahorros. En el núm. 40, esquina a Rioja, se localiza una obra modernista de José Gómez Millán (1910-11), con interesante cierro; también de este arquitecto es la casa núm. 60, de cuatro plantas, originariamente construida en 1910 como sede de los almacenes comerciales El Águila y hoy ocupada por una entidad bancaria; por último, en la esquina a la plaza de San Francisco ha de citarse la casa núm. 90, que lleva varios años en restauración, de cinco plantas, fachada de ladrillo visto y decoración de azulejos, fechados entre 1927 y 1930. De la edificación más reciente hay que destacar. en el núm. 41, las oficinas del Banco de Granada, obra de J. M. García de Paredes (1972-73), si bien su estilo moderno y los materiales utilizados en la fachada contrastan con la tipología y estilos dominantes en la calle.
     Por lo que se refiere a las actividades que a lo largo de los siglos se han desarrolla­do en esta calle, las relacionadas con el comercio y la producción son las primeras en aparecer, pues los documentos más anti­guos, del s. XIII y primeros años del XIV, se refieren a tiendas y almacenes. En el siguiente hay noticias de personas que son multadas por sacar sus mesas y tableros de trabajo a la calle, estorbando el tránsito por ella; y a fines del mismo debían tener allí sus talleres la mayor parte de los espaderos y freneros, y bastantes herreros, ya que es donde se pregonan las ordenanzas de los respectivos oficios. En los siglos XVI y XVII se encuentran artesanos del calzado (zapa­teros y "xervilleros"), guarnicioneros y talabarteros, espaderos y cuchilleros, cerrajeros e impresores, algunos de naipes, de ahí que Cervantes sitúe en ella a un maestre Pierre Papin, al que hace destacado fabricante de éstos, y, según Peraza, en ella residía un famoso armero llamado micer Guillo, cuyos servicios solicitaba con frecuencia Carlos I. Según ordenanzas del s. XVIII, era una de las calles en las que los plateros podían tener talleres, en el tramo hasta las Cuatro Esquinas; a comienzos del mismo se alude a las dependencias del estanco de la pólvora.
     Sin embargo, en la citada centuria se debe producir un cambio en las actividades de la calle: el aparente predominio de las artesanales será sustituido por el comercio. Los viajeros extranjeros que vienen a Sevilla desde las primeras décadas del s. XIX resaltan su condición de centro comercial, comparándola con otras similares en Londres o París; R. Ford destaca las numerosas tiendas de moda femenina, "tiendas a la moda para todo cuanto necesitan las damas; el barón Davillier el que allí están las tiendas más elegantes. Los periódicos, como El Porvenir (1854), la califican de "la más principal de Sevilla". Es decir, en esta centuria se ha con­vertido ya en el eje comercial que es en la actualidad, con la apertura de tiendas especializadas.
     Entre éstas hay varias que se fundan en el s. XIX, como los almacenes El Águila, bazar de ropa hecha, Casa Damas, dedicada a la música, Papelería Ferrer (1856), o la confitería La Campana (1885). Algo posteriores son El Cronómetro (l901), la sombrerería Maquedano (1910) o Casa Rubio, dedi­cada a paraguas y abanicos, y Deportes Z. Allí se levanta la primera tienda de souvenirs, el Palacio de Novedades (1900). La tra­dición de los impresores, entre los que se pueden citar Alonso de Coca, Fernando Díaz o Francisco de Lyra, que tienen  taller en los siglos XVI y XVII, se continuó con algunas librerías en el s. XIX, como la de Geofrín, lugar de tertulias, y la de Sanz, que hace pocos años se trasladó a una calle próxima y que recientemente ha cerrado sus puertas. Entre las de más reciente instalación se en­cuentran tiendas de joyas y bisutería, zapaterías, tiendas de bolsos y otros accesorios, "boutiques", como la de los destacados modistos sevillanos Vitorio y Lucchino. Recientemente proliferan las de cerámica y souve­nirs, así como las casas de juegos electróni­cos. Completan este panorama numerosos establecimientos bancarios.
     En relación con estas actividades y con el movimiento de personas que generaban, adquirió gran importancia la hostelería. Varias fondas y hoteles acogen a los visitantes extranjeros en el siglo pasado (XIX), como el Europa, en el que se aloja Alejandro Dumas, el Imperial y el Suizo. Pero, sobre todo, destaca la proliferación de cafés, centros de tertulias políticas, literarias y de otro tipo. Entre ellos destaca el del Turco o de la Cabeza del Turco, luego América, Europeo y Madrid, y hoy salón de juegos, aprovechando una casa-palacio, lugar de tertulia de liberales; se dice que Zorrilla se inspiró en uno de los empleados para crear uno de los personajes del Tenorio; el Rezo, centro carlista; el Iberia, en el solar de la antigua cárcel; el Emperadores (1867), cerca de éste, con numero­sas tertulias de comerciantes e industriales; el Colón, luego Royal; el Universal, cuya tertulia literaria fue retratada por Gonzalo Bilbao; el Central, que también acogía tertulias; el Suizo, en el que tuvo lugar la primera sesión cinematográfica en la ciudad (1896); otros fueron el Correo, Burrero, la Campana (1850), París (1879), la Flor Cubana, el Pasa­je Andaluz o el Nacional, en el que se reunían los poetas de la revista Mediodía, cuya tertulia es retratada por uno de ellos, Romero Murube, en los siguientes términos: "Reuníanse además elementos ajenos a la literatura, tipos pintorescos de la madrugada y el trasmundo del orden, que unas veces traídos por el inquieto Sánchez Mejías, otras por el sorprendente Villalón, llenaban de inciden­cias raras e insospechadas las alegres reuniones de nuestro cenáculo literario. No faltaron, como es natural, princesas orientales, espiritistas, rancios académicos de Buenas Letras, deportados portugueses, eruditos cavernosos, lánguidos poetas de la meliflua Suramérica, pollos modernistas, esperpen­tos, pamplinosos del surrealismo, niños impertinentes, sabios hueros, sablistas y charlatanes, sin que también algunas poetisas de inspiración y hechos más o menos amables" (Sevilla en los labios). Algunos de ellos fue­ron casas de comida y restaurantes; otros, cafés cantantes o cafés teatros, que contribuyeron poderosamente a la difusión del flamenco. En los últimos años de la pasada centuria (s. XIX) aparece el cine en Sevilla (1896), y lo hace en esos cafés, hasta que poco a poco van surgiendo locales en los que las variedades dan cabida al séptimo arte, y se levantarán en esta calle y en las colindantes teatros y las primeras salas cinematográficas, como Imperial (1906), Lloréns (1911), Sierpes (1934). En este apartado de actividades recreativas hay que incluir el frontón Sierpes, en el solar del antiguo convento de Pasión.
     También comenzaron a proliferar a partir del pasado siglo los casinos y círculos recreativos, culturales, sociales o políticos: el Republicano Federal (1868), el Mercantil (1870), el Español (1875), el Ateneo (1879), Militar (1881), Unión (1886), el Sevillano de Clases Pasivas (1893), Español, Labradores, que se instala en el solar de la antigua cárcel (1905) y posteriormente se traslada a su sede actual, y el de la Juventud Conservadora (1912). De todos ellos, hoy subsisten el Mercantil, el Militar y el Labradores. También algunas casas regionales, como las de Castilla la Vieja y Extremadura.
     Todo esto contribuyó a que se convirtiese en calle muy concurrida, como resalta González de León, y lugar de paseo noctur­no, con una gran animación hasta altas horas de la noche, como recogen los periódicos a lo largo del pasado siglo XIX. Lo que, a su vez, propiciaba la proliferación de vendedores ambulantes, en algunos casos extranje­ros, que comercian con perfumes y jabones, y, sobre todo, de vendedores de cerillas, a pesar de las prohibiciones para su instalación, que en los años cincuenta de este siglo XX eran vendedores de tabaco, y, en fin, mendigos. En las primeras décadas de esta centuria del siglo XX el agraz del célebre puesto de Dolorcitas, en la esquina de la actual Rafael Padura, atraía a numerosa concurrencia. Su lugar se­ría ocupado en las décadas centrales de este siglo por otro personaje famoso, Curro, con su puesto de periódicos.
     El ambiente y la funcionalidad de Sierpes han experimentado en los últimos años un notable cambio, en claro contraste con los rasgos que la definieron a lo largo del s. XIX y primera mitad del XX. En términos generales puede decirse que se ha venido restringiendo su función recreativa en favor de un uso casi exclusivamente comercial y mercantil. Ello ha alterado en buena medida su carácter y ha reducido, sin duda, su anterior atractivo. Antes no era sólo lugar de compras sino también, y muy principalmen­te, de tratos comerciales, de esparcimiento (por sus numerosos bares, cafés y tabernas) y hasta de paseo de los sevillanos. Ofrecía por igual un ambiente urbano y campesino, ciudadano y taurino, sin duda por la fuerte nota de ruralismo que hasta nuestros días ha venido impregnando la vida sevillana. Su intensa vida nocturna, sus tertulias, los grupos humanos improvisados ante los establecimientos, sus abundantes betunerías, los sillones de mimbre que casinos y círculos instalaban en la misma calle, y sobre todo los corrillos de tratantes y corredores junto al Círculo Mercantil y en los aledaños de las Cuatro Esquinas de San José, daban a Sierpes un ambiente muy singular y contribuían, con el ajetreo de compradores y paseantes, a crear una sugestiva atmósfera hoy desaparecida casi en su totalidad. A ello había que añadir sus salas de cine, las más lujosas de la ciudad, animadoras de su gran ambiente nocturno. Era, por tanto, no sólo una vía comercial y de continuo tránsito entre dos en­claves tan importantes como la Campana y la plaza de San Francisco, sino también una calle para "estar", un lugar en el que muchos sevillanos pasaban bastantes horas del día, protegidos del sol veraniego por un grato entoldado, o de la noche, en sus numerosos locales de recreo. Transitar por ella podía tener para no pocos habitantes de Sevilla algo de rito periódicamente renovado, de encuentro con reales o supuestas esencias de la ciudad y con uno de sus espacios públicos que mejor la definen. Tal vez también con toda una forma genuinamente sevillana de entender la vida. Y para los viajeros un lugar de obligada visita, estimulada por la fama universal de la calle.
     La transformación de ese ambiente se ha ido acentuando desde la década de 1960, como una consecuencia más del cambio de función del centro histórico de Sevilla, cada vez menos residencial y más orientado a la vida comercial y mercantil. Sierpes puede considerarse un claro exponente de esa tendencia y el mejor reflejo -en sus usos públicos e incluso en la decoración y carácter de sus establecimientos- de la superposición de criterios sociales y estéticos que sucesivamente van dominando en la ciudad. Han desaparecido algunas de sus salas de cine; se ha reducido el trajín de tratantes y corredores y también la nota campera y taurina asociada a ese mundo; han cerrado importantes locales recreativos y han surgido otros más sujetos a la demanda actual, como hamburgueserías y juegos electrónicos. Tam­bién se ha intensificado la actividad bancaria. No obstante, la calle conserva todavía un curioso equilibrio entre lo viejo y lo nuevo, pues se mantienen en pie varios estable­cimientos de solera que son testigos de su antiguo carácter: librerías y papelerías; tiendas de recuerdos, dado el papel emblemáti­co de este espacio; relojerías, deportes, sombrererías, discos y objetos musicales, etc. También siguen abiertos, aunque mucho menos proyectados a la calle de lo que anta­ño estuvieron, los tradicionales círculos de Labradores, Mercantil y Militar. Todo ello convive con negocios más recientes y variados ("boutiques", zapaterías, joyerías, artículos electrónicos, administraciones de lotería y algunos bares) que aseguran la gran animación de la calle en las horas de comercio. Ese carácter comercial sigue dando a Sierpes una intensa vida, con gran trasiego de peatones y la consiguiente concentración de actividades marginales que de ello suelen derivarse: vendedores ambulantes, tenderetes de grupos políticos, charlatanes, músicos y  pintores callejeros, "peristas" y "trileros", mendigos, y sobre todo vendedores de lotería que hoy como antaño hacen resonar sus pregones en las proximidades de las Cuatro Esquinas. Durante el mes de mayo es frecuente encontrar cruces infantiles que remedan las procesiones de Semana Santa. Y en Navidad coros de campanilleros que interpretan villancicos ante el público. Tal vez la nota funcional de Sierpes que más disuene de su pasado sea el marcado contraste, como ocurre en otras calles del centro, entre la animación del día y la tranquilidad de la noche, una vez que se acaba la vida comercial y se reduce considerablemente el tránsito humano.
     Esa condición de espacio emblemático y simbólico de la ciudad que caracteriza a Sierpes está también históricamente confirmada por el hecho de haber sido siempre escenario casi obligado de desfiles y procesiones religiosas, cívicas. políticas y militares, manifestaciones populares y en general de cuantos sucesos de carácter público se han sucedido en Sevilla. Fue testigo de motines, como el famoso del Pendón Verde de 1521, y de manifestaciones espontáneas, entre ellas la que se produjo en 1860 a raíz de la ocupación de Tetuán por las tropas españolas; de entradas de reyes y grandes personajes (Felipe II, Felipe V, Carlos IV, el duque de Angulema...); de cabalgatas car­navalescas (entierros de la sardina, comitiva del Domingo de Piñata...); de rogativas de lluvias, sequías u otras calamidades; de paradas de tropas; de tránsito de los presos que iban a ser ajusticiados en la vecina Audiencia, etc. En 1771 pasó por ella la solemne procesión cívica organizada con motivo del traslado de la Universidad a la antigua casa profesa de los jesuitas en Laraña. Pero sin duda los dos acontecimientos públicos más significativos en la calle han sido siempre el paso de la procesión del Corpus y los desfiles cofradieros. Desde el s. XV el Corpus ha venido recorriéndola parcialmente (desde la plaza de San Francisco al cruce con Cerrajería); y desde el XVI hay documentos que hablan de la erección de arcos triunfales, exornas de colgaduras, alfombrado de juncia y romero y honores de la tropa que cubría la carrera. En los últimos años se ha introducido la costumbre de instalar altares y exornar los escaparates, visitados por mucho público en la víspera de la gran fiesta eucarística. También son secula­res los desfiles procesionales de Semana Santa y la costumbre del vecindario de colocar sillas a las puertas. A lo largo del s. XIX y buena parte del XX era frecuente la práctica, ya desaparecida, de alquilar balcones. Casi todos los escritores y viajeros que la visitaron fijaron su atención en ésos y otros detalles de Sierpes durante el paso de las cofradías, hecho que altera radicalmente su ambiente habitual. La calle forma parte de la llamada Carrera Oficial, por la que los pasos se dirigen a la Catedral. En esas horas se paraliza la vida comercial, se ocupan sus numerosas sillas y todo se concentra en los desfiles procesionales. La abundante cera que se acumula en el pavimento es otra de las notas características de Sierpes en Semana Santa. En 1880 se situaba en la confluen­cia de Cerrajería un tribunal eclesiástico "para evitar incidentes desagradables que han ocurrido algunos años en dicho lugar" entre diferentes hermandades.
     Como muestra de su importancia histórica, Sierpes ha tenido siempre una activa presencia en la literatura. Su fama trascendió fronteras locales y hasta nacionales para convertirse en uno de los espacios urbanos más celebrados del mundo. Para artistas, literatos y viajeros ha venido siendo un símbolo vivo de Sevilla, escenario de usos sociales y formas de vida muy distintivos y particulares. Ya en el Siglo de Oro Cervantes, que sufrió prisión por dos veces en la Cárcel Real, se hace eco en El rufián dichoso de esa cárcel y de la cercana casa del comerciante francés Pierre Papin, que fabricaba naipes para el juego, como recuerda un azulejo en la fachada del Círculo Mercantil:
"Lugo.- ¿En la cárcel?¡pues por qué le llevaron?
Uno.- Por amigos de aquel Pierre Papin, el de los naipes.
Músico 1.- ¿Aquel francés jiboso?
Uno.- Aquese mismo que en la cal de la Sierpe tiene tienda".
     Tirso de Molina, en El Burlador de Sevilla, alude, entre otras noticias de la calle, a su ambiente de prostitución:
"Don Juan.- ¿Dónde viven?
Mota.-En la calle
de la Sierpe, donde ves
Dan envuelto en portugués, 
que en aqueste amargo valle 
con bocados solicitan
mil Evas que, aunque en bocados, 
en efecto son ducados,
pues el dinero nos quitan. 
Catalinón.- lr de noche no quisiera 
por esa calle cruel,
pues lo que de día en miel 
de noche lo dan en cera.
Una noche por mi mal 
la vi sobre mi vertida,
y hallé que era corrompida 
la cera de Portugal".
     Pero fueron sobre todo los viajeros y literatos decimonónicos los que, atraídos por su pintoresquismo y su vitalidad, más contribuyeron al renombre universal de Sierpes, celebrándola en guías turísticas, libros de viajes y memorias. Richard Ford habla de sus fondas, casas de comidas y comercios, y la describe como "la Bonal Street" de Sevilla.
     Próspero Merimée sitúa en ella una conocida escena de Carmen, aquélla en la que la gitana, al decir del protagonista, "empezó por dejarse caer la mantilla sobre los hombros, para enseñarme sus cautivadores encantos", mientras era conducida a la cárcel. Antoine de Latour la compara con varias calles parisinas: "Tout a la fois la rue de Richelieu et la rue du Bac". Davillier con el bulevar parisino de los Italianos. También la ponderan Alejandro Dumas, Teófílo Gautier y Pierre Löuys en La mujer y el pelele, y en general todos los viajeros europeos que tienen ocasión de describirla desde una óptica de signo romántico. Más tarde hablaron de ella Rubén Darío, que recuerda a "los toreros calipigios que se entretienen en la estrecha y retorcida calle de las Sierpes" (Tierras solares), Henry de Montherland (Los bestiarios), Reyles (El embrujo de Sevilla), Uslar Pietri, etc. 
     Es también nutrida la nómina de autores españoles. Juan  Ramón Jiménez, que vivió en Sevilla a fines del siglo pasado (XIX), asocia Sierpes con el corazón  de la ciudad: "Es como si todos los corazones de sus mujeres se hubieran hecho un solo clavel, este clavel que yo tengo en mi mano, del puesto verde de la calle Sierpes. Este clavel es el mundo, que se ha hecho del tamaño de un clavel, digo, de Sevilla, que está prendida, clavel único, madre de claveles, sobre el pecho izquierdo de las naturaleza" (Diario de un poeta recién casado). Luis Montoto dejó en un hermoso libro (La calle de la Sierpes) la semblanza más completa y mejor informada de este espacio. Chaves Rey recogió el am­biente de sus cafés, sobre todo las curiosas lecturas públicas del de La Cabeza del Tur­co (Cosas nuevas y viejas) en los años veinte del siglo pasado. Mas y Prat el bullicio de los días de Semana Santa. Blasco Ibáñez (Sangre y arena) el mundillo taurino de sus esquinas y establecimientos. Pío Baroja la menciona en varias novelas (El mundo es ansí, Los visionarios...) y comenta la tendencia de los sevillanos a exhibirse en ella como en un escaparate y la escasa presencia de mujeres. Rafael Laffón elogia el famoso puesto de agraz de Dolorcitas, con "su celestial licor". José María Izquierdo hace notar, como signo de su ambiente divertido y ligero, que "cada noche que circula es una borrachería que se abre" en la calle. El novelista José Mas (La orgía) repara en la agradable penumbra de sus toldos. Y el periodista Chaves Nogales ve en ella "un oculto sentido de la ciudad, una manera de ser que no perciben los extraños y se manifiesta sólo a lo iniciados" (La ciudad). A. Núñez de Herrera la describe jocosamente en la imagina­ción de "un personaje de su conocido libro sobre la Semana Santa: "Mr. Smith recuerda sus fábricas de embutido, e imagina metáforas infames: la calle de las Sierpes es el grifo que desembuta ese picadillo extraño de oros, luces, esculturas, músicas, colorines y bordados". Sánchez del Arco repara y celebra la permanencia del nombre de Sierpes a través de los siglos, caso raro en una ciudad en la que los avatares políticos y las modas han cambiado con harta frecuencia los topónimos de sus calles y plazas más importantes. Poemas específicamente dedicados a ella han escrito, entre otros, Isaac del Vando, Rogelio Buendía y Aquilino Duque, que ha recogido con gran precisión el ambiente de la calle en la década de 1960:
"Discurres a la sombra de los toldos, 
entre asientos de mimbre,
y de pronto un reloj te para en seco. 
Cuántas veces no habré en ti naufragado,
que me sé tus bajíos de memoria: 
tu botica, tu estanco, tus casinos, 
tus barberías y tus cines,
tus márgenes de mimbre y tu cielo de lona,
y esos corrillos de sombreros anchos 
donde se confabula la mentira.
¿Por qué no eres como eras?
¿Por qué aparentas rectitudes 
siendo toda revueltas y recodos 
en el fondo del alma?
¿Te arrastras por el polvo
porque han taladrado el árbol de la ciencia
del bien y del mal, ángel caído,
Sierpes en el corazón de la ciudad?".
     Con nostalgia la define M. Diez Crespo como "el más bello de los imperios", la antigua calle Mayor de España. Mercedes Fórmica (Visto y vivido) la evoca en los primeros momentos de la Segunda República, y Antonio Burgos (Guía secreta de Sevilla) habla de su peculiar ambiente comercial, de los corrillos y la proverbial resistencia de las mujeres sevillanas a pasar solas por ella, "porque eran asaeteadas a piropos" por quienes estaban sentados en los sillones de círculos y casinos. A fines de los años 60 Camilo José Cela dejó también constancia de la singularidad de esta "sevillanísima y entoldada calle"; "La calle de la Sierpes es bulliciosa y perezosa, urbana y campesina, lenta y sacudida -a veces· por el viejo y dialéctico latigazo del toma y daca. En la calle de la Sierpes -no hay baluarte inexpugnable- han entrado ya las cafeterías. Lope llamó a Sevilla, entre otras cosas, soberbio teatro del mundo. Los afortunados espectadores de este soberbio teatro sevillano -socios del Mercantil, de la Montaña, del casino Militar, clientes del Café Madrid, parroquianos de Los Corales, del bar de La Perla, del Catunambú, de Laredo, del Platino, de casa Calvillo, del Pasaje Andaluz...- asisten a las representaciones sentándose en el escenario y fundiéndose con los autores en una indolencia -y también rara e imprevista- democracia" (Primer viaje andaluz) [Antonio Collantes de Terán Sánchez, Josefina Cruz Villalón, y Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Sierpes, 1
. Casa de cuatro plantas con fachada avitolada y dividida en calles por pilastras.
Sierpes, 35. Patio de columnas con capiteles corintios, algunos de ellos con escudos de armas.
Sierpes, 37. Hay que destacar en este número la colección de herrajes de su fachada.
Sierpes, 39, acc. Como en el número precedente, hay que reseñar los herrajes [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
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La calle Sierpes, al detalle:
El edificio (Confitería La Campana) de la c/ Sierpes, 1
El edificio (antigua sede del cine teatro Palacio Central) de la c/ Sierpes, 6
El azulejo publicitario de la compañía aseguradora "Velázquez", en el edificio de la c/ Sierpes, 9
El edificio de la calle Sierpes, 8
El edificio (El Cronómetro) de la c/ Sierpes, 19
     El azulejo conmemorativo del Jardín Botánico Medicinal, en el edificio de la c/ Sierpes, 19
El Convento de San Acasio (desaparecido), de la c/ Sierpes, 16
     La placa conmemorativa de la Hermandad del Gran Poder en la fachada del edificio de la c/ Sierpes, 16
El edificio (antigua sede de la compañía aseguradora "La Catalana") de la c/ Sierpes, 20
El escaparate de "Blasfor" del edificio de la c/ Sierpes, 33
El edificio de la c/ Sierpes, 35
El edificio (sede de Unicaja) de la c/ Sierpes, 22
El edificio de la c/ Sierpes, 37
Los azulejos cerámicos de los titulares de la Hermandad del Calvario, en el edificio de la c/ Sierpes, 37
El edificio de la c/ Sierpes, 39 acc.
El azulejo publicitario de la tienda "Deportes Z" (desaparecida), de la c/ Sierpes, 39
El desaparecido cine "Lloréns", de la c/ Sierpes, 26
El edificio de la antigua sede del Banco de Granada, de la c/ Sierpes, 41
El azulejo conmemorativo del hermanamiento de la c/Sierpes, en el edificio de la c/ Sierpes, 36
El edificio (Maquedano), de la c/ Sierpes, 40
El azulejo conmemorativo de la casa de Pierres Papin, en el edificio de la c/ Sierpes, 65
Los balcones de forja de "El Paraguas", en el edificio de la c/ Sierpes, 56
El edificio de los almacenes (desaparecido) "El Águila", de la c/ Sierpes, 60
Las Cuatro Esquinas de San José
El azulejo de Jesús del Gran Poder, en el edificio de la c/ Sierpes, 75
El edificio de la c/ Sierpes, 81
El edificio (antigua Joyería Ruiz), de la c/ Sierpes, 68
El edificio (antigua Cárcel Real y actual sede de Caixa Bank), de la c/ Sierpes, 85
               El azulejo conmemorativo de la "Cárcel Real", en el edificio de la c/ Sierpes, 85
               La placa conmemorativa a Cervantes, en el edificio de la c/ Sierpes, 85
El azulejo conmemorativo de "Estilográficas Herrera", en el edificio de la c/ Sierpes, 84 
El edificio "Laredo" de la c/ Sierpes, 110

martes, 30 de marzo de 2021

El Patio de los Óleos, en la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Patio de los Óleos, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     Hoy, 30 de marzo, Martes Santo, es la fecha tradicional escogida por la Diócesis de Sevilla para celebrar la Misa Crismal, en la que presidida por el obispo y concelebrada con los sacerdotes de la diócesis, es la celebración en la que se consagra el Santo Crisma (de aquí el nombre de misa crismal) y bendice además los restantes óleos o aceites (para los enfermos y los que se van a bautizar).
       Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Patio de los Óleos, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar el Patio de los Óleos [nº 104 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; esta zona carece de toda referencia documental publicada; la primera mención inequívoca es de 1635, cuando se le llama "patio donde se guarda la plata", función en la que aún continuaba en 1845; consta que ha servido hasta 1987 para conservar y repartir el óleo crismal (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
     El Patio de los Óleos, es obra de Diego de Riaño y Martín de Gaínza, realizado entre 1529 y 1537.
     El plan ideado por Riaño era enormemente ambicioso. En el mismo se incorporaba, a lo efectuado por sus predecesores en la Sacristía de los Cálices, lo nuevamente proyectado, dando a todo el conjunto una fachada uniforme. Este deseo de regularización es, en definitiva, una prueba de la racionalidad de la nueva arquitectura de Riaño. Tras este muro, auténtica envoltura de carácter renacentista, se dispondría un organismo tripartito del que sería eje la Sacristía Mayor. Flanqueándola se repetiría el dispositivo sala-patio, que en un lado estaría formado por la Sacristía de los Cálices y el Patio de le Oleos, mientras en el flanco contrario lo sería por la Sala de Cabildos y otro patio. Desgraciadamente el esquema se vio parcialmente alterado, pues este último conjunto no se llegó a construir según los proyectos de Riaño. Sus sucesores introdujeron algunos cambios en el mismo, disponiéndose en su lugar el Antecabildo al Patio del Mariscal, que, no obstante y aunque sin repetir las proporciones del conjunto occidental, si reproducen el esquema sala-patio. De haberse completado el proyecto de Riaño se habrían creado tres ámbitos longitudinales, las dos sacristías y el Cabildo, comunicados entre sí trasversalmente mediante las puertas que desde la Sacristía Mayor llevarían hasta los dos patios. Todas estas dependencias se proyectaron con muros comunes, lo que obligó a construirlas a un mismo tiempo. Esta circunstancia, auténtica esencia del proyecto de Riaño, explica la lentitud de las obras, lo que impidió que aquel se completara en todos sus aspectos.
     La construcción seguiría un plan unitario, abarcando por igual a la Sacristía de los Cálices, al Patio de los Oleos, al muro de cerramiento, a la Sacristía Mayor y al Cabildo.
     A la muerte del arquitecto Diego de Riaño (1534), aunque es seguro que, con respecto a la Sacristía Mayor se había determinado su planta y acceso, su estructura y ornamentación. Por su parte en la Sacristía de los Cálices estaban construidas las trompas angulares, las dos capillas del testero, la ventana del muro oeste y el arranque de las bóvedas de los tres tramos. Lógicamente, en el paredaño Patio de los Oleos se había cubierto el primer piso y se estaría trabajando en la planta alta. Del mismo modo, dado el sentido unitario de la construcción, el muro exterior casi alcanzaría la altura de la cornisa. En resumen, estaban marcadas las líneas fundamentales de la obra, de tal modo que el sucesor de Riaño sólo tenía que continuarlas para llevar a buen fin la construcción.
     A mediados de 1537 (bajo la dirección de Martín de Gaínza) se abovedaba la Sacristía de los Cálices, se procedía a cubrir las capillas de la cabecera de la Sacristía Mayor y se trabajaba en el piso alto del Patio de los Óleos.
     Diego de Riaño, se adaptó a lo ya realizado por sus predecesores, por lo que mantuvo lo ya ejecutado y añadió otro muro. Es significativo que el muro ofrezca su máximo espesor en el sector correspondiente a la sacristía y que al llegar a la zona del Patio de los Óleos los tres metros aproximados de anchura se reduzcan casi a la mitad, sirviendo el espacio restante para alojar el último tramo de la escalera de dicho patio. Si Riaño no hubiese engrosado la pared ya levantada se hubiese producido un quiebro en la línea de demarcación externa del conjunto, puesto que la caja de la escalera y el resto de las edificaciones sobresaldrían con respecto a aquella. Este hecho, el deseo de regularizar, de mantener un ritmo, de lograr una armonía, señala, por un lado, la profundidad del replanteamiento efectuado por Riaño sobre la obra preexistente, por otro muestra su habilidad como adaptador y articulador de organismos y, por último, evidencia el carácter renacentista de su arquitectura, algo que siempre se le había negado.
     La adopción de este sistema de cubierta (bóvedas vaídas con nervios) es verdaderamente interesante, pues como ha señalado Chueca, marca la transición entre el último gótico y el renaci­miento. Así pues, esta bóveda de la Sacristía (de los Cálices) está iniciando el camino hacia las grandes conquistas estructurales de la arquitectura andaluza del siglo XV una de cuyas características es el empleo habitual de tramos de bóvedas vaídas en vez de cañón seguido. Sin ir más lejos esta bóveda de la Sacristía de los Cálices es el primer paso, la primera experiencia, que desembocará en la sencillez estructural de las vaídas del piso alto del Patio de los Óleos, obra completada por Gaínza siguiendo los proyectos de Riaño.
     Mucho menos complicada (que en las Sacristías) debió ser la actuación de Gaínza en el Patio de los Óleos. Este es de proporcio­nes cuadradas. Presenta una doble galería en tres de sus frentes, formándose el cuarto lado con el muro de fachada. Los arcos apoyan en columnas sin éntasis, de original basa, que en lugar de capiteles presentan un cimacio. Las arquerías que arrancan de los muros lo hacen desde capiteles-péndolas. En las galerías bajas las bóvedas son vaídas casetonadas. En las superiores se utilizan también vaídas pero sin reticular. Unas balaustradas aparecen entre las columnas del piso alto. En este existen tres cámaras a diferentes niveles -determinados por las alturas de las dependencias sobre las que se ubican-, que presentan bóvedas de cañón.
     Fue precisamente en este piso en donde se centró la intervención de Gainza, siendo, por el contrario la planta baja obra de Diego de Riaño, como lo demuestra el tipo de bóvedas utilizado, habituales en su obra. La actuación de Gainza supuso la eliminación de todo elemento que no tuviera carácter estructural. Por eso se suprimieron las retículas de las bóvedas vaídas y se simplificaron los capiteles-péndola. Los elementos de mayor plasticidad son los balaustres de los antepechos, relacionados con los que coronan el muro envolvente de las sacristías y demás construcciones anejas. El hue­co de patio viene a ser casi el único foco luminoso del recinto, puesto que las ventanas de las dependencias de su entorno -algunas casi saeteras-, apenas si dejan pasar la luz. Debido a ello el conjunto acentúa su verticalidad.
     Con estas operaciones se avanzó enormemente en la construcción del cuerpo agregado en el sector sur de la catedral. No obstante aún faltaban por edificarse de­ pendencias fundamentales. Este es el caso de la Sala Capitular y demás construcciones del costado oriental de la Sacristía Mayor, cuyas obras se habían paralizado en 1533 (Alfredo J. Morales, La arquitectura de la catedral de Sevilla en los siglos XVI, XVII y XVIII, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor el significado de la Misa Crismal y los Santos Óleos;
     La misa crismal, presidida por el obispo y concelebrada con los sacerdotes de la diócesis, es la celebración en la que se consagra el Santo Crisma (de aquí el nombre de misa crismal) y bendice además los restantes óleos o aceites (para los enfermos y los que se van a bautizar).
     La palabra crisma proviene de latín chrisma, que significa unción. El crisma es la materia sacramental con la cual son ungidos los nuevos bautizados, son signados los que reciben la confirmación y son ordenados los obispos y sacerdotes, entre otras funciones.
     La consagración del crisma y la bendición de los otros dos aceites ha de ser considerada como una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo.
     Ordinariamente esta misa se celebra en la catedral de cada diócesis el Jueves Santo; pero, por razones de conveniencia pastoral, se puede adelantar a uno de los días de la Semana Santa.
     Haberla fijado el Jueves Santo no se debe al hecho de que ese sea el día de la institución de la eucaristía, sino sobre todo, a una razón práctica: poder disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del Santo Crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la Vigilia Pascual.
     Así pues el Santo Crisma, es decir, el óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, nos es dado junto con sus carismas el día de nuestro bautizo y de nuestra confirmación y en la ordenación de los sacerdotes y obispos.
     La materia apta para el sacramento debe ser aceite de oliva. El crisma se hace con óleo y aromas o materia olorosa.
     Es conveniente recordar que no es lo mismo el Santo Crisma que el óleo de los catecúmenos y de los enfermos (que sólo son bendecidos, como se ha dicho más arriba, y pueden hacerlo otros ministros en algunos casos).
     El rito de esta misa, de la misa crismal, incluye la renovación de las promesas sacerdotales. Tras la homilía, el obispo invita a sus sacerdotes a renovar su consagración y dedicación a Cristo y a la Iglesia.
     Juntos prometen solemnemente unirse más de cerca a Cristo, ser sus fieles ministros, enseñar y ofrecer el santo sacrificio en su nombre y conducir a otros a él.
     Por tanto otro tema importante de la misa crismal es el sacerdocio. Al entregar el misterio de la eucaristía a la Iglesia, Cristo instituyó también el sacerdocio.
     Los textos de la misa presentan un conjunto catequético no solamente acerca del sacerdocio ministerial, sino también relativo al sacerdocio general de los fieles: en la antífona de entrada, la asamblea aclama: «Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre».
     En esta misa crismal no se dice el Credo. Tras la renovación de las promesas sacerdotales se llevan en procesión los óleos al altar donde el obispo los puede preparar, si no lo están ya.
     En último lugar se lleva el Santo Crisma, portado por un diácono o un sacerdote. Tras ellos se acercan al altar los portadores del pan, el vino y el agua para la eucaristía.
     Después del Sanctus se bendicen el óleo de los enfermos y tras la oración después de la comunión se bendice el óleo de los catecúmenos y se consagra el Santo Crisma (www.aleteia.org).
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lunes, 29 de marzo de 2021

Un paseo por la calle (plaza) de la Campana

     Por Amor al arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle (plaza) de la Campana, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     Hoy. 29 de marzo de 2021 (Lunes Santo), es el mejor día para ExplicArte la calle (plaza) de la Campana, de Sevilla, dando un paseo por ella, puesto que forma parte de la llamada Carrera Oficial (itinerario obligatorio que recorren todas las Hermandades de Penitencia durante la Semana Santa, para realizar la estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral.
     La calle (plaza) de la Campana es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en los Barrios de la Alfalfa, y de la Encarnación-Regina, del Distrito Casco Antiguo, y va de la confluencia de las calles Martín Villa con Santa María de Gracia, a la confluencia de la plaza del Duque con la calle San Eloy.
       La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta,  constituida  por  bloques  exentos,  la  calle,  como  ámbito  lineal de relación, se pierde, y  el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.    
       La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. 
     Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario. 
      La vía, en este caso una calle (plaza), está dedicada a una campana, que al parecer, existió en el lugar. 
 y está dedicada a una campana que, al parecer, existió en el lugar.
     La primera referencia documental a este espacio se remonta a 1510, en que se describe como la "calle que va desde la salida de Sierpes a la plaza del Duque", y ya en 1666 con el nombre de Campana, cuyo origen explica así, probablemente sin fundamento, González de León: "Desde muy antiguo estaba en este sitio el almacén donde el Ayuntamiento custodiaba todos los pertrechos para apagar y cortar los incendios públicos, en cuyo almacén estaba colocada una campana que era la que se tocaba en estos casos para convocar al pueblo y operarios para dar pronto auxilio y de esta campana tomó nombre la calle". Según este mismo autor, con anterioridad a Campana fue conocida como plazuela del Pastelero y del Confitero, "porque de antiquísimo había estas dos casas en este sitio". 
     En algún nomenclátor aparece también llamada plaza de los Valientes. Ninguno de estos tres últimos topónimos han podido documentarse, sin embargo, hasta el momento como alusivo a este espacio. Una parte del mismo debió conocerse a finales del XVI y principio del XVII con el nombre de Agua (Sec. 10, 1601), calle citada por el escritor Cristóbal de Chaves como el "lugar más público de Sevilla, donde había otras muchas muje­res que vivían como las del partido" (Rela­ción de la cárcel de Sevilla).
     La configuración actual de la Campana es el resultado de varias reformas urbanísticas iniciadas en la segunda mitad del s. XIX y culminadas en los años 20 de nuestro siglo (siglo XX). 
     En el plano de Olavide (1771) se presenta como un lugar relativamente estrecho y muy estrangulado en sus extremos, lo que sin duda ha contribuido a que, a pesar de la consideración oficial de calle que siempre ha tenido, sea designado como plaza en no pocos documentos, textos literarios y hasta en el uso popular. Los primeros intentos de ensanche de la Campana se remontan a mediados del XIX, cuando el Ayuntamiento adquiere la finca situada entre San Eloy y plaza de Duque y la derriba en 1854, con objeto de alinear convenientemente la nueva fachada y descongestionar esa esquina. Entre lo años 80 del mismo siglo y los primeros del XX se ensancha la parte que limita con O'Donnell, y ya en la década de los 20, dentro del gran proyecto urbanístico del eje Campana-Encarnación, se elimina el tapón de las calles Plata y Santa María de Gracia, con el derribo del edificio del café cantante Novedades y el consiguiente ensanche de toda esa zona. 
     En la actualidad Campana es un espacio corto y relativamente ancho, parcialmente cerrado en su parte final, entre San Eloy y plaza del Duque, lo que contribuye a darle cierto aspecto de plaza. Se sitúa en un eje ideal de penetración oeste-este del casco antiguo, entre las antiguas Puerta Real y Puerta Osario. Desembocan en él, por la derecha, Capataz Rafael Franco, y por la izquierda Sierpes, O'Donnell y San Eloy. Las primeras noticias de su empedrado se remontan a 1597, y en la actualidad posee pavimento asfáltico y anchas aceras de losetas. En 1854 fue uno de los primeros puntos de Sevilla, junto con Sierpes y  Alfonso XII, en los que se colocaron las nuevas farolas de gas, que según una gacetilla del periódico El Porvenir, parecían "blancos fuegos de Bengala". En 1899 el Ayuntamiento acordó instalar focos eléctricos especiales en la madrugada del Viernes Santo. Hoy es una de las pocas calles céntri­cas de la ciudad que poseen báculos de pie, que alternan con  las acacias de la acera derecha y los naranjos de la izquierda. Con­serva todavía, a pesar de no pocas desnatu­ralizaciones recientes, un caserío de buen porte, con edificios de estilo regionalista, de tres y cuatro plantas, sobre todo en los pares. Destacan el núm. 2, neobarroco, proyectado en 1927 por Ramón Cortázar y ejecutado por Juan Talavera; el 6, de José Gómez Millán (1912), y el 7, del mismo. La casa más antigua es la núm. 1, donde está ubica­da la confitería La Campana; tiene cuatro plantas, con fachada avitolada y dividida en calles por pilastras. En los años 60 fue derribado el edificio esquina con O'Donnell, obra de Aníbal González.
     Al menos desde el s. XVIII Campana ha sido uno de los enclaves más importantes de la ciudad como centro comercial y recreativo de Sevilla, pues enlazaba Sierpes con la zona de la Alameda de Hércules, uno de los ejes, sobre todo a lo largo del XIX y principios del XX, de la diversión y del comercio. La abundancia de bares, cafés y establecimientos variados, así como el permanente trasiego de público le han otorgado el calificativo de "Puerta del Sol" sevillana, como dejó escrito el viajero francés decimonónico Antoine de Latour. Otros la han llamado metafóricamente el "corazón de Sevilla". Semejantes calificaciones están avaladas por la riqueza de datos que la documentación histórica arroja sobre este lugar. Ya en el s. XVIII había buñolerías y puestos de venta ambulante, que se intensifican en la centu­ria siguiente, la época de los grandes establecimientos, como el famoso café de la Campana o de Bordallo y la Cervecería Inglesa. La parroquia del primero, ha escrito Luis Montoto, estaba compuesta de "artesanos, corredores, tratantes en granos o toreros" (En aquel tiempo). Estos últimos solían parar en otros bares y tabernas del lugar, pero era en el de Bordallo, más tarde café de Paris y luego de Roma, en la esquina de O'Donnell, donde se daba cita una gran parte de la torería local, como recoge Pérez Lugin en Currito de la Cruz, donde habla también de la aristocrática "Fiambrera" ("En la Campana [...] no logró ni una mirada de los fachendosos toreros de menor cuantía que la pintaban a la puerta del café París ni de los aficionados de la clase popular que les hacían la corte. En cuanto a los señores sentados detrás de las lunas de la aristocrática "Fiambrera", y  los toreros empingoro­tados que hacían tertulia en la vecina cervecería inglesa, ni se enteran de su paso por el mundo". Hasta los años 20 de nuestro siglo estuvo en pie el famoso café-cantante Novedades, situado, junto a la taberna Las Campanillas, en un bello edificio con mirador y entradas por Santa María de Gracia y Martín Villa). 
   Había también en ese enclave importantes comercios, -González de León (Las calles...) habla sobre todo de las zapaterías de lujo, en pleno siglo XIX-, y gran movimiento de vendedores ambulantes, ciegos con pregón, mendigos, bandas de pilluelos de los diversos barrios, que allí dirimían a veces a pedradas sus diferencias. Abundaban las tertulias en pie, en las esquinas y puertas de los establecimientos, en medio del humo de las buñolerías. Allí paraban los gallegos o mozos de cuerda, los coches de punto y más tarde los automóviles y tranvías. Todo ello generaba lo que J. Romero Murube recuerda como "la espesura humana de la Campana", el continuo ir y venir de un público que de día llenaba los comercios y de noche los cafés y los bares. Siempre tuvo la Campana algo de improvisada ágora popular, que González de León comenta diciendo que "era punto de parada de los ociosos". También hubo en el XIX un teatro.
     Dada su condición de espacio noble, fue al menos desde el s. XVII paso obligado de procesiones religiosas y cívicas, desfiles militares, cabalgatas, manifestaciones y fiestas carnavalescas. Ese carácter no lo ha perdido del todo, aunque se ha visto sustituida, para ese fin, por otros enclaves urbanos. No obstante, sigue siendo el punto en el que comienza la llamada "carrera oficial" del desfile de cofradías de Semana Santa, para lo cual se instalan en esos días palcos y sillas. Con ese motivo la Campana adquiere un ambiente especial, que llega a su punto culminante la madrugada del Viernes Santo: "Os confieso que no comprendí íntegra, profundamente -escribe José de las Cuevas­- la Semana Santa de Sevilla, hasta que estuve el año pasado, toda la madrugada del Viernes Santo, en la Campana. Se acercaba la Macarena y la Esperanza, apresuradas, arrulladas ya por el alba, y la multitud alrededor mío estaba de pie, tensa. Temblaba. Permitidme la palabra: temblaba... Desde enton­ces, no discuto el calor, la devoción, la comunicación popular de la Semana Santa de Sevilla" (ABC, 15-IV-1949). 
     En los últimos años la Campana ha ido perdiendo su función recreativa para convertirse en un lugar casi exclusivamente comercial. A ello ha contribuido poderosamente la desapari­ción de establecimientos de mucha solera, como los ya citados café Novedades, París o el Pasaje Eritaña, en los años 20. Más tarde el restaurante Riviera, situado en la esquina de Capataz Rafael Franco, una de las prime­ras cafeterías modernas de la ciudad; y ya casi en nuestros días el bar Pinto, ubicado junto a la vieja sombrerería de Padilla Crespo y en cuyos veladores podía verse sentada en sus últimos años a la Niña de los Peines. También acaba de cerrarse el Tropical, en la esquina con Santa María de Gracia. Y antes algunos establecimientos comerciales, como la  Farmacia  Central, entre San Eloy y el Duque, con una bella decoración en madera; y una pescadería de gran tradición en Sevilla. Hoy ofrece un comercio variado (confitería, agencia  de viajes,  sombrerería, zapaterías, confección...) y algunos bancos, y sigue siendo un lugar muy frecuentado, con paradas de autobuses, cabinas telefónicas, un quiosco de prensa (el del famoso personaje Curro, ya desaparecido) y algunos tenderetes de grupos políticos y vendedores ambulantes. Por ello genera un gran movimiento de personas. Carece ya de la vida nocturna del pasado y sigue soportando un intenso tráfico rodado pues canaliza el flujo de vehículos hacia la Alameda de Hércules y la Encarnación [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
   Campana, 1. Casa de cuatro plantas con fachada avitolada y dividida en calles por pilastras [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
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La calle (plaza) de la Campana, al detalle:
El edificio de la calle (plaza) de la Campana, 1 (Confitería "La Campana")
El edificio de la calle (plaza) de la Campana, 2
El edificio de la calle (plaza) de la Campana, 6
El edificio de la calle (plaza) de la Campana, 7
El edificio desaparecido, en la esquina con la c/ O'Donnell
El azulejo cerámico de la Virgen de la Esperanza de la Trinidad