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viernes, 19 de marzo de 2021

La Capilla de San José, de la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San José, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     Hoy, 19 de marzo, Solemnidad de San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María, varón justo, nacido de la estirpe de David, que hizo las veces de Padre para con el Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual quiso ser llamado hijo de José, y le estuvo sujeto como un hijo a su padre. La Iglesia lo venera con especial honor como patrón, a quien el Señor constituyó sobre su familia [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de San José, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de San José [nº 046 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede], espacio que ha sido durante siglos la "nave" de la capilla funeraria siguiente; ha contenido imágenes de San Miguel, San Blas, cuyo altar fue dotado en 1533, San Gabriel y San Juan Bautista y se le denominaba en el siglo XVI "de la Diputación" y en el XVII "del Nacimiento". Desde el siglo XVIII se viene imponiendo la advocación actual, aunque la primera imagen de San José que se expuso en ella, procedente de la Capilla de la Virgen del Madroño, está ahora en la Contaduría Baja, y finalmente en la Sacristía Mayor (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   La Capilla de San José es obra de los arquitectos Maestre Carlín (Charles Gauter de Ruán) y Juan Normán (Jean Normant), entre 1436 y 1453.   
   Es evidente que ante la riqueza, originalidad, profusión, brío y desparpajo que encontramos en la estatuaria barroca, los ejemplos del neoclasicismo son relativamente escasos y no demasiado sobresalientes. Juan Pedro Arnal, un distinguido arquitecto contemporáneo de Villanueva, con el que precisamente trabajó en el levantamiento de los planos de la Alhambra por encargo de Floridablanca, fue el tracista del Altar de la Capilla de San José (1785-1800), obra neoclásica, discreta y académica. En este retablo, la figura principal del Santo Patriarca la ejecutó (1800) José Esteve Bonet, director en aquel tiempo de la Real Academia Valenciana de San Carlos y trabajaron también otros escultores de fines del Siglo XVIII y comienzos del XIX, como Alfonso Bergaz, que era académico de la de San Fernando de Madrid (Fernando Chueca Goitia, Prólogo, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
Dolorosa
   Se halla dentro de un tabernáculo, en la Capilla de San José.
   Imagen de vestir, tamaño académico, mirada al cielo y manos cruzadas ante el pecho.
   Puede pertenecer a momento avanzado del siglo XVIII y recuerda por su iconografía a obras análogas de la escuela granadina de imaginería.
Retablo y esculturas de la Capilla de San José
   Está situada en el costado meridional del templo, entre las de San Hermenegildo y de Santa Ana o del Cristo de Maracaibo.
   El retablo, marmóreo, se compone de cuerpo y ático. En el centro del cuerpo, flanqueada por columnas, la imagen del Titular con el Niño en brazos. A derecha e izquierda, las esculturas de San Miguel Arcángel y San Blas? En el ático un tondo con la escena de la entrega del Rosario a Santo Domingo, en bajo relieve y a los lados figuras de Santa Teresa y Santa Lucía, más algunos ángeles.
   La arquitectura neoclásica del citado retablo fue trazada entre 1785 y 1800, por Pedro Arnal, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El Santo Patriarca, imagen de madera policromada, la ejecutó en 1800 José Esteve Bonet, Director de la Real Academia valenciana de San Carlos. San Miguel y San Blas? de áureas opulencias y gran dinamismo, se deben a Alfonso Bergaz, Director también de la citada Academia madrileña. Este mismo fue el autor de las esculturas del ático, pintadas en blanco, que lucen mucho menos que las otras (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
   Una Virgen del Rosario que figuraba en la Sacristía de los Cálices, se ha instalado en la Capilla de San José. Esta pintura, que ha venido considerándose como obra de taller de Zurbarán muestra ahora calidades ge­nuinas que permiten considerarla como original del artista y fechable hacia 1630. Tanto en el esquema compositivo, marcadamente geométrico, como en el tratamiento de las telas, y de las expresiones faciales de la Virgen y del niño puede apreciarse con claridad la impronta original del maestro. Igualmente el trata­ miento lumínico y cromático del fondo de la pintura inundado por nubes teñidas de tonos azules y anaranjados es habitual en la producción de Zurbarán.
   Escasos datos y mu y pocas obras se conocen en nuestros días del pintor Francisco Polanco, del cual sabemos que nació en Cazarla (Jaén), aunque se ignora la fecha. Realizó su formación en Sevilla, iniciándose en el estilo de Zurbarán primero y siguiendo después el de Murillo a partir de 1645 aproximadamente.  Vivió en la parroquia de la Magdalena y murió, probablemente a consecuencia de la peste, en 1651. En la sacristía mayor de la catedral se conservaba, antes de pasar a la Capilla de San José, el San Juan Bautista, que es la única obra firmada de este artista que actualmente se conoce en España, pudiéndose ad­vertir a través de esta pintura un estilo muy determinado que permite fecharla hacia  1650, en  los últimos años de su vida, cuando su formación zurbaranesca evoluciona hasta formas procedentes de Murillo. La figura del santo, sentado en primer plano de la composi­ción, muestra una intensa expresividad tanto en dispo­sición de su anatomía como en los matices de carácter espiritual que afloran a través de su actitud. Al fondo de la pintura aparece un desdibujado paisaje resuelto con débil técnica, en el que se describe la escena del Bautismo de Cristo. 
   En la Capilla de San José figuran dos pinturas de Santa Justa y Santa Rufina de modesta calidad y que han de ser obra de algún anónimo imitador de Zurbarán dotado de escasos recursos.
   En la Capilla de San José se encuentra un Sacrificio de Isaac, en mal estado de conservación, cuya composición repite con ligeras variantes la pintura con el mismo tema que, firmada por Llanos Valdés, se conserva­ en la Iglesia del Salvador de Sevilla. Por ello esta versión de la obra ha de considerarse como réplica de taller.  
 El conjunto de grandes obras de Valdés Leal en la Catedral de Sevilla concluye con la representación de Los Desposorios de la Virgen, que se expone en la Ca­pilla de San José. Es obra firmada y fechada por el artista en 1657, en la que muestra una excepcional técnica consistente en la aplicación de una pincelada suelta y restregada que otorga a las figuras una notoria vivacidad.
   Escasas son las noticias que se conocen de Esteban Márquez, excepto que era de origen extremeño, y que realizó su formación en Sevilla, donde posteriormente desarrolló su carrera artística hasta 1720, año en que falleció. Su arte se mueve dentro del estilo de Murillo, que se refleja intensamente en sus pinturas. En la Catedral se encuentra un Apostolado, cuyas característi­cas permiten atribuirlo con seguridad al artista, aunque considerando que es obra de taller fechable hacia 1690. Las diferentes pinturas que integran este conjunto se encuentran repartidas entre la Mayordomía y la Capilla de San José, advirtiéndose en las actitudes y semblantes de las figuras que lo integran notables coincidencias con las que aparecen en otras obras de este pintor.
   Como obras anónimas de escuela boloñesa hay que considerar tres pinturas que por sus dimensiones y ca­racterísticas de estilo parecen formar parte de un mismo conjunto. Son Cristo y la adúltera, que se conservan en la Capilla de San José, Lot y sus hijas y Esther y Asuero, que figuran en el Vestuario de los Canónigos. Son obras de buena calidad que se conservan actual­ mente muy repintadas y en mal estado de conserva­ción.
   Frans Francken II nació en Amberes en 1581, siendo hijo de un pintor con su mismo nombre en cuyo taller se formó. Desde los diecisiete años trabajó como maestro pintor, obteniendo siempre sus obras una ex­celente acogida de mercado, que le permitió el poder disfrutar de una considerable fortuna; murió en Amberes en 1642. En la Catedral se conserva un interesante conjunto pictórico de este artista que muestra un aceptable nivel de calidad, tanto por su empeño compositivo como por la buena técnica que el artista empleó en su realización.
   La primera obra de este conjunto se conserva en la Capilla de San José y representa La cena del rey Baltasar. El tema de esta pintura se narra en el libro V de Daniel, en el cual el  monarca asirio Baltasar, hijo de Nabucodonosor, bebió en una cena, junto con su corte, en los vasos sagrados de oro y plata que su padre se había llevado del templo de Jerusalén como botín. En el momento de beber Baltasar vio aparecer en el fondo de la estancia donde se celebraba la cena una mano que escribió en el muro una frase que anunciaba el final de su reinado. Francken II trató este tema en repetidas ocasiones en versiones pictóricas que se conservan en el Museo de los Agustinos de Toulouse y en la Galería Narodni de Praga (Enrique Valdivieso, La pintura en la catedral de Sevilla, siglos XVII al XX, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
   Durante la restauración del conjunto de las vidrieras de la catedral entre 1929 y 1932 por la Casa Maumejean, se realizaron  algunas nuevas como la primera del Crucero en el lado de la Epístola que re­ presenta a San Hermenegildo, San Jerónimo, y San Eustaquio y la de El Nacimiento, en la Capilla de San José, cuya composición aprovecha la del Altar del Nacimiento (1555) de Luis de Vargas.
   En la nave lateral de la Epístola, sobre la Capilla de San José, podemos contemplar la vidriera realizada por Enrique Alemán hacia 1478-1479, y que representa a San Gregorio, San Agustín, San Ambrosio, y San Jerónimo, dispuesta en cuatro vanos alargados terminados en forma de arco lobulado con sus claraboyas, con unas medidas de 7'82 x 3'46 mts. 
   En el interior de la propia Capilla de San José, podemos contemplar la vidriera realizada por la Casa Maumejean en 1932, y que representa El Nacimiento, dispuesta en un vano alargado terminado en forma de arco apuntado, con unas medidas de 6'50 x 2'70 mts. (Víctor Nieto Alcalde, Las vidrieras de la Catedral, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
   Reseñar también el Sepulcro del Cardenal Joaquín Tarancón y Morón, de autoría desconocida, realizado hacia 1865, el Sepulcro del Cardenal José María Bueno Monreal, realizado en 1995 por José Antonio Monreal, y el Cristo atado a la Columna, ejecutado por Francisco Antonio Ruiz Gijón en 1688.
     Sobre la puerta figura una vidriera realizada en 1478 por Enrique Alemán que representa los cuatro Padres de la Iglesia Latina. El interior está presidido por un retablo neoclásico, obra de Pedro Arnal, terminado en 1800. En su hornacina central aparece una escultura de San José, ejecutada por José Esteve, mientras el resto de las imágenes pertenece a Alfonso Bergaz.
     En el muro derecho se sitúa el monumento funerario del cardenal Joaquín Tarancón, fallecido en 1862. Las pinturas más interesantes de la capilla son el Sacrificio de Isaac, obra de Llanos Valdés en 1660 y un Apostolado característico del estilo de Esteban Márquez, realizado hacia 1700 (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María;
LEYENDA
   José, esposo de la Virgen y padre nutricio de Jesús, apenas es mencionado en los Evangelios canónicos; y el de san Marcos ni siquiera lo nombra.
   Los Evangelios Apócrifos, especialmente el Protoevangelio de Santiago y la Historia de José el carpintero, escritos coptos del siglo IV, se dedicaron a colmar esta laguna con detalles pintorescos copiados en su mayoría del Antiguo Testamento.
   Relatan que José, descendiente de la estirpe de David, a pesar de sus orígenes reales, ejercía el humilde oficio de carpintero (faber lignarius), que fabricaba yugos, arados y hasta ratoneras. Según otra tradición, menos difundida, que se explica por el significado habitual de la palabra faber (obrero, artesano), habría sido herrero.
    Este pretendido descendiente «proletarizado» de los reyes de Israel habría tenido más de ochenta años cuando se casó con  la Virgen que tenía catorce. El milagro del florecimiento de la vara gracias al cual se impuso a los otros pretendientes más jóvenes, es una copia evidente del relato de la designación de Aarón como sumo sacerdote, que está en el Pentateuco (Números,17).
   Del mismo libro (Números,6:11-29) los Evangelios Apócrifos copiaron la historia de María bebiendo el agua probática en el templo, Juicio de Dios infligido a José y a la Virgen, después del descubrimiento de su embarazo.
   Las revelaciones de las místicas María de Ágreda y Catalina Emmerich, lo asimilan a su homónimo, José de Egipto. Igual que éste, habría sido perseguido por sus hermanos. Demás está decir que estas novelas piadosas sólo tienen un objetivo edificante.
   Los teólogos de la Edad Media han discutido interminablemente acerca de la naturaleza del matrimonio de José: ¿Ha sido el marido, o sólo el protector de la Virgen?¿El vínculo que les unía debe calificarse de copula carnalis o de maritatis societas?¿Puede llamarse esposos a quienes viven juntos sin te­ner relaciones carnales?
   Los doctores de la Iglesia opinan con la afirmativa. Explican que ese matrimonio casto (virginale conjugium) era indispensable para que la Virgen no fuera acusada de haberse dejado seducir, lo cual la habría expuesto a ser lapidada, y sobre todo para dar el pego al demonio, siempre al acecho, y ocultarle el misterio de la Encarnación (Huic Maria desponsatur ne Diabolo prodatur ratio mysterii).
   La virginidad de María no basta a los teólogos de la Edad Media: además, pretenden establecer, por añadidura, la virginidad de José antes y después de su boda. La tradición le atribuía numerosos hijos de su primera mujer, pero a santo Tomás de Aquino le repugna admitirlo. Según éste, debe creerse que así como la madre de Jesús permaneció virgen, lo mismo ocurrió con José. «Credimus quod, sicut Mater Jesu fuit virgo, sic Joseph.» Un hagió­grafo contemporáneo lo califica de padre virgen de Jesús.
   José acompaña al Niño Jesús a Egipto y lo trae de nuevo a Nazaret tras la muerte de Herodes. Después de lo cual desaparece de la escena. Ignoramos la fecha de su muerte, aunque la leyenda lo haya convertido en un pa­triarca centenario, se supone que murió antes de la Pasión de Jesús, puesto que no aparece en las Bodas de Caná, adonde sin duda habría sido invitado en compañía de la Virgen. En cualquier caso, está ausente en la Crucifixión y reemplazado en el Descendimiento de la Cruz y en el Enterramiento,  por otro José, José de Arimatea. .
   Casi no se puede dudar -escribió san Francisco de Sales-que el gran san José falleció antes de la muerte del Salvador quien, de no ser por ello, no hubiese encomendado su madre a san Juan.
CULTO
   No existen reliquias personales de san José, de lo cual se creyó poder concluir, al igual que en el caso de la Virgen, que su cuerpo había sido elevado al Cielo.
   La colegiata de Saint Laurent de Joinville, en Champaña, se jactaba de poseer el verdadero cinturón de san José, que habría sido confeccionado por la  Santísima Virgen y llevado a la cruzada de 1254 por el Señor de Joinville. Nada más singular que la curva o representación gráfica del culto de José, quien después de haber sido escarnecido durante la Edad Media como un personaje menor, e incluso cómico, a partir del siglo XVII se convirtió en uno de los santos más venerados de la Iglesia católica, asociado con la Virgen y con Jesús en una nueva Trinidad que se llama la Trinidad jesuítica (Jesús, María y José) y promovido en 1870 a la jerarquía de patrón de la Iglesia universal. En los anales de la devoción existen pocos ejemplos de un ascenso se­mejante y de un retorno tan completo.
El escarnio de José 
 Puede decirse que en la Edad Media san José también ha sido sistemáticamente rebajado al tiempo que se exaltaba a la Virgen. En verdad, se trataba de probar la divinidad de Cristo, nacido de una Virgen y del Espíritu Santo, y de no permitir que se creyera que José pudiera ser su verdadero padre. De ahí la tendencia auspiciada por la Iglesia de reducirlo a la condi­ción de un mero figurante.
   Los autos sacramentales del teatro de los Misterios le asignaban un papel ridículo de anciano pasmado, tenía el empleo del «bufón» de los dramas shakespearianos. En el momento del parto, la Virgen lo envía a buscar una linterna; como si se hubiera resfriado en la gruta, José estornuda y apaga la luz. María le pide que caliente la sopa, pero él vuelca el caldero con torpeza. Como no tenían pañales para arropar al recién nacido, él ofrece unos viejos cal­zones agujereados.
   Su torpeza sólo se iguala con su avaricia de roñoso. Se apresura a meter en el cofre las ofrendas de los Reyes Magos, y cuando se trata de pagar un óbolo para la Presentación de Jesús en el templo, mete la mano en la bolsa re­funfuñando.
   Durante la Huida a Egipto, su comportamiento es aún más indigno. Un ángel le anuncia los malos designios de Herodes y le ordena evacuar hacia Egipto a la Virgen con el Niño. Ejecuta la orden de muy mala gana, des­pués de haber empeñado el velo de la Virgen y su propio turbante para conseguir dinero que le permita comprar vino (o cerveza, según un auto de fe alemán).
   Se queja porque debe cargar el equipaje en solitario, y recomienda a la Virgen María que llene bien su cantimplora, puesto que es viejo y necesita reconfortarse con tragos frecuentes. E incluso invita a la Virgen a beber un trago con él, y ésta le reprocha que haya vaciado la botella que debiera durar al menos tres días más.
   Los versos del poeta Eustache Deschamps muestran hasta qué punto «el bueno de José» era poco respetado a finales de la Edad Media:
   En Égypte s'en est alié,
   Tout lassé,et troussé
   D'une cotte et d'un baril.
   Viel, usé
   C'est Joseph le rassoté.
   (A Egipto se fue / Cansado y provisto / De un sayal y un barril. / Viejo, gastado / Está José, el tonto.)
   Auténtica «cabeza de turco», es el blanco de los versificadores del teatro de los Misterios, que lo acribillan con burlas irreverentes, al igual que a otro personaje de los Evangelios, Nicodemo, el «descendedor» de Cristo, cuyo nom­bre abreviado dio el sustantivo nigaud (bobo).
   Aún en la época del concilio de Trento, el teólogo Molano confirma que a José se le endilgó reputación de tonto que apenas podía contar hasta cinco (Qui vix quinque numerare possit).
   En el siglo XVIII, Gentileschi lo muestra durmiendo a pierna suelta, parece oírsele roncar mientras la Virgen amamanta al Niño.
La Glorificación de José
   ¿Cómo semejante personaje de comedia pudo convertirse en uno de los santos favoritos de la devoción popular? El mérito corresponde a las campañas de sus defensores franceses, el más ardiente de los cuales fue el canciller de la universidad de París, Jean Gerson; a las órdenes especialmente dedicadas a la Virgen (carmelitas, servitas) ya los predicadores  populares. Los Martirologios lo llaman gemma mundi, nutritor Domini. El anillo de boda de ónice que habría dado a la Virgen, era venerado en Perusa, en la Capilla del Anillo (Cappella dell' Anello). Su bastón se conservaba en la iglesia de los camaldulenses de Florencia. A principios del siglo XV, el teólogo Juan Gerson compuso en su honor un poema latino de tres mil versos titulado Josephina: en él se solicita al concilio de Constanza la institución de la fiesta de los Desposorios de san José. En el año 1489, Tritemio (Trithemius) compuso un tratado que se titula De Laudibus S. Josephi. Por último, el papa franciscano Sixto IV (1471-1484) introdujo la fiesta de san José en la liturgia de la iglesia romana.
   En el siglo XVI, el dominico Isolano redactó en Pavía, en 1522, un Sumario de los dones de san José, a quien atribuye los siete dones del Espíritu Santo. Fue él quien popularizó el relato apócrifo de la Muerte de José.
   La corporación de los carpinteros de obra y carpinteros, edificó en 1958 la primera iglesia romana que se puso bajo la advocación de san José: San Giuseppe dei Falegnami. En Bolonia se le había dedicado otra, más antigua.
   Su creciente popularidad después del concilio de Trento, sobre todo se debe a santa Teresa, reformadora de la orden carmelita, a los fundadores de la orden jesuítica y de la orden salesiana: san Ignacio de Loyola y san Francisco de Sales.
   Santa Teresa adoptó como patrón al glorioso san José a quien llamaba «El padre de su alma», le atribuía su curación y le dedicó su primer convento de Ávila. La iglesia de los carmelitas de París también fue puesta bajo la ad­vocación de Saint Joseph.
   Los jesuitas le concedieron un sitio en su Trinidad: J. M. J.(Jesús, María, José), popularizada por esta oración:
   O veneranda Trinitas
   Jesus, Joseph et Maria.
   En el siglo XVII, Francisco de Sales, quien consideraba a José como el mayor de todos los santos, lo convirtió en patrón de las religiosas salesianas (de la orden de la Visitación). Las ursulinas siguieron el ejemplo de las salesianas y de las carmelitas.
   La nueva devoción a san José es una copia de la que se profesaba a la Virgen. Los Siete Dolores y los Siete Gozos de san José están simbolizados por un cordón de siete nudos que los devotos llevaban bajo la ropa.
Patronazgos
   Las únicas corporaciones que lo reivindican son las de los trabajadores de la madera: carpinteros de obra y carpinteros, a las cuales se asocia la de los zapa­dores, porque  colocaban el maderamen de los puentes. En nuestra época se lo convirtió en el patrón de los obreros en general.
   Como en Belén no encontró alojamiento para la Virgen y él, se convirtió además en el patrón de los mal alojados o sin casa, clientela singularmente im­portante en nuestros días de crisis de la vivienda.
   Su fama de virgen le valió el ser invocado por los laicos, y sobre todo por los religiosos, para conservar su castidad. Se recurría a él para reprimir los impulsos de la carne (carnis motus refrenare) o para enfriar los ardores lle­vando el cordón de san José (pro castitate servanda) sobre la piel.
   O sancte Joseph, propera.
   Aestum carnis refrigera.
   Los himnos compuestos en su honor lo glorifican por haber sido: senex expers libidinis, sponsus pudicissimus, e incluso hasta «eunuchus puerperae».
   San Bernardo lo comparaba con su homónimo José de Egipto, tanto por su castidad como por la frecuencia con que Dios lo advertía en sueños.
   Al mismo tiempo, se convirtió en el patrón de la buena muerte. En efecto, se contaba  que Jesús lo había asistido durante su agonía y le había enviado a los arcángeles Miguel y Gabriel para recoger su alma acechada por el demonio. De ahí deriva el hecho de que su intercesión sea invocada por los moribundos, con preferencia a la de los ángeles que tienen la misma función en el Ars bene moriendi.
   El nombre de pila José era prácticamente desconocido en la Edad Media. Fue a partir del siglo XVII que se dio a los grandes señores, e incluso a los reyes de Portugal o a los emperadores de la dinastía de los Habsburgo.
   En 1621, el papa Gregorio XV decidió que la Iglesia entera celebrara la fiesta de san José el 19 de marzo.
   En el siglo XIX se consagró oficialmente  su triunfo. En 1847, Pío IX instituyó el culto del Patronazgo de san José. En 1870 el papa elevó el rito de su fiesta (19 de marzo) y lo proclamó patrón de la Iglesia universal. El mes de marzo se convirtió en el mes de san José, para formar pareja con el mes de María.
   El culto del santo se difundió tanto que la Santa Sede se vio obligada a cal­mar el fervor de los devotos. La Congregación de los Ritos condenó el culto al corazón de San José copiado del profesado al Sagrado Corazón de Jesús, en 1873; al igual que la plegaria Ave José, que es un calco del Ave María.
   A pesar de dichas advertencias y  frenos, la devoción a san José adquirió en Canadá un auge prodigioso. Ya en 1624 los primeros habitantes de Quebec lo habían elegido como patrón. En 1904, F. André construyó cerca de Montreal un modesto oratorio de madera que en 1941 se convirtió en una majestuosa basílica de piedra blanca cuya cúpula rivaliza en amplitud con la de San Pedro de Roma. Es el mayor santuario del mundo dedicado a san José. Montreal se convirtió en un centro de Joselogía.
ICONOGRAFÍA
   La iconografía de san José es paralela a la evolución de su culto; es tardía, y alcanzó su apogeo con posterioridad al concilio de Trento.
   Comporta dos tipos muy diferentes. En el arte de la Edad Media, el esposo virginal de la Virgen (virgineus sponsus Virginis) está representado casi siempre con los rasgos de un anciano de cabeza calva y barba blanca. A partir del siglo XVI, los artistas lo rejuvenecieron y le confirieron el aspecto de un hombre de cuarenta años, con todo el vigor de esa edad. Los teólogos habían tomado la delantera, desde  principios del siglo XV, en el concilio  de Constanza, el canciller de la universidad de París, Juan Gerson, sostenía que san José no tenía ni cincuenta años cuando se casó con la Virgen María.
   Además, mientras el arte medieval casi nunca lo representa aisladamente, sin duda por temor de justificar mediante imágenes la herejía de la concepción natural de Cristo, después de la Contrarreforma se lo honró representándolo por sí mismo, ya como carpintero de obra, ya como padre nutricio de Jesús.
   l. En el primer caso, tiene como atributos los utensilios de su oficio: un hacha, una sierra, una garlopa o una escuadra.
   2. En el segundo caso, se lo reconoce por su vara florecida, que alude a su victoria sobre los otros pretendientes de la Virgen, transformada en tallo de lirio, símbolo de su matrimonio virginal. Tiene un cirio o una linterna durante la noche de la Natividad. Lleva al Niño Jesús en los brazos o le conduce de la mano como el arcángel Rafael acompañando al joven Tobías. Excepcionalmente, está caracterizado como Judío por el cuchillo de circuncisión y el sombrero puntiagudo de la judería.
   A veces forma pareja con su homónimo, José de Arimatea. Los dos José del Nuevo Testamento forman de esa manera una pareja hagiográfica análoga a la de los dos santos Juanes.
   Gracias a la propaganda de su defensora, santa Teresa, se hizo singularmente popular en el arte español. Es, junto a la Virgen de la Inmaculada Concepción, el tema preferido de Murillo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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