Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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miércoles, 31 de julio de 2019

La Iglesia de la Anunciación


   Déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de la Anunciación de Sevilla.   
   Hoy, 31 de julio, es la Memoria de San Ignacio de Loyola, presbítero, el cual, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje hasta que, herido gravemente, se convirtió a Dios. Completó los estudios teológicos en París y unió a él a sus primeros compañeros, con los que más tarde fundó la Orden de la Compañía de Jesús en Roma, donde ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios (1556) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Iglesia de la Anunciación, la Antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla.
   La Iglesia de la Anunciación [nº 25 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 48 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Laraña, 1; en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo.
   La iglesia más romana de la ciudad. La concepción espacial de las iglesias jesuitas en el centro de Sevilla. Un modelo creado por Jacopo Vignola y basado en una planta de cruz latina de nave única con los brazos de la cruz muy poco marcados hacia el exterior. En su interior, eran iglesias en la que se eliminaban las capillas laterales para concentrar toda la atención del fiel en el presbiterio y en el retablo mayor, toda una concepción dirigida de la actitud del fiel basado en las directrices del Concilio de Trento, que los jesuitas expandieron como modelo de iglesia por Europa e Hispanoamérica. La fundación de la Casa Profesa de Sevilla se hace en 1565, aunque los jesuitas estaban presentes en Sevilla desde 1554. Las obras se concluyeron en 1579. Este edificio continuó siendo la sede principal de la Compañía de Jesús hasta 1767, año en el que los jesuitas fueron expulsados de España. A partir de 1771 se convirtió en la sede de la Universidad de Sevilla, hasta que en 1956 se trasladó a la antigua Fábrica de Tabacos.

   Las trazas de la iglesia se deben al sacerdote jesuita Bartolomé Bustamante, aunque la obra definitiva se debe a Hernán Ruiz II, el autor del cuerpo de campanas de la Giralda y, por la misma época, Maestro Mayor de la Catedral. La portada, realizada hacia 1568, es obra del mismo arquitecto y sigue modelos del italiano Sebastián Serlio. Sobre la puerta de ingreso hay un relieve esculpido por Juan Bautista Vázquez el Viejo (realizado entre 1570-72), un tondo de la Virgen con el Niño de clara influencia italiana. En las hornacinas laterales hay esculturas de un San José con el Niño y de un arcángel, tallas añadidas en el siglo XVIII. Portada poco conocida es la que da acceso a la iglesia a través del patio de la Facultad de Bellas Artes, con decoración geométrica característica del estilo de Hernán Ruiz y fechada en 1568, el año en que se terminó la renovación de la Giralda. Desde una perspectiva lejana es posible advertir la torre de la iglesia, situada en su cabecera, siendo más dificultoso rastrear algunos restos de policromía dorada y almagra en la portada y los otros muros exteriores.

   El majestuoso interior muestra una edificación de una sola nave con una planta de cruz latina, con un crucero cubierto por una cúpula cuya linterna fue restaurada por el ingeniero holandés Sebastián Van der Borch tras el terremoto de 1755. A los pies se encuentra el coro sobre un gran arco escarzano.
   El retablo mayor fue trazado por Alonso Matías (1604-1606), siguiendo modelos manieristas como el del Escorial o el del Hospital de las Cinco Llagas, estrenado dos años antes. Realizado en madera de borne de Flandes y con zócalo de mármol y jaspe negro, está compuesto por banco, cuerpo central de tres calles y ático. Se encargó al italiano Gerolamo Lucenti, que sólo realizó la Epifanía. Al no gustar esta obra, Antonio Mohedano pintó la Anunciación (1604), que se encuentra en el ático. El resto del retablo (Circunsición, Adoración de los pastores y los Santos Juanes del ático) es obra de Juan de Roelas. El tema de la Circunsición, en la parte central, muestra una espectacular concepción barroca que juega con las líneas diagonales, con los contrastes de luces y con la iconografía jesuita de la Imposición del nombre de Jesús, presente en el anagrama de la orden ("JHS"). En la parte inferior del retablo se encuentran dos esculturas de Martínez Montañés: San Ignacio (1610) y San Francisco de Borja (1624-1625), realizadas originalmente para un retablo lateral y concebidas para ser vestidas con telas naturales. Aunque hayan perdido elementos originales (lágrimas de cristal en el caso de San Ignacio), tienen una enorme fuerza expresiva, formando parte de un contrato más amplio que incluía una talla de San Francisco Javier de la cual no se tienen noticias. El conjunto del retablo ejerció una notable influencia posterior en otras iglesias de la Orden como se puede constatar en el colegio de Santa Isabel de Marchena.

   En el brazo derecho del crucero se sitúa el retablo de la Inmaculada, cuya parte más antigua es de Juan Bautista Vázquez el Mozo (1580-1584), el resto, un gran arco que lo cobija, las hornacinas laterales y el gran ático, son obra del siglo XVII. El retablo interno está inspirado en el "Extraordinario Libro" de Sebastián Serlio, alojando las esculturas de tamaño académico (inferior al natural) de Santa Justa y Rufina, San Antón y San Roque. Al centro se sitúa una Inmaculada muy cercana al estilo de Martínez Montañés y seguidora del modelo catedralicio de la conocida como La Cieguecita. En el cuerpo superior aparece al centro el grupo de Santa Ana y la Virgen con el Niño, de finales del XVI, flanqueado por las imágenes menores de los Santos Juanes, San Sebastián y San Nicolás de Bari. Las calles laterales fueron un añadido del siglo XVII, momento en el cual se dedicó el retablo a la Inmaculada dentro de la polémica surgida en la ciudad en torno la concepción inmaculada de la Virgen, teoría fervientemente defendida por los jesuitas. Anónimas, y con diferente cronología, son las imágenes de Santa Ana y San Francisco (lado izquierdo) y San Joaquín y San Pedro (lado derecho).
   En el mismo muro, más cercano a los pies de la iglesia, se encuentra el excelente retablo de San Juan Bautista, que procede del convento de Santa María del Socorro. Obra de Martínez Montañés, con pinturas de Juan de Uceda, destaca por sus altorrelieves, que narran diferentes escenas de la vida del Santo Titular. Al centro, la escena del Bautismo muestra el mejor Montañés, con unos rostros relacionados con el retablo mayor de San Isidoro del Campo e, incluso, con la talla del Señor de Pasión, obras maestras del mismo autor. 

   En el muro frontal se encuentra el retablo de Nuestra Señora de Belén, con pinturas de diferentes épocas, entre las que destaca la notable tabla central del pintor flamenco Marcello Coffermans (h. 1560). Se enmarca por pinturas anónimas fechadas en 1588 de gran interés iconográfico, como la Inmaculada con alas que se aparece a San Juan Evangelista, San Joaquín y Santa Ana, la estigmatización de San Francisco, San Agustín adorando el crucifijo y la Asunción situada en el cuerpo superior.
   En sendos arcosolios situados en los muros izquierdo y derecho estuvieron antaño los monumentales sepulcros de los Ribera, que fueron de nuevo trasladados en 1992 a su lugar original en el monasterio de la Cartuja. Su lugar ha sido ocupado con las imágenes secundarias de la hermandad del Valle, San Juan, la Magdalena y las Marías del paso de Misterio, éstas últimas realizadas por el italiano Juan Bautista Patrone y Quartin (1800). También aparecen en ménsulas sobre la pared las imágenes de los Santos Cosme y Damián, tallas anónimas de la segunda mitad del siglo XVII.
   En la zona del crucero del lado del Evangelio está el retablo de la hermandad del Valle, obra del siglo XIX. Lo preside la excelente imagen de la Virgen del Valle realizada en el siglo XVII, aunque con varias reformas en los siglos XVIII, XIX e incluso XX. También se encuentra en este retablo los otros dos titulares de la hermandad: el Cristo de la Coronación de Espinas, obra de Agustín de Perea (1687), y Nuestro Padre Jesús Nazareno, que fue esculpido en la segunda mitad del siglo XVII por un autor desconocido. La hermandad conserva una gran riqueza patrimonial, como los bordados más antiguos de la Semana Santa, notables piezas de orfebrería y una espectacular arquitectura efímera en sus cultos públicos. Es el resultado de la fusión en 1590 de dos hermandades, la de la Santa Faz (fundada en el antiguo convento del Valle en 1450) y la de la Coronación de Espinas (nacida en San Martín en 1540). Desde 1970 tiene su sede en esta iglesia tras su traslado desde la iglesia del Santo Ángel (calle Rioja).

   Entre 1970-1972 se acondicionó la antigua cripta de los jesuitas, bajo la nave de la iglesia, como panteón de sevillanos ilustres. Tiene acceso a través de la contigua facultad de Bellas Artes y cobija sepulcros como los de Benito Arias Montano, del maestre Lorenzo Suárez de Figueroa o los de Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer (Manuel Jesús Roldán,  Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
   Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Ignacio de Loyola, presbítero;
HISTORIA
   Nacido hacia 1491 en el castillo de Loyola, en la provincia vasca de Guipúzcoa, Íñigo López adoptó en Roma, en 1537, el nombre de pila italiano Ignazio, que correspondía, más o menos, a su nombre español, tomado de San Íñigo, abad de San Salvador de Oña, cerca de Burgos.
   Las armas parlantes de su familia son dos lobos de sable (negros) enfrentados sobre campo de plata.
   En principio fue soldado, y esta primera vocación militar ha dejado una marca indeleble en la combativa orden religiosa que fundaría más tarde. Una herida grave que recibió en Pamplona, cuando los franceses sitiaban la ciudad, decidió su conversión. En el lecho de hospital leyó la Vida de Jesús. Cuando hubo curado, hizo un retiro en Cataluña; primero en la gruta de Manresa, donde escribió sus Ejercicios Espirituales, y luego en la cercana abadía de Montserrat.
   Cuando había decidido emprender una peregrinación a Tierra Santa, antes de embarcar en Barcelona se desprendió de sus últimas monedas, llegó a Venecia, donde por caridad se le concedió un pasaje en un navío que zarpaba hacia Chipre, y llegó a Jerusalén en 1523.
   De vuelta en España, completó sus estudios en las universidades de Alcalá y de Salamanca. Luego, en 1528, partió a pie hacia París. El 15 de agosto de 1534, pronunció los votos junto a seis compañeros en la cripta de la capilla de Saint Denis, en Montmartre. Es lo que se llama el Voto de Montmartre.
   Puso a su pequeña tropa, organizada militarmente, bajo las órdenes de un general y a disposición del papa, que en 1540 aprobó la regla de la nueva orden, llamada la Compañía de Jesús. Suprimida en Francia por el Parlamento de París, en 1761, y luego por el papa Clemente XIV, en 1773, fue restablecida por Pío VI en 1814.
   Durante los dieciséis años que le quedaban por vivir, San Ignacio de Loyola contribuyó poderosamente al éxito de la Contrarreforma, organizando la predicación, la educación de la juventud, distribuida en numerosos colegios, y finalmente la evangelización de las comarcas más remotas del Lejano Oriente que aún no habían sido alcanzadas por el proselitismo de las misiones.
   La primera edición de sus Ejercicios Espirituales fue impresa en 1548.
   Murió en 1556 y fue enterrado en Roma, en la iglesia que lleva su nombre. En el siglo XVII se edificó una basílica de cúpulas en el sitio de su nacimiento, en Loyola, según los planos del arquitecto romano Fontana.
CULTO
   Beatificado en 1609, fue canonizado en 1622
   Su culto, en principio localizado en las provincias vascas y también en Navarra, se irradió y difundió gracias a los progresos de la orden jesuítica en el mundo entero, que en la actualidad cuenta con alrededor de treinta mil miembros.
   Se lo invocaba para la curación de los poseídos, contra la fiebre y contra los lobos (juego de palabras con su apellido López).
ICONOGRAFÍA
   Su tipo iconográfico, caracterizado por una frente calva, nariz fugitiva y barba mal rasurada, deriva de un retrato de Alonso Sánchez Coello ejecutado en el siglo XVI según su máscara mortuoria. De ahí sus ojos inmóviles, que parecen no ver.
   Está vestido con el hábito negro de los jesuitas, o, cuando oficia en el altar, con una casulla. Los pintores barrocos, especialmente Rubens, que encontraban el oscuro uniforme de los jesuitas poco pictórico, prefieren vestirlo con prendas litúrgicas ricamente bordadas.
   Sus atributos son un corazón inflamado, la sigla de la Compañía de Jesús IHS rodeada de rayos, y la divisa de la orden: AMDG (Ad Majoren Dei gloriam) e incluso el Libro de su regla.
   Está representado escribiendo sus Exercitia spiritualia, ya pisoteando la herejía luterana, ya en éxtasis, con los ojos elevados al cielo y la mano apoyada sobre el corazón.
   En los ciclos barrocos de la Contrarreforma su imagen suele adornar los púlpitos rodeada por las alegorías de las Cuatro partes del mundo, que aluden a la expansión universal de su orden (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
   Conozcamos mejor el Significado, Historia, Culto, Fuentes e Iconografía de la Solemnidad de la Anunciación o Encarnación del Señor
   La Anunciación, que también se llama la Salutación angélica, generalmente está representada en la entrada del santuario de las basílicas bizantinas, sobre los pilares del arco de triunfo y en los postigos de los retablos en la pintura occidental de finales de la Edad Media. En uno y otro caso es la visión del ángel transmitiendo a la elegida el mensaje divino que acoge a los fieles.
   Este lugar eminente que se reserva a la Anunciación en el arte cristiano se explica y justifica por el hecho de que no se trata simplemente de un episodio de la historia de la Virgen, sino del origen de la vida humana de Cristo, porque la Anunciación del ángel a María coincide con la Encamación del Redentor. Por lo tanto, se trata del primer acto o preludio de la Obra de Redención, como lo escribió Beda, el Venerable, que la calificó de exordium nostrae Redemptionis.
Culto
   La riqueza de la iconografía de la Anunciación se debe no sólo a su irnportancia doctrinaria en la economía de la Salvación, sino al culto que le ha profesado la Iglesia.
   Fijada en la fecha del 25 de marzo, exactamente nueve meses antes de la Natividad o Navidad, la fiesta de la Anunciación fue popularizada en Occidente por órdenes religiosas tales como los servitas (servidores de la Virgen) cuyas iglesias están dedicadas en Italia a la Annunziata, la orden francesa de la Santísima Anunciación (Très Sainte Annonciation) fundada en Bourges por santa Juana de Valois hija del rey Luis XI; y por órdenes de caballería como la Saboyana, que luego en Italia se llamó de la Annunziata, que data del siglo XIV, y fundó en 1360 Amadeo VI, duque de Saboya.
   La Virgen de la Anunciación era venerada en París con el nombre de Nuestra Señora de la Buena Nueva  (Notre Dame de la Bonne Nouvelle).
   Además, la Anunciación ha sido elegida como fiesta patronal por numerosas corporaciones como la de los rosarieros o fabricantes de rosarios, objetos con los cuales se recita el Ave María; la de los fabricantes de loza o porcelana, a causa del vaso de mayólica donde se erige el lirio blanco que simboliza la pureza de la Virgen; la de los carteros y mensajeros, que al igual que el ángel Gabriel distribuyen el correo.
   Los campesinos veían en la Anunciación la fiesta de la fecundidad. Ese día la tierra se abre para recibir la simiente, como la Virgen para concebir al Redentor. Es el momento propicio para cavar el primer surco, sembrar o plantar.
Fuentes canónicas y apócrifas 
 Antes de  analizar las representaciones de esta escena en el arte cristiano de Oriente y Occidente, es importante precisar las fuentes.
   Es aquí donde por primera vez nos encontramos en presencia de un hecho atestiguado por los Evangelios canónicos, o más exactamente, por uno de los cuatro Evangelios, el de Lucas (1: 26: 38).
   He aquí los términos en que narra el mensaje del ángel: «...En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia; el Señor es contigo ( ...) concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre ( ...)
   «Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra (Virtus Altissimi obumbrabit tibi) ...
   «Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
   El Evangelio no aclara a qué hora tuvo lugar la aparición. Es por razones litúrgicas que se la sitúa en el crepúsculo, porque es la hora del ángelus.
   Numerosos detalles del arte cristiano se han tomado de los Evangelios apócrifos, especialmente del Protoevangelio de Santiago y del Evangelio de la Natividad de la Virgen, que en Occidente fueron vulgarizados por Vicente (Vincent) de Beauvais en el Speculum Historiae, y por Santiago de Vorágine en la Leyenda Dorada. A esas dos fuentes hay que sumar el Evangelio Armenio de la Infancia, que ha tenido gran  influencia en la iconografía bizantina.
   De acuerdo con los relatos apócrifos, habría habido no una sino dos Anunciaciones de la Natividad del Señor, sin contar la de la Muerte de María.
   Según el Evangelio Armenio (cap. V), la Virgen en principio fue saludada por un ángel invisible en el momento en que salía con un cántaro para sacar agua de la fuente. Como temía una estratagema del demonio, se puso a rezar: « Dios de Israel -oró- no me entregues a las tentaciones del enemigo y a las asechanzas del Seductor; mas líbrame de las trampas y de la astucia del cazador.»
   De regreso en su casa, se puso a hilar la púrpura para el velo del Templo. El ángel Gabriel penetró una segunda vez junto a ella a través de la puerta cerrada, y aunque incorpóreo, se le presentó entonces con la apariencia de un ser de carne para anunciarle que quedaría encinta y pariría al Mesías.
   Como no podía creer que concebiría, puesto que no había conocido hombre alguno, el ángel le explicó que el Espíritu Santo descendería en ella sin desflorar su virginidad. Ella acabó por consentir. En el mismo instante el Verbo de Dios penetró en ella por su oreja e inmediatamente comenzó su embarazo.
   Se advierte cuanto agregan los Evangelios apócrifos al Evangelio de Lucas. El ángel invisible saluda una primera vez a la Virgen en el momento en que ella va a buscar agua a la fuente. Luego se presenta corporalmente frente a ella, mientras María está tejiendo el velo de púrpura para el Sancta Sanctorum.
Iconografía
El tema plástico
   A pesar de las variantes iconográficas de la Anunciación en el arte oriental y occidental, casi innumerables, sus coordenadas plásticas esenciales permanecieron inmutables en el transcurso  de las edades.
   No obstante el escaso número de personajes, que se reducen a dos, o a tres si el Espíritu Santo se agrega a la Virgen y al ángel anunciador, la Anunciación plantea problemas muy complejos desde el triple punto de vista espacial, dinámico y psicológico. La Anunciación es al mismo tiempo geometría en el espacio, conflicto de fuerzas y descenso de la gracia divina en el vaso de elección que es el cuerpo de la Virgen María.
   Lo que esencialmente diferencia a la Anunciación de temas análogos tales como la Visitación, es que los dos principales actores pertenecen a mundos diferentes. El ángel es una criatura celestial, en principio incorpórea, en cualquier caso alada e inmortal, que escapa a las leyes de la pesadez y de la muerte. La Virgen, por el contrario, es una criatura humana, infinitamente pura, pero sometida a todas las servidumbres de la condición terrenal.
   Por otra parte, los dos personajes difieren no sólo por su esencia sino por su papel: el ángel que transmite el mensaje divino es activo, la Virgen que lo recibe es pasiva. Su reacción, que no se traduce en modo alguno por un consentimiento total e inmediato, sino por una vacilación y un repliegue, en cualquier caso es muy débil.
   De allí resulta una disimetría que es inherente al tema. Los dos figuras son desigualmente expansivas: el ángel de grandes alas desplegadas exige más espacio que la Virgen amedrentada que se acurruca en un rincón del oratorio.
   Desde el punto de vista espacial. la consecuencia  es que el espacio se fracciona en dos partes desiguales y disímiles: en vez de un espacio homogéneo, de una escena al aire libre o interior, tenemos un espacio mixto, abierto y cerrado a la vez, con un afuera y un adentro. A veces, el espacio abierto no es más que un pórtico exterior adosado a la casa de la Virgen. Cuando los dos personajes están en el in­terior, el fraccionamiento del espacio subsiste, ya sea porque una columna divide la habitación en dos mitades, ya porque el ángel se destaca sobre el fondo de un paisaje al tiempo que la Virgen está en el fondo de su dormitorio.
   Esta dualidad del espacio está subrayada por la iluminación: el ángel siempre está del lado de la luz mientras que la Virgen permanece en la sombra.
   Si la Anunciación se diferencia de la Visitación por su disimetría, se distingue también por su dinamismo. El factor tiempo interviene, puesto que la escena com­porta dos momentos: en principio, el ángel entrega el mensaje; a continuación, la Virgen responde.
   De acuerdo con el temperamento de los artistas, la irrupción del ángel en el santuario virginal es más o menos violenta, ya es proyectado como un bólido «en un golpe de viento», ya, por el contrario, se desliza en silencio y en puntillas, apenas rozando el suelo. Pero su «Carga dinámica» siempre es más fuerte que la de la Virgen que constituye el otro polo. El ángel representa el puesto emisor, la Virgen el receptor; y de uno a otro polo, se sienten pasar los efluvios magnéticos, se cree oír la crepitación de una chispa eléctrica.
  Sin embargo, esa relación de fuerzas tiende a alterarse e incluso a invertirse com­pletamente por la influencia del progreso de la mariolatría. Poco a poco el papel del ángel disminuye: en vez de presentarse como maestro y triunfador, como un embajador celestial en el cual Dios habría delegado plenos poderes, se arrodilla mo­destamente frente a la Virgen, en la cual saluda a la Madre del Hijo de su Señor, la futura reina de los ángeles. La Virgen ya no es la humilde sierva (ancilla Domini) que se inclina frente al enviado del cielo y recibe su  mensaje  como  una  gracia, sino la soberana que acepta un homenaje. Se produce una desnivelación en provecho suyo: es ella quien desde lo alto de su trono domina al ángel arrodillado, destituido del rango de embajador celestial al de mero paje.
   Al mismo tiempo, la importancia del ángel se encuentra reducida por la introducción de un tercer actor: la paloma del Espíritu Santo. La paloma, que anteriormente sólo tenía un valor simbólico, tendrá un papel activo: se convierte en la emanación directa de Dios Padre y sustituye al Anunciador, reducido al papel secundario y auxiliar de un intérprete.
   De esta manera la composición cambia de carácter: de polarizada se convierte en convergente. La Virgen, que era sólo una figura lateral, subordinada a su compañero más dinámico, tiende a convertirse en el personaje central hacia el cual convergen todos los rayos que emanan del Padre Eterno, en los cuales desciende Dios Hijo, encarnado en el Niño Jesús.
La Anunciación asociada con la Encarnación
   Desde que la Virgen ha dado su consentimiento a la misión divina que le revela el arcángel Gabriel, la Concepción virginal se opera y el Verbo se hace carne. La Encarnación de Cristo sigue inmediatamente a la Anunciación; la Conceptio y la Annuntiatio Christi son una sola.
   En las representaciones de la Anunciación que hemos estudiado hasta el momento, la idea de la Encarnación no se expresa alegórica ni explícitamente. Pero los artistas, guiados por los teólogos, debían ser conducidos con naturalidad a combinar ambos temas.
   Así se explica la aparición de dos motivos muy característicos de finales de la Edad Media: el Descenso del Niño Jesús en el vientre de María y la Caza del Unicornio que se refugia en el vientre de una virgen.
La inmersión del niño Jesús en el vientre de la Virgen
   Si se observan con alguna atención las Anunciaciones del siglo XV, con frecuencia se advierte un detalle que en principio parece sorprendente.
   Encima de la cabeza de la Virgen aparece Dios Padre haciendo un gesto de bendición. De su boca sale un haz de rayos luminosos por los cuales desciende la paloma del Espíritu Santo. Pero ella no está sola, en dicha trayectoria proyecta un niño no un embrión, sino un «homunculus» enteramente formado: es el Niño Jesús, como lo muestra la cruz que suele llevar al hombro. Ese niño concebido por el Espíritu Santo se sumerge en el vientre de la Virgen, como el polen fecundante aspirado por el cáliz de una flor.
   No hay allí, como pudiera creerse, una réplica cristiana del mito del cisne de Leda, sino la traducción de una doctrina teólogica. Se creía que Jesús, en vez de formarse «in utero» como lo hacen los hijos de los hombres, había sido lanzado por Dios desde lo alto del cielo (emissus caelitus) y había entrado completamente forma­do en el vientre intacto de la Virgen.
   ¿Por qué camino se había operado la Encarnación? Los teólogos se dividían en dos escuelas acerca de este punto. Unos sostenían que Cristo, que es el Logos (la palabra), el Verbo, había entrado por la oreja de la Virgen al mismo tiempo que el men­saje del ángel Anunciador: virgo per aurem impregnatur. Es el tema de la Conceptio per aurem. En una prosa del siglo XII se cantaba:
Gaude, Virgo, Mater Christi 
Quae per aurem concepisti.
   Pero la mayoría creía que la concepción se había realizado más normalmente por el canal uterino (Conceptio per uterum).
   El tema es sin duda de origen bizantino, porque en los iconos rusos de la Anunciación se ve al Niño Jesús ya en el vientre de la Virgen (Mladenets vo tchreve Bogomateri). Aparece en Italia a principios del siglo XIV, y  más tardíamente en Francia,  Flandes  y Alemania.
   A partir del siglo XV ya se oían protestas contra ese tema chocante. No se trataba, claro está, de defender el buen gusto ultrajado o la simple decencia, sino de la ortodoxia en peligro. El arzobispo de Florencia, san Antonino, censuraba a los pintores que representaban al Niño Jesús proyectado al vientre de la Virgen ya formado, como si su cuerpo no se hubiera alimentado de la sustancia materna.
   El concilio de Trento se unió a esta condena y el famoso teólogo Molanus de Lovaina se convirtió en su intérprete, proscribiendo del repertorio del arte católico las Anunciaciones donde se veía «Corpusculum quoddam humanum descendens inter radios ad uterum Beatissimae Virginis», como si el vientre de la Virgen -agregaba- sólo hubiese sido un simple tubo o conducto (fistula) por donde ha entrado y salido el cuerpo de Cristo formado en el cielo.
La caza del unicornio o la caza mística
   El tema de la Caza del Unicornio, cinegético y místico a la vez, mediante el cual el arte de finales de la Edad Media ha intentado expresar alegóricamente los dos misterios hermanados de la Salutación Angélica y de la Encarnación, es una amalgama del Cantar de los Cantares y del Fisiólogo  (Physiologus).
   La Virgen está, en efecto, sentada en un jardín cerrado o cercado (Hortus conclusus), o bien detrás de una puerta cerrada (porta clausa), en medio de emblemas tomados, como los de la Inmaculada Concepción, del Cantar de los Cantares: la fuente sellada (font signatus), la torre de David (turris Davidica), la torre de marfil (turris eburnea).
   Un unicornio, que en los Bestiarios es el símbolo de la Castidad, perseguido por la jauría del arcángel Gabriel llega a refugiarse en su vientre. Los cuatro lebreles que lleva atados simbolizan las Virtudes: Justitia, Misericordia, Pax, Veritas, que han decidido al Verbo a encarnarse.
   El unicornio, que sólo podía ser capturado por una virgen, es aquí la imagen de Cristo que viene a encarnarse en el vientre de María. Ésta está representada como la doncella que sirve de trampa al unicornio, atrayéndolo con el perfume de su vientre virginal. El ángel Anunciador toma la forma del montero alado que desatraílla  a los cuatro lebreles haciendo sonar el cuerno.
   Esta manera singular de simbolizar la Encarnación con una escena de caza, desconocida para el arte bizantino, gozó de los favores de Occidente desde el siglo XV hasta comienzos del XVI.
   Es en el arte alemán donde se encuentran los ejemplos más numerosos.
   El motivo no se aclimató bien en Francia, aunque tenga como fuente un sermón de san Bernardo que fue el primero que tuvo la idea de aplicar a la Anunciación las palabras del Salmo 85, 11: «Se han encontrado la piedad y la fidelidad, /se han dado el abrazo la justicia  y la paz (...)» (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
   Conozcamos mejor la Fiesta de la Anunciación o Encarnación del Señor;
   Fiesta derivada del primitivo ciclo natalicio. Seguramente proceda de la conmemoración que debía hacerse en Nazaret en la Basílica de la Anunciación erigida por Santa Elena, porque en cada basílica se celebraba anualmente el misterio que allí era recordado a la par que su dedicación.
   En el siglo VI ya se encuentra algún indicio de celebración de esta fiesta, pues una de las homilías de Abrahán Obispo de Éfeso, que vivió en la época del Emperador Justiniano (mediados del siglo VI), lleva de título: En la Anunciación de la Madre de Dios.
   Fiesta de la maternidad virginal, primero se fija en los días preparatorios de Navidad, por relación con el nacimiento y por consideración a la cuaresma: la liturgia romana, el miércoles de témporas de Adviento; la ambrosiana, el IV domingo de dicho tiempo, y la hispánica, el dieciocho de diciembre (X Concilio de Toledo, 656).
   Alternó y después se complementó con una centrada ya en la concepción de Jesús, que se fija el veinticinco de marzo, una vez que se había extendido desde Roma la fiesta del veinticinco de diciembre de la Natividad del Señor, unida, por tanto, al recuerdo  festivo de la Anunciación de María (nueve meses antes), cuyo nombre recibe, llegando a oscurecerse las celebraciones de otras fechas.
   Aparte de su correlación con la Navidad, no olvidemos que coincide con el equinoccio de primavera, que se vinculaba con la creación del mundo y del hombre, y por tanto adquiere una gran carga simbólica, al celebrarse la concepción de Cristo, el Nuevo Adán, el hombre de la Nueva Creación. Posteriormente se añadió también la conmemoración de la muerte de Cristo. 
    Sin ninguna duda, se celebraba, tanto en Oriente como en Occidente, en el siglo VII, y documentamos la fecha del veinticinco de marzo en el Chronicon Paschale de Alejandría del 624, que la titula Anunciación de la Madre de Dios, y en un decreto del Concilio Quinisexto Trulano (Constantinopla, 692), que ordenaba se celebrase aunque cayera en cuaresma.
   El Papa Sergio I (+701) la incluye entre las cuatro fiestas marianas en las que debía organizarse procesión; la de ésta fiesta cayó en desuso en la Baja Edad Media. Ya aparece en el Sacramentario Gelasiano y en el Gregoriano (siglo VIII).
   Originariamente del Señor, adquirió en Occidente un marcado tinte mariano, pero, a diferencia del caso de la Purificación, la figura de la Virgen resplandece con luz propia, porque en el misterio de la Encarnación no se puede prescindir de la Madre. Aunque, como es natural, la glorificación de María es a la par glorificación del Señor.
   En la reforma de 1969 se le ha devuelto su primario tinte cristológico, denominándola Anunciación del Señor, nombre que ya había recibido en los inicios de la fiesta (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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Horario de apertura de la Iglesia de la Anunciación:
            De Lunes a Sábados: de 10:30 a 13:30, y de 18:00 a 21:00
            Domingos: de 10:00 a 13:00

Horario de Misas de la Iglesia de la Anunciación:
            Todos los días: 12:00 (Jueves, además: 20:30).


La Iglesia de la Anunciación, al detalle:
    Sacristía:
antiguo Retablo de las Reliquias

martes, 30 de julio de 2019

El Museo Arqueológico (Pabellón de Bellas Artes para la Exposición Iberoamericana de 1929), de Aníbal González, en la plaza de América, del Parque de María Luisa

   Déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo Arqueológico (Pabellón de Bellas Artes para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla.   
   El Museo Arqueológico (Pabellón de Bellas Artes para la Exposición Iberoamericana de 1929) [nº 67 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 36 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 30 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 36 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en la plaza de América, 2 [nº 2 en el plano oficial del Parque de María Luisa]; en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado - Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
   El edificio es un bello ejemplar neorrenacentista construido por Aníbal González entre 1911 y 1919 con ocasión de la Exposición Iberoamericana. Las colecciones arqueológicas se hallan aquí instaladas desde 1942, habiendo residido anteriormente en otros lugares.
   La creación de todos los museos y de éste en particular es consecuencia de la exclaustración de 1835, en que, archivos, bibliotecas y objetos de arte de los conventos pasaron a ser propiedad del Estado. En Sevilla, como en las demás ciudades, se formó una Junta de Museos que se dedicó a reunir las piezas artísticas. Desde 1875 el Museo Provincial se instaló en el Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes, y allí estuvo la colección arqueológica hasta 1942 en que se trasladó al edificio actual. El edificio ha sido sometido a obras de ampliación y adaptación para poder instalar las nuevas colecciones que habían llegado al museo en los años posteriores a su inauguración.
   El contenido del museo lo hace estar situado entre los primeros de España, no solamente por la abundancia de sus piezas, sino por su excelente calidad. Las colecciones más importantes son las romanas e hispano-romanas, que proceden fundamentalmente de Itálica, aunque también hay piezas importantes de Écija, Estepa, Alcalá del Río, Villanueva del Río, etc., además de las procedentes de donaciones particulares o del Ayuntamiento de Sevilla. Aunque la mayor parte de los fondos del museo son de época romana, hay que destaca piezas de gran calidad de etapas prerromanas, así como restos visigodos, musulmanes y mudéjares.
   El edificio del museo tiene una gran sala elíptica en el centro, de la que parten dos alas. En la de la derecha se instalan las antigüedades ibéricas y romanas, dedicándose algunas salas a las piezas medievales. En los sótanos se exponen, en diez salas, todos los restos arqueológicos de las Edades de Piedra, Bronce y Hierro, así como los objetos importados por los colonizadores fenicios, griegos y cartagineses. En la planta alta se ha instalado una sala dedicada exclusivamente al Tesoro de El Carambolo y la sala de exposiciones temporales.
   En las primeras salas de la planta sótano se hallan los ajuares procedentes de los dólmenes de la provincia, especialmente los encontrados en Matarrubilla y Ontiveros de Valencina, conteniendo este último puntas de flecha de cristal de roca. Muy interesantes son los ídolos-cilindros y los ídolos-placa, contemporáneos de estos ajuares. La sala IV está dedicada a las edades del Bronce y Hierro, pudiéndose mencionar las estelas funerarias con representación esquemática del guerrero, con su carro y sus armas. 
     En la sala V comienzan los objetos de la cultura tartésica, pero es en la VI (actualmente en la sala de la planta superior dedicada al Tesoro de El Carambolo) donde se expone el tesoro del Carambolo, así llamado por haberse encontrado en este lugar, cerro cercano a la villa de Camas. Se trata de un aderezo, probablemente masculino, compuesto por dieciséis placas de cinturón o diadema, dos pectorales, dos brazaletes y una cadena con colgante. Las piezas están decoradas a base de semiesferas, rosetas y cordones, teniendo gran semejanza con las joyas del Mediterráneo Oriental, de donde parece probable que viniesen, pudiendo datarse entre los siglos VII y VIII a.C. En la misma sala se halla una figurita sedente de Astarté, de estilo egipcio-saita, con inscripción en el plinto que explica la dedicación. Es obra también del siglo VIII a.C. y procede igualmente del cerro del Carambolo.
   En la sala VII se exhiben piezas fenicias o púnicas de importación, entre las que cabe mencionar el tesorillo de Évora, descubierto cerca de Sanlúcar de Barrameda, y compuesto por varias piezas de oro, entre las que destaca una diadema articulada, que puede datar del siglo VII a.C.
   A la Edad del Bronce está dedicada la Sala VIII, exhibiéndose en ella numerosas utensilios de este metal, entre los que destaca el bronce Carriazo, pequeña placa con figura central y dos pájaros laterales con alas plegadas. La sala IX guarda objetos de los diversos pueblos que vinieron a la Península antes de los romanos, es decir, fenicios, griegos y cartagineses, apreciándose muestras cerámicas de interés. Finalmente la sala X se dedica a la civilización ibérica, inmediatamente anterior a los romanos y contemporánea de ellos, mostrando cerámicas y otros objetos con influencia de los colonizadores, pero con el fondo autóctono de la cultura ibérica. Ya en la planta baja se encuentra la sala XI, dedicada también al arte ibérico pero conteniendo las piezas monumentales de escultura. Entre ellas hay varios animales de buena labra como leones y toros, así como relieves con guerreros y cazadores. Es interesante la representación de un matrimonio en actitud sedente, vestidos a la romana, pero con algunas características autóctonas.  
   La exhibición de las piezas propiamente romanas comienza en la sala siguiente. Contiene esculturas y pequeños objetos de bronce procedentes en su mayoría de las áreas de Écija y Sevilla. Destaca un torso imperial sedente del siglo I que procede de Mérida y varios retratos de la misma época, así como un relieve masculino procedente de un grupo de Nióbides, considerado como obra griega del siglo IV a.C.
      A partir de la sala XIII comienzan las antigüedades de Itálica, destacando de entre ellas el mosaico del cortejo de Baco, que sin embargo procede de Écija, y una figura masculina semitendida, probable representación de un río. No obstante es en las salas XIV, XVII, XIX y XX donde se hallan instaladas las mejores piezas del museo, esculturas inspiradas en modelos griegos pero realizadas en su mayor parte en Roma en la época del emperador Adriano. Preside la sala XIV la escultura de Hermes, quizá la mejor escultura clásica descubierta en España. El dios va desnudo con la clámide a la espalda, mientras que los zapatos alados calzan sus pies, habiendo perdido la cabeza, casi los dos brazos y el niño Dionisos. La figura está inspirada en modelos del siglo IV a.C. y realizada en el siglo II a.C., según el canon de Lisipo. En la misma hay un gran torso de Diana, que por la calidad del mármol hizo pensar a algunos arqueólogos, que fuese un original griego del siglo IV, aunque este teoría ha sido desechada y hoy se acepta su origen romano. Es de destacar también el mosaico de tema geométrico en cuyo centro se halla la cabeza de Baco, que ocupa el centro de la sala. En la sala XV hay varias vitrinas con objetos de Itálica, y un supuesto retrato de Alejandro, copia o adaptación de un original perdido, hecho en el siglo II d.C. La sala XVII contiene otra de las piezas excepcionales del museo, la llamada Venus de Itálica, que aparece con los atributos de su origen marino, como el loto y el delfín, conservando además restos de policromía en el manto. De gran calidad es también el torso de Meleagro con clámide, y del mismo estilo es una réplica del Diadúmenos de Mirón y un torso de adolescente, piezas todas del estilo del siglo IV a.C. Son interesantes en esta misma sala los exvotos, con huellas de pies. La sala XIX está instalada en un patio cubierto, y destaca en ella como pieza principal una gran escultura de Diana cazadora, vestida con pelo y diadema real, copia romana del siglo II d.C., de un original griego. Hay también en la misma sala algunas estelas funerarias, cipos y restos de arquitectura, así como una cabeza de la diosa Cibeles o Artemisa Efésica.
   La sala XX ocupa el centro del edificio, tiene forma elíptica y se llama también Sala Imperial, por albergar los retratos de varios emperadores y sus familias. En los extremos del eje están Trajano y Adriano, el primero representado como general en actitud de arenga, con el manto sobre la espalda y apariencia juvenil. Le faltan parte de las extremidades enferiores y la parte superior de la cabeza, pero es una excelente obra del siglo II. Frente a él está el busto de Adriano, verdadero y magnífico retrato, vestido con una armadura en la que se representa la cabeza de la medusa Gorgona. Otras figuras de la sala son una cabeza de Octavia y otra de Augusta joven, ambas del siglo I, un retrato de Marco Aurelio, una cabeza de Nerón y dos estatuas colosales de Augusto y Adriano.
   Desde la Sala Imperial se pasa a la otra ala del museo. Se comienza por la sala XXI, estructurada como la de Diana alrededor de un patio, pero conteniendo un estanque central con mosaico de peces en el fondo, a la manera de una casa romana. Está dedicada a la epigrafía romana y contiene multitud de urnas y cipos funerarios, así como el pedestal dedicado a Isis que procede de Guadix y puede datarse en el siglo II. La sala XXIII contiene planos, fotografías y restos de arquitectura procedentes de Carteia, de carácter monumental; pero la sala más interesante de esta ala es la dedicada a exponer los objetos aparecidos en Mulva, antigua Munigua, situada en el término de Villanueva del Río y Minas. El objeto de mayor interés es una cabeza femenina, de bellos rasgos y cabello liso, que se ha bautizado con el nombre de Hispania y que data del siglo II. De gran valor artístico son los vidrios y joyas de oro aparecidos en las tumbas, y de interés histórico y arqueológico son la carta del emperador Tito a las autoridades de Munigua, fechada en el año 79, y una Tessera de hospitalidad del propretor Sexto Curcio, dirigida a la misma ciudad, piezas ambas de bronce. En la misma sala hay un sarcófago de estrigilos y una figura femenina muy esbelta. 
   En la sala XXVI se inician las colecciones medievales, de menor importancia que las clásicas, pero con piezas interesantes. Pueden citarse los sarcófagos paleocristianos, los ladrillos conmemorativos, en relieve, visigodos y una reproducción del tesoro de Torredonjimeno instalado aquí por su relación con las Santas Justa y Rufina. A continuación se hallan las antigüedades islámicas, compuestas por bellos capiteles de trépano y algunos pequeños objetos como lucernas, destacando como pieza de gran interés histórico un fuste de columna que lleva la inscripción fundacional de la primera mezquita de Sevilla, que incluye el nombre del califa Alhaken, el del arquitecto que la levantó y la fecha de su construcción, 829-830. Se conserva también la inscripción de la mezquita de San Juan de la Palma, del siglo XI.
   La sala XXVII y última está dedicada al arte medieval, con piezas mudejáricas y góticas, y aunque la colección es también pequeña, las piezas son escogidas. De estilo mudéjar hay varias tinajas grandes, de barro cocido y estampillado, algunos brocales de pozo y bellas muestras de cerámica, cuya pieza principal es una pila bautismal vidriada en verde, con relieves de piñas que procede del hospital de San Lázaro y puede fecharse a fines del XV. Son también mudéjares los restos de alfarje y los tableros de madera tallada con ataurique, así como las piñas de mocárabes. Entre las piezas puramente góticas destacan dos alabastros ingleses del siglo XIV y una lauda sepulcral de bronce grabado, fechado en 1333 [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
Conozcamos mejor la Biografía de Aníbal González, autor de la obra reseñada;
     Aníbal González y Álvarez-Ossorio, (Sevilla, 10 de junio de 1876 – 31 de mayo de 1929). Arquitecto.
     Fue el primero de los tres hijos del matrimonio formado por José González Espejo y Catalina Álvarez- Ossorio y Pizarro. Se tituló como arquitecto en 1902 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, superando la reválida de sus estudios con el número uno de su promoción. Su formación respondió a los fundamentos tradicionales entonces imperantes, provenientes del origen académico de ese título, y que se puede constatar por la naturaleza de sus trabajos escolares que se han conservado. Figuras clave de esa formación fueron Ricardo Velázquez Bosco y Vicente Lampérez y Romea, arquitectos esenciales del panorama español de entonces.
     Su vocación arquitectónica se manifestó tempranamente y se vio acrecentada con los años. Daban prueba de ello tanto su biblioteca como sus viajes, siempre vinculados a los intereses disciplinares, y se aprecia con plena nitidez en el éxito de sus estudios y en su temprana actividad, aun cuando era estudiante, en el pabellón que llevó a cabo en la Exposición de Pequeñas Industrias que, en 1901, se celebró en el Retiro madrileño. Al siguiente año realizaría un anteproyecto para Palacio de Exposiciones de Bellas Artes en los sevillanos jardines del Cristina. También en ese año de 1902 redactó una Memoria acerca de la reorganización del servicio de incendios de Sevilla, que presentó al alcalde de la ciudad, siendo acompañado por Nicolás Luca de Tena, a cuya familia estaba ligado por lazos familiares, lo que resultaría ser decisivo para su vinculación tanto a la sociedad y las instituciones sevillanas como a los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. Por otra parte, su matrimonio con Ana Gómez Millán, hija del constructor y maestro de obras José Gómez Otero, significaría su conexión con una de las sagas arquitectónicas más prolíficas de Sevilla.
     Los arquitectos activos entonces eran pocos, y la disposición y cualidades que adornaban al joven González, le habilitaron, junto con las circunstancias referidas, para una pronta fortuna en el ejercicio de la arquitectura. De inmediato se le encargó llevar a término un proyecto de cárcel celular, y estuvo en disposición de iniciar sus primeros encargos privados de diverso tipo, especialmente viviendas, que le ocuparon ya durante la primera década del novecientos. Así, las casas de la calle Alfonso XII y Almirante Ulloa; la reforma del edificio de la calle Monsalves, la de Martín Villa esquina a Santa María de Gracia; la desaparecida central térmica del Prado de San Sebastián y la subcentral de la calle Feria, para la naciente Compañía Sevillana de Electricidad, o la fábrica de la calle Torneo, hoy rehabilitada como Instituto de Fomento de Andalucía; el grupo escolar Reina Victoria en Triana; panteones en el cementerio de San Fernando, o sus primeros proyectos en Aracena debidos a su vínculo con la familia Sánchez-Dalp, como el casino Arias Montano.
     En esa primera década no permaneció ajeno a las corrientes innovadoras que entonces afloraban en Europa, y que en España se reconocen en el modernismo catalán. Algunas de las obras citadas lo manifiestan, pero tal experimentación estilística se inscribía dentro de las habilidades que su formación y la cultura predominante configuraban bajo un eclecticismo historicista, en el que, como un estilo más, llevó a muchos de los arquitectos jóvenes de entonces a ensayar formas que pudieran identificarse con el espíritu de los tiempos nuevos. No obstante, el carácter conservador de las ideas subyacía, y la obra de Aníbal González estaba destinada a figurar destacadamente dentro del panorama nacional de la arquitectura de intención tradicional que, más allá del historicismo, contribuyó a procurar una salida a la crisis del noventa y ocho en el filón de las identidades diversas de los pueblos de España, dando lugar a lo que se conoce como regionalismo, teniendo en la arquitectura una de sus manifestaciones más notables, especialmente en la dualidad del norte y del sur de la Península, la arquitectura montañesa y vasca, por una parte, y por otra lo que vino en denominarse “estilo sevillano”, en el que Aníbal González se reconoció y fue reconocido en toda España, por más que otros arquitectos locales, como Juan Talavera o José Espiau, contribuyeran igualmente a fortalecerlo.
     Esa construcción cultural, si fuera de Sevilla produjo admiración, en la ciudad propició una rara identificación social con la arquitectura. Y para ello, el acontecimiento que lo canalizó fue la Exposición Iberoamericana, celebrada en 1929 pero iniciada como objetivo ciudadano veinte años antes, tras los festejos “España en Sevilla”, organizados en la primavera de 1909, y a cuya conclusión lanzaría la idea Luis Rodríguez Caso. El objetivo de una Exposición Hispano-Americana, como fue originalmente denominada, se traduciría en un concurso convocado en 1911, y del que resultaría ganador Aníbal González, bien es cierto que con una muy escasa participación, ausentes los demás arquitectos sevillanos.
     Su vida, que se vio truncada poco antes de que tuviera lugar la inauguración del certamen, el 31 de mayo de 1929, quedó vinculada al proyecto general y a las obras que resultarían más relevantes: la plaza de América y la plaza de España. Supo compaginar una amplísima actividad profesional, centrada en Sevilla, pero con ejemplos diseminados por distintas poblaciones, especialmente de la baja Andalucía, aunque también fuera de ella, como el edificio proyectado para ABC en la Castellana de Madrid, cuya fachada sobrevive como muestra definitiva de la admiración y apoyo que siempre encontró en la familia Luca de Tena.
     Su trayectoria en Sevilla es difícil de resumir: proyectos urbanísticos (como el del cortijo Maestrescuela, que originaría el barrio de Nervión); viviendas aisladas en áreas de crecimiento de la ciudad (en el Porvenir o en la Palmera); casas familiares urbanas (por ejemplo, en la calle de San José esquina a Conde de Ibarra, calle de Almansa esquina a Galera o calle de Monsalves esquina a Almirante Ulloa); numerosas casas de renta (paseo de Colón, cuesta del Rosario, calles Cuna, Cuesta del Rosario, Tetuán, Francos o actual avenida de la Constitución); “casas baratas” (Portaceli, Ramón y Cajal o avenida de Miraflores); edificios religiosos (para la Compañía de Jesús en la calle de Trajano, la capillita de la Virgen del Carmen en el Altozano o la basílica de la Inmaculada Milagrosa cuya construcción se interrumpió tras su fallecimiento); panteones (como los de los Luca de Tena, Peyré o González) y otros muchos proyectos y obras, que se pueden cerrar con la referencia a la reforma de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería y su sede en el paseo de Colón. Una serie ingente que, junto a la de otros arquitectos regionalistas, cambió la fisonomía de Sevilla, en ocasiones mediante las alteraciones de aperturas interiores, desde la Campana a la Avenida, en incrementos de alturas y cambios de tipos formales del caserío que, en conjunto, significó una renovación intensa de la ciudad.
     Hay que volver a la Exposición Iberoamericana para comprender sintéticamente la evolución producida en la arquitectura de Aníbal González y completar la glosa de este sevillano. Basta comparar el proyecto premiado en 1911 con los desarrollados posteriormente, incluido el frustrado de la Universidad Hispano Americana, tercera de las grandes obras que se pretendió vincular a la Exposición. Sobre todo, basta comparar la arquitectura de la plaza de América (1911-1919: Pabellón de Arte Antiguo, Pabellón Real y Pabellón de Bellas Artes, con sus jardines) con la de la plaza de España (1914-1928), para apreciar la transición de una concepción pintoresca a otra más monumental; por más que en ambas se contengan las habilidades del dominio ecléctico de los estilos del pasado español y en ambas se desarrollen las aplicaciones múltiples de los oficios y artesanías tradicionales recuperados y potenciados al amparo de las prolongadas obras de la Exposición. De manera que si tuviésemos que elegir un desenlace de su evolución, quizá éste radicara en el virtuosismo con que se desenvolvieron las obras de Aníbal González, en especial las aplicaciones del ladrillo en limpio y su talla.
     La donación a la ciudad de la mayor parte de los jardines desarrollados por los duques de Montpensier y la acertadísima intervención de J. C. N. Forestier, renombrado jardinero y urbanista parisino, en la configuración del parque de María Luisa, constituyen el acontecimiento matriz para el desencadenamiento de la transformación urbana que comportó la Exposición Iberoamericana. Lo que finalmente fue el certamen, por el impulso final producido bajo la dictadura de Primo de Rivera, contravino la idea unitaria que Aníbal González había soñado completar. Pero, por más que aquella quiebra trajera la desilusión, la enfermedad y la muerte de nuestro arquitecto, al apreciar hoy el interés de muchas de las obras proyectadas por otros arquitectos (el casino de la Exposición y el teatro Lope de Vega, de Vicente Traver, o varios pabellones americanos, como los de Argentina de Noel, Chile de Martínez, Perú de Piqueras o México de Amábilis), ello no impide percibir la identidad sustancial que se reconoce a la Exposición de 1929 tres cuartos de siglo después.
     En años de fuerte convulsión social, el fallido atentado contra Aníbal González en 1920 debe ser leído en clave de su extraordinaria relevancia como figura pública. Lamentable en cualquier caso, ese acto respondía a la rara popularidad del arquitecto, intensificándose la identificación de la ciudad con él durante la década final de su vida. Poco antes de morir pronunciaba su conferencia, impresa entonces, sobre La Giralda; el máximo símbolo arquitectónico de Sevilla era descrito con su verbo comedido. La manifestación de duelo popular que le acompañó a su muerte, sólo comparable entonces con la de los ídolos de la tauromaquia, contribuyó a otorgarle la aureola de mito contemporáneo de la ciudad.
     Puede afirmarse que Aníbal González es el arquitecto más estimado en Sevilla a lo largo del siglo XX.
     La consideración popular por sus obras, especialmente las de la Exposición Iberoamericana de 1929, se manifiesta en el modo como se han integrado en el paisaje urbano comúnmente reconocido, y en la valoración que de ellas hacen tanto los sevillanos como los forasteros que visitan la ciudad (Víctor Pérez Escolano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
      Si quieres, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo Arqueológico (Pabellón de Bellas Artes para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Parque de María Luisa, en ExplicArte Sevilla.

Más sobre la Exposición Iberoamericana de 1929, en ExplicArte Sevilla.

El Museo Arqueológico al detalle:
Sala I

Sala II

Sala III

Sala IV

Sala V

Sala VI

Sala VII
     La Fuente de El Gandul

Sala VIII

Sala IX

Sala X

Sala XI

Sala XII

Sala XIII
     Triunfo de Baco

Sala XIV

Sala XV

Sala XVI

Sala XVII

Sala XVIII

Sala XIX

Sala XX

Sala XXI

Sala XXII

Sala XXIII

Sala XXIV

Sala XXV

Sala XXVI

Sala XXVII

Sala monográfica del Tesoro de "El Carambolo"

lunes, 29 de julio de 2019

La Iglesia del Hospital de San Lázaro

 

       Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia del Hospital de San Lázaro de Sevilla.  
     Hoy, 29 de julio, Conmemoración de San Lázaro, hermano de Santa Marta, a quien lloró el Señor al saber que había muerto y después resucitó, y de Santa María, su hermana, la cual, mientras Marta se ocupaba inquieta y nerviosa en preparar todo lo necesario, ella, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras (s. I) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la iglesia del Hospital de San Lázaro, de Sevilla.
   La Iglesia del Hospital de San Lázaro se encuentra en la avenida Doctor Fedriani, 56; en el Barrio Los Príncipes-La Fontanilla, del Distrito Macarena.
   En las cercanías del cementerio de San Fernando, en una de las antiguas vías de acceso a la ciudad, se sitúa una de sus capillas más desconocidas, la del hospital que fundó en la segunda mitad del siglo XIII Alfonso X el Sabio. Ampliado en época de Alfonso XI, la mayor parte de su configuración actual tiene trazas renacentistas del siglo XVI, con el característico elemento serliano de arcos semicirculares y columnas realizadas en ladrillo. Antiguo lazareto de la ciudad, en uno de sus extremos se sitúa la pequeña capilla gótico mudéjar del conjunto, con ábside poligonal en ladrillo y pequeña torre campanario visible desde la rotonda que conduce al puente del Alamillo. Aunque la edificación conserva su primitivo carácter hospitalario, la capilla permanece olvidada como simple almacén. Es una pequeña edificación de tres naves, separadas por pilares cruciformes, con cabecera de bóveda de nervadura y ventanales polilobulados en sus laterales. El acceso al interior se realiza desde uno de los pasillos del hospital.
   Profundamente restaurada en 1883, de su interior solo destaca su retablo principal, interesante estructura con tablas pictóricas de enorme interés. Es un retablo compuesto por un banco, dos cuerpos de tres calles y ático, apareciendo la columna salomónica como elemento configurador en el templete superior del segundo cuerpo. Las tablas del retablo fueron encargadas al pintor renacentista Pedro Villegas Marmolejo, según se reseña en el contrato que el pintor firmó el 17 de julio de 1553 junto a Juan Chacón. Constaba originalmente de 10 tablas y una ordenación diferente a la actual. Desgraciadamente, han desaparecido las tablas que representaban al Padre Eterno, la de la Anunciación y la tabla central, una representación de San Lázaro que fue enviado a José I, el rey intruso, en el año 1811. También desapareció la pintura central del banco.

   Actualmente el retablo muestra dos escenas pintadas por Juan Chacón en el banco, la Coronación de Espinas y Cristo con la cruz a cuestas, con un colorido más oscuro y una composición más equilibrada que las demás. De Villegas Marmolejo son el resto de las escenas, en el primer cuerpo la Resurrección de Lázaro y la Magdalena Penitente, en el segundo cuerpo el Noli me Tangere y el Martirio de San Lázaro. Ya de principios del siglo XVIII es la talla de San José con el Niño del templete superior, siendo también ajeno al retablo el crucificado que ocupa el ático. En la sacristía se conserva una talla de San Lázaro cercana al estilo del flamenco Roque Balduque (siglo XVI), que pudo ser el antiguo titular de una iglesia olvidada entre tanatorios, cementerios, chabolas y viejas camas de hospital (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Lázaro;
LEYENDA
   Debe distinguirse entre dos Lázaro, el de la parábola evangélica a quien el rico Epulón deja morir de hambre a la puerta de su casa, y el hermano de Marta y Magdalena, a quien resucitó Cristo ¿o esos dos homónimos son el mismo personaje?
   La identidad de ambos Lázaro, cuyo nombre en el Antiguo Testamento también se transcribe Eleázaro, Eleazar y Eliezer, no ofrece dudas. En la parábola evangélica, el rico que muere de sed entre las llamas del Infierno, y que ve en Lázaro en el Paraíso, en el seno de Abraham, pide a Dios que lo envíe a la tierra para convertir a los judíos, y Dios responde: "Tienen a Moisés y a los profetas. Si no los oyen a ellos, tampoco los persuadirá un muerto que resucite".
   La resurrección de Lázaro que se relata en el cuarto Evangelio es sólo la puesta en escena de esta parábola. Lázaro resucita efectivamente, y no obstante los judíos se niegan a creer en el Mesías.
   Como la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón y la Resurrección de Lázaro, han sido estudiadas en la iconografía del Nuevo Testamento, nos limitaremos a hablar aquí de la leyenda provenzal y borgoñona del leproso santificado.
   Se imaginó que después de la Crucifixión de Cristo, Lázaro desembarcó en Provenza con sus dos hermanas, y que se convirtió en obispo de Marsella. En el siglo XII la Borgoña cluniacense se apoderó del falso obispo marsellés cuyas reliquias habrían sido transportadas a Autum para ponerlas al abrigo de los piratas sarracenos. La catedral de Autum, hasta entonces dedicada a San Nazario, fue puesta bajo la advocación de san Lázaro, a quien se erigió una tumba formidable. Los borgoñones llegaron incluso a pretender que san Lázaro había sido obispo de Autum.
   En realidad, él nunca estuvo en Las Galias, y no fue obispo de Autum ni de Marsella.
   La tumba de un obispo homónimo dio nacimiento a la leyenda provenzal de San Lázaro.
CULTO
   Los principales centros del culto de san Lázaro están en Marsella, Provenza y Borgoña, donde, en Autum y Avallan, las iglesias están puestas bajo la advocación de Saint Lazare. La primera de estas localidades pretende poseer el cuerpo del santo, y Avallan su cabeza. Otras reliquias no menos sospechosas, se veneraban en Andlau, Alsacia.
   Tanto en Marsella como en Autum el culto obedece a una confusión: la tumba que se veneraba en la iglesia de Saint Victor, en Marsella, era la de un obispo de Aix llamado Lazare, que vivió en el siglo V. En Autum, el nombre de San Lázaro sustituyó al de san Nazario, es decir, se transformó Nazaius en Lázarus. La misma confusión se produjo en la localidad italiana de Urbino.
   En Autum, todavía en el siglo XVIII se celebraban los juegos del Santo Leproso que consistían en una cabalgata y desfile militar en los Campos de Marte.
   Los orientales pretenden que Lázaro murió en Chipre, y que sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla desde allí.
   La popularidad de san Lázaro está probada por sus muchos patronazgos. Es el patrón de los leprosos y de los leprosarios donde se los atendía, también a ese título era invocado por los panaderos que, por superstición, se creían especialmente expuestos a la lepra a causa de su oficio.
   Como los leprosos pedían limosna, se convirtió en el patrón de los mendigos, quienes en Italia se llamaban lazzaroni. Por esa razón, en la Edad Media se ha representado con  frecuencia la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón en los atrios de las iglesias, el sitio en que se instalaban los mendigos para pedir la caridad.
   Por último, con el viejo Tobías (Tobit) y con José de Arimatea compartía el patronazgo de los sepultureros o enterradores.
ICONOGRAFÍA
   Los diferentes rasgos de su leyenda y culto se reflejan en su iconografía.
   Está representado como obispo con mitra y báculo, sobre todo en Marsella (Altar de la Major), pero más aún como leproso, con unas tarreñas (en cas­tellano también llamadas tablillas de san Lázaro) en la mano, para advertir a los transeúntes.
   En su calidad de patrón de los enterradores, a veces lleva un féretro.
   Por el hecho de personificar la pobreza, en las iglesias su imagen suele emplearse como soporte de los cepillos destinados a recaudar las limosnas (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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domingo, 28 de julio de 2019

El Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929), de Aníbal González, en el Parque de María Luisa

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla. 
   El Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929) [nº 68 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 35 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 32 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 35 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en la plaza de América, 3 [nº 2 en el plano oficial del Parque de María Luisa]; en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.   
   Ocupa el llamado Pabellón Mudéjar, que Aníbal González realizó con motivo de la Exposición Iberoamericana entre 1911 y 1914. Las colecciones que contiene son variadas, en cuanto a los objetos, pero bastante unitaria cronológicamente. Predomina un criterio etnográfico, pues se agrupan los objetos de carácter sociológico e histórico, seleccionados en la mayoría de los casos con sentido artístico. En la planta primera hay siete salas de contenido muy diverso. La primera está dedicada fundamentalmente al vestido cortesano del siglo pasado, pero hay también otros objetos interesantes. En el centro de la sala se halla una silla de manos, del siglo XVIII, y un carruaje del XIX, y en dos vitrinas se exhiben piezas de orfebrería.  
    Una de ellas está dedicada a los niños y contiene una magnífica colección de sonajeros de plata que abarcan desde el siglo XVIII hasta el XX. Los hay también de oro y de marfil. Preside la vitrina un Niño Jesús-relicario, de madera tallada vestido a la manera cortesana de la primera mitad del siglo XVII, y a su lado hay un pequeño niño orante con ropas del siglo XVIII. La otra vitrina contiene pequeñas joyas tales como pendientes, pulseras, horquillas, diademas, etc., realizadas en plata, oro, coral y azabache; casi todas son obras del siglo XIX, siendo destacables un broche con cuatro colgantes de plata, de estilo neorrococó, de hacia 1870 y de uso masculino, y un conjunto de objetos de azabache, de hermosa labra y gran realce, de comienzos del siglo XX. En el centro de la vitrina se halla una Virgen con el Niño vestida al estilo cortesano de comienzos del siglo XVII, conservando la golilla encolada tanto la Virgen como el Niño. Hay también una pequeña imagen de Santa o de la Virgen Niña de la misma época.`
   En la sala siguiente hay un magnífico espejo con marco de bronce dorado y porcelana, de mediados del pasado siglo, y una colección de pintura que se compone de retratos en su mayor parte. Destacan entre ellos dos lienzos de José Gutiérrez de la Vega, que representan niños y que pueden fecharse hacia 1875, y otros retratos de tipos populares, obras de Andrés Pariadi, de comienzos del siglo XX. Como obra de primerísima calidad destacan un lienzo de Santa Rosalía con riquísimo vestido e interesante adorno de joyas obra del siglo XVII. La sala segunda contiene trajes populares andaluces, algunos objetos de cerámica y exvotos, presidiendo el recinto una gran pintura de la romería del Rocío, obra de Hernández Nájera, fechada en 1917. De mayor interés artístico es el cuadro de José Arpa, titulado En la Sacristía. En la sala III se exhiben algunos instrumentos musicales, letrillas populares, ilustradas con viñetas, y un libro de coro procedente del convento de Santa María de Jesús, escrito por Juan Romero Ballesteros, predicador de San Francisco el Grande, en 1739, y decorado con temas vegetales barrocos y de lacería.
   La sala IV está ocupada por objetos utilizaos en las tareas agrícolas antes de la mecanización. La sala V es pequeña y contiene algunos objetos de orfebrería. Entre las obras mejor conservadas pueden mencionarse tres lámparas de colgar, de plata repujada, de los siglos XVIII y XIX, un panel de plata procedente de un frontal neoclásico, varias coronas, potencias, ráfagas y diademas, de los estilos barroco, rococó y neoclásico. Interesante es un relicario en forma de ostensorio del siglo XVII y un conjunto de orfebrería civil del XIX. Otras obras existentes en la sala son un edículo de madera con trabajo de taracea, firmada por Andrés Macarro y fechado en 1906-1914; un pequeño Crucificado, cuyo pecho se abre y muestra una diminuta escena del Calvario, que puede fecharse en el siglo XVII, y una cruz de cristal con remates de bronce dorado de la misma época. 
   La sala VI está dedicada a los tejidos, encajes y bordados, pudiendo contarse entre estos últimos magníficas piezas de fines del siglo XVI y de comienzos del XVII, procedentes de ropas de culto. Hay también bellos bordados en sedas de colores de los siglos XVIII y XIX. Muy hermosos son los tejidos de brocado entre los que destaca una capa pluvial del siglo XVI. En la sala se encuentra una arqueta de taracea mudéjar del siglo XV, un jarro de cerámica de Talavera del XVII y un tapiz que representa la escena de los pilluelos comiendo uvas, de Murillo, fechado en 1730 en la Fábrica de Tapices de Sevilla. 
  En la sala VII se reproducen las habitaciones de dos tipos de viviendas, la campesina y la ciudadana, ambas del siglo XIX, aunque la campesina muestra algunas piezas de mobiliario anteriores. En una de las galerías que dan al patio se halla instalada una magnífica colección de cerámica modernista que procede de la fábrica de la Cartuja de Sevilla.
   La planta baja está dedicada a la exhibición de los oficios tradicionales, mostrando un lagar, una fragua, un horno de cocer pan con cerámicas populares del siglo XVIII, el torno de un alfarero y un taller de curtidos de pieles. En esta misma sala se exhiben los instrumentos de trabajo de los fundidores de metales y algunas piezas representativas de bronce, cobre o latón, siendo dignas de mención siete bandejas del tipo "dinanderie", con diversos temas en relieve, varios almireces, vasijas. y algunas estapillas con decoración de ataurique empleadas en el repujado de cueros. Lo más interesante de la planta baja son, sin embargo, las salas y pasillos dedicados a la cerámica, que abarca de los siglos XIV al XIX y que comprende todas las técnicas cerámicas vidriada en relieve, cerámica de cuerda seca, cerámica de cuenca y cerámica pintada o pisana. En los azulejos, que son los más abundantes, se encuentran ejemplares en relieve del siglo XIV con representación de temas heráldicos. Muy interesante es un azulejo hecho con técnica de cuerda seca, con el escudo de los Reyes Católicos y una inscripción en letra gótica que procede del antiguo pósito y se fecha en 1503.
   Con la técnica de cuenca hay numerosos azulejos y más aún con la de tipo pisana o pintada. De esta última técnica hay un azulejo fechado en 1575 y otro firmado Egeverut pictor ambos decorados con bellos temas renacentistas y dignos de la magnífica escuela sevillana. Del siglo XVII hay algunos que representan imágenes de santos, si bien son los azulejos de los siglos XVIII y XIX los más abundantes. Estos son de pequeño tamaño, proceden de la numeración de las casas y de algunos rótulos indicativos de lugares o edificios, estando muchos de ellos fechados. Las vasijas son menos abundantes y proceden en su mayoría de los siglos XVIII y XIX [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
Conozcamos mejor la Biografía de Aníbal González, autor de la obra reseñada;
     Aníbal González y Álvarez-Ossorio, (Sevilla, 10 de junio de 1876 – 31 de mayo de 1929). Arquitecto.
     Fue el primero de los tres hijos del matrimonio formado por José González Espejo y Catalina Álvarez- Ossorio y Pizarro. Se tituló como arquitecto en 1902 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, superando la reválida de sus estudios con el número uno de su promoción. Su formación respondió a los fundamentos tradicionales entonces imperantes, provenientes del origen académico de ese título, y que se puede constatar por la naturaleza de sus trabajos escolares que se han conservado. Figuras clave de esa formación fueron Ricardo Velázquez Bosco y Vicente Lampérez y Romea, arquitectos esenciales del panorama español de entonces.
     Su vocación arquitectónica se manifestó tempranamente y se vio acrecentada con los años. Daban prueba de ello tanto su biblioteca como sus viajes, siempre vinculados a los intereses disciplinares, y se aprecia con plena nitidez en el éxito de sus estudios y en su temprana actividad, aun cuando era estudiante, en el pabellón que llevó a cabo en la Exposición de Pequeñas Industrias que, en 1901, se celebró en el Retiro madrileño. Al siguiente año realizaría un anteproyecto para Palacio de Exposiciones de Bellas Artes en los sevillanos jardines del Cristina. También en ese año de 1902 redactó una Memoria acerca de la reorganización del servicio de incendios de Sevilla, que presentó al alcalde de la ciudad, siendo acompañado por Nicolás Luca de Tena, a cuya familia estaba ligado por lazos familiares, lo que resultaría ser decisivo para su vinculación tanto a la sociedad y las instituciones sevillanas como a los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. Por otra parte, su matrimonio con Ana Gómez Millán, hija del constructor y maestro de obras José Gómez Otero, significaría su conexión con una de las sagas arquitectónicas más prolíficas de Sevilla.
     Los arquitectos activos entonces eran pocos, y la disposición y cualidades que adornaban al joven González, le habilitaron, junto con las circunstancias referidas, para una pronta fortuna en el ejercicio de la arquitectura. De inmediato se le encargó llevar a término un proyecto de cárcel celular, y estuvo en disposición de iniciar sus primeros encargos privados de diverso tipo, especialmente viviendas, que le ocuparon ya durante la primera década del novecientos. Así, las casas de la calle Alfonso XII y Almirante Ulloa; la reforma del edificio de la calle Monsalves, la de Martín Villa esquina a Santa María de Gracia; la desaparecida central térmica del Prado de San Sebastián y la subcentral de la calle Feria, para la naciente Compañía Sevillana de Electricidad, o la fábrica de la calle Torneo, hoy rehabilitada como Instituto de Fomento de Andalucía; el grupo escolar Reina Victoria en Triana; panteones en el cementerio de San Fernando, o sus primeros proyectos en Aracena debidos a su vínculo con la familia Sánchez- Dalp, como el casino Arias Montano.
     En esa primera década no permaneció ajeno a las corrientes innovadoras que entonces afloraban en Europa, y que en España se reconocen en el modernismo catalán. Algunas de las obras citadas lo manifiestan, pero tal experimentación estilística se inscribía dentro de las habilidades que su formación y la cultura predominante configuraban bajo un eclecticismo historicista, en el que, como un estilo más, llevó a muchos de los arquitectos jóvenes de entonces a ensayar formas que pudieran identificarse con el espíritu de los tiempos nuevos. No obstante, el carácter conservador de las ideas subyacía, y la obra de Aníbal González estaba destinada a figurar destacadamente dentro del panorama nacional de la arquitectura de intención tradicional que, más allá del historicismo, contribuyó a procurar una salida a la crisis del noventa y ocho en el filón de las identidades diversas de los pueblos de España, dando lugar a lo que se conoce como regionalismo, teniendo en la arquitectura una de sus manifestaciones más notables, especialmente en la dualidad del norte y del sur de la Península, la arquitectura montañesa y vasca, por una parte, y por otra lo que vino en denominarse “estilo sevillano”, en el que Aníbal González se reconoció y fue reconocido en toda España, por más que otros arquitectos locales, como Juan Talavera o José Espiau, contribuyeran igualmente a fortalecerlo.
     Esa construcción cultural, si fuera de Sevilla produjo admiración, en la ciudad propició una rara identificación social con la arquitectura. Y para ello, el acontecimiento que lo canalizó fue la Exposición Iberoamericana, celebrada en 1929 pero iniciada como objetivo ciudadano veinte años antes, tras los festejos “España en Sevilla”, organizados en la primavera de 1909, y a cuya conclusión lanzaría la idea Luis Rodríguez Caso. El objetivo de una Exposición Hispano- Americana, como fue originalmente denominada, se traduciría en un concurso convocado en 1911, y del que resultaría ganador Aníbal González, bien es cierto que con una muy escasa participación, ausentes los demás arquitectos sevillanos.
     Su vida, que se vio truncada poco antes de que tuviera lugar la inauguración del certamen, el 31 de mayo de 1929, quedó vinculada al proyecto general y a las obras que resultarían más relevantes: la plaza de América y la plaza de España. Supo compaginar una amplísima actividad profesional, centrada en Sevilla, pero con ejemplos diseminados por distintas poblaciones, especialmente de la baja Andalucía, aunque también fuera de ella, como el edificio proyectado para ABC en la Castellana de Madrid, cuya fachada sobrevive como muestra definitiva de la admiración y apoyo que siempre encontró en la familia Luca de Tena.
     Su trayectoria en Sevilla es difícil de resumir: proyectos urbanísticos (como el del cortijo Maestrescuela, que originaría el barrio de Nervión); viviendas aisladas en áreas de crecimiento de la ciudad (en el Porvenir o en la Palmera); casas familiares urbanas (por ejemplo, en la calle de San José esquina a Conde de Ibarra, calle de Almansa esquina a Galera o calle de Monsalves esquina a Almirante Ulloa); numerosas casas de renta (paseo de Colón, cuesta del Rosario, calles Cuna, Cuesta del Rosario, Tetuán, Francos o actual avenida de la Constitución); “casas baratas” (Portaceli, Ramón y Cajal o avenida de Miraflores); edificios religiosos (para la Compañía de Jesús en la calle de Trajano, la capillita de la Virgen del Carmen en el Altozano o la basílica de la Inmaculada Milagrosa cuya construcción se interrumpió tras su fallecimiento); panteones (como los de los Luca de Tena, Peyré o González) y otros muchos proyectos y obras, que se pueden cerrar con la referencia a la reforma de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería y su sede en el paseo de Colón. Una serie ingente que, junto a la de otros arquitectos regionalistas, cambió la fisonomía de Sevilla, en ocasiones mediante las alteraciones de aperturas interiores, desde la Campana a la Avenida, en incrementos de alturas y cambios de tipos formales del caserío que, en conjunto, significó una renovación intensa de la ciudad.
     Hay que volver a la Exposición Iberoamericana para comprender sintéticamente la evolución producida en la arquitectura de Aníbal González y completar la glosa de este sevillano. Basta comparar el proyecto premiado en 1911 con los desarrollados posteriormente, incluido el frustrado de la Universidad Hispano Americana, tercera de las grandes obras que se pretendió vincular a la Exposición. Sobre todo, basta comparar la arquitectura de la plaza de América (1911-1919: Pabellón de Arte Antiguo, Pabellón Real y Pabellón de Bellas Artes, con sus jardines) con la de la plaza de España (1914-1928), para apreciar la transición de una concepción pintoresca a otra más monumental; por más que en ambas se contengan las habilidades del dominio ecléctico de los estilos del pasado español y en ambas se desarrollen las aplicaciones múltiples de los oficios y artesanías tradicionales recuperados y potenciados al amparo de las prolongadas obras de la Exposición. De manera que si tuviésemos que elegir un desenlace de su evolución, quizá éste radicara en el virtuosismo con que se desenvolvieron las obras de Aníbal González, en especial las aplicaciones del ladrillo en limpio y su talla.
     La donación a la ciudad de la mayor parte de los jardines desarrollados por los duques de Montpensier y la acertadísima intervención de J. C. N. Forestier, renombrado jardinero y urbanista parisino, en la configuración del parque de María Luisa, constituyen el acontecimiento matriz para el desencadenamiento de la transformación urbana que comportó la Exposición Iberoamericana. Lo que finalmente fue el certamen, por el impulso final producido bajo la dictadura de Primo de Rivera, contravino la idea unitaria que Aníbal González había soñado completar. Pero, por más que aquella quiebra trajera la desilusión, la enfermedad y la muerte de nuestro arquitecto, al apreciar hoy el interés de muchas de las obras proyectadas por otros arquitectos (el casino de la Exposición y el teatro Lope de Vega, de Vicente Traver, o varios pabellones americanos, como los de Argentina de Noel, Chile de Martínez, Perú de Piqueras o México de Amábilis), ello no impide percibir la identidad sustancial que se reconoce a la Exposición de 1929 tres cuartos de siglo después.
     En años de fuerte convulsión social, el fallido atentado contra Aníbal González en 1920 debe ser leído en clave de su extraordinaria relevancia como figura pública. Lamentable en cualquier caso, ese acto respondía a la rara popularidad del arquitecto, intensificándose la identificación de la ciudad con él durante la década final de su vida. Poco antes de morir pronunciaba su conferencia, impresa entonces, sobre La Giralda; el máximo símbolo arquitectónico de Sevilla era descrito con su verbo comedido. La manifestación de duelo popular que le acompañó a su muerte, sólo comparable entonces con la de los ídolos de la tauromaquia, contribuyó a otorgarle la aureola de mito contemporáneo de la ciudad.
     Puede afirmarse que Aníbal González es el arquitecto más estimado en Sevilla a lo largo del siglo XX.
     La consideración popular por sus obras, especialmente las de la Exposición Iberoamericana de 1929, se manifiesta en el modo como se han integrado en el paisaje urbano comúnmente reconocido, y en la valoración que de ellas hacen tanto los sevillanos como los forasteros que visitan la ciudad (Víctor Pérez Escolano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
         Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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