Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el azulejo y la placa conmemorativos a Luis Cernuda en el edificio de la calle Acetres, 6.
La calle Acetres es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo, y va de la calle Buiza y Mensaque, a la calle Cuna.
En la fachada del número 6 de la calle Acetres encontramos un azulejo y una placa conmemorativos dedicadas a Luis Cernuda, puesto que fue en esa vivienda donde nació. El azulejo realizado mediante la técnica de pintado en plano con tipografía en color azul añil por el ceramista Cristóbal Rodríguez Fernández, con taller en la c/ Águilas, en el último cuarto del siglo XX, se ornamenta con una cenefa vegetal, dice así:
Luis Mateos Bernardo José Cernuda Bidón era el tercer y último hijo del militar Bernardo Cernuda y Bauzá, quien, nacido en Naguabo, provincia de Puerto Rico, en 1856, se había trasladado a España, tal vez a raíz de su carrera militar, en fechas que están todavía por precisar. Su esposa, Amparo Bidón, era hija de Ulises Bidón, un aventurero francés que, a mediados del siglo XIX, había buscado fortuna en España, logrando finalmente establecerse como boticario en la ciudad de Sevilla. Además de Luis, el matrimonio Cernuda Bidón tuvo dos hijas: Amparo y Ana, nacidas en 1894 y 1895, respectivamente. Por aquellos años, la familia vivía en el número 6 de la calle Tójar, hoy conocida como Acetres, en el centro de la ciudad. Allí el futuro poeta pasó los primeros trece años de su vida. En 1915, tras el ascenso del padre al rango de teniente coronel, toda la familia fue a vivir al cuartel del Tercer Regimiento de Zapadores, un imponente edificio militar ubicado en lo que es hoy la Avenida de la Borbolla. Ya para entonces el joven Luis había iniciado su educación secundaria. Como habría de recordar en su “Historial de un libro”, la cursó con los padres escolapios, primero en el colegio San Ramón, al que ingresó en septiembre de 1913, y luego en el Calasancio Hispalense, al que se cambió dos años después. Con los escolapios, el joven aprendió los rudimentos de la doctrina cristiana llegando incluso, en el curso 1917-1918, a ser directivo de las Congregaciones Marianas Calasancias. Con su maestro de Retórica, el padre Antonio López, aprendió también las formas básicas de la expresión poética. El padre López incluso lo animó a escribir sus primeros versos, cosa que parece haber ocurrido en septiembre de 1916, es decir por las fechas en que el muchacho cumplía los catorce años. En el otoño de 1919, Cernuda pasó directamente del colegio Calasancio Hispalense a la Universidad de Sevilla, donde se matriculó como estudiante de Derecho, disciplina por la cual nunca mostró interés. En su primer año de estudios, como materia obligatoria de la carrera, le tocó seguir con el joven poeta y profesor Pedro Salinas un curso sobre la generación del 98, experiencia que terminaría por acercar a los dos, profesor y alumno, en una relación extramural de gran trascendencia para este último. Salinas le invitó a asistir a las tertulias literarias que él mismo organizaba, le empezó a dirigir sus lecturas y también se ofreció a comentarle sus escritos. Por otra parte, fue Salinas quien, en septiembre de 1925, le presentó a Juan Ramón Jiménez; quien en diciembre del mismo año colocó una selección de sus primeros poemas en Revista de Occidente; y quien también recomendó que Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, directores de la imprenta Sur, editaran su primer libro de poesía, Perfil del aire, que se publicó en Málaga en abril de 1927. Es decir, si Cernuda encontró su camino como poeta, fue en gran medida gracias a la ayuda de su joven profesor. Pero pronto se dio cuenta de que este camino no iba a ser fácil. Perfil del aire fue mal recibido por la mayoría de los críticos, quienes le censuraron, por un lado, lo mucho que debía a la poesía de Jorge Guillén y, por otro, su escasa modernidad. Cernuda sufrió una amarga decepción y, como tácita respuesta a la segunda acusación, entre 1927 y 1928 escribió una serie de poemas aún menos modernos, que tiempo después publicaría bajo el título de Égloga, elegía, oda. Mientras tanto, licenciado en Derecho en 1925, tuvo que enfrentarse al problema práctico de qué hacer con su vida; un problema que se había vuelto apremiante tras la repentina muerte de su padre, ocurrida el 9 de marzo de 1920. La madre evidentemente quería que su hijo, el único varón de la familia, practicara cuanto antes como abogado, y así contribuyera a la manutención familiar. Durante algún tiempo, Cernuda estudió para secretario de Ayuntamiento, pero con pocas ganas de presentarse a los exámenes correspondientes. Lo que vino a resolver la tensión que este conflicto iba generando fue la muerte de su madre, ocurrida el 4 de julio de 1928. Al margen del afecto que sentía por ella, el poeta ya estaba libre para escoger su propio camino en la vida.
El 4 de septiembre de 1928, Cernuda abandonó Sevilla. Después de pasar unos días en Málaga con los poetas de la imprenta Sur (Prados, Altolaguirre e Hinojosa), se dirigió a Madrid, donde conoció a Vicente Aleixandre, y de allí (el 10 de noviembre) se trasladó a Francia, a la École Normale de Toulouse, donde Salinas, ya para entonces, le había conseguido el puesto de lector de Español. Los siete meses pasados en Francia resultaron muy positivos para el desarrollo personal del poeta, que aprovechó este cambio de aires para forjarse una personalidad nueva, más extrovertida, destinada a resolver un problema íntimo que le inquietaba profundamente: el de su homosexualidad. Sus lecturas de Wilde y de Gide también fueron decisivas en este sentido. El cambio de actitud vital trajo a su vez una transformación importante en su labor como poeta: tras una breve visita a París en marzo de 1929, y en un intento por seguir el ejemplo de los poetas surrealistas cuya obra llevaba tiempo leyendo, Cernuda se puso a escribir una serie de poemas nuevos, que entonces pensaba titular Cielo sin dueño, pero cuyo título definitivo sería Un río, un amor. En junio de 1929 volvió a Madrid, donde empezó a colaborar en Revista de Occidente y, a partir de 1931, en El Heraldo de Madrid. Una segunda colección surrealista, Los placeres prohibidos, escrita en la primavera de 1931, nuevamente puso en evidencia sus lecturas de Breton, Éluard y Aragon, así como de sus predecesores Nerval, Baudelaire, Lautréamont y Rimbaud. El 14 de abril de 1931 se instauró la Segunda República española, cambio político que Cernuda celebró con alegría (por mucho que él mismo intentara, años después, borrar de su biografía toda huella de esta ilusión inicial). En noviembre de 1931, decidió abandonar la librería de Sánchez Cuesta, donde trabajaba desde principios de 1930, e incorporarse a las Misiones Pedagógicas, una importante iniciativa recién creada por el nuevo gobierno. En un principio parece que sus responsabilidades giraban alrededor del proyecto de proveer a todas las escuelas nacionales de una biblioteca. Luego, a mediados de 1932, Cernuda se unió a un grupo de los “misioneros” (Antonio Sánchez Barbudo, Rafael Dieste y Ramón Gaya, entre otros) que llevaban la cultura a los pueblos más remotos del país. Con ellos viajó a Burgohondo, Ávila (julio de 1932), Cifuentes, Guadalajara (noviembre de 1932), Pedraza, Segovia (enero de 1933), Toledo (abril de 1933), Toro y Benavente, Zamora (julio y agosto de 1933), Nava de la Asunción, Coca y Cuéllar, Segovia (diciembre de 1933), Teruel (mayo de 1934), Aracena, Ayamonte e Isla Cristina, Huelva (verano de 1934), Ronda (septiembre de 1934), Málaga (noviembre-diciembre de 1934) y Toledo, de nuevo (abril de 1935). Durante estas excursiones Cernuda colaboró con el Museo del Pueblo, que poseía copias de algunos de los cuadros más famosos del Prado hechas por jóvenes pintores españoles, como Esteban Vicente, Juan Bonafé y el ya citado Gaya; Cernuda asumió la responsabilidad de hacer breves comentarios sobre los cuadros a aquellos aldeanos que se atrevían a acercarse a ellos. Pero si las Misiones Pedagógicas le brindaron a Cernuda la oportunidad de ir profundizando en sus conocimientos sobre la pintura clásica española, fueron también una escuela de “sensibilización” hacia el retraso social en que, desde hacía siglos, vivía sumergido gran parte del país. Su reacción ante este retraso quedó brevemente resumida en la declaración de adhesión a la causa comunista que publicó, en el otoño de 1933, en la revista Octubre de Rafael Alberti. Mientras tanto, seguía con su labor poética. De 1932 datan los primeros versos de su siguiente colección, Donde habite el olvido, poemario inspirado en las Rimas de Bécquer, pero también en la mezcla de celos y desesperación que el poeta padeciera a raíz de una relación amorosa emprendida entonces con un joven gallego llamado Serafín F. Ferro. Donde habite el olvido saldría publicado como libro hacia finales de 1934. Ya para entonces Cernuda había empezado otro libro nuevo, Invocaciones a las gracias del mundo, colección en que el romanticismo europeo (Blake, Shelley, Hölderlin, Goethe) se daba la mano con cierta visión mítica de la tierra andaluza. Esta intensa actividad creadora culminó con la publicación, en abril de 1936 y bajo el título general de La realidad y el deseo, del conjunto de la obra poética de Cernuda. Por desgracia, el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 impidió que se consolidara el incipiente prestigio que el poeta adquirió a raíz de esta publicación.
Por esas fechas, Cernuda estaba a punto de trasladarse a París como secretario extraoficial del nuevo embajador español, Álvaro de Albornoz. La estancia en París duró poco. En septiembre de 1936, acusados por una comisión encabezada por La Pasionaria de haber alojado espías en la embajada, Albornoz y su equipo tuvieron que regresar a España. Este acontecimiento habría coincidido, más o menos, con la confirmación del rumor que ya circulaba acerca del fusilamiento de Lorca. Tal vez incitado por esta noticia, ya de regreso en Madrid, Cernuda intentó incorporarse cuanto antes a la causa republicana. Cuando el Gobierno decidió trasladarse a Valencia el 7 de noviembre, Cernuda se quedó en Madrid. Por Arturo Serrano Plaja se sabe que participó entonces en programas de radio destinados a mantener el ánimo de los defensores de la ciudad sitiada. Poco después se alistó en el Batallón Alpino y fue enviado a la Sierra de Guadarrama, concretamente al frente de Peguerinos, cerca de El Escorial. Este período militar no parece haber durado más de tres meses. Hacia finales de enero o principios de febrero de 1937 el poeta regresó a Madrid, donde se hospedó en la sede de la Alianza de Escritores y Artistas Antifascistas. De aquel momento datan sus primeros escritos sobre la guerra: dos prosas de ferviente apoyo a la causa republicana publicadas en Hoy y en El mono azul. Esta actitud de adhesión incondicional no duraría mucho.
En abril de 1937, Cernuda se trasladó a Valencia, donde se incorporó al grupo de escritores y artistas que editaban la revista Hora de España: Manuel Altolaguirre, Juan Gil-Albert y Ramón Gaya, entre otros. En las páginas de esa revista publicó relatos, ensayos y también poemas en los que empezó a desarrollar una visión muy heterodoxa de la guerra, contemplando ambos bandos con igual horror, convencido de que casi todos los implicados en el conflicto se habían dejado arrastrar por una ciega fuerza destructiva inherente al pueblo español; las únicas excepciones a la regla eran los poetas, quienes por ello mismo constituían las verdaderas víctimas de la guerra. Durante el verano de 1937 Cernuda prefirió estar en la playa que asistir a los auditorios donde deliberaron los delegados del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Sin embargo, junto con Manuel Altolaguirre, María del Carmen Antón, María del Carmen García Lasgoity y Víctor Cortezo, participó en una puesta en escena de Mariana Pineda, de García Lorca, especialmente montada para dicho Congreso, que fue fuertemente criticada por las autoridades; Cernuda interpretó el papel de Don Pedro de Sotomayor. En octubre el poeta decidió regresar a Madrid, donde pasó el invierno; atraído entonces por el teatro, escribió una obra titulada El relojero o la familia interrumpida. Tal vez hubiera permanecido en España hasta el fin de la guerra si Stanley Richardson, un joven poeta inglés a quien había conocido en Madrid en 1935, no le hubiera escrito para invitarlo a dar una serie de conferencias en Inglaterra a favor de la causa republicana. Cernuda aceptó y el 14 de febrero de 1938, acompañado por Bernabé Fernández-Canivell, salió de España, camino de París y Londres.
La primera estancia de Cernuda en Gran Bretaña duró unos cinco meses: de marzo a julio de 1938. El poeta se había salvado de la Guerra Civil, pero su situación en Inglaterra, donde tenía que vivir de prestado, era precaria. Sin saber qué hacer, finalmente aceptó colaborar con las organizaciones británicas dispuestas a recibir a los casi tres mil niños vascos que en mayo de 1938 llegaron a Inglaterra como refugiados. La experiencia resultó traumática, sobre todo cuando uno de los niños, enfermo de leucemia, se murió delante de él. Así, en julio, Cernuda decidió volver a España. Llegó hasta París, donde lo detuvieron las noticias acerca de la marcha de la guerra. Sin una idea clara en cuanto al camino a seguir, permaneció allí hasta septiembre de 1938, fecha en que Richardson le escribió anunciándole que, finalmente, se había confirmado la posibilidad de trabajar en un internado inglés: Cranleigh School, en el condado de Surrey. Con dinero que le prestó su amigo Rafael Martínez Nadal, Cernuda regresó a Inglaterra y enseguida se instaló en su nuevo trabajo, iniciando así su segunda estancia en la Gran Bretaña. Aunque contento con el ambiente de Cranleigh School (allí empezaron sus lecturas de poesía inglesa que tanto influirían en su propia obra), el poeta estuvo apenas tres meses en Surrey. Porque en enero de 1939 aceptó la invitación del profesor W. C. Atkinson a ocupar un puesto en el Departamento de Español de la Universidad de Glasgow, ciudad que muy pronto aborrecería. Pero por mucho que Cernuda se quejara de la fealdad de Glasgow y de la incomunicación en que de repente se vio obligado a vivir, los cuatro años pasados en la ciudad escocesa cuentan entre los más fructíferos de toda su carrera. Durante este lapso, que coincidió con los años más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, el poeta no sólo terminó Las nubes, colección iniciada en España en 1937 y retomada luego en Londres, París y Surrey, sino que escribió casi toda la siguiente, Como quien espera el alba. En 1940 también logró que en México la Editorial Séneca publicara una segunda edición ampliada de La realidad y el deseo (edición que recogía Las nubes); mientras que entre 1940 y 1941 redactó asimismo los poemas en prosa de Ocnos, libro publicado en Londres en 1942. En el verano de 1943 Cernuda pasó de la Universidad de Glasgow a la de Cambridge, cuyo Departamento de Español dirigía el profesor J. B. Trend. Si bien su relación con Trend nunca fue muy cordial, Cernuda se sintió a gusto con el cambio de trabajo. Le tocó hospedarse en el Emmanuel College, concretamente en la habitación número 5 de la parte del colegio conocida como Chapman’s Garden. Poéticamente inactivo durante los primeros meses de su estancia allí, en la primavera de 1944 redactó dos largos poemas meditativos con los que dio por terminada Como quien espera el alba: “Río vespertino” y “Vereda del cuco”. Sin embargo, el verdadero acontecimiento de esa primavera fue un enamoramiento muy profundo. Se desconoce la identidad de la persona que despertara esta pasión, pero sí se sabe que la pasión misma dio pie a los “Cuatro poemas para una sombra” con que el poeta abrió su siguiente colección, Vivir sin estar viviendo.
A raíz de que el contrato era sólo por dos años, en el verano de 1945 Cernuda tuvo que abandonar su puesto en Cambridge. Renuente a volver a Glasgow, aceptó trabajar en el Instituto Español, recién creado en Londres por un grupo de exiliados republicanos encabezados por Pablo de Azcárate, Eduardo Martínez Torner y Esteban Salazar y Chapela. A pesar de la relación con estos compatriotas, y pese a la amistad de otros españoles residentes entonces en la capital inglesa, como Rafael Martínez Nadal y Gregorio Prieto, Londres no fue del agrado del poeta, quien creía haber agotado ya el estímulo que la estancia británica inicialmente le había deparado. Entre los proyectos nuevos emprendidos entonces cabe destacar la traducción de Troilus and Cressida, de Shakesperare, hecha con asesoramiento del profesor Edward M. Wilson, y que finalmente vería la luz en Madrid en 1953. Por lo demás, la única novedad que vino a alterar la rutina de Cernuda fue la llegada a Londres, en la primavera de 1946 y con un cargo oficial del Gobierno de Franco, del poeta falangista Leopoldo Panero, con quien entabló un diálogo breve y difícil. A principios de 1947 Concha de Albornoz (hija de Álvaro) escribió a Cernuda desde Estados Unidos, ofreciéndole un puesto de profesor de Literatura española en el Mount Holyoke College, un colegio para mujeres en el estado de Massachusetts. Cernuda se mostró feliz ante la perspectiva de escapar de Londres. Así, en la primera semana de septiembre de 1947, tomó un barco en el puerto de Southampton y dos semanas después se instaló en Nueva Inglaterra.
Si bien al principio Cernuda se sintió aliviado al dejar la capital inglesa, el hecho es que en Mount Holyoke no tardó en sentirse aislado intelectualmente. A mediados de noviembre de 1947 viajó a Boston con el fin de participar en una serie de conferencias organizadas por la Universidad de Harvard para celebrar el centenario del nacimiento de Cervantes. Posteriormente, hizo visitas a Nueva York y a otras ciudades de Nueva Inglaterra para reunirse con amigos a los que no había visto desde antes de la Guerra Civil, como Pedro Salinas y Jorge Guillén. En el verano de 1948, invitado a participar en el curso de verano para estudiantes de Lengua y Literatura españolas que se celebraba cada año en el Middlebury College, Cernuda también se reunió con otros españoles, como Ángel del Río, Tomás Navarro Tomás, Joaquín Casalduero y Vicente Llorens. Pero los reencuentros, tras la alegría inicial de volver a ver personas alguna vez queridas, sólo sirvieron a la larga para reabrir viejos recelos y susceptibilidades. Y puesto que las clases en Mount Holyoke tampoco parecen haberle resultado especialmente gratas, el poeta empezó a mirar hacia el Sur. El primer viaje de Cernuda a México data del verano de 1949 y colmó todas sus expectativas. Si bien en la capital mexicana pudo reunirse con varios de sus amigos más cercanos (Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, Emilio Prados, Ramón Gaya y José Moreno Villa), en las playas mexicanas lo esperaba otro aliciente no menos atractivo: el mar. Por otra parte, después de once años de destierro en países sajones, Cernuda pudo por fin escuchar el español hablado libre y espontáneamente a su alrededor. La experiencia le caló tan hondamente que en febrero de 1950, ya de regreso en Mount Holyoke, el poeta empezó a escribir unos breves “trozos” en prosa que evocaban diversos aspectos de su estancia en México; proyecto que luego retomaría (y remataría) tras un segundo viaje a México realizado en el verano de 1950. Durante un tercer viaje, de junio a noviembre de 1951, Cernuda se enamoró de un joven culturista mexicano llamado Salvador Alighieri; acontecimiento que finalmente lo llevó a renunciar a su puesto en Mount Holyoke, no sin antes aprovechar una licencia para pasar un par de meses (de noviembre de 1951 a enero de 1952) en La Habana, donde retomó su amistad con la filósofa española María Zambrano y donde también conversó con José Lezama Lima y José Rodríguez Feo, directores de la revista cubana Orígenes. En noviembre de 1952, ya entregada la renuncia y con apenas quinientos dólares en el bolsillo, Cernuda se estableció en Ciudad de México, donde en diciembre apareció su nuevo libro de prosas bajo el título de Variaciones sobre tema mexicano.
Si bien durante un año Cernuda alquiló un departamento en el centro de la ciudad, en noviembre de 1953 se trasladó al sur de la capital, al barrio de Coyoacán. Allí, en la calle Tres Cruces, lo acogió Concha Méndez, quien, ya divorciada de su marido, compartía casa con su hija Paloma Altolaguirre y con su yerno Manuel Ulacia. Y poco a poco el poeta se fue incorporando a su nueva vida. A partir de 1954, y gracias a la mediación de Octavio Paz, fue invitado por la Universidad Nacional Autónoma de México a impartir cursos, como profesor “por horas”, sobre teatro del siglo XVII (español y francés). Asimismo, gracias a la generosidad de Alfonso Reyes y del mismo Paz, empezó a trabajar como investigador de El Colegio de México. Este segundo trabajo rindió frutos importantes: unos Estudios sobre poesía española contemporánea (1957), que al publicarse en España causaron mucho revuelo, y también un libro sobre Pensamiento poético en la lírica inglesa: siglo XIX (1958). Por otra parte, en 1958, y ayudado nuevamente por Paz, consiguió que el Fondo de Cultura Económica publicara una tercera edición (aumentada) de La realidad y el deseo. A los poemas recogidos en la edición de 1940 Cernuda pudo ahora agregar las tres colecciones escritas desde entonces: Como quien espera el alba (publicada como volumen suelto, en Buenos Aires, en 1947), Vivir sin estar viviendo (empezada en Cambridge y terminada en Mount Holyoke) y Con las horas contadas (libro este que recogía los primeros poemas escritos en México, entre ellos el breve ciclo de Poemas para un cuerpo inspirado en la relación amorosa con Salvador Alighieri). Finalmente, a esta tercera edición Cernuda también decidió añadir los primeros poemas de una nueva colección que con el tiempo se llamaría Desolación de la Quimera. La acogida brindada al libro fue discreta pero en general muy positiva, dando fe del interés que su obra despertaba en una nueva generación de críticos y lectores en uno y otro lado del Atlántico; interés que ya empezó a observarse tres años antes en el homenaje a Cernuda organizado en 1955 por los poetas españoles agrupados alrededor de la revista cordobesa Cántico (Pablo García Baena, Juan Bernier, Ricardo Molina y Vicente Núñez). El año 1960 vio la publicación en España de Poesía y literatura, un libro que recogía varios trabajos importantes que Cernuda había realizado a lo largo de los años, incluido entre ellos el ensayo autobiográfico titulado “Historial de un libro”. (A este primer tomo de Poesía y literatura seguiría un segundo, pero el propio autor no viviría para ver su publicación.) También apareció entonces su edición de las Poesías completas de Manuel Altolaguirre.
Se abrió el último capítulo en la vida de Cernuda cuando en el verano de 1960 fue invitado a dar un curso en la Universidad de California en Los Ángeles. La persona responsable de arreglar esta visita fue un joven profesor español de dicha universidad, Carlos Peregrín-Otero, quien acababa de presentar una tesis doctoral sobre la obra de Cernuda. A esta primera visita a California siguieron dos más: durante el curso de 1961-1962 el poeta dio clases de Literatura española en el State College de San Francisco, mientras que durante el curso 1962-1963 ocupó el puesto de profesor invitado, nuevamente en la Universidad de California en Los Ángeles. Los dos primeros viajes tuvieron un efecto muy estimulante en el poeta, que entonces escribió los últimos poemas de Desolación de la Quimera, libro impreso en México en el otoño de 1962. También de finales de 1962 data el homenaje a Cernuda que algunos jóvenes poetas y críticos españoles (Jacobo Muñoz, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma y José Ángel Valente, entre otros) le organizaron en la revista valenciana La Caña Gris. En junio de 1963, tras su última estancia en Los Ángeles, Cernuda volvió a Coyoacán, decidido a regresar a Estados Unidos en el otoño, invitado en esta ocasión por la University of Southern California. Pero los requisitos del visado ahora incluían un examen médico, revisión a la que el poeta se negó. Disgustado por el asunto, simplemente renunció al contrato y resolvió permanecer en México, donde pensaba vivir de lo que había logrado ahorrar durante los tres años anteriores. La tregua duró poco. El 4 de noviembre, como tantas otras veces, el poeta pasó la tarde en el cine Centenario de Coyoacán, donde vio Divorcio a la italiana. Al día siguiente amaneció muerto en su habitación, víctima de un síncope. A su entierro, el día 6, en el Panteón Jardín, acudió un grupo reducido de amigos y colegas: Paloma Altolaguirre, Joaquín Díez-Canedo, Francisco Giner de los Ríos, Max Aub, los dos poetas mexicanos Carlos Pellicer y Alí Chumacero, y tal vez dos o tres personas más (James Valender, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el azulejo y la placa conmemorativos a Luis Cernuda, en el edificio de la calle Acetres, 6, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
En la fachada del número 6 de la calle Acetres encontramos un azulejo y una placa conmemorativos dedicadas a Luis Cernuda, puesto que fue en esa vivienda donde nació. El azulejo realizado mediante la técnica de pintado en plano con tipografía en color azul añil por el ceramista Cristóbal Rodríguez Fernández, con taller en la c/ Águilas, en el último cuarto del siglo XX, se ornamenta con una cenefa vegetal, dice así:
"EN ESTA CASA Nº 6 DE LA ANTIGUA
CALLE CONDE DE TOJAR, HOY ACETRES
NACIO EL 21 DE SEPTIEMBRE DE 1902
LUIS CERNUDA
EL POETA EJEMPLAR DEL AMOR, EL DOLOR Y EL EXILIO
SEVILLA AGRADECIDA A SU MEMORIA."
La placa conmemorativa, realizada en mármol blanco mediante grabado con la tipografía en negro, dice así:
"RECUERDO AQUEL
RINCÓN DEL PATIO EN LA CASA NATAL. YO
A SOLAS Y SENTADO EN EL PRIMER PELDAÑO
DE LA ESCALERA DE MÁRMOL. LA VELA ESTABA
ECHADA. SUMIENDO EL AMBIENTE EN UNA
FRESCA PENUMBRA. Y SOBRE LA LONA, POR
DONDE SE FILTRABA TAMIZADA LA LUZ DEL
MEDIODÍA, UNA ESTRELLA DESTACABA SUS SEIS
PUNTAS DE PAÑO ROJO"
OCNOS "EL TIEMPO"
A LUIS CERNUDA, EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO. SEVILLA. 2002
Para entender la importancia del homenajeado, reseñaremos unos apuntes biográficos del poeta y crítico literario Luis Cernuda Bidón, nacido en Sevilla el 21 de septiembre de 1902, y fallecido en Ciudad de México el 5 de noviembre de 1963. Luis Mateos Bernardo José Cernuda Bidón era el tercer y último hijo del militar Bernardo Cernuda y Bauzá, quien, nacido en Naguabo, provincia de Puerto Rico, en 1856, se había trasladado a España, tal vez a raíz de su carrera militar, en fechas que están todavía por precisar. Su esposa, Amparo Bidón, era hija de Ulises Bidón, un aventurero francés que, a mediados del siglo XIX, había buscado fortuna en España, logrando finalmente establecerse como boticario en la ciudad de Sevilla. Además de Luis, el matrimonio Cernuda Bidón tuvo dos hijas: Amparo y Ana, nacidas en 1894 y 1895, respectivamente. Por aquellos años, la familia vivía en el número 6 de la calle Tójar, hoy conocida como Acetres, en el centro de la ciudad. Allí el futuro poeta pasó los primeros trece años de su vida. En 1915, tras el ascenso del padre al rango de teniente coronel, toda la familia fue a vivir al cuartel del Tercer Regimiento de Zapadores, un imponente edificio militar ubicado en lo que es hoy la Avenida de la Borbolla. Ya para entonces el joven Luis había iniciado su educación secundaria. Como habría de recordar en su “Historial de un libro”, la cursó con los padres escolapios, primero en el colegio San Ramón, al que ingresó en septiembre de 1913, y luego en el Calasancio Hispalense, al que se cambió dos años después. Con los escolapios, el joven aprendió los rudimentos de la doctrina cristiana llegando incluso, en el curso 1917-1918, a ser directivo de las Congregaciones Marianas Calasancias. Con su maestro de Retórica, el padre Antonio López, aprendió también las formas básicas de la expresión poética. El padre López incluso lo animó a escribir sus primeros versos, cosa que parece haber ocurrido en septiembre de 1916, es decir por las fechas en que el muchacho cumplía los catorce años. En el otoño de 1919, Cernuda pasó directamente del colegio Calasancio Hispalense a la Universidad de Sevilla, donde se matriculó como estudiante de Derecho, disciplina por la cual nunca mostró interés. En su primer año de estudios, como materia obligatoria de la carrera, le tocó seguir con el joven poeta y profesor Pedro Salinas un curso sobre la generación del 98, experiencia que terminaría por acercar a los dos, profesor y alumno, en una relación extramural de gran trascendencia para este último. Salinas le invitó a asistir a las tertulias literarias que él mismo organizaba, le empezó a dirigir sus lecturas y también se ofreció a comentarle sus escritos. Por otra parte, fue Salinas quien, en septiembre de 1925, le presentó a Juan Ramón Jiménez; quien en diciembre del mismo año colocó una selección de sus primeros poemas en Revista de Occidente; y quien también recomendó que Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, directores de la imprenta Sur, editaran su primer libro de poesía, Perfil del aire, que se publicó en Málaga en abril de 1927. Es decir, si Cernuda encontró su camino como poeta, fue en gran medida gracias a la ayuda de su joven profesor. Pero pronto se dio cuenta de que este camino no iba a ser fácil. Perfil del aire fue mal recibido por la mayoría de los críticos, quienes le censuraron, por un lado, lo mucho que debía a la poesía de Jorge Guillén y, por otro, su escasa modernidad. Cernuda sufrió una amarga decepción y, como tácita respuesta a la segunda acusación, entre 1927 y 1928 escribió una serie de poemas aún menos modernos, que tiempo después publicaría bajo el título de Égloga, elegía, oda. Mientras tanto, licenciado en Derecho en 1925, tuvo que enfrentarse al problema práctico de qué hacer con su vida; un problema que se había vuelto apremiante tras la repentina muerte de su padre, ocurrida el 9 de marzo de 1920. La madre evidentemente quería que su hijo, el único varón de la familia, practicara cuanto antes como abogado, y así contribuyera a la manutención familiar. Durante algún tiempo, Cernuda estudió para secretario de Ayuntamiento, pero con pocas ganas de presentarse a los exámenes correspondientes. Lo que vino a resolver la tensión que este conflicto iba generando fue la muerte de su madre, ocurrida el 4 de julio de 1928. Al margen del afecto que sentía por ella, el poeta ya estaba libre para escoger su propio camino en la vida.
Por esas fechas, Cernuda estaba a punto de trasladarse a París como secretario extraoficial del nuevo embajador español, Álvaro de Albornoz. La estancia en París duró poco. En septiembre de 1936, acusados por una comisión encabezada por La Pasionaria de haber alojado espías en la embajada, Albornoz y su equipo tuvieron que regresar a España. Este acontecimiento habría coincidido, más o menos, con la confirmación del rumor que ya circulaba acerca del fusilamiento de Lorca. Tal vez incitado por esta noticia, ya de regreso en Madrid, Cernuda intentó incorporarse cuanto antes a la causa republicana. Cuando el Gobierno decidió trasladarse a Valencia el 7 de noviembre, Cernuda se quedó en Madrid. Por Arturo Serrano Plaja se sabe que participó entonces en programas de radio destinados a mantener el ánimo de los defensores de la ciudad sitiada. Poco después se alistó en el Batallón Alpino y fue enviado a la Sierra de Guadarrama, concretamente al frente de Peguerinos, cerca de El Escorial. Este período militar no parece haber durado más de tres meses. Hacia finales de enero o principios de febrero de 1937 el poeta regresó a Madrid, donde se hospedó en la sede de la Alianza de Escritores y Artistas Antifascistas. De aquel momento datan sus primeros escritos sobre la guerra: dos prosas de ferviente apoyo a la causa republicana publicadas en Hoy y en El mono azul. Esta actitud de adhesión incondicional no duraría mucho.
La primera estancia de Cernuda en Gran Bretaña duró unos cinco meses: de marzo a julio de 1938. El poeta se había salvado de la Guerra Civil, pero su situación en Inglaterra, donde tenía que vivir de prestado, era precaria. Sin saber qué hacer, finalmente aceptó colaborar con las organizaciones británicas dispuestas a recibir a los casi tres mil niños vascos que en mayo de 1938 llegaron a Inglaterra como refugiados. La experiencia resultó traumática, sobre todo cuando uno de los niños, enfermo de leucemia, se murió delante de él. Así, en julio, Cernuda decidió volver a España. Llegó hasta París, donde lo detuvieron las noticias acerca de la marcha de la guerra. Sin una idea clara en cuanto al camino a seguir, permaneció allí hasta septiembre de 1938, fecha en que Richardson le escribió anunciándole que, finalmente, se había confirmado la posibilidad de trabajar en un internado inglés: Cranleigh School, en el condado de Surrey. Con dinero que le prestó su amigo Rafael Martínez Nadal, Cernuda regresó a Inglaterra y enseguida se instaló en su nuevo trabajo, iniciando así su segunda estancia en la Gran Bretaña. Aunque contento con el ambiente de Cranleigh School (allí empezaron sus lecturas de poesía inglesa que tanto influirían en su propia obra), el poeta estuvo apenas tres meses en Surrey. Porque en enero de 1939 aceptó la invitación del profesor W. C. Atkinson a ocupar un puesto en el Departamento de Español de la Universidad de Glasgow, ciudad que muy pronto aborrecería. Pero por mucho que Cernuda se quejara de la fealdad de Glasgow y de la incomunicación en que de repente se vio obligado a vivir, los cuatro años pasados en la ciudad escocesa cuentan entre los más fructíferos de toda su carrera. Durante este lapso, que coincidió con los años más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, el poeta no sólo terminó Las nubes, colección iniciada en España en 1937 y retomada luego en Londres, París y Surrey, sino que escribió casi toda la siguiente, Como quien espera el alba. En 1940 también logró que en México la Editorial Séneca publicara una segunda edición ampliada de La realidad y el deseo (edición que recogía Las nubes); mientras que entre 1940 y 1941 redactó asimismo los poemas en prosa de Ocnos, libro publicado en Londres en 1942. En el verano de 1943 Cernuda pasó de la Universidad de Glasgow a la de Cambridge, cuyo Departamento de Español dirigía el profesor J. B. Trend. Si bien su relación con Trend nunca fue muy cordial, Cernuda se sintió a gusto con el cambio de trabajo. Le tocó hospedarse en el Emmanuel College, concretamente en la habitación número 5 de la parte del colegio conocida como Chapman’s Garden. Poéticamente inactivo durante los primeros meses de su estancia allí, en la primavera de 1944 redactó dos largos poemas meditativos con los que dio por terminada Como quien espera el alba: “Río vespertino” y “Vereda del cuco”. Sin embargo, el verdadero acontecimiento de esa primavera fue un enamoramiento muy profundo. Se desconoce la identidad de la persona que despertara esta pasión, pero sí se sabe que la pasión misma dio pie a los “Cuatro poemas para una sombra” con que el poeta abrió su siguiente colección, Vivir sin estar viviendo.
Si bien al principio Cernuda se sintió aliviado al dejar la capital inglesa, el hecho es que en Mount Holyoke no tardó en sentirse aislado intelectualmente. A mediados de noviembre de 1947 viajó a Boston con el fin de participar en una serie de conferencias organizadas por la Universidad de Harvard para celebrar el centenario del nacimiento de Cervantes. Posteriormente, hizo visitas a Nueva York y a otras ciudades de Nueva Inglaterra para reunirse con amigos a los que no había visto desde antes de la Guerra Civil, como Pedro Salinas y Jorge Guillén. En el verano de 1948, invitado a participar en el curso de verano para estudiantes de Lengua y Literatura españolas que se celebraba cada año en el Middlebury College, Cernuda también se reunió con otros españoles, como Ángel del Río, Tomás Navarro Tomás, Joaquín Casalduero y Vicente Llorens. Pero los reencuentros, tras la alegría inicial de volver a ver personas alguna vez queridas, sólo sirvieron a la larga para reabrir viejos recelos y susceptibilidades. Y puesto que las clases en Mount Holyoke tampoco parecen haberle resultado especialmente gratas, el poeta empezó a mirar hacia el Sur. El primer viaje de Cernuda a México data del verano de 1949 y colmó todas sus expectativas. Si bien en la capital mexicana pudo reunirse con varios de sus amigos más cercanos (Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, Emilio Prados, Ramón Gaya y José Moreno Villa), en las playas mexicanas lo esperaba otro aliciente no menos atractivo: el mar. Por otra parte, después de once años de destierro en países sajones, Cernuda pudo por fin escuchar el español hablado libre y espontáneamente a su alrededor. La experiencia le caló tan hondamente que en febrero de 1950, ya de regreso en Mount Holyoke, el poeta empezó a escribir unos breves “trozos” en prosa que evocaban diversos aspectos de su estancia en México; proyecto que luego retomaría (y remataría) tras un segundo viaje a México realizado en el verano de 1950. Durante un tercer viaje, de junio a noviembre de 1951, Cernuda se enamoró de un joven culturista mexicano llamado Salvador Alighieri; acontecimiento que finalmente lo llevó a renunciar a su puesto en Mount Holyoke, no sin antes aprovechar una licencia para pasar un par de meses (de noviembre de 1951 a enero de 1952) en La Habana, donde retomó su amistad con la filósofa española María Zambrano y donde también conversó con José Lezama Lima y José Rodríguez Feo, directores de la revista cubana Orígenes. En noviembre de 1952, ya entregada la renuncia y con apenas quinientos dólares en el bolsillo, Cernuda se estableció en Ciudad de México, donde en diciembre apareció su nuevo libro de prosas bajo el título de Variaciones sobre tema mexicano.
Si bien durante un año Cernuda alquiló un departamento en el centro de la ciudad, en noviembre de 1953 se trasladó al sur de la capital, al barrio de Coyoacán. Allí, en la calle Tres Cruces, lo acogió Concha Méndez, quien, ya divorciada de su marido, compartía casa con su hija Paloma Altolaguirre y con su yerno Manuel Ulacia. Y poco a poco el poeta se fue incorporando a su nueva vida. A partir de 1954, y gracias a la mediación de Octavio Paz, fue invitado por la Universidad Nacional Autónoma de México a impartir cursos, como profesor “por horas”, sobre teatro del siglo XVII (español y francés). Asimismo, gracias a la generosidad de Alfonso Reyes y del mismo Paz, empezó a trabajar como investigador de El Colegio de México. Este segundo trabajo rindió frutos importantes: unos Estudios sobre poesía española contemporánea (1957), que al publicarse en España causaron mucho revuelo, y también un libro sobre Pensamiento poético en la lírica inglesa: siglo XIX (1958). Por otra parte, en 1958, y ayudado nuevamente por Paz, consiguió que el Fondo de Cultura Económica publicara una tercera edición (aumentada) de La realidad y el deseo. A los poemas recogidos en la edición de 1940 Cernuda pudo ahora agregar las tres colecciones escritas desde entonces: Como quien espera el alba (publicada como volumen suelto, en Buenos Aires, en 1947), Vivir sin estar viviendo (empezada en Cambridge y terminada en Mount Holyoke) y Con las horas contadas (libro este que recogía los primeros poemas escritos en México, entre ellos el breve ciclo de Poemas para un cuerpo inspirado en la relación amorosa con Salvador Alighieri). Finalmente, a esta tercera edición Cernuda también decidió añadir los primeros poemas de una nueva colección que con el tiempo se llamaría Desolación de la Quimera. La acogida brindada al libro fue discreta pero en general muy positiva, dando fe del interés que su obra despertaba en una nueva generación de críticos y lectores en uno y otro lado del Atlántico; interés que ya empezó a observarse tres años antes en el homenaje a Cernuda organizado en 1955 por los poetas españoles agrupados alrededor de la revista cordobesa Cántico (Pablo García Baena, Juan Bernier, Ricardo Molina y Vicente Núñez). El año 1960 vio la publicación en España de Poesía y literatura, un libro que recogía varios trabajos importantes que Cernuda había realizado a lo largo de los años, incluido entre ellos el ensayo autobiográfico titulado “Historial de un libro”. (A este primer tomo de Poesía y literatura seguiría un segundo, pero el propio autor no viviría para ver su publicación.) También apareció entonces su edición de las Poesías completas de Manuel Altolaguirre.
Se abrió el último capítulo en la vida de Cernuda cuando en el verano de 1960 fue invitado a dar un curso en la Universidad de California en Los Ángeles. La persona responsable de arreglar esta visita fue un joven profesor español de dicha universidad, Carlos Peregrín-Otero, quien acababa de presentar una tesis doctoral sobre la obra de Cernuda. A esta primera visita a California siguieron dos más: durante el curso de 1961-1962 el poeta dio clases de Literatura española en el State College de San Francisco, mientras que durante el curso 1962-1963 ocupó el puesto de profesor invitado, nuevamente en la Universidad de California en Los Ángeles. Los dos primeros viajes tuvieron un efecto muy estimulante en el poeta, que entonces escribió los últimos poemas de Desolación de la Quimera, libro impreso en México en el otoño de 1962. También de finales de 1962 data el homenaje a Cernuda que algunos jóvenes poetas y críticos españoles (Jacobo Muñoz, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma y José Ángel Valente, entre otros) le organizaron en la revista valenciana La Caña Gris. En junio de 1963, tras su última estancia en Los Ángeles, Cernuda volvió a Coyoacán, decidido a regresar a Estados Unidos en el otoño, invitado en esta ocasión por la University of Southern California. Pero los requisitos del visado ahora incluían un examen médico, revisión a la que el poeta se negó. Disgustado por el asunto, simplemente renunció al contrato y resolvió permanecer en México, donde pensaba vivir de lo que había logrado ahorrar durante los tres años anteriores. La tregua duró poco. El 4 de noviembre, como tantas otras veces, el poeta pasó la tarde en el cine Centenario de Coyoacán, donde vio Divorcio a la italiana. Al día siguiente amaneció muerto en su habitación, víctima de un síncope. A su entierro, el día 6, en el Panteón Jardín, acudió un grupo reducido de amigos y colegas: Paloma Altolaguirre, Joaquín Díez-Canedo, Francisco Giner de los Ríos, Max Aub, los dos poetas mexicanos Carlos Pellicer y Alí Chumacero, y tal vez dos o tres personas más (James Valender, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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