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martes, 31 de agosto de 2021

La localidad de La Luisiana, en la provincia de Sevilla

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la localidad de La Luisiana, en la provincia de Sevilla.
Datos del Municipio
     Situación: Enclavada en la zona de La Campiña sevillana.
     Coordenadas GPS: x = -5.248717609  -  y = 37.5262748
     Extensión: 43 km2
     Distancia a Sevilla: 69
     Altitud: 168 m
     Entorno: De su entorno podemos destacar los Baños Romanos, recinto de gran interés arqueológico y famoso por las propiedades terapéuticas de sus aguas.
Datos del Ayuntamiento
     Dirección: Plaza de Olavide, 3, CP. 41430
     Teléfono: 955 07 46 30
     Web: www.laluisiana.org
Información turística
     Fue fundado en 1768 junto con otros pueblos que ordenó construir el rey Carlos III, durante el plan de colonización de Sierra Morena, con la finalidad de acabar con el bandolerismo.
     El patrimonio artístico, religioso y arqueológico de La Luisiana hace de ésta un municipio interesante de visitar.
     Entre sus mejores productos gastronómicos se encuentran los 'roscos' y los 'picos', los cuales han alcanzado fama a nivel nacional.
     No te puedes perder...   los 'molletes' con manteca 'colorá' y las 'sopaipillas' (Diputación Provincial de Sevilla).
     Se encuentra en la zona este de la provincia, datando su fundación de la segunda mitad del siglo XVIII. Se trata de uno de los pueblos creados por Carlos III en el Plan de Nuevas Poblaciones de Andalucía, de ahí la regularidad del trazado urbano y la similitud estructural de sus casas. En su pequeño término municipal se han encontrado algunos restos arqueológicos romanos y visigodos (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
La Luisiana, pueblo de colonos europeos
   La Luisiana se encuentra a 72 kilómetros de Sevilla.  Asentada en la comarca de la Campiña, en su entorno destacan los baños romanos, espacio de gran interés arqueológico y famoso por las propiedades terapéuticas de sus aguas.
   Luisiana, pertenece a la Comarca de La Campiña, con una extensión de 43'00 km², a una altitud de 168 m. sobre el nivel del mar, y con 4.608 habitantes.
   La Luisiana es uno de los pueblos jóvenes de la provincia de Sevilla. Aunque se han hallado restos pertenecientes al Bronce Final y al Tartésico junto con restos Íberos, es durante el período romano cuando la presencia de hallazgos adquiere su mayor importancia. En este sentido, aunque ya desde antaño por sus tierras pasaron diferentes culturas, destaca la presencia de unos baños romanos cuyas aguas tienen propiedades terapéuticas. 
   Del período Hispano-árabe y medieval se conservan pocos vestigios, al ser ésta una zona de permanentes rencillas entre los reinos de Castilla y Córdoba. 
   La Luisiana fue fundado en 1768 junto con otros pueblos que ordenó construir el rey Carlos III, durante el plan de colonización de Sierra Morena para evitar el bandolerismo en el camino de Cádiz a Madrid. Sus habitantes actuales son descendientes de los alemanes y franceses que repoblaron esta zona por orden del rey. En 1835, la reina Dª María Cristina derogó el 'Fuero de las Nuevas Poblaciones', constituyéndose el Ayuntamiento de La Luisiana, dependiente de la provincia de Sevilla. El nombre de 'Luisiana' proviene, al parecer, de la unión de los nombres 'Luis' y 'Ana', que eran los nombres de los hijos de Carlos III.
   Tanto en su gastronomía como en su cultura y en sus fiestas sigue muy presente el legado de aquellos colonos europeos, motivo por el que es muy interesante descubrir este municipio de la Campiña sevillana.  
   Si vas en coche desde Sevilla, la ruta más rápida es tomar la autovía A-4 hasta la salida 471 y llegarás a tu destino.
   No cuenta con estación de tren, pero puedes coger un autobús desde la estación de Plaza de Armas en la capital.
   La mejor manera de recorrer La Luisiana es dando un paseo por sus calles y visitar sus monumentos. Si llevas bicicleta, puedes hacer alguna ruta y observar la naturaleza.
   Visita los baños romanos y la Fuente de los Borricos, es el yacimiento arqueológico más importante de la localidad. Tienen fama por sus aguas terapéuticas. 
   Entra en la Parroquia de la Purísima Concepción, de origen barroco. ¿Sabías que fue habilitado como hospital durante una epidemia?
   Conoce la pedanía de El Campillo, a unos cuatro kilómetros de La Luisiana. En ella verás algunos ejemplos de construcciones coloniales. 
   ¿Te apetece disfrutar de la naturaleza? Pasa un día de campo en el Merendero Arroyo Fuentes Madre.
Prueba los picos y rosquillas de pan de La Luisiana, tienen mucha fama en nuestro país. 
   La Luisiana es un pueblo que se ha desarrollado con una gran diversidad cultural. Recomendamos empezar la ruta desde las civilizaciones más antiguas hasta las más modernas. 
   Comenzaremos la visita en los baños romanos. A solo 3 minutos a pie desde el Ayuntamiento por la calle la Carolina, llegarás hasta el Arroyo Carrión donde encontrarás un yacimiento que consta de tres partes: el lavadero público, la piscina romana y los vestuarios. Y situado a las afueras del recinto, verás la Fuente de los Borricos, datado del siglo XVIII.
   Después dirígete hasta la Plaza Pablo de Olavide, allí encontrarás edificaciones del origen del municipio, como el Ayuntamiento, la Casa de Postas y la Parroquia de la Purísima Concepción. Esta iglesia sirvió de hospital durante la epidemia de paludismo sufrida en el pueblo durante el siglo XVIII. 
   Para terminar, visita la pedanía de El Campillo, a unos cuatro kilómetros de La Luisiana. Si vas caminando, tardarás aproximadamente 45 minutos. En esta aldea puedes visitar la Iglesia de la Virgen de los Dolores y contemplar algunas casas de los primitivos colonos (Turismo de la Provincia de Sevilla).
         Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la localidad de La Luisiana, en la provincia de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la provincia sevillana.

Más sobre la provincia de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.

La localidad de La Luisiana, al detalle:
- Ayuntamiento
El Campillo
Cerro del Tesoro
Cortijo de Alejandro
Cortijo del Algarrobo
Cortijo de los Bombos
Cortijo de la Dehesa Nueva
Cortijo de Marroquíes
Cortijo de Mingo Andrés
- Iglesia de la Purísima Concepción
La Luisiana
- Plaza Pablo de Olavide
Punto kilométrico 6,8
Punto kilométrico 8
Punto kilométrico 471,500
Punto kilométrico 473
La Rosquita
- Santa Paloma
Sesguimondo
La Viña

La imagen "San Ramón Nonato", de Juan de Mesa, en la sala X del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "San Ramón Nonato", de Juan de Mesa, en la sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.  
     Hoy, 31 de agosto, en Cardona, población de Cataluña, en España, Fiesta de San Ramón Nonato, que fue uno de los primeros compañeros de San Pedro Nolasco en la Orden de Nuestra Señora de la Merced, y es tradición que, por el nombre de Cristo, sufrió mucho para la redención de los cautivos (c. 1240) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "San Ramón Nonato", de Juan de Mesa, en la sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala X del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la imagen "San Ramón Nonato", de Juan de Mesa (1583-1627), siendo una talla de madera policromada en estilo barroco de escuela sevillana, realizada en 1626, con unas medidas de 1'78 m., y procedente de la Iglesia del Señor San José, de Sevilla, en 1970.
   Aparece representado con el hábito de la Merced Calzada, orden a la que perteneció, con muceta y capelo cardenalicio, portando en su mano izquierda un libro. Se sabe por el contrato de ejecución que portaba en su mano derecha una custodia y el candado en la boca, símbolo parlante del santo. Destaca el tratamiento barroquizante de los paños, con grandes pliegues que aportan volumetría a la escultura. La cabeza, es de gran fuerza expresiva y transmite el fuerte carácter del misionero (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   Ya hemos visto como, en el último tercio del siglo XVI, los maestros manieristas Villoldo, Vázquez, Pesquera, Fernández, Adán, etc., seguidos de sus discípulos Núñez Delgado, Ocampo y Oviedo, producen un arte que, aunque todavía está preocupado por la tradición clasicista, tiende hacia un naturalismo que triunfará en la genial figura de Juan Martínez Montañés, que hará una escultura claramente barroca, consecuencia de las nuevas exigencias artísticas de la sociedad hispalense, llena de aportaciones realistas que llevan a una producción que se va a caracterizar por la elegancia y belleza formal.
   Este camino del realismo, abierto por Montañés, se verá plenamente realizado por sus discípulos y seguidores. A la cabeza de todos figura Juan de Mesa, de gran dramatismo expresivo; a su lado, Francisco de Ocampo, fidelísimo seguidor y profundo colaborador del maestro, autor del celebérrimo Crucificado del Calvario; y con ellos, el granadino Alonso Cano, formado en Sevilla, que busca, en sus obras hispalenses, mayor dinamismo y riqueza compositiva, habiéndonos legado, entre otras, la maravilla del retablo de Lebrija, con la Virgen de la Oliva. 
   Especialísimo papel jugaron, en la difusión de los nuevos conceptos escultóricos, una serie de autores que se agrupan en el llamado «Círculo montañesino». Entre ellos destacan con luz propia: el clérigo Juan Gómez, autor del Crucificado de la Campana; el leonés Alfonso Martínez, quien nos legó la gran Inmaculada de la Catedral hispalense; Luis Ortiz de Vargas, el continuador de las obras inconclusas de Juan de Mesa; Jacinto Pimentel y Juan  de Remesal, colaboradores en el taller de Francisco de Ocampo; y, por último, el también clérigo Juan de Solís, colaborador con Montañés en las obras de la Cartuja de las Cuevas de Sevilla.
   Paralelamente, el mundo de la retablística irá todavía, durante la primera mitad del XVII, vinculado a los cánones tardomanieristas, apareciendo las grandes máquinas arquitectónicas del propio Martínez Montañés, las de Diego López Bueno y, sobre todo, las del jesuita Alonso Matías, que imponen la línea purista y que enlazan con las ya iniciales del barroco que produjeron Luis de Figueroa, Pablo Legot y Alonso Cano, camino que continuarán Felipe de Ribas y Francisco Dionisio de Ribas.
   Ya situados en la mitad del seiscientos, van a aparecer en el panorama escultórico hispalense los dos introductores definitivos de los cánones barrocos. 
   Uno será José de Arce, que aportará a la escuela los tintes de corte europeo, colaborando con Montañés y legándonos las imágenes de la Cartuja de Jerez o del Sagrario hispalense, llenas de movimiento y grandilocuencia. El otro, sevillano, que se convertirá en la gran figura del barroco en la segunda mitad del siglo, es Pedro Roldán, con abiertas composiciones que se difundirán desde su fecundísimo taller, en el que trabajarán su hija Luisa «La Roldana» y su nieto Pedro Duque Cornejo. El panorama barroco se completa con Francisco Antonio Ruiz Gijón, el heredero de Arce, Ribas y Roldán, y autor del famoso Cristo del Patrocinio, el conocido popularmente como «Cachorro». Junto a ellos, y con su colaboración, surgirá el retablo plenamente barroco, sobresaliendo la figura de Bernardo Simón de Pineda, el autor del retablo del hispalense Hospital de La Caridad, seguido por sus colaboradores los Barahona y Cristóbal de Guadix, quien nos legó el retablo Mayor de la iglesia de San Vicente.
   La propia sociedad sevillana , tan barroca, impuso la perduración del estilo durante el siglo siguiente y, con sus encargos para Hermandades y Cofradías, propició el trabajo de maestros barroquistas como Jerónimo Balbás, autor, junto con Duque Cornejo, del desaparecido retablo Mayor del Sagrario; Luis de Vilches, discípulo de ambos; los Medinilla, José Montes de Oca, Cayetano de Acosta, Hita del Castillo. Finalmente, Cristóbal Ramos, aún barroquista, pero con vinculaciones ya neoclásicas.
   Como ya he escrito otras veces, si Montañés fue el creador de una escultura sosegada, equilibrada y clasicista, en la que sólo se acepta la realidad depurándola y perfeccionándola en virtud de ese clasicismo, Juan de Mesa es un escultor barroco por temperamento, barroquismo que se plasma en unas esculturas apasionadas y de gran dramatismo, pero de una gran discreción, y, quizá, en esto radique su éxito como el mejor intérprete de las consignas contrarreformistas. A pesar de esta diferenciación de conceptos entre maestro y discípulo, es frecuente la mutua influencia, llegando, a veces, a confundirse la investigación de la autoría de algunas de sus obras. La obra de Juan de Mesa se caracteriza por un extraordinario realismo, que se plantea arrancando del estudio directo del natural, investigando el cuerpo humano, vivo y muerto, consiguiendo insuflar a sus tallas ese sentimiento sobrenatural que caracteriza esencialmente la imaginería sagrada.
   Nacido en Córdoba, en 1583, de familia de pintores, debió recibir en su tierra natal algún tipo de formación, si bien es en 1606, con 23 años, cuando entra de aprendiz, por contrato de cuatro años y medio, en el taller sevillano de Montañés. Se supone que, finalizada esta etapa formativa, debió trabajar como oficial en el taller de su maestro, ya que no será hasta 1615 cuando realice su primer concierto documental y su primera obra: el San José con el Niño, para la parroquia de Fuentes de Andalucía (Sevilla). 
   Mientras tanto, ha contraído matrimonio en 1613, y,  poco después, establece su propio taller en unas casas de la collación de San Martín y acepta aprendices, y tiene oficiales a sus órdenes, y triunfa. Pero, su tremenda actividad se ve truncada, en 1627, por la temprana muerte, que nos arrebató al «imaginero de la Pasión y el Dolor», al autor de las mejores tallas de nuestra Semana Santa.
   Aunque hizo algunos retablos, que culminarían en el conventual hispalense de Santa Isabel (1624-1627), su legado artístico es, fundamentalmente, imaginero. El mayor estudioso de su obra, el Dr. Hernández Díaz, califica los años entre 1618 y 1623 como «lustro magistral» y la producción de Mesa como «deslumbrante». En efecto, ahora talla siete Crucificados, dos Nazarenos, un Resucitado, un Niño Jesús, seis figuras marianas, quince esculturas de santos, retablos, sagrarios... Y todo culminará, en 1627, con el dramático grupo escultórico de la Virgen de las Angustias, joya lucida hoy en la iglesia cordobesa de San Pablo [actualmente en la Parroquia de San Agustín], habiéndonos edificado, entre tanto, con la unción que emana de las imágenes de María y del Precursor, talladas en 1623 para la Cartuja sevillana y conservadas en el Museo.
   El Crucificado barroco, se ha dicho repetidamente, es el resultado de la mentalidad ignaciana y de los preceptos de Trento. Pero, Juan de Mesa aporta, además, en la interpretación del tema, su madurez imaginera, su sabiduría artística e invitación a la plegaria. El mismo Hernández Díaz destaca la grandeza y monumentalidad del Cristo del Amor; la dulzura mon­tañesina del de la Buena Muerte; los afanes de novedad en el de la Conversión del Buen Ladrón, y la autenticidad de espíritu que dimana del de la Agonía, de Vergara, su obra más perfecta. Dejemos constancia, por último, de otra talla, ésta de Nazareno, que conmueve en lo más profundo al alma cristiana: Jesús del Gran Poder, tallado en 1620, lección definitiva del barroquismo expresivo.
   Obra capital de la etapa de madurez de Juan de Mesa es este San Ramón Nonnato, imagen tallada y policromada, que fue contratada en septiembre de 1626 por Fray Juan de San Ramón, recoleto descalzo de la Merced, para su iglesia hispalense de San José. La figura del santo responde a todos y cada uno de los términos especificados en el contrato: se había de hacer en madera de cedro, de siete cuartas y media de altura, con peana agallonada. El santo se debía representar con el hábito de la Merced calzada, Orden a la que perteneció, muceta y capelo cardenalício, portando en su mano izquierda un libro y a la derecha una custodia. 
   Además debía aparecer con un candado en la boca, símbolo parlante del santo. El escultor recibiría a cambio seiscientos reales de vellón y debería realizarlo en el plazo de dos meses. La imagen así se realizó, y refleja la maestría, perfección y seguridad que Mesa alcanzó en sus años finales, debiendo destacarse la gran fuerza expresiva de la recia testa, con ampia barba y abundante cerco clerical (Enrique Pareja, Escultura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Ramón Nonato
   Nació en Cataluña en 1205, y fue motejado Non natus (no nacido), porque su madre murió antes de parirlo y practicaron la cesárea sobre su cadáver. Ingresó como misionero en la orden de la Merced (mercedarios), y fue apresado por los piratas berberiscos que lo retuvieron como rehén en Argelia y lo martirizaron atravesando sus labios con un hierro al rojo, luego pasaron un candado por los orificios, para impedirle que predicase el Evangelio.
Según la leyenda, habría recibido el santo viático de manos de Cristo. Murió en 1240.
CULTO
   Es el patrón de Cataluña. A causa de su difícil nacimiento, se lo consideraba protector particular de las mujeres embarazadas e incluso de las comadronas que las asistían durante el parto, y también de los recién nacidos.
   Se lo invocaba para facilitar los partos y para prevenir la fiebre puerperal. A causa de su cautiverio en Argel, también era protector de los esclavos.
ICONOGRAFÍA
   Sus atributos son cadenas y un candado que amordaza sus labios perforados por un hierro candente. Una custodia recuerda que en su lecho de agonía habría recibido la comunión de manos de Cristo o de un ángel (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de San Ramón Nonato, personaje representado en la obra reseñada;
   San Ramón Nonato (Monfort (?), último 1/3 s. XIII – Castillo de Cardona, Barcelona, diciembre de 1338). Mercedario (OdeM), redentor de cautivos, nombrado cardenal, fallece antes de recibir el capelo cardenalicio, santo.
   Fue uno de los célebres clérigos mercedarios, del antiguo Reino de Aragón, que desarrolló su vida en el último cuarto del siglo xiii y en los treinta y ocho primeros años del siglo xiv. Se puede afirmar que fue aureolado ya en vida por su extraño nacimiento, al ser sacado del vientre de su madre muerta —una de las cesáreas antiguas más célebres—, lo que le valió el sobrenombre de “nonnat”, nonato o no-nacido.
   La tradición habló siempre que había visto la luz en el pueblo de Portell. Ahora, al tener en cuenta los datos del Archivo Vaticano, se deduce que su lugar de nacimiento es un pueblo denominado “Monfort”.
   Actualmente se encuentra un Monfort en Valencia.
   También en el sur de Francia. Se sabe muy poco, documentalmente de su origen, infancia y juventud, pero no cabe la menor duda de que existió, fue redentor de cautivos, a quien horadaron los labios con un candado para que no predicase el Evangelio, y es el primer cardenal mercedario, aunque sin recibir el capelo cardenalicio, por fallecer en el ínterim.
   Ya adulto, ingresó en la Orden, entonces laical, pero que empezaba a tener un cierto número de clérigos, bajo la obediencia de un maestre general laico: hace su noviciado y profesión; luego, estudios y ordenación presbiteral. Desde 1317, fue uno de los que colaboró de cerca, probablemente, con Raimundo Albert (electo maestro general clérigo, en el capítulo general, al que asiste la casi totalidad de frailes mercedarios, laicos y clérigos, ciento noventa y cinco en total: ochenta y siete personalmente; los demás por sus “procuradores”, el 10 de julio exactamente, con abstención, al votar, de la mayoría de laicos. Desde entonces, la Merced pasa a ser Orden clerical, conservando laicos; algunos, durante cierto tiempo siguieron siendo comendadores, bajo la dirección de Albert, que gobierna desde 1317 a 1330).
   Desde luego se sabe, y así lo recoge toda la hagiografía mercedaria, lo mismo que la iconografía, que fue nombrado redentor en Argel, donde, a la vez, predica la fe cristiana. Esto le valió el que encadenasen sus labios con un candado. Fue redimido por los mismos mercedarios. Se deduce —según el historiador mercedario Guillermo Vázquez— que su nombre de familia o apellido era Surróns, pues así aparece también en el historiador Antillón, de la provincia de Aragón, que se lo comunica al historiador mercedario padre Vargas, residente en Roma (siglo xvii). Desarrolló, pues, su actividad durante el generalato del padre Albert, y luego, en parte, del siguiente, padre Berenguer Cantull (1331-1343).
   En un cuadro, recuperado por la Merced, obra del gran pintor Alonso Vázquez, que en 1603 lo compuso para el claustro del convento grande de Sevilla, junto al pintor Pacheco, el suegro de Velázquez, que habla de él, aparece como redentor, mientras un moro prepara el candado. Acaso, con ocasión de su canonización, conjuntamente con san Pedro Nolasco, en noviembre de 1628, para los festejos del año siguiente escribió también Mira de Amescua, sobre san Ramón Nonato, la pieza teatral: Santo sin nacer y mártir sin morir.
   Tres años después de la famosa anécdota del candado en los labios, fue elegido cardenal de la Iglesia por el papa benedictino Benedicto XII (1334-1342), con el título de San Esteban. Pero —y en esto está de acuerdo toda la tradición, ahora ya documentada, aunque en etapa distinta a la tradicional— falleció antes de ser oficialmente revestido de cardenal y de recibir el capelo.
   En suma: se puede afirmar que san Ramón Nonato aparece en los capítulos de la Orden, a finales del siglo xiii, como Ramón Surróns; y en el nombramiento cardenalicio como Ramón de Monfort. Éstos serían, por consiguiente, sus apellidos: Surróns (familiar) y de Monfort (lugar del nacimiento). El pueblo, naturalmente le siguió llamando siempre Ramón Nonato.
   Y así es reconocido hoy día también.
   Gozó, y sigue gozando, tanto en la época del “culto inmemorial”, como después de canonizado, de enorme popularidad. Es Patrono de las madres gestantes y del hijo “nasciturus”.
   Es de extraordinaria importancia para precisar documentalmente su existencia, un nombre, Eubel, Documentos vaticanos sobre nombramientos de Cardenales, desde el siglo xii al siglo xv. Señala cómo el monje cisterciense, luego obispo de Palmiers y de Mirepoix, elegido papa, con el nombre de Benedicto XII, personalidad culta y destacada por su ortodoxia, en consistorio reunido en Aviñón el 18 de diciembre de 1338, nombra seis cardenales clérigos, de los que tres eran religiosos. Después de Guillermo de Comti, cisterciense, obispo de Albi, viene “Raimundus de Monfort, Ordinis Beatae Mariae de Mercede”, con el título de San Esteban. Falleció antes de recibir el capelo, y sustituido por el benedictino Guillermo de Aure de Montolien (Luis Vázquez Fernández, OdeM, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Juan de Mesa, autor de la obra reseñada;
   Juan de Mesa y Velasco (Córdoba, 26 de junio de 1583 [bautismo] – Sevilla, 24 de noviembre de 1627). Escultor e imaginero.
   Juan de Mesa y Velasco fue el más destacado de los discípulos de Juan Martínez Montañés y uno de los maestros más significativos de la escultura e imaginería barroca tanto andaluza como española, pudiéndose considerar como el prototipo del imaginero.
   Su obra ha sido estudiada por el profesor Hernández Díaz, quien con sus escritos colocó al maestro en el lugar que debió ocupar entre sus contemporáneos.
   Asimismo, Villar Movellán se ha acercado a Juan de Mesa tratando de buscar explicaciones a algunos interrogantes que existen sobre su vida, interrogantes que fueron puestos en valor en las III Jornadas de Historia del Arte organizadas por el Área de Historia del Arte de la Universidad de Córdoba, en noviembre del 2002, para conmemorar los 375 años de la muerte del ilustre escultor bajo el título Juan de Mesa (1627- 2002). Visiones y Revisiones.
   Muy poco es lo que se conoce de la vida de Juan de Mesa, sobre todo de sus años de juventud. Se sabe que fue bautizado en Córdoba, en la Iglesia de San Pedro, el día 26 de junio de 1583 y que sus padres fueron Juan de Mesa y Catalina de Velasco. Existen todavía dudas acerca de su primera formación artística, habiéndose generalizado la idea de que antes de llegar al taller de Montañés debió haber estado en el de otro maestro, que acaso fuera Andrés de Ocampo, ligado a Córdoba por lazos profesionales y familiares, donde también habría coincidido con el granadino Alonso de Mena.
   Pero nada se sabe con certeza de él hasta que aparece afincado en Sevilla en 1607. Este año firma el 7 de noviembre un contrato de aprendizaje con Juan Martínez Montañés. Cuando esto sucede, llevaba un año y cinco meses trabajando con el maestro; con esta escritura pretendía formalizar su contrato de aprendizaje por tres años más; para ello necesitó un curador ad litem, pues era huérfano, función que fue asumida por el ensamblador Luis de Figueroa. Esto significa que entró en el taller de Montañés en 1605 y que saldría el uno de noviembre de 1610. También está documentada en estos primeros años la adquisición, el día 18 de febrero de 1615, de tres trozos de madera de cedro y algunos meses después, en octubre, se comprometía a tallar una imagen de San José itinerante con el Niño para el mercedario de Fuentes de Andalucía fray Alonso de la Concepción.
   Se desconoce lo que hizo Juan de Mesa entre 1610 y 1615, ya que el contrato de aprendizaje con Martínez Montañés caducó en 1610. En esta fecha, Mesa tenía ya capacidad para contratar y montar taller aunque no se tengan noticias de su examen de escultor. Se piensa que durante estos años permaneció en el taller de Montañés, como oficial, argumentándose incluso para ello razones de tipo psicológico, como sería el carácter retraído del escultor y su necesidad de protección y cariño.
   Por otra parte, la estética y la iconografía de Juan de Mesa no se entenderían sin su aprendizaje junto a Martínez Montañés; el aprendizaje montañesino dotó a Juan de Mesa de un excelente bagaje técnico, tan magníficamente asimilado que le permitió alcanzar niveles similares a los de su maestro. No obstante, hay que reseñar que el imaginero cordobés introdujo en el ambiente sevillano un temprano barroquismo, un realismo crudo y un especial sentido de lo patético que, como ha señalado Villar Movellán, son inigualables y nuevos en Sevilla.
   En 1615 tenía Mesa 32 años, edad muy madura para que un maestro del seiscientos decidiera emprender su vida independiente, circunstancia por otra parte no sorprendente cuando el artista se encuentra integrado en un amplio taller, pero llamativa en un hombre que, como indicara Hernández Díaz, es capaz de acometer entre 1618 y 1627 la ejecución de once crucificados, todos ellos piezas maestras.
   Anteriormente, en 1613, había casado Juan de Mesa con María de Flores y vivían en la collación de Omnium Santorum; ello presupone la posesión de cierta estabilidad económica, la cual pudo haberla conseguido trabajando como oficial, en el taller de Martínez Montañés. Pero su hacienda debía de ser algo más saneada que la de un simple oficial ya que en 1616 se cambió a la collación de San Martín, a unas casas del artista Diego López Bueno, en las que vivió hasta su muerte. Ello evidencia que no era el hogar de un principiante, sino que sería un taller en toda regla del que saldría toda su producción posterior.
   Los primeros datos que se conocen de este taller datan de 1616, momento en que firmaron contrato de aprendizaje Juan Vélez y Lázaro Cano; según estos contratos, habrían de permanecer junto a él unos siete años. Además existen referencias documentales de que Juan de Vargas, Francisco de la Puerta y Felipe de Ribas estuvieron trabajando con él como aprendices; como oficiales sólo se conocen dos, Miguel de Descurra y Manuel Morales; pero su colaborador más directo y aventajado fue su cuñado, el ensamblador Antonio de Santa Cruz. A su muerte, el taller fue arrendado a Luis Ortiz de Vargas y Gaspar Ginés, quienes también se quedaron con parte de los dibujos del maestro, pasando los útiles de trabajo a su cuñado y colaborador Antonio de Santa Cruz.
   Las primeras obras de Juan de Mesa siguen siendo una incógnita, aun cuando actualmente se tiene mejor conocimiento de su actividad como imaginero. El contrato de aprendizaje con Martínez Montañés caducó en 1610 y la primera obra documentada data del 1615 que es el momento en que se compromete a realizar la talla de San José con el Niño para los mercedarios de Fuentes de Andalucía. Pero publicaciones recientes han puesto de manifiesto que, con anterioridad a esta obra, Juan de Mesa había ejecutado un San José y una Inmaculada para el Convento de San José del Carmen de Sevilla; estas obras ofrecen algunos interrogantes; en especial, el San José con el Niño del que Villar Movellán ha dicho “que no se ajusta al temperamento y potencia peculiares de las imágenes de Mesa y que se halla, en cambio, muy cerca de las obras montañesinas”. 
   Por el contrario, la Inmaculada carmelitana ofrece una frescura muy acorde con un maestro lleno de ilusiones tempranas como es Juan de Mesa en esos momentos. El estilo de esta imagen ha permitido identificar la Virgen con el Niño del hospital complutense de Antezana como obra del maestro, fechada en 1611, y de la que Luna Moreno ha dicho, al compararla con la carmelitana, que “parece una versión simplificada de la escultura de la Virgen de la Misericordia, o bien ésta una versión enriquecida de aquella”.
   Esta imagen explica por su calidad el auge paulatino que fue adquiriendo la imaginería mesina hasta llegar a la eclosión de 1618-1623. Por otra parte, en este grupo de obras, realizado hacia 1610-1611, está casi plenamente definido el estilo del maestro, de tal forma que incluso la Inmaculada carmelitana ha sido fechada en plena madurez del artista.
   El San José de la parroquia de Santa María de las Nieves de Fuentes de Andalucía es su primera obra documentada; concertada en 1615 con los mercedarios de la citada localidad, es una pieza de gran importancia, pues muestra su dependencia con respecto al maestro; sin embargo, revela unas cualidades y una forma de hacer y tallar la madera totalmente distintas.
   Juan de Mesa se obligaba a realizar estas esculturas de madera de cedro, sin estofar ni encarnar. Se ajustó al precio de 70 ducados y con la condición de entregarla el 30 de noviembre de 1615. La iconografía muestra al patriarca guiando al Niño, siendo una de las primeras representaciones icónicas de este tema en la escuela sevillana. Mesa ha representado a san José joven, rechazando la tendencia de algunos hagiográficos que preferían efigiarlo anciano.
    Otra obra significativa del maestro en estos años es el San Blas de la iglesia conventual de Santa Inés de Sevilla, de la que no existe contrato y que se fecha en 1617; sin embargo, ello no impide que se tenga como obra del maestro, ya que el tratamiento del rostro, el arrogante porte y la magnífica indumentaria pontifical denotan su inconfundible mano. Un año después, el 11 de enero de 1618, se comprometía con los religiosos de San Juan de Dios a ejecutar una imagen de San Carlos Borromeo, en madera de cedro, de dos varas de alta, insignias cardenalicias y crucifijo en la mano izquierda. Tenía que realizarla en un plazo de cuatro meses y cobraría por ella 600 reales. Hernández Díaz la ha identificado con el San Carlos Borromeo que se venera en la iglesia del Hospital de Nuestra Señora de la Paz, en Sevilla.
   A partir de 1618 se puede situar la etapa de madurez del artista, durante la cual realizará un número importante de imágenes, todas ellas de una calidad excepcional. De tal manera que la etapa que va de 1618 hasta 1623 ha sido designada por Hernández Díaz “el lustro magistral”, etapa en la que realiza una serie de obras excepcionales con las que ha pasado a la historia de la escultura como el imaginero de la Pasión y el dolor. Así, en mayo de 1618, el día 13, concierta con Juan Francisco Alvarado y otras personas realizar dos imágenes: un Cristo crucificado y una figura de la Virgen. Tenía que ejecutarlas en un plazo de tres meses y cobraría por ellas 1000 reales. La escritura especifica cómo tenían que ser las imágenes y cómo serían talladas por él sin que interviniera ningún oficial. El 4 de junio de 1620 se otorgaba carta de pago. Se trata de una interesante talla de Jesús en la Cruz que se venera en la Iglesia del Divino Salvador de Sevilla bajo la advocación del Amor. Es la imagen titular de una cofradía penitencial y Juan de Mesa hizo una imagen procesional de acuerdo con los preceptos tridentinos, en la que cabe destacar su intenso dramatismo, su fuerte expresión y su gran realismo, unidos a una anatomía muy cuidada, copiada del natural.
   A esta imagen siguieron hasta diez crucificados que contrató entre 1618 y 1627.
   En el año 1619 talló el Crucificado de la Conversión del Buen Ladrón de la iglesia del Montserrat de Sevilla, segundo crucificado que realizó el maestro y en el que crea un tipo distinto del montañesino, que luego repetirá en el Crucificado de Vergara.
   Los crucificados ocupan un lugar destacado en su producción. Son imágenes de iconografía pasionista destinadas a procesionar por las calles; son modelos que partiendo de los creados por Montañés, expresan toda la fuerza dramática del proceso y muerte de Jesús.
   En los diversos crucificados salidos de sus manos, el imaginero ha sabido reflejar distintos momentos de la Crucifixión, de ahí que los represente, en unos casos, vivo, y en otros muerto, pero todos ellos muestran el dominio que el maestro tiene de la anatomía humana; con frecuencia van inscritos en un triángulo, prefiriendo el uso de los tres clavos, hecho que imprime movimiento al cuerpo, en el que se acusan los músculos, tendones y venas, según corresponde a la tensión que supone la sujeción a un madero.
   La belleza y perfección del desnudo apenas queda velada por el paño de pureza, sujeto por una soga y formado por telas de abundantes pliegues recogidos en moñas laterales. La corona de espinas es gruesa, con inmensas púas que perforan orejas y frente, cuya huella se hace visible incluso en aquellas imágenes que no la llevan. El citado Cristo del Amor de la parroquia del Salvador (1618-1620), el de la Buena Muerte de la capilla de la Universidad (1620) y el Cristo crucificado de la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena de Madrid (¿1621?), procedente del antiguo Colegio Imperial de la Compañía de esta ciudad, son extraordinarios ejemplos de representación de Cristo muerto, mientras que los de la Conversión del Buen Ladrón de la cofradía sevillana del Montserrat (1619), y el de la Agonía de la parroquia San Pedro de Vergara (Guipúzcoa) (1622), lo muestran aún vivo.
   Los encargos se suceden, sin embargo, muchos de ellos se conocen documentalmente sin que se hayan identificado las piezas, tal ocurre con el San Nicolás de Tolentino y la Virgen del Rosario con el Niño Jesús que le había encargado el pintor Vicente Perea en 1619.
   En este mismo año contrató junto con Luis de Figueroa la realización del relieve de la Asunción de la parroquia de la Magdalena de Sevilla; obra de calidad muy desigual, circunstancia que ha llevado al profesor Gómez Piñol a cuestionarse la intervención del maestro, pensando que pudo haber suministrado el modelo e incluso retocado la pieza para darle su apariencia final sin que la ejecución sea realmente suya.
   La fama de Juan de Mesa se fue consolidando y los encargos se iban sucediendo tanto por parte de particulares, como de cofradías y de órdenes religiosas, siendo muy interesante la relación que Juan de Mesa mantuvo con la Compañía de Jesús. El primer encargo documentado que le hicieron los jesuitas data del 13 de marzo de 1620, momento en que le encargaron “dos imágenes de escultura, la una de Cristo Crucificado y la otra de una Magdalena abrazada al pie de la cruz, de madera de cedro ambas dos, de la estatura ordinaria humana, por precio de ciento y cincuenta ducados”. Fueron concertadas por el padre Pedro de Urteaga, prepósito de la Casa Profesa, como titulares de la Congregación de Sacerdotes. Es el Cristo de la Buena Muerte, actualmente titular de la cofradía de los estudiantes y está en la capilla de la Universidad de Sevilla. No era una imagen procesional; su adjudicación a la Congregación de Sacerdotes debió estar motivada, según Gutiérrez de Ceballos, para que éstos meditasen y conversasen con la imagen de Cristo muerto, según aconsejaba san Ignacio en los Ejercicios. Las restauraciones de 1983 y 1986 han hallado encerrado en la cabeza un billete con su nombre y firma y, en el tronco, otro, con la fecha de finalización de la imagen en 1620. Con esta imagen, Mesa da testimonio de una corriente de espiritualidad y de sensibilidad artística. 
    La factura de este crucificado es impactante, y debió de satisfacer plenamente al maestro ya que es uno de los más perfectos salidos de su gubia, y por el cual fue muy imitado. Entre los crucificados que se contrataron con el maestro, bajo la cláusula de que los tallaran a imitación del de la Casa Profesa, está el que le encargó el pintor Jerónimo Ramírez para Francisco de Tejada y Mendoza. En el contrato del 16 de marzo de 1621 estipuló “una hechura de Cristo del natural conforme al que está hecho en la Compañía de Jesús en la Casa Profesa de esta dicha ciudad de Sevilla”.
   Esta imagen, que desde 1633 había estado en una capilla de la iglesia del Colegio Imperial de Madrid, hoy está en la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena de esta misma ciudad. Algún tiempo después, en 1624, le encargarían otro Crucificado semejante para el Colegio de San Pablo de Lima (Perú), en el que destaca el cuerpo vigoroso y musculoso; los pliegues del perizoma, sin embargo, son más abultados y angulosos que los del Crucificado de la Buena Muerte.
   La canonización en Roma de san Ignacio de Loyola y de san Francisco Javier trajo nuevos contratos a Juan de Mesa, ya que la Compañía le encargó las imágenes de ambos santos que actualmente se conservan en el Colegio de San Luis Gonzaga de la Compañía de Jesús en El Puerto de Santa María. En el interior de la cabeza de San Francisco Javier se encontró un papel, indicando que la imagen había sido realizada para el Colegio de San Hermenegildo de Sevilla y que había sido costeada por unos navarros residentes en la ciudad hispalense. De las dos imágenes, la mejor conservada es la de San Ignacio de Loyola; posiblemente, Mesa usó la mascarilla mortuoria del santo, de la que el pintor Pacheco tenía una copia. Esculpió una imagen de cuerpo entero, con sotana y manteo, en actitud triunfante como fundador de la Compañía, con el estandarte del nombre de Jesús en la mano derecha y el libro de las Constituciones en la izquierda, como se le efigió en la estampa de Paolo Guidoti, grabada con motivo de la canonización en Roma. La estatua de San Francisco Javier representa al santo vestido con sotana, sobrepelliz y estola, llevando en la mano derecha el crucifijo con el que solía predicar, tal y como fue efigiado en el grabado oficial de la canonización.
   Pero no terminan en estas dos obras los encargos de Juan de Mesa con la Compañía, ya que también realizó un busto relicario de San Francisco Javier para la iglesia de la Anunciación de Sevilla, hoy en la Universidad, fechado en 1625 por Hernández Díaz. El santo está representado de medio cuerpo, dirigiendo la mirada al cielo mientras que con los dedos trata de abrirse la sotana a la altura del pecho. Por encima de las manos está colocado el repositorio de las reliquias. La pieza sobresale por su gran realismo y fuerza expresiva.
   Otra creación magistral del maestro, dentro del ciclo pasionista, realizada para una cofradía sevillana, es Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, obra de la que, junto a San Juan Evangelista, daba el escultor carta de finiquito el día uno de octubre de 1620. En esta composición, Juan de Mesa ofrece su versión del modelo montañesino del Señor de la Pasión, una versión plenamente barroca, frente al clasicismo del maestro, ya que ha hecho patentes las huellas del sufrimiento, presentes en el rostro y en la curvatura de la espalda.
   Al año siguiente contrataría la imagen de Jesús Nazareno para la iglesia del Convento del Espíritu Santo de La Rambla (Córdoba). Es la segunda versión perfeccionada que hace del Nazareno, pero esta imagen, aunque es de vestir, está totalmente tallada. Muestra las características del maestro: grandes dimensiones, mayor que el natural, paso cansado, rostro dolorido...
   También este mismo año, el 10 de septiembre, Juan de Mesa se comprometía a tallar un Cristo resucitado para Diego de Santa Ana, vecino de Tocina (Sevilla) por el precio de 500 ducados. La iconografía es la usual en este tipo de representaciones: está efigiado medio desnudo, sólo le cubre el paño de pureza, y con la mano derecha bendiciendo. La anatomía muestra la fuerza creadora del maestro y su rostro refleja gran expresividad propia de su naturaleza humana, matizada por la mirada a la que ha dado un halo de espiritualidad.
   Una variante iconográfica sobre los temas de la Pasión realizó Juan de Mesa, en la representación del yacente, del Santo Entierro de la iglesia sevillana de San Gregorio, obra no documentada pero aceptada como escultura realizada por el maestro hacia 1620. En él, Mesa permanece fiel a los principios técnicos del clasicismo apreciándose su estilo y su iconografía característica.
   Se reconoce el estudio del natural, tratado con gran dramatismo no exento de espiritualidad.
   El quehacer artístico de Mesa no decaía, los encargos aumentaban y los conventos sevillanos contrataban sus obras con él. Así, el 28 de enero de 1623, fray Juan Bautista Quero concertaba con el maestro la realización de dos imágenes, una de San Juan Bautista y la otra de Nuestra Señora con el Niño, para los retablos laterales de la iglesia de la Cartuja de Santa María de las Cuevas; tenía que realizarlas por 2.500 reales y en el plazo de seis meses. Hoy estas imágenes están en el museo de Bellas Artes hispalense. Son dos obras de gran calidad con las que el maestro alcanza la plenitud de su arte, sobre todo en la imagen de María en la que culmina la estética que había introducido en sus primeras obras —Inmaculada carmelitana y Virgen de la Misericordia—.
   Por causas que se desconocen, a partir de 1624 decae la actividad del imaginero, reduciéndose enormemente su actividad. Ello ha hecho pensar en un agotamiento producido por su febril quehacer que causaría, con probabilidad, un resentimiento de la salud.
   En estos años sólo se documentan dos obras: el Crucificado de la capilla de Nuestra Señora de la O del Colegio de la Compañía de Jesús de Lima (Perú) y el retablo para la iglesia del Convento de Santa Isabel, de Sevilla.
   Muy pocas son las referencias conservadas en relación a su producción retablística, pero la crítica coincide en considerar de su mano el retablo mayor del convento sevillano de Santa Isabel, contratado en 1624; la claridad del esquema arquitectónico, vinculado a la producción de Montañés, está alterada por una serie de elementos que hacen palpable la aparición de una nueva sensibilidad artística que se refleja en el mayor volumen del retablo. La importancia dada a los ejes verticales, el voluptuoso frontón, las tornapuntas ornando los trozos de entablamento no son sino signos palpables del cambio estético que se va produciendo paulatinamente en la retablística sevillana del momento que, por otra parte, evidencian la participación del maestro; aunque no hay que olvidar que la realizó conjuntamente con su cuñado Antonio de Santa Cruz y que colaboró en ella, Felipe de Ribas.
   Posteriormente hay un período de dos años en que, según la documentación existente, parece ser que no realizó obra alguna. Pero de nuevo, entre 1626 y 1627, reanudará su actividad y tallará importantes obras que muestran al maestro en la plenitud de su arte. No todas, aunque se encuentran documentadas, se han podido identificar, como los crucificados que le encargan Fernando de Santa Cruz y Padilla, cargador de Indias, y el pintor Antonio Pérez, este último según modelo del crucificado de la Casa Profesa de Sevilla. Mejor suerte tuvo la talla de San Ramón Nonato que hizo por encargo del mercedario descalzo fray Juan de San Ramón, actualmente en el museo de Bellas Artes de Sevilla, en la que el maestro alcanza la plenitud del barroquismo.
   Finalmente, la última obra de que se tiene constancia documental es la Virgen de las Angustias, obra encargada por el agustino fray Pedro de Góngora para titular de su cofradía, establecida en el convento cordobés de San Agustín y hoy en el Convento de San Pablo de la citada ciudad. Esta obra evidencia que Juan de Mesa permaneció fiel a su estilo hasta la muerte. Supo representar, en un tema popular y emotivo como es el de la Madre con el Hijo muerto en su regazo, el dolor profundo y silencioso de la muerte; dolor sereno, profundo y amargo pero sosegado. Evocación del dolor que se refleja en el rostro de la Virgen en el ligero desvío de las líneas del entrecejo, en la boca ligeramente abierta y en las lágrimas en las mejillas.
   La imagen de la Virgen, al igual que la del Hijo, ha sido tallada por completo, pero el somero trazo de los amplios pliegues del ropaje, así como la breve talla del torso y los brazos articulados por goznes, prueban su carácter de imagen de vestir. Las dos imágenes estaban prácticamente terminadas cuando falleció Juan de Mesa en 1627, y sólo le faltaban tres días de trabajo.
   Murió el 24 de noviembre, a la edad de 44 años, siendo enterrado al día siguiente en la cripta de la iglesia sevillana de San Martín.
   Junto a estas obras documentadas, existen otras atribuidas entre las que cabe citar: Cristo crucificado de la Hermandad del Amor de Sevilla (1618-1620), la Cabeza de San Juan Bautista (c. 1625) de la Catedral de Sevilla, Niño Jesús (c. 1625) de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, Nuestra Señora del Valle (c. 1625), de la Cofradía del Valle en la Iglesia de la Anunciación de Sevilla.
   Juan de Mesa ocupa hoy un lugar destacado dentro de la escultura española del xvii. Su estilo se inicia con cierta dependencia con respecto a su maestro Juan Martínez Montañés, pero pronto aflora su personalidad que se traduce en un realismo crudo y en un sentido de lo patético totalmente nuevo en Sevilla. Su obra se caracteriza por el gran realismo plasmado a partir del estudio directo del natural, circunstancia esta que le permite insuflar un sentimiento sobrenatural.
   Su estética es decididamente barroca, de formas abultadas que envuelve con ropajes de plegados densos que marcan profundos contrastes de luz; sus desnudos muestran a un perfecto conocedor de la anatomía humana, sabiendo expresar con total precisión los signos que la muerte deja en el cuerpo del hombre; los rostros de sus imágenes, rodeados por cabelleras de rizos abundantes y profundos, revelan una intensa vida interior que conecta, como indicara Dabrío González, directamente con la sensibilidad de quien los contempla, en perfecta sintonía con la doctrina que por entonces defendía la Iglesia en relación con el poder persuasivo de la imagen.
   Es un escultor especializado principalmente en temas pasionarios como crucificados, nazarenos, Vírgenes dolorosas, yacentes, junto a otras excelentes esculturas de santos, Vírgenes y niños (María Ángeles Raya Raya, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "San Ramón Nonato", de Juan de Mesa, en la sala X del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

lunes, 30 de agosto de 2021

El Alcázar del Rey Don Pedro (actual Parador Nacional de Turismo), en Carmona (Sevilla)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el Alcázar del Rey Don Pedro (actual Parador Nacional de Turismo), en Carmona (Sevilla).      
   Hoy 30 de agosto, es el aniversario del nacimiento (30 de agosto de 1334) de Pedro I, rey de Castilla, y que da nombre al Alcázar de Arriba de Carmona, así que hoy es el mejor día que hoy para ExplicArte el Alcázar del Rey Don Pedro, en Carmona (Sevilla).
     El Alcázar del Rey Don Pedro, se encuentra en la calle Alcázar, s/n; en Carmona (Sevilla).
     En la zona más elevada del cerro sobre el que se asienta Carmona, dominando la Vega, se encuentra situado el Alcázar de Arriba o de la Puerta de Marchena, cuya estructura tiene un claro origen almohade. Presenta forma rectangular y está dotado de un complejo sistema defensivo en el que destaca la doble muralla de tres de sus frentes, jalonada por una serie de torres, entre las que sobresale la situada en el ángulo noroeste, conocida con el nombre de El Cubete. 
     La entrada al recinto se efectúa por un cuerpo saliente que en su cara externa ofrece un arco de herradura apuntada encuadrado por alfiz y rematado por matacán corrido. Tras este primer arco se disponen otros tres apuntados que dan paso a un pequeño recinto que precede a una segunda puerta. Tras ésta se halla la antigua Plaza de Armas, hoy parcialmente ocupada por un moderno complejo hotelero. En el costado izquierdo de esta plaza se levanta el alcázar, que aparece precedido por una entrada en recodo denominada Puerta de la Piedad. Desde aquí se accede a la Nave de los Azulejos, comunicada con el Patio de los Aljibes, en el que se aloja la escalera que asciende al Salón de los Balcones. 
   Otro patio importante en este recinto palaciego es el de la Fuente, en torno al cual se disponían diversas salas y un pequeño oratorio. Todas estas dependencias, sin duda de construc­ción almohade que se reformó y enriqueció en tiempos de Pedro I, estaban adornadas con multitud de yeserías, azulejos, pinturas y piezas de mármol. Una serie de torreones defendían el recinto en el costado oeste, disponiéndose en el flanco norte una poterna.
   Entre las reformas que el conjunto ha sufrido a lo largo de la historia, destaca, en primer lugar, la efectuada por el rey Pedro I, quien hizo de este alcázar su residencia favorita. Le sigue cronológicamente la realizada bajo el reinado de los Reyes Católicos, producto de la cual fue el Cubete y los fosos que lo rodean, así como el embellecimiento del palacio. A partir de mediados del siglo XVI se llevaron a cabo importantes reparaciones para contrarrestar los efectos de un terremoto; siendo otro terremoto, el de 1755 o de Lisboa, el origen de la ruina en que hoy se encuentra el alcázar (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
   El Alcázar del Rey Pedro I, se encuentra en el punto más alto de la ciudad de Carmena, siendo notable su dominio del territo­rio desde el Siglo XII con el palacio islámico del gobernador de la Cora de Qarmuna.
   Este edificio cobró mayor esplendor en el Siglo XIV bajo el reinado de Pedro I. Se configu­ró una nueva construcción residencial que llega a tener mayor relevancia entre los alcázares más importantes de Sevilla.
   Otro período importante fue entre los siglos XV y XVI, cuando el gobierno de los Reyes Católicos cogió las directrices del monumento para su embellecimiento. Cabe destacar el Salón de los Reyes o Sala de los Balcones. Como también, la estructura defensiva del Cubete.
   No sólo tuvo funciones defen­sivas o residenciales sino que, a posteriori, el edificio se adaptó como hospital durante la epi­demia de la peste de 1649 o como campamento militar nazi en 1942.
   Durante el recorrido, veremos su evolución histórica así como los motivos por los cuales el edificio fue abandonado,  llegando a estar en ruinas en casi su totalidad. Además, conoceremos algunos datos sobre las intervenciones, investigaciones y campañas que se han realizado en el mismo y que nos han permitido tener un mayor conocimiento del mismo.
   Se halla situado al extremo oriental del recinto amurallado, en el lugar más elevado de Carmona. Aunque ciertos estudiosos creían ver en algunos muros restos de aparejo romano, actualmente ello no ha podido ser constatado por recientes excavaciones. Es con los musulmanes cuando el alcázar adquiere relevancia, pasando a ser residencia del gobernador y más tarde del rey taifa carmonense. 
   Desde esos momentos hasta la actualidad el alcázar ha conocido ampliaciones y reconstrucciones, pero ha mantenido su estructura general. Pedro I, a quien se le atribuye importantes obras, aunque no documentadas, llevó artistas desde el Alcázar de Sevilla para la construcción de una puerta de entrada y varias torres, así como para el general embellecimiento del palacio.
   Más tarde los Reyes Católicos construyeron el “Cubete”, fortín artillero de planta oval de sillería y hormigón. Por el exterior, presenta una moldura en forma de cadena, así como contrafuertes de sección triangular y tres garitas.
   El Alcázar tiene forma rectangular, aproximadamente, y consta de dos recintos, inscrito uno dentro del otro, separados entre sí por muros, barbacana y foso. Al exterior, los lados Norte y Oeste, se halla defendido por un foso Al Alcázar se entraba por el lienzo de Poniente. La entrada consta de un cuerpo resaltado sobre la muralla en el que se abre un hermoso arco de herradura apuntado de ladrillo, encuadrado por un alfiz tangente a la clave en el trasdós del arco y que lo corta por ambos lados. Sobre la puerta había un matacán que ocupaba toda la anchura del machón y del que aún pueden verse los canes que lo sostenía.
   Después de este primer arco hay otros tres apuntados; entre los dos primeros está la ranura-guía del rastrillo y entre los dos últimos hay una bóveda con restos de decoración pintada consistente en tres círculos lobulados, teniendo en el central castillos y leones y en los laterales el escudo de la Orden de la Banda, todo dentro de una orla cuyos costados menores tienen inscripciones en caracteres árabes (hoy perdida en gran parte).
   Tras pasar por estos arcos se accede al cuerpo de guardia y de aquí, mediante una puerta descentrada, al patio de armas que hoy se halla deformado por la construcción del Parador de Turismo en sus alas Este, Norte y Sur. Por delante del arco exterior aún se pueden ver restos de un muro correspondiente a la puerta que, presumiblemente, mandara levantar Pedro I.
    En cuanto al resto del alcázar poco queda en pie, debiendo remitirnos al plano que levantó Bonsor en 1881, y al que más tarde levantaran Collantes, Hernández Díaz y Sancho Corbacho.
   El terremoto de Almería, en 1504, y principalmente el de Lisboa, en 1755, dañaron esta residencia para los alcaides, de forma que pocos años después del último fue abandonado: “... no reparándolo ha venido en ruinas y hoy tiene hundidos todos sus techos...
Conozcamos mejor la Biografía de Pedro I de Castilla, personaje que da nombre al monumento reseñado
   Pedro I de Castilla. El Cruel. (Burgos, 30 de agosto de 1334 – Montiel, Ciudad Real, 23 de marzo de 1369). Rey de Castilla y León.
   Pedro I, que fue Rey de Castilla y León entre los años 1350 y 1369, era hijo de Alfonso XI y de su esposa María de Portugal. He aquí la imagen que transmitió, a propósito de dicho Monarca, el cronista Pedro López de Ayala: “Fue el rey Don Pedro asaz grande de cuerpo, é blanco é rubio, é coceaba un poco en la fabla. Era muy cazador de aves. Fue muy sofridor de trabajos. Era muy temprado é bien acostumbrado en el comer é beber. Dormía poco, é amó muchas mugeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue cobdicioso en allegar tesoror é joyas. E mató muchos en su regno, por lo qual vino todo el daño que avedes oído”. Esa mención de que “mató muchos en su regno” es la que explica el que a dicho Monarca se le conociera con el apelativo de El Cruel. 
   Los estudiosos de los restos mortales de Pedro I han llegado a la conclusión de que los males padecidos por el citado Monarca durante su infancia, en concreto una parálisis cerebral que fue causa de la muerte de un gran número de neuronas, fueron el origen de un acortamiento de la tibia izquierda, motivo de una cojera que padeció en el resto de su vida, pero sobre todo de los frecuentes trastornos de su conducta, traducidos en los numerosos crímenes que cometió a lo largo de su reinado.
   Ahora bien, los defensores de Pedro I le tildaron nada menos que de “justiciero”, expresión que quiere dar a entender que la dura represión que ejerció aquel Monarca obedecía a la estricta aplicación de la justicia.
   En cualquier caso, independientemente de la opinión que se tenga acerca de este personaje, es indudable, como ha puesto de relieve la investigadora norteamericana Clara Estow, que la Crónica que escribió Pedro López de Ayala sobre dicho Monarca es la “más completa fuente de material narrativo contemporáneo sobre el reinado de Pedro I”.
   En sus años de príncipe heredero sus progenitores procuraron prepararlo tanto en el cultivo de las letras, faceta que estuvo a cargo de Bernabé, obispo de Osma, como en las artes militares, función que fue desempeñada por el maestre de la Orden Militar de Santiago, Vasco Rodríguez Cornago. También jugó un papel de gran importancia en la formación del joven príncipe Pedro el obispo palentino Juan Saavedra, que llegó a ocupar el cargo de canciller mayor.
   Cuando accedió al Trono Pedro I era muy joven, lo que explica que, hasta el año 1353, el poder fuera dirigido por un personaje de la alta nobleza, de origen lusitano, Juan Alfonso de Alburquerque, el cual contaba con toda su confianza. Dicho personaje buscó una alianza con Francia, lo que se tradujo en la derrota, en Winchelsea, en el año 1350, de una escuadra de mercaderes cántabros que regresaba de Flandes. El panorama económico de sus reinos era, en aquellas fechas, bastante negativo, debido a los frecuentes “malos años”, a la reciente difusión de la terrorífica peste negra e incluso a los enormes gastos militares de la guerra mantenida unos años atrás contra los musulmanes por su padre, Alfonso XI, en la zona del estrecho de Gibraltar. Al mismo tiempo Leonor de Guzmán, la que fuera amante del rey Alfonso XI y madre, entre otros, de Enrique de Trastámara, fue hecha prisionera, muriendo de forma violenta en el año 1351, al parecer por orden de la reina madre, María de Portugal. 
   En esa etapa se celebraron unas importantes Cortes en la villa de Valladolid, eso sí, las únicas de aquel reinado. En las citadas Cortes se decidió abrir una investigación sobre la situación en que se encontraban en las tierras de Castilla las behetrías, una institución básica, a la vez que singular, del sistema feudo señorial vigente en la cuenca del Duero. Como indicó López de Ayala, “quisieron ordenar que se partiesen las Behetrías de Castilla, diciendo que eran ocasión por dó los Fijosdalgo avían sus enemistades”. De allí salió el famoso Libro becerro de las behetrías, especie de catastro, que se elaboró en el transcurso del año 1352. Por lo demás, en esas Cortes se aprobó un importante ordenamiento de menestrales y posturas, o, si se quiere, de precios y salarios. Los motivos que llevaron a decretar ese ordenamiento eran la “muy gran mengua” que pasaban los súbditos del rey de Castilla, así como el hecho de que los menestrales “vendían las cosas de ssus offiçios a voluntad et por muchos mayores preçios que valían”.
   En el mes de junio de 1353 Pedro I se casó, en la villa de Valladolid, en la iglesia de Santa María la Mayor, con la infanta francesa Blanca de Borbón. Aquella boda se realizó gracias a la actuación de Juan Alfonso de Alburquerque, el cual, al margen de actuar como padrino, pretendía afianzar la alianza de la Corona de Castilla con el Reino de Francia. No obstante, aunque el citado matrimonio, según todos los indicios, fuera consumado, apenas unos días después de dicha boda Pedro I abandonó a su esposa, la cual fue enviada bajo la condición de confinada a la villa de Arévalo. El monarca castellano decidió entonces reunirse con su amante María de Padilla, con la que tuvo tres hijas, Beatriz, Constanza e Isabel, y un hijo, Juan, aunque éste murió muy pronto. 
   Años más tarde Pedro I llegó a contraer matrimonio con otra amante, Juana de Castro. En cualquier caso, su marcha con María de Padilla fue uno de los motivos que utilizó un sector de la alta nobleza, capitaneada por Enrique de Trastámara, un hermanastro de Pedro I, para oponerse abiertamente al monarca castellano. Asimismo es imprescindible señalar que las relaciones de Juan Alfonso de Alburquerque con Pedro I entraron en una fase de total deterioro, lo que explica que antes de acabar el año 1353 aquel magnate abandonara la Corte regia, terminando por aliarse con Enrique de Trastámara. La coalición nobiliaria contra Pedro I ya estaba en marcha en 1354. Como ha indicado el profesor Luis Suárez, allí se encuentra el inicio de la larga pugna que van a mantener en tierras de la Corona de Castilla, durante buena parte de los siglos XIV y XV, la alta nobleza y la Corona. 
   Inicialmente Pedro I, que se presentó en la villa de Toro, donde se encontraban sus rivales, estuvo a punto de convertirse poco menos que en un prisionero de ellos, pero la astucia de que dio muestras el rey de Castilla le permitió salir de aquella urbe y al mismo tiempo atraer a su causa a algunos de los que formaban parte del bando enemigo. En los años siguientes hubo enfrentamientos varios entre el bando realista y el de sus rivales, en particular el que tuvo lugar en la ciudad de Toledo, en el año 1355.
   Los soldados trastamaristas entraron en la ciudad del Tajo, atacando violentamente a los judíos, sobre todo en la judería conocida como el Alcaná, pero al final no tuvieron más remedio que retirarse. En definitiva, el bando petrista salió vencedor de aquellos conflictos, lo que explica que Enrique de Trastámara marchara a Francia en 1356. 
    El año 1356 fue, por otra parte, testigo del inicio de la guerra que mantuvo Pedro I de Castilla con el rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso. A esa pugna se la denomina Guerra de los Dos Pedros. Todo comenzó por un incidente ocurrido en la localidad andaluza de Sanlúcar de Barrameda, en donde un catalán, Francés de Perellós, se apoderó de dos navíos piacentinos, alegando que la ciudad italiana de donde procedían esos barcos era una aliada de Génova, estrecha colaboradora de Castilla, en tanto que la Corona de Aragón mantenía excelentes relaciones con Venecia. Pedro I ordenó detener a todos los mercaderes catalanes establecidos en Sevilla, así como confiscar sus propiedades. También jugaba a favor de dicha contienda la buena acogida que habían tenido en Castilla los infantes de Aragón, Fernando y Juan, hermanastros de Pedro IV. La guerra comenzó a desarrollarse en la zona fronteriza entre ambas Coronas. Los castellanos iniciaron la contienda lanzando un ataque sobre la zona próxima a la villa de Molina. Por su parte el monarca aragonés decidió apoyar a Enrique de Trastámara. La pugna militar comenzó con buen pie para Castilla, que ocupó en marzo de 1357 la importante plaza de Tarazona. En junio de 1359 la flota castellana llegó a poner cerco a la ciudad de Barcelona, lo que constituía un acontecimiento sin precedentes, aunque no se conquistó dicha ciudad.
   Pero en septiembre de aquel mismo año las tropas de Pedro I fueron derrotadas en la batalla de Araviana, localidad próxima al Moncayo, por la coalición que formaban las tropas aragonesas y los partidarios del bastardo castellano Enrique de Trastámara. Ahora bien, en abril del año siguiente, 1360, el Ejército castellano derrotó al Ejército trastamarista, que había lanzado una ofensiva en toda regla contra el Reino de Castilla, en las proximidades de la villa riojana de Nájera. A raíz de aquel éxito Pedro I ordenó reforzar la zona fronteriza de Castilla con Aragón. De todos modos, la Paz de Terrer, firmada en mayo de 1361, abrió una etapa de paz entre las Coronas de Castilla y de Aragón. 
   De todos modos, la guerra castellanoaragonesa se reanudó en junio de 1362. Las tropas de Pedro I efectuaron importantes progresos frente a los aragoneses, tomando, entre otras localidades, Teruel e incluso acercándose a la populosa urbe de Valencia. Es más, Pedro I de Castilla había firmado con Eduardo III de Inglaterra, en ese mismo año de 1362, el Tratado de Londres, que establecía una alianza entre ambos reinos. Ahora bien, en abril de 1363 se llegó a la Paz de Murviedro, la cual situaba a Pedro I de Castilla como el vencedor indiscutible. No obstante, ante la Paz de Binéfar, firmada en octubre de 1363 por el rey de Aragón con Enrique de Trastámara, Pedro I de Castilla reanudó la ofensiva. 
   Su Ejército atacó el Reino de Valencia, pero, después de varias alternativas, la pérdida de la localidad de Murviedro, en junio de 1365, supuso un retroceso para las tropas castellanas. De hecho la Guerra de los Dos Pedros prácticamente acabó tras aquellos acontecimientos.
   Es preciso resaltar, por otra parte, cómo en el transcurso de esos años muchos nobles que habían estado al lado de Pedro I terminaron por pasarse al bando trastamarista. Por lo demás, Pedro I mostró su dureza, patente en la ejecución, en el año 1358, en la ciudad de Sevilla, de su hermanastro Fadrique y de otros varios personajes. Después de esa matanza, de acuerdo con el punto de vista transmitido por López de Ayala, el Rey de Castilla se puso a comer tranquilamente delante del cuerpo sin vida de su hermanastro.
   La violencia de Pedro no se detuvo, de ahí que, en el año 1360, pereciera el magnate nobiliario Pedro Núñez de Guzmán, al que, según la versión de López de Ayala, el Rey de Castilla “fízole matar en Sevilla muy cruelmente”. Al año siguiente, 1361, murió la reina Blanca de Borbón, al parecer después de obligarla a tomar unas hierbas que la envenenaron.
   Pedro I era presentado por sus enemigos como un aliado de las minorías no cristianas, es decir de los judíos y de los musulmanes. En las Cortes de Valladolid de 1351, ante la petición de los procuradores de las ciudades y villas de conceder nuevos plazos para el pago de las deudas judiegas, Pedro I respondió que los hebreos “son astragados e proves por non cobrar sus debdas fasta aquí”. 
   Es más, el nombre del rey Pedro I aparece sumamente elogiado en la sinagoga toledana del Tránsito, en donde se dice lo siguiente: “El gran monarca nuestro señor y nuestro dueño, el rey don Pedro, ¡sea Dios en su ayuda y acreciente su fuerza y su gloria y guárdelo cual un pastor su rebaño!”. Por lo demás en la Corte regia castellana se hallaba un destacado financiero hebreo, Samuel ha-Leví, el cual ocupó el puesto de tesorero mayor del Reino. Asimismo el rabino de la localidad de Carrión Sem Tob dedicó sus conocidos Proverbios Morales al monarca Pedro I, al que presenta como “sennor noble, rrey alto”. Simultáneamente había en aquellos años muchos judíos que desempeñaban puestos importantes en los dominios de la alta nobleza. Uno de ellos era Çag aben Bueno, que era el tesorero de Pedro Núñez de Guzmán. Esa actitud fue utilizada por Enrique de Trastámara, el cual, para intentar acabar con Pedro I, ondeó a fondo la bandera del antisemitismo. Por otra parte, el atractivo que ejercía el arte mudéjar sobre el monarca Pedro I se puso claramente de manifiesto en el alcázar de la ciudad de Sevilla. Asimismo, mantuvo con frecuencia buenas relaciones con los dirigentes de la Granada nazarí.
   También se le ha acusado a Pedro I de Castilla de cometer abusos contra la Iglesia, sobre todo en el terreno fiscal. Por otra parte hubo prelados víctimas del mencionado Rey de Castilla, como el arzobispo de Toledo, don Vasco, que hubo de exiliarse a Portugal, o el francés Jean de Cardaillac, que estuvo algún tiempo encarcelado por mandato regio. No se puede olvidar que Pedro I de Castilla llegó a ser excomulgado por los pontífices romanos en dos ocasiones. Es razonable pensar, no obstante, que Pedro I buscaba continuar la línea política emprendida por su padre, Alfonso XI, caracterizada por el reforzamiento de la autoridad regia.
   Pero, de hecho, el rasgo más sobresaliente de su reinado fue, sin duda alguna, el del “personalismo”, lo que explica que muchos de sus más fieles adeptos terminaran por pasarse al bando contrario.
   Ahora bien, el suceso más llamativo y de más importantes consecuencias de todo el reinado de Pedro I fue, sin duda alguna, la guerra que sostuvo con su hermanastro Enrique de Trastámara. Éste, que contaba con la ayuda militar francesa y del monarca Pedro IV de Aragón, inició la ofensiva contra Pedro I en la primavera del año 1366. Una vez situado en la ciudad de Burgos, Enrique de Trastámara se proclamó, en el Monasterio de Las Huelgas Reales, rey de Castilla, acusando a su hermanastro Pedro I de tirano a la vez que de protector de los hebreos y de los musulmanes. Pedro I, después de abandonar sucesivamente las ciudades de Burgos, Toledo y Sevilla, decidió salir de sus reinos, marchando al sur de Francia. En agosto del año 1366, Pedro I llegó a la ciudad de Bayona. En septiembre de aquel año, el rey de Castilla firmó con el heredero de la Corona inglesa, conocido como el Príncipe Negro, los acuerdos de Libourne. A cambio de la decisiva ayuda militar que recibiría de los ingleses, Pedro I se comprometía a entregar al Príncipe Negro, aparte de una notable cantidad de dinero, el señorío de Vizcaya y el puerto de Castro Urdiales. En la primavera de 1367 las tropas anglopetristas, a las que el rey de Navarra Carlos II permitió que pasaran por sus tierras, llegaron a la comarca de La Rioja. Antes de entrar en pugna los dos bandos, el petrista y el trastamarista, hubo un intercambio de correspondencia entre el Príncipe Negro y Enrique de Trastámara. El dirigente inglés afirmó que “non podemos escusar de ir con el dicho Rey Don Pedro nuestro pariente por el su Regno”.
   El día 3 de abril de dicho año los soldados que defendían la causa de Pedro I de Castilla derrotaron a los trastamaristas, de forma aplastante, en la segunda batalla que tenía lugar en la localidad de Nájera. La actuación de los arqueros ingleses fue de todo punto decisiva en aquel combate. Como ha señalado el historiador Castillo Cáceres, el Ejército del Príncipe Negro constituía “una fuerza de tremenda efectividad y gran calidad en hombres y armamento y representaba lo mejor de Occidente en términos bélicos”. Un testimonio relativo a aquella batalla afirma que “la mayor parte de los castellanos no peleaban de corazón contra el rey don Pedro porque sabían ya que había sido e era su rey e señor natural días havía e que si algunos yerros havía fecho que Dios se los havía de demandar que non castigar ellos”. En la batalla de Nájera hubo muchas víctimas, “fasta quatrocientos omes de armas”, según la opinión ofrecida por el cronista López de Ayala. Algunas de las víctimas lo fueron por decisión directa del rey Pedro I, entre ellas Íñigo López de Orozco. Por otra parte muchos de los partidarios del Trastámara, entre ellos el destacado militar bretón Bertrand Du Guesclin, fueron hechos prisioneros por los anglopetristas. Enrique de Trastámara, sin embargo, montado en un “caballo ginete” que le proporcionó un escudero de su Corte, pudo escapar, pasando a tierras de la Corona de Aragón y, finalmente, retornando a Francia.
   A pesar del espectacular éxito logrado en la batalla de Nájera la imagen de Pedro I comenzó a declinar.
   Uno de los motivos básicos de esa caída fue la marcha, en el mes de agosto de 1367, del Príncipe Negro de las tierras hispanas, el cual, poco antes, había liberado al francés Bertrand Du Guesclin. La causa de esa marcha fue el incumplimiento, por parte de Pedro I, de lo acordado en el Tratado de Libourne, lo que obedecía a la angustiosa situación económica en la que se encontraba por esas fechas la Corona de Castilla. Por su parte Pedro I dio muestras, una vez más, de su gran dureza, al ejecutar, entre otras personas, a Urraca Osorio, madre del magnate nobiliario Juan Alfonso de Guzmán y a Martín Yáñez, que había sido su tesorero. Mientras tanto su hermanastro Enrique de Trastámara regresó en septiembre de 1367 al solar hispano, entrando en la Corona de Castilla por la villa de Calahorra. Paralelamente el Trastámara impulsaba en diversos lugares movimientos hostiles a Pedro I. La lucha fratricida, patente en los numerosos conflictos de bandos, parecía resurgir, aunque en esta ocasión se asemejaba más a una guerra de desgaste. De todos modos poco a poco aumentaban los núcleos de población que se mostraban partidarios de Enrique de Trastámara, el cual, en los inicios de 1368, controlaba las zonas centrales de la Corona de Castilla. En ese mismo año de 1368, Enrique de Trastámara puso cerco a Toledo. Como es sabido, Enrique de Trastámara firmó con los franceses, el 20 de noviembre de 1368, el Tratado de Toledo. En él se acordó nuevamente el envío de destacados militares franceses para defender la causa del Trastámara, como Bertrand Du Guesclin, el cual ya se encontraba en las tierras peninsulares en diciembre de aquel mismo año. Pedro I, ante aquel difícil panorama que tenía frente a sí, buscó una alianza con el monarca de la Granada nazarí. Los soldados granadinos lanzaron varios ataques contra la zona cristiana de Andalucía, incendiando una parte de la ciudad de Jaén, así como Úbeda, en donde, según dice un texto de la época, “el traydor, hereje, tyrano de Pero Gil fizo estruyr la ciudad de Ubeda con los moros e la entraron e quemaron e destruyeron toda e mataron muchos de los vezinos de la dicha ciudad”. Es conveniente señalar que esa intervención de los nazaríes se tradujo en un incremento del apoyo de los cristianos del valle del Guadalquivir a la causa de Enrique de Trastámara. Pedro I, pese a todo, se mostró deseoso de intervenir militarmente, por ejemplo en la defensa de Toledo, cercada por los trastamaristas. Incluso buscó una nueva alianza militar con los ingleses, aunque sin éxito alguno. A comienzos de 1369, el Ejército de Pedro I cruzó Despeñaperros, llegando a la localidad de Puebla de Alcocer. No obstante, en marzo de 1369 las tropas petristas, grupo del que también formaban parte combatientes musulmanes, deseosas de enfrentarse a los soldados trastamaristas, entraron en el campo de Calatrava, en concreto en la localidad de Montiel. El 14 de marzo de 1369, los dos bandos pelearon entre sí, saliendo derrotado el Ejército petrista. Así relata Pedro López de Ayala el final de aquel choque: “el Rey Don Enrique, é los que con él iban [...] pasaron por la otra parte, é adereszaron á los pendones del Rey Don Pedro, é luego que llegaron á ellos fueron desbaratados; ca el Rey Don Pedro, nin los que con él eran, nin los Moros, non se tuvieron punto nin más, ca luego comenzaron de se ir”. Pedro I, sin duda angustiado, buscó refugio en el castillo de Montiel. Uno de los hombres de confianza del rey de Castilla, Men Rodríguez de Sanabria, intentó atraer a su causa al dirigente francés Bertrand Du Guesclin, ofreciéndole muy valiosas concesiones, tanto en señoríos de tierras de Castilla como en dinero, aunque sin conseguirlo. Al final, en la noche del 22 al 23 de marzo de 1369, los dos hermanos, Pedro y Enrique, se encontraron frente a frente, en la posada en la que residía el bretón Bertrand Du Guesclin. Un caballero del entorno de Bertrand Du Guesclin le dijo a Enrique de Trastámara lo siguiente: “Catad que este es vuestro enemigo”.
   ¿Qué ocurrió a raíz de aquel encuentro? La versión transmitida por el cronista López de Ayala, el cual indica que el Trastámara, cuando supo que tenía frente a sí a su hermanastro Pedro I, “firiólo con una daga por la cara: é dicen que amos á dos, el Rey Don Pedro é el Rey Don Enrique, cayeron en tierra, é el Rey Don Enrique le firió estando en tierra de otras feridas. E allí morió el Rey Don Pedro”.
   Ciertamente aún subsistían en la Corona de Castilla algunos focos que defendían la causa petrista, pero su resistencia terminó por ser derrumbada por los partidarios del nuevo monarca, Enrique II. Los restos mortales del rey Pedro I recorrieron diversos lugares, como el Convento de Santo Domingo el Real de Madrid y el Museo de Madrid, terminando finalmente por ser trasladados a la Catedral de Sevilla [Julio Valdeón Baruque, en Biografías de la Real Academia de la Historia].
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