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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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viernes, 6 de agosto de 2021

La Ermita de San Salvador e Inmaculada Concepción, en La Algaba (Sevilla)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Ermita de San Salvador e Inmaculada Concepción, en La Algaba (Sevilla).
     Hoy, 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor, en la que Jesucristo, el Unigénito, el amado del Eterno Padre, manifestó su gloria ante los santos apóstoles Pedro, Santiago y Juan, con el testimonio de la Ley y los Profetas, para mostrar nuestra admirable transformación por la gracia yen la humildad de nuestra naturaleza asumida por Él, dando a conocer la imagen de Dios, conforme a la cual fue creado el hombre, y que, corrompida en Adán, fue renovada por Cristo [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la Ermita de San Salvador e Inmaculada Concepción, en La Algaba (Sevilla).
     La Ermita de San Salvador e Inmaculada Concepción se encuentra en la plaza de la Purísima de la barriada de El Aral, en La Algaba (Sevilla).
   Está situada en el barrio de Aral, próximo al pueblo. Es un edificio completamente restaura­do en 1929, donde no existen retablos sino esculturas en hornacinas y varias pinturas colgadas en los muros. Las pinturas realizadas en el siglo XVIII son de mediano interés y se refieren a la vida de la Virgen. En cuanto a las esculturas hay que destacar un San José de escuela montañesina al que le falta la figura del Niño y una imagen del Salvador. La titular es la Virgen del Concepción, imagen de vestir del siglo XVIII muy restaurada (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     La ermita de la Purísima Concepción es un templo religioso bajo la advocación de la Purísima Concepción de María Coronada. Fue construida en el siglo XVIII, ya que las primeras noticias documentales que se han encontrado datan de 1712.
   Se sitúa en el barrio de El Aral y fue restaurada en 1929. Se compone de la capilla y una casa de vivienda, donde habita el encargado de cuidarla, siendo unas veces ermitaño y otras ermitaña, título instituido en 1824 a una mujer, María del Carmen Zamora Cano.
   Se trata de una pequeña iglesia de una única nave. Posee puerta de acceso retranqueada con respecto a la fachada y camarín de la Virgen al final de la construcción. Es sede de la Hermandad de la Purísima Concepción, una talla del siglo XVIII que muestra melena natural. No cabe duda del gran interés tanto religioso como festivo de la romería de la Virgen, que se celebra cada junio y en la que la Virgen es trasladada a su capilla desde la iglesia de Santa María de las Nieves, en la que pasa el mes de mayo para su culto. Cabe destacar la imagen de San José, perteneciente a la escuela de Martínez Montañés. Frente a la hornacina donde se ubica, en el lateral opuesto, se encuentra una imagen de San Salvador (turismo de la provincia de Sevilla).
   Según César Gutiérrez Moya, historiador local algabeño, en el barrio de El Aral tuvo asiento un monasterio de frailes franciscanos, los frailes de San Salvador, que fueron sustituidos por la comunidad de San Francisco de Los Ángeles que traen los marqueses de La Algaba en 1580.
   Ya en 1712, tenemos noticias de la ermita de El Aral (antiguo El Aras o Alaraz), en cuanto a los ornamentos para la celebración de la misa (A.G.A., Libro 20 de Visitas, núm, 5). Según parece se celebraban anualmente fiestas religiosas por parte de los hermanos de la cofradía de su nombre.
   En cuanto a la imagen de la Purísima, principal protagonista y centro de la Romería, es de estilo barroco. Es la de una Inmaculada de blanco y celeste, con pelo natural, ráfaga de plata y corona de oro.
   Dentro ya de la ermita, el altar mayor de madera es de tipo neoclásico al que se ha endosado dos columnas que pertenecieron a un retablo anterior del XVII, y un remate con el escudo de la orden de la Merced. En su camarín superior se encuentra la imagen de la Inmaculada Concepción, imagen veneradísima y razón principal de la Romería.
   El primer domingo de junio se celebra la citada Romería en honor a la Purísima Concepción de María Coronada. La Purísima de La Algaba recorre su camino desde la Iglesia de Santa María de las Nieves hasta su ermita de El Aral acompañada de romeros, romeras, caballistas y carretas (web del Ayuntamiento de La Algaba).
Conozcamos mejor la Leyenda, Historia, Culto e Iconografía de la Solemnidad de la Transfiguración del Señor;
   En los Evangelios sinópticos y en la liturgia de la Cuaresma, la Transfiguración está presentada como un acontecimiento de la vida pública de Jesús que habría ocurrido durante su ministerio en Galilea, antes de la Pasión. Se trataría entonces de una Cristofanía «ante mortem».
   Pero esta escena no parece estar en su sitio. Se integra mal en la vida de Jesús donde da la  impresión de ser una interpolación. Todo parece indicar que esta visión estaba originalmente, al igual que la Pesca milagrosa, entre las Apariciones de Cristo resucitado.
   En cualquier caso, desde el punto de vista iconográfico, corresponde clasificar el tema en el ciclo de la Glorificación, antes de la Ascensión, de la que es una suerte de anticipo o de bosquejo, y con la cual acaba confundiéndose.
l. El tema
     Mateo, 17: 1-13; Marcos, 9: 1-12; Lucas, 9: 28-36.
   La Transfiguración de Cristo sobre el monte, donde su divinidad se revela a lo ojos deslumbrados de sus discípulos, se narra más o menos en los mismos términos en los tres Evangelios sinópticos.
   « (...) después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él.
   «Tomando Pedro la palabra dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías. Aún estaba él hablando, cuando los cubrió una nube resplandenciente, y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle.»
   La fuente de este relato se encuentra en el Antiguo Testamento.
   La Transfiguración  de Cristo está copiada de la que experimenta Moisés descendiendo del monte  Sinaí (Éxodo, 24: 9; 34: 29). Esta filiación está indicada por la Aparición del Redentor entre Moisés y Elías, que simbolizan la Ley y los profetas. Y, además, porque ambos se consideran arrebatados hacia el cielo. Se trata de un nuevo ejemplo de la consumación de la Antigua Ley en el Mesías.
   Para los teólogos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, la transfiguración presenta otro aspecto: es una teofanía, como el Bautismo, una manifestación de la Santísima Trinidad. Dios Padre hace oír nuevamente su voz para proclamar que Jesús es su Hijo, en medio de una nube luminosa que simboliza al Espíritu Sanie (Spiritus fuit nubes lucida in die Transfigurationis).
   La Transfiguración  no sólo recuerda la Revelación del Sinaí y la Teofanía del Bautismo, sobre todo hace juego con la Oración en el monte de los Olivos. En ambos casos, Jesús lleva con él a los tres apóstoles que prefería: Pedro, Juan y Santiago, para orar retirados. En el Tabor, como en Getsemaní, los discípulos se durmieron mientras el Maestro hablaba con Dios. Las dos escenas son absolutamente paralelas, como la estrofa y la antistrofa, con esta única diferencia, que una pertenece al ciclo de la Pasión y la otra al de la Glorificación. Después de la Agonía, la Apoteosis.
   Los exegetas racionalistas niegan, como es natural, la historicidad de la Transfiguración, que sólo consideran una visión extática de san Pedro. La Aparición de Cristo resucitado en una mandorla -in gloriae- más tarde habría sido transformada por los evangelistas en una manifestación del carácter mesiánico de Jesús, que se sitúa a continuación de la que corresponde al Bautismo.
2. El culto
   En la Iglesia griega, la Transfiguración o Metamorfosis de Cristo se ha clasificado a partir del siglo VI entre las Doce grandes Fiestas y nunca ha perdido popularidad.
   La Iglesia principal, o Protaton del monte Athos, está consagrada a ella. Por eso en el arte bizantino este tema es mucho más precoz y difundido.
   En Occidente, por el contrario, la fiesta de la Transfiguración, probada por primera vez en España, en el siglo IX, difundida por la orden de Cluny, debió esperar hasta mediados del siglo XV, hasta 1457, para que el papado la declarase universal. El 21 de julio de 1456, el húngaro Janos Hunyadi había liberado Belgrado sitiada por el sultán Mahomed II. La noticia llegó a Roma el 6 de agosto, y el papa Calixto III, para conmemorar la victoria de la cristiandad sobre los turcos, decretó que la fiesta de la Transfiguración se celebraría en esta fecha a partir de entonces.
   La orden de los carmelitas se empeñó en popularizar esta fiesta en especial, porque su pretendido fundador, el profeta Elías tenía un papel en la Transfiguración, junto a Cristo.
   En la Edad Media, la corporación de los tintoreros había adoptado el patronato del Cristo de la Transfiguración, sin duda porque éste había cambiado de color y su rostro había adquirido tono dorado.
3. Iconografía
   Dificultades de la traducción plástica. Este tema imaginado en Oriente, país de los espejismos, era difícil de traducir plásticamente.
   La descripción imprecisa de los Evangelios no simplificaba la tarea de los artistas. El lugar de la Transfiguración ni siquiera está determinado. Se habla sólo de «un monte alto» (mons excelsus). La aparición ha sido localizada por la tradición cristiana en el Tabor, monte sagrado de Galilea, cercano a Nazaret, donde los franciscanos construyeron una basílica; y por la crítica moderna, en el Hermón, cuya cima está cubierta de un blanco manto de nieves eternas. El epíteto de excelsus no se co­rresponde con el Tabor, un «globo» de sólo quinientos sesenta metros de altura. La cima nevada del Hermón, que se eleva hasta los dos mil ochocientos metros, parece un decorado más a la medida de una teofanía.
   Estas localizaciones conjeturales fueron evidentemente sugeridas por el Salmo 89, donde se dice, hablando de Dios: «el Tabor y el Hermón saltan (al oír) tu nombre.»
   Las expresiones Metamorfosis, que emplean los griegos, o Transfiguración, que emplean los latinos, son ambiguas. En verdad no se trata de un cambio de forma o de figura. El cuerpo y el rostro de Cristo conservan su apariencia terrenal, su cuerpo mantiene las mismas dimensiones y su fisonomía los mismos rasgos. No hay sustitución de persona sino cambio de sustancia. El cuerpo del Hombre Dios se envuelve durante un momento en un esplendor desacostumbrado; escapa a las leyes de la gravedad, se desmaterializa o espiritualiza. Se convierte en eso que los místicos llaman un cuerpo glorioso, cuyas carnes, que se han vuelto transparentes, pierden sus contornos y se diluyen en la luz. El problema consistía en crear la ilusión de un cuerpo «desencarnado».
   Los recursos de la pintura medieval sólo permitían dos soluciones: la aureola y el dorado.
   En una miniatura del manuscrito bizantino de las Homilías de Gregorio Nacianceno (B.N., París), el cuerpo de Cristo está rodeado por una aureola amari­llo rosada, de acuerdo con la expresión de San Crisóstomo, que compara a Cristo con «el sol naciente» .
   Como resultaba complicado expresar la transmutación de un cuerpo humano en un cuerpo astral, los artistas de la Edad Media se contentaron, en la mayoría de los casos, con la copia de la puesta en escena de los Misterios.
   Sabemos, en efecto, que en el teatro, Cristo transfigurado aparecía en la escena cubierto con una túnica blanca y el rostro de color amarillo dorado. La Pasión de Gréban y la de Jean Michel dan a este tema indicaciones concordantes. «Aquí, las ropas de Jesús deben ser blancas y su rostro resplandeciente  como el oro.»
   «Aquí, entra Jesús en el monte para vestir la túnica más blanca que se pueda y tener la cara y las manos de oro bruñido.»
   Los pintores del siglo XV se adecuaron a estas indicaciones de director escénico con tanta docilidad como los actores. Hubo que esperar a los grandes maestro del Renacimiento, virtuosos del color y del claroscuro, para superar esta fase primitiva.
   Los evangelistas no dicen que Jesús fuera visto planeando en el aire. Pero muy temprano se produjo una contaminación entre el tema de la Transfiguración y el de la Ascensión. El célebre cuadro de Rafael en la Pinacoteca Vaticana sólo consagra un tradición  que se remonta a Giotto.
   Observemos, además, que a causa de la influencia del Evangelio de Mateo, donde los dos relatos son sucesivos, Rafael, y después de él. Rubens, agregaron a la Transfiguración el Milagro de la curación de un joven poseído, que operó Cristo al descender del monte. Se trata de un medio de corregir la superposición de dos grupos de tres figuras.
La evolución del tema
   En la evolución histórica del tema pueden distinguirse tres fases:
   1. La Transfiguración simbólica. Al igual que la Crucifixión, la Transfiguración ha sido en principio evocada de manera indirecta, en forma simbólica.
   En el mosaico del ábside de San Apolinar in Classe, cerca de Ravena (siglo VI), Cristo no aparece in figura sino mediante el emblema de una cruz gemmada aérea, inscrita en un gran círculo y destacándose sobre un campo de estrellas que simbo­liza el cielo. Encima de la cruz se lee Ikhtus, en los extremos del travesaño, Alfa y Omega, debajo, en latín, Salus Mundi. A derecha e izquierda, los bustos de Moisés y de Elías emergen de las nubes. Los tres apóstoles están simbolizados por tres corderos.
   Este ejemplo es único. A partir del siglo VI, en la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla y en el convento de Santa Catalina, en el monte Sinaí, Cristo transfigurado y sus tres discípulos están representados en persona.
   2. Jesús está de pie sobre la cima del monte. Está rodeado por una mandorla. Es la fórmula que se impondrá en el arte de Occidente hasta el siglo XIV.
   3. Jesús planea encima del monte con las manos extendidas. Esta nueva versión que se explica por una contaminación con los temas de la Resurrección y de la Ascensión, también es de origen bizantino. Se introdujo en la pintura italiana a partir de Giotto. Pero no triunfó sin resistencia. La primera fórmula se mantuvo en la escuela veneciana (Giovanni Bellini)  hasta finales del siglo XV.
   La actitud de los otros cinco personajes, los dos profetas, Moisés y Elías, y los tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, puede  ser brevemente bosquejada.
   Moisés y Elías a veces aparecen en busto o medio cuerpo. Cuando planean flanqueando a Cristo transfigurado, no suelen estar envueltos en la misma aureola (Tetraevangelio de lviron); generalmente la mandorla se reserva a Cristo, y los dos profetas están iluminados por los rayos que emite ésta. A finales de la Edad Media, Moisés se representaba con dos cuernos luminosos en la frente.
   Los tres apóstoles, despertados con brusquedad, cegados por la luz deslumbrante que irradia la Aparición y como «fundidos por el fuego», se aplastan contra el suelo. Juan y Santiago se protegen los ojos con la mano en visera. Sólo Pedro se atreve a levantar la cabeza un momento después, y se enardece hasta el punto de proponer al Señor la construcción de tres tiendas de ramas.
   En conmemoración de esas tres tiendas (tria tabernacula), los cruzados habían edificado sobre el Tabor tres pequeñas basílicas recordatorias, son los tres edículos que se ven representados en un capitel románico de Saint Nectaire (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María;
   En el orden de la Creación, la Concepción de la Virgen que existía en el pensamiento de Dios antes del comienzo del  mundo (inmente Dei abinitio conceptionis), es el punto de partida de su existencia. Pero si nos situamos en el punto de vista de la evolución iconográfica, es en último lugar que este tema debería estudiarse puesto que es casi extraño al arte de la Edad Media y aparece mucho tiempo des­pués que las Vírgenes de Majestad y de Piedad.
   Para comprender las representaciones de este tema,  frecuentemente interpretado a contrario sensu, es necesario definir brevemente el dogma de la Inmaculada Concepción y recordar la historia del progreso del culto hasta su consagración oficial por el papado.
El dogma
Definición. La Inmaculada Concepción es el privilegio en virtud del cual la Virgen María es la única que habría sido concebida sin pecado entre todos los descen­dientes de Adán y Eva.
   En principio desechemos el menosprecio, demasiado frecuente. La Inmaculada Concepción no es la concepción de Cristo en el vientre de la Virgen sino la concepción de la Virgen en el vientre de santa Ana o, más bien, en el pensamiento de Dios, que por una gracia única la eximió del pecado original. Para emplear las expresiones de los teólogos de la Edad Media, se trata de una Conceptio passiva y no de una Conceptio activa.
   La Inmaculada es la Virgen elegida antes de su nacimiento. Aquella que fue elegida antes de haber nacido, concebida antes que Eva, en la eternidad. «Ab aeterno ordinata sum. Nondum erant abyssi et ego jam concepta eram» (Prov. 8: 22). Por esa razón se la representa muy joven. Ella desciende del cielo a la tierra para redimir la fal­ta de Eva. De esa manera se opone a la Virgen de la Asunción, que animada de un movimiento inverso, después de su muerte asciende desde la tierra hacia el cielo. La Inmaculada Concepción es entonces enteramente diferente de la Maternidad virginal y de la Asunción con las cuales se la confunde constantemente.
La elaboración del dogma
A) Las objeciones
   La elaboración del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen ha sido lenta y laboriosa. No debería sorprender, puesto que esta creencia no tiene ningún fundamento en las Sagradas Escrituras, a menos que se fuerce el sentido de la salutación angélica: Ave Maria gratia plena, y que se asimile la Virgen, situada fuera del alcance de Satán, a la Mujer del Apocalipsis que escapa al dragón.
   Los argumentos bíblicos o patrísticos que se han invocado en su favor no tienen valor probatorio. Todo cuanto puede decirse de buena fe, es que las Escrituras no se oponen al privilegio de María, pero tampoco lo afirman.
   Los Inmaculistas se vieron forzados a apoyarse en la tradición de la Iglesia. Ahora bien, los Padres de la Iglesia, y especialmente san Agustín, nunca osaron atri­buir a María la exención del pecado original que reservaban sólo a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y no por un hombre. Según ellos, la Virgen, como todas las criaturas humanas, fue concebida en el pecado y redimida por el Redentor. Tal es la doctrina de la Iglesia primitiva; tal es también la de san Bernardo que, no obstante, fue uno de los más fieles «caballeros de Nuestra Señora».
   A pesar de su devoción por la Virgen, san Bernardo admite su «sanctificatio in utero Annae», es decir su santificación en la fase embrionaria de su existencia, después y no antes de su concepción.
   En una carta a los clérigos de Lyon que habían introducido la fiesta de la Concepción de María en su calendario litúrgico, toma partido contra esa innovación, claramente: «¿De dónde tendría María la santidad de su concepción? Ella no ha podido ser santa antes de ser. Ahora bien, antes de su concepción no existía ¿Se dirá que ha sido concebida por el Espíritu Santo y no por un hombre? Es lo que hasta ahora nadie se ha atrevido a afirmar. Si se permite expresar lo que piensa la Iglesia, la gloriosa María ha concebido del Espíritu Santo, pero no ha sido concebida por él. Si ella no ha podido ser santificada antes de ser concebida porque entonces no existía, ni tampoco en el momento de su concepción porque el pecado estaba unido a ese acto, sólo queda que ha sido santificada en el vientre de su madre después de su concepción, y esa santificación ha vuelto santa su natividad, pero no su concepción. 
 «Sólo el Señor Jesús ha sido concebido del Espíritu Santo, porque sólo él era santo antes de su concepción. Excepto él, no hay hijo alguno de Adán a quien no se aplique la palabra del Salmista: Yo he sido concebido en el pecado.
   «En esas condiciones ¿cuál puede ser la razón de la fiesta de la Concepción de María? ¿A qué título llamar santa una concepción que no es la obra del Espíritu Santo (por no decir que es la obra del pecado) y por qué celebrarla si no es santa?» En el siglo XIII, san Buenaventura, el Doctor seráfico, se unió a la opinión de san Bernardo: «Creemos -escribió- como se cree comúnmente, que la Virgen ha sido santificada después de haber contraído el pecado original.»
   Los dominicos compartían la opinión de san Bernardo.
   Según Alberto Magno, la Virgen contrajo el pecado original porque fue concebida por generación sexual, que implica la concupiscencia carnal.
   Un teólogo todavía más ilustre, santo Tomás de Aquino, el Doctor angélico, se sitúa sin rodeos entre los negadores de la Inmaculada Concepción. En su Summa theologica postula que María ha sido necesariamente concebida con el pecado original, puesto que lo fue por la unión de los sexos. Ahora bien, la unión sexual que después del pecado de nuestros primeros padres no puede hacerse sin concupiscencia (sine libidine), transmite el pecado original al niño.
   Además, si María hubiese escapado a la mancha común, no habría tenido necesidad de ser redimida por Cristo. Así, Cristo ya no sería el Redentor universal. Finalmente:¿María no murió como los demás humanos? Entonces, como ellos, había contraído el pecado original, puesto que éste es quien introdujo la muerte en el mundo.
   De ese modo, el postulado de la Concepción Inmaculada de la Virgen aparece en contradicción con dos dogmas fundamentales de la doctrina cristiana: la universalidad del pecado entre los descendientes de Adán y la universalidad de la redención por Cristo. Si se quiere sustraer a María de la ley común del pecado, es necesario al mismo tiempo sustraerla de la redención universal de Cristo.
B) El triunfo de los inmaculistas
   Semejante consenso de los representantes más autorizados del  pensamiento cristiano, todos «maculistas», desde san Agustín hasta san  Bernardo, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino, pudo haber sofocado en germen la cre­encia en la Inmaculada Concepción de la Virgen, pero no ocurrió nada parecido. La creencia en que, desde su concepción, la Virgen estuvo exenta de la mácula del pecado original, fue ganando terreno. A partir del siglo IX, la fiesta de la Conceptio B. M. Virginis, de origen oriental, como todas las fiestas de la Virgen, se in­trodujo en el calendario irlandés.
   El principal argumento que se utilizó fue que el papel de María en la Redención implica su exención del pecado original. «¿Cómo suponer -dijo Denis el Cartujo­que debiendo aplastar un día la cabeza de la serpiente, haya podido nunca ser hija del demonio?» Así, la concepción virginal de Cristo comportaría la concepción in­maculada de su madre.
   Los franciscanos tomaron partido contra las tesis de san Bernardo y de santo Tomás que san Buenaventura, otro franciscano, defendió. Éste y Escoto Eriúgena, el Doctor sutil, proclamaron que la gloriosa Virgen María fue preservada del peca­do original "a primo instanti» y no a partir de su nacimiento o de la Encarnación. Los carmelitas les hicieron coro.
   Pero la adhesión más eficaz a la campaña de los inmaculistas fue la de la Universidad de París, representada por sus cancilleres Pierre d'Ailly y Jean Gerson. La doctrina de la Inmaculada Concepción, nacida, como la mayoría de las creen­cias, de un postulado teológico, de un deseo transformado en afirmación positiva, de un voto sentimental erigido en certeza, aprobada por el papa franciscano Sixto IV en 1477, fue aceptada por la Sorbona en 1496, que la formuló en estos térmi­nos: «Mater Dei a peccato originali semper fuit preservata.»
   La creciente popularidad de la Inmaculada Concepción a finales de la Edad Media está probada por la devoción que le ofrecía la familia de los duques de Borbón. En 1370, Luis II de Borbón fundaba la orden del Caballero de Nuestra Señora de Esperanza, cuya insignia representaba a la Virgen del Apocalipsis, coro­nada por doce estrellas y con los pies reposando sobre la luna creciente. Así la representó el Maestro de Moulins, hacia 1498, en su célebre tríptico de la catedral.
   En el siglo XVI los jesuitas, después de los franciscanos, se convirtieron en sus campeones. El concilio de Trento consagró su triunfo.
   La doctrina ganó a todos los países católicos antes de convertirse en dogma. Desde Ruán, metrópoli de Normandía donde la fiesta de la Concepción era particularmente popular (se la llamaba Fiesta de los normandos), esta devoción se difundió en las otras diócesis de Francia. En 1644, la fiesta de la Inmaculada Concepción se intro­dujo en España en la jerarquía de las grandes y obligatorias (de praecepto). Así se explica la importancia de este tema en la pintura española del siglo XVII.
   Sólo quedaba un paso por dar. En 1708 la creencia, resistida durante largo tiempo, se convirtió en obligatoria para el conjunto de la Iglesia. Y en virtud de la encíclica Ineffabilis Deus, publicada por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, se transformó en un dogma de la Iglesia romana. Los maculistas habían sido derrotados.
Iconografía
   La Inmaculada Concepción ha sido representada de dos maneras completamente diferentes: en primer lugar, simbólica o alusivamente, mediante el Abrazo de Ana y de Joaquín ante la Puerta Dorada; más tarde, en la forma de la Sulamita del Cantar de los Cantares, o de la mujer envuelta en el sol, del Apocalipsis, con la luna debajo de los pies.
1. El abrazo de san Joaquín y de santa Ana ante la puerta dorada
   En la iglesia oriental y en la primera versión del arte de Occidente, la Inmaculada Concepción de la Virgen está asociada con el encuentro de sus padres, Ana y Joaquín, frente a la Puerta Dorada de Jerusalén. La Madre de Dios no habría sido concebida de manera natural (ex coitu), sino por medio de un simple beso en los labtios (ex osculo).
   A veces el ángel que anuncia la buena nueva a cada uno, por separado, planea por encima de los viejos esposos para acercar sus bocas.
   Señalemos una curiosa versión en una vidriera de Saint Ouen, ejecutada a principios del siglo XVI por el pintor vidriero holandés Arnoldo de Nimega. Sobre el vientre de santa Ana, representada de pie y con las manos unidas, aparece la Virgen en forma de niña pequeña desnuda en una mandorla, y recibiendo el ho­menaje de los dos principales profetas de la Encarnación: Isaías y David.
   En los ciclos mariológicos, esta escena precede con frecuencia a la Natividad de la cual se considera el preludio.
2. El descendimiento de la Virgen Inmaculada
   Hacia finales de la Edad Media apareció una representación novedosa del tema.
   La Virgen Inmaculada, enviada desde el cielo por Dios que la había elegido para la obra de Redención, desciende a la tierra. De pie sobre la luna, coronada de estrellas, extiende los brazos como las orantes de las catacumbas, o une las manos so­bre el pecho.
   Para distinguirla de la Virgen ascendente de la Asunción, se la representa con los ojos dirigidos hacia la tierra, al tiempo que aquélla los tiene elevados al cielo donde Cristo la espera.
   Esta diferencia está muy bien señalada en las dos estatuas ejecutadas por Puget en Génova: la Inmaculada Concepción, encargada por los Lomellini, que se encuentra en el oratorio de san Felipe Neri; y la Asunción, encargada por los Brignole para el Hospicio de los Pobres (Albergo dei Poveri).
   Otra característica de la Inmaculada Concepción es que se presenta rodeada por los símbolos de las Letanías, que son su escudo de armas (Arma Virginis), de la misma manera que los instrumentos de la Pasión constituyen el blasón de Cristo (Arma Christi).
Fuentes
   ¿Cuáles son las fuentes de esta representación? Procede del Antiguo, y también del Nuevo Testamento, del Cantar de los Cantares y del Apocalipsis.
   1. La Virgen Inmaculada está asimilada a la novia del Cantar de los Cantares. Es la Sulamita del Seudo Salomón, como lo prueban las palabras inscritas en una filacteria: Tota pulchra es, amica mea, et macula non est in te, y las metáforas bíblicas sembradas alrededor  de ella  como las perlas de un collar.
   Estos símbolos han sido popularizados por las Letanías de la Virgen de Loreto, cuya forma actual data de 1576. La nueva Sulamita es comparada con los astros: con el sol (electa ut sol); con la luna representada por un  creciente de plata (Pulchra ut luna), con la estrella del mar (Stella maris).
   Otros emblemas están tomados de los árboles y las flores. La Inmaculada es un Jardín cerrado o cercado (Hortus conclusus), una Fuente de los jardines (Fons hortorum), un Pozo de agua viva (Puteus aquarum viventium). Se la compara con el cedro del Líbano (Cedrus exaltata), con el olivo (Oliva speciosa) con el lirio que flore­ce entre espinas (Lilium inter spinas), y con un rosal (Plantatio rosae).
   «Eres jardín cercado, hermana mía, esposa; eres jardín cercado, fuente sellada.» (Cant. 4: 12).
   Espejo sin mancha (Speculum sine macula), la Virgen es finalmente saludada con los nombres de Torre de David (Turris Davidica cum propugnaculis), _Ciudad de Dios (Civitas Dei), Puerta del cielo (Porta coeli).
   2. Los otros atributos de la lnmaculada Concepción están tomados del Apocalipsis I 2: "Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas (amicta sole, luna sub pedibus, in capite corona stellarum duodecim)."
   La luna que nunca se representa llena, como en la Crucifixión, sino recortada en forma de creciente, evocaba la castidad de Diana.
   Después de la victoria de Lepanto, la cristiandad gustó interpretar el creciente de la luna bajo los pies de la Virgen Inmaculada como un símbolo de la victoria de la Cruz sobre la Media luna turca.
La fechad de aparición del tema
   ¿En qué momento apareció por primera vez este motivo en la iconografía del arte cristiano?
   De acuerdo con E. Mate, que adopta la tesis sostenida por Maxe Werly, este tema apareció a principios del siglo XVI, exactamente en 1505, en forma de xilografía, en las horas de la Virgen para el uso de Roma, publicadas en París por Thielman Kerver, retomadas en 1518 en las Horas de Simon Vostre.
   "Hasta el momento -escribe E. Mâle- no he encontrado una sola miniatura que represente la Inmaculada Concepción que sea anterior a 1505; por otra parte, todas las vidrieras, todos los bajorrelieves consagrados al mismo tema son, o lo parecen, posteriores a 1505. Es necesario admitir por lo tanto, salvo que se pruebe lo contrario, que el grabado de un Libro de Horas ha hecho conocer a Francia entera ese nuevo motivo."
   Sin abandonar los dominios de los Libros de Horas, se puede encontrar una ilustración de ese tema dos años anterior, en las Horas para uso de Ruán, impresas en París en 1503, por Antoine Vérard.
   En realidad es unos veinte años más vieja, y se remonta a finales del siglo XV. Los emblemas de las Letanías ya están representados en la catedral de Cahors, en la capilla de Notre Dame, que fue construida en 1484. Es el primer monumento edificado en Francia para la gloria de la Virgen Inmaculada, rodeada por sus atributos místicos.
   Por otra parte, la pintura italiana del Quattrocento nos ofrece al menos un ejemplo de este tema que data de 1492: es la Inmaculada Concepción del veneciano Carlo Crivelli, que se encuentra en la National Gallery de Londres. Es verdad que la Virgen no planea entre el cielo y la tierra, pero la inscripción de la filacteria que Dios Padre y los ángeles sostienen encima de su cabeza no deja ninguna duda acerca del significado de esta figura de orante, allí se lee: Ut in mente Dei ab initio concepta fui, ita et facta sum.
   Los Países Bajos han conocido ese tema en la misma época. El hecho está probado por un gran retablo de santa Ana que se conserva en el Museo histórico de Frankfurt, encargado a un maestro de Bruselas por el prior del convento de los carmelitas Rumold de Laubach. Puesto que ese personaje, singularmente interesado en el culto de santa Ana, murió en 1496, hay que concluir, forzosamente, que el retablo fue ejecutado antes de finales del siglo XV.
   Sobre uno de los paneles, los carmelitas arrodillados, asistidos por san Agustín y el papa Sixto IV, están representados en oración frente a santa Ana, que se mantiene de pie ante el altar. El homenaje se dirige menos  a ella que a la Virgen Inmaculada, que aparece en transparencia en su vientre, en medio de una aureola de rayos, en forma de niña pequeña y desnuda, sobrevolada por la paloma del Espíritu Santo y flanqueada por dos ángeles.
   La prueba de que se trata de la Inmaculada Concepción es que encima del busto de Dios Padre bendecidor, sobre una filacteria, se lee el canto de amor del Cantar de los Cantares: «Tota pulchra es, amica mea, et macula non est in te», y que alrededor del turbante de Salomón, que está en frente del rey David, se desarrolla en una filacteria este pasaje de los Proverbios, siempre aplicado a María Inmaculada: «Nondum erant abyssi et ego jam concepta eram.»
   Estos tres ejemplos tomados del arte francés, italiano y flamenco, prueban sin duda que el tema de la Inmaculada Concepción no aparece en el arte cristiano a principios del siglo XVI sino en el último cuarto del XV.
Evolución
   Después de haber precisado las fuentes y la fecha inicial de este tema, veamos como ha evolucionado entre los siglos XVI y XIX, a partir de Francia y de Signorelli, pasando por Puget, y Murillo, hasta llegar a la Virgen de Lourdes.
   En la pintura italiana del Renacimiento, la Inmaculada Concepción se presenta como la contrapartida y la redención del pecado original. La idea que se quiere poner en evidencia es que la gracia de María redime la falta de Eva.
   Quos Evae culpa damnavit,
   Mariae gratia solvit.
   Por ello Signorelli, en su cuadro de la catedral de Cortone, evoca a la Virgen descendiendo del cielo en una lluvia de flores y posándose sobre el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, a cuyo pie Adán y Eva cometen el pecado. Luis de Vargas (catedral de Sevilla) y Ant. Sogliani (Uffizi) subrayan la misma oposición.
   Pero es el arte barroco del siglo XVII el que tiene el mérito de haber creado el tipo definitivo de Inmaculada Concepción. Libre de todos los símbolos de las Letanías con que la habían sobrecargado los teólogos, rodeada sólo por los ángeles, ella pla­nea en una mandorla sobre un creciente de luna. A veces, para recordar su victoria sobre el pecado original, sus pies, que se apoyan sobre el globo, aplastan la ca­beza de la serpiente tentadora.
   La España mística se apoderó de este tema creado en Italia y le imprimió la marca de su genio. Y consiguió hacer su propia versión, tan es así que no puede pen­sarse en la Inmaculada Concepción sin evocar la estatua de Martínez Montañés en la catedral de Toledo, las telas de Zurbarán, de Ribera, y sobre todo las de Murillo, que trató el tema veinte o veinticinco veces.
   La forma más reciente tomada por la Inmaculada Concepción es la Virgen de Lourdes. El historiador de las religiones Salomon Reinach ha sostenido que el origen de las apariciones de la Virgen a Bernadette Soubirous en 1858 no es otro que el cuadro de Murillo adquirido por el Louvre en 1852.  
   Esta tela se hizo inmediatamente popular y había sido vulgarizada por la imaginería y los periódicos ilustrados. Es probable que uno de esos grabados coloreados cayera bajo la mirada de la joven pastora pirenaica y que, como María Alacoque lo hiciera en el siglo XVII con las imágenes del Sagrado Corazón, Bernadette proyectara, más  o menos inconscientemente y en forma de aparición, el recuerdo de la imagen piadosa que la había impresionado. La bella mujer que vio aparecer en una gruta, en medio de una nube de oro, con las manos cruzadas sobre el pecho, cubierta con un vestido blanco ajustado en la cintura por una  cinta azul, se parece como una hermana a la Purísima del Museo del Prado. Así, sería una obra maestra de Murillo la fuente de la peregrinación más popular del siglo XIX. Esta hipótesis reforzaría la teoría que postula la influencia de las imágenes en el nacimiento de los cultos (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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