Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza del Salvador, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor, en la que Jesucristo, el Unigénito, el amado del Eterno Padre, manifestó su gloria ante los santos apóstoles Pedro, Santiago y Juan, con el testimonio de la Ley y los Profetas, para mostrar nuestra admirable transformación por la gracia yen la humildad de nuestra naturaleza asumida por Él, dando a conocer la imagen de Dios, conforme a la cual fue creado el hombre, y que, corrompida en Adán, fue renovada por Cristo [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la plaza del Salvador, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La plaza del Salvador es, en el Callejero Sevillano, una plaza que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo, entre las calles Córdoba, Villegas, Blanca de los Ríos, Álvarez Quintero, Sagasta, y Cuna.
La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario.
La vía, en esta caso una plaza, está dedicada a la Iglesia Colegial del Divino Salvador, que la preside.
Este topónimo se ha utilizado para designar tanto la actual como la próxima de Jesús de la Pasión. No obstante, las primeras referencias tienden a identificarla como plaza del Cementerio o del Cementerio de San Salvador, por estar allí el de la inmediata colegial, y así ocurre desde el s. XIV. En el siguiente, coexiste con el de San Salvador, que tiende a generalizarse en su segunda mitad; sólo esporádicamente reaparece la forma antigua, que ha desaparecido en el s. XVII, aunque se siga aludiendo a la existencia del mencionado cementerio. En el s. XVI el frente sur, donde arrancaba Villegas, fue conocido como acera o calle de los Cereros, al estar allí ubicadas tiendas de éstos.
La plaza posee forma rectangular en dirección norte-sur. Aunque el frente oeste, el del Hospital de Nuestra Señora de la Paz, no es recto, sino que tiende a abrirse hacia los extremos, apenas se han localizado noticias de cambios de alineación. Las conocidas afectaron al frente de la iglesia; probablemente la construcción del nuevo edificio en el s. XVII supuso una nueva alineación. También hay constancia de operaciones en sus dos extremos, esquina a Córdoba, que pierde el rincón que aparece en el plano de Olavide (1771), y esquina a Villegas, con el chaflán actual, que se forma en 1672. Posteriormente, en 1887, se aprueban algunas alineaciones. A esos años debió pertenecer el retranqueo actual que existe al terminar los soportales.
Pero la operación más importante tiene lugar en la década de 1920, al derribarse unas casas del frente sur, que pertenecía a la actual Villegas, lo que permite alargar la plaza unos metros, y hace que Blanca de los Ríos sea el cierre por dicho frente; al mismo tiempo, se ensancha la desembocadura de Villegas. Por lo que se refiere al frente de la iglesia, su fachada está retranqueada con relación a las casas, si bien la verja que la aísla, instalada a comienzos de siglo, está alineada con ellas, y las gradas avanzan sobre el espacio público. En el rincón que se origina existe una capillita con una imagen de la Virgen del Carmen, que procede de un retablo que había en Sierpes, el cual se traslada aquí en 1816. Uno de los rasgos característicos de esta plaza con los soportales que quedan en el frente oeste, único resto de los que la bordeaban, y de los escasos ejemplares antiguos que quedan en la ciudad.
Una parte del espacio público fue utilizada como cementerio hasta el s. XVII, y durante siglos estuvo sin urbanizar. A partir de mediados del s. XIX se efectúa una serie de importantes intervenciones que remodelarán este espacio. En 1840 se instala una fuente, procedente del convento del Carmen. En 1846 se aprueba un proyecto de Balbino Marrón para construir un paseo de salón en el centro de la plaza nivelando el terreno y, por ello. quedando una parte en alto, lo que originó protestas de los comerciantes; se le rodeó de árboles y de bancos con respaldos de hierro. En 1861 fue desmontada dicha plaza, dando razón a los que habían protestado, para ser sustituida por otra de diseño elíptico (de M. Heredia Tejada) y estrechando la zona central.
A pesar de haber dejado un mayor espacio para la circulación, invocando los inconvenientes que a ésta originaba la anterior, en 1884 se reduce su anchura aún más por el frente de poniente. En 1923 se instaló el monumento a Martínez Montañés, obra de Sánchez Cid. Este paseo central, más o menos degradado y recortado, pervive hasta los años cuarenta. En dicha década pierde totalmente su función de paseo y se destina toda ella al tráfico y a aparcamientos.
Por lo que se refiere a la Pavimentación, aparece enladrillada, al menos una parte, a fines del s. XV. Este sistema se mantuvo hasta comienzos del s. XVI, en que se encuentran las primeras menciones de empedrado. Ambos sistemas requirieron frecuentes reparaciones, a juzgar por las reiteradas demandas en este sentido. A mediados del s. XIX se introducen nuevos tipos: en 1851 se embaldosan los soportales; en 1859 se adoquina la parte meridional, y coincidiendo con la reforma de la plaza de 1861 se embaldosa todo el perímetro de la misma. A comienzos de la presente centuria aparecen las primeras aceras de cemento, existiendo un proyecto para toda la plaza en 1905; en la actualidad son de losetas. En la década de 1910 se adoquina la parte destinada al tráfico, y en los años 40 se extiende a toda la plaza. En la década de los 60 se readoquinó con un adoquín más pequeño, que en la de 1970 se cubre con la capa asfáltica. Coincidiendo con la reforma de 1846 se proyectan cuatro farolas, pero en 1860 se denuncia la falta de alumbrado, instalándose unos candelabros dos años después, los cuales subsistieron hasta la presente centuria.
En las dos últimas décadas se han sucedido una serie de intervenciones. En 1970 los chopos son sustituidos por naranjos en alcorques; en 1971 se instala un nuevo sistema de alumbrado; se traslada el monumento de Martínez Montañés a la avenida de la Constitución para aumentar los aparcamientos; en 1979 se convierte en peatonal, instalándose una serie de macetones para impedir el acceso de vehículos, alineados con la acera de los pares de Villegas; finalmente, en 1983 se diseña un nuevo proyecto, ejecutado en años siguientes. Se levanta la capa asfáltica, se restaura el adoquinado, se devuelve a su emplazamiento primitivo el monumento a Martínez Montañés, se instalan nuevas farolas, cuyo diseño está inspirado en modelos de comienzos de siglo, y los macetones son sustituidos por unos cubos de cemento con bolas de metal, manteniéndose el carácter peatonal, salvo en la confluencia con Villegas y Álvarez Quintero.
A lo largo de los siglos, este espacio público ha contado con otros elementos. En el extremo sur existía desde los siglos medievales uno de los almacenes de redistribución del agua de los Caños de Carmona, y por su subsuelo corría el que llevaba dicha agua a distintas fuentes, entre ellas una pila en la mima plaza, y a casas de la ciudad En 1608 se autorizó la instalación de una cruz de piedra, solicitada por los panaderos; además existió otra de hierro, que posiblemente estuviese sobre el cementerio; en 1839 fueron desmontadas, la de piedra se instaló en el lugar que hoy ocupa, en el chaflán con Villegas, y la de hierro en una de las fachadas de la plaza, desapareciendo posteriormente. En los soportales inmediatos al hospital existía en el s. XVIII un retablo con una pintura de San Antonio Abad, del que cuidaban los lenceros en tiempos de González de León (1839). Desde mediados del mencionado siglo hay noticias de la existencia de toldos instalados por particulares y vendedores, en concreto aguadores; en el pasado siglo pervivía la costumbre de entoldar en algunos puntos la plaza por los particulares, mediante la instalación de postes. En 1859 se instala un urinario público; y en la actualidad cuenta con dos quioscos de prensa, una cabina de teléfonos y un buzón de correos.
En cuanto a la edificación, una de las características fue el estar rodeada de soportales, en bastantes casos de madera que fueron siendo sustituidos por columnas de mármol a lo largo de los siglos. En las últimas décadas del s. XVI, como consecuencia de la prohibición de construir portales y saledizos, existieron frecuentes debates sobre la autorización de reformas de los mismos, y algunos fueron suprimidos, como los ocupados por los cinteros, en 1586, esgrimiéndose razones de espacio y de ornato, pero acabó venciendo la postura de mantenerlos. A lo largo del s. XVII hay diferentes peticiones de construcción o de su sustitución por mármoles. Muchos subsistieron hasta el s. XIX; a mediados del mismo un periódico protestaba por el hecho de que las citadas columnas estuviesen pintadas de azul. De todos ellos sólo queda un fragmento en la acera de poniente. Su desaparición coincidiría con la actividad edilicia desarrollada a fines de dicha centuria y comienzos de la actual, ya que el caserío, en su casi totalidad, es de esas fechas. Sólo son más antiguas las casas de los soportales, que además poseen un cierro corrido, y la paredaña con el Salvador, levantada a fines del s. XVIII. Se trata de casas de tres y cuatro plantas, aunque predominan las primeras, que conservan, en bastantes casos, sobre todo en el frente norte y en la parte de soportales, el parcelario medieval. A comienzos del s. XIX ya poseían estas alturas, según describe González de León. Son frecuentes cuerpos retranqueados, bastante visibles, en azoteas. Destaca por sus proporciones, estilo y materiales, la casa esquina a Villegas, obra regionalista de Ramón Balbuena y Juan Talavera (1920-22).
Los dos edificios singulares son la colegial del Salvador y el Hospital de Nuestra Señora de la Paz. La primera se levanta sobre el solar ocupado por la primitiva mezquita aljama, de Adobás, cuyo acceso principal estaba por la calle Córdoba, hasta que, convertida en iglesia, cambió la orientación y se abrieron a la plaza las puertas principales. Derribado el edificio antiguo, que estaba muy deteriorado, en 1674 se inicia el actual, en el que intervienen varios arquitectos, rematándose en 1712, y cuya monumentalidad domina la plaza. Una portada a la izquierda da acceso al patio de los naranjos, resto de la primitiva mezquita. Frente a él, el hospital. Se levanta sobre un solar que fue ocupado por sucesivos hospitales desde fines del s. XIV: el de San Cosme y San Damián, luego denominado del Salvador y de la Misericordia; a principios del s. XVI se convierte en hospital de bubas, y en 1574 es cedido a los hermanos de San Juan de Dios, que lo han conservado hasta la actualidad, salvo los paréntesis de exclaustraciones. La iglesia es del tránsito del s. XVI al XVII, y las restantes fachadas de la plaza son obras posteriores, que llegan hasta finales del pasado siglo. Se ha restaurado recientemente.
La plaza, al estar contigua a la mezquita aljama, debió desempeñar un papel destacado en la vida de la Sevilla andalusí; posiblemente aquí estuvo el zoco al que alude Ibn Abdún, a fines del s. XI. Ya en época bajomedieval, en torno al citado cementerio, distintos oficios radican en ella, como los cordoneros de cáñamo, en la acera frontera al Salvador y hacia Álvarez Quintero; los chapineros, cuyas tiendas ocupaban todo el frente norte, y los que no poseían aquí tiendas estaban obligados a vender su mercancía entre Sagasta y Cuna; unos y otros tomaban la plaza con sus mesas y tornos; los candeleros se localizaban en el frente sur, próximos a la Ropavieja. En el s. XVI se alude a la presencia de cinteros y de varios tipos de zapateros; a comienzos del XVII se citan sederos y talabarteros, aunque éstos parecen estar en zona próxima, donde aparece el topónimo de este oficio. En una fecha imprecisa, posiblemente de esta centuria, desaparecen los cordoneros, expulsados ante lo peligroso de su actividad: la combustibilidad de la materia prima había originado numerosos incendios y las consiguientes protestas del vecindario. El frente sur estaba ocupado en el s. XVI por cereros. En esta centuria el centro de la plaza era dominio de vendedores de arena, tierra, ladrillos y barro para la construcción; de ahí que Mateo Alemán lleve a su pícaro Guzmán de Alfarache a esta plaza, a ofrecer varios miles de tejas de las casas de la ciudad a incautos compradores.
La otra faceta de la plaza es el ser utilizada por vendedores de artículos de subsistencia. Ya en los siglos medievales se alude a regateras o revendedoras al por menor, pero será en el s. XVI cuando la presencia de este mercado adquiera importancia. En 1545 se ordena que las regateras de hortalizas dejen la Alfalfa y la plaza de Arriba y se establezcan aquí; en 1589 se solicita que se trasladen a ella los panaderos. Frutas y pan serán los dos artículos predominantes, uno y otro, posiblemente, por desbordamiento de las inmediatas plazas del Pan y de Arriba, donde, desde antiguo, se vendían dichos artículos. Sin embargo, parece que el comercio de los segundos tuvo siempre un carácter secundario; a comienzos del XVII tenían sitio habilitado los que venían de fuera, aunque a veces también aparecen los locales. Por el contrario, el paso del tiempo fue afianzando en ella el mercado de frutas. En 1727 se dice que es en la que se vende todo género de frutas, y en esta centuria se establecen zonas separadas para los entradores y para los regatones de estos artículos; aquéllos van sustituyendo en las tiendas a los antiguos artesanos. Ante la saturación del espacio, en el último cuarto de siglo, se manda a los vendedores de melones, sandias y uvas a la plaza de la Encarnación. Al construirse el mercado de abasto en dicha plaza en 1820, los fruteros desaparecieron del Salvador.
Todas estas actividades generaban otros servicios. En el s. XVI se estacionan en ella los porteadores, palanquineros y animales de carga, lo que contribuía a abigarrar aun más el ambiente, ya de por si cargado con el vocerío de los que pregonaban sus mercancías. En el s. XIX el lugar dejado por aquéllos será ocupado por los mozos de cordel, que tienden a concentrarse en la esquina con Cuna, y los blanqueadores. En 1875 se establece una parada de coches de alquiler. A finales de esta centuria desaparecen los aguadores, que allí estaban instalados desde hacia siglos; precisamente en la reforma de la plaza de 1846 se fijaron en su torno seis puestos. Tras el desplazamiento de los fruteros, la actividad económica se limita a algunas tabernas y de las pequeñas tiendas de los más diversos géneros existentes en su entorno, característica que hoy conserva. Algunos mercadillos circunstanciales se establecen en la plaza; uno, la víspera de Reyes, que subsistió desde el pasado siglo hasta hace tres décadas; y, en los últimos años, los protagonizados por jóvenes que ofrecen trabajos artesanos e industriales. A esto se une la ocupación por mesas de bares, que se concentran en la parte norte.
Por su localización ha sido desde siglos un espacio privilegiado de sociabilidad: durante la etapa andalusí, la inmediatez de la mezquita aljama, centro de abasto, etc., atrajo constantemente público y actividades extraeconómicas. Luego, ya tras la conquista castellana, se mantienen algunas de estas funciones y se potencian otras. Una de las más permanentes ha sido, y sigue siendo, el formar parte del recorrido de la procesión del Corpus, y, con dicho motivo, uno de los lugares que se exornaba y dotaba de toldos, amén de que los vecinos lo solemnizasen con cohetes y otros "regocijos", a los que, en el último cuarto del XIX se suma la celebración de conciertos. Imágenes radicadas en la citada iglesia o en otras también han procesionado por ella. Cabe destacar en la actualidad las de las cofradías del Amor y de Pasión, en especial sus respectivas entradas, así como la partida y llegada de la Hermandad del Rocío. En el primer tercio del s. XVII, la hermandad dela Virgen de las Aguas celebraba su fiesta con toros sueltos por la plaza, para lo que se vallaban las bocacalles. La Virgen del Carmen también se festeja con una velada, de la que hay noticias desde comienzos del XIX hasta primeros años del actual. Figura en algunos recorridos cívicos, con ocasión de entradas, entronizaciones o exequias de reyes, por lo que es uno de los lugares en que se levantan arcos triunfales. Será también itinerario de cortejos jocosos, como el de unas máscaras por San Sebastián, en el s. XVII, y, en el siguiente, de los carnavales.
En el s. XIX, la construcción del salón potenció el papel de lugar de paseo y de descanso, y la prensa de la época anota el hecho de que, por las noches, los vecinos sacan sillas, y se forman tertulias bajo los soportales; pero también la utilizan los chiquillos para juegos, emulación de toreros y pedreas. En verano estaba especialmente concurrida a mediados del pasado siglo. En los dos primeros tercios del presente, los domingos.al mediodía, se convertía en un espacio muy concurrido, al acudir cierta burguesía a la misa, concluida la cual se paseaba, se charlaba o se tomaba el aperitivo en un bar inmediato. Este papel de punto de convivencia, de centro de la vida sevillana, ha sido recogido por diversos autores y ensayistas desde fines de la pasada centuria hasta hoy: L. Montoto, Chaves Nogales, M. Sánchez del Arco, J. Romero Murube, J. Mas, F. Cortines Murube, J. Guillén, M. Chaves Rey, M. Díez Crespo, M. Ferrand o A. Burgos. Poco a poco la circulación le hizo perder dicha función, hasta convertirse en un gran aparcamiento, que obligó al propio Martínez Montañés a ceder su espacio. En la última década, al transformarse en peatonal, ha recuperado esos valores de sociabilidad, favorecidos por la instalación de mesas de los bares, y de los que se benefician todos los sectores sociales, incluidos jóvenes marginados que suelen "acampar" en las gradas del Salvador y a la sombra del escultor. En el núm. 14 se conserva un pequeño azulejo dieciochesco de San Cristóbal, indicativo de que dicha casa perteneció a una hermandad o institución que lo tenía por patrono [Antonio Collantes de Terán Sánchez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
La plaza del Salvador se sitúa en la confluencia de las calles Córdoba, Villegas, Blanca de los Ríos, Álvarez Quintero, Sagasta y Cuna. Su orientación es norte-sur y posee una forma rectangular, si bien el frente que da al Hospital de Nuestra Señora de la Paz no es completamente recto, sino que tiende a abrirse, y la esquina con Villegas presenta un chaflán desde 1672.
Enfrentados en sentido este-oeste se alzan en este espacio dos edificios de gran relevancia en el devenir histórico de Sevilla, la iglesia del Salvador y el Hospital de Nuestra Señora de la Paz. El resto de los inmuebles son residencias de entre tres y cuatro plantas de altura, y sus soportales están ocupados por comercios y espacios de restauración, algunos de los cuales aún conservan la estructura original del recinto.
Esta plaza se ha caracterizado por su papel relevante como espacio de reunión social, dada su cercanía a lo que se considera era una basílica romana, luego reconvertida en mezquita aljama y más tarde en iglesia colegial del Salvador. De este modo, el solar debió cumplir las veces de espacio de sociabilidad unido a una función religiosa y comercial, además de cementerio y lugar de paso obligado para diversas procesiones desde época cristiana.
En la actualidad, la plaza del Salvador es un espacio cerrado al tráfico, razón por la cual aparece delimitado por unos mojones de cemento en su parte sur. Al este y al oeste, dos hileras de naranjos enfrentados otorgan color a esta plaza ornamentada con una escultura de Sánchez Cid dedicada a Martínez Montañés en el extremo norte, la cual toma gran protagonismo en el conjunto junto a la escalinata que da acceso a la iglesia del Salvador.
La cruz instalada en el chaflán de la esquina con Villegas recuerda la función que cumplió este espacio en el siglo XV como cementerio parroquial, y existe otra cruz en piedra encargada por los panaderos para perpetuar su actividad comercial en una de las fachadas que dan a la plaza. También resulta destacable el retablo cerámico del Cristo del Amor ubicada en la fachada lateral de la calle Villegas en honor a una de las Hermandades que se dan cita en la iglesia del Salvador. El mobiliario urbano se completa con farolas inspiradas en modelos del siglo XX, unas papeleras de diseño moderno y un plano de información turística, a lo que hay que sumar la ocupación de mesas procedentes de los bares que se concentran en la zona norte.
La pavimentación del solar ha sufrido numerosas modificaciones a lo largo de la Historia, alternándose el ladrillo, la piedra y el asfalto desde el siglo XV a la actualidad, momento en que encontramos nuevamente adoquines.
Los orígenes de esta plaza debemos situarlos en época romana pues, según la epigrafía hallada, aquí debió ubicarse el foro presidido por una basílica.
Varias hipótesis apuntan que esta basílica ocupaba el espacio en el que hoy se levanta la iglesia del Salvador, sustituida siglos después por la mezquita aljama, la cual se mantuvo en pie hasta el 829-30 según se cita en el fuste de una de las columnas que hoy se encuentra en el Museo Arqueológico. Tras la conquista cristiana, la mezquita, de la que se conservan algunos restos, fue convertida en iglesia. No obstante, el templo cristiano levantado en 1669 fue prontamente sustituido al iniciarse en 1674 la construcción de la actual iglesia colegial del Salvador, cuyas obras culminaron en 1712.
En cuanto al otro edificio relevante de esta plaza, el Hospital de Nuestra Señora de la Paz, se levanta sobre los restos de diferentes sedes hospitalicias: San Cosme y San Damián, El Salvador, La Misericordia, Hospital de Bubas y, desde 1574 y hasta la actualidad, hospital de los hermanos de San Juan de Dios. La portada que da acceso a la plaza es la entrada principal a la iglesia, cuyas trazas se realizaron en el tránsito del siglo XVI al XVII.
El resto de fachadas que pueden contemplarse en esta plaza son obras muy posteriores, la última fechada a finales del siglo XX. En algunas de ellas se conservan las columnas de mármol que sustituyeron a los soportales de madera característicos de los comercios de la zona. Son precisamente los edificios que presentan estos elementos, los más antiguos de la plaza junto con el contiguo a la iglesia del Salvador. Destaca también por su ornato, la casa de estilo regionalista ubicada en la esquina con Villegas, obra de Ramón Balbuena y Juan Talavera.
En lo que concierne a la plaza, por su posición contigua a la mezquita, debió desempeñar un papel relevante en la Sevilla andalusí, posiblemente como zoco. Esta actividad comercial se prolongó durante siglos, siendo espacio de reunión de cordoneros, chapineros, candeleros, cinteros, zapateros, sederos, talabarteros y otros vendedores, aunque será la actividad de los fruteros y panaderos la que más perdure en el tiempo por el desbordamiento de estos productos en las inmediatas plazas del Pan y de Arriba. Además, una parte de este espacio fue utilizado como cementerio hasta el siglo XVII, razón por la que también se la conoce como Plaza del Cementerio o Plaza del Cementerio del Salvador.
Ya iniciada la Edad Contemporánea son muchas las modificaciones que se efectúan en el recinto. Por ser las más relevantes, citaremos las llevadas a término en 1840, momento en que se instala una fuente procedente del convento del Carmen; la realizada en 1846 siguiendo el proyecto de Balbino Marrón para la construcción de un paseo de salón en el centro de la plaza, desmontado en 1861 ante las continuas protestas de los comerciantes de la zona y sustituida por otra de diseño elíptico; la instalación de la escultura de Martínez Montañés en 1923; la apertura de la plaza al tráfico rodado en la década de los cuarenta y el traslado de la escultura de Montañés a la plaza de la Constitución para aumentar el número de aparcamientos; y, finalmente, la peatonalización en 1979 y el proyecto de reforma de 1983, gracias al cual se restaura el adoquinado, se devuelve la escultura de Montañés a su sitio y se instalan nuevas farolas (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
plaza del Salvador, 9 acc. Forma parte del edificio de Gallegos, 1.
plaza del Salvador, 14-16. Interesante fachada con soportales de columnas y dos cuerpos, con balcones corridos y vanos separados por pilastras. Todo ello rematado por una azotea y una planta retranqueada [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984]
Conozcamos mejor la Leyenda, Historia, Culto e Iconografía de la Solemnidad de la Transfiguración del Señor;
En los Evangelios sinópticos y en la liturgia de la Cuaresma, la Transfiguración está presentada como un acontecimiento de la vida pública de Jesús que habría ocurrido durante su ministerio en Galilea, antes de la Pasión. Se trataría entonces de una Cristofanía «ante mortem».
Pero esta escena no parece estar en su sitio. Se integra mal en la vida de Jesús donde da la impresión de ser una interpolación. Todo parece indicar que esta visión estaba originalmente, al igual que la Pesca milagrosa, entre las Apariciones de Cristo resucitado.
En cualquier caso, desde el punto de vista iconográfico, corresponde clasificar el tema en el ciclo de la Glorificación, antes de la Ascensión, de la que es una suerte de anticipo o de bosquejo, y con la cual acaba confundiéndose.
l. El tema
Mateo, 17: 1-13; Marcos, 9: 1-12; Lucas, 9: 28-36.
La Transfiguración de Cristo sobre el monte, donde su divinidad se revela a lo ojos deslumbrados de sus discípulos, se narra más o menos en los mismos términos en los tres Evangelios sinópticos.
« (...) después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él.
«Tomando Pedro la palabra dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías. Aún estaba él hablando, cuando los cubrió una nube resplandenciente, y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle.»
La fuente de este relato se encuentra en el Antiguo Testamento.
La Transfiguración de Cristo está copiada de la que experimenta Moisés descendiendo del monte Sinaí (Éxodo, 24: 9; 34: 29). Esta filiación está indicada por la Aparición del Redentor entre Moisés y Elías, que simbolizan la Ley y los profetas. Y, además, porque ambos se consideran arrebatados hacia el cielo. Se trata de un nuevo ejemplo de la consumación de la Antigua Ley en el Mesías.
Para los teólogos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, la transfiguración presenta otro aspecto: es una teofanía, como el Bautismo, una manifestación de la Santísima Trinidad. Dios Padre hace oír nuevamente su voz para proclamar que Jesús es su Hijo, en medio de una nube luminosa que simboliza al Espíritu Sanie (Spiritus fuit nubes lucida in die Transfigurationis).
La Transfiguración no sólo recuerda la Revelación del Sinaí y la Teofanía del Bautismo, sobre todo hace juego con la Oración en el monte de los Olivos. En ambos casos, Jesús lleva con él a los tres apóstoles que prefería: Pedro, Juan y Santiago, para orar retirados. En el Tabor, como en Getsemaní, los discípulos se durmieron mientras el Maestro hablaba con Dios. Las dos escenas son absolutamente paralelas, como la estrofa y la antistrofa, con esta única diferencia, que una pertenece al ciclo de la Pasión y la otra al de la Glorificación. Después de la Agonía, la Apoteosis.
Los exegetas racionalistas niegan, como es natural, la historicidad de la Transfiguración, que sólo consideran una visión extática de san Pedro. La Aparición de Cristo resucitado en una mandorla -in gloriae- más tarde habría sido transformada por los evangelistas en una manifestación del carácter mesiánico de Jesús, que se sitúa a continuación de la que corresponde al Bautismo.
2. El culto
En la Iglesia griega, la Transfiguración o Metamorfosis de Cristo se ha clasificado a partir del siglo VI entre las Doce grandes Fiestas y nunca ha perdido popularidad.
La Iglesia principal, o Protaton del monte Athos, está consagrada a ella. Por eso en el arte bizantino este tema es mucho más precoz y difundido.
En Occidente, por el contrario, la fiesta de la Transfiguración, probada por primera vez en España, en el siglo IX, difundida por la orden de Cluny, debió esperar hasta mediados del siglo XV, hasta 1457, para que el papado la declarase universal. El 21 de julio de 1456, el húngaro Janos Hunyadi había liberado Belgrado sitiada por el sultán Mahomed II. La noticia llegó a Roma el 6 de agosto, y el papa Calixto III, para conmemorar la victoria de la cristiandad sobre los turcos, decretó que la fiesta de la Transfiguración se celebraría en esta fecha a partir de entonces.
La orden de los carmelitas se empeñó en popularizar esta fiesta en especial, porque su pretendido fundador, el profeta Elías tenía un papel en la Transfiguración, junto a Cristo.
En la Edad Media, la corporación de los tintoreros había adoptado el patronato del Cristo de la Transfiguración, sin duda porque éste había cambiado de color y su rostro había adquirido tono dorado.
3. Iconografía
Dificultades de la traducción plástica. Este tema imaginado en Oriente, país de los espejismos, era difícil de traducir plásticamente.
La descripción imprecisa de los Evangelios no simplificaba la tarea de los artistas. El lugar de la Transfiguración ni siquiera está determinado. Se habla sólo de «un monte alto» (mons excelsus). La aparición ha sido localizada por la tradición cristiana en el Tabor, monte sagrado de Galilea, cercano a Nazaret, donde los franciscanos construyeron una basílica; y por la crítica moderna, en el Hermón, cuya cima está cubierta de un blanco manto de nieves eternas. El epíteto de excelsus no se corresponde con el Tabor, un «globo» de sólo quinientos sesenta metros de altura. La cima nevada del Hermón, que se eleva hasta los dos mil ochocientos metros, parece un decorado más a la medida de una teofanía.
Estas localizaciones conjeturales fueron evidentemente sugeridas por el Salmo 89, donde se dice, hablando de Dios: «el Tabor y el Hermón saltan (al oír) tu nombre.»
Las expresiones Metamorfosis, que emplean los griegos, o Transfiguración, que emplean los latinos, son ambiguas. En verdad no se trata de un cambio de forma o de figura. El cuerpo y el rostro de Cristo conservan su apariencia terrenal, su cuerpo mantiene las mismas dimensiones y su fisonomía los mismos rasgos. No hay sustitución de persona sino cambio de sustancia. El cuerpo del Hombre Dios se envuelve durante un momento en un esplendor desacostumbrado; escapa a las leyes de la gravedad, se desmaterializa o espiritualiza. Se convierte en eso que los místicos llaman un cuerpo glorioso, cuyas carnes, que se han vuelto transparentes, pierden sus contornos y se diluyen en la luz. El problema consistía en crear la ilusión de un cuerpo «desencarnado».
Los recursos de la pintura medieval sólo permitían dos soluciones: la aureola y el dorado.
En una miniatura del manuscrito bizantino de las Homilías de Gregorio Nacianceno (B.N., París), el cuerpo de Cristo está rodeado por una aureola amarillo rosada, de acuerdo con la expresión de San Crisóstomo, que compara a Cristo con «el sol naciente» .
Como resultaba complicado expresar la transmutación de un cuerpo humano en un cuerpo astral, los artistas de la Edad Media se contentaron, en la mayoría de los casos, con la copia de la puesta en escena de los Misterios.
Sabemos, en efecto, que en el teatro, Cristo transfigurado aparecía en la escena cubierto con una túnica blanca y el rostro de color amarillo dorado. La Pasión de Gréban y la de Jean Michel dan a este tema indicaciones concordantes. «Aquí, las ropas de Jesús deben ser blancas y su rostro resplandeciente como el oro.»
«Aquí, entra Jesús en el monte para vestir la túnica más blanca que se pueda y tener la cara y las manos de oro bruñido.»
Los pintores del siglo XV se adecuaron a estas indicaciones de director escénico con tanta docilidad como los actores. Hubo que esperar a los grandes maestro del Renacimiento, virtuosos del color y del claroscuro, para superar esta fase primitiva.
Los evangelistas no dicen que Jesús fuera visto planeando en el aire. Pero muy temprano se produjo una contaminación entre el tema de la Transfiguración y el de la Ascensión. El célebre cuadro de Rafael en la Pinacoteca Vaticana sólo consagra un tradición que se remonta a Giotto.
Observemos, además, que a causa de la influencia del Evangelio de Mateo, donde los dos relatos son sucesivos, Rafael, y después de él. Rubens, agregaron a la Transfiguración el Milagro de la curación de un joven poseído, que operó Cristo al descender del monte. Se trata de un medio de corregir la superposición de dos grupos de tres figuras.
La evolución del tema
En la evolución histórica del tema pueden distinguirse tres fases:
1. La Transfiguración simbólica. Al igual que la Crucifixión, la Transfiguración ha sido en principio evocada de manera indirecta, en forma simbólica.
En el mosaico del ábside de San Apolinar in Classe, cerca de Ravena (siglo VI), Cristo no aparece in figura sino mediante el emblema de una cruz gemmada aérea, inscrita en un gran círculo y destacándose sobre un campo de estrellas que simboliza el cielo. Encima de la cruz se lee Ikhtus, en los extremos del travesaño, Alfa y Omega, debajo, en latín, Salus Mundi. A derecha e izquierda, los bustos de Moisés y de Elías emergen de las nubes. Los tres apóstoles están simbolizados por tres corderos.
Este ejemplo es único. A partir del siglo VI, en la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla y en el convento de Santa Catalina, en el monte Sinaí, Cristo transfigurado y sus tres discípulos están representados en persona.
2. Jesús está de pie sobre la cima del monte. Está rodeado por una mandorla. Es la fórmula que se impondrá en el arte de Occidente hasta el siglo XIV.
3. Jesús planea encima del monte con las manos extendidas. Esta nueva versión que se explica por una contaminación con los temas de la Resurrección y de la Ascensión, también es de origen bizantino. Se introdujo en la pintura italiana a partir de Giotto. Pero no triunfó sin resistencia. La primera fórmula se mantuvo en la escuela veneciana (Giovanni Bellini) hasta finales del siglo XV.
La actitud de los otros cinco personajes, los dos profetas, Moisés y Elías, y los tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, puede ser brevemente bosquejada.
Moisés y Elías a veces aparecen en busto o medio cuerpo. Cuando planean flanqueando a Cristo transfigurado, no suelen estar envueltos en la misma aureola (Tetraevangelio de lviron); generalmente la mandorla se reserva a Cristo, y los dos profetas están iluminados por los rayos que emite ésta. A finales de la Edad Media, Moisés se representaba con dos cuernos luminosos en la frente.
Los tres apóstoles, despertados con brusquedad, cegados por la luz deslumbrante que irradia la Aparición y como «fundidos por el fuego», se aplastan contra el suelo. Juan y Santiago se protegen los ojos con la mano en visera. Sólo Pedro se atreve a levantar la cabeza un momento después, y se enardece hasta el punto de proponer al Señor la construcción de tres tiendas de ramas.
En conmemoración de esas tres tiendas (tria tabernacula), los cruzados habían edificado sobre el Tabor tres pequeñas basílicas recordatorias, son los tres edículos que se ven representados en un capitel románico de Saint Nectaire (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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La plaza del Salvador, al detalle:
Edificios de la plaza del Salvador, 1 a 7
Monumento a Martínez Montañés
Edificio de la plaza del Salvador, 9
Edificios de la plaza del Salvador, 14-16
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