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lunes, 16 de agosto de 2021

La pintura "San Roque", de Bernabé de Ayala, en la sala VI del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Roque", de Bernabé de Ayala, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.       
     Hoy, 16 de agosto, en Lombardía, en Italia, Memoria de San Roque, que, nacido en Montpellier, en la región francesa del Languedoc, adquirió fama de santidad con su piadosa peregrinación por toda Italia curando a los afectados por la peste (c. 1379) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II]. 
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "San Roque", de Bernabé de Ayala, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo
     En la sala VI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "San Roque", de Bernabé de Ayala (h. 1600 - 1672), realizado en 3º 1/4 del siglo XVII, siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, de escuela sevillana, con unas medidas de 2,20 x 1,10 m., y procedente de la adquisición de la Junta de Andalucía, en 2006.
   La escena representa el momento en el que el ángel aparece curando una úlcera en la pierna de San Roque. El Santo aparece ataviado de peregrino, apoyado sobre el báculo y acompañado de su perro. La escena se representa sobre un paisaje con el horizonte muy bajo.
   José Hernández Díaz atribuye unas réplicas o copias de estas pinturas en la Iglesia de la Paz del Hospital de San Juan de Dios de Sevilla (Plaza del Salvador), a Bernabé de Ayala (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Roque
   Santo antipestoso del siglo XIV cuyas biografías, francesas o italianas, de carácter legendario, se remontan a finales del siglo XV. Puede decirse que "era más conocido por la devoción popular que por la historia de su vida". Algunos historiadores han llegado a sostener que su existencia era tan mítica como la de san Fuerte de Burdeos.
LEYENDA
   Nació en Montpellier hacia 1350 y habría venido al mundo con una pequeña cruz roja sobre el pecho. Quedó huérfano a muy temprana edad. Cuando murieron sus padres repartió la fortuna familiar entre los pobres y los hospitales, vistió hábito de peregrino y en 1367 se dirigió a Roma donde estu­vo tres años, hasta 1371.
   Al llegar a Acquapendente, en los Apeninos, encontró la ciudad devastada por la peste: asistió y animó a los enfermos a quienes curó haciendo la señal de la cruz sobre ellos.
   Al regresar de su peregrinación, en Plasencia sintió los primeros síntomas de la enfermedad. Una noche un ángel le advirtió que le había llegado la hora de sufrir. Aunque se sintió atravesado por el dolor, en vez de quejarse, dio gracias a Dios y se retiró en un bosque impenetrable para morir en soledad y no contagiar a nadie.
   Dios le envió un ángel consolador y curador para que lo asistiese en su soledad, el cual aplicó un bálsamo sobre su herida, y también hizo brotar  una fuente para que Roque pudiera aplacar su sed febril. Además, lo aprovisionó de alimentos: cada día, el perro de un señor de la región le llevaba un pan robado de la mesa de su amo. El perro proveedor tiene en esta leyenda la misma función que el cuervo que alimentó al profeta Elías y a san Pablo ermitaño.
   Restablecido, partió hacia Montpellier donde nadie pudo reconocerle, ni siquiera su tío. Fue denunciado como espía y lo encarcelaron. Un día, su carcelero lo encontró muerto, irradiando una luz sobrenatural.
   En verdad habría muerto en Lombardía (Angeria), hacia 1379.
   Esta leyenda parece copiada en parte de la de san Alejo, quien regresó de los Santos Lugares para morir en Roma como mendigo anónimo, bajo la escalera de la casa paterna.
CULTO
   El culto de «monseñor san Roque, verdadero preservador de pestilencia", se desarrolló tarde, incluso en Montpellier, cuya universidad en 1410 todavía se encomendaba a san Sebastián para hacer que cesara una epidemia de peste. Evidentemente, fue la competencia de un santo universal como, San Sebastián, invocado desde mucho tiempo antes contra las flechas de la  peste, quien postergó el progreso de la devoción a san Roque, aunque éste haya tenido sobre aquélla ventaja de haber curado apestados y de haber contraído él mismo esa terrible enfermedad.
   Hay dos hechos que explican la difusión del culto de san Roque en el siglo XV: la decisión del concilio de Ferrara, que amenazado por una epidemia de peste habría prescrito plegarias públicas para pedir la intercesión del  santo de Montpellier, y el traslado de una parte de sus reliquias a Venecia, en 1485.
   A partir de entonces, las cofradías de san Roque se multiplicaron en Francia, y también en Italia, donde llevan el título de Confraternita o Scuola di San Rocco. El teatro de los autos sacramentales también contribuyó a la popularidad de san Roque. En 1493 se puso en escena un Mystere de Monseigneur saint Roche (Misterio de monseñor san Roque). Una cofradía de san Roque tiene una capilla en la iglesia de los carmelitas de París.
   Este culto popular precedió a su canonización oficial. Fue recién en el siglo XV cuando el papa Gregorio XIII inscribió su nombre en el Martirologio, en el XVII cuando fue canonizado por el papa Urbano VIII.
Lugares de Culto
   En el sur de Francia se dedicaron numerosas capillas al "gentilhombre de Montpellier", al «glorioso san Roque», sobre todo en ocasión de las epidemias de peste de 1630 y de 1720. En París, Luis XIV colocó en 1653 la primera piedra de la iglesia de la calle Saint Honoré, destinada a reemplazar una capilla que se había vuelto demasiado pequeña. En Pontcarré en Brie, los peregrinos pasaban bajo el relicario de san Roque para preservarse del cólera.
   En Italia, Venecia adoptó a san Roque, cuyas reliquias se había procurado en 1485 porque estaba particularmente expuesta a la peste a causa de sus relaciones comerciales con Oriente, cuna de las epidemias. Se glorificaba al santo por haber salvado de la terrible enfemedad, mediante la señal de la cruz, a numerosas ciudades de Italia (multas Italiae urbes a morbo epidemiae signo crucis liberavit).
   El culto de san Roque está probado no sólo en Venecia sino en Portugal (Lisboa), en Alemania (Bingen), donde se realiza una peregrinación en su memoria a Rochusberg, y en Bélgica (Amberes y Huy). No obstante, la extensión del culto de san Roque permaneció limitada a Europa occidental, el Oriente cristiano nunca lo ha reconocido.
Patronazgos
   Algunas corporaciones lo habían adoptado como patrón: los marineros del Loira, los canteros y los empedradores, porque empleaban en su trabajo trozos de roca (roche).
   También se lo consideraba protector de los animales. El 16 de agosto, día de su fiesta, el sacerdote bendecía hierbas: jaramago (fr.: roquette), menta y poleo, que los campesinos mezclaban con el pienso del ganado para preservarlo de las enfermedades contagiosas.
   El culto de san Roque, vinculado con las epidemias de peste, no ha tenido una duración muy larga. Cuando la plaga se volvió más infrecuente y menos mortífera, la devoción al santo declinó. «Passato el pericolo, gabbato il Santo» Tanto más por cuanto san Roque no fue el último de los santos «antipestorosos», tuvo un temible competidor en san Carlos Borromeo, quien diera pruebas de una heroica devoción durante la Peste de Milán: la gloria del arzobispo de Milán, exaltado por el papado y la orden jesuita, eclipsó a la del humilde peregrino de Montpellier.
   San Roque conoció una provisional reanimación de su popularidad en el siglo XIX, con las epidemias de cólera de 1835 y 1854. Es la ley hagiográfica de la transferencia de especialidad lo que explica este fenómeno.
   El culto popular del santo amenazaba extenderse junto con la peste y el cólera, enfermedades de las que era el «preservador». Si sobrevivió en el campo fue porque pasó, por deslizamiento, desde las personas a los animales, a quienes protege contra las epizootias, y a la vid, que inmuniza contra la filoxera.
   Un indicio impresionante de esta decadencia, es que el nombre de pila Roch, que posiblemente haya sido en su origen un apellido: Roq, muy difundido en Montpellier, cayó completamente en desuso, a nadie volvió a ocurrirsele bautizar Roch a su hijo.
ICONOGRAFÍA
   San Roque es uno de los santos más fácilmente reconocibles de la iconografía cristiana. Su atuendo de peregrino, llamado sarrocchino, con sus accesorios tradicionales: bordón, cantimplora y zurrón, podrían hacer que se lo confunda con el apóstol Santiago o san Sebaldo, pero es el único peregrino que muestra en el muslo un bubón pestilente, que a veces venda un ángel, y además es alimentado por un perro que le lleva un pan en las fauces. El bubón, el ángel y el perro nutricio, tales son los atributos distintivos del santo patrón de Montpellier y de Venecia.
   A veces, aunque es infrecuente, lleva en la mano unas tarreñas o tablillas de leproso, atributo que comparte con el pobre Lázaro.
   En las imágenes más antiguas, san Roque está simplemente representado con el atavío tradicional de los peregrinos, el sombrero de ala ancha sobre el cual está aplicada la insignia de las llaves cruzadas que identifica al «romero» en camino hacia la Ciudad Eterna, mientras que la Santa Faz y las conchas recuerdan a otras dos peregrinaciones, a Jerusalén y a Santiago de Compostela. Además, lleva el bordón, la cantimplora y el zurrón.
   Con la mano descubre una úlcera (Pestbeule) que sus biógrafos sitúan en la ingle (peste inguinale), pero que por decencia los artistas trasladan más abajo, al centro del muslo.
   El ángel enfermero y el gozque aprovisionador se sumaron a su iconografía a partir del siglo XVI.
   El ángel que Dios habría enviado a san Roque en el bosque de Plasencia, para curarlo y confortarlo, aparece por primera vez hacia 1550, en un grabado que adorna la portada de su biografía.
   El santo se arrodilla para aplicar sobre la herida del apestado un bálsamo destinado a cicatrizarla mediante un pincel, o bien  la desinfecta con el líquldo contenido en un pequeño frasco. A veces, oprime el bubón con los dedos para extraer el pus. 
    El perro de san Roque, tan popular como el cerdo de san Antonio, llamado gozque, aunque la palabra no tenga parentesco etimológico alguno con el nombre del santo, sólo se convierte en compañero inseparable de éste en la ima­ginería y las banderas de peregrinación del siglo XVI. A causa de una contaminación con la iconografía del pobre Lázaro, patrón de los «leprosos», a veces el perro lame la úlcera del leproso; pero en la mayoría de los casos, está acuclillado junto a él, y en sus colmillos sostiene el pan cotidiano roba­do a su amo. Así se diferencia del perro de santo Domingo (Domini canis) que tiene manchas blancas y negras, y que en las fauces lleva una antorcha encendida. En una xilografía alemana del siglo XV se yergue en dos patas. Con frecuencia, San Roque ha sido representado aisladamente, pero en los exvotos y retablos, al igual que en la imaginería popular, suele aparecer asociado con sus colegas «antipestosos» san Antonio, san Adrián, y sobre todo San Sebastián (tríptico de Jean Bellegambe en la catedral de Arras; estatua en la iglesia de Saint Riquier (Somme); boceles de la portada de Caudebec; tríptico de Cario Crivelli en la iglesia de San Giacomo dell' Orto, Venecia; postigo de grisalla  del tríptico del Tránsito de la Virgen, de Joos van Cleve, Pinacoteca Munich; políptico de los antonitas de Issenheim, Museo de Colmar).
   La mayoría de las pinturas que lo representan son cuadros votivos dedicados, que se encuentran en las capillas corporativas u hospitales (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Bernabé de Ayala, autor de la obra reseñada;
   Bernabé de Ayala (Sevilla, 1639 – 1696). Pintor.
La figura del pintor Bernabé de Ayala es una de las más desconocidas dentro del panorama artístico español. Nació en Sevilla, en 1639, ciudad en la que murió en 1696. Poco más se sabe de su vida: en 1660 figura entre los artistas que participaron en la creación de la sevillana Academia de Bellas Artes de la Hermandad de San Lucas, en cuyas tareas intervino hasta al menos 1671.
   Del mismo modo existe un vacío total respecto a su vida familiar. Se desconocen el nombre de sus progenitores y su procedencia, si casó o si tuvo descendencia; se le ha querido vincular con la pintora portuguesa Josefa de Ayala —también conocida como Josefa de Obidos— a tenor del apellido que parece unirles, y aunque es muy probable que así sea, se carece de pruebas suficientes que avalen esta teoría.
   La biografía de Bernabé de Ayala está indudablemente ligada al obrador de Francisco de Zurbarán y a nombres como Miguel y Francisco Polanco, Blas de Ledesma, Francisco Reina, Ignacio de Ríes —éste quizás con una mayor personalidad artística— o Francisco Varela, entre otros muchos. Todos ellos trabajaron en mayor o menor medida en el taller de Zurbarán, y su estilo está completamente ligado al del pintor extremeño.
   El desarrollo de su carrera no se entiende sin el contexto histórico de la ciudad de Sevilla durante el siglo XVII. El auge de las grandes órdenes religiosas durante el Siglo de Oro favoreció el florecimiento artístico de la ciudad al calor de los grandes encargos monásticos; grandes maestros como Herrera el Viejo, Zurbarán o Valdés Leal contrataron grandes conjuntos que requirieron la colaboración de un nutrido grupo de artistas en el obrador del maestro. De ellos apenas se conocen unos pocos nombres, siendo escasos los que desarrollaron posteriormente una carrera independiente; tal parece ser el caso de Bernabé de Ayala, quien hubo de tener una pequeña clientela, siempre de carácter devoto, que hipotéticamente le permitiría mantenerse activo en el mercado artístico hispalense.
   En cuanto a las obras conservadas, sólo se conoce con certeza la Virgen de los Reyes del Museo de Lima (Perú), firmada y fechada en Sevilla en 1662. La obra, de modesta calidad, está en clara consonancia con la escultura de la patrona de Sevilla conservada en la catedral hispalense. Ceán Bermúdez le atribuyó un conjunto de santos guardados en la sevillana iglesia de Nuestra Señora de la Paz, la Asunción del retablo del Sagrario y algunos lienzos de la sacristía, sin que la crítica se ponga de acuerdo en torno a su autoría.
   Junto a ellas también se le han querido atribuir sin demasiado acierto una serie de Sibilas que pertenecieron a la Colección Bravo, en cuyo inventario aparecen en 1837, y una serie de lienzos conservados en la iglesia del Santo Ángel de la Guarda; una serie de Arcángeles de colección particular, las figuras de Santa Engracia y Santa Rufina de la catedral hispalense y una Santa Casilda del Museo del Prado. José Hernández Díaz, en su completo estudio dedicado a Bernabé de Ayala, hace un amplio repaso de las numerosas piezas que se han ido atribuyendo al artista sevillano, recalcando que el único cuadro conservado —la Virgen de los Reyes de Lima— no es suficiente para conocer el estilo de Ayala. 
   En la actualidad se admiten como posibles obras del pintor sevillano los lienzos de Santa Águeda y Santa Lucía del Hospital de Nuestra Señora de la Paz (Sevilla) y una serie de cuadros de colecciones particulares.
   Entre las obras perdidas se señalan un lienzo grande en la sacristía del convento sevillano de San Antonio de Padua y un cuadro que representa las Ánimas en el Omnium Sanctorum, este último también atribuido a Francisco Reina. Junto a ellas, Amador de los Ríos recoge en su Sevilla Pintoresca (1844) una Santa Margarita en la Galería de José Lerdo de Tejada, de la que destaca su excelente calidad; como en el caso de las anteriores, se desconoce su paradero actual (Ángel Rodríguez Rebollo, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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