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domingo, 22 de agosto de 2021

La pintura "Coronación de la Virgen", de Juan Ruiz Soriano, en la sala XI del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Coronación de la Virgen", de Juan Ruiz Soriano, en la sala XI del Museo de Bellas Artes.      
     Hoy, 22 de agosto, Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Coronación de la Virgen", de Juan Ruiz Soriano, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
    En la sala XI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Coronación de la Virgen", de Juan Ruiz Soriano (1701-1763), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco de la escuela sevillana, con unas medidas de 1,94 x 1,58 m., y procedente del Convento de la Pasión, de Sevilla, tras la Desamortización, en 1840.
   Se observa en los rostros de Jesús y el Padre Eterno una similitud con los modelos utilizados por Juan Ruiz Soriano (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).   
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Coronación de la Virgen;
La Coronación de la Virgen
   Este motivo tan popular del arte cristiano es, al contrario de lo que podría creerse, completamente extraño a las Escrituras. Su fuente es un relato apócrifo atribuido a Méliton, obispo de Sardes, que fue popularizado en el siglo VI por Gregorio de Tours, y en el siglo XII por Santiago de Vorágine en la Leyenda Dorada.
   Antes de estudiar el origen y la evolución de este tema iconográfico, no resultará superfluo prevenir una confusión cometida con frecuencia, entre la Coronación y la Glorificación de la Virgen.
   En un mosaico bizantino del siglo VI, que se encuentra en la basílica de Parenzo en Istria, se ve la Mano de Dios sosteniendo una corona encima de la cabeza de la Virgen, que reina con el Niño Jesús sobre las rodillas. Por otra parte, un cuadro muy conocido del Museo de Colonia, pintado hacia 1460 por un maestro anónimo, llamado Maestro de la Glorificación de la Virgen (Meister der Verherrlichung Maria), presenta a la Virgen sentada sobre un trono, coronada por dos ángeles, entre Dios Padre y la paloma del Espíritu Santo, mientras que encima de ella, aparece Cristo simbolizado por el Cordero que vierte su sangre en un cáliz.
   A pesar de las apariencias, estas representaciones no forman parte de la iconografía de la Coronación; porque la Virgen tiene al Niño Jesús sobre las rodillas, lo cual nunca hace en la escena de la Coronación, donde Cristo, que es quien la entroniza en el cielo, siempre está representado adulto.
Origen francés del tema de la Coronación
   Este punto merecía ser esclarecido, puesto que es justamente el mosaico de Parenzo lo que ciertos iconógrafos alegaron como prueba del origen bizantino de la Coronación. No comprendieron que se trataba de una glorificación simbólica, intemporal, de la Madre de Dios, representada como Virgen de Majestad, y no de la escena de la Coronación, que es un acontecimiento de la vida celestial de la Virgen, que sigue inmediatamente a su Asunción.
   En realidad, si la Dormición lleva la marca de Bizancio, y la Asunción la impron­ta italiana, la Coronación de la Virgen parece una creación del arte francés del siglo XII, y tal vez, más precisamente, una creación de Suger, como lo conjeturara Émile Mâle. Sea como fuere, este es un motivo propio del arte de Occidente que no debe nada a los modelos bizantinos: se trata de un caso bastante excepcional, que por ello merece señalarse. Y sin ninguna duda fue en la escultura francesa de la Edad Media, en los tímpanos de Senlis y de Notre Dame de París, más tarde en la puerta del castillo de La Ferté Milon, donde alcanzó su completo desarrollo.
   El simbolismo prefigurativo asocia la Coronación de la Virgen con dos prefiguraciones del Antiguo Testamento:
1. Betsabé invitada por su hijo Salomón a sentarse sobre un trono a su derecha.
2. Ester elevada a la dignidad de reina por Asuero.
   Pero la mujer coronada de estrellas del Apocalipsis también ha servido de prototipo de la reina de los cielos.
Evolución del tema
   La muy interesante evolución de este tema iconográfico puede resumirse o esquematizarse de la siguiente manera:
l. La Virgen, ya coronada, está sentada a la derecha de Cristo que la bendice. 
   Es la fórmula empleada en el arte del siglo XII (Senlis).
2. La Virgen es coronada por un ángel.
   El ejemplo más conocido de este segundo tipo adoptado en el primer tercio del siglo XIII, es el tímpano de Notre Dame de París.
3. La Virgen es coronada por Cristo.
   Aquí es necesario diferenciar tres variantes. En los siglos XIII y XIV, la Virgen está sentada (Reims); a principios del siglo XV está arrodillada ante su Hijo (La Ferté Milon). Por una singularidad iconográfica única en la escultura de la Edad Media, está representada de pie en el tímpano de la portada pintada de la catedral de Lausana.
4. La Virgen es coronada por Dios Padre.
   Esta fórmula se ve especialmente en la pintura italiana del siglo XV (Filippo Lippi, Botticelli).
5. La Virgen es coronada por la Trinidad.
   Este tipo, que aparece en España, Italia y Francia desde principios del siglo XV (Pedro Nicolau, 1410; Antonio Vivarini, 1444; Enguerrand Quarton, 1453), predominó en todo el arte europeo hasta el siglo XVII.
   La Santísima Trinidad está representada mediante tres personas semejantes o diferentes. El Espíritu Santo generalmente tiene forma de paloma.
   A veces Cristo está solo, pero designado como representante de la Santísima Trinidad por las tres coronas que los querubines de alas doradas mantienen encima de su cabeza.
   Así, en cada etapa, asciende la dignidad de la Virgen: en principio es coronada por un ángel, luego por Cristo, por Dios Padre y finalmente por la Santísima Trinidad completa, que se moviliza para admitirla en su seno. Este crescendo iconográfico es una confirmación impresionante del progreso de la mariolatría.
   A los personajes esenciales e indispensables se suman, para destacar aún más la solemnidad de la Coronación, asistentes que forman parte de la corte celestial, ángeles, serafines y querubines, y hasta santos, introducidos a pesar del anacronismo que ello comporta, a causa de su devoción por la Virgen particularmente adiente. Son, casi siempre, San Bernardo, San Francisco de Asís y San Antonio de Padua. Fra Angelico les agrega los apóstoles y los evangelistas, y, naturalmente, los santos de su orden: Santo Domingo, San Pedro Mártir y Santo Tomás de Aquino.
   La Asunción y la Coronación con frecuencia están superpuestas y hasta fundidas en el mismo retablo o en la misma tela: los dos temas están estrechamente conectados. En el grabado de Durero se confunden en uno solo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Solemnidad de la Realeza de la Virgen María
   Aunque ya en los congresos marianos de Lyon de 1900, de Friburgo en 1902 y de Einsiedeln de 1906 se había solicitado la instauración de una fiesta de la realeza universal de María como colofón del mes de mayo mariano,  su creación fue paralela a la de Cristo Rey, instaurada por Pío XI Ratti en 1925. En 1933 María Desideri fundó en Roma el movimiento internacional Pro regalitate Mariae con ese fin, y se recogieron innumerables peticiones, entre ellas de obispos y personalidades católicas, que se presentaron en doce volúmenes al Venerable Pío XII Pacelli. Finalmente este papa, tras publicar la Encíclica Ad coeli Reginam del once de octubre de 1954, instituyó la fiesta el uno de noviembre de dicho año, con motivo del I centenario de la definición dogmática de la Inmaculada, para el treinta y uno de mayo, como culminación del Mes de María.  En la reforma del calendario de 1969 fue transferida del treinta y uno de mayo a la Octava de la Asunción. El Papa Pablo VI Montini justifica perfectamente el cambio de fecha: “la solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María, que tiene lugar ocho días después, y en la que se contempla a aquélla que sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre" (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016). 
Conozcamos mejor la Biografía de Juan Ruiz Soriano, autor de la obra reseñada;
   Juan Ruiz Soriano (Higuera de la Sierra, Huelva, 1690-1693 – Sevilla, 1763). Pintor.
   Aunque nació en Higuera de la Sierra, llamada en la época “de Aracena”, se trasladó a Sevilla cuando comenzó su aprendizaje como pintor. Es probable que ingresara en el taller de su primo, el artista murillesco Alonso Miguel de Tovar. En 1714, cuando todavía era oficial pintor, se casó con María Antonia García de las Infantas, hija del batihoja Benito García de Santiago. Acabó su formación poco después, ya que aparece citado como maestro en 1717.
   El estilo de su pintura se relaciona con la escuela sevillana que, desde la muerte de Murillo y a lo largo del siglo xviii, mantuvo viva la estética del maestro tan demandada por la clientela. Aunque Ruiz Soriano no alcanzó las cotas de corrección, la expresividad de colorido y la elegancia compositiva en el dibujo, se convirtió en uno de los pintores más industriosos del Barroco sevillano. El volumen de su producción abarcó casi todos los campos de la creación pictórica, lo que fue posible gracias al respaldo de su gran taller y al manejo de un extensísimo repertorio de grabados.
   Orientó el trabajo tanto a particulares como a la realización de series para las órdenes religiosas, perfilando algunos de los temas religiosos que empezaban a popularizarse.
   Esta versatilidad se manifestó también en la larga serie de murales, que resulta el campo de trabajo más idóneo para demostrar la disciplina del taller y la operatividad del maestro.
   Una de las primeras obras fechadas de Ruiz Soriano es la imagen de 1724 de San Millán de la Cogolla, que se halla en un altar junto a la puerta del Perdón de la catedral sevillana. En 1729 firma La Presentación de Jesús en el templo, monumental lienzo que se encuentra en el archivo de la Catedral de Jaén. En 1734, realiza una larga serie para el Convento de San Francisco de Sevilla sobre la vida del Santo, que actualmente pertenece al Museo de Bellas Artes de esta ciudad aunque se encuentra depositada de manera dispersa en edificios diferentes. Para el Convento de San Agustín pintó otra serie similar de diez pinturas con formato de medio punto, que igualmente pasó al Museo tras la “desamortización” aunque, en este caso, se encuentra depositada en la Casa de Ejercicios de San Juan de Aznalfarache.
   La realización de esta última serie es más cuidada que la serie de los franciscanos: usó estampas de Schelte Adams Bolswert, procedentes de la vida de San Agustín editada en París en 1624. También procede del Convento de San Agustín una obra de factura más cuidada que decoraba una capilla del claustro llamada “de la Correa”, que actualmente se encuentra depositada por el Museo sevillano en el antiguo Archivo de Protocolos; representa a La Virgen con el Niño, San Agustín, Santa Mónica y San Juan Bautista, es decir, se trata de un lienzo de los protectores de los fieles cristianos a los que tienden la correa simbólica de la Orden.
   El último de los repertorios iconográficos que pintó Soriano es el dedicado a los jesuitas de Salamanca, realizado entre 1741 y 1746. Pertenece al Colegio de la Clerecía y probablemente fue encargado por el Padre Diego Tovar, provincial de los Jesuitas salmantinos y quizá pariente del pintor —ya que en su familia consta este apellido—. Las obras representan La quinta sesión del Concilio de Trento y La exaltación de la Compañía de Jesús. En la bóveda de la misma aula general de Teología, aparecen encastrados Doctores jesuitas junto a los Padres de la Iglesia. El Colegio atesora además, procedente de la Real Clerecía de San Marcos, un Retrato de Felipe V, inspirado en los realizados por Jean Ranc.
   Entre sus mejores pinturas se encuentra La Coronación de Santa Gertrudis, de una colección particular de Madrid que también contó con La Virgen entregando el Niño a Santa Gertrudis, actualmente en el Museo Marés de Barcelona, ambas firmadas. Cabe destacar por sus consecuencias iconográficas el retrato que pintó de Fray Isidoro de Sevilla, donde presenta al creador de la devoción de la Divina Pastora, conservado por la Hermandad de dicha advocación. El murillismo aparece muy marcado en obras como La Sagrada Familia de la Catedral de Sevilla, hasta el punto de haberse atribuido en un principio a aquel autor.
   Las características que destacan en estas obras permiten atribuir a Ruiz Soriano varios lienzos conservados en la parroquia de su pueblo natal, como una Inmaculada de medio cuerpo basada en la de los Venerables de Murillo, a través de la versión del Cleveland Museum o bajo la influencia de su maestro Alonso Miguel de Tovar que también hizo suyo el tipo, y una Trinidad; igualmente, San Isidro labrador y San Felipe Neri de Zufre (Huelva), la Adoración de los ángeles al Niño Jesús del Puerto de Santa María (Cádiz) y los dos episodios de la vida de San Juan Nepomuceno, también basados en estampas, se hallan en una de las capillas de la iglesia parroquial de San Pedro (Sevilla).
   En el campo del muralismo cabe resaltar tres conjuntos realizados al temple, de amplio repertorio iconográfico, que coinciden con el estilo de Ruiz Soriano, aunque no se conserven evidencias documentales de su intervención. Hacia los años treinta debió de realizar la decoración del Convento de las mártires Justa y Rufina, o de la Trinidad de Sevilla, actualmente de los Salesianos. Soriano revistió los pilares del crucero, influido por los que habían pintado Lucas Valdés y Clemente de Torres en el Convento de San Pablo, a principios de siglo. En los muros laterales de la cabecera desarrolló diversas escenas de las vidas de San Félix de Valois y San Juan de Mata. En las capillas sacramental y anexa de la iglesia de los Terceros de Sevilla, retrató a diversos personajes que formaron parte de la Orden.
   El conjunto mural más rico de cuantos pintó se conserva en la antigua iglesia de los Carmelitas de Utrera (Sevilla), actualmente también Salesianos. Las escenas de la vida de la Virgen y los retratos de miembros de la Orden quedaron enmarcados por roleos con los que se pretendió enfatizar las líneas arquitectónicas (Ana Aranda Bernal, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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