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miércoles, 30 de septiembre de 2020

La imagen "San Jerónimo penitente", de Pedro Torrigiano, en la sala II del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "San Jerónimo penitente", de Pedro Torrigiano, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.        
     Hoy, 30 de septiembre, Memoria de San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, ciudad en la que cultivó con esmero todos los saberes y recibió el bautismo cristiano. Después, seducido por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética al ir a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, tras fijar su residencia en Belén de Judea, vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe en muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegado a una edad provecta, descansó en la paz del Señor (420) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la imagen "San Jerónimo penitente", de Pedro Torrigiano, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala II del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la imagen "San Jerónimo penitente", obra de Pedro Torrigiano (1472-1528), siendo una imagen de arcilla policromada en estilo renacentista, realizada en 1525, con unas medidas de 1'60 m., y procedente del Monasterio de San Jerónimo de Buenavista, de Sevilla, tras la Desamortización (1840), en depósito de la Real Academia de Artes de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla.
    Escultura realizada a tamaño natural que muestra al santo en actitud de arrodillarse, con la pierna flexionada, lo que provoca la tensión de todos los músculos, modelados con detalle. Con una mano sostiene la cruz y con la derecha agarra fuertemente una piedra, generando de nuevo una enorme tensión muscular. Sorprende la obra por su expresiva cabeza y el espléndido estudio del desnudo que revela conocimientos anatómicos. La escultura, de gran repercusión en Andalucía e Italia por su iconografía, sirvió de modelo e inspiración constante a los artistas españoles (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
    Sobre el ambiente goticista hispalense de finales del siglo XV va incidir un hecho fun­damental que pondrá las bases de la renovación estética que tendrá lugar en las primeras décadas del nuevo siglo: la creciente riqueza de la ciudad, centro del comercio con el Nuevo Mundo, y la nobleza humanística, que propician, primero, la importación de obras escultóricas italianas y, después, la venida de artistas italianos o nórdicos ya imbuidos de las novedades renacentistas italianas.
   Según Vasari, del taller florentino de Lucca della Robbia vinieron muchas obras a España; las conservadas en Sevilla más bien son atribuidas a su heredero Andrea Della Robbia, como recientemente escribió Bernales Ballesteros . Se trata de un conjunto de terracotas vidriadas y policromadas que forman el pequeño retablo de la Capilla de Scalas, en la Catedral sevillana, bajo la advocación de la Virgen de la Granada. También cuatrocentistas, florentinos y de Andrea della Robbia parecen ser el relieve de la Virgen del Cojín, venerada en la Capilla de Santiago del templo metropolitano hispalense, y el relieve del Nacimiento de Jesús, en tondo, de la portada de la iglesia del sevillano monasterio de Santa Paula.
   Especial importancia para la introducción del renacimiento tiene la figura de don Fadrique Enríquez de Ribera, quien encargó, en 1520, en los talleres genoveses de Aprile y Gazzini, los sepulcros de don Pedro Enríquez y doña Catalina de Ribera, sus padres. Para su instalación, en la Cartuja de las Cuevas, vinieron los artistas a Sevilla, al igual que años antes, en 1510, había sucedido con el sepulcro del Cardenal Mendoza, labrado en Génova e instalado en la Catedral por el propio  Micer Domenico Alessandro Fancelli. Numerosos son los ejemplos que com­pletan este panorama de las obras importadas que significaron la introducción del nuevo estilo. Si estos artistas genoveses abastecieron, con sus trabajos y presencia esporádica, las necesidades, fundamentalmente necrológicas, de la nobleza y el clero hispalense, otros maestros escultores, principalmente florentinos, vinieron a establecerse permanentemente  en Sevilla e influir trascendentalmente  en los posteriores artistas sevillanos.
   Tal es el caso de Pedro Torrigiano (1472-1528), establecido en Sevilla desde 1522, autor de notables imágenes, en barro cocido y policromado, para el cenobio de San Jerónimo de Buenavista. Entre ellas sobresale con luz propia la que modeló, según Hernández Díaz hacia 1525, y que efigia al propio San Jerónimo penitente, y en la que establece un nuevo tipo iconográfico que posteriormente será seguido por maestros sevillanos como Jerónimo Hernández, Martínez Montañés, Astorga, etc. El realismo de Torrigiano le llevó a usar de modelo a un viejo servidor de la familia de los Botti, comerciantes florentinos afincados en Sevilla, modelando un cuerpo de anciano fornido, con una tensa posición y un dificilísimo equilibrio. De ella escribió Ceán que «no solamente es la mejor pieza de escultura moderna que hay en España, sino que se duda la haya mejor que ella en Italia y en Francia». Digna compañera es la Virgen de Belén, sedente, bien dibujada, modelada y compuesta, que también hizo fortuna como modelo iconográfico para obras de Nicolás de León, Juan Bautista Vázquez el Viejo, etc.
   Pedro Torrigiano es uno de los escultores florentinos, afincados en nuestra tierra, que mejor conocemos, gracias a las numerosas biografías que de él se han escrito desde el mismo siglo XVI, es este maestro nacido en 1472 en el seno de una familia de bodegueros bien acomodada. Biografiado por Giorgio Vasari, quien le dedicó una de sus Vidas, Benvenuto Cellini, Francisco d'Hollanda en su Pintura antigua, y Ascanio Condivi en su estudio sobre Miguel Angel, todos ellos en el siglo del renacimiento; también, por su permanencia en Sevilla, ha sido objeto de numerosos estudios por analistas e historiadores hispanos, desde el propio Francisco Pacheco, Palomino en su Parnaso español, Ponz, Ceán Bermúdez, a los modernos escritos de Elías Tormo, Manuel Gómez-Moreno, J. M. Azcárate, José Hernández Díaz, etc., sin detenernos  en los de Milanesi, Justi, Chastel y Ciardi entre los dedicados por historiadores extranjeros.
   Dadas sus grandes dotes para el modelado, como nos cuenta Vasari, ingresó en la Academia creada por Lorenzo de Médicis en su casa florentina de la plaza de San Marcos, bajo la tutela de Bertoldo di Giovanini, el discípulo de Donatello. Allí, en el conocido «Jardín de los Medicis», fue condiscípulo de Miguel Ángel Buonarrotti y de Grannacj, los pupilos del Ghirlandaio. Orgulloso, colérico y violento, de gran corpulencia, tuvo especial antipatía por Miguel Ángel, al que, durante un incidente, «le dio tal puñetazo en la nariz que se la quebró y lo dejó desfigurado para el resto de sus días», como cuenta Vasari. Huido de Florencia, para escapar de la cólera de Lorenzo de Médicis, trabaja en el Lacio y en Las Marcas, para entrar, en 1493- 1494, al servicio del Papa Alejandro VI, a quien parece que retrató.
   Hombre gallardo, fuerte y valiente, como lo retrata Cellini, entró en la milicia de César Borgia en los años finales del siglo. Pero, «águila del arte de modelar» como lo llama d'Hollanda, para 1500 ha vuelto a la escultura y realiza sus grandes obras juveniles, como el San Francisco  de la Capilla Piccolomini en la catedral de Siena.
   Se suceden, a partir de 1504, años de viajes y trabajos por Europa. Primero es Avignon, luego Flandes, donde trabaja para Margarita de Austria y, finalmente, la larga estancia en Inglaterra, entre 1512 y 1520, donde dejó una abundante obra, no creando, sin embargo, escuela. Dejemos constancia de sus trabajos para la Corte inglesa, destacando los sepulcros de Enrique VII e Isabel de York, así como el de Margarita Beaufort, y los bustos del mismo Enrique VII. Pero, hombre inquieto, Torrigiano deja Inglaterra en 1520 para presentarse en Granada, donde se proyectaban los sepulcros de los Reyes Católicos, donde Fancelli imponía su arte. Y allí tampoco encaja; nada sabemos que nos dejara en la tierra del Genil.
   Finalmente, Sevilla, desde 1522 hasta su muerte en 1528. Testigo de la boda de Carlos I e Isabel de Portugal, retrató a la reina en un busto de terracota. Pronto entró a trabajar para los jerónimos hispalenses, y, para ellos modeló las dos obras que conserva el Museo: el San Jerónimo, auténtico tratado de arte, con el que fijó la iconografía del santo en el arte español, modelado con grandioso carácter y expresión, y la Virgen de Belén, la gran Madonna, que a la postre le llevaría a la tumba, por su enfrentamiento con el duque de Arcos y con la Inquisición (Enrique Pareja, Escultura en Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de Pedro Torrigiano, autor de la obra reseñada;
     Pietro di Torrigiano d’Antonio, Florencia, Italia), 24 de noviembre de 1472 – Sevilla, 1528). Escultor.
     Pietro di Torrigiano d’Antonio nació en el seno de una familia dedicada al comercio de vinos, cuyo enriquecimiento les permitió acceder a un título de marquesado de la nobleza pontificia. Esta buena situación económica y social permitió que Pietro se dedicase al aprendizaje del arte, bajo el mecenazgo de Lorenzo El Magnífico, en la escuela del conocido Jardín de los Médicis de su casa familiar, situada en la florentina Plaza de San Marcos. Su profesor fue Bertoldo di Giovanni, un discípulo de Donatello; allí conoció a Miguel Ángel Buonarrotti, su famoso condiscípulo y protegido de Lorenzo, con quien estuvo enfrentado, hasta llegar a las manos.
     Conocemos este hecho por fuentes distintas, siendo de primera mano el relato que hace Benvenuto Cellini en su autobiografía, compuesta en 1562, pues se la refirió el mismo Torrigiano. Al parecer, la reyerta tuvo lugar en la iglesia del Carmen, cuando estaban copiando los frescos de Massaccio en la capilla Brancacci, junto a otros condiscípulos. Miguel Ángel empezó a burlarse de los dibujos de sus compañeros y a propasarse especialmente con él de tal manera que, incapaz de controlarse más, le dio un puñetazo en la nariz, tan fuerte que sintió “como se le rompían el hueso y la ternilla como si fuesen de pasta. Le marque para toda la vida”, en sus palabras.
     Vasari lo refiere, asimismo, en sus Vidas..., en las semblanzas de ambos contendientes, a partir de la narración de Cellini y del texto de Condivi, principal biógrafo de Miguel Ángel. De igual manera, expone que la antipatía de Pietro provenía de la envidia que le inspiraba Miguel Ángel, quien trabajaba secretamente en su casa durante las noches y los días festivos, para superar a sus compañeros, cosa que conseguía sin dificultad. Según el biógrafo, Pietro, movido por la envidia, lo zahería cuanto podía, hasta que su enfado le llevó a darle el golpe que le destrozó la nariz.
     Este episodio ocurrió antes de 1492; como consecuencia, el agresor hubo de huir de Florencia pues Lorenzo, indignado por la afrenta hecha al alumno predilecto de su escuela, estaba dispuesto a tomar represalias; esto condujo al escultor a llevar una vida aventurera, intercalando, por un tiempo, la vida militar y el arte, ambos con éxito.
     Según Vasari, el escultor estaba en Roma en 1492, entrando al servicio de Alejandro VI Borgia entre 1493 y 1494. El Papa estaba decorando las estancias privadas, encargando al Pinturichio su decoración; el biografiado, junto con otros profesionales, debía realizar la decoración en estuco dorado de los relieves del techo de la llamada Torre Borgia. Además, se considera que pudo retratar al Pontífice, antes del 18 de agosto de 1494, identificándose con esta obra el busto que se conserva en el Museo de Berlín. También retrató al médico boloñés Stefano della Torre, igualmente en 1494, en un busto hoy desaparecido. Entre 1493 y 1494 se alojó en casa de Stefano Coppi, rector de San Salvatore in Suburra, Stefano Coppi, quien regaló al Ospedale de Santa Fina tres bustos considerados como obra de este escultor, siendo de mármol los dos que representaban a Cristo y a Santa Fina, y uno, de terracota, de San Gregorio. Al mismo tiempo, en estos años de 1493 y 1494, trabajó para la Catedral de Siena donde el cardenal Piccolomini (sobrino del Papa humanista Eneas Silvio, Pío II) estaba terminando su capilla funeraria. El altar de mármol había sido comenzado en 1485 por Andrea Bregno, pero aún se encontraba sin esculturas. Pietro realizó en mármol una imagen de San Francisco, pero quedó inacabada, siendo la única de su producción en bulto exento, que se sepa hasta el momento, que ha quedado en Italia.
     Hacia 1500 se le encuentra documentado en Roma, en la Iglesia de Santiago de los Españoles. En estos años, el obispo de Zamora, Diego Valdés, encomendó a un “Pedro Florentino” los relieves de la cantoría y la hechura de tres portadas pequeñas de mármol, decoradas con motivos clásicos de conchas y palmetas; una de ellas, la que da al Corso Rinascimento, con el escudo de los Reyes Católicos con la granada. La crítica ha considerado que, con dicho artista se puede identificar a Torrigiano. Elías Tormo, además de estos trabajos, le atribuye el sepulcro del obispo Valdés, con esta hipótesis no se muestra conforme Hernández Perera, por considerar que la lauda sepulcral de Pedro Suárez de Guzmán está más relacionada con su estilo, cuyos motivos ornamentales y técnica la hacen datable en el año de 1500.
     Durante este período, además de ser un importante escultor que recibía encargos de personajes relevantes de la Iglesia, Torrigiano fue también un destacado militar, que descolló por su bravura en la batalla. En 1493 estaba alistado como soldado con el duque Valentino en la guerra de la Romagna (1492-1500); entre 1498 y 1499 estuvo luchando en la contienda entre Pisa y Roma, a las órdenes del condotiero Paolo Vitelli que fue ajusticiado. En el año de 1498 le encontramos en Roma, postrado por una grave enfermedad que le llevó a redactar un testamento en el cual mencionaba los diversos trabajos hechos en Italia hasta ese momento. Sin embargo, consiguió superar esta situación y regresó al Ejército, de forma que en 1503 participó en la batalla de Garellano, a las órdenes de Pedro de Médicis, quien murió ahogado en el río. Aunque su ejercito fuese vencido, como se sabe, por Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, el ejemplar comportamiento que mantuvo en la lucha le valió el grado de alférez, si bien, al no poder colmar su ambición de llegar a capitán, dejó el Ejército y continuó en la profesión de escultor.
     A partir de ese momento hay unos años, los anteriores a su llegada a Inglaterra, bastante oscuros en la existencia del biografiado, acerca de los cuales hay más suposiciones que realidades. Hernández Díaz propone la fecha de 1504 como posible para una estancia de Pietro en Francia, donde le atribuye un Crucificado de barro cocido y policromado para Avignon, e incluso, ve posible un viaje a Florencia entre este año y 1506.
     Cochin demostró que llegó a los Países Bajos en 1509 y hasta 1510 estuvo al servicio de la regente Margarita de Austria; en Bruselas estaba arreglando el cuello de un busto de María de Inglaterra, (1491-1533), que tal vez pudo ser obra completa suya. Esta princesa era hija de Enrique VII y reina de Francia por su matrimonio con Luis XII y, posiblemente, pudo ser clave para que el escultor pasase a Inglaterra, en una fecha que podría estar en torno a 1510.
     Algunos autores consideran que durante su etapa en Inglaterra pudo contar, además, con la protección del cardenal Wolsey, para conseguir los encargos de tanta importancia que le fueron encomendados; así pues, sus buenas relaciones con la Corte de Enrique VIII, le permitieron trabajar para la abadía de Westminster. Ésta, había sido comenzada en 1503 por el rey Enrique VII, fallecido en 1509, para albergar su sepulcro, el de su madre y el de su esposa, Isabel de Cork, siendo Pietro el artista elegido para la realización de estos sepulcros y el introductor en Inglaterra del estilo renacentista italiano.
     El 23 de noviembre de 1511 firmaba el contrato para realizar, en Westminster, la tumba de la madre del rey Enrique VII, lady Margaret Beaufort, condesa de Richmond (fallecida en 1509). Realizado en mármol negro y bronce dorado, parcialmente policromado, significó para Torrigiano un ejercicio de síntesis entre su formación clásica y las tradiciones inglesas, aún muy próximas a la estética tardomedieval. Pero el epitafio de la condesa fue redactado por Erasmo de Rótterdam, como una muestra de adscripción a la nueva espiritualidad que se empezaba a profesar en Europa.
     Como retratista, Pope-Henessy consideraba que, en estos años, hizo el retrato de busto de Enrique VII, tal vez por estar en Inglaterra antes de su muerte, en 1509 o por haber realizado una estancia previa a las fechas reconocidas; asimismo, hizo el de John Fisher, obispo de Rochester (Victoria and Albert Museum). En el Metropolitan Museum de Nuev York, se conserva otro retrato que Pope identifica con Enrique VIII joven, mientras que el propio Museo considera que se trata de sir Henry Guilford, caballerizo mayor de este monarca.
     En fecha del 26 de octubre de 1512, recibe el encargo del sepulcro para el rey Enrique VII y su esposa, Isabel de York (1509), también para la citada abadía. El testamento del Rey disponía que se siguiera el dibujo previo de otro maestro italiano, Guido Paganino, de Módena, pero el comitente, Enrique VIII decidió prescindir del proyecto y Torrigiano diseño un mausoleo en mármoles blancos y negros, con bronces y labores doradas, en forma de túmulo, sobre el cual yace la pareja real. La decoración es de tipo humanístico, con tondos que enmarcan parejas de santos en conversación, laureas y “putti” sosteniendo los escudos de Francia e Inglaterra de bronce dorado; con este mausoleo, Torrigiano introduce en Inglaterra, de forma definitiva, las formas de tradición clásica de carácter cuatrocentista. Para el altar de esta capilla funeraria real, hizo los relieves de la Resurrección, destinado a su frente; la Natividad, para la de atrás, además de una imagen de Cristo muerto yacente; el material empleado fue la terracota policromada. Desgraciadamente, este altar no ha llegado hasta nuestros días.
     En estos mismos años, realizó el sepulcro del doctor Young para la Capilla Rolls (actualmente en la Public Recorder Office de Londres), pero cuya policromía ha sido rehecha en época contemporánea. A propósito del retrato del doctor, Hernández Perera criticaba su semejanza con el funerario de Enrique VII, indicando que parecían la misma persona; pero, considerando que ambos fueron hechos con mascarilla mortuoria, tal vez esa semejanza sea atribuible a la serena inexpresividad que la muerte extiende sobre el rostro humano. Otros retratos considerados como de su autoría son, por una parte, el medallón de bronce que representa a sir Thomas Novell de perfil, hecho hacia 1518 (Westminster) y por otra el que podría representar a John Colet, decano de la St. Paul’s School que le atribuye Grossman.
     La calidad de sus trabajos impulsó a Enrique VIII a encargarle el proyecto de su propio monumento sepulcral, junto a su esposa Catalina de Aragón, en 1519; en esta fecha realizó el viaje a Florencia que relataba Benvenuto Cellini, pues las grandes proporciones del diseño previsto aconsejaban aumentar el número de ayudantes para llevarlo a cabo, pero al no encontrarse profesionales cualificados en Inglaterra, era necesario buscarlos en la propia Florencia. También se considera que éste fuese, posiblemente, el momento de su boda con Felice de Mors, viuda e hija de Pedro de Mors, quien lo denunció en ese año por abandono, reclamándole su dote.
     El divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón y sus amargas consecuencias, fueron causa de que no se llevase adelante dicho sepulcro; así pues, Pietro vino a España en una fecha aún indeterminada, que se considera pudo ser 1525. Ceán Bermúdez creía posible que su primer destino fuese Granada, donde había gran demanda de esculturas italianas y donde se estaban realizando los monumentos funerarios de la Capilla Real; sin embargo, el hecho de que ya estuviese concertado Bartolomé Ordóñez para el de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, hizo que el biografiado marchase a Sevilla, donde Carlos V, recién casado, pudo encargarle el retrato de su esposa, Isabel de Portugal, según relata Francisco de Holanda; el busto, de terracota policromada ha desaparecido, desgraciadamente.
     Son dos de sus trabajos realizados para el Monasterio de San Jerónimo de Buenavista, los que han llegado hasta nosotros de su etapa hispalense, San Jerónimo Penitente y La Virgen y el Niño, también mencionada como La Virgen de Belén, ambos en el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad. Otras obras se han perdido, entre ellas dos Crucificados, uno de los cuales vio Palomino.
     A propósito de la hermosa Virgen y el Niño, tuvo lugar el último episodio de su vida que relata, asimismo, Vasari. Esta obra despertó gran admiración y un abundante número de copias, cautivando también al duque de Arcos, quien le encomendó a Torrigiano una imagen del mismo tipo, comprometiéndose a pagarle espléndidamente. Pero cuando entregó el trabajo, su pago fue un gran saco cuyo contenido eran monedas de vellón, equivalentes a 30 ducados; considerando que el pago era inmerecidamente escaso, destrozó su obra a martillazos, viendo ultrajado su honor profesional. El duque lo denunció por hereje a la Inquisición y fue encarcelado, muriendo en extrañas circunstancias, tal vez dejándose morir por hambre, en 1528.
     La vida de Torrigiano, como la de tantos otros artistas del Renacimiento, estuvo marcada por su carácter incontrolable y colérico, pero también justiciero. El hecho de que sus dos primeros biógrafos profesasen una admiración sin límites por Buonarrotti, pesó no sólo en la valoración que el propio Vasari hacía de él, sino también en los avatares de su vida. Benvenuto Cellini lo describía como un hombre muy guapo e insolente, cuyo aspecto estaba más cercano al del militar que al del escultor; sus gestos eran “maravillosos”, la voz potente y el gesto que hacía al fruncir el ceño resultaba “terrible”. Fascinado, en un principio, por este arrollador personaje, le cobró una profunda aversión al oírle jactarse de su reyerta con Miguel Ángel, renunciando a acompañarle a Inglaterra.
     Vasari comenzaba la semblanza de Torrigiano con una larga reflexión moral acerca de la soberbia, defecto que, en su opinión, encarnaba Pietro a las mil maravillas, pues en su opinión, había tenido más soberbia que arte, reconociendo, aun así, que había tenido buenas aptitudes para trabajar “la tierra”.
     Hasta aquí, un retrato unidimensional y negativo del hombre, pero el matiz surge cuando otros escritores más imparciales, como Francisco de Holanda, hicieron mayor justicia a su talento al calificarlo de “Águila del Arte de modelar”.
     Su seriedad profesional era notable y cuando firmó el contrato para las esculturas de la sienesa capilla Piccolomini, se le menciona, repetidamente, en términos elogiosos: “per suo honore et cortesía et humanitá”; igualmente, durante su etapa como militar, fueron notables su valor y arrojo, siendo llamado “el valiente alférez”. Su rebelión contra el duque de Arcos, puede verse como legítima, ya que al fin y al cabo, fue víctima de un abuso por parte del comitente, actuando de forma agresiva, pero en defensa de su categoría profesional y el derecho a ser bien pagado, tal como se le había prometido; su indignación ante la burla del aristócrata refleja la alta estima que él hacía de su arte en una época en que se está forjando la imagen del artista como creador. Su muerte quedó, para la posteridad, revestida con un halo romántico, fuente de inspiración para estampas y dibujos de Goya. Palomino, al biografiarlo, resumía su peripecia vital con esta rotunda frase: “¡Oh fuerza de un destino infeliz!” Sus sosegados retratos de busto, se derivan, según Pope, de los de Benedetto da Maiano; es notable apreciar cómo se revisten de una calma y serenidad que a él parecieron haberle faltado siempre, algo que también se daba en otros artistas de la época, de vida igualmente turbulenta. Respecto a la tumba de Enrique VII, Higgins considera que la disposición de los santos representados en los tondos, emparejados y en relieve, procede de las puertas de bronce hechas por Dontello para la Sacristía Vieja de San Lorenzo (Florencia). Esta tumba ha sido reconocida por Pope como uno de los mejores ejemplos de la escultura toscana, siendo su punto de partida el monumento de Sixto IV, obra de Antonio del Pollaiuolo, hecho en 1479.
     En relación a sus esculturas sevillanas, Pope considera que su san Jerónimo, procede de Bertoldo; pero la Virgen con el Niño, ha sido calificada de fría y distante por algunos historiadores, como Hernández Perera, que la considera cercana a los protestantes. Teniendo en cuenta su presencia en los Países Bajos e Inglaterra en unos años que fueron cruciales para la historia del pensamiento europeo, pudo entrar con contacto con las nuevas formas de espiritualidad surgidas en estos años y con el giro que el arte empieza a tomar en los países del norte. En nuestra opinión, sus sólidas formas y el naturalismo austero con el que Torrigiano encara esta representación, están muy próximas a las formas con las que Alberto Durero, en estos mismos años, está caracterizando a la Virgen, como a una mujer sin rasgos de divinidad, vestida sencillamente y atendiendo a un hijo que nos resulta igualmente humano. Las estampas de la etapa de crisis de Durero, de 1519 a 1527 parecen estar en el fondo de la inspiración de Pietro para esta obra, e incluso, podemos encontrar semejanzas con La Virgen de la Pera de Cambridge. Sin embargo, a diferencia del anterior, el escultor florentino, dispuesto a renunciar a las galas terrenales de María, no ha renunciado a su gran belleza y a su impresionante presencia, espiritual y física (Esperanza de los Ríos Martínez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
   Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia
HISTORIA Y LEYENDA
   Uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia latina.
   Nació en Estridón, cerca de Aquilea, en Venecia (y no en Dalmacia o en Panonia) en 347; y en Roma fue alumno del famoso gramático Donato.
   Retórico consumado, como San Agustín, además era políglota. Como había aprendido el griego y el hebreo, se jactaba de ser trilingüe.
   Bautizado a los diecinueve años de edad, en 373 partió en peregrinación hacia Tierra Santa. Entre los años 375 y 378 se retiró en el desierto de Siria para llevar una existencia de anacoreta. Fue allí donde escribió la Vida de San Pablo ermitaño.
   De vuelta en Roma en 382, después de residir en Antioquía, se convirtió en el colaborador del papa Dámaso quien le encargó revisar la traducción latina de la Biblia según el original hebreo y la versión griega de los Setenta. Después de la muerte del papa, prefirió regresar a Palestina y en 386 se radicó en Belén, donde terminó la traducción de la llamada Vulgata. Allí murió, en el año 420.
   Sobre este cañamazo, la Leyenda Dorada bordó una novela que proveyó a los artistas un material menos ingrato que la historia: los temas más populares son la Flagelación de San Jerónimo por los ángeles, sus Tentaciones en el desierto y sobre todo la fábula del león domesticado.
1. Durante un acceso de fiebre, soñó que era conducido ante el tribunal de Cristo que le preguntó si era cristiano o ciceroniano y lo condenó a ser azotado por los ángeles. Jerónimo despertó con contracturas, y jurando que no volvería a leer libros profanos.
2. Durante su retiro en el desierto, su piel se volvió negra como la de de un africano. A pesar de sus ayunos y mortificaciones, estaba obsesionado por sueños lascivos de danzas de muchachas desnudas. Para hacer penitencia se mortificaba el pecho día y noche.
3. Un día, cuando explicaba la Biblia a los monjes de su convento, vio llegar hacia él un león que cojeaba. Le extrajo una espina de la pata herida y lo mantuvo a su servicio encargándole que cuidara a su asno mientras éste pacía. Un grupo de caravaneros, aprovechándose de su sueño robaron el asno. Algún tiempo después el león encontró la caravana de mercaderes que volvía por el mismo camino con el asno robado, que usaban, según la costumbre, para guiar a los camellos cargados de mercancías. Con sus rugidos, el león puso a los ladrones en fuga y devolvió triunfalmente el asno al monasterio, y por añadidura, entregó los camellos.
   San Gerásimo, cuyo nombre pudo fácilmente confundirse con el de San Jerónimo.
   Los hagiógrafos copiaron estas leyendas de las vidas de otros santos. Las Tentaciones de San Jerónimo en el desierto de Siria son réplicas de las de San Antonio en el desierto de Egipto. En cuanto a la leyenda del león, se tomó de la historia de un anacoreta de Palestina,
   He aquí como puede explicarse el génesis de esta fábula. Los cuatro doctores de la Iglesia se pusieron en paralelo con los cuatro evangelistas. Ahora bien, San Jerónimo formó pareja con San Marcos quien tiene como atributo un león. Un hagiógrafo, que no comprendía el sentido de dicho atributo, y que recordaba que San Jerónimo había pasado muchos años en el desierto, le habría aplicado la leyenda del león herido, y curado por un santo ermitaño, que había encontrado en la vida de San Gerásimo.
CULTO
Lugares de culto
   San Jerónimo es el patrón de Dalmacia, su pretendida patria, y en consecuencia, de los habitantes de Esclavonia o Schiavoni, como se los llamaba en Venecia, que lo habían adoptado a causa de su atributo, el león, que es también el de San Marcos. Las ciudades de Lyon, Pesaro y la universidad de Salamanca difundieron el culto al santo en Francia, Italia y España.
   Doctor de la Iglesia, además, como San Agustín, es un fundador de órdenes monásticas. Su culto se ha extendido sobre todo gracias a los jerónimos y más tarde a los jesuatos (Gesuati) que adoptaron su regla.
   La orden de los jeronimianos o jerónimos es de origen español. La casa matriz de los jerónimos, como se les llama en España, es Nuestra Señora de Guadalupe, en Extremadura. Los otros monasterios de la orden eran Yuste donde se retiró Carlos V después de la abdicación, el Escorial, creación de Felipe II, El Parral cerca de Segovia, Guisando en Castilla y Santiponce en Andalucía, cerca de Sevilla.
   El establecimiento más célebre de los jerónimos en Portugal era el monasterio de Belem fundado en 1497 a orillas del Tajo por el rey Dom Emmanuel. Fue en conmemoración de la estadía de San Jerónimo en Belén, que los jerónimos de Lisboa dieron tal nombre a su monasterio.
   La orden se había asentado en Italia donde existían conventos jerónimos en Milán y en Roma, cerca de la iglesiade San Onofre, sobre la colina del Janículo. Además, Roma conservaba sus reliquias en la capilla del Pesebre, en Santa María la Mayor, y puso bajo su advocación la iglesia de San Girolamo degli Schiavoni.
Patronazgos
   En toda la cristiandad se lo veneraba con el título de gemma clericorum, stella doctorum, que le aplicaban todos los clérigos, teólogos, eruditos, sobre todos aquellos que tenían la vista fatigada, porque San Jerónimo está representado en su despacho con quevedos. En el Renacimiento se convirtió en el patrón de los humanistas. Es el santo favorito de Erasmo, quien publicó sus obras.
   En nuestros días, a causa de su versión latina de la Biblia, se convirtió en el santo patrón de los traductores, y Valéry Larbaud, en 1946, tituló su colección de ensayos acerca del arte de la traducción, Bajo la invocación de San Jerónimo (Sour l'invocation de Saint Jérome).
ICONOGRAFÍA
   La iconografía de San Jerónimo no tiene en cuenta los datos históricos, tal como sucede con la de San Pablo. En su carta a Eustoquia cuenta que había perdido un ojo: e duobus oculis unum perdidi. No obstante, jamás un artista tuvo la idea de representarlo tuerto.
   La fuente principal de su iconografía es la compilación de un jurisconsulto de Bolonia en 1348. Giovanni d'Andrea (Johannes Andreas), que en su Hiéronymianus, impreso en Basilea en 1516, reunió todos los textos relativos al ilustre doctor de la Iglesia.
   La piedra que el santo emplea para golpearse el pecho y la calavera sobre la cual medita en el desierto, son los símbolos de su penitencia en el desierto. Con San Gregorio Magno, otro doctor de la Iglesia latina, comparte el atributo de la paloma inspiradora. Pero sus emblemas más descriptivos son el capelo cardenalicio y el león domesticado, aunque en realidad no tenga derecho ni a uno ni a otro.
   Nunca fue cardenal, simplemente ejerció funciones de secretario del papa Dámaso. El capelo cardenalicio se le concedió como atributo a partir del siglo XIV, después de la publicación de Hiéronymianus por Giovanni d'Andrea, y además, el capelo cardenalicio no era rojo en sus tiempos, lo fue a partir de 1245. Por otra parte, el león domesticado (leo mansuetus), a quien retira una espina de la pata, está copiado de su casi homónimo San Gerásimo.
   Para indicar que es un estudioso, a partir del siglo XV, con frecuencia se lo representó con quevedos sobre la nariz. El anacronismo es flagrante, puesto que las lentes correctoras fueron inventadas por R. Bacon hacia 1280, más de ocho siglos después de su muerte (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "San Jerónimo penitente", de Pedro Torrigiano, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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martes, 29 de septiembre de 2020

La imagen "San Gabriel, arcángel", de Nufro Sánchez, en el Coro de la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "San Gabriel, arcángel", de Nufro Sánchez, en el Coro de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.   
   Hoy, 29 de septiembre, Fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. En el día de la dedicación de la basílica bajo el título de San Miguel, en la via Salaria, a seis millas de Roma, se celebran juntamente los tres arcángeles, de quienes la Sagrada Escritura revela misiones singulares, y que sirviendo a Dios día y noche, y contemplando su rostro, a Él glorifican sin cesar [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la imagen "San Gabriel, arcángel", de Nufro Sánchez, en el Coro de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, calle Cardenal Carlos Amigo, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar el Coro [nº 004 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede] No ha cambiado de nombre, aunque las sillas han estado, al menos, en cuatro lugares diferentes; el actual, salvo las interrupciones debidas a obras o accidentes, es el que posee desde 1514. En el antiguo estaban sepultados los arzobispos don Remondo y don Pedro Gómez Barroso (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   La Catedral de Santa María de la Sede; encontramos el coro, cerrado por una reja realizada por Francisco Salamanca (1518-23). Su sillería consta de 117 sitiales de madera, con esculturas de santos y relieves del Antiguo y Nuevo Testamento. Es un conjunto realizado por Nufro Sánchez, comenzado en 1478 y acabado en el siglo XVI (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
   Pues bien en uno de los sitiales encontramos la imagen del arcángel San Gabriel, obra de Nufro Sánchez, hacia 1480, realizada en madera tallada y con unas medidas de 0'38 x 0'14 x 0'09 mts. Se representa el arcángel de frente con cinta cruzada sobre el pecho que le cuelga por los laterales. En la mano derecha parece llevar un ramo de azucenas que simbolizaría la pureza de María. En la izquierda, la alarga hacia la pierna dejando la palma hacia el cuerpo (Guía digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Gabriel, arcángel;
Los  arcángeles  individuales
   Los arcángeles forman una clase aparte en la jerarquía celeste, porque entre las cohortes innumerables de los ángeles, son los únicos no anónimos.
   Por esa razón son los más importantes desde el punto de vista iconográfico. Pero no debe creerse por ello, como el nombre de arcángeles podría sugerir, que ocupen la cima de la jerarquía. En realidad son sólo el penúltimo escalón del Orden Inferior.
   Los teólogos cuentan generalmente siete, número sagrado. Miguel y Gabriel son conocidos por el Libro de Daniel, Rafael por el Libro de Tobías, Uriel por el Libro apócrifo de Henoc y por el cuarto Libro de Esdras.
   El nombre de los otros tres varía según las fuentes: Baraquiel se convierte a veces en Maltiel, Jehudiel en Jofiel, Sealtiel en Zeadkiel. Se los suma o sustituye en ciertos textos por Peliel y Raziel.
   Todos sus nombres terminan en el que significa Dios. Son nombres teofóricos.
a) Funciones y atributos
   Los clérigos de la Edad Media ingeniaron distinguirlos por sus acciones y con emblemas apropiados.
   Michael victoriosus, princeps militiae caelestis, pugnat cum dracone.
   Gabriel nuntius, ad Mariam missus.
   Raphael medicus: Tobiae oculos sanavit.
   Uriel fortis socius, qui Esdram instituebat.
   Barachiel (Malthiel), adjutor, qui Moysem in flamma praecedebat.
   Jehudiel remunerator, praeceptor Semis, filii Noachi.
   Sealtiel (Zeadkiel), orator, in immolatione Issaci gladium prohibebat.
   A esta lista se agregan:
   Peliel qui luctabatur cum Jacobo.
   Raziel a quo Adam e Paradiso ejectus.
   Así, Miguel es el jefe de la milicia celeste, Gabriel el mensajero enviado a la Virgen, Rafael el médico que cura al viejo Tobías, ciego.
   Uriel habría sido el preceptor de Esdras y Jehudielel de Sem. Raziel habría expulsado a Adán del Paraíso, Sealtiel fue quien detuvo el sacrificio de Isaac, Peliel quien luchó con Jacob. Maltiel quien precedía a Moisés y a los israelitas en fuga con una columna de fuego.
   A este reparto de funciones corresponden atributos característicos. Miguel, vic­torioso contra el dragón, blande la espada o la lanza; Gabriel, el mensajero, sostiene una linterna encendida y un espejo de jaspe verde sobre el cual se inscriben las órdenes de Dios; Rafael, el sanador, lleva un recipiente de ungüento y da la mano derecha al joven Tobías encargado del pez milagroso.
   Uriel, cuyo nombre se interpreta con el significado de luz o llama de Dios (Lux vel Ignis Dei), y que por esta razón se ha identificado con el ángel que empuña una espada llameante en la entrada del Paraíso, se reconoce por la espada y las llamas que brotan bajo sus pies.
   Jehudiel, el "remunerator", aquel que recompensa y castiga, lleva una corona de oro y un látigo de tres tiras; Sealtiel, el intercesor, tiene las manos juntas en actitud de plegaria; Baraquiel (Bendición de Dios) descubre rosas blancas en un pliegue de su túnica.
b)  Grupos o sinaxis de siete, cuatro o tres arcángeles
     l) No es habitual, al menos en el arte de Occidente, encontrar el ciclo completo de los siete arcángeles porque la Iglesia romana, al considerar apócrifo el Libro de Henoc, excluyó a Uriel. En 746 el concilio de Letrán limitó el culto de los arcángeles a los tres primeros: Miguel, Gabriel y Rafael.
   No obstante, en un fresco hallado en la iglesia de San Ángel, de la Orden de los Carmelitas (Palermo, 1516) se veía a la Trinidad rodeada por los siete arcángeles. Un grabado de Hieronymus Wierix nos ofrece una copia libre de esta cohorte de arcángeles agrupados de tres en tres alrededor de San Miguel, considerado su jefe. En Roma, la iglesia Santa María de los Ángeles, instalada en el siglo XVI en las Termas de Diocleciano, estaba consagrada a la Virgen y a los siete arcángeles. En Alemania, los siete arcángeles eran los patrones de los siete Electores del Sacro Imperio Romano Germánico. 
   2) El cuarteto de los cuatro grandes arcángeles es frecuente en el arte bizantino puesto que el Libro de Henoc gozaba en Oriente de una autoridad igual a la de los canónicos, y allí, Uriel está situado en el mismo plano que Miguel, Gabriel y Rafael.
   Relacionados con los cuatro puntos cardinales, los cuatro arcángeles se prestan de maravilla para la decoración de las pechinas de las cúpulas donde parecen, como los cuatro evangelistas, montar guardia alrededor del Pantocrátor.
   Este tema, específicamente bizantino, está o estaba ilustrado por numerosas manifestaciones pertenecientes al arte copto, eslavo y siciliano.
     3) El grupo de los tres primeros arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael es, por el contrario, común al arte de Oriente y al de Occidente.
   En la Iglesia ortodoxa el tema se conoce por el nombre de Sinaxis de los Arcángeles (Synaxis tôn Arkhaggelôn). Los tres arcángeles llevan la imagen de Cristo alado en una aureola formada por la intersección de numerosos triángulos. Abundan los ejemplos en la pintura del monte Athos: Monasterio de Dochiariu, mesa del convento de Dionisiu (1547). El nombre de los arcángeles está representado por la primera letra de éste inscrita en lo alto del nimbo. Rafael, vestido de sacerdote, ocupa el lugar de honor: está en el centro, entre Miguel el guerrero y Gabriel el pacífico. Simbolizan los poderes religioso, militar y civil.
   Uno de los ejemplos más antiguos en Occidente es el antipendio de oro repujado de la catedral de Basilea. Los arcángeles acompañan a Cristo. El guerrero, San Miguel, tiene una lanza, Gabriel y Rafael, más pacíficos, largos bastones con pomo. En el arte italiano de los siglos XV y XVI, el joven Tobías, en vez de estar acom­pañado sólo por Rafael, con frecuencia camina bajo la protección de los tres arcángeles.
El arcángel Gabriel
   La iconografía del arcángel Gabriel es quizá aún más abundante que la de san Miguel, puesto que figura obligatoriamente en todas las Anunciaciones; pero es mucho menos variada .
   Es el ángel por excelencia, en el auténtico sentido etimológico de la palabra, puesto que ante todo es el Mensajero, el Anunciador (L'Angelo Annunziatore). Anuncia a Zacarías el nacimiento de San Juan Bautista, a María el nacimiento de Cristo. Él aporta las buenas nuevas y a San Miguel psicopompo corresponde la misión menos placentera de anunciar a la Virgen su próxima muerte.
   También tiene un papel en la religión musulmana. Es él quién habría revelado a Mahoma su misión, y dictado el Corán.
Culto
   Comparte con el arcángel Miguel el papel de guardián de la puerta de las iglesias, cuya entrada prohíbe al Demonio; por ello los griegos lo llaman propy­laios.
   Una breve carta pontificia del l de abril de 1951 lo acredita como patrón celestial de las telecomunicaciones: telégrafo, teléfono, radio, televisión. Su fiesta se celebraba el 24 de marzo.
Iconografía
   Vestido de larga túnica o con ropas litúrgicas (alba, dalmática), tiene por atributo un bastón con empuñadura de mensajero (merilo, calamus mensurae) o un cetro, con frecuencia reemplazado por la flor de lis, emblema de la pureza de María, o la rama de olivo, símbolo de la paz. Muchas veces tiene simplemente una filacteria en la mano con las primeras palabras de la Salutación Angélica: Ave Maria, gratia plena.
   Como su iconografía se confunde con la de la Anunciación, remitimos a dicho tema. Señalemos sólo que el ángel Anunciador y la Virgen (l'Annunziatore y l'Annunziata) no siempre están reunidos en la misma composición. Suelen situarse frente a frente, a cada lado del arco de triunfo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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lunes, 28 de septiembre de 2020

El edificio de la calle Abades, 33

      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame Explicarte el edificio de la calle Abades, 33, de Sevilla.
     La calle Abades se encuentra en los Barrios de Santa Cruz (en este caso concreto) y en el de San San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo, y va de la calle Corral de Rey a la calle Mateos Gago.



   En el número 33 de dicha calle Abades encontramos una vivienda de la que hay que reseñar la cancela, fechada en 1867, y una yesería mudéjar con arco polilobulado en una de las habitaciones de la planta baja (Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984).

     Afortunadamente para el patrimonio histórico-artístico de nuestra ciudad esta vivienda se mantiene intacta, al menos en su aspecto exterior, y esperemos que también lo siga en su interior.
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domingo, 27 de septiembre de 2020

La pintura "Juicio Final", en el Retablo del Convento de San Agustín, de Martin de Vos, en la sala II del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Juicio Final", en el Retablo del Convento de San Agustín de Martin de Vos, en la sala II, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
   Hoy, domingo 27 de septiembre, como todos los domingos, ha de considerarse como el día festivo primordial para la Iglesia. Es el primer día de cada semana, llamado día del Señor o domingo, en el que la Iglesia, según una tradición apostólica que tiene sus orígenes en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el Misterio Pascual.
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "Juicio Final", en el Retablo del Convento de San Agustín, de Martin de Vos, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala II del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Juicio Final", obra de Martin de Vos (h. 1532-1604), siendo un óleo sobre tabla en estilo manierista, pintado en 1570, con unas medidas de 2'63 x 2'62 m., y procedente del Convento de San Agustín de Sevilla, tras la Desamortización (1840).
    Composición bien resuelta con dos áreas claramente delimitadas. La zona inferior, en la que se representa el espacio terrenal con los condenados a la derecha, que están siendo engullidos por unas fauces y los bienaventurados que resucitan a la izquierda. La parte superior con rompimiento de Gloria en la que aparecen Cristo en actitud de juzgar acompañado de la Virgen y San Juan a cada uno de sus lados. Más al fondo aparece la corte de santos. Destaca la maestría del autor en el tratamiento corporal de las figuras desnudas en forzado movimiento, propio del Manierismo (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
    Nació Martin de Vos en Amberes, hacia 1532 y murió en esta misma ciudad en 1604. Realizó su aprendizaje en el taller de Frans Floris y posteriormente viajó a Italia en 1551, donde permaneció durante seis años, de los que la mayor parte de ellos residió en Venecia. A partir de 1558 estuvo de nuevo en Amberes, donde practicó una pintura de espíritu italianizante, en la que acertó a fundir armoniosamente influencias venecianas y romanas con la tradición pictórica de su propio país.
   Fue Martin de Vos uno de los principales maestros de la segunda mitad del siglo XVI y su influencia en épocas posteriores fue muy grande debido sobre todo a su facilidad para componer y recrear personajes que muestran una intensa versatilidad expresiva. Por ello muchas de sus pinturas fueron grabadas, difundiéndose así por toda Europa occidental, siendo objeto de inspiración para otros pintores, tanto en su época como en el siglo XVII.
   Proceso interesante en la vida de este artista fue la reconversión que hubo de realizar desde el punto de vista moral y también pictórico a causa de su condición de luterano, cuando a partir de 1585 el país flamenco fue obligado a acatar el catolicismo. Martin de Vos debió aceptar la fe católica y al mismo tiempo hubo de poner su arte al servicio de las ideas triunfantes, que por contra de la desnudez que imperaba en las iglesias protestantes fomentaba la creatividad artística para revestir con retablos adornados con pinturas las paredes de los templos. Este proceso se desarrolló en los momentos en que Martin de Vos fue uno de los más famosos pintores de Amberes y ello motivó que se le demandara una gran producción que consagró su fama. Por otra parte su pestigio atrajo también la atención de la nobleza española que gobernaba en los Países Bajos, la cual le adquirió numerosas obras que fueron enviadas a España, justificando así el notable repertorio de obras de este artista conservado en nuestro país.
   Las obras de Martin de Vos pertenecientes al Museo de Bellas Artes de Sevilla son de gran calidad y de notoria importancia dentro de la producción de este artista. Formaron parte de un retablo e ingresaron en el Museo en 1840, procedentes del convento de San Agustín. En dicho retablo figuraba en su centro el Juicio Final, que está firmado y fechado en 1570 y en los laterales aparecían San Agustín y San Francisco.
   La representación del Juicio Final muestra una bien resuelta composición en la que el artista ha delimitado dos áreas muy concretas: en la parte inferior aparece el ámbito terrenal, donde, a la izquierda, resucitan los bienaventurados, con actitudes serenas y estudios corporales que tienden a la belleza y armonía expresiva. A la derecha aparecen los condenados, con gestos convulsos y contorsionados, que son conducidos por los demonios a las profundidades infernales. En el registro superior se describe la gloria celestial, donde aparece Cristo juzgando en el centro, con la Virgen y San Juan a cada uno de sus lados; más al fondo se advierte la corte de los santos y bienaventurados.
   La pintura del Juicio Final de Martin de Vos, debido a los abundantes y esplendorosos desnudos femeninos que aparecen en su parte inferior, fue comentada por Francisco Pacheco en su Arte de la Pintura en los siguientes términos. "...cierto religioso pío y grave de la Orden de San Agustín me contó, siendo ya obispo, que celebrando un día ante un famoso cuadro de esta historia, el Juicio Final que está en su convento, en Sevilla, de mano de Martin de Vos, valiente pintor flamenco, acabado el año 1570, estando a la mitad de la misa, levantó los ojos y vio una figura frontera de mujer con harta belleza, pero más descompostura, y fue tanta la fuerza que hizo a su imaginación, que se vio a punto de perderse, hallándose en el mayor aprieto y aflicción de espíritu que jamás tuvo. Y por haber navegado a las Indias, afirmaba con encarecimiento, que tomara antes estar en el Golfo de la Bermuda en una tempestad deshecha, que en tal paso, y cobró miedo al cuadro, que no se atrevió jamás a ponerse en semejante ocasión, y que tenía tan presente el caso, que habiendo pasado algunos años, aún le duraba el temor." (Enrique Valdivieso González, Pintura en Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía del "Juicio Final"
El Juicio Final
    Cristo había resucitado después de morir en la cruz ¿Pero los hombres que él salvara mediante su sacrificio serían condenados a la putrefacción en cuerpo y alma? ¿No debían renacer a su vez, para recibir la recompensa por sus virtudes o el castigo por sus pecados? Es esta profunda aspiración a otra vida y al triunfo de la justicia  lo que hizo nacer la creencia en el Juicio Final.
   Antes de analizar la representación del Juicio Final en el arte bizantino y en el de Occidente, es necesario remontarse hasta las fuentes, que son múltiples y com­plejas.
I. Fuentes
   Numerosos elementos se han tomado de las visiones apocalípticas: Cristo con la espada y Cristo con la hoz, los cuatro vivientes del Tetramorfos y los veinticuatro Ancianos, el Leviatán y la Nueva Jerusalén.
   Pero todo ello no es más que una pequeña parte de la representación del Juicio Final, tal como se ha elaborado en el transcurso de los siglos. En esta iconografía, el análisis pone de relieve numerosos aportes que podrían compararse con los estratos geológicos. En principio, está la contribución del Antiguo Testamento, las visiones escatológicas de Daniel, el Libro de Job; luego, los aportes de los Evangelios, especialmente el de Mateo, que es la fuente principal.
   En Oriente deben tenerse en cuenta los Apocalipsis griegos que narran la Bajada de la Virgen María y de San Pablo a los Infiernos, la descripción de Efrén el Sirio, de quien deriva la iconografía bizantina de la Divina Comedia de Dante, libro que ha inspirado a su vez a Signorelli y a Miguel Ángel; y por último, las Diabluras de los autos sacramentales del teatro de los Misterios.
   Con todos estos elementos se constituyó la iconografía del Juicio Final.
l. El Antiguo Testamento
   Había poco que sacar de los textos del Antiguo Testamento, donde no se habla mucho de la vida después de la muerte.
   No obstante, el Juicio y la Resurrección de los muertos ya está predicha con palabras veladas por el profeta Daniel: «(...) y vi venir sobre las nubes del cielo / a un como hijo de hombre» (7: 13). «Las muchedumbres de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para eterna vida, otros para eterna vergüenza y confusión.» (Daniel 12: 2).
   En el Libro de Job (19: 25-27) se encuentra la promesa de la Resurrección: «(...) sé que mi Redentor vive, y al fin se erguirá como fiador sobre el polvo; y detrás de mi piel yo me mantendré erguido, y desde mi carne yo veré a Dios.»
   La descripción del cocodrilo, que el Libro de Job llama el rey de los animales, se aplicó a Leviatán, rey del Infierno. «El círculo de sus dientes infunde terror (...) Sus estornudos son llamaradas (...) de su boca salen llamas, se escapan centellas de fuego; sale de sus narices humo, como de olla al fuego, hirviente; su aliento enciende los carbones (...) y ante él (los valientes) tiemblan de horror.»  Muchos de estos rasgos se encuentran en las representaciones del Infierno.
2. Los Evangelios
   Es sobre todo en el Evangelio de Mateo (24: 30-32 y 25: 31-46) donde el arte de la Edad Media encontró los principales elementos para la representación del Juicio Final.
   «Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande. Y enviará sus ángeles con resonante trompeta y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro.»
   «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; preso, y vinisteis a verme. (...)
   «Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.»
   A ese texto fundamental, que contiene casi todo el programa de los Juicios Finales de nuestras catedrales, y donde sobre todo está tan claramente formulada la separación entre los elegidos y los réprobos, los otros Evangelios agregan sólo de­ talles secundarios o contradictorios.
   Marcos (12: 25) insiste sobre todo en el hecho de que los muertos, en la Resurrección,  resucitarán sin sexo; no habrá más hombres y mujeres, sino sólo cuerpos gloriosos: «Porque cuando resuciten de entre los muertos (...), serán como ángeles en los cielos.»
   Esta uniformidad de los muertos asexuados no ha tenido el menor éxito entre los artistas de la Edad Media que prefirieron admitir que los resucitados, tanto en el Paraíso como en el Infierno, recuperarían su sexo y su personalidad.
   Lucas (14:14) sólo cree en la Resurrección de los justos. Juan (5: 28-29) afirma, por el contrario, que la Resurrección será universal: «(...) llega la hora en que cuantos están en los sepulcros oirán su voz y saldrán: los que han obrado el bien, para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para  la resurrección del juicio.»
   El arte cristiano ha dado la razón a Juan y resucita al mismo tiempo a los bue nos y a los malos.
   En la Ciudad de Dios, San Agustín resume estas diferentes concepciones del Juicio Final. En contra de Marcos, que pretende que las mujeres resucitarán en forma viril sostiene que cada cual conservará su sexo. Y agrega un detalle que tiene gran importancia iconográfica, puesto que todo el arte cristiano adoptó esta doctrina: todos los hombres resucitarán en la edad en que Cristo fue crucificado, en consecuencia, hacia la edad perfecta de treinta años, incluso aquellos que murieran jóvenes, o a una edad mucho más avanzada. En la Resurrección no habrá niños ni ancianos.
3. La Bajada de la Virgen María al Infierno
   Según manuscritos griegos tardíos, pero que proceden de fuentes mucho más antiguas, la Virgen María, apiadada por los réprobos, habría pedido a San Miguel hacer una investigación en el Infierno para ponerse al tanto de sus tormentos.
   El arcángel psicopompo accede a su deseo y la conduce allí. La Virgen ve perjuros, delatores, blasfemos suspendidos de la lengua... pero sobre todo se interesa por los suplicios de las mujeres. Se le muestran madres desnaturalizadas, que han abortado o que arrojaron a sus hijos como comida a los perros, hundidas hasta el cuello en un río de fuego. Las mujeres que por sus mentiras han llevado el conflicto a la casa del prójimo, están suspendidas por las orejas. Las prostitutas están condenadas a que monstruos de dos cabezas les devoren los pechos.
   La Virgen implora la clemencia de su Hijo en favor de los pecadores, y a fuer­za de insistir, consigue que se les conceda una tregua anual desde la Pascua hasta la fiesta de Todos los Santos. Tales son las vacaciones de los réprobos.
4. La Bajada de San Pablo al Infierno
   La Visio Sancti Pauli es una leyenda muy antigua, y del mismo género, que se remonta por lo menos al siglo IV. Es el prototipo de los Viajes irlandeses al otro mundo: el del Purgatorio de San Patricio, el del Viaje de San Brandano y el de la Visión de Tundal.
   También San Pablo es conducido al Infierno por San Miguel, el arcángel psicopompo que lo lleva de la mano. En principio, ve el Puente de la Prueba, estrecha pasarela que es el acceso al Paraíso, luego, la Rueda infernal, puesta en movimiento por un demonio cornudo, en la cual, todos aquellos que explotaron a las viudas y a los huérfanos, padecen alternativamente fríos y calores extremos.
   Todos los pecados se castigan con penas graduales y apropiadas. De acuerdo con su gravedad, los culpables son hundidos en el agua hasta las rodillas, el ombligo, los labios o las cejas. Quienes han roto el ayuno «ante tempus», sufren el suplicio de Tántalo y estiran las manos hacia los inasibles frutos, inútilmente. Los monjes a quienes les gustara más «jugar locamente en el dormitorio con las damas» que acudir a maitines o cantar misa, se asan en el horno.
   Las mujeres no reciben mejor trato. Una abadesa pecadora es destrozada por diablos que le devoran los brazos y las piernas y montan a horcajadas de sus hombros. Las que perdieron su virginidad prostituyéndose, son untadas con una mezcla de pez y azufre, y arden como antorchas. Un pozo sellado con siete sellos donde se maceran los judíos, exhala tal pestilencia que san Pablo se tapa la nariz con la tela de su manto.
   Apiadados por tanto sufrimiento, San Miguel y San Pablo suplican a Cristo que conceda a los réprobos, ya que no el perdón, al menos el descanso dominical. En su benignidad, el Redentor atiende la súplica: el Infierno parará todos los domingos.
   El desconocido autor de este curioso relato no lo ha inventado todo; copió los elementos de su Viaje a los Infiernos de la Biblia, de la mitología y de las tradiciones populares. Tomó del Apocalipsis el pozo sellado con siete sellos; el Puente de la Prueba es una invención de la mitología persa. Además, se reconoce la Rueda de Ixión y el Suplicio de Tántalo.
   Por pueril que resulte esta compilación, no debe subestimarse su influencia. Dante la recordó en su Divina Comedia: la pareja de Virgilio y Dante se corresponde con la que forman el arcángel San Miguel y San Pablo.
   Ciertas obras de arte de finales de la Edad Media se inspiraron directamente en ese relato. En una miniatura de las Muy Ricas Horas del duque de Berry, el Infierno está representado, según la visión de Tundal, por un monstruo acostado que rechaza las almas que se ha tragado. La imaginería del tímpano de la portada de la colegiata de Berna es su ilustración: los orgullosos sufren el suplido de la rueda; los lujuriosos se ahogan en un pozo profundo y nauseabundo, lleno de vapores de azufre; los envidiosos son hundidos hasta el cuello en un río helado. Un comentarista, que no comprendía nada de esta insólita iconografía, intentó explicar ese bloque de hielo arguyendo que en Berna «los artistas, al esculpir la portada, veían constantemente los glaciares de los Alpes en el horizonte» (sic). Se puede ver a qué género de cuentos puede conducir la ignorancia de las fuentes iconográficas.
5. Visión de Efrén el Sirio
   También se remonta al siglo IV, sólo ha inspirado a la iconografía bizantina. Se basa en el Apocalipsis y el Evangelio según San Mateo, pero insiste en el carácter triunfal del Juicio Final, concebido según el modelo de las pompas imperiales, como la Aparición de Cristo en Majestad.
6. 
El Juicio Final en Occidente
   Sus rasgos principales ya estaban fijados, entre los siglos XIII y XIV sólo experimentará ligeros retoques procedentes de tres fuentes: la Leyenda Dorada de Santiago de Vorágine, la Divina Comedia de Dante, y la puesta en escena del teatro de los Misterios. En el capítulo sobre el Adviento (De Adventu Domini), o más bien, sobre los dos Advenimientos de Cristo, que sirve de preludio a la Leyenda Dorada, Santiago de Vorágine enumera brevemente los signos anunciadores del Fin del Mundo, las imposturas del Anticristo, y, finalmente, las circunstancias en las que tendrá lugar el Juicio Final. El mar se elevará  como un gigantesco muro superando en altura a las montañas más altas, los continentes serán sacudidos por terremotos que harán que todo se derrumbe sobre las cabezas de los hombres enloquecidos, una lluvia de estrellas caerá desde el cielo. El Anticristo intentará hacerse pasar por el Mesías.
   Finalmente, Cristo descenderá al valle de Josafat, donde los muertos resucitados se amontonarán para ser juzgados.
   El arte italiano sólo se ha inspirado en la descripción dantesca del Infierno, concebido como un embudo dividido en círculos concéntricos.
   Las escenas de diablos en el teatro de los Misterios, divirtieron sobre todo a los artistas del norte de Europa, y esta tradición se prolongará en los Países Bajos hasta Hieronymus Bosch.
   Se observará que todos estos aportes novedosos, a partir de las visiones de San Pablo y de Efrén el Sirio, hasta Dante y los autos sacramentales, sobre todo enriquecieron la representación del Infierno, cuyos variados tormentos estimulan mucho más la imaginación que los gozos contemplativos y un poco monótonos del Paraíso cristiano. La concepción del Cristo Juez apareciéndose sobre las nubes, la Resurrección de los muertos, la Recompensa de los elegidos, permaneció casi inmutable en el transcurso de la Edad Media, mientras que en la hornalla de Leviatán, donde los «réprobos son hervidos» , todo cambia sin cesar, como en el crisol de los alquimistas y el caldero de las brujas.
II. Iconografía
   Antes de estudiar de manera aislada el Juicio Final en el arte bizantino y occidental, intentemos en principio encontrar los elementos comunes a esos dos ciclos de representaciones.
   Las semejanzas aparecen al mismo tiempo en la elección de los temas esenciales y en el ordenamiento general de la composición.
   Como la iconografía bizantina y la iconografía occidental del Juicio Final se han inspirado en las mismas fuentes, el Apocalipsis de San Juan y el Evangelio según San Mateo, es inevitable que se encuentren en ambas los mismos elementos: Cristo Juez, la Resurrección de los muertos, el Pesaje de las almas, la Separación de los elegidos y los  réprobos, repartidos estos últimos entre el Purgatorio y el Infierno.
   La disposición de estos elementos es, en conjunto, completamente uniforme en Oriente y Occidente. Presenta una particularidad, a la cual el hábito nos ha vuelto insensibles, pero que no obstante merece ser subrayada, tanto más por cuanto es singular en la iconografía cristiana: el Juicio Final es el único tema del arte cris­tiano que se desarrolla en registros superpuestos.
   Este ordenamiento se copió, es obvio, del arte imperial de Roma y de Bizancio, que ofrece numerosos ejemplos en la composición escalonada de los frisos, de los arcos de triunfo y de los camafeos; y perduró hasta Miguel Ángel.
l. El Juicio Final en el arte bizantino
          A) Elementos de la composición
   A pesar de estas semejanzas fundamentales, el arte bizantino, influenciado por la visión de Efrén el Sirio, se separó del arte cristiano de Occidente en numerosos detalles característicos, los más importantes de los cuales, o al menos los más impresionantes, son el grupo trinitario de la Deisis, el Trono Venerable y vacío del Juicio, y el Río de fuego que arrastra a los réprobos.
          1. La Deisis
   Deisis es una palabra griega que significa Plegaria, Intercesión, y que designa al grupo trinitario (Trimorfon) formado por Cristo Juez, flanqueado a derecha e izquierda por la Theotokos y el Prodromo (Precursor), es decir, en palabras latinas, por la Virgen María y San Juan Bautista, el Precursor; quienes interceden, de rodillas, en el perdón de los pecadores.
   En la pintura de iconos rusa y rumana, San Juan Bautista a veces está reemplazado por San Nicolás, que es más popular, en la función de intercesor.
   Cuando la Deisis está reducida a tres cabezas yuxtapuestas, se denomina, en ruso, Oglavnoi Deisus.
          2. El trono venerable
   Debajo del Cristo de la Deisis, está representado el Trono Venerable (Etoimasia tou thronou), es decir, la preparación del trono del Juicio Final. En realidad no es la preparación lo que vemos, sino el propio Trono, instalado desde el día de la Ascensión, y sobre el cual se encuentran la Cruz y el Libro.
   Ese trono sin ocupante espera el Juez supremo que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Por lo tanto, el Trono Venerable evoca la Espera del Juicio Final.
   Dos ángeles, Miguel y Gabriel, montan guardia alrededor de ese trono a cuyos pies están arrodillados Adán y Eva, que adoran la Cruz, instrumento de su Redención.
   Se trata de un tema casi extraño al arte de Occidente, es la ilustración de un Salmo (9: 8-9): «Asiéntase Yavé para siempre, / estableciendo su trono para juzgar. / Para juzgar al orbe en justicia (...)».
   En las antiguas civilizaciones orientales, como sólo el rey tenía derecho a estar sentado y los asistentes permanecían de pie, se imaginaron los Tronos de Dios. Los hubo en Creta y en Cnossos, y en un fresco de Herculano. El cristianismo retornó a esa concepción por la influencia del ceremonial de la corte bizantina. Sabemos, en efecto, que en ciertas ceremonias, el trono llevaba las insignias imperiales y que simbólicamente reemplazaba al emperador. El Trono Venerable con las insignias de Cristo, la cruz y el libro de las Santas Escrituras, es una copia del trono imperial. Los obispos que en 431 se reunieron en el concilio de Éfeso, imaginaron que sus se­siones se desarrollaban ante un «sillón presidencial» que se dejó vacío, para expresar simbólicamente que Cristo invisible presidia sus deliberaciones.
   De esa manera, Cristo está representado dos veces en los Juicios Finales del arte bizantino: in persona en el grupo de la Deisis e in figura en la forma simbólica del trono cruciforme.
          3. La resurrección de los muertos
   En el arte bizantino está evocada de acuerdo con la visión del Apocalipsis.
   Un ángel pliega el cielo estrellado, como un volumen que se enrolla. No sólo es la tierra sino también el mar los que restituyen los cadáveres que habían tragado. La Tierra está personificada por las bestias salvajes que devuelven los miembros humanos devorados, el Mar, por una mujer sentada que tiene un cuerno de la abundancia, y está rodeada de monstruos marinos que escupen ahogados.
   Las almas de los muertos, cuyos cuerpos se encuentran reconstituidos, se introducen de nuevo en sus bocas en forma de pájaros.
          4. El pesaje de las almas o la psicostasia
   El pesaje de las almas por el arcángel San Miguel no presenta ningún rasgo particular en el arte bizantino donde se ve, como en Occidente, demonios que maniobran con ganchos para inclinar de su lado, de manera fraudulenta, el plato de la balanza.
   Sin embargo, los Tetraevangelios armenios ofrecen algunos curiosos detalles. Debajo del Cristo Juez, reinando sobre el Tetramorfos, el arcángel está de pie junte a una gigantesca balanza a cuyo alrededor se agitan diablos de cabellos erizados. Lo que merece subrayarse es que a veces San Miguel pincha con su lanza el cuerpo de un demonio, y que Satanás tiene el Pecado encarnado en sus hombros peludos. 
   El origen de este motivo debe buscarse en el Egipto copto, que a su vez lo recibió del Egipto faraónico. En los rollos del Libro de los Muertos se veía al dios Anubis vigilando los platos de la balanza donde se pesaba el corazón del difunto. La función de Anubis fue atribuida al arcángel San Miguel.
          5. El Paraíso y el Infierno
   El Paraíso y el Infierno están representados de manera muy diferente en Bizancio y en Occidente.
   El Paraíso no está simbolizado sólo por el Seno de Abraham, abra de paz de las almas salvadas, sino también por los tres patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, sentados uno junto al otro, que tienen apretados contra sus pechos cestos que contienen las almas de los justos. Además, el Buen Ladrón, a quien Jesús había prometido en el Gólgota hacerlo entrar inmediatamente en el Paraíso, siempre está representado con la cruz que le sirve de atributo.
   Frente a la Nueva Jerusalén o Jerusalén Celestial, un torrente de fuego, que tiene su fuente en los pies de Cristo Juez, arrastra a los réprobos hacia el abismo del Infierno. En medio de los condenados se estira una gigantesca serpiente que lleva sobre el lomo los siete Pecados capitales.
          B) Representaciones bizantinas del Juicio Final: mosaicos y frescos
   Las representaciones más completas del Juicio Final bizantino, que aparecía ya en el siglo VII, en una miniatura del Cosmas Indicopleustes (Biblioteca Vaticana), no se encuentran en Bizancio -curioso fenómeno-, sino en la periferia de su dominio artístico: en la Italia meridional y el antiguo exarcado de Ravena, en Rumania y en Rusia.
   La más antigua es la pintura mural de S. Angelo in Formis, cerca de Nápoles, que pertenece a la escuela benedictina de Monte Cassino. Se la puede fechar hacia 1075.
   El célebre mosaico de Torcello, en una isla de la laguna de Venecia, sólo se remonta a principios del siglo XII.
   La composición está dividjda en cinco registros de altura desigual. A primera vista parece que la Anastasis o Bajada al Infierno de los justos, que ocupa el registro superior, sea una introducción; pero está estrechamente vinculada con el Juicio Final, del cual es una prefiguración. Se trata de dos Parusías de Cristo después de su Crucifixión, que se han superpuesto.
   Debajo de esa colosal Anastasis, el Juicio Final propiamente dicho se desarrolla sobre cuatro zonas paralelas.
   Cristo reina en una mandorla, sobre el doble arco iris del Antiguo y del Nuevo Testamento, entre la Virgen y San Juan Bautista: es el tema de la Deisis, con el cual se asocian los ángeles y los doce apóstoles, que tienen el papel de asesores.
   En el registro inferior está preparado el trono simbólico del Juicio Final, el Trono Venerable, custodiado por dos ángeles y adorado por Adán y Eva, prosternados.
   Más abajo todavía, la Tierra y la Mar devuelven sus muertos. Los réprobos son arrastrados por un Río de fuego al Infierno, mientras que en el Paraíso, donde San Pedro está representado al lado del Buen Ladrón, las almas de los justos reposan en paz en el seno de los tres patriarcas.
   Esta vasta composición, ciertamente ejecutada por artistas griegos, ha sido imitada en Sicilia, en la capilla Palatina de Palermo, y en la vecina iglesia de Monreale. Pietro Cavallini se inspiró en ellas para ejecutar su obra en 1293, en Santa Cecilia de Roma. Todavía se encuentran sus reflejos en el siglo XIV (hacia 1305), en el fresco de inspiración bizantina que pintó Giotto en el muro occidental de la capilla de la Arena, en Padua.
   En Detchani (Serbia, siglo XIV), se ven las bestias feroces devolviendo los cuerpos humanos que han devorado, y a los réprobos roídos por gusanos infatigables. Este esquema se mantendrá hasta finales del siglo XVII, en el arte postbizantino de los conventos del monte Athos y las iglesias pintadas de Bucovina y de la región moscovita.
          Variantes rumanas y rusas: la Escala y las Etapas celestiales
   Estos agregados tardíos son de dos clases: unos tienen un carácter teólogico, y los otros acusan por su tendencia polémica un espíritu nacionalista.
   El accesorio más curioso agregado a la puesta en escena del Juicio Final, es la Escala celestial o Escala espiritual, tomada de la obra del teólogo bizantino Juan Clímaco, que le debe su seudónimo. Su libro, muy popular en Oriente, se divide en treinta capítulos, cada uno de los cuales está dedicado a una virtud, y se corresponde con cada uno de los treinta peldaños hacia la perfección. Las almas ascienden penosamente los escalones de esta gigantesca Escala de Jacob que une la tierra con el cielo. En cada peldaño son asaltadas por hordas de demonios, personificación de los vicios que los atraviesan con flechas e intentan derrotarlos. Casi todas las almas sucumben y son precipitadas en el Infierno, los pocos elegidos, sostenidos por los ángeles, consiguen llegar hasta la cima sin dificultad.
   Este motivo suele encontrarse en el nártex de los conventos del monte Athos. Pero es en Sucevitsa, Bucovina, donde esta alegoría fue tratada con la mayor amplitud. Cincuenta y dos ángeles asisten a las almas en su laboriosa ascensión. Quince monjes se salvan, nueve consiguen sujetarse a los barrotes de la escala, mientras que los demás son precipitados en el abismo.
   En Occidente, la Escala celestial se cuenta desde el siglo XII entre las miniaturas bizantinas del Hortus Deliciarum. Se trata de una versión reducida de la Escala de San Juan Clímaco, cuyo modelo encontró la abadesa alsaciana Herrada de Landsberg en los escritos de Honorio de Autun: no tiene más de quince peldaños, en lugar de treinta.
   Otro tema todavía más sorprendente, y que se encuentra en numerosas iglesias rumanas, y más exactamente, de Bucovina y del siglo XVI: Vatra Moldovitsei, Voronets, Arbore, se conoce con el nombre de Etapas celestiales.
   El tema se tomó de la Vida de San Basilio el Nuevo, donde se dice que después de la muerte, el alma escoltada por su ángel de la Guarda, debe seguir un largo ca­mino jalonado por numerosas paradas, donde los diablos la detienen y le presentan la lista de sus pecados.
   Las que han conseguido atravesar todas esas «aduanas» con la asistencia de los ángeles, todavía deben franquear un puente vertiginoso encima del abismo del Infierno. Después de esta última prueba, pueden entrar en el Paraíso.
   Esas paradas, por las que deben pasar las almas en busca del Paraíso, no están dispuestas sobre una ruta horizontal, sino abrupta, casi vertical, como las plantas de una torre.
   Otras innovaciones tienen un carácter confesional y nacionalista que recuerda la polémica antiluterana de la Contrarreforma.
   En Voronets y en Sucevitsa (Bucovina), al igual que en Iaroslav, Rostov y Borisoglebsk, en Rusia, los elegidos a quienes San Pedro abre la puerta del Paraíso, son todos ortodoxos. Los réprobos se reclutan exclusivamente entre los incrédulos extranjeros. En la turba de los réprobos se diferencian cuidadosamente mediante inscripciones y por sus sombreros, a los judíos, que los llevan puntiagudos; a los turcos, tocados con turbantes y a los alemanes luteranos, que llevan sombre­ro de fieltro.
2. El Juicio Final en el arte de Occidente
   ¿El arte de Occidente es tributario del bizantino en la iconografía del Juicio Final como en tantos otros temas del Nuevo Testamento?
   La respuesta no es fácil, porque el mosaico de Torcello, que en Italia es el tipo más completo del Juicio Final bizantino, a lo sumo se remonta a principios del siglo XII, y nosotros conocemos ejemplos de Occidente anteriores, tanto en la pin­tura mural como en la miniatura.
   Por otra parte, el Juicio Final, tal como se lo representa en Occidente, difiere profundamente de la concepción bizantina. Si el esquema oriental se encuentra no sólo en las miniaturas del Hortus Deliciarum del siglo XII, sino hasta el siglo XIV, en las pinturas murales de Pietro Cavallini y de Giotto, debe reconocerse que muchos de sus elementos más característicos, como el Trono Venerable (Vacua sedes), el Río de fuego, el Cielo enrollado, la Mar devolviendo sus muertos, fueron elimi­nados muy temprana mente por el arte latino.
   Künstle cree poder concluir que el tema del Juicio Final no es una creación bizantina. Dicho autor ve allí una invención del arte alemán, y como buen nativo de Baden, atribuye el honor a la abadía benedictina de Reichenau, en el lago de Constanza. De acuerdo con él, el fresco de S. Angelo in Formis y el mosaico de Torcello, que por error se creyó de inspiración bizantina, a lo sumo habrían sido ejecutado por artistas griegos, pero concebidos por teólogos italianos que habrían tenido en sus manos las miniaturas de la escuela de Reichenau.
   Esta tesis choca con graves objeciones. El carácter bizantino de los Juicios Finales de S. Angelo in Formis y de Torcello está fuera de duda, y aunque se admita que las pinturas murales de Reichenau son algo más antiguas, Künstle olvida que los monjes benedictinos del lago de Constanza habían recibido todas sus tradiciones artísticas del establecimiento fundacional del Monte Cassino, que a su vez era una co­lonia italiana del arte bizantino. Imaginar que los monjes de Reichenau hayan enviado al Monte Cassino miniaturas que habrían servido de modelo para los frescos de S. Angelo in Formis, es una hipótesis desprovista de toda verosimilitud.
   A partir de los siglos VI o VII, mucho tiempo antes del scriptorium monástico de Reichenau, una miniatura bizantina del manuscrito de Cosmas Indicopleustes (Biblioteca Vaticana), nos ofrece una representación del Juicio Final con tres registros de personajes debajo del trono de Cristo.
   En el siglo IX, en la época carolingia, una miniatura del Apocalipsis ilustrado de Cambrai evoca el mismo espectáculo, con la Separación de los elegidos y de los réprobos.
   Si el origen germánico del tema del Juicio Final resulta insostenible, en cambio es indudable, por el contrario, que fue la escultura francesa de la Edad Media la que lo condujo a la perfección.
   Bizancio, Italia y Alemania sólo conocían representaciones pictóricas del Juicio Final en forma de mosaicos y de frescos. Apareció en la escultura francesa a partir de la primera mitad del siglo XII, en Autun, Beaulieu y Saint Denis, mucho antes del primer esbozo alemán de la portada de San Gall en Basilea.
   Los propios historiadores alemanes reconocen que sólo en Francia puede seguirse paso a paso, desde Autun y Beaulieu hasta París y Bourges, la evolución lógica de este tema grandioso, hasta su cabal desarrollo. La solución propuesta por el arte gótico francés se impuso luego a Europa entera hasta el momento en que el genio de Miguel Ángel rompió los marcos para conseguir una concepción más dinámi­ca; pero también menos cristiana, sin duda.
   Nuestros artistas no consiguieron en el primer intento coordinar los elementos inconexos del Juicio Final, en una composición de fuerte unidad. En Autun, el Cristo gigantesco ocupa toda la altura del tímpano. El día en que la figura del Juez se redujo a proporciones normales, cuando los diferentes motivos pudieron encontrar el lugar que les correspondía.
   Lo que caracteriza a los Juicios Finales a la francesa es el ordenamiento horizontal en registros paralelos, que suelen ser tres: abajo, la Resurrección de los muertos; en el centro el Pesaje de las almas y la Separación de los elegidos y los réprobos; en el superior, el Tribunal de Cristo Juez.
   El emplazamiento del tema no es, como en el arte bizantino, la superficie interior de la fachada occidental de las iglesias, sino el tímpano de la portada central. El tema se ha sacado al exterior del santuario, con el objeto de que la evocación de las cuentas a rendir el día del Juicio Final, se imponga a la meditación de los fieles en el umbral. Cuando el triángulo curvilíneo del tímpano no basta para contener el tema en toda su amplitud, puede recurrirse a desbordarlo hacia el margen de las molduras de las arquivoltas, donde el Paraíso y el Infierno pueden desplegarse cómodamente.
   Sólo de manera excepcional los escultores buscaron otro emplazamiento para el Juicio Final. El famoso Pilar de los ángeles, en el sur del crucero de la catedral de Estrasburgo, es la más destacable de dichas excepciones. A decir verdad, a pesar de la belleza de las esculturas de ese pilar historiado, no puede pretenderse que esa innovación, que es sólo un artificio, sea muy feliz; y no ha conseguido imitadores. En Worcester, Inglaterra, el Juicio Final está distribuido en las enjutas de las arquerías del trascoro. Los italianos tuvieron mejor inspiración: transfirieron los ba­jorrelieves del Juicio Final a los púlpitos monumentales (pulpiti), esculpidos por los Pisani. Otra idea bastante natural, es tratar el tema de la Resurrección de los muertos en las decoraciones de las tumbas. Es lo que se hizo en Portugal, en la iglesia cisterciense de Alcobaça (Tumba de Inés de Castro).
   De esa manera, los escultores de la Edad Media intentaron uno tras otro, con desigual éxito, evocar el Juicio sobre el fuste de un pilar, en las enjutas de las arquerías, sobre los púlpitos y en los flancos de las tumbas. Pero sea cual fuere el interés de esas experiencias, el marco más digno de esta escena grandiosa es, sin duda, el que eligieron los escultores franceses: el tímpano de la gran portada de las catedrales, en el centro de la fachada occidental, que ve ponerse el sol en cada atardecer, igual que los muertos en el reino de las sombras, para resucitar al día si­guiente.
   En los dominios de la pintura, la forma más adaptable a este tema es el tríptico, con el Juicio en el panel central, e Infierno y Paraíso sobre los postigos (Retablo de Beaune, de Van der Weyden). Quizá los pintores se sintieran más cómodos en sus retablos con postigos que los escultores en el marco de los tímpanos, algo estrechos, a pesar de todo.
   Señalemos finalmente que el Juicio Final no es un tema exclusivo, o reservado sólo a los edificios religiosos. La Edad Media consideraba que el tema estaba igualmente en el sitio adecuado, tanto en los palacios de los Ayuntamientos como en las salas de los tribunales, donde con frecuencia se lo encuentra asociado con los Ejemplos de la Justicia.
          A) Análisis del tema
   A la inversa de los documentos escritos, los bajorrelieves de los tímpanos se leen desde abajo hacia arriba, como los mosaicos traslúcidos de las vidrieras. Habría que comenzar por la Resurrección de los muertos y el Pesaje de las almas, para terminar con el Cristo Juez que reina en la cima del tímpano. Pero como la Aparición de Cristo precede a la Resurrección y al Juicio, constituye lógicamente el tema inicial.
          l. El tribunal celestial
   El Tribunal se compone de Cristo Juez y sus asesores que son los veinticuatro Ancianos del Apocalipsis, o los doce apóstoles, y tiene dos abogados o intercesores: la Virgen y San Juan.
                    l. El Cristo Juez
   El tipo de Juez supremo de la segunda Parusía en principio se tomó de la visión apocalíptica de San Juan, y luego del Evangelio según San Mateo (25: 31). El Cristo apocalíptico de la época románica fue suplantado en el arte gótico por el Cristo evangélico.
   En ambas versiones, a Cristo se lo representa siempre sentado, en Majestad, reinando sobre una nube o sobre un arco iris simple o doble. Fue en el siglo XVI cuando Miguel Ángel, en su fresco de la capilla Sixtina, rompiendo con la tradición medieval, se atrevió a representar de pie al Cristo del Juicio Final, con los rasgos de un Apolo arquero o de un Júpiter tonante.
   1. El Cristo apocalíptico. Lo que caracteriza al Cristo apocalíptico es en principio la espada de dos filos que le sale de la boca o -más infrecuentemente- la hoz que em­puña para la siega de los hombres (Ap. 14). En el arte gótico, la visión de Cristo con la espada se modifica. Para traducir el doble juicio: Venite, Benedicti et Ite, Maledicti, se hace salir de su boca, a manera de filacteria, una rama de lirio del lado de los ele­gidos, y una espada desenvainada del lado de los réprobos. De acuerdo con otra fórmula que se impuso, por ejemplo en el tímpano de Conques, es por la posición de sus brazos que Cristo expresa el veredicto. Levanta el brazo derecho hacia los elegidos y baja el brazo izquierdo para condenar a los réprobos.
   También se caracteriza, según la segunda visión de San Juan, por quienes le rodean: los cuatro vivientes o animales del Tetramorfos y los veinticuatro Ancianos co­ronados, símbolos de los profetas y de los apóstoles.
   Es el tema de los grandes tímpanos románicos de Moissac y de Autun, copiados al detalle de las miniaturas de los Apocalipsis.
   2. El Cristo evangélico. A partir de finales del siglo XII, por dictado de San Mateo, se sustituyó al Cristo justiciero del Apocalipsis por la imagen del Cristo Redentor del Evangelio. En el Elucidarum de Honorio de Autun, se dice que Cristo aparecerá el día del Juicio Final como murió en la Cruz.
   En la misma época, en la portada de Corbeil, se vio aparecer otra versión que triunfaría definitivamente en el período gótico: Cristo muestra las llagas de la Crucifixión con el pecho descubierto y la  manos levantadas.
   En el tímpano de Saint Sulpice de Favieres, Cristo, cuya sangre corre desde la herida del costado, sostiene un cáliz en su mano izquierda.
   La ostensión  de las llagas, que en adelante no faltará en Juicio Final alguno, se prolonga alrededor de Cristo en los gestos de los ángeles que llevan los Instrumentos de la Pasión en las manos veladas: la Columna de la Flagelación, la Corona de Espinas, la Cruz, los Clavos, la Lanza. Esta innovación se copió de la heráldica. Los Instrumentos de la Pasión no son otra cosa que las Armas de Cristo (Arma Christi).
   Tanta luz irradia, que el sol y la luna resultan eclipsados. La cruz proyecta una luz siete veces más brillante que la de los astros. Por eso se ven encima de Jesús dos ángeles que se llevan el sol y la luna como se retiran unas lámparas que se han vuelto inútiles. 
   Según los Evangelios, Cristo presidirá solo el Juicio Final, con exclusión de las otras dos personas de la Santísima Trinidad: Dios Padre y el Espíritu Santo. Habrá parecido sacrílego contradecir esta doctrina; pero no obstante, a causa de los incesantes progresos de la mariolatría, los pintores italianos del siglo XIV se atrevieron a introducir a la Virgen con la misma jerarquía que Cristo Juez. Esta herejía se despliega en el fresco de Orcagna, en Santa Maria Novella de Florencia, y en el Campo Santo de Pisa. A decir verdad, la innovación no creó escuela y fue eliminada rápi­damente por el arte cristiano.
                    2. Los Asesores y los Intercesores
   El papel más modesto de la Virgen en el arte tradicional consiste en arrodillarse a los pies de Cristo y frente a San Juan Bautista, el Precursor, para interceder en favor de los pecadores. Ella no es jueza sino «abogada» o «defensora».
   Es el tema bizantino de la Deisis del cual se apropió el arte de Occidente, aunque sustituyendo con frecuencia a San Juan Bautista por San Juan Evangelista.
   Los apóstoles, que tienen la función de asesores, están alineados a derecha e izquierda de Cristo. Cuando no hay sitio para ellos en el tímpano o sobre el dintel, se repliegan en el derrame de la portada y se adosan a los pilares.
   2. La resurrección de los muertos
   La doctrina católica acerca de la Resurrección de los muertos es bastante variable. Los evangelistas no coinciden, Lucas cree sólo en la resurrección de los justos, como ya hemos dicho, mientras que Juan admite, por el contrario, la resurrección universal.
   Los teólogos distinguen entre el Juicio particular (Judicium particulare) que tiene lugar con la muerte de cada pecador, y el Judicium generale diferido al fin del mundo. Por lo tanto, habría un Juicio provisional y un Juicio definitivo, un Tribunal de primera  instancia y una Corte Suprema de Justicia.
   Sin entrar en la discusión de esas sutilezas o contradicciones teológicas, nos limitamos a comprobar que el arte cristiano, salvo escasas excepciones, sólo ha presentado el Juicio universal.
   La señal de la Resurrección es dada por ángeles que despiertan a los muertos haciendo sonar trompetas o cuernos. Como lo expresa magníficamente la prosa de la misa del Breviario romano:
          Quando Judex est venturus, 
          Tuba mirum spargens sonum 
          Per sepulcra regionum
          Cogit omnes ante thronum.
   Al toque de las bocinas, los muertos emergen todos juntos de sus tumbas. Estas son, ya simples fosas cubiertas por una lápida funeraria, ya sarcófagos y a veces, hasta urnas cinerarias, en recuerdo de la incineración de los paganos. Así, según el arte de la Edad Media, la incineración de los cuerpos proscrita en la actualidad por la Iglesia católica, no resultaría un obstáculo para la Resurrección.
   Hay dos formas de representar la Resurrectio carnis: la progresiva y la instantánea. En su fresco de la catedral de Orvieto, Signorelli, inspirado en la visión de Ezequiel, evoca a los muertos emergiendo no de sus tumbas sino de la tierra, unos en estado de esqueletos, otros revestidos de colgajos de carne.
   Esta concepción es diferente a la del arte de la Edad Media que, de acuerdo con San Pablo, sostuvo que la Resurrección sucedería en un guiño (in ictu oculi), y que los muertos recuperarían instantáneamente su apariencia carnal, o más bien un cuerpo embellecido y uniformizado.
   A consecuencia de una convención admitida por los teólogos e impuesta a los artistas, los hombres y las mujeres -porque la sexuación no será abolida- resucitarán todos a la edad perfecta de treinta años, que era la de Cristo cuando triunfó sobre la muerte. Por lo tanto, los resucitados serán todos adultos, entre ellos no habrá niños ni ancianos. Es lo que afirma expresamente Honorio de Autun en el Speculum Ecclesiae: «Resurgent mortui ex aetate qua Christus resurrexit, scilicet XXX annorum, tam infans unius noctis quam aliquis nongentorum annorum.» El niño muerto al nacer tendrá la misma apariencia que el difunto nonagenario.
   Además, todas las enfermedades corporales serán suprimidas. En el día del Juicio Final no se verán gibados, ciegos ni paralíticos.
   Los resucitados están completamente desnudos. Algunos todavía aparecen envueltos en sus mortajas de las que quieren liberarse. Sólo recuperarán sus ropas distintivas después de la Separación de los elegidos y los réprobos.
   Sus reacciones y actitudes son muy variadas. Aún no despiertos del todo, desperezan sus miembros entorpecidos por el largo sueño de la muerte. Deslumbrados por la luz del día cuando salen de las tinieblas del sepulcro, se ponen la mano en visera sobre los ojos. Algunos de ellos, ya conscientes del veredicto que los ame­naza, unen las manos y elevan hacia Cristo Juez miradas suplicantes.
   Se asiste a conmovedoras escenas de reconocimiento que son renovaciones de otras procedentes del teatro antiguo, de las comedias romanas de Plauto y Terencio: esposos que se reencuentran y se cogen de las manos.
   3. El pesaje de las almas o la psicostasia
   El tema del Pesaje de las acciones del muerto es una creación del arte funerario del antiguo Egipto, que la transmitió al arte occidental por la intermediación de los frescos coptos y de Capadocia. En los rollos de papiro y en los frescos, el dios Horus o Anubis vigila los platos de la balanza.
   En el arte cristiano casi siempre esa función recae en el arcángel San Miguel, heredero de Anubis y de Hermes psicopompo, que sostiene la balanza de la Psicostasia. Sin embargo, en algunos casos, por ejemplo en Saint Révérien (Nievre), la balanza está suspendida de la Mano de Dios que sale de una nube, y el papel del arcángel se limita vigilar el plato. Lo cual no es una sinecura, puesto que el diablo armado con un garfio intenta engañar e inclinar la balanza de su lado de manera fraudulenta. Entonces el Pesaje adquiere el carácter dramático de un altercado entre el ángel y el demonio que disputan el alma del acusado.
   A causa de la creencia en la todopoderosa intercesión de la Virgen María, a veces se ve a ésta apoyar su rosario sobre el astil de la balanza para ayudar a un pecador.
   Las almas están representadas por pequeñas figuras desnudas que expresan confianza o inquietud.
   No siempre son las obras del resucitado lo que se pesa en la balanza ¿Acaso no es el sacrificio de Cristo encarnado el rescate definitivo pagado por su salvación? En una miniatura del Evangeliario de Wolfenbüttel (1194), y más tarde en el tím­pano de Bourges, se ve sobre uno de los platos un cáliz (calix salutaris) en el cual un ángel vierte la sangre redentora; en Amiens, es el Cordero de Dios el que hace con­trapreso a una cabeza de demonio que simboliza las malas acciones.
   4. La separación de los elegidos y los réprobos
   Una vez realizado el Pesaje, tiene lugar la Separación de los elegidos y los réprobos, simbolizada en el arte cristiano primitivo (Mosaico de San Apolinar il Nuovo)  por la Segregación de las ovejas y los machos cabríos.
   Los corderos y las ovejas (agni, oves) simbolizan a los elegidos, las cabras y los machos cabríos (caprae, haedi), a los réprobos. Este simbolismo animal está copiado de los escritos de los doctores de la Iglesia. En la Ciudad de Dios, San Agustín convierte a la cabra en el emblema de los pecadores: capra plebs peccatrix, y en sus Epístolas, San Jerónimo se pronuncia  en el mismo sentido: "in omnibus Scripturis haedi pro peccatoribus accipiuntun".
   Los elegidos, guiados por ángeles, se dirigen en procesión hacia la Nueva Jerusalén, donde les esperan las alegrías del Paraíso, mientras los demonios arrean la tropa de los condenados hacia la boca del Infierno.
   De acuerdo con una convención pocas veces infringida por los artistas de la Edad Media, los elegidos están vestidos mientras que los réprobos permanecen desnudos. No se explica dónde ni cómo los bienaventurados han encontrado el tiem­po y los medios para vestirse, entre la Resurrección y el Juicio Final. Pero la desnudez se consideraba un estado humillante que no se correspondía con la dignidad de los elegidos (Induite vos sicut Electi Dei). Estos reciben no sólo vestidos sino también las insignias de sus dignidades terrenales: el rey recupera la corona, el obispo la mitra, el monje su sayal con capucho.
   A partir del siglo XII, a la cabeza de los elegidos va casi siempre un franciscano, identificable por el cíngulo, ello es un signo de la popularidad que consiguiera la orden de San Francisco de Asís inmediatamente después de su creación.
   San Pedro, el portero, los recibe en la puerta del Paraíso, que se asemeja a una gran capilla gótica con pináculos, y un ángel les coloca una corona en la cabeza. La beatitud celestial está simbolizada por el Seno de Abraham donde los ángeles depositan un cargamento de almas salvadas. En Rampillon, las almas representadas como niños se arraciman en las piernas del patriarca que las acoge con la sonriente indulgencia de un abuelo.
   Los réprobos, encadenados como una cuerda de galeotes son empujados por los hombros hacia las fauces abiertas del Infierno. Son de todas las condiciones. La muerte igualitaria borra las diferencias sociales: reyes, obispos y abades no reciben mejor trato que los pobres desgraciados. El Juicio Final no es menos democrático que la Danza macabra.
          B) Temas complementarios
   En las portadas de las catedrales suele comentarse y explicitarse junto al Juicio Final, la Separación de los elegidos y los réprobos, mediante la alegoría la Iglesia y la Sinagoga, por las Obras de Misericordia y hasta por las parábolas del Pobre Lázaro y el rico Epulón, las Diez vírgenes y Los viñadores o Los obreros enviados a la viña.
   Volveremos brevemente a estas parábolas escatológicas que ya se han estudiado a propósito de la predicación de Cristo. Pero el tema de la Iglesia y de la Sinagoga, que ya hemos encontrado en la iconografía de la Crucifixión, debe ser considerado aquí desde una segunda perspectiva, al igual que la parábola de las Diez Vírgenes y Las siete Obras de Misericordia: según sus relaciones con el Juicio Final.
          1. La Iglesia y la Sinagoga
   Las palabras Iglesia y Sinagoga, ambas derivadas del griego (Ekklesia, Synagoge) tienen exactamente el mismo significado: «asamblea».
   Pero estas dos palabras, originalmente sinónimas, en la teología y la iconografía se volvieron mutuamente opuestas, o, según la expresión de los gramáticos, antónimas.
   Esta oposición ya se presenta en forma dialéctica en un sermón del Pseudo San Agustín: Altercatio Ecclesiae et Synagogae.
   En la Edad Media prosiguió en forma dramática en el teatro de los autos sa­cramentales. A partir del siglo XII se pusieron en escena Disputas entre la Antigua Ley y la santa Iglesia. En dichas piezas teatrales, Cristiana vendaba los ojos a Judea y le partía el estandarte.
   ¿El arte se inspiró en el teatro de los Misterios u ocurrió lo contrario? Tal es el objeto de otra «disputa» no menos difícil de arbitrar. Lo que puede afirmarse con seguridad es que las representaciones de la Iglesia y de la Sinagoga ya eran numerosas en el arte del siglo XII. Incluso puede hacerse remontar su origen hasta el arte cristiano primitivo de los siglos IV y V, si se admite que dichas representaciones derivan de las alegorías de la Iglesia de los judíos (Ecclesia ex circumcisione) y de la Iglesia de los gentiles (Ecclesia ex gentibus), que se enfrentan en los mosaicos romanos de Santa Pudenciana  y de Santa  Sabina.
   Si se pasa del ciclo de la Crucifixión al del Juicio Final, las figuras de la Iglesia y de la Sinagoga cambian de sentido. Al igual que las Virtudes y los Vicios o Las diez vírgenes prudentes y vírgenes necias, personifican a los elegidos y a los réprobos, en este caso representados por una sola figura alegórica.
   Viollet le Duc creía que esas estatuas «sólo se encuentran en las ciudades don­de, en la Edad Media, se aglomeraban numerosas colonias judías». Es un error, porque la Sinagoga vencida estaba representada en las catedrales de Chartres y Reims, ciudades donde no existían juderías.
                    1. La Ecclesia
   El tipo iconográfico de la Iglesia es más o menos constante: una reina coronada (puella pulchra facie et coronata), que se mantiene orgullosamente de pie, segura de conseguir la victoria con dos armas irresistibles: la cruz en la que se apoya y el cáliz lleno de sangre redentora.
   La vidriera de la catedral de Châlons sur Marne, trasladada al Museo de los Monumentos Franceses de París, representa a la Iglesia no sólo coronada, sino, además, nimbada. Tiene un cáliz en la mano izquierda, y en la derecha una bandera con tres paños, rematada en una cruz.
   Una miniatura del Hortus Deliciarum la representa montada en una criatura de cuatro cabezas, símbolo de los evangelistas. El mismo tema reaparece en el gablete de la portada sur de la catedral de Worms.
   Este tipo de la Iglesia triunfal desapareció en el período gótico, sin duda porque ese animal de cuatro cabezas recordaba demasiado a la bestia del Apocalipsis.
                    2. La Sinagoga
   La iconografía de la Sinagoga es más variada y rica.
   Algunos de sus atributos se han tomado de las Lamentaciones, atribuidas a Jeremías (5: 16): «Cayó de nuestra cabeza la corona. / ¡Ay de nosotros, que hemos pecado! / Por eso se angustia nuestro corazón, / se nublan nuestros ojos (...)».
   En el siglo XII, una de las miniaturas de un manuscrito del Scivias de Santa Hildegarda de Bingen, que se conserva en la Biblioteca de Wiesbaden, representa a la Sinagoga ciega, cruzando los brazos sobre el pecho. Su cabeza está ceñida con una diadema de oro. Entre sus brazos cruzados tiene a Moisés tocado con el som­brero puntiagudo de los judíos, que eleva las Tablas de la Ley. En su regazo se amontonan doce representantes del Antiguo Testamento, entre los cuales se reconoce a Abraham con el cuchillo del sacrificio (o de la circuncisión ) y Aarón toca­ do con una tiara. La alegoría tiene los pies enrojecidos por la sangre de Jesús.
   En la vidriera prefigurativa de la Crucifixión, en la catedral de Saint Étienne de Châlons sur Marne, la Sinagoga está representada en media figura, con los ojos ven­dados y debajo de la Iglesia triunfal. En la mano izquierda tiene la lanza y la esponja de la Crucifixión, rodeadas por la corona de espinas, inusitados atributos que sin duda significan que ella es responsable de la tragedia del Calvario. Esta interpreta­ción se confirma con la inscripción copiada de la respuesta de los judíos a Pilato, que sólo quería indultar a Cristo: «Sanguis ejus super nos et super filios nostras: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
   Pero fueron los dominicos, Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino quienes, en el siglo XII, fijaron definitivamente sus rasgos. En su tratado De sanguine Christi, Alberto Magno muestra a la Sinagoga con los ojos vendados, la cabeza baja y sin corona (oculis panno ligati, tristi facie, inclinans caput et curo corona decidente).
   Esta descripción está completada por las acotaciones para la puesta en escena de los Misterios: «Santa Iglesia es roja y Sinagoga morena.» ¿Por qué morena? Porque es el color de los sarracenos, de los incrédulos. Además, la Sinagoga, igual que el traidor Judas, lleva una túnica amarilla, color del círculo cosido en la ropa de los judíos.
   Estas indicaciones interesan sobre todo a los pintores. Pero los escultores tenían otros medios para identificar a la Sinagoga y oponerla a la Iglesia: en principio, una venda sobre los ojos que expresa su ceguera (caecitas), luego la lanza partida, la corona y las Tablas de la Ley que deja caer. Con menor frecuencia se le conce­den como atributos un cuchillo de circuncisión (Hortus Deliciarum) o un cáliz invertido (Púlpito de Siena).
   Por la influencia del teatro religioso, a veces su retrato llega a la caricatura odio­sa. Se la ridiculiza con el sombrero puntiagudo de los judíos, está montada en un asno, símbolo de la obstinación, o sobre un lascivo macho cabrío; tiene como emblemas la lechuza, el «nycticorax» de los Bestiarios, que no puede soportar la luz del sol (Capitel del Mans), o el escorpión, imagen de la falsedad, porque ese animal, inofensivo por delante, hiere mortalmente por detrás con el curvo aguijón de su cola venenosa. Es por ello que el estandarte con el escorpión caracteriza a la Sinagoga. En la Biblia historiada de Juana de Évreux (siglo XIV), aparece representada ya­ciendo en tierra, junto a una bandera amarilla sellada con un escorpión negro.
   La escultura monumental está animada por un espíritu más generoso que el teatro popular de los autos sacramentales. En Chartres, Reims, Estrasburgo y Bamberg, la Sinagoga, lejos de ser una caricatura, es una figura llena de nobleza, una reina destronada, más conmovedora en su derrota que su rival victoriosa.
   Este tema, tan querido por el arte medieval y que ha inspirado admirables obras maestras, desapareció en el siglo XVI. Para la Contrarreforma, los enemigos ya no eran los judíos sino los protestantes. Lutero parecía a los papas más peligroso que Moisés. El grito de guerra ya no era «Atacad a la Sinagoga», sino «Atacad a la Reforma». El Altercado de la Iglesia y la Sinagoga fue reemplazado en la iglesia de los jesuitas de Roma, por la Fe derrotando a la herejía
   2. Las diez Vírgenes asociadas al Juicio Final
   La parábola evangélica en principio ha sido representada aisladamente y por sí misma, por ejemplo en dos capiteles de Moissac y del Museo de Toulouse.
   Pero a partir del siglo XII, generalmente se la asocia con el Juicio Final y a dicho título debemos volver a tratarla aquí. Émile Mâle atribuye el honor de esta in­novación iconográfica al abad Suger. En efecto, fue en Saint Denis, en los montantes de una portada del Juicio Final, cuando aparecieron por primera vez Las diez Vírgenes, prudentes y necias. Las dos procesiones parecen incompletas; pero cuando se levanta la vista «Se advierte en el tímpano una virgen prudente cerca de la puerta del Paraíso, y una virgen necia en el umbral del Infierno». Por lo tanto, las Diez vírgenes de la parábola están todas presentes.
   A partir de entonces, se volvió indisoluble la unión de las Diez vírgenes con el Juicio Final, del cual aquellas son una ilustración. Las vírgenes prudentes que tienen las lámparas encendidas, se consideran representantes de los elegidos, y las vírgenes necias con las lámparas apagadas, de los réprobos.
   Los imagineros de las catedrales de París, Amiens, Sens, siguiendo el ejemplo de Saint Denis, representaron a las Diez vírgenes en los montantes de la portada central del Juicio Final. A veces se las relega a las dovelas de las arquivoltas; pero se mantienen estrechamente asociadas con la puesta en escena del Juicio Final.
   3. Las siete obras de misericordia
   Mateo, 25: 34-37.
   Las siete Obras de Misericordia también están íntimamente ligadas con la iconografía del Juicio Final, porque están enumeradas al final del Evangelio según San Mateo, después de la parábola de Las diez vírgenes, en la descripción de la Segunda Parusía de Jesucristo, y más exactamente, la de la Separación de los elegidos y los réprobos. Según hayan realizado o no las Obras de Misericordia, los seres humanos serán situados a la derecha o a la izquierda de Cristo, es decir, serán elegidos o réprobos.
   El Evangelio sólo registraba seis Obras de Misericordia que los teólogos de la Edad media comparaban con los seis cántaros de las Bodas de Caná:
          1. Dar de comer al hambriento (Esuriens cibatur).
          2. Dar de beber al sediento (Sitiens potatur).
          3. Dar hospitalidad a los extranjeros (Hospes colligitur).
          4. Vestir a los desnudos (Nudus vestitur).
          5. Curar a los enfermos  (Aeger curatur).
          6. Visitar a los presos (lncarceratus  solatur).
   La séptima Obra, dar sepultura a los muertos (Mortuus sepellitur), fue agregada por el teólogo francés Juan (Jean ) Beleth en su Rationale divinorum officiorum. No se menciona en el Speculum Ecclesiae de Honorio de Autun. Las siete Obras, comparadas con las siete Virtudes y los siete Sacramentos, están resumidas en una fórmula mnemotécnica de Conrado de Sajonia: Visito, poto, cibo, redimo, tego, collligo, cando.
   En las realizaciones más antiguas -Puerta de San Gall en la catedral de Basilea, bajorrelieves de Benedetto Antelami en el baptisterio de Parma, Pilas bautismales de Hildesheim-, se encuentran todavía sólo seis temas. Esta tradición perduró hasta finales del siglo XIII, por ejemplo en los tondos del rosetón del crucero, en la catedral de Friburgo.
   En cambio en el antiguo trascoro de la catedral de Estrasburgo, esculpido ha­cia 1250, no había menos de ocho Obras de Misericordia agrupadas alrededor del Juicio Final. El escultor, que tenia ocho gabletes para decorar, sin duda consultó a un teólogo, y éste, para sacarlo de apuros le aconsejó desdoblar uno de los temas: no sólo reemplazó la visita a los enfermos por la protección de la viuda y el huér­fano, sino que a Vestir al desnudo agregó un Nudipes calciatur (calzar a los descalzos). Es un curioso ejemplo de las licencias que se tomaba el arte de la Edad Media con la tradición iconográfica, por razones puramente formales.
   A las Obras de Misericordia material, corresponden otras tantas Obras de Misericordia espiritual.
   Las Obras de Misericordia son realizadas ya por hombres, ya por mujeres. Sobre las tapaderas de las pilas bautismales de Hildesheim, es la representación de la Misericordia la que alivia por sí sola todas las miserias humanas. En las miniaturas de los Salterios, es el rey David. Cristo encarna ya a los menesterosos, ya a los misericor­diosos. A veces se sustituye a Cristo curando al paralítico, como ejemplo del Deber de Caridad hada los enfermos, por Santa Isabel de Hungría lavando la cabeza de un tiñoso, o San Juan de Dios, llevando sobre la espalda  a un enfermo inválido.
   Estos temas se tratan ya en escenas de género, ya ilustrados con ejemplos precisos tomados de la Biblia.
   Es así como en el Hospital de la Caridad de Sevilla, Murillo simbolizó la serie de las Obras de Misericordia con las escenas siguientes:
   1. El Milagro de la multiplicación de los panes.
   2. Moisés haciendo brotar agua de la roca.
   3. La Filoxenia de Abraham.
   4. El Hijo pródigo vestido después del regreso a la casa paterna.
   5. Jesús curando al paralítico.
   6. El ángel liberando a San Pedro de la cárcel.
   7. Tobit dando sepultura a los muertos.
   4. El Paraíso y el Infierno
   Villon hace decir a su anciana madre, en una plegaria a la Virgen:
          Au moustier voy, dont suis paroissienne,
          Paradis paincts, où sont harpes et luz,
          Et un enfer où damnés sont boullus.
   (Voy a la aldea donde soy parroquiana / Paraíso pintado donde hay arpas y luz / Y un infierno donde hierven los réprobos.)
   Esta ingenua visión de una «débil y anciana» mujer es la de los imagineros de la Edad Media.
          l. El Paraíso
   El arte no diferencia el Paraíso celestial del terrenal. En la concepción primitiva, el Paraíso era un jardín, un parque real como el de los reyes persas. La palabra «paraíso» es de origen persa, y la concepción de ese lugar de delicias sólo pudo nacer en la imaginación de los orientales. Lo prueba el hecho de que la vegetación del Paraíso sugerida por el arte cristiano primitivo es un grupo de palmeras; y también porque está descrito como un lugar de refresco (locus refrigerii) regado por cuatro ríos cuyas aguas cantarinas, vivas y claras, brotan de la Fuente de Vida. El Paraíso so­ñado por hombres del Norte, más ávidos de calor que de frescura, y de sol que de sombra, habría sido en todo diferente: la adoración del agua, principio de vida, ca­racteriza a los nómadas del desierto.
   Los cristianos convirtieron el jardín de recreo de los monarcas orientales en la residencia de los bienaventurados. Los elegidos, después de los duros combates que han sostenido en la tierra contra sus perseguidores, y contra las tentaciones del diablo, encontrarán allí un bien ganado descanso. Ya no necesitan ropa, puesto que están vestidos de luz, y también a cubierto de las miserias terrenales de la enfermedad, la vejez y la muerte.
   Esta visión fue traducida o transpuesta por los miniaturistas y los pintores de los Países Bajos: en las Muy Ricas Horas del duque de Berry, en el políptico La adoración del Cordero Místico, de Jan van Eyck, en los paisajes idílicos de J. Brueghel y de Lucas Cranach. Pero la escultura monumental sustituyó la representación del Jardín del Edén por dos temas tomados, uno del Evangelio según San Lucas, y el otro del Apocalipsis de San Juan: el Seno de Abraham y la Nueva Jerusalén o Jerusalén celestial.
          El seno de Abraham
   El tema del patriarca Abraham recibiendo en su seno las almas de los elegidos, se ha tomado de la parábola del Pobre Lázaro y el rico epulón. Al principio, no tenía en su seno más que un alma, la de Lázaro; pero enseguida acogió a otras muchas, en forma de niños desnudos que los ángeles le llevan sobre Lienzos (Reims), o que se apretujan alrededor suyo (Rampillon). Puede seguirse claramente la génesis de este motivo que se introdujo en la época románica en la escultura de Occidente, comenzando por la portada de Moissac, donde la parábola del Pobre Lázaro y el rico epulón está representada en bajorrelieve. Lázaro desaparece, pero el seno de Abraham subsiste como un símbolo del Paraíso.
   Este motivo bíblico se situó en el marco de la Nueva Jerusalén evocada en el fi­nal del Apocalipsis. Es una ciudad fortificada, custodiada por ángeles cuyas cuatro torres representan simbólicamente a los cuatro evangelistas, y sus doce puertas a los doce apóstoles.
   En la entrada principal, que se asemeja a una portada de catedral, está San Pedro, portero del Paraíso. Él es quien recibe a los elegidos, al son de la música de los ángeles. Memling lo representa al pie de una escalera de cristal, dando una paternal palmada a cada uno de los recién llegados (Danzig). En un cuadro encantador del Museo de Siena, Giovanni di Paolo evoca ingenuamente la recepción de los elegidos en el Paraíso, mediante abrazos de monjes y de ángeles de la Guarda.
   Existen numerosas variantes, claro está. Una de las más curiosas se encuentra en el tímpano del Juicio Final de la iglesia de Saint Eugène, cerca de Condé en Brie (Aisne). Un serafín sostiene contra su pecho, a dos manos, el disco del sol. Un ángel corta los frutos de un árbol lleno de pájaros, a cuya sombra hay cuatro elegidos sentados en semicírculo.
   Las Catorce Beatitudes. El arte del siglo XIII no se contentó con el Jardín del Edén, el Seno de Abraham y la Nueva Jerusalén para evocar las alegrías del Paraíso. En la portada norte del crucero de la catedral de Chartres, se representó a las Beatitudes celestiales mediante catorce vírgenes que simbolizan los dones del alma y del cuerpo, de los cuales gozarán eternamente los elegidos.
   Al igual que las Virtudes, las Beatitudes se reconocen por sus blasones. Entre los dones del cuerpo, la Belleza tiene por emblema las rosas, la Agilidad a las flechas, la Fuerza un león, la Libertad dos coronas reales, la Salud peces, la Longevidad un águi­la a quien los rayos del sol devuelven una nueva juventud. Los dones del alma se caracterizan de la misma manera: la Concordia mediante palomas, el Honor por una mitra episcopal, la Seguridad mediante un castillo fortificado.
          2. El Infierno
   El Infierno está concebido como lo contrario del Paraíso. El locus refrigerii se sustituye por una hornalla encendida; el locus lucis por una sitio de tinieblas; el locus pacis por una  gehena  de tormentos eternos.
   A diferencia del Seol de los judíos y el Tártaro de los griegos, el Infierno cristiano está simbolizado por las fauces del Leviatán que forma pareja con el Seno de Abraham. Esta imagen se ha tomado del Libro de Job (41: 11-12): «...de su boca salen llamas, se escapan centellas de fuego; sale de sus narices humo, como de olla al fuego, hirviente; su aliento enciende los carbones, saltan llamas de su boca (...)». Los artistas sitúan en las fauces del monstruo erizado de colmillos agudos, un caldero hirviente donde son echados los réprobos. Las llamas eternas no consumen los cuerpos, porque de esa manera resultarían liberados de sus tormentos: tienen la virtud de la sal, que es la de conservar. Los réprobos, dicen San Marcos, serán salados por el fuego. En otras palabras, serán ahumados pero no calcinados.
   Dante, en su Divina Comedia, sustituyó las fauces del Leviatán, que los escultores representaron en los tímpanos de las catedrales, ya horizontal ya verticalmente, por un embudo dividido en numerosas plantas o círculos (bolge), que corresponden a los diferentes pecados.
   La preocupación principal de los artistas de finales de la Edad Media es la de especificar en los detalles, los pecados y sus castigos. En los siglos XII y XIII, se limitaban a caracterizar los Pecados capitales: la Avaricia y la Lujuria. La Avaricia es un hombre con una bolsa pendiente del cuello a la cual se agarra desesperada mente, la Lujuria es una mujer que amamanta serpientes, como la antigua Tellus, cuyo sexo es devorado por sapos.
         Crapauz, colevres et tortues
         Lor pendent aux mamelles nues.
  (Sapos, culebras y tortugas / Penden de sus tetas desnudas.)
   Pero ya no se limitaron más a esos dos ejemplos. Por la influencia de la visión de San Pablo y de la Divina Comedia, se esforzaron en diversificar los suplicios del Infierno según las siete clases de Pecados capitales o mortales que diferenciaban los teólogos.
   Los Juicios Finales esculpidos o pintados de la colegiata de San Vicente de Berna y de la catedral de Santa Cecilia de Albi, llevan muy lejos estas diferenciaciones: los orgullosos son atados a ruedas de molino que giran vertiginosamente, sin detenerse; los envidiosos «son hundidos hasta el ombligo en un río helado y por encima los golpea un viento muy frío»; los glotones se alimentan con el agua de un río «sucio y hediondo»; los lujuriosos son hundidos en pozos de azufre ardiente donde respiran humos mefíticos; los coléricos, los perezosos y los avaros, también tienen su castigo correspondiente.
   La misma correspondencia entre las penas del Infierno y los siete Pecados capitales está subrayada en un fresco de Juan de Borgoña que decora la sala capitular de la catedral de Toledo. Encima de los réprobos se lee: Superbia, Avaritia, Luxuria, Ira, Gula, Invidia.
   El Purgatorio, concebido como un Infierno provisional cuya población soporta los mismos tormentos que los réprobos, con la diferencia de que no están conde­nados eternamente, y porque los vivos pueden acortar sus penas mediante plegarias, misas y limosnas, se representó muy poco en la Edad Media. Apareció en el arte de la Contrarreforma, que pretendía afirmar su existencia, negada por los protestantes. Fue entonces cuando se difundieron las leyendas de san Gregorio Magno y de Santa Odila, que con sus plegarias salvaron las almas del emperador Trajano y de Ético, duque de Alsacia.
   El Purgatorio se diferencia del Infierno por la presencia de ángeles que acuden para procurar alivio a las almas privadas de la vista de Dios. La propia Virgen habría expresado su misericordia refrescando con la leche de sus senos a las sedientas almas del Purgatorio.
   C) La renovación del tema por Miguel Ángel y Tintoretto
   El fresco gigantesco, bosquejado hacia 1540 en el muro del fondo de la capilla Sixtina por Miguel Ángel, para completar las pinturas de la bóveda, señala no sólo una fecha, sino una auténtica revolución en la iconografía del Juicio Final. Los moldes tradicionales se rompieron y echaron a la basura para hacer lugar a una composición enteramente nueva.
   El ordenamiento secular de la composición en registros paralelos, que se había impuesto hasta entonces en el arte cristiano, tanto en el bizantino como en el oc­cidental, en Torcello como en Notre Dame de París, se rompió mediante un doble movimiento simétrico de elevación y descenso, como bajo la acción de bombas aspirante impelentes: ascensión de los elegidos hacia el Paraíso, caída de los réprobos hacia el Infierno. Dos racimos de cuerpos se hacen contrapeso: los unos atraí­dos hacia la altura. Los otros empujados hacia abajo. No sólo se ha sacrificado el horizontalismo al verticalismo, sino que el equilibrio estático del arte medieval resultó arrollado por el dinamismo fogoso del arte prebarroco.
   El movimiento de báscula que vincula las dos zonas, celestial y terrenal, hasta entonces separadas, no se resuelve sólo en las dos corrientes verticales, una as­cendente y otra descendente, sino que se trata de un torbellino desencadenado al­ rededor de Cristo. Se crea la impresión de un movimiento giratorio, de un remolino vertiginoso.
   Dicho dinamismo se traduce también en la actitud del personaje principal: Cristo Juez. Hasta entonces siempre se lo había representado reinando en majestad sobre un doble arco iris, sentado. Miguel Ángel lo presenta de pie, como un Dios vengador antes que justiciero, que se dispone a lanzar el rayo. Olvida bendecir a los elegidos y se vuelve contra los réprobos con gesto amenazante.
   El Cristo así concebido ya no es el del Evangelio. Desnudo y atlético, se parece a las divinidades del Olimpo, a Júpiter tonante, a Apolo que lanza sus flechas contra los hijos de Niobe. La imitación del Apolo de Belvedere resulta evidente.
   El paganismo fundamental de Miguel Ángel se expresa por numerosos indicios. Los ángeles no tienen alas, los santos carecen de nimbos. Todos están desnudos, y fueron posteriormente vestidos por los «pantaloneros» del papa. En lugar de las fauces de Leviatán, vemos la barca de Caronte, barquero del Hades, atravesando la Estigia. De pie en la proa, empuña el remo, y los réprobos aterrados retroceden hacia la popa donde Minos, juez de los Infiernos, los recuenta. Hemos sido transportados a la mitología clásica. En suma, por una paradoja que pese a todo resulta chocante, el Juicio Final pintado para la capilla de los papas del Vaticano, consagra el triunfo de la paganización del arte cristiano.
   A pesar de la frialdad de esta obra de la vejez, estaba animada por tal poder crea­dor y concordaba tan bien con las tendencias del arte barroco, que todos los Juicios Finales anteriores se vieron de pronto caducados. De la misma manera que el Apocalipsis fuera renovado por Durero, la nueva fórmula de Miguel Ángel se impuso a todos los pintores modernos. Ya se conocen las admirables variaciones  «a la flamenca» que Rubens supo conseguir en su Juicio Final pequeño y grande de la Pinacoteca de Munich.
   Después de Miguel Ángel llegó Tintoretto, que renovó el tema una vez más en una inmensa tela pintada en 1589 para la sala del Gran Consejo del Palacio de los Dux, en Venecia. Sustituyó los frisos superpuestos del arte bizantino y gótico, y el movimiento de ascenso y descenso del fresco de Miguel Ángel por un ritmo nuevo, ordenando miríadas de figuras en círculos concéntricos, quizá inspirados por los círculos del Infierno de Dante. Este ordenamiento, que en pequeña escala retomó Jean Cousin el Joven en su cuadro del Louvre, es de innegable belleza. Pero a decir verdad, el tema elegido por Tintoretto no es tanto el Juicio Final como la Beatitud eterna de los elegidos después del Juicio. El verdadero título de esta composición titánica sería La Gloria del Paraíso.
   Así, a partir de Miguel Ángel, la composición tradicional en tres o cuatro registros paralelos superpuestos, que había adoptado tanto el arte bizantino como el occidental, y que durante siglos se impuso a la imaginación de los cristianos, fue bruscamente abandonada.
   El arte barroco, imbuido de dinamismo, sustituyó  el  horizontalismo  que  confería al Juicio Final un carácter estático -a pesar de la resurrección de los muertos y de la separación de estos en dos grupos- por movimientos ascensionales o giratorios. Los muertos ascienden o descienden como los platos de una balanza, o son arras­trados por torbellinos cósmicos alrededor de Cristo Juez, que es el único punto fijo en  el móvil universo.
   Esta flamante concepción de un mundo, donde rigen las leyes de la atracción y la gravitación, no está desprovisto de grandeza, que es la de los físicos y astrónomos modernos; pero ya no la de la Biblia. Por ello, la profunda transformación de este tema por el arte italiano del Renacimiento y del Barroco no satisface al espíritu. No sólo choca contra nuestras costumbres sino que además nos parece, más o menos inconscientemente, en desacuerdo con el tema.
   Si se desea que esta evocación de Las Postrimerías de los seres humanos todavía pueda conmover las almas ¿no sería mejor mantener su carácter cristiano? (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Juicio Final", en el Retablo del Convento de San Agustín, de Martin de Vos, en la sala II, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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