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viernes, 14 de noviembre de 2025

La legendaria y desaparecida Puerta del Parque, o de la Judería

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la legendaria y desaparecida Puerta del Parque, o de la Judería, de Sevilla.
      La legendaria Puerta del Parque, o de la Judería, debía encontrarse entre la Plaza de Refinadores y el Callejón del Agua; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
     La ciudad no se explica ni se entiende sin sus mitos. Aquí jamás estuvo clara la linde entre la historia y la leyenda, entre lo real y lo imaginado. La ciudad se asienta sobre verdades que posiblemente nunca lo fueron. Quizá Sevilla no exista, que solo haya sido un sueño que alguien tuvo alguna vez.
     Sobre una ominosa necrópolis hebrea creció la onírica fronda de los majestuosos ficus cuya sombra nemorosa, proyectada desde alturas imposibles, envuelve con el halo irreal de la leyenda los jar­dines que llevan el nombre del pintor Murillo. En Sevilla, lo real, aquello que de verdad existe, debe no parecerlo si quiere cobrar verdadero aprecio entre unas gentes que han aprendido a valorar más las obras de la imaginación que las del ingenio. Por eso el valor que da el sevillano a los Jardines de Murillo; porque resultan irreales, fruto de un espejismo, una creación de la mente, empeñada en construir una ilusión donde guarecerse, huyendo del rigor insobornable de la realidad. Se dice que por entre la húmeda penumbra que aquí perpetúan los árboles que conformaron este breve y bello universo aparte, acaso porque hundan sus raíces en los negros recuerdos que guarda la lóbrega e inaccesible memoria de la tierra que los alimenta, circulan presentimientos de sangre, fantasmagóricos ecos de un ayer terrible, gritos apagados de muertos que siguen sin des­cansar aunque sus asesinos lleven siglos ardiendo en el infierno. Una vez más, la verdad y la mentira, la historia y la leyenda, vuelven a cruzarse en la ciudad, confundiéndose y confundiendo a quien trata de descifrarlas. Porque este lugar, que tan inveterado se antoja, que tan eterno e indispensable parece, no es en verdad sino una invención reciente, una brillante ocurrencia que un periodista, José Laguillo, y un arquitecto, Juan Talavera, tuvieron hace apenas un siglo. La historia real y antigua yace en cambio oculta, fuertemente aferrada por las filamentosas raíces de los irreales ficus que llenan los jardines de una sombra legendaria, confinándola con sus ígneas garras de enormes tendones en el secreto al que la ciudad condena sus verdades más incómodas. Toneladas de arena se echaron una vez sobre aquella verdad para ahogarla. Y hasta es posible que se cegase la puerta que podría haber conducido hasta ella.
     Era inevitable, necesario, imprescindible, que la muralla  de Sevilla contase entre sus puertas con un mito. Una puerta de la que solo hablase la leyenda, ese rumor llegado desde no se sabe qué con­ fin del ayer. Una puerta de la que nadie supiera nada, aunque todos creyeran saber algo. Una puerta de la que se hubiera oído hablar, mas fuera imposible saber a ciencia cierta dónde estaba. El historiador Ortiz de Zúñiga elucubra respecto a su posible existencia y nos habla de una puerta que pudo haber sido la Puerta de la Judería. Cierto es que con tal denominación, desde luego justificada, fue también conocida la Puerta de la Carne, sin embargo, Ortiz de Zúñiga juega con la hipótesis de la posible existencia de otra puerta, la verdadera y primitiva Puerta de la Judería, que, según sus cábalas, habría estado en otro lugar, más cerca, según dice, del Alcázar; puerta que en algún momento y por quién sabe qué razones habría sido cerrada y, con el tiempo, olvidada. Imposible resulta no relacionar tal elucubración con los hechos ocurridos el 6 de junio de 1394 cuando, instigada por las prédicas antisemitas del arcediano de Écija, Fernando Martínez, la población cristiana de Sevilla invadió el barrio judío, masacrando a su población y poniendo fin a la pre­sencia hebrea en la ciudad. Las víctimas de aquella matanza fueron enterradas en fosas comunes abiertas extramuros, justo en el lugar donde andando el tiempo brotaría el onírico paisaje de los Jardines de Murillo. La elección del lugar no fue casual, pues en él empe­zaba la necrópolis de la aljamía de Sevilla, la cual se prolongaba hasta el barrio de San Bernardo, según han evidenciado investiga­ciones arqueológicas. De lo que sin embargo no ha aparecido indicio alguno es de la misteriosa puerta cuya existencia sugiere Ortiz de Zúñiga. Sí, en cambio, han existido, y todavía existen, puertas en el Alcázar que dieron acceso al exterior de la ciudad, por lo que tam­bién podrían ser consideradas como puertas de esta, de las que se sabe poco y nunca aparecen referidas en el inventario de las que tuvo la antigua muralla. Una de esas puertas es la llamada del Privilegio, abierta en el lienzo de la antigua muralla almohade que Vermondo Resta transformó en la que hoy en día conocemos como Galería de Grutescos. Una muralla que separaba los jardines del Alcázar de la llamada Huerta del Retiro, también de propiedad real, pero entonces fuera del recinto palaciego. Siguiendo con los juegos espe­culativos a los que nos invita Ortiz de Zúñiga, cabría preguntarse si esta Puerta del Privilegio, o quizá el pequeño Postigo de la Traición que se abre junto a ella, podrían identificarse con la también des­conocida Puerta del Parque de la que asimismo habla el analista cuando refiere la huida de don García de Porras, el hombre a quien enviara el rey Felipe IV para someter a los revoltosos de la calle Feria que en 1652 se levantaron para protestar por la carestía del pan al grito de «Viva el Rey y muera el mal gobierno". Como quiera que los sublevados llegaron a llevar las de ganar en los primeros momentos, el tal García de Porras se vio obligado a huir de la ciudad, saliendo de ella -precisa Ortiz de Zúñiga- "por la Puerta del Parque", precisamente. Por cierto que Ortiz de Zúñiga también cuenta que don García no paró de cabalgar hasta que llegó a Carmona. Luego volvería con aviesas intenciones, además de refuerzos, para sojuzgar a sangre y fuego a los hambrientos amotinados, aunque esa es ya otra historia. La historia de siempre, en realidad. Todo eso, sin embargo, sigue sin aclararnos la posible existencia de la misteriosa Puerta de la Judería, que, en base a las elucubraciones de Ortiz de Zúñiga, no debía de pertenecer al Alcázar, por lo que obviamente ni la del Privilegio ni la de la Traición ni tampoco la desconocida del Parque podrían serlo. Probemos, pues, a seguir especulando a ver hasta dónde llegamos.
     Entre la Puerta de la Carne y el recinto del Alcázar, se abren hoy en día tres accesos al interior de la ciudad: uno en la plaza de los Refinadores, otro en la de Santa Cruz y un tercero en la de Alfaro. ¿Podría corresponderse alguno de ellos con el de la ignota puerta ? En absoluto. La realidad histórica constatada es que hasta principios del siglo XX, dichas plazas fueron una suerte de callejones sin salida, recoletas barreduelas en culo de saco por las que no se iba a ninguna parte, pues entonces aún estaban en pie los restos de la muralla que tapaban las salidas que hoy tienen hacia los Jardines de Murillo. Sin duda debieron de tener su encanto, pues a todas estas plazuelas cerradas solo era posible acceder a través de estrechas callejas. Hubo, no obstante, quien pensó que la situación de las tres mejoraría si el lienzo de muralla que las aislaba de la mitad del mundo era eliminado. Ese hombre fue el periodista José Laguillo, quien a tal fin estuvo promoviendo desde El Liberal, diario del que era director, una campaña para que la Casa Real cediera a la ciudad parte de los terrenos de la Huerta del Retiro con el fin de convertirla en unos jardines públicos. Tanto insistió que finalmente se salió con la suya. En 1911, el rey Alfonso XII cedió a los sevillanos una considerable faja de la Huerta del Retiro, donde el municipio creó lo que al principio la gente llamó "el parque chico", adoptando años más tarde su nombre actual, Jardines de Murillo, también como consecuencia de una idea del citado Laguillo. Al menos eso se atribuye él mismo en sus memorias, particularmente jugosas cuando se ocupa de este capítulo. Jugosas y reveladoras, porque su bien intencionado empeño no lo tuvo en absoluto fácil para ser llevado a cabo. Lean, lean:
     "¿No parecerá hoy inverosímil que hasta algunos propietarios de la zona misma beneficiada, los más inmediatos perceptores del ventajoso cambio, opusieran resistencia al ensanche del Barrio de Santa Cruz, y declamaran a todos los vientos que el Callejón del Agua y la Plaza de Refinadores iban a perder su encanto?
     Pues cuando ya la cesión (de los jardines) estaba hecha y el espíritu de resistencia nada podía hacer contra lo consumado, los obstructores eternos se agarraron a la espinosa cuestión del exorno de los futuros jardines y si era mejor o peor un arco para la comunicación viaria con la Plaza de Santa Cruz. Para tratar de esto, reunióse una tarde el cenáculo de técnicos en un salón alto del Círculo de Labradores, asistiendo entre otros, que recuerde, el alcalde Halcón, los señores José Gestoso, Lupiañez, Gonzalo Bilbao, Carlos Cañal, Luis Moliní, Colombí, Amores, Ayala, Parladé, Borbolla, Tomás de Ibarra y algunos expertos en materia de arte y urbanística. Recuerdo todavía con amargura las más o menos veladas alusiones que se hicieron a la campaña del diario, llegando algunos de los presentes, en son de queja, hasta (a) reprocharme nuestra aviesa confabulación contra el tesoro artístico de Sevilla, que debía ser intangible. Y yo, que era inexperto en aquellos torneos oratorios y que repugnaba, por sistema, la discusión, defendí mal mi punto de vista, que no era otro que el de embellecer el lugar, que realzar las atracciones del Barrio, todo conforme con lo que se hizo después y pareció bien a todo el mundo. ¿Es posible que, aquella tarde, hombres como Gestoso rompieran lanzas por mantener la Plaza de Refinadores como se hallaba, arrumbadero de basuras y rincón escondido sin más que dos ruines boquetes de acceso? ¿Y es creíble, como no fuese por espíritu sistemático de oposición, que se desaprobara mi idea de convertir aquel sector en verjel (sic) como están los terrenos actuales de los Jardines de Murillo?".
     Lo cierto es que, a pesar de haber perdido, como reconoce, aquella justa dialéctica, José Laguillo logró finalmente que la ciudad llevara a cabo su propuesta. Cayó la muralla que cegaba las plazas de Alfaro y Refinadores y en la de Santa Cruz se creó la calle Nicolás Antonio sobre el terreno que a tal fin cedió el propietario de la finca del número 9, abriéndose de este modo las nuevas salidas que en lo sucesivo comunicarían estas tres plazas con la nueva zona verde que estrenaba la ciudad. Una reforma en la que tendría una intervención capital un buen amigo de Laguillo, el arquitecto Juan Talavera, quien precisamente habitaba entonces la casa que hoy ocupa el tablao Los Gallos. Talavera reformó la plaza de Santa Cruz, trasladando a ella la vieja cruz de la Cerrajería, también llamada de las Sierpes, pues durante siglos estuvo en la confluencia de las dos calles así llamadas. Hace apenas poco más de una centuria que se configuró este rincón de la Sevilla eterna, donde más de uno sería capaz de imaginar deambulando a sus milenarios mitos, desde Hércules a don Juan pasando por la Susona. Nadie, sin embargo, se acuerda aquí de José Laguillo.
     En cuanto a la misteriosa Puerta de la Judería sobre cuya existencia especulaba Ortiz de Zúñiga, parece evidente que nunca existió. Aunque buscándola, hemos acabado hallando una historia olvidada, de las muchas que Sevilla guarda en su amnésica memoria (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024). 
        Es una de las puertas más misteriosas de la muralla, tanto que ni siquiera está clara su existencia. A veces se confunde en las crónicas con la de la Carne y otras con un postigo del Alcázar que no siempre se abría. El cronista Ortiz de Zúñiga es quien plantea la hipótesis de su existencia. Se sabe que la actual plaza de Santa Cruz hubo una iglesia que fue demolida durante la invasión francesa. Esa iglesia antes fue sinagoga. Cerca de ella pasa la muralla y en ese lienzo se alza la Torre del Agua. ¿Pudo haber allí una puerta? Su ubicación, si es que existió, resulta difícil averiguar. En cualquier caso, esa puerta quedó cerrada para siempre y ¿olvidada? tras la masacre de los judíos de Sevilla instigada en 1394 por las prédicas antisemitas del arcediano de Écija Fernando Martínez (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
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