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viernes, 28 de noviembre de 2025

La desaparecida Puerta del Arenal

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la desaparecida Puerta del Arenal, de Sevilla.
      La Puerta del Arenal, se encontraba en la plaza Puerta del Arenal, en su confluencia con la calle Arfe; en el Barrio del Arenal, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
     Estaba situada al final de la calle García Vinuesa -antigua calle de la Mar-, en la confluencia de las calles Harinas, Federico Sánchez Bedoya -antigua Baiona-, Castelar -anteriormente Molbiedro y de la Laguna- y Arfe -antigua calle del Pescado-.
     Este topónimo no aparece documentado en las fuentes musulmanas, aunque sí en los documentos castellanos de los siglos XIII, XIV y XV.
     Esta puerta se ha identificado con la bab al-Faray de las fuentes musulmanas.
     En cuanto al origen de este topónimo, la historiografía sevillana es unánime al relacionarlo con un arenal que mediaba entre la ciudad y el río, es decir con la existencia de una playa fluvial.
     Acerca de la primitiva estructura de la puerta islámica, tenemos una noticia que figura en los Papeles del Mayordomazgo, fechada en 1386 y que hace referencia al empleo de madera en la construcción de una torre nueva, así como a la existencia de un "alcaçarejo de ençima de la puerta del arenal". Sabemos también, gracias a otro documento de los Papeles del Mayordomazgo fechado en 1403, que estaba protegida por barbacana, a la que quizás pueda identificarse con el muro, derribado en el siglo XV, que se encontraba frente a ella y le servía de defensa.
     Por lo tanto, se trataría con toda probabilidad de una torre puerta con acceso en recodo único y protegida por barbacana.
     Por otra parte, la intervención de Hernán Ruíz en esta puerta la conocemos a través de dos referencias documentales. Por una parte, la que figura en el documento de 20 de agosto de 1560, en el que se ordena que "la puerta del Arenal se alçe porque esta muy baja y angosta".
     Por otra, la que figura en la propuesta de la Comisión nombrada por el Cabildo el 7 de febrero de 1567 como respuesta a un Memorial de Hernán Ruíz, leído ese mismo día y en el que reclamaba que se le retribuyese su actividad: "Vimos en lo que se a ocupado el maestro mayor, la razon que dio para la obra de la puerta del Arenal y todo el tiempo que duro para que se fiçiese conforme a las condiciones y trazas y muestras; del metal y fierro que en la dicha puerta se puso y lo demás que enella se trabajó". En este sentido, sabemos que en estas obras intervino como "maestro mayor de la obra de cantería" un tal Juan Cabello.
     A partir de ambas referencias, así como de los testimonios iconográ­ficos, es posible concluir que las obras consistieron en la edificación de una construcción de nueva planta, que constaría de un arco de medio punto flanqueado por dos pilastras sobre las que descansaba un entablamento cuyo frontón estaría rematado por acróteras.
     En el siglo XVIII esta puerta sería objeto de dos intervenciones que conocemos a través de la historiografía y la iconografía: en 1734 y 1757.
     La intervención de Hernán Ruíz concluiría en 1566 con la colocación de dos lápidas con inscripciones: una, en latín, en honor de Felipe II en la fachada exterior, y la otra, en castellano, en conmemoración de las obras, en la interior.
     En esta puerta se colocaron otras dos inscripciones que, a través del dibujo de Tovar y la historiografía, sabemos que se encontraban en el friso del entablamento, tanto al interior como el exterior y en letras mayúsculas.
     Sin embargo, a la hora de fecharlas nos encontramos con que existe una contradicción entre iconografía e historiografía, puesto que el dibujo de Tovar lo hace en 1734, mientras que González de León en 1757. Ahora bien, el hecho de que no aparezcan recogidas en la primera edición de los Anales de Ortiz de  Zúñiga y sí en la ilustrada y corregida por Espinosa y Cárcel, podría indicamos que ambas inscripciones habrían sido colocadas en alguna de las restauraciones a las que esta puerta fue sometida en el siglo XVIII. Ahora bien, no debe descartar la posibilidad de que la exterior hubiese sido colocada en 1566, como ya observó S. Montoto.
     No he localizado noticia alguna de las inscripciones, por lo que debieron desaparecer cuando en el mes de junio de 1864 se concluyó el derribo de la puerta.
     Además, la puerta del Arenal figura también, en el documento de 1560, en la relación de aquéllas a las que Hernán Ruíz debía decorar con escudos en piedra con las armas de la Ciudad y las reales. En este sentido, sabemos, puesto que así nos lo dice Amador de los Ríos, que esta puerta estaba deco­rada con ambos escudos, a los que quizá se refieran Ortiz de Zúñiga, González de León y Álvarez-Benavides, cuando, al describir la puerta, nos dicen que estaba adornada con escudos, si bien no nos dan más detalles acerca de su tipología.
     Por lo tanto, cabría la posibilidad de que uno de los tres escudos de piedra esculpidos con las armas de la Ciudad conservados en los fondos del Museo Arqueológico Provincial corresponda al que decoraba esta puerta.
     En lo que a otros elementos decorativos se refiere, sabemos  que diversas esculturas adornaban la puerta, puesto que así lo dice la historiografía, aunque no nos proporciona detalle alguno. En este sentido, en el dibujo de Tovar figuran dos efigies de la Abundancia que descansan sobre el frontón y una de San Femando flanqueado por dos heraldos en el tímpano (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).
     Tres peroles marcan sobre el plano de la ciudad los vértices de un triángulo invisible y, por tanto, mágico, en cuyo inte­rior se contenía una Sevilla empeñada en desbordar todos los demás límites, empezando por los de la moral y orden. En uno de los hirvientes ángulos de ese mundo aparte estuvo la Puerta del Arenal.
     El gran arquitecto del universo encendió tres lumbres en tres esquinas de la ciudad para marcar el recinto donde habrían de unirse, en una extraña amalgama de fronteras, el principio y el fin; lo eterno y lo mutable; lo imprescindible y lo superfluo; lo inmensa­mente valioso y lo que no vale nada; la inteligencia y la estupidez; el bien y el mal... Fue aquí precisamente donde aconteció la paradoja de este génesis apocalíptico cuyo epílogo también hemos venido a escribir a este lugar.
     Los fuegos que todavía hacen hervir los peroles de las freidurías de El Arenal y La Isla formaban, junto con el que hubo en el ya desaparecido puesto de calentitos del Postigo, un perfecto y enigmático triángulo equilátero. Si un diablo cojuelo nos llevara una noche a volar por encima de las azoteas, comprobaríamos que entre cada uno de ellos existe la misma distancia. No puede ser una casualidad. Algo parecido a la Ley de la Gravitación Universal parecía disponer hasta hace poco que las presas de pescada de La Isla flotaran sobre el abrasador aceite de los girasoles de la Bética, manteniendo una equidistancia perfecta con respecto a los calentitos de papa que hervían en el Postigo y el adobo que se doraba en El Arenal. La freiduría de La Isla está en la esquina de García de Vinuesa con Cristóbal de Castillejo, donde no hubo ninguna puerta de ninguna muralla; sin embargo, en este discreto rincón de la ciudad, donde aún existe un templo erigido en honor del moyatoso dios Baco (como se puede perfectamente considerar la tasca de Morales), vienen a confluir las fuerzas de los dos vectores que históricamente han gobernado la evolución de los acontecimientos en Sevilla: la autocomplacencia y la autodestrucción. Aunque aparentemente incompatibles, prima hermana la una de la otra. A la misma distancia de La Isla están la esquina donde estuvo la Puerta del Arenal y el lugar donde permanece en estado más o menos original una de las pocas que logro sobrevivir: el Postigo, precisamente, del Aceite. 
     Al barrio del Arenal daban tres puertas de la cerca, que en esa zona no solo defendía de los posibles ataques de algún enemigo, sino también de las crecidas del río, que solían ser frecuentes y no pocas veces mortíferas. La principal de esas puertas se hallaba al final de la calle hoy llamada García de Vinuesa, precisamente en honor del alcalde que mandó derribarla. No obstante, y siendo jus­tos, ha de decirse que don Juan José García de Vinuesa seguramente mereció tal reconocimiento. Fue, ante todo, una buena persona y un hombre inquieto que pretendió modernizar la ciudad y mejorar sus condiciones de vida, si bien no todas sus decisiones resultaron afortunadas. Después de haber ocupado el cargo de alcalde corregidor durante una primera etapa, volvió a ser designado como tal el 28 de junio de 1865. Un hecho que demuestra el reconocimiento y aprecio que tenía entre la corporación, algo que, además de su labor, generaban gestos como el que protagonizó al comienzo de este segundo mandato, cediendo a las personas necesitadas los veinticuatro mil reales anuales que le correspondían como salario. García de Vinuesa era, pues, un hombre querido por los sevillanos, que lloraron su muerte cuando, apenas unos meses después de haber vuelto a asumir la alcaldía, el 26 de octubre falleció víctima de la epidemia de cólera morbo que unas semanas antes se había declarado en Sevilla. Como homenaje póstumo a su memoria, el Ayuntamiento decidió rotular con sus apellidos la calle donde vivía, hasta entonces llamada de la Mar, al fondo de la cual estaba precisamente la Puerta del Arenal.
     En el azote recurrente de ese tipo de epidemias infecciosas que asolaban a la población, causando mortíferos estragos, se halla pre­cisamente una de las razones que llevaron a tomar la decisión de emprender las reformas urbanísticas que condujeron a la desaparición de las puertas y murallas de Sevilla. Las teorías "higienistas", surgidas en la época abogaban por despejar las ciudades, abrirlas al viento y la luz, dificultando así el trabajo a los agentes infecciosos, evidentemente, además de que ello era necesario contar con un buen sistema de alcantarillado para la evacuación de las aguas residuales y calles convenientemente pavimentadas, donde no se acumula­ran el polvo, el barro y la suciedad, cosas de las que Sevilla carecía en gran medida incluso a principios del siglo XX. Ello tuvo como consecuencia la puesta en marcha de drásticas reformas urbanas, aunque estas no siempre fueron afortunadas ni útiles para el pro­pósito que se buscaba, siendo el derribo de las puertas el ejemplo más claro de ello.
     Lamentarse por tan desafortunadas decisiones siglo y medio largo después no tiene mucho sentido. Ha pasado mucho tiempo, desde luego el suficiente para que casi nadie sepa decir hoy dónde pudo estar exactamente la Puerta del Arenal; y eso en el caso de los pocos que saben que existió. Incluso los últimos que alcanza­ron a verla antes de que cayese demolida lo que conocieron fue un arco embutido entre los dos edificios colindantes que difícilmente se podría identificar con la puerta de una muralla. Hoy, la Puerta del Arenal, como ha pasado con otras muchas, se reduce, simple­mente, a un nombre que señala un lugar: la esquina de la freiduría. Que tampoco está mal desde el punto de vista literario, pues algo de aquel pasado cervantino de pícaros, buscavidas, cortabolsas y rameras permanece literariamente en este enclave del barrio gracias a los vahos desprendidos por los peroles donde se aderezan las presas de pescado en cumplimiento de su litúrgica función. O en el letrero de la cercana «Carnecería" -como a la antigua usanza permanece escrito en su artístico y barroco frontal- del Reloj. Se nota, en fin, que la Santa Caridad coge de aquí a solo un tiro de piedra. Vamos, que se tarda en llegar un suspiro. El último, por descontado.
     En la zona llegó a existir hasta un peculiar "Barrio Rojo", como podríamos llamar al de la Laguna (no confundir con la Alameda de Hércules, que también se llamó así), que estaba en lo que hoy es la cercana plaza de Molviedro, donde abundaron las casas de citas. Se trataba de una especie de gueto dedicado a la prostitución que incluso contó con la aprobación, al menos tácita, de la Iglesia de la época, la cual según parece, también extraía de él beneficios, pues poseía casas donde se ejercía el oficio más antiguo del mundo por las que cobraba las correspondientes rentas.
     A todo esto, todavía no hemos dicho cómo era la Puerta del Arenal. Según refieren los viejos cronistas, que en virtud de la reforma que en 1566 transformó las trazas originales dadas por los almohades a todas las puertas, la del Arenal adquirió un porte grandioso, dotada de un alto frontispicio y adornada con labores, estatuas y escudos. Del año de su reforma, quedó una lápida colocada en su lado interior que rezaba así: «Siendo Asistente de esta Ciudad el muy ilustre señor Don Francisco de Castilla, del Concejo de su Magestad (sic), mandaron hacer esta obra los muy ilustres señores Sevilla (sic) con su aquerdo (sic) y parecer, siendo obrero mayor Juan Díaz Jurado y fiel executor. Acabase 1566".
     También por la parte de dentro, en el friso de la cornisa, la puerta tenía grabada la frase de Salustio: Cura Rerum Publicarum, que se puso a modo de amonestación a los gobernantes locales y cuya traducción es: «Preocúpate de los asuntos públicos", amonestación que hoy en día sigue siendo más que válida. Bajo ella se dataría más tarde la fecha de una reforma posterior, acometida en 1757. Por la parte de fuera, en la misma cornisa de la puerta podía leerse S.P.Q.H. (Senatus Populusque Hispalense) y una inscripción en homenaje al rey Felipe II. Contaba la Puerta del Arenal bajo su arco con un altar donde se veneraba a la Pura Concepción, San José y San Antonio, habiendo otro por el lado exterior dedicado a la Virgen de la Encarnación. A pesar de tan devotas presencias, la Puerta del Arenal era, eso cuentan, la más utilizada por los miembros de la sociedad de la Garduña, una suerte de mafia local que operó en Sevilla durante los siglos en que esta disfrutó de su mayor esplendor. La Garduña se organizaba al modo siciliano, y en ella posiblemente halló Cervantes la inspiración para su patio de Monipodio. Un tal Pedro Vencejo, sin duda un pájaro de bastante más cuenta y peor agüero que el de su apellido, fue el particular Vito Corleone de la Cosa Nostra del Arenal.
     El último gran maestre (que tal era el pomposo cargo con el que se denominaba al jerifalte de los facinerosos) de la Garduña se llamó Francisco Cortina, nada que ver con el prócer que da nom­bre a la costanilla de Entrecárceles, aunque acabara en una de ellas. Otro, por cierto, con apellido a propósito, pues con él se echó el telón a la sórdida historia de esta camorra hispalense el año de 1821 cuando fue ahorcado junto a quince de sus secuaces. Así de expe­ditivamente se acabó con la mafia sevillana. Si bien, habría que precisar que con "aquella mafia", pues otras está claro que siguieron operando, algunas de las cuales hasta pudieron tomar parte en algo de lo que en estas páginas nos ocupa: el derribo de las puertas y murallas.
     No es la de esta puerta la única pérdida irreparable que algunas generaciones de sevillanos lloran en este enclave. En realidad, por la puerta concretamente no queda ya nadie capaz de derramar unas lágrimas, pues de su rastro no queda ya ni el polvo. En cambio, sí hay todavía muchos que se acuerdan de las tabernas perdidas, de aquella Ruta del Estudiante que estaba en la esquina de la calle Harinas, cuando en la calle Harinas estaba aún la sede oficial del Sevilla Fútbol Club y, unos metros más allá, la de Fuerza Nueva. Una coincidencia a la que entonces nadie daba más importancia pero que en estos últimos años llamó más la atención a la vista del curso seguido por los acontecimientos y la trayectoria de según qué personas, con claro protagonismo en ambas entidades.
     La Puerta del Arenal, que entonces casi nadie llamaba así -todo era ya solo y nada más que el Arenal-, daba por aquellos años a un dionisíaco distrito donde los jóvenes de la época se estrenaban en casi todo: en la vida, en la libertad, en el amor. Siempre pasándolo todo por el tamiz etílico de una bebida iniciática denominada Postura que vendía a la vuelta de la esquina un tabernero, cómo no, de Manzanilla.
     Brillando al fondo las luces rituales de sus respectivos fogones, aquí viene a desembocar la calle que antes se llamó de la Mar, que es el morir. Por eso aquí se cierra el triángulo dentro del cual se guarda aquello que la ciudad supo proteger y el recuerdo de lo que destruyó. Esas dos Sevillas capaces de helarnos el corazón siguen de algún modo vigentes en medio de las llamas que fríen redondas presas de pescada, aunque no ya en las que doraban las ruedas de calentitos, metáforas, en cualquier caso, todas ellas de las vueltas que aquí da la vida para acabar acaso dejándonos siempre en el mismo sitio. En la misma esquina de ninguna parte (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024). 
        Se hallaba al final de la actual calle García de Vinuesa, en su confluencia con Arfe. Fue renovada en 1566. Construida en orden rústico, contaba con un alto frontispicio adornado con estatuas y escudos. En la fachada interior tenía una inscripción en el friso de su cornisamiento donde podía leerse CVRA RERVM PVBLICARVM. Y en el exterior tenía la inscripción S.P.Q.H. y una placa que rezaba así: 'Philippo II Hispaniarvm Regi Filio Qve Divi Ca­roli V Imperatori'. Fue mandada a construir por el asistente Francisco de Castilla, actuando como obrero mayor Juan Díaz Jurado. Su demolición, acometida en 1864, había sido solicitada tres años antes por una comisión de vecinos y fue aprobada por el alcalde de la ciudad Juan José García de Vinuesa, cuyo nombre se daría a la antigua Calle de la Mar, donde vivió y murió, fatalidad ocurrida en 1865 a consecuencia de la epidemia de cólera morbo que se había declarado en la ciudad. García de Vinuesa acababa de iniciar su segundo mandato y su primera decisión había sido destinar íntegramente su salario a los más necesitados. Fue un hombre apreciado por sus conciudadanos que pretendió mejorar las condiciones de vida de estos y moderni­zar la ciudad, aunque no todas sus decisiones resultaron afortunadas (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
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