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lunes, 17 de noviembre de 2025

La pintura "Santa Isabel de Hungría", de Virgilio Mattoni, en el Retablo de San Francisco de Asís, de la Iglesia del Convento de los Capuchinos

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Isabel de Hungría", de Virgilio Mattoni, en el Retablo de San Francisco de Asís, de la Iglesia del Convento de los Capuchinos, de Sevilla.  
     Hoy, 17 de noviembre, Memoria de Santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad (1231) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     El Convento de Capuchinos (Iglesia de la Divina Pastora), se encuentra en la calle Ronda de Capuchinos, 1; en el Barrio de la Cruz Roja-Capuchinos, del Distrito Macarena.
     En la nave del evangelio de la Iglesia del Convento de Capuchinos podemos contemplar el Retablo de San Francisco de Asís, al que pertenece la pintura de Santa Isabel de Hungría, un óleo sobre madera, realizado en 1895 en estilo ecléctico por Virgilio Mattoni, con unas medidas de 1,42 x 0,44 mts.
      Se representa a la santa de pie, como princesa, en el interior de una estancia con rica solería, abriéndose al fondo un balcón o ventana por donde se aprecia los volúmenes de una ciudad. Viste túnica y manto ricamente decorados con rosas y piedras preciosas. Su cabeza aparece cubierta y ceñida en ella la corona de espinas. Tras la cabeza, nimbo dorado. Entre sus manos, la corona real, y a sus pies, una palma con dos coronas insertas y una filacteria con el nombre de la santa. Las tres coronas simbolizan su nacimiento real, su austera piedad y su continencia en el matrimonio.
     Las pinturas de Mattoni estaban ubicadas en un antiguo retablo gótico que se destruyó y en 1992 se incorporaron a uno nuevo de estilo neobarroco. En ese proceso fueron readaptadas a un medio punto.
     Según Gestoso, Mattoni imita en esta pintura las del siglo XV (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Isabel de Hungría;
HISTORIA Y LEYENDA

     Hija del rey Andrés II de Hungría, nació en 1207 en Presburgo.
     A los cuatro años fue prometida en matrimonio al hijo del margrave Hermann de Turingia, y fue criada con él en el castillo de Wartburg, cerca de Eisenach. Se casaron a los catorce años, en 1221.
     Ganada por su confesor para el ideal de vida ascética de san Francisco de Asís, hizo construir un hospital al pie del monte Wartburg, y se consagró a los pobres, enfermos  y leprosos que curó con sus propias manos.
     Su esposo murió en 1227, en Otrante, cuando se disponía a embarcar para la cruzada. Viuda a los veinte años, aunque no fue expulsada por su cuñado, se retiró voluntariamente en Marburgo, Hesse, donde tomó el hábito de la tercera orden de san Francisco, y prosiguió su labor y prácticas de austeridad hasta agotar completamente sus fuerzas. Murió en 1231, con solo veinticuatro años de edad.
     Sobre ese cañamazo, la imaginación de los hagiógrafos y la devoción popular bordaron numerosas leyendas, las más populares de las cuales son el milagro de las rosas y el de la sustitución de un leproso por  Cristo.
     Por caridad, Isabel había sustraído alimentos de la cocina del landgrave, para entregarlos a los pobres. Sorprendida por su cuñado, quien le preguntó qué era lo que llevaba en el delantal, Isabel respondió: «Rosas para tejerme una corona.» Y en efecto, los alimentos se habían transformado en rosas rojas y blancas.
     Cuando había acostado a un leproso en el lecho conyugal,  el landgrave disgustado elevó bruscamente la manta.  «Pero en el mismo momento, el Todopoderoso le abrió los ojos del alma (interiores oculos) y en lugar del leproso, vio acostado en su lecho a Jesús crucificado.» Esta iluminación de la fe fue groseramente convertida en visión material por los hagiógrafos, que tomaron el relato de Dietrich de Apolda de manera literal.
CULTO
     Canonizada en Perusa en 1235, apenas cuatro años después de su muerte, la santa fue inhumada en 1236, en la iglesia de Marburgo, puesta bajo su advocación.
     En 1236 los cistercienses introdujeron su fiesta en el calendario de la orden, y los dominicos en 1244. Pero el culto de la santa fue difundido sobre todo por los franciscanos y los caballeros de la orden Teutónica.
     La santa resultó anexada por los alemanes que la llamaban gloria Teutoniae, pero también la reivindica su patria húngara. Por ello el culto de santa Isabel de Hungría tiene dos centros de irradiación, Kassa, en Hungría  y Marburgo, en Alemania.
     En este último país se la veneraba no sólo en Marburgo, sino en Eisenach, Turin­gia, y en la iglesia de los Caballeros Teutones de Sachsenhausen, frente a Frankfurt del Maine. Había hospitales dedicados a ella en Brunswick y Lübeck. Su cabeza fue donada en 1617 a la colegiata de Santa Gúdula de Bruselas por la archiduquesa Isabel, que la había adquirido en 1614 por devoción a su patrona, después del saqueo del hospital de Marburgo, durante las gue­rras religiosas.
     Santa Isabel era la patrona de los hospitales en Bélgica, al igual que en el nor­te de Francia (Lille, Valenciennes), y en especial, la de los tiñosos.
ICONOGRAFÍA

   Está representada ya como princesa, ya como terciaria franciscana.
   En el primer caso lleva una corona sobre la cabeza y en las manos un libro sobre el cual hay dos coronas apoyadas, que simbolizan su nacimiento real, su austera piedad y su continencia en el matrimonio. A veces, en la mano derecha presenta una maqueta de su iglesia de Marburgo. Con frecuencia muestra rosas en un pliegue de su túnica.
   Cuando está vestida de franciscana, los atributos habituales de su caridad son un pan o un pez y un cántaro de estaño que emplea para dar de beber a los pobres. 
     A sus pies hay un mendigo, tiñoso o leproso, acuclillado, a quien ella cura sin disgusto, o a quien da de beber, salvo que esté entregándole una prenda de vestir o una moneda.
   Su iconografía suele confundirse con la consumación de las Obras de Misericordia.
   El Milagro de las rosas no apareció en el arte antes del siglo XIV. Se trata de un tópico hagiográfico que reaparece en las leyendas de santa Isabel de Portugal y de santa Rosa de Viterbo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Virgilio Mattoni, autor de la obra reseñada;
     Virgilio Mattoni de la Fuente (Sevilla, 30 de enero de 1842 – 22 de enero de 1923). Pintor, profesor y académico de Bellas Artes.
     Oriundo de una familia de ascendencia ítalo-suiza establecida de antaño en Sevilla, se formó en la Escuela Provincial de Bellas Artes de la capital hispalense entre 1856 y 1868. Allí, tuvo como maestros, entre otros, a Eduardo Cano y a Joaquín Domínguez Bécquer, con quienes aprendió especialmente Dibujo, Colorido y Composición.
     Con algo más de veinte años, había copiado algunos frescos del Monasterio de San Isidoro del Campo, inicio de su interés por el arte del pasado, acrecentado más tarde.
     En 1870, tenía estudio propio en las inmediaciones del Alcázar hispalense, y dos años después realizó un trascendental viaje a Roma. Allí, además de estudiar materias de dibujo en la Academia Francesa, entró en contacto con el ambiente creado por el pintor Mariano Fortuny y asimiló su estilo preciosista, que trajo a Sevilla a su regreso en 1874 cuando murió el pintor catalán.
     Abrió nuevo estudio en el Patio de Banderas, del barrio de Santa Cruz, y se interesó por la erudición artística a través de concienzudos estudios de Arqueología e Historia del Arte. Ello se tradujo en una verdadera admiración por el mundo clásico, antiguo y medieval, que llevó a su pintura en forma de tablas neogóticas o neobizantinas a las que aplicaba una técnica de repujado minuciosa, muy prolija y harto efectista, como si de piezas de orfebrería se tratasen. Ello no fue óbice para que, con el tiempo, llegase a ser un genuino pintor de su tierra, enalteciendo en especial los valores de Sevilla dentro de la tendencia regionalista de entresiglos.
     Además del retrato, también se interesó por la pintura religiosa, dada su sensibilidad cuasi seráfica, imbricando poesía y pintura como partes de un todo.
     No estuvo ajeno a determinadas tendencias estéticas finiseculares y novecentistas.
    En 1879 obtuvo Medalla de Plata en la Exposición Regional gaditana con dos cuadros, uno de asunto histórico y otro costumbrista, que dicen bien de su inicial eclecticismo temático, actitud artística que habitualmente practicó, pero que no ensombrece una obra de gran personalidad.
     Fue propuesto en 1881 para 2.ª Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, por su obra titulada Las termas de Caracalla.
     En 1886 fue elegido académico correspondiente de la Real de San Fernando de Madrid y miembro de la Comisión de Monumentos. Al año siguiente, numerario de la de Santa Isabel, de Sevilla, en la plaza número 24 dejada por el pintor José Jiménez Aranda.
     Este mismo año, logró Medalla de 2.ª Clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su cuadro Las postrimerías de san Fernando.
     Ejerció la docencia en la Escuela de Bellas Artes, primero como ayudante numerario de Dibujo Artístico desde 1892 y, más tarde, como encargado de las cátedras de Aplicaciones del Dibujo Artístico a las Artes Decorativas, en 1900; de Composición Decorativa, cuatro años después, así como de Estudio de las Formas de la Naturaleza y del Arte, en 1906. También estuvo a cargo de la secretaría y la dirección de la Escuela Provincial de Bellas Artes (1896) y de la de Artes, Industrias y Bellas Artes (1917). En ambos centros, llevó a cabo un importante magisterio sobre diversos artistas andaluces de la generación de entresiglos.
     Su pintura finisecular se decanta por el cultivo de diversos géneros y una técnica cada vez más remozada a base de una paleta suelta y valiente de corte preimpresionista, que enlaza con la tradición fortuniana aprendida en Roma.
     Iniciado el nuevo siglo, el pintor acusó el influjo de nuevas formas de expresión, sintetizando o alternando, según los casos, diversas tendencias estéticas y los más variados lenguajes plásticos al uso. Tal vez el más caracterizado sea el Simbolismo, al que Mattoni dio singularidad en la escuela sevillana en sus dos vertientes, sagrada y profana. También practicó una variante del mismo, el llamado Estilo 1900. Sin embargo, se detuvo ante el Modernismo, al que considera como “frío cálculo y sistemático escepticismo”.
     Mattoni, cuya creación artística es la síntesis entre arte y literatura, siempre en el marco de la historia, fue artista de vasta cultura, espíritu refinado y acendrada religiosidad, pequeño de cuerpo pero grande de corazón. Hizo gala de buena pluma como escritor y poeta, que le llevó a componer libros, o parte de ellos, artículos en revistas y en prensa y poesías, la mayoría de estos trabajos inéditos, en los que domina, ora el rigor histórico y arqueológico, ora un lirismo de fina sensibilidad seráfica (Gerardo Pérez Calero, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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