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martes, 13 de diciembre de 2022

La pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", de Francisco Varela, en los almacenes del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", de Francisco Varela, en los almacenes del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     Hoy, 13 de diciembre, Memoria de Santa Lucía, virgen y mártir, la cual, mientras vivió, conservó encendida la lámpara esperando al Esposo, y llevada al martirio en Siracusa, ciudad de Sicilia, en Italia, mereció entrar con Él a las bodas y poseer la luz indefectible (303/304) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", de Francisco Varela, en los almacenes del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
      En los almacenes del Museo de Bellas Artes se encuentra la pintura "Santa Catalina de Siena y Santa Lucía", obra de Francisco Varela (h. 1580-1645), siendo un óleo sobre tabla en estilo barroco, pintado hacia 1638, con unas medidas de 31 x 62,5 cms., procedente del Convento de la Pasión, tras la desamortización.
      En esta tabla, de un fondo oscuro emergen, de medio cuerpo, las figuras de dos santas: Santa Catalina de Siena y Santa Lucía. Ambas están iluminadas por un foco de luz tenue que surge desde la izquierda de la composición, haciendo reconocibles sus volúmenes. Santa Catalina de Siena aparece vestida con sus hábitos de monja, y sosteniendo un sencillo crucifijo junto a unas azucenas, símbolo de su pureza. Santa Lucía, vestida con una túnica rosa y un manto azul, nos muestra con ambas manos un platillo con dos ojos, atributo de su martirio, mientras con su brazo izquierdo sostiene la palma martirial (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
      Poco conocido en el panorama de la pintura sevillana del primer tercio del siglo XVII es Francisco Varela, de quien se desconoce su fecha de nacimiento que debió de acontecer entre 1580 y 1585. Tampoco se poseen referencias sobre su proceso de aprendizaje, ignorándose quien pudo ser su maestro. Sus primeras referencias documentales aparecen en 1605 en Sevilla cuando ya contaba con taller propio, pudiéndose constatar que en adelante desplegó una intensa actividad pictórica que le convirtió en uno de los más relevantes artistas de la ciudad. Su muerte acaeció en 1645.
      Muy escasa es la obra conservada de Varela, lo que impide el conocimiento de su evolución estilística. En él puede deducirse una formación manierista desde la que fue orientándose progresivamente hacia la práctica del naturalismo, preparando el ambiente que a partir de 1625 servirá a Zurbarán para convertirse en el primer pintor de la ciudad.
      Las obras de Varela que posee el Museo de Bellas Artes de Sevilla no son de grandes dimensiones; proceden de un pequeño retablo pintado para la iglesia del convento de la Pasión de Sevilla que fue requisado en 1868. Fue realizado este retablo en la madurez de este artista, pudiéndose fechar por ello en torno a 1640. Sabemos que el retablo tenía en su centro una escultura de San Juan Evangelista que estaba acompañada por cuatro pinturas de Francisco Varela. En el banco del retablo figuraban dos representaciones de santas emparejadas; en la tabla izquierda figuraban Santa Catalina de Siena con Santa Lucía y en la derecha Santa Catalina de Alejandría con Santa Teresa de Jesús. En el cuerpo del retablo figuraban dos santos de figura entera disponiéndose San Cristóbal a la izquierda y San Agustín a la derecha.
      Son, por lo tanto, estas cuatro tablas las que actualmente forman el acervo pictórico de Varela en el Museo de Sevilla. De haberse conservado la escultura de San Juan hubiera sido posible en nuestros días la reconstrucción íntegra del retablo (Enrique Valdivieso González, La pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Lucía, virgen y mártir;
   Virgen de Siracusa que habría sido martirizada en 304, en tiempos de Diocleciano.
   Según la leyenda, con su madre Eutiquia emprendió una peregrinación a Catania, a la tumba de santa Águeda. Después de la curación de su madre, Lucía distribuyó toda su fortuna entre los pobres.
   Denunciada como cristiana por su novio pagano, el cónsul Pascasio, fue condenada a permanecer en el prostíbulo (ad leones), pero un potente tiro de cuatro bueyes no consiguió hacerla avanzar ni un paso hacia allí. Es lo que evoca un himno donde se califica a la santa  de  «columna inamovible».
   Columna es immobilis, 
   Lucia sponsa Christi.
   El cónsul pidió ayuda a los magos. Lucía fue asperjada con orina hirviente que se consideraba apta para destruir los maleficios. Los verdugos le echaron plomo fundido en las orejas, le arrancaron los dientes y los pechos. Se levantó una hoguera a su alrededor; pero las llamas la respetaron, y para acabar con ella debieron cortarle el cuello.
   Según otra versión, ella misma se habría arrancado los ojos y los habría enviado a su novio sobre una bandeja; pero la Santísima Virgen le habría hecho nacer otros ojos aún más bellos (occhi belli, lucenti).
   Esta leyenda se apoya en la etimología popular de su nombre, Lucia, cuya raíz está vinculada con la palabra luz (lux) (Lucia a luce, Lucia quasi lucis via).
   Los dos ojos que le servían de atributo no eran los suyos, sino, por decirlo así, eran armas parlantes. Se trata de un despropósito iconográfico que ha engendrado la leyenda de los ojos arrancados.
CULTO
   Desde Siracusa, Sicilia, cuya catedral está puesta bajo su advocación, el culto de la santa se difundió en todo el territorio italiano: Nápoles, Roma, Milán y hasta Venecia.
   En Nápoles, donde cuatro iglesias están puestas bajo su advocación, es casi tan popular como san Jenaro. El nombre de santa Lucía suena constantemente en las barcarolas napolitanas. Las iglesias de Santa Lucía del Mare, y Santa Lucía del Monte pretenden  poseer, cada una, uno de los dientes de la santa, la catedral de Milán su cabellera, la iglesia de Santa Lucía de Padua un  trozo de una costilla y un mechón de pelo... pretensiones irreconciliables con la de los venecianos que creen poseer el cuerpo íntegro de la santa siciliana.
   Francia no fue menos devota a santa Lucía. En la abadía de Saint Riquier cerca de Abbeville, se veneraban sus reliquias.
   Pero el centro principal del culto de la santa era la abadía de Saint Vincent, en Metz, que se jactaba de haber recibido el cuerpo de la santa en el año 970. Desde Metz, el culto de santa Lucía se difundió en la Alemania renana, donde desplazó al culto de su competidora alsaciana, santa Odila. Teodorico, obispo de Metz, cedió el brazo de la santa a la catedral de Espira.
   Amberes, en Flandes, recibió del papa Chigi (Alejandro  VII), un fragmento de su mandíbula. En España, el culto de la santa está probado en la ciudad de Sevilla.­
   La razón principal de la popularidad de santa Lucía es que se la considera curadora de las enfermedades oculares, las oftalmias y  la ceguera .
   En Suecia, el día de su fiesta (13 de diciembre), una joven casadera entra en cada casa con una corona de cirios encendidos en la cabeza, símbolo del fin de los días oscuros y del próximo retorno de la claridad.
   En cambio en Sicilia es invocada por las mujeres que desean que sus maridos se vuelvan ciegos con el objeto de poder engañarlos con más facilidad. Como muchas santas, Lucía ha heredado facultades de divinidades paganas. 
   En Alemania ha suplantado a la diosa germánica Berchta, la brillante, llamada la hilandera. De ahí que se convirtiera  en patrona de los tejedores.
ICONOGRAFÍA 
   Sus atributos más frecuentes son dos ojos que suele presentar sobre una bandeja o en el fondo de una copa. No obstante, a veces lleva sus ojos en la palma de la mano, como flores, en el extremo de un tallo, en la punta de un puñal o clavados en un pincho. En un cuadro de Baroccio (Louvre) un ángel es quien sostiene la bandeja con los ojos. Sean cuales fueren estas variantes, todas ellas significan que se la invoca para las enfermedades oculares.
   Este atributo puede hacer que se la confunda con la alsaciana santa Odila, si ésta última no presentase su par de ojos sobre la placa de encuadernación de un libro.
   La santa pisotea un buey, alusión a los bueyes que no pudieron arrastrarla hasta el prostíbulo.
   Además, se la reconoce por la espada o un puñal que le atraviesa la garganta, instrumentos de su martirio. De la herida de su cuello irradian rayos de luz. Las llamas de sus pies, la lámpara encendida o el cirio que lleva en la mano, deben interpretarse como armas parlantes, al igual que el fondo estrellado sobre el cual se destaca (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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