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domingo, 11 de diciembre de 2022

Los principales monumentos (Iglesias de Ntra. Sra. del Rosario, y parroquial de San Francisco de Asís; y Torres), en las Playas de Matalascañas, de la localidad de Almonte (y IV), en la provincia de Huelva

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte la provincia de Huelva, déjame ExplicArte los principales monumentos (Iglesias de Nuestra Señora del Rosario, y parroquial de San Francisco de Asís; y Torres), en las Playas de Matalascañas, de la localidad de Almonte (y IV), en la provincia de Huelva.
     Tras la reconquista del espacio suroccidental de la península, el litoral almonteño recibió el nombre de Playas de Castilla, pues, a través de sus arenas, Castilla se abría al mar. Matalascañas presenta un armonioso conjunto de chalets o viviendas unifamiliares, bloques de apartamentos y hoteles, con pequeñas zonas de jardines,  y un gran paseo  marítimo. Llama  la atención la conjugación de modelos de arquitectura vanguardista, con las construcciones de referencias popula­res del barroco andaluz (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
     El espacio urbanizado de Matalascañas ocupa una longitud de 4,5 km y una anchura de 1 km y está flan­queado por dos largos tramos de playa que miden 40 km en total. Desde el límite urbano hasta la desembocadura del Guadalquivir hay 26 km de playa. Playa libre hasta ahora de conjuras inmobiliarias y contaminaciones urbanas, que forma parte del territorio protegido de Doñana. Tres torres vigías se encargan de preservar la virginidad de la arena: Carbonero, Zalabar y San Jacinto. También hay otra torre, ésta situada en el núcleo urbano de Matalascañas, que recibe el nombre de la Higuera y, como las demás, forma parte del sistema defensivo levantado a finales del siglo XVI. Recientemente construida, sin embargo, es la torre Almenara, que acoge el Centro de Interpretación del Litoral y permite conocer los valores naturales de la costa de Doñana.
     Visita obligada para el viajero que se encuentra en Matalascañas es el Parque Dunar, un conjunto de dunas, playas y acantilados forma este enclave natural de gran riqueza ecológica que puede ser considerado como un paisaje de transición entre la tierra y el mar. Pinos, retamas y enebros se encargan de fijar al territorio las llamadas dunas fósiles, que, frente a las móviles que pueblan la costa de Doñana, se caracterizan por no poder desplazarse con la ayuda del viento. Varios senderos señalizados permiten explorar las 14.000 ha del parque y dos altos miradores invitan a deleitarse en el paisaje de dunas y en las aguas del mar.
     Dentro del Parque Dunar se levanta el Museo del Mundo Marino, centro que explora los ecosistemas que forman el entorno de Doñana: el dunar, los cetáceos y todo lo relacionado con el mar. Del material exhibido destacan las réplicas a tamaño natural y los esqueletos de los 13 cetáceos (ballenas, cachalotes y delfines) encontrados en las playas. Y entre todas las muestras, sobresale el esqueleto del rorcual común, que alcanza una longitud de 20 m y pesa 4 toneladas. También llama la atención la presencia de la esfera ecológica o ecosfera, una especie de acuario o eco­sistema marino autosuficiente y encerrado en un recipiente de cristal, que mantiene vida en su interior. Fue diseñada por la NASA y es una de los dos que existen en Europa (Pascual Izquierdo, Un corto viaje a Huelva. Guíarama compact. Anaya Touring. Madrid, 2012). 
          Al sur del término municipal y a 30 km del pueblo se encuentra la playa de Matalascañas, de finísima arena blanca con excelentes y modernas urbanizaciones adosadas al parque de Doñana (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).

Iglesia de Nuestra Señora del Rosario
     Junto a Caño Guerrero, en la urbanización Kabila, se ha levantado, entre 1997 y 2004, un nuevo templo, dedicado a Ntra. Sra. del Rosario, según proyecto de Ángel Rodríguez Morales. El arquitecto, con el propósito de armonizar el edificio con la urbanización circundante, inspirada en la arquitectura popular árabe, ha tomado los elementos propios de la mezquita, -comunes, por otra parte, a la primitiva arquitectura cristiana-, a saber, el sahan, o patio porticado, y el liwán, o espacio cubierto, que ven compensada su horizontalidad con la vertical de la torre alminar. Los arcos de herradura refuerzan el exotismo de la construcción (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).

Iglesia parroquial de San Francisco de Asís
     Se proyecta la construcción de un gran templo, según planos del arquitecto José Luis García López. Se inicia la primera fase de construcción en 1980, terminándose la Capilla Sacramental y Sacristía. El complejo parroquial, concluido en el año 2000, está concebido a modo de abanico, con un eje común del que parten el templo, la capilla sacramental, y la casa rectoral. Una esbelta torre cilíndrica pone el contrapunto vertical al edificio, de marcada horizontalidad. El patrimonio mueble se va formando poco a poco. La ca­pilla sacramental está presidida por un Crucificado, titulado como Cristo de la Sangre, de talla en madera, en su color natural, obra de Miguel Ángel Pérez Fernández, de 1979. Preside el templo un grupo escultórico de Cristo Resucitado y San Francisco, del mismo autor, tallado en 2000. En una capilla lateral se venera una imagen de la Virgen del Rocío, de Pastora, escultura en ma­dera de abedul en su color, obra del escultor de Miranda de Ebro, José Luis Martín Luengo, realizada en 1991 como modelo del monumento en bronce, que se halla en la plaza de la iglesia de Almonte. En la sacristía se encuentran dos pequeños crucifijos, ambos en madera de cedro en su color, sobre cruz plana, de origen austríaco (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).

Torres
     En el término de Almonte aún se conserva un buen número de torres de almenara. En el último cordón de dunas vivas de la punta de Malandar se encuentra la torre de San Jacinto, en la mis­ma entrada del río. Actualmente se encuentra a cierta distancia de la costa, por  las acumulaciones arenosas que modificaron la configuración litoral. La torre de Zalabar se halla derruida.
     De todos estos edificios de vigilancia, Torre de la Carbonera es la que menor variación ha teni­do en estos cuatro siglos. Su configuración es de un tronco de 15,60 m. desde el pretil al plinto circular de la base. Su aparejo es de mampuesto enfoscado. La abertura o entrada a la torre se sitúa en un costado a 7,20 m. sobre el nivel actual del suelo. A la torre se accede a través de un zaguán que da paso a una bóveda escarzana.
     El primer emplazamiento de la torre de la Higuera se ubicaba en el acantilado que costea todo este tramo del litoral de Arenas Gordas. A causa del maremoto de 1755, la torre cayó a la playa y quedó en posición totalmente invertida.
    Pero de todas estas torres, ubicadas en el tér­mino de Almonte, la que peor se conserva es la torre del Asperillo, y eso a pesar de haber sido edificada de nueva planta en dos ocasiones. Probablemente en la primera mitad del s. XVIII, por temor a que basculara, como la torre de la Higuera, se decidió ejecutar su demolición, y se realizó una reedificación a 50 m. del acantilado. Sin embargo, la nueva situación no evitó su posterior destrucción. En el siglo XVIII contaba con una guarnición de dos torreros en misión habi­tual y se consideraba que en caso necesario po­dría alojar treinta hombres, al igual que la torre de Zalabar. Sus restos sólo son visibles en marea muy baja (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
     Las Torres almenaras, casi todas forman parte del sistema defensivo que Felipe II mandó construir con el fin de proteger las costas del ataque de piratas berberiscos y corsarios.
     Tienen forma circular y fueron alzadas como faro de señales (con luces o fuego) y refugio de la población ante las agresiones. Adoptan diversos nombres y ocupan distintos escenarios en la franja del litoral.
     Algunas, como la torre de la Higuera (Matalascañas) se hallan cercadas por las nuevas fórmulas invasoras hoy asociadas a materiales como ladrillo y hormigón. Pero hay otras como las tres torres que se asientan en las playas de Doñana (Carbonera, Zalabar y San Jacinto) que todavía se mantienen vírgenes, rodeadas de arena, agua y naturaleza. Aunque no libres de asechanzas, pues existen a su alrededor muchos intereses que conspiran para invadir sus dominios.
     Pero hoy, señoras del océano, mantienen todavía en pie su antigua prestancia de vigías altivos y no sobornables, su jurisdicción territorial sobre arenas desnudas y aguas transparentes. Vigilan, sobre todo, que bajo la espuma inocente de los oleajes no se esconda una nueva amenaza de recalificación que arruine el entorno de dunas y pinares que llevan viendo desde hace cuatro siglos. Que no se destroce su paisaje. Nuestro paisaje (Pascual Izquierdo, Huelva. Guiarama. Anaya. Madrid, 2012).
La Torre del Asperillo. Restos de muros sobre el fondo arenoso. En la línea de playa, restos sólo visibles con marea baja. Apenas nada queda de la llamada torre del Asperillo, localizada a 10 kilómetros de la de la Higuera y a 7 de la del Río del Oro. Al igual que la torre de la Higuera, esta del Asperillo también cayó al mar. Tan sólo en momentos de bajamar muy acusada pueden vislumbrarse algunos restos aislados que apenas levantan del suelo.
La Torre de la Carbonera
. La "Relación" de 1577 sugería labrar una "torre ordinaria", es decir, de una bóveda o planta, en estas tierras del Duque de Medina Sidonia porque al abundar el agua de pozo, "los navíos de los enemigos acuden allí muchas veces".
     Por otro lado, en la "Relación" de 1756 indica que mantiene dos torreros alojados en una barraca sobre el terrado y aconseja dotarla de una pequeña pieza de a 8. La razón del alojamiento provisional es la de que la cámara se encontraba inhabitable.
     Torre de forma troncocónica, de 15,60 metros de altura desde el pretil al plinto circular de la base. Su aparejo es de mampuesto enfoscado. La puerta se sitúa en el costado de tierra adentro, a 7,20 metros del nivel del suelo, con una abertura de 1,33 x 0,82 metros y formada por sillares a escuadra de regulares proporciones con funciones de jambas, dintel y umbral y se haya dominada por los canecillos de doble bocel escalonado de la desaparecida ladronera. Esta entrada accede a un zaguán engastado en el muro de 2,65 metros de grosor, con derrame hacia el interior. Su altura oscila de 1,64 metros a partir del dintel a 2,02 metros en la abertura interna, y la bóveda escarzana que la cubre presenta en el borde contiguo a la cámara un canalillo engastado que pudiera haber servido para permitir el paso de algún mecanismo para el manejo de la puerta o escala de subida. La anchura de dicho zaguán es de 1,10 metros en la mocheta y de 1,24 metros en el punto de máximo derrame.
     La cámara circular que aloja la torre tiene en su centro la boca de un aljibe o pozo de 0,90 metros de anchura, cegado a 1,60 metros de profundidad. No obstante, los 3,90 metros de diámetro teórico de la cámara están reducidos en gran medida, ya que la caja de la escalera proyecta la mitad de su cuerpo fuera del muro para no adelgazarlo peligrosamente, ocupando por tanto casi una tercera parte de superficie útil de la cámara por su lado norte. La cubierta es de cúpula semiesférica con aparejo de tizones. La puerta de la escalera de caracol se abre en el punto de confluencia entre el tambor de la misma y el muro de la almenara junto a la jamba interior derecha del zaguán. Tiene 0,80 metros de anchura.
     Los peldaños son monolíticos, con 0,28 metros de contrahuella. La mayor parte de ellos, sobre todo en el tramo final, han desaparecido, dificultando el ascenso al terrado, en cuya desembocadura no muestra rastros de la habitual garita que solía cobijarla, aunque sí de un posible refugio para los torreros. El diámetro interno es de 6,70 metros, y el petril que lo rodea, sin vestigios de almenas artilleras, tiene 0,65 metros de altura, 0,82 metros de grueso y un leve derrame en el borde hacia el exterior. Coincidiendo con la vertical de la entrada, parten del baquetón los dos canecillos de la desaparecida buharda, de 0, 21 metros de grueso, 0,64 metros de vuelo y 0,88 metros de separación mutua. 
Torre de la Higuera. Con la apariencia de un enorme capitel recostado en la línea de la bajamar, se ofrece desde hace largos años el único resto visible de la que fuera torre de la Higuera. Su extraño aspecto se debe a que al estar en posición totalmente invertida, el ensanche del plinto circular y los cimientos se muestran al aire como coronación, mientras los muros descarnados por la marea rompiente se hunden en la arena y en el agua.
     Esta inusitada posición data de bastante antiguo y no ha alterado sustancialmente su estado de conservación al menos en lo que va de siglo, evidenciando así la excepcional calidad de la argamasa empleada y de la obra en general, que está resistiendo un desgaste y en una posición forzada para los cuales no fue concebida.
     Su actual situación se debe a haber basculado desde la parte superior del acantilado margo-arenoso de origen continental que costea todo este tramo del litoral de Arenas Gordas. Parece ser que se hallaba situada a orillas de un barranco y se cayó a la playa a causa un temporal marítimo al haberle faltado los cimientos que eran de arena.
     Se mandó construir en 1577. Cuando en 1577 se proyectaba esta línea de torres almenaras, se indicó la necesidad de construir una torre "ordinaria", de una sola bóveda o cámara, por constituir un punto de aguada, fondeado para la navegación de cabotaje procedente de Sanlúcar de Barrameda, y estancia de pescadores, sometido todo ello a las visitas de los barcos berberiscos.
Torre del Río de Oro. Torre vigía que en su origen recibió el nombre del "Torre del río del Oro". Esta torre no es visible en la actualidad, ya que sus restos se encuentran bajo las aguas del mar. El aparejo del cuerpo inferior se conforma por sillares a escuadra en soga, con un canto cuatro veces superior a su grueso. Este parece ser el resultado de reformas, posteriores a su construcción original, encaminadas a proporcionarle mayor solidez a la estructura general. El forro de sillares sólo cubre el tercio inferior de la torre, siendo el resto de mampuestos.
     Además de la "zapata de gruesos sillares", se ensayaron otros recursos en un último intento por consolidarla ante los embates del mar y el fallo de la cimentación. Entre estos recursos destaca el relleno, con argamasa muy cargada de cal y ripio menudo, del pozo o aljibe, evitando así un hueco interior más o menos comprometedor, que sobrepasaba la línea de cimientos, máxime cuando ésta se encontraba perpetuamente encharcada bien por la marea creciente, o por el cauce del arroyo del Oro. La cúpula que debió cubrir la cámara debía ser semiesférica, según parece deducirse de un gran fragmento de la zona de estribos desprendido de la torre, que permite apreciar su grosor de doble cítara y el espesor de los tendeles y escopetas. La escalera era de caracol.
     Según señalan los textos en su plataforma se encontraban situados tres cañones de hierro de los calibres 12, 8 y 6.
Torre de San Jacinto.
En la "Relación" de mediados del siglo XVIII se indica que "aunque tiene algunas ruinas se atiende al presente a su recomposición", lo que parece indicar un cierto interés por la conservación de su fábrica, pero no su artillería, puesto que las cuatro piezas de hierro de la batería, con calibres del 16 y del 10, se encontraban desmontadas. 
     Actualmente la torre se encuentra en la línea de contacto entre el último cordón de dunas vivas costeras de la punta de Malandar y la masa arbórea de pino piñonero, prácticamente oculta por ambos elementos, lo que unido a su actual distanciamiento de la costa por las acumulaciones arenosas que modificaron la configuración litoral, hace que ofrezca una escasa visualización de las playas para cuya vigilancia fue concebida. Todavía en 1956 se encontraba a la orilla del mar.
     Se ofrece como un tronco de cono de 15 metros de altura desde el baquetón de medio bocel a la base, con 11.70 metros de diámetro a la altura del terrado, de aparejo de mampostería con pérdida parcial del enfoscado que sostuvieron cuatro ladroneras equidistantes, hoy desaparecidas. La abertura, de 1.70 x 0.80 metros presenta un grueso sillar a escuadra en función de dintel, cargando sobre otros seis que actúan de jambas. Bajo la misma se aprecian dos mechinales grandes y poco profundos que pudieran haber servido de apoyo para una estructura de madera que, actuando de patín provisional, facilitare el acceso a la torre. Traspuesto el umbral, se encuentra un zaguán de 2,10 metros de altura y 1,25 metros de anchura, cubierto por una bóveda, que atraviesa los 3,15 metros de grosor de muro, y se abre la única cámara de la torre, de 7 metros de diámetro, y cubierta con una cúpula de perfil elíptico. En el centro de dicha cámara se encuentra la boda de un aljibe o pozo, de 0,80 metros de luz, que permitía a la guarnición efectuar la aguada sin abandonar el reducto.
     A la derecha del acceso del zaguán, se abre la puerta que comunica la gran habitación circular con el terrado de la almenara a través de una escalera de caracol engastada en el muro. La azotea conserva esporádicamente algunos trozos de solería de ladrillo de tabla en espiga paralela, de 0,14 metros de tizón, 0,30 de soga y 0,02 de grueso. El parapeto que circunda el terrado, con acusado derrame hacia el exterior, presenta una altura uniforme de 0,95 metros, salvo en las almenas artilleras, que es de 0,70 metros, y un grosor de 0,80 metros.
Torre de Zalabar.
La visión que ofrece esta torre desde el mar es una visión profundamente engañosa pues permite columbrar una almenara en excelente estado de conservación, siendo así, que al contemplarla desde tierra adentro se aprecia claramente su lamentable destrucción, debida principalmente a un defecto en su trazado.
     Es un estilizado tronco de cono, de muros levemente ataludados, con escaso releje, que comienzan en un pequeño plinto de 0,40 metros de resalte para morir en el consabido baquetón de medio bocel, donde se inicia el pretil del terrado. A través de la gruesa brecha que afecta la tercera parte de su perímetro se percibe claramente su única y alta cámara, rodeada de un muro de 2,40 metros de grueso con mal trabajados mampuestos de piedra ostionera; ripio y argamasa de evidente mediocridad. Esta cámara, de 4,20 de diámetro en su base, está cubierta con una cúpula semiesférica con plementería en roscas de lajas ostioneras e intradós de enfoscado blanquecino. El labio septentrional de la brecha presenta la totalidad de la vacía caja de la escalera de caracol, que al estar engastada en un muro insuficientemente grueso, y ya de por sí mal construido, lo debilitó en extremo, posibilitando que cualquier accidente lo derribara. El diámetro interno del acceso helicoidal, que es de 1,31 metros sólo dejaba de grosor de muro 0,30 para la cara interna de la cámara y 0,75 hacia el exterior, márgenes a todas luces insuficiente. Los peldaños de esta escalera son monolíticos y en cuña en torno a una espiga central, de características y proporciones semejantes a los de la torre de San Jacinto. La salida de este conducto al tejado se encuentra cubierta de una pequeña cúpula semiesférica de plementería con ladrillos en aparejo de sogas, parcialmente derribada y en precario equilibrio los restos. Un fragmento de la plementería se encuentra en el cono de derrubios, al pie de la almenara. En la azotea se aprecian claros restos de la caseta de los torreros, y en la hipotética vertical de la puerta de entrada a la torre, hoy desaparecida, vuela bajo el baquetón un canecillo en doble bocel escalonado, que debió sustentar junto con el que hoy yace en el cono de derrubios, la desaparecida ladronera única que debió poseer la torre.
     La acumulación de escombros no permite comprobar la existencia de aljibe o pozo. La desproporcionada altura de la cámara hace suponer la posibilidad de la pretérita existencia de un entarimado de madera que la dividiera en dos plantas, aunque no se percibe con claridad mechinales para su fijación.
     Ya en 1.756 se informaba que los 2/3 arriba estaba parte caída, por lo que la habían abandonado los torreros, que habitaban en una choza de faginas a su pie, aunque en aquella fecha se atendía a su reparación.
     En cuanto a su artillería se indica que no muestra señales de haberla tenido, y se sugiere la conveniencia de dotarla ligera del calibre 8 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

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