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miércoles, 7 de diciembre de 2022

Los principales monumentos (Monumentos públicos, y Santuario de Ntra. Sra. del Rocío), en la Aldea del Rocío, de la localidad de Almonte (II), en la provincia de Huelva

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Huelva, déjame ExplicArte los principales monumentos (Monumentos públicos, y el Santuario de Nuestra Señora del Rocío), en la Aldea del Rocío, de la localidad de Almonte (II), en la provincia de Huelva.
     El Santuario de Nuestra Señora del Rocío, que en sus orígenes debía ser como una isla en la inmensa planicie marismeña, ha sido el origen de una aldea de Almonte, de una más que considerable superficie, que cuenta con una población estable de 1.119 habitantes. Se encuentra a 15 kms. de Almonte, en el borde de la Marisma, y a otros 15 del mar.
     Lo que antes era punto  de paso obligado entre la Tierra Llana de Huelva y la desembocadura del Guadalquivir comunicación de los señoríos del Conde de Niebla y Duque de Medina Sidonia, es hoy punto de destino en sí mismo, -sin dejar de ser paso para el Parque Nacional de Doñana, y para Matalascañas y las playas que se extienden desde Sanlúcar hasta Huelva.
     El centro vital del Rocío, obviamente, es el San­tuario de la Señora de las Marismas. El aspecto de aldea de ermitas le viene de las espadañas y campanarios que coronan las capillas de las casas de las hermandades filiales, sin que sean propiamente lugares de culto (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
     Como decíamos, desde El Acebuche se llega, entre arenas y pinos, a la aldea del Rocío. El Rocío continúa recibiendo el nombre de aldea a pesar de que actualmente su población supera los 1.500 habitantes. Pero el Rocío es el lugar emblemático por excelencia de Andalucía, el santuario que custodia las esencias, la patria donde se guardan los fervores populares y los entusiasmos colectivos.
     Centro propicio para la romería, el arte, la desmesura, el desvarío y el folclore, la aldea es un gran escenario religioso y festivo donde todo gira alrededor de la Virgen del Rocío, esa blanca paloma que, sólo con la quietud de sus alas, llena de resplandor y zozobra paredes, co­razones y gargantas.
     Buceando en la historia se constata que, ya a comienzos del siglo XIV, se tienen noticias acerca de la existencia de la ermita de Santa María de las Rocinas, advocación que, a mediados del siglo XVII, se cambió por la de Virgen del Rocío. La ermita, construida probablemente por Alfonso X el Sabio a finales del siglo XIII, se mantuvo en pie hasta el terremoto de Lisboa.
     Contra lo que pudiera creerse, el santuario actual no es un pequeño y antiguo edificio carente de valor artístico, sino que se trata de un templo de grandes dimensiones, incluso hasta con hechuras de catedral, donde la fastuosidad dorada del retablo genera un acu­sado contraste cromático con el blanco deslumbrante. Tres naves, transepto, triforio y bóvedas muy altas. El retablo deslumbra por su magnificencia y atrae por su perfección artística.
     Los datos constatan que el templo fue construido en 1969 siguiendo el estilo propio de la llamada "arquitectura blanca". Sustituía a una ermita levantada tras el terremoto de Lisboa y reformada profundamente en 1915. Y que el retablo, obra de Antonio Martín que incorpora tallas del imaginero Manuel Carmona, fue bendecido en 1999. Acoge muy dignamente la imagen de Nuestra Señora del Rocío, talla anónima del siglo XIII adaptada para vestir . Del exterior destaca la portada principal y la espadaña de dos cuerpos. Una gran concha acoge la puerta abocinada.
     El Rocío también es, tras el núcleo más conocido de la ermita, el paseo marismeño y la plaza del Acebuchal, el dédalo de calles y plazas que articulan el asentamiento de las sedes donde las hermandades han edificado su casas. En la calle camino de Moguer abre sus puertas el Museo Histórico Religioso del Rocío, que sumerge al visitante en el paisaje de Doñana y las marismas, la historia de la ermita y de la Virgen. Y también le ilustra sobre todo lo relativo a la romería, los caminos que conducen a la aldea y las venidas de la imagen (Pascual Izquierdo, Un corto viaje a Huelva. Guíarama compact. Anaya Touring. Madrid, 2012). 
     Aldea mariana perteneciente al término municipal de Almonte, situada al borde de la Marisma y del Parque Nacional de Doñana.
Historia y visita
   El principal atractivo de la aldea lo constituye el famosísimo santuario de Nuestra Señora del Rocío. Aunque la aldea tiene un origen prehistórico, el actual poblamiento se fue formando en torno a la primitiva ermita de Nuestra Señora de las Rocinas, a partir del siglo XVI. Esta ermita y la imagen de la Virgen debieron existir ya a mediados del siglo XIII.
     Posteriormente, los continuos ataques de los árabes despoblaron el lugar y la imagen debió ser ocultada para evitar profanaciones.
     En el siglo XV, normalizada la situación, se reconstruyó de nuevo la ermita en el lugar en el que, según la tradición, encontró la imagen el cazador de Villamanrique Gregorio Medina.
     El terremoto de Lisboa del año 1755 arruinó el santuario. Entonces se construyó uno nuevo, más amplio, adecuado al número cada vez mayor de peregrinos que ya por entonces se ponían en camino. La ermita sufre diversas reparaciones y reconstrucciones a partir de entonces, hasta que en 1963 se derriba y se construye de nuevo enteramente.
     El edificio actual es un hermoso templo de estilo neobarroco, obra de los arquitectos sevillanos Delgado Roig y Balbotín. Comenzó su construcción en 1964 y hasta el 2 de mayo de 1981 no se bendijo, poniendo punto final a las obras, la portada principal y la espadaña. Posee tres naves, la central con bóveda de cañón y de arista las laterales. El crucero se abre con una cúpula sobre pechi­nas, con linterna dotada de vidrieras. La cabecera cuenta con un gran ábside semi­circular en el que se encuentra el camarín con la Virgen. En la fachada sobresale la enorme venera, enmarcada por cuatro pilastras, que corona la amplia portada de arco escarzano. Está coronada por una espadaña con una gran cruz de hierro forjado.
     La imagen de la Virgen, conocida como la Blanca Paloma, obra del siglo XIII, fue muy restaurada en el XIII, tras su hallazgo. Se le rehicieron casi enteramente las manos y el rostro, adquiriendo la morfología propia del estilo gótico final. En el siglo XVIII sufrió otra importante transformación, al cambiársele los bordados y la estructura de los vestidos. Así permaneció hasta 1919, año en el que con la coronación canónica adquirió su aspecto actual.
Fiestas
     El sábado, domingo y lunes de Pentecostés se celebra la Romería, a la que acuden en la actualidad más de un millón de personas de todo el mundo y hermandades de toda Andalucía y de bastantes lugares de España. La mayor parte de las hermandades hacen el camino a caballo, transportando el simpecado, estandarte con la imagen de la Virgen , en carretas engalanadas.
     El protagonismo principal le corresponde a la Hermandad de Almonte. El sábado desfilan ante ella y ante la puerta del santuario todas las hermandades. El domingo tiene lugar la misa en el Real y a lo largo del día se suceden los can­ tes y los bailes por sevillanas, abundantemente regados con vino de la tierra, en un ambiente delirante, entre báquico y desmesuradamente religioso. Durante la noche se celebra el rezo del Santo Rosario, al que acuden todas las hermandades con sus simpecados. Se recorren las calles de la aldea y ante la casa de cada hermandad se canta una Salve. El lunes se produce el acontecimiento más esperado por los almonteños a lo largo del año: el asalto al templo por los mozos del lugar, en durísima pugna por alcanzar las andas, y la posterior procesión de la Virgen entre una marea humana que no cesa de aclamar y de aplaudir a la Blanca Paloma (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).

Monumentos públicos
     Para conmemorar la Coronación canónica de la imagen de Ntra. Sra. del Rocío, se levantó en la plaza del Real de la Feria, un monumento, con la efigie de la Virgen en bronce, obra del escultor José Ordóñez (1920).
     Ante el Santuario, en la acera que bordea la marisma, se alza un bello monumento dedicado, en 1982, al Tamborilero. La escultura está firmada en el pernil izquierdo por «Vichero 1982» (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).

Santuario de Nuestra Señora del Rocío
     El origen de la devoción a la Virgen del Rocío y, por consiguiente, de su ermita viene explicado por la aparición de la Virgen a un pastor, en el siglo XV, en el lugar denominado de Las Rocinas, tal como aparece narrado por primera vez en la Regla de la Hermandad de 1758.
     El crecimiento de la devoción hacía ver la necesidad de un nuevo templo, que sustituye­ra al antiguo de origen mudéjar y envoltura barroca. En 1961 la Hermandad decide la construcción de un nuevo santuario, en el mismo lugar del anterior. Convocado un concurso de proyectos, fue elegido el presentado por los arquitectos sevillanos Antonio Delgado Roig y Alberto Balbontín de Orta. Don Pedro Cantero puso la primera piedra el 26 de enero de 1964, y el segundo obispo de Huelva, don José María García Lahiguera, bendijo el templo el 12 de abril de 1969. Quedaba pendiente la fachada con su espadaña y la ornamentación interior. La espadaña se concluyó a finales de 1980, y tras ser coronada por la monumental cruz, fue bendecida con sus campanas el 2 de mayo de 1981. Más tarde se efectúan las obras del camarín y la decoración arquitectónica interior y exterior, bajo la dirección de los arquitectos Pedro Rodríguez Pérez y María Luisa Marín Martín.
     El Santuario presenta un aspecto particular. No es un edificio exento, sino que se encuentra inserto en un conjunto de edificaciones, al modo de los cortijos andaluces. Se trata de un templo de planta basilical, con tres naves, crucero y capilla mayor. La nave central y los brazos del crucero se cubren con bóveda de cañón, iluminadas por óculos circulares con vidrieras. Las laterales presentan dos plantas, la baja con bóvedas de aristas y sobre ella la tribuna o triforio. Sin contar el tramo del atrio y coro alto a los pies, la nave principal consta de cuatro tramos, y de dos cada uno de los brazos.
     Todos los elementos constructivos y decorativos responden a un len­guaje clásico, propio del barroco purista. La intersección de los brazos se cubre con cúpula sobre pechinas y linterna con cuatro ventanas y la frase «Ave María». Con la llegada de la Virgen el 31 de mayo de 1992 se inau­guró la decoración de las pechinas, para las que el escultor sevillano Manuel Carmona ha tallado los cuatro evangelistas.
     En los paramentos del crucero fueron coloca­dos, el 18 de agosto de 1994, cuatro azulejos de J. Soriano, que conmemoran los hitos históricos más importantes de la devoción rociera.
     La capilla mayor tiene forma absidial, con planta semicircular y bóveda de horno. Al centro se abre el espacio del antecamarín de la Virgen. A su derecha queda la actual capilla de Sagrario, y a la izquierda la antesacristía.
     Al exterior se traduce la distribución interior del espacio en volúmenes claros, blanco en los planos verticales de las paredes y rojo en las cubiertas de tejas árabes en los planos inclinados, en armónica conjunción de partes agregadas, que no pierde de vista la herencia musulmana de la estética andaluza. La forma de cruz latina, con la techumbre a diferente altura, crea un escalonamiento de volúmenes. Los espacios intermedios y la fachada quedan rodeados por las dependencias de objetos de recuerdo, capilla de velas en la parte baja, y graciosa balconada en la planta superior. Fue desde un balcón, que une la balconada de los lados de la portada principal y del lado de la marisma, desde donde el Papa Juan Pablo II se dirigió a la multitud, el 14 de junio de 1993.
     En el ángulo contrario, se eleva un torreón mirador, símbolo de autoridad, que corresponde a la Casa de la Hermandad Matriz. Destaca imponente la fachada en forma de gran concha, de evocación bautismal, sobre la que se eleva la espadaña o campanario de dos cuerpos, con tres vanos el inferior y uno el superior. Las cuatro campanas que voltean en ella llevan los nombres de El Salvador, Blanca Paloma, Lirio de las Ma­rismas y San José. Sobre él se yergue majestuosa la cruz de cerrajería, forjada por el almonteño Genaro Faraco, que reproduce la de la plaza de Santa Cruz de Sevilla. Esta última fue ejecutada en 1692 por otro almonteño, Sebastián Conde.
     En el coro, se halla un gran lienzo que puede atribuirse a Vicente Alanís, seguidor de Juan de  Espinal, de escuela sevillana, de hacia 1770. Representa una compleja composición: Santa Ana  Maestra con la Virgen Niña, a sus pies el cesto de costura; a la izquierda, el anciano Tobit, ciego, que yace en el lecho de la enfermedad, y el arcángel San Rafael, con cayado, por­tando el pez por la boca; en el rompimiento de gloria, el Padre Eterno y el Espíritu Santo, rodeados de querubines, bendicen a la Virgen. Fue restaurado en 1986 en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla.
     Atención especial merece el retablo mayor. El primer proyecto se debía a Juan Infante Galán. Estilísticamente se basaba en el anterior retablo de la ermita. El 30 de agosto de 1980 se firmaba el primer contrato para la construcción del retablo con Antonio Martín Fernández como tallista y con Francisco Bailac Cenizo para la carpintería artística. La obra de imaginería se contrató definitivamente con Manuel Carmona Martínez, en 1983.
     Dificultades técnicas en la resolución del diseño retrasaban la ejecución del retablo, por lo que se decidió encomendar al tallista Antonio Martín Fernández un nuevo proyecto, que aprovechara los elementos ya ejecutados en la fase anterior. El 15 de junio de 1989 se convocó en Almonte a un equipo de artistas y asesores con la mi­sión de llevar a feliz término en un plazo de seis años obra tan esperada. En ella participan el ya mencionado tallista Antonio Martín, los arquitectos Pedro Rodríguez y María Luisa Marín, el escultor Manuel Carmo­na, el carpintero Matías Aceitón, el marmolista Manuel Gómez Rodríguez, de Mármoles Rinconada, los orfebres de Villarreal, encomendándose el proyecto iconográfico a Manuel J. Carrasco Terriza.
     Junto a la Virgen, en las repisas laterales, se sitúan los santos intercesores. En el lado de la epístola, San Juan Bautista flanqueado por un relieve de la Visitación de María a Isabel y otro del Bautismo de Cristo.
     En la repisa del lado del evangelio, el esposo, San José, se le representa en edad joven y con los atributos de su trabajo. En la entrecalle contigua al camarín, el relieve de la Anunciación. En el lado opuesto, el Nacimiento de Jesús. En los ejes verticales de las calles y entrecalles, se sitúan seis tarjas, en las que aparecerán los bustos de San Pedro y San Pablo, y los cuatro Padres de la Iglesia latina: San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio Magno. La concha, que cierra la bóveda de horno, se corona con el altorrelieve de la Santísima Trinidad. Ángeles músicos se sitúan sobre los ejes de las columnas. Todas las esculturas son de Manuel Carmona.
     En el banco del retablo, ya en la línea de tierra, y ejecutado en ricos mármoles rojos y negros con motivos heráldicos en bronce, se sitúan las referencias cronológicas e institucionales. En el centro, en un medallón, el escudo de la Hermandad Matriz de Almonte. En la puerta del lado del evangelio, el escudo del Papa Juan Pablo II. En el lado opuesto, el de S. M. el Rey de España, don Juan Carlos I. Ambos escudos hacen referencia a los títulos de «Pontificia y Real» de que goza la Hermandad Matriz desde 1920. Otras dos tarjas mostrarán en posiciones simétricas los emblemas del Obispo de la Diócesis de Huelva, y en el otro extremo el del pueblo de Almonte.
     La primitiva escultura de la Stma. Virgen del Rocío, conservada bajo los actuales vestidos, es una talla de madera, de entre 1280 y 1335. Los volubles imperativos del estilo y de la moda hizo que la imagen se transformara, hacia fines del s. XVI o principios del XVII, suplementando la figura hasta alcanzar la proporción de siete cabezas y media de altura. Fue vestida de ricas telas, según la moda de la corte de los Austrias. Se compone el traje de una basquiña o falda acam­panada, con el verdugado o armazón cónico de aros, jubón o corpiño para cubrir el busto, con gorguera de encajes y ajustadas mangas con pu­ños o vuelillos también de encajes, y enriquecidas con franjas horizontales de pasamanería. Sobre las mangas del jubón lucía otras, amplísimas, denominadas de punta o perdidas, que a partir del último tercio del XIX se convierten en mantolín. La cabeza se cubre con el propio manto, a modo de velo de vírgenes, y se enmarca el óvalo facial con el rostrillo, derivación de la toca de puntas o de encajes. Junto con el vestido, debieron ser la­bradas de nuevo las manos y el Niño. Es posible que, a partir de entonces, los ojos adoptaran su dulce y seductora mirada baja, en lugar de la mirada frontal propia de la imaginería gótica. El rostro, no obstante, conserva en sus facciones los rasgos característicos de las obras góticas: perfil agudo, con nariz recta, y sonrisa arcaica.
     La imagen, vestida de Reina, como popularmente se dice, corresponde al tipo iconográfico de la Virgen Majestad, que, en hierática frontalidad y en eje vertical, sostiene y ofrece al Niño con ambas manos delante de sí misma, patentizando la centralidad del misterio de Jesucristo.
     Varios y ricos mantos y vestidos ha tenido y tiene la Virgen en su guardarropía. De los que luce actualmente, destaquemos dos: el traje de la Coronación, y el de los Apóstoles. El primero fue donado por los Condes de París, con motivo de la Coronación canónica, que tuvo lugar el día 9 de junio de 1919. El traje de los Apóstoles o de las Hermandades, terminado en 1956, es el más rico, bordado sobre tisú de plata y seda natural. El proyec­to, dibujos y dirección fueron de Joaquín Castilla Romero. El manto ha sido restaurado en 1997 en Brenes, en el taller de Enrique y Fernández.
     La ráfaga, o puntas de plata de martillo, com­puesta por ocho semicírculos de encajes repuja­dos por cada lado, y situada en torno a la vestimenta, otorgan a la imagen la configuración visual que la identifica sobradamente. Fue donada, por el canónigo sevillano José Carlos Tello de Eslava y su hermana  Isabel Damiana en  1733. A la misma época corresponde la media luna de plata. Durante un tiempo ha utilizado una ráfaga de rayos, con la media luna a juego, de principios del s. XIX, sin perder por ello su silueta de forma triangular. La corona de oro y pedrería, que luce la Virgen en los días de mayor solemnidad, es la que realizó  Ricardo Espi­nosa de los Monteros en mayo de 1919, para su coronación canónica, siguiendo el modelo de la que posee la Inmaculada grande de la catedral de Sevilla, de Arfe. La corona del Niño, donada por doña Juana Soldán, viuda de Cepeda, es de José de los Reyes Cantuero, de la misma fecha. De aquella fecha es el rostrillo de metal precioso. Los atributos de la realeza se completan con los cetros de la Madre y del Hijo. Un juego de cetros, de sencilla forma cilíndrica, es de fines del s. XVII, mientras que el de formas abalaustradas corresponde a los años
de la ráfaga de Tello de Eslava, hacia  1733.
     La salamanquesa, que lleva en el hombro, es un atributo iconográfico propio de la Virgen del Rocío, por su relación con el fuego del Espíritu Santo. La actual salamandra que lleva en el hombro fue donación del Vizconde de La Palma, don Ignacio Cepeda.
     Las andas y el palio o baldaquino, en que procesiona la imagen, fueron realizados por Juan de Astorga entre 1813 y 1822. De aquellas andas se conserva el palio, revestido de plata. En 1934 fue modificado por Cayetano González. Fue completado en 1950 por Seco Velasco, quien enriqueció la bóveda o tumbilla, tanto en la parte interior como en la exterior o superior, con aplicaciones de plata repujada.
     En la sacristía del santuario, en la secretaría y en otras dependencias de la Hermandad, pueden verse los simpecados, banderas, e insignias, con magníficos bordados, de los que destacaremos el simpecado antiguo, realizado entre 1813 y 1822. Un Cristo Crucificado, obra de Manuel Carmona Martínez (1983). Un lienzo del siglo XVIII, pintado al óleo, en marco dorado de hojarasca calada, que representa a San Juan Bau­tista niño.
     Un lienzo del Niño Jesús Buen Pastor del siglo XIX, de aire romántico y costumbrista. Otro lienzo, firmado por M. Salvatella, conmemora la coronación canónica de la Virgen del Rocío por el cardenal Almaraz, el 8 de junio de 1919. Hay un escaño, de tres asientos, en cuyo respaldo central figura una pintura de la Virgen del Rocío, con resplandor de rayos agudos y flameantes ante la ermita.
     La Virgen cuenta con notables piezas de orfebrería. Del siglo XVI existen dos bandejas de Flandes, de la serie de dinanderíes, de metal repujado y plateado. Una ostenta como tema central la Anunciación. La segunda bandeja tiene como motivo central el león de San Marcos. Interés especial tiene la nave de plata, de la segunda mitad del XVII, de estilo barroco francés, obra del círculo de Claude Ballin, joyero de Luis XIII, donada, tal vez, por la condesa de París. Del siglo XVIII es un cáliz de plata dorada, a juego con la ráfaga de puntas, de hacia 1733. Se conserva una demanda de plata de mediados del Setecientos, en forma de fuente circular lisa con una pequeña imagen de la Virgen del Ro­cío en su interior. Tiene las marcas de Flores y NO8DO.
     Del siglo XIX hallamos un cáliz de plata dora­da, liso, con nudo periforme y subcopa con cinta de perlas. Cáliz del mismo siglo, de fundición, con adorno perlado, con inscripción. Las vinajeras y salvilla son de estilo imperio, del siglo XIX. Hay otras vinajeras, de hacia el año 1800, sin punzón, de forma globular; con asita de roleo vegetal. Entre 1813 y 1822 se hizo en plata la cruz del estandarte. Interesantes obras de platería de comienzos del s. XX, son las lámparas votivas en forma de naves, que colgaban en la antigua ermita, donadas por la condesa de París, doña María Isabel Francisco de Orleans, por su hijo, el infante don Fernando de Orleans, duque de Montpensier.
     Piezas labradas en el siglo XX son un cáliz de plata dorada, con pie hexagonal y decoración vegetal muy menuda, 1963. Otro cáliz de similar composición, de 1970. Objetos litúrgicos de reciente factura son el acetre, obra de Villarreal, y las crismeras, de plata repujada, realizadas también por Villarreal, según diseño de Joaquín Castilla, en 1960 (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
     Se tiene noticias, por documento fechado en 1477, de la donación del caño de la Madre de las Marismas, entre La Canaliega y el caño de Brenes, por parte de los Reyes Católicos a Esteban Pérez Cavizos.
     En 1583 el concejo de Almonte adquiere los terrenos a sus sucesores. Con posterioridad, parte de las tierras pasan a los condes de Niebla y duques de Medina Sidonia, por entrega de la Hacienda Real.
     La referencia a "la ermita de Sancta María de Las Rocinas" en el Libro de la Montería de Alfonso XI y las consecuentes tradiciones, la capellanía fundada por Baltasar Tercero Ruiz en 1587 sobre la primitiva ermita, más el pago de su cuenta de restauraciones en la ermita de Santa María de las Rocinas, son hitos de la base religiosa del Santuario.
     La atmósfera posterior al Concilio de Trento alentó las celebraciones religiosas de carácter festivo, proliferando las hermandades llamadas de gloria, espacialmente dedicadas a las advocaciones de la Virgen. Sus actos festivos constaban generalmente de procesión de tercia y misa matinales, y los posteriores regocijos vespertinos, base en el caso del Rocío de la romería posterior.
     La peregrinación de numerosas hermandades, que actualmente parten desde diversos lugares de Andalucía, resto de España y aún de fuera de las fronteras del estado, tiene como señalada referencia cronológica el año 1653, cuando se proclama a la Virgen patrona de la villa almonteña, según acuerdo del cabildo municipal que consta en el acta de 29 de junio. En torno a esta fecha, parece que comienza a extenderse el nombre de Virgen del Rocío en detrimento del primero, al tiempo que se fundan las primeras hermandades filiales (Villamanrique de la Condesa, Pilas, La Palma del Condado, Moguer y Sanlúcar de Barrameda).
     También se tiene constancia de la celebración de frecuentes venidas de la Virgen desde la aldea hasta Almonte, la más antigua de las cuales se data documentalmente en 1607.
     En las primeras décadas del siglo XVIII se gesta la Feria del Rocío, con licencia ducal de 1722. Fue feria de ganado y también sirvió de punto de venta de las más diversas mercaderías, algunas importadas vía Sanlúcar de Barrameda, lo que motivó algunas quejas gremiales, hasta que paulatinamente fue decayendo como fenómeno comercial.
     En apoyo a la feria se había producido por la casa ducal la exención de alcabalas a mercaderes y tratantes en el real y circuito de la ermita a partir de 1747, obteniendo el Real Privilegio de feria en 1772.
     El terremoto de 1755 produce notables daños que obligan a alojar a la Virgen en Almonte durante varios años, en los que se interrumpe la peregrinación. Comenzaron las demoliciones y obras de la ermita en 1756. Hasta 1760 no se bendice la nueva.
     La decadencia de la feria a finales del siglo XIX viene acompañada de la creciente orientación del Rocío como romería. La creación de la diócesis de Huelva, con la toma de posesión de su obispo el 15 de marzo de 1954, supuso un respaldo al Rocío desde el impulso a la religiosidad. Su primer obispo, Pedro Cantero Cuadrado, expresa la necesidad de mejorar el inmueble de la ermita, y la vía es la construcción de una nueva, decisión que se acordará por la Hermandad Matriz en 1961.
     En 1963 se demuele la ermita dieciochesca. La nueve y actual fue erigida durante la presencia de la Hermandad Matriz de Antonio Millán Pérez, tras colocar el obispo Cantero la primera piedra en 1964. El edificio es obra de los arquitectos Balbontín y Delgado Roig, quienes fueron los encargados de redactar el proyecto ejecutado.
     Finalizadas las obras, el inmueble se bendice el 12 de abril de 1969 por el obispo onubense José María García Lahiguera y al día siguiente la virgen es trasladada a su casa, abandonando la aledaña capilla provisional. La espadaña del santuario se concluyó en 1980. Más tarde se efectúan obras del camarín y la decoración arquitectónica interior y exterior, bajo la dirección de los arquitectos Pedro Rodríguez Pérez y María Luisa Martín Martín. 
     La zona donde actualmente se ubican el Santuario y Aldea del Rocío constituye desde antaño un enclave privilegiado dada su situación geográfica, en un lugar de tránsito y cruce entre los caminos que llevan a Sevilla, Niebla, Moguer, Almonte y, cruzando el río, a Sanlúcar de Barrameda.
     El Santuario actual data del siglo XX y sustituyó al edificado en el XVIII que, a su vez, se erigió en sucesión del templo mudéjar primitivo. Obra de Alberto Balbontín de Orta y de Antonio Delgado Roig, el edificio se encuadra en el denominado regionalismo blanco cuyo principal inspirador es el arquitecto Juan Talavera y Heredia.
     El inmueble principal del Santuario, la ermita, se encuentra próximo a la orilla marismeña a la que se abren dos de sus puertas. El Santuario presenta un aspecto particular. No es un edificio exento, sino que se encuentra inserto en un conjunto de edificaciones, al modo de cortijos andaluces.
     El templo presenta al exterior una marcada horizontalidad, destacando la portada de más de 26 metros de altura, con una gran concha marina de 8 metros en su parte más ancha, bajo la que se abre la puerta principal de acceso, un cuerpo de campanas y una cruz de forja sobre pináculo que la remata. Entre la concha y el cuerpo de campanas sobresalen tres paneles cerámicos de tonos azules sobre fondo blanco realizados en el taller de J. Soriano, en los que aparecen la Virgen del Rocío en el rectángulo central, y los apóstoles a izquierda y derecha, presentándose la escena de Pentecostés, momento en el que María y los seguidores de Jesús recibieron el Espíritu Santo. Las cuatro campanas poseen sus propios nombres: San José, Salvador, Lirio de las Marismas y Blanca Paloma. En líneas generales, el imafronte evoca la arquitectura popular de las espadañas en ermitas y capillas.
     El templo, además del acceso por la portada principal, cuenta con dos accesos laterales directos al crucero, uno por la fachada norte (que ocupa la casa de Hermandad) hacia la calle El Real, conocido como Puerta del Real (inaugurada en 2002); y otro por la fachada sur, hacia la calle Santeros y la marisma, antiguamente conocida como Puerta del Sol. El acceso por la Puerta del Real está compuesto por un cerramiento de tapia con vanos en arcos de medio punto y rejas, rematada por un tejadillo a un agua, y una espadaña de estilo neoclásico con reproducción de panel de azulejería fechado en 1696, antiguamente emplazado en la portada sur. El original está depositado en el Museo del Santuario. Desde la cancela de este cerramiento se accede al vano de acceso del templo, coronado por tres azulejos con las palabras "Reina", "Pastora", "Madre". Junto a este existe otro panel cerámico y una placa conmemorativa de la Coronación de la Virgen del Rocío. La actual Puerta del Sur está conformado por una portada adintelada con tejadillo a un agua y azulejo con inscripción donde puede leerse: "Reina de las marismas. Dios te salve". Por otra parte, en la esquina suroeste de esta fachada hacia la calle Santeros destaca el conocido como "balcón del Papa", diseñado por los arquitectos Pedro Rodríguez y María Luisa Marín para la visita histórica de Juan Pablo II al Rocío en 1993. Dicho balcón resulta de la unión de dos balcones corridos y el chaflán de los muros, rematando un frontón que soporta el escudo pontificio en metal, el escudo de Juan Pablo II en cerámica, y un panel cerámico que recuerda el acontecimiento histórico, obra de J. Soriano.
     Al interior, la nave central es de enorme amplitud. Se cubre con una bóveda de cañón a la que se le han abierto cuatro óculos cerrados por vidrieras a cada lado, haciendo un total de ocho. Cada una de ellas se corresponde de un tramo de arcada de las naves laterales, separadas por ficticios arcos fajones marcados con yeserías que se apoyan en pilastras de fuste estriado y capitel corintio. La cubierta exterior es de teja árabe, mostrando al exterior los lunetos que interiormente son las vidrieras. Cada luneto está coronado por una perinola cerámica. Las vidrieras de los brazos del crucero representan los escudos de las ocho capitales de provincia andaluzas, mientras que las ocho de la nave central del templo tienen diferentes motivos: 1969, el año en el que se bendice el santuario; el escudo de Almonte, pueblo del que la Virgen es la Patrona desde 1653; el escudo de la Diócesis de Huelva; el escudo de Madrid, capital de España; el año de 1920 y el escudo pontificio, fecha en la que Benedicto XV otorga el título de Pontificia a la Hermandad Matriz; el emblema mariano, por ser templo con advocación de la Virgen; el año 1920 y el escudo real, por ser fecha en que el rey Alfonso XIII concede el título de Real a la Hermandad; y por último, el escudo de la Hermandad Matriz. A los pies de la iglesia en el piso superior se sitúa el coro, un amplio espacio que se apoya sobre arco rebajado con la anchura de la nave.
     Las naves laterales poseen cuatro tramos de arcadas de medio punto sobre pilares, cubriéndose cada tramo con una bóveda de crucería simple. En la planta alta de estas naves laterales se han abierto galerías cubiertas con techumbre plana de obra. En la nave lateral derecha se encuentra la capilla Penitencial, ocupando el espacio de la primitiva sala de las velas. Esta capilla está presidida por un tríptico en madera de cedro realizado por el imaginero Navarro Arteaga con escenas del Bautismo de Jesús, el Buen Pastor y el Hijo Pródigo. Su función es la de proporcionar recogimiento e intimidad para las confesiones. En su interior se disponen una serie de confesionarios de caoba diseñados por el arquitecto de las obras, Ángel Rodríguez, cuyos remates están inspirados en la traza del santuario.
     Los brazos de la cruz del templo están formados por dos tramos de arcadas, donde se abren diferentes capillas. En el lado de la epístola se sitúa la Capilla Real, desde donde se accede directamente hasta la sacristía; y en el brazo del evangelio está la Capilla del Patronazgo y la del Sagrario, renovada recientemente. La Capilla Sacramental o del Sagrario está compuesta por algunas piezas y elementos del retablo antiguo de la Virgen, atribuido a Cayetano de Acosta, como los angelotes, las cuatro columnas, la embocadura del viejo camarín, así como las imágenes de dos santos, San Antonio y San Juan Nepomuceno, y el Pentecostés que corona el conjunto. El espacio está presidido por el monumental sagrario de plata realizado por el orfebre Juan Borrero, y ornamentado por dos murales pictóricos, obras de José Antonio García Ruiz. La capilla se encuentra protegida por una reja obra de José Antonio Faraco y Jesús Acosta. En el brazo del lado del evangelio, en la arcada contigua a la nave lateral del edifcio, se abre una capilla de modestas proporciones para dar cobijo al paso procesional de la Santísima Virgen. Su cubierta, como las capillas laterales es con bóveda de crucería, exornada con un alto rodapié de mármol rojo. Exteriormente se cierra con una reja del mismo diseño que las otras capillas.
     El crucero está cubierto por una cúpula sobre pechinas y linterna que exhibe cuatro ventanas, al exterior con forma de castillete con tejadillo cerámico y remate en cruz. Las pechinas sobresalen con cuatro esculturas de los evangelistas, obra de Manuel Carmona en 1992.
     El presbiterio se cierra con una bóveda de cuarto de esfera con retablo mayor de estilística neobarroca y gran tamaño, obra realizada por diferentes autores dirigida por los arquitectos Pedro Rodríguez y María Luisa Marín con proyecto iconográfico de Manuel Jesús Carrasco Terriza, todo ello bajo una idea que diseñara el almonteño Juan Infante Galán.
     En los extremos del presbiterio se abren tribunas bajo arcos de medio punto con antepechos de hierro, cerradas con puertas de madera por las que se accede a las dependencias del camarín de la Santísima Virgen. La Virgen ocupa el lugar central en el retablo.
     El pavimento del templo, en losas de granito gris, fue renovado en 2005 con la participación de las hermandades rocieras de Triana, Gines, y Écija (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Huelva, déjame ExplicArte los principales monumentos (Monumentos públicos, y Santuario de Nuestra Señora del Rocío), en la Aldea del Rocío, de la localidad de Almonte (II), en la provincia de Huelva. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la provincia onubense.

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