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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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miércoles, 10 de julio de 2019

El Recinto amurallado


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Recinto amurallado, de Sevilla.
      El Recinto amurallado de Sevilla [nº 51 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 67 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentran, fundamentalmente en la llamada Ronda, que rodea el casco histórico de la ciudad.
     Del recinto amurallado que en otros tiempos rodeó a Sevilla, son escasos los restos que se conservan en la actualidad. Atendiendo a su técnica constructiva puede asegurarse que fueron levantadas en la primera mitad del siglo XII por los almorávides, si bien en épocas posteriores, almohades y cristianos recrecieron los muros y ampliaron el sistema defensivo. La fábrica está realizada en tapial, con cal y guijarros, alcanzando un grosor de dos metros. El trazado del contorno era ondulante, facilitando, mediante los entrantes y salientes, la defensa del recinto. Un número considerable de puertas y postigos daban acceso a la ciudad, comunicándola con los principales núcleos agrícolas y las más importantes vías de comunicación. Actualmente el sector más completo es el comprendido entre el Arco de la Macarena y la Puerta de Córdoba, que aparece precedido por una barbacana. Este sector de murallas presenta en su trazado siete torreones cuadrados, proyectados hacia fuera del paramento y colocados con regularidad a una distancia próxima a los cuarenta metros, más una torre poligonal llamada Torre Blanca. Los torreones cuadrados son macizos hasta la altura del paseo de ronda que los atraviesa, contando con un departamento abovedado en el que se aloja la escalera de acceso a la azotea. La Torre Blanca tiene planta hexagonal, dos pisos abovedados y decoración de fajas de ladrillo.

      La Puerta de Córdoba, adosada a la iglesia de San Hermenegildo, constituye uno de los límites de la muralla conservada, y ha sido restaurada recientemente devolviéndole en parte su estructura primitiva. El Arco de la Macarena, que pone fin al lienzo de murallas en el extremo contrario, es un buen ejemplo de las sucesivas reformas que se realizaron en las puertas de la ciudad a partir del siglo XVI, para adaptarlas a las nuevas necesidades urbanas. Perdido ya el sentido defensivo primitivo, se las dotó de un aspecto monumental, de arcos triunfales, que hacían más factible el tráfico y el desenvolvimiento de las actividades mercantiles que tenían lugar a su alrededor. El aspecto actual de la antigua Puerta de la Macarena, con un gran arco enmarcado por pilastrones y remate con jarrones, corresponde a la obra llevada a cabo por el arquitecto José Echamorro a comienzos del siglo XÏX. 

      Otro lienzo de murallas, relativamente próximo al anterior, que aún se conserva en un estado aceptable, es el situado a espaldas de la calle Sol, en el jardín del antiguo Colegio del valle. Permanecen en pie no sólo los muros, sino también algunos torreones, aunque éstos se encuentran algo más maltratados y casi desprovistos de sus almenas.

 

    Del sistema defensivo de la ciudad en su ángulo suroccidental, formaba parte un lienzo de muralla que partiendo del Alcázar finalizaba en la orilla del río. De este muro aún subsisten algunos fragmentos y torreones en torno a la Antigua Cilla del Cabildo, Arquillo de Mañara y aledaños de la Casa de la Moneda. En este conjunto destaca la torre de Abdelazis, de planta poligonal ejecutada en ladrillo y reforzada en sus ángulos con sillares, que presenta en su parte superior una serie de arcos polilobulados ciegos, encuadrados por alfiz. El Arquillo de Mañara es una obra islámica reformada en el siglo XIV, perteneciendo a la primera etapa el gran arco de herradura enmarcado por su alfiz y correspondiendo a la segunda fase las bóvedas nervadas.

      Del mismo lienzo de muralla formó parte la Torre de la Plata que presenta planta octogonal con dos cámaras superpuestas cubiertas con bóvedas de nervaduras, lo que indica una intervención de época cristiana. Aún conserva, aunque restauradas, las almenas con capuchón de su remate y una serie de fajas ornamentales realizadas en ladrillo, que corresponden a la obra islámica. En sus inmediaciones se conservan restos de la muralla que levantaron los almohades en 1169 tras derribar las aguas del Guadalquivir, durante una inundación, la cerca que habían construido los almorávides. En 1221, para completar el sistema defensivo se levantó una barbacana y un foso, además de la coracha que finalizaba en la Torre del Oro, edificada entonces y cuyo nombre se debe al revestimiento exterior de azulejos dorados que poseyó. Su misión defensiva como torre albarrana es bien clara, pues desde su pie y hasta la otra orilla del río se disponía una gruesa cadena que cerraba la entrada al puerto. La torre está construida en tapial sobre un basamento de sillería, empleándose también los sillares como refuerzos angulares. Presenta tres cuerpos, de planta dodecagonal el inferior, hexagonal el intermedio y circular el superior, siendo éste una una obra añadida por Sebastián van der Borcht en 1760. En el cuerpo bajo de la torre se superponen tres plantas que se cubren con ingeniosas bóvedas de aristas. Exteriormente los muros presentan una serie de vanos semicirculares y troneras, situándose en el remate del cuerpo bajo arcos ciegos lobulados con columnilla central. El segundo cuerpo lleva paños rectangulares con decoración de sebqa y una serie de arcos ciegos.
   No lejos de este sector sobreviven otros fragmentos de la cerca sevillana. Están situados en torno al Postigo del Aceite o de los Azacanes y a la Plaza del Cabildo. La denominación popular de Postigo del Aceite se debe a que esta puerta constituía la entrada habitual del mencionado producto a la ciudad. El aspecto actual se debe a la reforma y ampliación del arco, acometida en 1573, durante el gobierno ciudadano del Conde de Barajas, por el arquitecto Benvenuto Tortello, tal y como recoge una inscripción situada bajo el escudo de Sevilla, en la cara este de la puerta [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
     Excepto el postigo del Carbón, abierto cuando Alfonso X construyó las Atarazanas, la puerta Nueva, abierta bajo el reinado de los Reyes Católicos, el postigo del Alcázar, del siglo XVI, y la puerta de San Fernando, del XVIII, el origen del resto de las puertas de la muralla de Sevilla podría remontarse a la dominación islámica.
     Este carácter islámico de la mayor parte de los accesos de la cerca sevillana puede determinarse a través de un análisis detenido de los siguientes aspectos:
     1) Su propia materialidad, aunque han de establecerse varios niveles entre aquéllas que conservan de manera evidente su disposición islámica, como serían la puerta de Córdoba y, parcialmente, el postigo del Aceite, y aquéllas a las que he podido restituir su estructura a partir de testimonios documentales, literarios e iconográficos, tales como las puertas de la Macarena, del Sol, de Carmona, de Jerez, del Arenal, de Triana, de Goles y de la Barqueta.
     2) La toponimia, en la que también es posible distinguir dos niveles:
     a) Los nueve topónimos que se mencionan en las fuentes islámicas de los siglos XII y XIII que hacen referencia a puertas de la muralla de Sevilla: bab Yahwar, bab al-Kuhl, bab al-Qatai, bab Qarmuna, bab al-Faray, bab al-Najil, bab Taryana y bab al- Muaddin, de los cuales:
     - Algunos se han identificado, con mayor o menor acierto, con topónimos castellanos: la bab al-Qatai con el postigo del Aceite y  el postigo del Carbón; la bab al-Kuhl con el postigo del Carbón y la puerta de Goles; la bab Yahwar con la puerta de la Carne; la bab al-Muaddin con la de Goles; la bab al-Faray con la de Jerez y la del Arenal y la bab al-Najil con el Arquillo de la Plata y con una desaparecida al pie de la torre del Agua.
     - Por mi parte, coincido con quienes afirman que tres de ellos corres­ponderían a puertas desaparecidas en los primeros siglos de vida de la muralla, tales como la bab al-Kuhl, la bab Yahwar y la bab al­ Faray.
     - Los restantes son fácilmente identificables con topónimos castellanos, puesto que éstos no serían más que la castellanización de los islámicos: la bab Taryana y la bab Qarmuna se identifican sin ninguna dificultad con la puerta de Triana y la de Carmona respectivamente.
     A éstos podría añadir tres topónimos mencionados en los documentos castellanos del siglo XIII y que tienen un origen islámico, como serían la puerta de la Macarena, la de Bib Alfat y la de Bibarragel.
     b) Los topónimos con que los castellanos denominaron a las puertas de la muralla sevillana, en los que puede distinguirse entre:
     - Topónimos de raigambre islámica: Macarena (1253), Carmona (1253), Bib Alfat (1253), Triana (1255) y Bibarragel (1269).
     - Topónimos que nada tiene que ver con los islámicos, tales como las puertas del Sol (1250), Aceituna (1255), Arenal (1274), Goles (1274), Judería (1274), Córdoba (1284) y Osario (1299).
     Ahora bien, en relación a los topónimos castellanos debo distinguir entre:
     - Las puertas que mantuvieron hasta su derribo el primer topónimo que recibieron de los castellanos: Macarena, Córdoba, Sol, Osario, Carmona, Jerez, Arenal y Triana.
     - Los topónimos que fueron sustituidos a lo largo del tiempo: Bibarragel, Ingenio, Judería, Carbón y Aceituna.
     Una vez que he puesto de manifiesto el carácter islámico de la práctica totalidad de las puertas de la muralla de Sevilla, creo que es fundamental precisar si fueron obras de los Almorávides o de los Almohades, para lo cual un requisito fundamental es determinar la fecha de construcción de la última cerca islámica.
     Ahora bien, en primer lugar considero oportuno esbozar, siquiera sea brevemente, la compleja historiografía de nuestra muralla, cuya cronología ha oscilado en el presente siglo, desde una primera atribución romana, entre Almorávides y Almohades, desarrollándose una enconada polémica entre los investigadores.
     Así, si en principio se atribuyó a los Almohades, a partir de una pasaje del Qirtas, la paternidad de la muralla, el descubrimiento de un pasaje inédito del Bayan hizo cambiar la misma en favor de los Almorávides, si bien se reconocía a los primeros un activo papel en su mantenimiento y perfeccionamiento.
     En relación con dicha dualidad, en los años 80 se consolidó esta hipótesis, que defiende, a  partir del Bayan, una autoría almorávide para la muralla en sentido estricto, y la almohade, según el pasaje del Qirtas, para la barbacana, el foso, el recrecimiento detectado en la muralla y la coracha de la torre del Oro, aunque en los últimos años se ha retomado de nuevo la idea de una autoría almohade.
     Por mi parte, creo que un análisis detenido de las fuentes islámicas permite fechar la cerca de Sevilla durante la ocupación almorávide de la ciudad, puesto que así lo afirman tres de ellas y puede deducirse de una cuarta:
     a) En primer lugar, el Bayan de Ibn Idari hace alusión a la imposición de un impuesto denominado tatib con el que se sufragó la construcción de las murallas de Granada, Córdoba, Almería y Sevilla, dato que debe relacionarse con la expedición de Alfonso I el Batallador en 1125.
     b) Según al-Maqqari, el cadí Abu Bakr construyó las murallas de Sevilla con piedra, ladrillo y cal, tras un primer y fallido intento debido a la oposición de la población a sufragar su erección con el importe de la venta de las pieles de los corderos ofrecidos en sacrificio.
     e) Por su parte, Ibn Qattan también atribuye a Abu Bakr la construcción en 1134 del sector de las murallas de Sevilla paralelo al río, dato que debemos relacionar con la expedición de Alfonso VII de Castilla en 1132.
     d) El Idrisi, que redactó la parte de su Kitab Ruyyar, compuesto para Roger II de Sicilia, relativa a la España musulmana entre 1147 y 1148, se refiere a las murallas de Sevilla como sólidas.
     En este sentido, creo que no es posible identificar el recinto al que se refiere el Idrisi con el levantado por los abbadíes en el siglo XI, puesto que, como puede inferirse del tratado de hisba de Ibn Abdún, éste debería estar, a comienzos del siglo XII, colmatado y desbordado, por lo que tenemos una fecha ante quem para la cerca sevillana, ya que los almohades no entraron en la ciudad hasta 1147 ó 1148.
     Por el contrario, el que en el al-Mann bi-l-Imama, del portugués Ibn Sahib al-Sala, no se recoja noticia alguna que pudiera hacemos pensar que las murallas de Sevilla fueran obra de los Almohades, constituye un serio obstáculo para sostener su paternidad, ausencia fundamental en la medida en que este autor fue contemporáneo de los hechos, tuvo acceso, por su cargo en la administración, a documentos oficiales y que sí recoge otras construcciones de carácter defensivo en nuestra ciudad, tales como la reconstrucción, por orden de Abu Yaqub, del lienzo paralelo al río en 1169, las alcazabas exterior e interior y los muros de 1184 en el interior de la ciudad, y en otros puntos de al-Andalus, como Gibraltar o Badajoz. Igualmente, creo que, por el propio carácter de su obra, difícilmente dejaría pasar la oportunidad de ensalzar al promotor de una obra de la envergadura de la muralla sevillana.
     En cuanto al Qirtas, única crónica islámica en base a la cual podría sostenerse la construcción almohade de la muralla sevillana, Abd al­ Aziz Salem dejó zanjada la cuestión hace años al apreciar que en ella se empleaban dos términos diferentes para referirse a las obras de Abu al-Ala: gaddada para la muralla y Bana para la barbacana, de manera que el pri­mero tendría el sentido de reparar y el segundo de construir.
     De cualquier manera, lo que sí sería evidente es que la muralla en sentido estricto y la barbacana  corresponderían a dos momentos cronológicos diferentes -uno del siglo XII y el otro tras Las Navas de Tolosa- y que, con posterioridad a la construcción de la muralla, se procedió a aumentar su al­tura.
     Planteada la cuestión de la cronología de la muralla, resulta complejo determinar si las puertas islámicas podrían considerarse Almorávides o Almohades, puesto que no sabemos si éstos últimos se limitaron a utilizar las abiertas por aquéllos o si, por el contrario, procedieron a la apertura de algún nuevo acceso.
     Además, debe tenerse en cuenta que los lienzos que se extendían a lo largo de la orilla del Guadalquivir fueron destruidos por las inundaciones de 1169, tras la que serían reconstruidos por Abu Yaqub dotando a sus puertas del sistema de zalaliq, y en 1200, tras la que fueron nuevamente levantados, aunque en lo que a sus accesos se refiere, desconocemos si di­chas reconstrucciones se limitaron a una mera consolidación de los mismos o si, por el contrario, se procedió también a la construcción de accesos de nueva planta, modificando su primitiva disposición.
     A través del testimonio de la historiografía sevillana, las referencias documentales, las maquetas del retablo mayor de la Catedral y, sobre todo, de las que han llegado hasta nosotros, me es posible reconstruir las tres dis­posiciones diferentes de las primitivas puertas islámicas de Sevilla antes de las reformas que sufrieron en el siglo XVI:
     a) Puerta flanqueada por dos torres, con acceso directo y protegida por barbacana: disposición que, sin ésta última, se documenta desde época romana. A este tipo corresponderían las puertas de Carmona y del Aceite.
     b) Torre-puerta con acceso en recodo único y protegida por barbacana: aunque tradicionalmente se había creído que las más antiguas puertas en recodo se encontraban en fortificaciones bizantinas del Norte de África de los siglos V y VI, Creswell rechazó esta teoría a la vez que sostuvo que las más antiguas eran las cuatro del recinto circular de Bagdad, construido por al-Mansur a mediados del siglo VIII, a donde habrían llegado de la mano de los abbasíes, originarios de la región del Oxus.
     Por su parte, Torres Balbás sostenía que la influencia de Iraq en Ifriqiya y el Magreb oriental en los siglos X y XI explicaría la aparición en dichas comarcas de las puertas en recodo, de donde cree que podrían haber pasado a Granada a través de la dinastía zirí, originaria de la zona.
     Sin embargo, este mismo autor sostiene en publicaciones anteriores que el origen de las puertas en recodo islámicas en la Península Ibérica ha­bría que buscarlo en la influencia ejercida por la arquitectura bizantina sobre la califal desde mediados del siglo X, si bien también cree posible que los restos de las fortificaciones de las zonas de la Península que pertenecieron a Bizancio sirvieran de modelo a los arquitectos de ésta.
     Sea como fuere, lo cierto es que en los siglos XI y XII se va a genera­lizar el acceso en recodo tanto en la Península como en Marruecos -si bien se han sugerido ejemplares anteriores en Madinat al-Zahra, Calatrava o Toledo, aunque su cronología sea objeto de discusión y en Ifriqiya-. A él corresponderían en Sevilla, la puerta de Córdoba, así como las de Triana, Arenal, Carne, Osario, Sol, Barqueta, San Juan y Goles.
     Así, la puerta de Córdoba, que sigue el esquema de la puerta Monaita de Granada, se caracteriza por tener su ingreso en el costado de una torre rectangular saliente de la muralla hacia el exterior, por el que, a diferencia de la puerta Nueva o de los Pesos -también en Granada y bajo cuya torre se desarrollan dos pasadizos normales cubiertos con bóvedas de cañón en cuyo encuentro se sitúa una vaída-, se pasa a un patio que ocupa su parte baja y del cual se sale a la ciudad por una puerta desenfilada respecto de la anterior, formando así un recodo, aunque es muy posible que en Isbiliya hubiese puertas cuya torre se desarrollara al interior de la muralla, con el acceso en su frente y la salida en el costado, tal y como sucede en la puerta de la fortaleza almohade de Dchira.
     Los accesos estarían constituidos por arcos de ladrillo de herradura aguda con alfiz, con los frentes exteriores de sillería y el resto de la fábrica de tapias de argamasa.
     c) Puerta flanqueada por dos torres, con acceso en recodo y protegida por barbacana: tipo al que corresponderían las puertas de la Macarena y de Jerez, de las que afortunadamente contamos con la represen­tación que de ellas se hace en los relieves del retablo mayor de la Catedral de Sevilla, y cuya disposición no dudo en considerar almohade, evidente en el caso de la de Jerez por el hecho de dar acceso a la alcazaba exterior.
     Ejemplares similares a estas puertas los encontramos en la representación de la granadina de Elvira en La batalla de Higueruela de El Escorial y en las portuguesas de la Medina o Loulé de Silves y la de Repouso de Faro, consideradas almohades.
     En los tres tipos nos encontramos con dos inconvenientes: por una parte, de qué manera se atravesaba la barbacana, es decir si su acceso se encontraba desenfilado con respecto a la puerta de la muralla, o estaba frente por frente de la misma; por otra, cómo conectaba la barbacana con la torre­ puerta, puesto que desafortunadamente la puerta de Córdoba ya no conserva la suya. No obstante, y gracias a las excavaciones en la puerta Real y en las antiguas Atarazanas, puedo adelantar algunas notas:
     - En lo que al primer aspecto se refiere, la excavación del postigo del Aceite demostró que el acceso a la barbacana se encontraba desenfilado de la puerta de la muralla, de manera que había que realizar un quiebro en ángulo recto para acceder a ella.
     - En cuanto al segundo, disponemos de testimonios contradictorios, puesto que en las excavaciones de la Puerta Real la barbacana entestaba con la propia puerta, mientras que en las del postigo del Aceite no lo hacía, a lo que habría que añadir las referencias contenidas en los Papeles del Mayordomazgo a "la barrvacana del enderredor del dicho alcararejo".
     A modo de conclusión, y como quiera que las puertas almohades del Norte de África constituyen arcos monumentales levantados en honor de la dinastía, tales como la bab Agnau, en la alcazaba de Marrakech, y la bab al­ Ruwah o la puerta de la alcazaba de los Udaya, en Rabat, y que las puertas de la alcazaba de Badajoz, que con toda seguridad son almohades, constituyen una evolución de las puertas Monaita y de Córdoba, puesto que presentan un espacio a cielo abierto reforzado por una torrecilla avanzada del cuerpo saliente de la puerta, no dudo en calificar la puerta de Córdoba y, por extensión el resto que en la cerca sevillana respondían a su tipología, como almorávides.
     Por lo tanto, y en mi opinión, tanto la cerca como las puertas fueron construidas por los Almorávides, limitándose los Almohades a mejorar las cualidades defensivas del recinto y a reconstruir los lienzos derribados por las crecidas, de manera que si aceptamos la hipótesis de que la muralla en sentido estricto fue levantada por los Almorávides y que su recrecimiento, el foso y la barbacana lo fuera por los Almohades a principios del XIII, deberíamos llegar a la conclusión de que estos últimos dotaron a las primitivas puertas almorávides del siglo XII de barbacanas, tal y como se documentó en la excavación del postigo del Aceite, e incluso modificaron su disposición, como en el caso de la puerta de la Macarena.
     Es decir, las puertas de la Isbiliya islámica también fueron objeto de atención en el proceso de mejora de las defensas de la ciudad ante el inminente peligro de ataque cristiano tras la batalla de Las Navas de Tolosa.
     Por otra parte, aunque las puertas fueron objeto de numerosísimas intervenciones a lo largo de los siglos XIV y XV, mantendrían, a excepción de la puerta de Triana, la disposición en recodo y la barbacana hasta el siglo XVI.
     Así pues, no sería hasta la segunda mitad del silo XVI cuando se llevaría a cabo una operación urbanística que transformó las viejas puertas islámicas en nuevos accesos acordes con el extraordinario auge que, al am­paro del comercio con América, experimentaba Sevilla.
     En ella es posible distinguir tres componentes fundamentales: el funcional, que eliminó los inconvenientes que al tráfico suponía el carácter islámico de las puertas; el urbanístico, que las convirtió en elementos puntuales de ordenación urbana, y el estético, que pretendía eliminar los vestigios de la dominación islámica mediante la utilización de un lenguaje clásico, en el que habría que incluir la colocación de escudos e inscripciones, a la vez que se erigían en arcos de triunfo que exaltaban el poder de una ciudad convertida en capital del orbe.
     En este proceso pueden destacarse tres hitos fundamentales:
     a) La actividad del asistente Francisco Chacón, que contó con la colaboración de Hernán Ruiz, Maestro Mayor de la ciudad en los años sesenta. En la medida en que la obra de Hernán Ruiz ha sido muy estudiada, conocemos con bastante exactitud esta primera etapa, en la que se intervino en las puertas de Jerez y la Macarena en 1561, en 1565 en la de Goles y en 1566 en la del Arenal y el postigo del Carbón.
     b) La actividad de Francisco de Zapata, conde de Barajas, bajo cuya iniciativa trabajaron en la década de los setenta los arquitectos Benvenuto Tortelo y Asensio de Maeda, Maestros Mayores de la ciudad.
     Al primero debemos la reforma de postigo del Aceite (1569-1573) y al segundo las obras en las puertas de la Carne (1577) y Carmona (1578). En esta misma década se reformaría también la puerta del Osario (1573).
     e) La construcción de la puerta de Triana por iniciativa del conde de Orgaz (1585-1592).
     Ahora bien, la actividad de estos arquitectos se orientó tanto a la construcción de puertas de nueva planta (Goles, Arenal, Carne, Córdoba y Triana), como a la modificación de las islámicas mediante la eliminación de los recodos y las barbacanas y la incorporación de elementos arquitectónicos de carácter clásico, como frontones, áticos y columnas, y decorativos, como escudos e inscripciones (Carmona, Jerez, Aceite, Macarena, Sol y Osario).
     Esta labor constructiva continuó a lo largo de los siglos XVII y XVIII, a la vez que se realizaban las lógicas reparaciones ocasionadas por el transcurso del tiempo. Así, en el XVII se procedió a la reedificación de la puerta de la Barqueta (1627), y en el XVIII a la de la Macarena (1723 y 1795) y San Juan (1758) y a la apertura de la de San Fernando (1760).
     Por último, habría que citar la construcción, en el siglo XIX, de las nuevas puertas de Jerez (1848) y del Osario (1848-1849) (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).

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El Recinto Amurallado de Sevilla, al detalle:
- Postigo de Abdelazis, o Puerta de la Victoria
- Postigo del Cuco (desaparecido)
- Puerta de la Barqueta (desaparecida)
- Puerta de la Basura, o Nueva (desaparecida)
- Puerta de Goles, o Real (desaparecida)
- Puerta Nueva, o de la Basura (desaparecida)
- Puerta Nueva, o de San Fernando (desaparecida)
- Puerta Real, o de Goles (desaparecida)
- Puerta de San Fernando, o Nueva (desaparecida)
- Puerta de San Juan (desaparecida)
- Puerta de la Victoria, o Postigo de Abelazis

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