Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la desaparecida Puerta Real, o de Goles, de Sevilla.
La Puerta Real, o de Goles, se encontraba en la plaza Puerta Real, en su confluencia con la calle San Laureano; en los Barrios del Museo, y de San Vicente, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
Estaba situada al final de la calle Alfonso XII -antigua calle de las Armas-, en la confluencia de las calles Gravina, Goles y San Laureano, en la plaza que conserva en su nombre el recuerdo de su existencia, y donde en el año 1995 se realizaron excavaciones.
La Puerta Real, o de Goles, se encontraba en la plaza Puerta Real, en su confluencia con la calle San Laureano; en los Barrios del Museo, y de San Vicente, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
Estaba situada al final de la calle Alfonso XII -antigua calle de las Armas-, en la confluencia de las calles Gravina, Goles y San Laureano, en la plaza que conserva en su nombre el recuerdo de su existencia, y donde en el año 1995 se realizaron excavaciones.
El topónimo Goles no aparece documentado en las fuentes musulmanas, aunque sí en el Libro del Repartimiento y en otros documentos castellanos de los siglos XIII, XIV y XV. Por su parte, el topónimo Real sólo aparece mencionado a partir del siglo XVI.
Esta puerta se ha identificado con la bab al-Kuhl y la bab al Muaddin de las fuentes musulmanas.
En cuanto al origen del primero de los topónimos, es decir el de Goles, es unánime la historiografía sevillana al considerarlo como una corrupción del nombre de Hércules, a quien estaría dedicada.
Sin embargo, hay historiadores modernos que consideran que el nombre obedecía al primer núcleo de población al que conducía el camino que de esta puerta partía.
En cuanto al origen del segundo, también es prácticamente unánime la historiografía, relacionándolo con la entrada en la ciudad, el 10 de mayo de 1570, de Felipe II. Sin embargo, algún autor considera que el origen del nombre reside en la entrada que por ella hizo San Femando tras la conquista castellana.
Acerca de la primitiva estructura de la puerta islámica, todas las referencias que he localizado coinciden en la existencia de una torre. Así, en los Papeles del Mayordomazgo del siglo XIV, a propósito de la reparación general de la muralla en 1386, figuran como elementos a reparar una "torre que está dentro en la puerta de goles", así como una "torre que está sobre la puerta de goles". En los del siglo XV, encontramos también noticias de esta torre: en 1406 y en 1421. Por último, tal y como veremos más adelante, en los documentos relativos a las obras que en ella tuvieron lugar en el siglo XVI vuelve a hacerse alusión a una torre.
Por lo tanto, no creo, como sostiene algún investigador, que estuviese flanqueada por una torre, sino que se trataba de una torre-puerta con acceso en recodo único y protegida por barbacana.
En este sentido, creo que la puerta representada en uno de los relieves del retablo mayor de nuestra Catedral no puede identificarse con la de Goles, sino con la de la Macarena, puesto que en el mencionado retablo se representa a la ciudad desde el norte y no, como se sostiene habitualmente, desde poniente.
Por otra parte, conocemos la intervención de Hernán Ruíz en esta puerta gracias a documentos conservados en nuestro Archivo Municipal y fechados en 1561 y 1563. A través de este último sabemos que se debía proceder a "derribar la puerta de goles o la mayor parte della y la bóveda y torre y tornarse a edificar-conque si se derribare la torre no se torne a façer", así como "derribar quales quier edificios si hubiere arrimados al muro" y "empedrar la salida de la puerta y la plazuela questa delante de la puerta de manera que quede en corriente hacia Cantarranas".
También nos queda constancia de esta intervención en la obra de Mal Lara: "(...) don Francisco Chacon, Asistente, que fue desta ciudad, mando con orden de Sevilla, que se edificasse, y se alçasse de el suelo, y asi se alço de piedra labrada, con sus frontispicios y remates de unos grandes globos, y puntas (...) y empedrase todo aquel espacio".
La nueva puerta constaba de dos cuerpos, en el primero de los cuales se abría un arco de medio punto flanqueado por dos pilastras corintias que sostenían un entablamento, sobre el que se levantaba un segundo cuerpo, coronado por un frontón rematado por acróteras.
En lo que a las inscripciones se refiere, en la primitiva puerta de Goles se leía un dístico en latín en honor de San Fernando que habría sido puesto por don Hernando Colón en 1535. Quizás estos versos debieron ser renovados cuando Hernán Ruiz reedificó la puerta, y a que según la historiografía sevillana el dístico se leía en el frontispicio de la puerta nueva de Goles, aunque con el transcurso del tiempo habría desaparecido, y figura en el dibujo que de ella hizo Tovar.
Por otra parte, las obras de Hernán Ruíz concluyeron con la colocación de una lápida con inscripción en castellano, fechada en mayo de 1565, en conmemoración de su reedificación y que estaba colocada en el friso del entablamento del primer cuerpo de su fachada interior.
Esta inscripción se conservaba en los fondos del Museo Arqueológico Provincial, donde fue depositada el 12 de marzo de 1880 por la Comisión de Monumentos (R.E. 269). En el año 1995 fue colocada por la Gerencia Municipal de Urbanismo en el lienzo de muralla contiguo a donde estuvo emplazada la puerta.
En cuanto a los escudos, a través de la historiografía, de los dibujos de Ford y Tovar y de una fotografía, sabemos que dos de ellos decoraban los frentes de su segundo cuerpo: uno con las armas de la ciudad al interior, y otro con las armas reales al exterior. En este sentido, creo que es muy posible que uno de los tres escudos de piedra con las armas de la Ciudad esculpidas conservados en los fondos del Museo Arqueológico Provincial sea el que hemos visto decoraba esta puerta (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).
Apenas un muñón gris y unas desdentadas almenas quedan de la majestuosa fábrica que aquí se erigió para recibir al hombre más poderoso del mundo. También por este lugar regresó la cruz a la ciudad. Hoy, sin embargo, es solo una triste esquina; un rincón que afean garabatos y meadas. La gloria del mundo siempre pasa. Y cuando lo hace, su lugar se apresta a ocuparlo la miseria. La Piedra Llorosa, la casa de Hernando Colón, el Señor de Pasión, la calle de las Armas, el Campo de Marte, la estación de Córdoba, el barrio de los Humeros, la Virgen de las Aguas, el capitán Marcos Cabrera, los obispos de la iglesia del Palmar de Troya, las futbolísticas calles Goles y Redes discurriendo en paralelo... todos estos personajes, todos estos lugares, con sus respectivas historias, crepitan alrededor de la esquina donde se alzaba una de las puertas de la vieja muralla de la ciudad. Mas no una puerta cualquiera: la puerta por la que un día entró en Sevilla el hombre más poderoso del mundo. Sus constructores almohades la llamaron de algún modo que a los castellanos que vinieron luego les dio por traducir, más bien adaptar, como Puerta de Goles, nombre que nada tiene que ver con el fútbol que varios siglos después inventarían los ingleses. Su origen, según apunta el cronista Luis de Peraza y sistemáticamente aceptaron todos los que luego vinieron, procedía de una incomprensible corrupción del nombre de Hércules, con el que los musulmanes habrían denominado la puerta, lo cual de entrada parece poco probable. Pero menos lo es aún que la palabra Harqal, que es como se dice Hércules en árabe, se transforme en Goles al ser pronunciada por los castellanos que conquistaron la ciudad, como sostiene la teoría. De Harqal a Goles va un trecho. No obstante, Peraza se muestra contumaz en la defensa de tal hipótesis, que trata de argumentar con una de las habituales piruetas de los historiadores de la época, de la cual, eso sí, podemos deducir que en sus tiempos -siglo XV- los sevillanos ya transformaban en ere la ele del artículo el. Sevillanos para quienes el tal Hércules, en lugar de un héroe mitológico, el legendario fundador de la ciudad, fue en realidad un hortelano al que apodaban uer Coles". Lean atentamente a Peraza: "Creo que ha sido por vicio del tiempo mudarse la C en G, por lo que yo sin duda creo que se ha de decir de Coles, que es nombre propio de Hércoles (sic), que el Her que anteponemos en este nombre, sobrenombre es, según en las Questiones Annias dice el sapientísimo Juan Annio Viterviense". Claro que lo de "Her" lo mismo es un germanismo, vaya usted a saber. Quede, en fin, a juicio del lector la conclusión sobre el rigor de esta teoría, que a pesar de todo fue aceptada por la generalidad de los cronistas que vinieron luego.
Más lógica se nos antoja la teoría sostenida por el historiador Jacinto Boch Vilá, quien en su obra sobre la Sevilla Islámica (colección de bolsillo de la Universidad de Sevilla) especula con que el nombre de esta puerta provenga del nombre de la Puerta del Alcohol, con el que fue bautizada una de las que en la cerca abrieron sus constructores. En árabe el nombre era Bab al-Kuhl, cuyo sonido se antoja bastante más proclive a corromperse en la lengua de un castellano para acabar convertido en Gol o Goles que Hércules o Harqal. Explica Boch Vilá que la puerta en cuestión llevaba ese nombre -del alcohol o del sulfuro de plomo porque daba al barrio donde se asentaban los vidrieros y ceramistas, o fuera de la cual tenían establecidos sus hornos, cuyas luces, por la noche, se divisaban desde al alcázar donde residía Al Mutamid", dice Boch Vilá. Bien, contra esto hay quien dice que la Puerta del Alcohol era en realidad la Puerta de Jerez, bastante más cercana del palacio del célebre monarca sevillano. Como verán, disquisiciones históricas no faltan al respecto, aunque las especulaciones del profesor Boch parecen tener más apoyo en la lógica que la teoría que se ha venido reiterando con papagayesca contumacia sobre el nombre antiguo de esta puerta.
Años después de la conquista castellana y, por tanto, cristiana, la puerta mudaría de nombre, pasando de Goles a Real, cambio que fue debido a una razón en la que los historiadores tampoco terminan de coincidir. Parece constatado que a través de esta puerta entró en Sevilla el rey Fernando III el 22 de noviembre de 1248 para tomar definitivamente la plaza y poner fin en ella a más de medio milenio de dominación y hegemonía musulmana. Si bien, la ocupación oficial de la Isbiliya islámica por las huestes del rey castellano no se verificaría hasta un mes más tarde, una vez que la ciudad fuera desalojada por la mayor parte de sus habitantes en cumplimiento de los términos para la capitulación acordados entre el conquistador y el derrotado rey local Axafat. Muy curiosa es la descripción que, seis siglos más tarde, haría de aquella entrada Álvarez-Benavides, en un épico alarde de imaginación desbordada: "El sol radiante de Andalucía, reflejado sobre las armaduras e invencibles espadas de tan heroicos soldados, les hacía aparecer aquel día como masas de fuego que, extendiéndose por la orilla izquierda del Guadalquivir, penetraban en la ciudad por la Puerta de Goles, semejando extensa columna de candente lava".
Según el analista Ortiz de Zúñiga, el nombre de Real se le impondría precisamente a raíz de aquel episodio. La realidad, sin embargo, parece ser diferente. Otras fuentes, da la impresión que más fiables, atribuyen el origen de la denominación con la que esta puerta pasaría definitivamente a la historia (en todos los sentidos) a otro acontecimiento ocurrido tres siglos y medio más tarde. Exactamente el 1 de mayo de 1570, cuando a través de la entonces todavía llamada Puerta de Goles entraría en Sevilla el rey Felipe II, en aquel momento el hombre más poderoso de la Tierra, titular de un imperio donde jamás se ponía el sol, pero sí en cambio se ponían muchas manos; seguramente demasiadas. Y ello fue causa de que, precisamente durante su reinado, el imperio comenzara a experimentar la decadencia que lo llevó, primero, a ver cómo sobre él iban extendiéndose las sombras de la noche, hasta, más adelante, descomponerse definitivamente en un histórico ocaso.
La entrada en la ciudad de Felipe II por la Puerta de Goles (en lo sucesivo, Real) supuso poner fin a la costumbre, hasta entonces seguida por los monarcas castellanos, de entrar en Sevilla a través de la Puerta de la Macarena, que era, de las cuatro principales, la situada al norte y, por tanto, la más inmediata al "arrecife de Extremadura", a través del que se llegaba a la ciudad desde la meseta. Era, por tanto, el acceso lógico y, digamos, natural a la ciudad. De hecho, todos los reyes castellanos habían entrado en ella por esa puerta, recorriendo luego la calle San Luis, que por tal motivo llevaba el nombre de Real.
La decisión de cambiar en esta ocasión la puerta de entrada a la ciudad fue de Francisco Duarte de Mendicoa, caballero veinticuatro, juez oficial y factor de la Casa de la Contratación, quien, avezado en estas lides, se encargó de la organización del fasto. Estimó Duarte, no sin razón, demasiado angostas las calles que rodeaban la Puerta de la Macarena para acoger la concurrencia que previsiblemente acudiría en masa a contemplar la llegada de la comitiva imperial, que además era notablemente más aparatosa que la de todos sus antecesores, incluida la del emperador Carlos.
En la víspera de su entrada en la ciudad, Felipe II hizo noche en el Monasterio de San Jerónimo, desde donde a la mañana siguiente, bien temprano, tomaría una barcaza que lo llevaría a través del río hasta la finca de la Bellaflor, ubicada en los actuales Jardines de las Delicias. Allí acudirían a cumplimentarlo las autoridades civiles, religiosas, militares y académicas de la ciudad. A las dos y media de la tarde, al frente de una comitiva de casi cuatro mil hombres, el monarca se encaminaría hacia la ciudad siguiendo en su recorrido los pasos que siglos antes había dado el Rey Santo para entrar en ella una vez consumada la conquista. Discurrió el cortejo del Rey Prudente entre el río y la muralla, pasando junto a la Torre del Oro y el puente de barcas, también ante los postigos del Carbón y el Aceite y las puertas del Arenal y Triana, que dejaría sucesivamente atrás hasta llegar al fin a la entonces todavía llamada Puerta de Goles, ante la cual se había levantado un arco triunfal para recibirlo con más boato si cabía. Bajo él, Fernando Carrillo, conde de Priego y asistente de la ciudad, suplicó al rey que jurase los privilegios concedidos a Sevilla, a lo cual este accedió. Ante un crucifijo de esmeraldas y con la mano puesta en los Evangelios, Felipe II hizo el juramento. El asistente le entregó entonces las llaves de la ciudad y con ellas en la mano, el regio visitante pasaría bajo el vano de la Puerta Real, avanzando por la calle de las Armas, desde la que se dirigió a la Catedral a través de un itinerario -Sierpes, Plaza de San Francisco, Génova- que inauguraba solemnemente la futura carrera oficial de la Semana Santa.
Las crónicas antiguas describen la Puerta Real como una edificación que consistía en un gran arco romano ornado con pilastras, sobre cuyas cornisas se alzaba un segundo cuerpo, en el que destacaba un frontispicio terminado en airosas pirámides. Aspecto que le confirió la reforma realizada sobre la puerta primitiva cinco años antes, en 1565, de la cual daba fe una lápida con la siguiente inscripción literal: "Reinando en Castilla el muy alto poderoso católico rey Felipe Segundo, mandaron hacer esta obra los muy ilustres S.S. Sevilla, siendo asistente de ella el muy ilustre Sr. Don Francisco Chacón, Señor de las villas de Casarubios é Arvio Molinos y Alcalde de los Arcazares i Cimorrio de Avila. Acabase en el mes de maio de 1565".
La decoración de la Puerta Real estaba presidida por un relieve donde aparecían las figuras del rey san Fernando, flanqueado por los santos Isidoro y Leandro. También se refiere que en su frontispicio hubo durante algún tiempo una pintura donde el Rey Santo aparecía triunfante a caballo, junto a la cual se labró una inscripción en latín que lo exaltaba de esta rimbombante y solemne manera: "Ferrea Ferrandus perfregit claustra sibillae, Ferrandi, nomen splendet, ut astra Pollin", lo cual traducido a román paladino venía a querer decir: "Fernando quebrantó las puertas de hierro de Sevilla, y el nombre de Fernando brilla como los astros del cielo".
La Puerta Real era, así lo refieren las crónicas y lo demuestran las fotografías, majestuosa y monumental. Nada que ver con otros postigos de la ciudad que hemos recorrido antes, como las Puertas de San Juan, Córdoba o, incluso, la del Sol, u otras que veremos más adelante. De ella, refiere el cronista González de León que, por su cara de intramuros, tenía en ambos extremos sendas capillas. Una, la de la derecha, dedicada a Nuestra Señora de la Merced, que aún existe, y la otra, la de la izquierda, a San Antonio de Padua, encontrándose esta en un piso superior al que ocupaba la casetilla de los guardas de la puerta. Entre el arco de la puerta y la capilla de la Merced también hubo una fuente que, según el referido cronista, manaba agua procedente de la famosa fuente del Arzobispo, lo cual se antoja complicado puesto que dicha fuente se hallaba en lo que hoy es el parque de Miraflores y eso habría exigido una larga canalización que cruzara casi toda la ciudad de entonces.
Mas, ni su gloriosa historia ni su imperial empaque fueron motivo suficiente para evitar que fuera demolida en el "tremebundo" -como lo califica nuestro omnipresente Álvarez-Benavides- año de 1862. En realidad, más que demolida, parece que fue desmontada, pues el citado autor detalla que durante algún tiempo sus piezas se conservaron en el cementerio de San Fernando, que por aquella época apenas llevaba ocho años abierto, donde incluso se pensó instalarla a modo de gran y monumental pórtico para la mansión de los muertos. El proyecto, como tantas veces ha ocurrido y sigue ocurriendo en esta ciudad, se llevó unos años madurando en la placenta consistorial, pero al final la gestación terminó en aborto. La idea fue descartada y los peñascos a los que se redujo la Puerta Real sabe Dios dónde fueron a parar una vez distinguidos con el marchamo de "cosa que no sirve para nada".
Hoy en día, de la Puerta Real apenas queda el recuerdo de un azulejo colocado junto a un exiguo resto de la muralla a la que estuvo adosada y que se halla al final de la antigua calle de las Armas, la actual Alfonso XII; en esa esquina que, no se sabe muy por qué, es tan sórdida y apagada, tan lumpen y siniestra. Porque en ese halo de siniestra decadencia que envuelve este rincón de la ciudad, parece haber todavía algo de aquel ambiente enrarecido que envolvía, como los de todas las estaciones ferroviarias, los alrededores de la antigua estación de Córdoba. De ella, de la puerta, quedó, sin embargo, su nombre, que ahora lo lleva todo ese barrio cuyas fronteras tampoco están claras del todo. Desde el Museo hasta San Laureano (desde la Piedra Llorosa, hasta las lágrimas de la Virgen de las Aguas) y desde las pensiones de Gravina, hasta los silencios de las viejas calles del barrio de los Humeros: Goles, Alfaqueque, Redes, Bajeles, Barca... nombres marineros que parecen evocar los pecios que, olvidados, reposan en el fondo del océano de aquellas naves que, persiguiendo un destino fatal, partieron de este lugar para no volver jamás; nombres que sugieren historias tristes para una Sevilla triste, apagada, solitaria y, sobre todo, callada y silenciosa. Un hecho en el que tal vez haya una cierta lógica, pues solo el silencio podía adueñarse de este lugar después de que lo hiciera el último emperador de Castilla. El último dueño del mundo (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024).
Se encontraba al final de la antigua calle de las Armas, hoy de Alfonso XII, y de ella tomó su nombre el barrio que hay entre el Museo y el antiguo convento de San Laureano. Su primitiva denominación, Goles, es atribuida a una corrupción del nombre de Hércules, el mítico fundador de Sevilla. El nombre de Real le fue otorgado con ocasión de la llegada a Sevilla del Rey Felipe II en mayo de 1570, haciendo entrada en la ciudad a través de esta puerta. La misma fue reconstruida en 1565 por orden del Asistente Francisco Chacón. Su demolición tuvo lugar en 1862, destinándose sus restos al cementerio, donde permanecieron muchos años a la espera de ser reconstruida para servir de entrada al camposanto, proyecto que jamás se haría (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
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