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martes, 9 de diciembre de 2025

La desaparecida Puerta de Triana

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la desaparecida Puerta de Triana, de Sevilla.
      La Puerta de Triana, se encontraba en la plaza Puerta del Arenal, en su confluencia con las calles Marqués de Paradas, Julio César, Gravina, San Pablo, Zaragoza, y Santas Patronas; en los Barrios del Arenal, y del Museo, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
     Según la historiografía, la puerta islámica estaría situada al comienzo de la calle de la Pajería -en la actualidad Zaragoza-, aunque en realidad lo estaba al final de la calle Moratín por su parte, la renacentista se construyó en un emplazamiento diferente -"novo adoptato situ" nos dice una de sus inscripciones-, en la confluencia de las calles San Pablo, Reyes Católicos -antigua Alameda de la Puerta de Triana-, Gravina -antigua Cantarranas- y Zaragoza, donde en las excavaciones que se realizaron en  1983 se localizaron su zapata, constituida por un enorme bloque de argamasa de cal, canto y arena, y los arranques de las líneas de muralla y barbacana.
     Este topónimo aparece documentado en las fuentes musulmanas en re­lación a la inundación que tuvo lugar el 26 de marzo de 1200, así como en el Libro del Repartimiento y otros documentos castellanos de los siglos XIII, XIV y XV, conservándose en la actualidad en la toponimia de la ciudad.
     En cuanto a su origen, la historiografía sevillana se muestra unánime al considerarlo relacionado con el hecho de que esta puerta fuese el punto de acceso más directo al arrabal trianero. Igualmente, los historiadores sevillanos coinciden en que su nombre durante los primeros tiempos de la dominación cristiana fue el de Trina, tal y como aparece en un documento del siglo XIII, debido a que la primitiva puerta islámica constaría de tres arcos.
     No tenemos noticia alguna acerca de la primitiva estructura de la puerta islámica, aunque ya he señalado cómo la historiografía sevillana coincide en que la primitiva puerta de Triana constaba de tres arcos. Así, Morgado nos dice: "(...) tres grandes Puertas (...) tenía, y tiene de tiempo de Moros, cuyos Arcos levantados permanecen hasta oy".
     Por otra parte, a través del memorial de 1560 sabemos que Hernán Ruíz debía proceder a realizar obras en algunas puertas de Sevilla al objeto de dejarlas "en derecho de las calles como está la puerta de Triana". Por lo tanto, en algún momento la primitiva puerta debió de ser modificada y convertida en acceso directo, puesto que no creo que ésta fuese su primitiva estructura. En este sentido, M. Valor considera que en las obras que tu­vieron lugar en 1417 se produciría la apertura de una nueva puerta, en la medida en que la islámica estaría desplazada del eje del puente de barcas, aunque pienso que sólo se debió proceder al derribo del acceso en recodo.
     Por lo tanto, creo que se trataría de una torre-puerta con acceso en re­codo único y protegida por barbacana, al igual que la mayor parte de las puertas islámicas de Sevilla.
     Así, no sería hasta 1585, bajo el mandato del asistente Juan Hurtado de Mendoza, conde de Orgaz, cuando se inició la construcción de una nueva puerta de Triana, cuyas obras concluirían en 1592, con trazas de Asensio de Maeda.
     En líneas generales, esta nueva puerta constaba de dos cuerpos, en el primero de los cuales se abría el arco de acceso, flanqueado a ambos lados por dos columnas dóricas que se alzaban sobre pedestales y sostenían sus respectivos entablamentos. En cuanto al segundo, estaba rodeado por un balcón con antepecho de hierro, y decorado con cuatro pilastras almohadilladas y sostenía un entablamento coronado por un frontón rematado por pirámides y esculturas.
     En 1621 está fechado una memoria en la que se recogen las condiciones "de la obra y reparo de alvaniria que la Ciudad pretende hazer en la Carcelería y apoçento de la Puerta de Triana", es decir, en su segundo cuerpo, que sabemos servía de cárcel a personajes distinguidos.
     En 1787 sus fachadas debieron ser modificadas, tal y como informa Matute y Gaviria: "(...) se renovaron las fachadas interior y exterior de la puerta de Triana, restituyendo á sus columnas la altura que correspondía á su órden".
     Al concluirse la nueva puerta de Triana, se colocó una lápida con inscripción latina y fechada en 1588, en conmemoración de su traslado y nueva construcción. A través de la historiografía, sabemos que estuvo en la fachada exterior, sobre el balcón.
     En 1633 se colocó otra lápida con inscripción en castellano y conmemorativa de la construcción de un husillo en sus cercanías, que sabemos estuvo sobre una puerta que, situada en la fachada interior, daba acceso a las escaleras que conducían al segundo cuerpo.
     No he localizado ninguna noticia de la inscripción de 1588 por lo que debió ser destruida cuando en noviembre de 1868 se concluyó el derribo de la puerta.
     En cuanto a la inscripción de 1633, pertenece en la actualidad a la Colección Arqueológica Municipal, cuyo número de inventario es el 20, expuesta en la galería de acceso de la Torre de Don Fadrique.
     Además, la primitiva puerta de Triana figura en el documento de 1560 en la relación de accesos sobre los que Hernán Ruíz debía colocar escudos esculpidos en piedra con las armas reales y las de la Ciudad, los cuales de­saparecerían cuando se procedió a la construcción de la nueva puerta.
     A través de la historiografía y de los dibujos de Ford y Tovar, sabemos que varios escudos decoraban la puerta concluida en 1588. Así, en su se­gundo cuerpo y al interior, en lugar de la inscripción, se dispuso un escudo con las armas de la Ciudad flanqueado por dos con las armas de don Juan Hurtado de Mendoza y Guzmán, conde de Orgaz, aunque hay quien sitúa aquí las armas reales. Por lo tanto, es posible que se trate de uno de los tres escudos esculpidos en piedra con las armas de la Ciudad conservados en los fondos del Museo Arqueológico Provincial.
     Igualmente, a través del dibujo de Tovar y de una fotografía sabemos que un blasón con las armas menores de la Ciudad se encontraba sobre la clave del arco en su fachada exterior. En este sentido, en la galería de acceso de la Torre de Don Fadrique se conserva uno, cuyo número de inventario es el 176, que quizás sea el que decoraba esta puerta.
     En lo que a otros elementos decorativos se refiere, a través de la memoria y condiciones de la obra de 1621, en las que se habla de "reparar y colgar la figura de cantería que representa la Fe", de la historiografía y de un grabado de Tortolero, sabemos que la puerta estaba decorada con estatuas, aunque no figuran ni en los dibujos de Ford y Tovar ni en su fotografía (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).
     El paisaje les resultará completamente ajeno. Hace ya mucho tiempo que cambió, o peor, lo cambiaron. Sin embargo, la historia que en él aconteció sí les sonará familiar y próxima. Actual, incluso. El paisaje tal vez, pero hay cosas en Sevilla que jamás cambiarán.
      Algún día, probablemente no muy lejano, Sevilla será una ciudad como tantas; vulgar, común y corriente. Sí, tendrá media docena de monumentos de cierta enjundia, mucha en algunos casos, y es posible que sus gentes conserven aún ciertas costumbres y formas de ser que las haga peculiares y castizamente exóticas a la vista de los visitantes, más o menos como ahora. Sin embargo, de aquella ciudad dotada de una personalidad incomparable, plagada de añejos edificios contextualizados por un caserío de esencia genuinamente andaluza, la Sevilla que alguna vez llegó a ser equiparada con las más bellas ciudades del mundo, la que, desde Al Mutamid a Cernuda, cantaron los poetas durante siglos, nada en absoluto quedará. En eso parece haberse empeñado un destino siniestro y malévolo que sistemáticamente hace volver a la historia sobre sus pasos, reiterando errores de los que jamás nadie aquí supo aprender, repitiendo desgracias que nadie logró nunca evitar, haciendo regresar, una y otra vez, el delicado cántaro donde la ciudad guarda sus esencias -a lomos de una bestia que lleva del ronzal la mano de la ignorancia- a la fuente donde algunos quieren llenarlo de no se sabe qué, hasta que final e inexorablemente se acabe rompiendo. Es como si la ciudad se hubiera instalado en un eterno retorno con fecha de caducidad. Un desasosegante "día de la marmota" que solo acabará cuando Sevilla se haya convertido en otra cosa. 
     Una ciudad de tantas. Vulgar, común y corriente; como es hoy en día el lugar donde hasta 1868 se alzó la Puerta de Triana, una obra de Juan de Herrera, el arquitecto de Felipe II, que junto a la de Carmona fue la más monumental y hermosa que tuvo la muralla que rodeaba la ciudad. Porque allí donde se alzaba la rotunda arquitectura de la Puerta de Triana, inmortalizada por Richard Ford en uno de los grabados que realizó durante su estancia en Sevilla allá por el año 1831, y también por los pioneros franceses de la fotografía que retratarían la ciudad dos décadas después, se elevan hoy dos raquíticas y desparejadas palmeras que presiden lo que ahora es un cruce de caminos flanqueado por un Burger King y un Café de Indias, quién sabe si a modo de esperpénticas metáforas del glorioso pasado americano de la ciudad. Un desastre que sería definitivamente consumado en la segunda mitad del siglo XX erigiendo edificios diseñados según esas indefinibles y desafortunadas pautas que se pusieron de moda en la etapa tardofranquista, con lo que poco más cabe decir sobre su gusto estético y valor arquitectónico. Es evidente que hoy en día ningún Richard Ford podría hallar en este rincón de la ciudad el más mínimo interés para inmortalizarlo en un grabado, porque ni siquiera logra llamar la atención de esos turistas japoneses que lo fotografían casi todo.
     Informan los cronistas de que originalmente, la Puerta de Triana estaba más hacia la derecha, hacia el interior de la entonces llamada calle de la Pajería, que se correspondía con la actual calle Zaragoza. La razón de su nombre parece obvia, pues es la puerta que daba al barrio de Triana. Sin embargo, los citados cronistas se empeñan en atribuirlo al hecho de que tuviera tres arcos. Dicha puerta sería sustituida en 1588 por la monumental construcción levantada en tiempos de Felipe II, para lo cual se necesitó demoler una manzana de casas de la vecina calle San Pablo. Bajo el balcón principal de la suntuosa puerta, una lápida escrita en latín daba fe de la fecha de su erección y de la identidad de sus promotores en estos términos: "Siendo poderosísimo rey de las Españas y de muchas provincias por las partes del Orbe Filipo II, el amplísimo regimiento de Sevilla juzgó deber de ser adornada esta nueva puerta de Triana, puesta en nuevo sitio, favoreciendo la obra y asistiendo a su perfección, Don Juan Hurtado de Mendoza y Guzmán, Conde de Orgaz, superior vigilantísimo de la misma floreciente ciudad en el año de la salud cristiana de 1588".
     González de León también nos hace una interesante y pormeno­rizada descripción de la puerta, que sirve como guía perfecta para recorrer las fotografías que tenemos de ella: "La puerta es la más sumptuosa (sic) de la ciudad. Su arquitectura romana muy elegante. Su ornato y elevación la hacen mirar con respeto y satisfacción de los sentidos. Es del orden dórico de dos fachadas iguales que se com­ponen cada una de cuatro grandes columnas instriadas (sic) sobre sus competentes basamentos y pedestales que reciben la airosa cornisa, sobre la que descansa un anchuroso balcón con antepecho balaustrado de hierro, y remata con un gracioso frontispicio que lo corona un ático con pirámides y estatuas todo adornado con oportunas labores de la misma arquitectura. Por la parte de adentro en el frontispicio se ven pintadas las armas grandes de la ciudad; y al lado de afuera, la inscripción que va copiada (se refiere a la placa transcrita anteriormente). El arco de la puerta que está en el claro de las columnas es de grande altura y correspondiente ancho; y debajo de él hay un anchuroso sol de ráfagas en cuyo centro está pintada de un lado la Santísima Trinidad y de otro Nuestra Señora de la Piedad (...) Sobre este arco, y en el centro del ático, con puertas a los respec­tivos balcones, hay habitaciones que sirven de prisión a caballeros y personas de alta clase".
     Además de todo eso, también cuenta González de León que la Puerta de Triana tenía en uno de sus laterales una fuente pública surtida con agua procedente, cómo no, de la famosa fuente del Arzobispo. Las fotos que de ella nos han llegado revelan igualmente que entre su, llamémosle, equipamiento había una barbería, donde además de repasar barbas, patillas y pelambreras, seguramente se ofrecerían los servicios que en aquellos tiempos solían dispensarse en este tipo de establecimientos: sacar muelas, quitar verrugas y un amplio etcétera no muy agradable. Protocirugía estética, cabría llamarlo.
     En cierto modo, la Puerta de Triana fue en su tiempo, una obra de la modernidad, a pesar de que el estilo renacentista estuviera ya a esas alturas de la historia empezando a pasar de moda ante el auge del barroco que aquí no tardaría en hacer furor; un furor definitivo que, en cierto modo, aún perdura. Pero la ciudad vivía entonces tiempos de apogeo, sus años dorados, y todo era entonces muy distinto. A consecuencia de ello la Puerta de Triana se convirtió en un monumento más de la ciudad y, dada su magnificencia, sería en lo sucesivo la puerta elegida para entrar en Sevilla por los reyes, el primero de los cuales sería Felipe V, quien lo hizo con todo su séquito y en loor de multitudes un 3 de febrero de 1729.
     También hay, sin embargo, episodios negros alrededor de esta suntuosa y principal puerta de Sevilla; historias truculentas que avergüenzan nuestra memoria, como la del linchamiento del conde del Águila, al que una turba de exaltados matarifes, tomán­dolo por afrancesado cuando no era más (ni menos) que liberal, es decir un defensor de la libertad de los hombres, asesinó una noche de 1808 después de someterlo a un cruel tormento, que incluyó un simulacro de proceso que algunos han comparado con el de Jesús Nazareno. Tras ser interceptado por la turba en el arco de la Macarena, el conde fue conducido al Ayuntamiento para ser some­tido a un juicio sumarísimo y, desde allí, lo llevaron a la Puerta de Triana, donde, en teoría, iba a ser encerrado, al tratarse de una persona de alta clase. Mas, ese encierro no tendría lugar, pues la víctima no llegaría vivo al mismo. Durante el tránsito de su particular vía dolorosa fue apedreado, vejado, recibió un bayonetazo en el pecho y, ya mal herido, una vez alcanzado el destino fatal al que lo llevó tan salvaje comitiva de verdugos, sería allí mismo arcabu­ceado, colgándose luego los despojos del buen hombre en el arco de la puerta, su particular monte Calvario, donde quedarían expuestos para escarnio de la inteligencia y deshonra de esta ciudad. Un compasivo sacerdote, ayudado por dos criados fieles, lo descendería de tan ignominioso patíbulo para darle sepultura en la actual iglesia de la Magdalena.
     Sesenta años después de aquellos desgraciados hechos, una conjunción satelital en la que vendrían a coincidir la corrupción, la ignorancia y ciertos intereses políticos espurios, daría lugar a que el Ayuntamiento de Sevilla tomara la decisión de demoler la Puerta de Triana, desoyendo el criterio desfavorable mostrado por la Academia de San Fernando con respecto a tan infame decisión. Aunque lo más llamativo del caso es que la misma se adoptó con ocasión de la denominada Revolución Gloriosa de 1868. Lo que pretendió ser un intento de democratización del país sobre pautas liberales, en Sevilla daría lugar a uno de los procesos de destrucción más lamentables de cuantos ha padecido la ciudad en su historia reciente. Una vez más, como tantas veces ha ocurrido y sigue ocurriendo, volvería a identificarse el patrimonio histórico con las ideas caducas, lo antiguo con lo viejo, el legado del pasado con un freno a la modernidad. De ese modo, y en aplicación de tan desquiciado criterio, cayeron templos, conventos y cuatro de las principales puertas de la muralla, esta de Triana y otras tres que más adelante veremos: las de San Fernando, Carmona y Osario. La demolición le fue encargada a un tal José Girón de forma irregular, tal y como, siglo y medio después (demasiado tarde para hacer justicia) demostró en una documentada investigación el his­toriador Rafael Raya Rasero. Lo más patético del caso es que nueve años antes, los conservacionistas de la época habían protestado porque a tan antiguo monumento el Ayuntamiento le había abierto en sus flancos dos nuevos postigos para hacer más fluido el tránsito. Ingenuos, no podían imaginar que en menos de diez años ese monumento cuya fisonomía  original pretendían preservar sería ya historia, no preservándose nada de él. Aunque, según se dice, algo sí que logró preservarse. Ciertos restos menores que al parecer alguien llevó hasta Jerez, en cuyo zoológico, acaso como una broma macabra del destino, pueden todavía contemplarse. He ahí el sino de la que alguna vez llamaron Sevilla eterna. Eterna, sí, pero solo hasta que se acaba (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024). 
        Dada su orientación hacia el Oeste, era una de las cuatro puertas principales de la ciudad. Las crónicas dicen también de ella que era la más suntuosa de todas por su majestuosidad y ornato. Estaba en el lu­gar que hoy lleva su nombre, en la confluencia de las calles San Pablo, Gravina y Zaragoza. Fue construida reinando Felipe II, en 1588, por orden del Asistente Juan Hurtado de Mendoza, aunque no exacta­mente en el mismo lugar donde se hallaba la puerta original, la cual se encontraba más hacia el interior de la calle Zaragoza. La nueva Puerta de Triana sería la que en lo sucesivo utilizarían los reyes para entrar en la ciudad. Sus grandes dimensiones permitieron asimismo disponer en su interior una cárcel que se denominó "El Castillo" destinada a presos políticos de alcurnia, de la que sería alcaide el Duque de Me­dinaceli. Debido al intenso tráfico de carruajes que soportaba y los continuos atropellos a que ello daba lugar, en 1859 se abrieron a ambos lados del arco de la puerta dos pequeños postigos para tránsito peatonal. Esta decisión provocó la protesta de la Diputación Arqueológica de Sevilla, por considerar que la reforma alteraba una obra arquitectónica de gran valor. Menos de diez años después se decidió su demolición. Los escasos restos que quedan de ella pueden verse hoy en el zoológico de Jerez de la Frontera (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
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