Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Fernández y González, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 6 de diciembre, es el aniversario del nacimiento (6 de diciembre de 1821) y del fallecimiento (6 de diciembre de 1888) del escritor Manuel Manuel Fernández y González, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Fernández y González, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Fernández y González es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio del Arenal, del Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de avenida de la Constitución, con la plaza Nueva; a la confluencia de las calles García de Vinuesa, con Cristóbal de Castillejo.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
El primer nombre conocido de esta calle fue el de Castro, atestiguado por numerosos documentos entre los siglos XVI y XVII. Peraza, en su Historia de Sevilla, lo atribuye a un caballero de ese apellido, Pedro de Castro, que participó en la conquista de Sevilla con Fernando III, o tal vez al hecho de que ese espacio urbano fuese entonces repoblado por gentes procedentes del pueblo de Castro Urdiales. Arana de Varflora, con mayor pretensión de exactitud, señala que San Fernando lo había cedido a los caballeros Fernán Ruiz de Castro y Álvaro Pérez de Castro, que se señalaron en la conquista. Al menos desde el s. XVI el topónimo Castro venía siendo indistintamente compartido con el de Vizcaínos, que al parecer era la denominación popular de la calle. Así puede deducirse de un documento catedralicio de 1697, en el que se habla de la "calle de Castro, que bulgarmente llaman de Vizcaínos". Este nombre, también según Peraza, alude al establecimiento de una nutrida colonia vasca dedicada a la compraventa de hierro: "Gran número de vizcaínos que toda la calle ocupado han, y tratan y venden en ella los clavos, herraduras y toda cosa que armas de hierro, lanzas, hachas y hachetes pertenece". A principios del XVIII Vizcaínos parece haber suplantado del todo a Castro, y es la denominación recogida en el plano de Olavide (1771). Se mantuvo hasta 1888, fecha en la que la calle se rotuló con el nombre actual, por haber nacido en ella el escritor Manuel Fernández y González (1821-1888), novelista prolífico e imaginativo, cultivador de relatos de fondo histórico y legendario inspirados en el pasado español (El doncel de Don Pedro de Castilla, El cocinero de Su Majestad, El rey de Sierra Morena...).
Es de trazado rectilíneo, de anchura media, más acusada en su final, donde forma una especie de plazoleta en la desembocadura de Jimios. En el pasado (plano de Olavide, 1771) era algo más quebrada, pero a lo largo del s. XIX y en los primeros años del actual conoció varios ensanches y rectificaciones de líneas, resultado de la mayor importancia adquirida por este espacio a raíz del trazado de la Plaza Nueva y de la ampliación de la antigua Génova (v. Constitución). Como consecuencia de ello, desapareció una calle corta situada entre Génova y la actual Fernández y González, llamada Doña Guiomar.
A principios de la década de 1860 la prensa local recogía la necesidad de dignificar toda esta zona urbana, "desde que la Plaza Nueva y sus alrededores se han hecho el centro del movimiento comercial y el paso obligado para todos los puntos y establecimientos principales de Sevilla" (La Andalucía, l3-VI-1863). Numerosas noticias atestiguan su estado y sus funciones a través de la historia. A 1590 se remonta una petición de sus vecinos para que la calle sea empedrada, lo que vuelve a realizarse en 1609. En 1860 sus moradores solicitan el arreglo del pavimento usando un sistema mixto de adoquines y cantos rodados, argumentando que por ella se canalizaba el tráfico cuando Génova estaba cortada por algún motivo. Y en 1880 se aplica un procedimiento ensayado ya con éxito en Londres y que consistía en tacos de madera montados sobre un fondo de asfalto. A juzgar por las informaciones de prensa, tres años después (1863) seguía en buen estado, por lo que se cantan las excelencias del nuevo sistema, y era Fernández y González una de las pocas calles de Sevilla que lo poseía. Hoy presenta la habitual capa asfáltica dominante en la ciudad y aceras de losetas. Se ilumina con farolas sobre brazos de fundición adosados a las fachadas.
El caserío es en su mayor parte de la primera mitad de siglo, consecuencia del retranqueo de la antigua Génova (v.), que provocó la nueva construcción de toda esta zona. Alternan algunos edificios regionalistas con otros de trazado tradicional, de tres y cuatro plantas, con patios, cancelas y cierros metálicos. Tiene especial interés la casa núm. 1, con fachada también a la avenida de la Constitución. Es de estilo neomudéjar, obra del arquitecto regionalista José Espiau y Muñoz (1914). Conocida como edificio La Adriática, tuvo en ella su sede hasta hace pocos años el grupo político Fuerza Nueva. La núm. 13A, dieciochesca, de dos plantas y ático, es hoy la trasera de una instititución bancaria de la avenida de la Constitución, y de su antiguo trazado sólo se conserva la fachada, pues fue vaciada en su interior y transformada totalmente. En ella nació en 1855 el político Pedro Rodríguez de la Borbolla, como reza una placa de mármol adosada a la fachada. Varias casas regionalistas han sido derribadas en la calle: la de la viuda de Valenzuela, obra de Antonio Gómez Millán, en la acera izquierda, y otras dos en la derecha, donde hoy se ubica un edificio bancario. En una de éstas últimas, derribadas en 1959, radicaba la delegación de la compañía aseguradora Los Previsores del Porvenir.
Siempre fue Fernández y González un espacio de carácter comercial y mercantil, cuyos habitantes se dedicaban preferentemente a la compraventa de artículos de hierro. Este negocio estaba, al parecer, en manos de oriundos del País Vasco, que habían fundado una cofradía con sede en el compás del vecino convento de San Francisco La continua entrada y salida de carretas sometía el pavimento a continuo deterioro y suscitaba frecuentes peticiones de arreglo. También había en la calle, según señala Santiago Montoto, una nutrida representación del gremio de carpinteros. En la Edad Media existieron allí dos hospitales: el de los Caballeros, fundado por nobles que habían participado en la conquista de la ciudad y concentrado en 1587 en el del Amor de Dios; y el Hospital de los Cargadores, recogido en un documento de 1479. También tuvieron sus talleres importantes impresores del s. XVIII: Francisco Garay y Francisco Lorenzo de Hermosilla. En la segunda mitad del XIX había un establecimiento de carruajes, y a comienzos del XX la Sociedad Taurina Sevillana instaló un quiosco para la venta de billetes de Toros (1918). En la actualidad simultanea la función residencial, cada vez más reducida, con otras de signo mercantil y recreativo, pues hay varios establecimientos bancarios y oficinas y algunos bares, que han aumentado en estos últimos tiempos. En el ensanche final, en la confluencia con Jimios, hay dos o tres tabernas de cierto nombre y tradición. Es un espacio tranquilo y algo sombrío, debido a la altura de sus edificios. Este carácter se acentúa en las horas nocturnas, cuando termina la actividad mercantil dominante [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Fernández y González, 13 y 13 A. Casa del siglo XVIII, de dos plantas y ático, cuyas fachadas están enmar cadas por pilastras de órdenes super puestos (XLIX y 359). La portada va resaltada sobre medias pilastras tos canas y sobre el dintel una gran mén sula que sirve de apoyo a la cornisa del balcón (360 y 361). En el ático los vanos rectangulares están separados por pilastras [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de Manuel Fernández y González, personaje a quien está dedicada esta vía;
Manuel Fernández y González, "El Diablo con antiparras". (Sevilla, 6 de diciembre de 1821 – Madrid, 6 de diciembre de 1888). Poeta, novelista por entregas, dramaturgo y periodista.
Nació en Sevilla en 1821, donde creció en un ambiente castrense de espíritu liberal. La familia se trasladó a Granada, en cuya universidad se licenció Manuel en Filosofía y Letras y Derecho, mientras mostraba una gran afición por la historia. Amante de la lectura, publicó precozmente un discreto volumen de versos titulado Poesías (1835). Su primera novela corta, El Doncel de Don Pedro de Castilla (1838), apareció como folletín del periódico local La Alhambra.
En 1840 ingresó en el servicio militar y, estando en Motril, compuso su primera obra teatral, el drama histórico El bastardo y el rey que fue estrenado en Granada con éxito. En 1847 se licenció como sargento, y por estas fechas escribió varias obras en la línea de la novela histórica romántica: El horóscopo real, Los hermanos Plantagenet, La mancha de sangre o Martín Gil. En 1849 se trasladó a Madrid, donde inició una fructífera colaboración con el famoso editor Gaspar y Roig, quien le publicó Aventuras de don Juan. Intentó introducirse en los ambientes literarios, pero, al no ser bien recibido, tomó una postura crítica hacia los escritores ya consagrados y regresó a Granada, donde continuó su práctica literaria. En 1850 casó con Manuela Muñoz de Padilla, y a finales de ese año fijó su residencia en Madrid.
De nuevo en la capital, llevó a cabo una actividad desbordante, aunque sin llegar a congeniar al principio con el público. Siguió trabajando para Gaspar y Roig con novelas como El bufón del rey (1853) y, sobre todo, Men Rodríguez de Sanabria (1853), relato histórico que le lanzó definitivamente a la fama. A partir de 1855 trabajó de manera decidida en el folletín por entregas, porque ganaba mucho dinero y podía vivir con lujos y despilfarros. Se enriqueció y enriqueció a sus editores Gaspar y Roig, y Guijarro —que le daba 50 duros diarios— sobre todo. Esta situación le obligó a escribir en abundancia, consiguiendo la asiduidad de un público admirador de su talento e imaginación. Fue el verdadero sistematizador de la fórmula de la “entrega” y modelo para otros narradores populares. Tuvo que montar en su casa un taller de escritura con colaboradores que le ayudaban en la redacción de su abundantísima producción. Las obras editadas en Barcelona por Espasa Hermanos aparecieron ilustradas con láminas de Eusebio Planas.
Escribió artículos de crítica teatral y folletines para diferentes periódicos, participó en la tertulia que organizaba el diario La Discusión y empezó también a colaborar en la afamada editorial de los hermanos Manini, para quienes escribió, entre otras, Doña Sancha de Navarra y Enrique IV, el impotente, ambas en 1854, y con quienes acabó ganando en poco tiempo un millón de reales. Se fugó a París con una estanquera de la que se había enamorado locamente y allí sobrevivió gracias a las traducciones y a la publicación de varias novelas en los folletines de los diarios locales (Los desheredados, Los grandes infames, Amparo...).
De nuevo en Madrid, aun sabiendo que el mercado de la novela había cambiado radicalmente, siguió escribiendo dentro de este género y participando en la tertulia poética del Ateneo, donde le hicieron un homenaje.
En 1858 publicó un tomo de Poesías varias en el que agrupó composiciones que había ido elaborando para entretener su ocio, mientras otras estaban sacadas de algunas de sus novelas. Entre ellas se encuentra un poema épico, “La batalla de Lepanto”, premiado en los Juegos Florales del Liceo de Granada el 7 de julio de 1850. Además, incluye una “Epístola a mi amigo don Eulogio Florentino Sanz”, que había publicado en La Iberia; un romance “A la Batalla de Bailén” durante la Guerra de la Independencia, y una última parte de “Maravillas del amor”. Escribió críticas literarias en la prensa, algunas firmadas con el seudónimo El Diablo con Antiparras. A veces fueron recogidas en libro, como A los profanadores del Ingenioso Hidalgo don Quijote, crítica y algo más (1861).
En 1865 ganó un concurso de la Real Academia Española con el poema A la reina de España doña Isabel II. Para defenderse económicamente fundó, en compañía de otros folletinistas, el Periódico para Todos, que publicaba entregas de novelas. Su fama fue decayendo poco a poco. Al final tuvo que ayudarse de secretarios que copiaban lo que dictaba en la buhardilla en la que vivía, como el sainetero Tomás Luceño y un joven recién llegado a Madrid que se llamaba Blasco Ibáñez. Lo último que escribió fue la novela La reina de los gitanos, que apareció póstuma.
Falleció en el olvido y en la miseria en diciembre de 1888.
En su producción narrativa, que comprende unos doscientos títulos, cabe diferenciar dos etapas, además del período inicial o de formación: de 1845 a 1855, son obras escritas con mayor decoro en la línea de la novela histórica que comenzaba a triunfar en el Romanticismo con López Soler; lo escrito con posterioridad pertenece a la literatura folletinesca, casi todo de mala calidad, salvo raras excepciones. Sus estructuras responden a las estrategias formales y al estilo habitual del relato popular. Ya en su tiempo, un crítico menos complaciente como Luis Carreras había mostrado sus reservas: “El Sr. Fernández y González ha escrito centenares de novelas sobre todos los asuntos, sobre todo género de sucesos, sobre todos los siglos, los tomos ocuparían una biblioteca no pequeña. Esta circunstancia que para sus admiradores es un sujeto de encarecimiento, para nosotros lo será de censura” (1867: 6). Y sigue con sus reservas diciendo que es un autor con escasos conocimientos, sin estudios, con mal estilo y un lenguaje inadecuado.
Ignora la gramática y sus novelas están llenas de errores de dicción, de incorrecciones lingüísticas.
Además, resulta insuficiente su conocimiento de la historia (“mamarrachos románticos”) y de las costumbres (“mamarrachos sociales”) que pinta en los distintos tipos de novela que utiliza. Añade Luis Carreras: “Sus personajes son todos imposibles, sus pasiones absurdas, los sucesos extravagantes”. Todo está escrito sin sentido común, exagerado: pasiones fogosas y mal desarrolladas, los personajes están pintados con rasgos físicos y morales inadecuados. Nada parece bien a este crítico, distante del lector popular atrapado en las historias e incapaz de adoptar una actitud crítica.
Fernández y González cultivó todos los subgéneros narrativos del mundo de la entrega. Siguiendo los asuntos de las obras iniciales se interesa, en primer lugar, por el tema histórico con relatos de aventuras no siempre verosímiles, con tres personajes fundamentales: la heroína perseguida, el traidor, el héroe salvador de la heroína, según analiza Juan Ignacio Ferreras (1972:138). En ellas recuperó a personajes ilustres del pasado español, desde la Edad Media hasta el siglo XVIII: el Cid (Cid Rodríguez de Vivar, 1875), Alfonso VI (Los amores de Alfonso VI, 1861), Pedro I (Men Rodríguez de Sanabria, 1853) o Carlos V (El alcalde Ronquillo, 1858), Felipe III (El marqués de Siete Iglesias, 1863) o Mantos, capas y sombreros, o el Motín de Esquilache (1870). También se inspiró en motivos legendarios para sus creaciones, como en Don Juan Tenorio (1862-1863) y Los amantes de Teruel (1876), y sobre autores literarios, en El manco de Lepanto (1874) y Don Francisco de Quevedo (1875).
Sin olvidar nunca la vertiente histórica que sigue cultivando, a partir de 1859, con Luisa o el ángel de redención, comienza a escribir novelas contemporáneas, de contenido sentimental, situadas en un espacio urbano y con el característico dualismo moral.
Destacan, dentro de este modelo, El martirio del alma (1860‑1861), La dama de noche (1861), La sombra del gato (1862), El rey del mundo (1862-1863), Luz y sombra, historia de un hijo natural (1864), La hija del Carnaval (1867) o María. Memorias de una huérfana (1868). Con Los desheredados (1865), Los hijos perdidos (1865‑1866), Los hambrientos (1867), La honra y el trabajo. Historia de las clases trabajadoras (1867) o La sangre del pueblo (1869) muestra su interés por el mundo obrero, dualismo social que corresponde al período de la “Revolución”. Por otra parte, con Los siete niños de Écija (1863) inicia un nuevo ciclo temático de gran éxito que presenta historias de bandidos generosos, ladrones y contrabandistas, llenas de aventuras sangrientas y escenas amorosas. Otras novelas de este tipo son Diego Corrientes (1866), Los piratas callejeros (1866), El guapo Francisco Esteban (1871) y El rey de Sierra Morena, José María (1871-1874), que alcanzó los cinco volúmenes.
Su actividad como dramaturgo es menos conocida, a pesar de que cuenta con una treintena de obras pertenecientes a los diferentes géneros que agradaban al público menos exigente. Destacan dramas sentimentales como Tanto por ciento o La capa roja (1846), Traición con traición se paga (1847), Un duelo a tiempo (1851), Entre el cielo y la tierra (1858). También estuvo interesado por los dramas históricos, entre los que se encuentran La sortija del rey (1848), Cid Rodrigo de Vivar (1858), pieza no mal construida, Padre y rey (1860) y La muerte de Cisneros (1875); las comedias como Aventuras imperiales (1864), casi según el modelo de capa y espada, La escuela de buenas costumbres, y tragedias, entre las que se hallan Sansón (1848), de tema bíblico, y Deudas de la conciencia (1860).
Otros tipos de piezas que salieron de su pluma son las comedias de magia La infanta Oriana (1852) y Don Luis Osorio a vivir por arte del diablo (1853), y las piezas breves como Tanto por tanto (1846), Con poeta y sin contrata (1847), Volver por el tejado (1859). Algunas de estas obras dramáticas son adaptaciones de novelas escritas previamente.
La producción literaria de Fernández y González, obras dramáticas y novelas, es muy abundante. Responde a los cánones del teatro comercial y a la estructura abierta y divertida de los novelones populares, que tuvieron una excelente recepción. Adolece de defectos literarios de estilo y construcción que no chocaban a sus lectores, atrapados como estaban en la lectura de los episodios, incluida la reina Isabel II, que enviaba a sus criadas a su despacho para traerse caliente la siguiente entrega (Emilio Palacios Fernández y Elena Palacios Gutiérrez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Más sobre el Callejero de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.
La calle Fernández y González, al detalle:
Edificio La Adriática, de Espiau
Edificio calle Fernández y González, 13 y 13 A.
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