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lunes, 13 de noviembre de 2023

El Frontal de San Leandro, de Juan Laureano de Pina, y José de Villaviciosa, en la Capilla Real de la Catedral de Santa María de la Sede

       Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Frontal de San Leandro, de Juan Laureano de Pina, y José de Villaviciosa, en la Capilla Real de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.  
     Hoy, 13 de noviembre, San Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que en la ciudad de Sevilla, en Hispania, con su predicación y solícita caridad convirtió a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica, contando con la ayuda de su rey Recaredo (c. 600) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Frontal de San Leandro, de Juan Laureano de Pina, y José de Villaviciosa, en la Capilla Real de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, calle Cardenal Carlos Amigo, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
     La Catedral de Santa María de la Sede está centrada su cabecera por la Capilla Real [nº 054 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]. Esta "Capilla de los Reyes", llamada así tradicionalmente por su carácter de panteón regio, se denomina en la actualidad "de la Virgen de los Reyes", por la imagen que la preside (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
     En la Capilla Real de la Catedral de Santa María de la Sede podemos contemplar el llamado Frontal de San Leandro, en el altar de la Virgen de los Reyes, obra de Juan Laureano de Pina (1717-19), y don José de Villaviciosa (1739-40), con las marcas bajo el medallón central y en el lado derecho: VILLA/VICIOSA (punzón de autoría del platero don José de Villaviciosa) y L.II.Ds (punzón de contrastía), realizada en plata en su color, excepto los flecos de la frontalera, las juntas de la cenefa y del panel, y los perfiles del medallón central y de las orlas laterales, que, juntamente con los castillos y leones que ostentan, son de plata sobredorada, mediante el repujado y el cincelado, con unas medidas de 1030 mm, de altura, y 3750 mm, de ancho. La frontalera mide 425 mm, y el medallón central 700 x 590 mm, y tiene un peso de 163 marcos, y 1 onza (37.518 gramos). El precio de la hechura fue de 978 reales, y el costo total ascendió a 23.468 reales.
   El frontal de plata que reviste el altar mayor de la Capilla Real es una obra compleja y de larga duración hasta conformarle en su estado actual, que realizaron los plateros Juan Laureano de Pina y don José de Vi­llaviciosa. Está consagrado al arzobispo sevillano San Leandro, cuyas reliquias reposaban hasta 1983 en una urna depositada en el interior del altar y, aparte del valor artístico y simbólico, tiene el gran interés de revelar las envidias existentes durante el primer tercio del siglo XVIII entre el Capellán Mayor y el resto de los capellanes reales, que aprovecharon cualquier debate relacionado con la construcción de esta obra, ya fuese la redacción del programa iconográfico, la proce­dencia de la plata que se invertiría en su hechura o la liquidación de los honorarios al platero para dar rienda suelta a sus antipatías.
     El frontal fue realizado a iniciativa del capellán real don Juan José Illanes, que el 13 de febrero de 1717 resultaba comisionado por el Cabildo para tratar y encargar el velo y simpecado de la Virgen de los Reyes y «otras cosas que juzgare más combenientes y de mayor deçencia» para la capilla. Con este motivo se le entregaba el 20 de febrero el dinero que había en depósito de las dotaciones y un mes más tarde reci­bía un lote de alhajas para que las vendiese o fundiese e invirtiera su producto en la reforma y enriquecimiento que se había emprendido en la Capilla Real. Sin embargo, no fue hasta el Cabildo celebrado el día primero de octubre cuando Illanes refirió que había encargado por su cuenta y en uso de las facultades recibidas «un frontal de plata que sería de grande orno y magestad y dos lámparas mui grandes y hermosas a imitación de las dos que al lado de su altar mayor (había realizado Juan Laureano de Pina y) tiene puestas el Cabildo de esta Santa Iglesia», agregando a continuación, que las lámparas están «casi ya hechas» y que el frontal se está «haciendo». E inmediatamente surgen los primeros enfrentamientos al acusar el Capellán Mayor a Illanes de haber reducido a dos las lámparas de la Capilla, lo que promovería los hurtos al disminuir los puntos de luz; pero la gran defensa que hace Illanes de estas obras y el hecho de que estuviesen prácticamente terminadas impidió que se paralizasen y permitió que en este mismo año pudiesen estrenarse.
     Concluidas las piezas de iluminación, Juan Laurea­no de Pina prosigue la obra del frontal, al que los capellanes reales deciden incorporar el 17 de marzo de 1718 la lámina de plata con el tema iconográfico de la Bendición de San Leandro a San Hermenegildo, realizada en el siglo anterior por este mismo platero e inventariada en 1701, 1706, 1710 y 1717 entre las piezas de la urna. Esta lámina, que inicialmente se encargó para «servir de puerta en el centro (del pedestal de la urna), donde están los guesos santos de San Leandro» y que fue una de las primeras piezas que Juan Laureano de Pina realizó para esta obra, sufriría dos cambios posteriores de emplazamiento: el primero data de 1689, según se observa en el proyecto trazado por Bernardo Simón de Pineda para organizar la urna, retablo y escalinata de la Capilla Real, y consiste en colocar la lámina a los pies de la Virgen de los Reyes como consecuencia de independizar la urna del retablo mayor y tener los huesos del arzobispo sevillano que estar bajo la patrona de la ciudad; y el segundo y definitivo se fecha en 1718 al acordar emplazarla en el frontal del altar mayor.
     Pero las desavenencias entre el Capellán Mayor e Illanes iban en aumento y el 2 de septiembre de este mismo año el Presidente del Cabildo acusaba a Illanes de querer desbaratar «la lámina de San Leandro que se a mandado acomodar en el frontal que se está haziendo para Nuestra Señora i que esto no era conveniente». Un día después se convocaba Cabildo extraordinario para tratar como único punto del día este asunto y en el que Illanes da cuenta de que si la lámina se ha desarmado era para limpiar sus piezas «i que en orden a colocarlas en el frontal, como se a mandado, avía asistido a Juan Laureano al idearlo, que desía era preciso ejecutarlo con arte y dibujo y que, aviéndolo discurrido, ni se desharía ni desbarataría pieza alguna». Luego, Illanes solicitaba a los capitulares que le aceptasen la dimisión, ya que esta comisión sólo le estaba produciendo «tantos y tan repetidos embarazos i desazones con el Sr. Capellán Mayor» cuando su única intención era «el culto de Nuestra Señora y mayor desençia de la Capilla». La respuesta de los capitulares es confirmarle en el cargo, ordenando «que se prosiga el citado frontal como está discurrido por el artífice... y en la forma que a dicho el Sr. Illanes». La obra debió de estrenarse en el curso de este mismo año, ya que el 29 de octubre se regalaba a la parroquia de La Algaba «el frontal de raso bordado que suele ponerse en el altar de Nuestra Señora» y el platero recibía varias partidas a cuenta de la obra.
     En cualquier caso, la oposición y las rencillas continuaban y el 7 de julio de 1719, tras haberse conocido el día anterior el veredicto favorable que los contadores de la Capilla Real habían hecho sobre las partidas y alhajas invertidas por Illanes en la construcción de «un velo para el altar de Nuestra Señora, lámparas, simpecado, frontal de plata y otras cosas», el Ca­pellán Mayor lograba aliarse con dos capitulares más -don Juan Vaz y don Diego Sotomayor- para que las cuentas no se aprobaran y se auditasen de nuevo. Una semana después se celebraba cabildo y en la exposición previa que cada uno de los capitulares hizo antes de la votación que aprobaría las citadas cuentas, tanto Vaz como Sotomayor acusan a Illanes, a quien califican de «dueño despótico por aver gastado lo que a gastado». Pero el resto de los capellanes está con Illanes y las cuentas salen adelante. El Capellán Mayor entonces decide recurrir al Consejo Real y bloquear mientras tanto las libranzas con el consiguiente perjuicio para Juan Laureano, que llevaba «más de seis meses» esperando el dinero. Sin embargo, el desprestigio del Capellán Mayor era tan grande que el 22 de julio siguiente los capitulares deciden abonar los haberes a Laureano de Pina por el frontal y olvidar definitivamente este asunto.
     Para su confección Juan Laureano ha tomado por modelo un frontal bordado y ha seguido su composi­ción tradicional, dividiendo la altura total en tres partes: una banda superior para la cenefa o «frontalera» y las dos inferiores para el panel. Asimismo ha querido prestar al frontal el volumen que el bordado «de realce» solía darle, donde el resalto se obtenía bor­dando sobre un relleno basto, y ha dispuesto una decoración vegetal muy carnosa, en la frontalera, que alter­na en el panel con medallones que ostentan castillos y leones. En cualquier caso, toda la pieza está subordinada al compartimento central con la escena de San Leandro y San Hermenegildo, que justifica y da título a esta obra.
     En 1739 se decide reformarle y el 4 de diciembre los capitulares acordaban «componer el frontal de plata de la Virgen, quitándole las agarraderas y poniéndolo a la forma de la querencia». Pero las modifica­ciones que en él hizo Villaviciosa fueron escasas y se limitaron a rehacer algunas piezas y rebajar el peso de plata que le había dado Juan Laureano, ya  que el 22 de octubre de 1740 se anota en el Libro de Cuentas de la Capilla que «con la plata que sobró de lo que se le quitó al frontal se compuso las hechuras que en él se obró».
     La Memoria de la cuenta de el frontal y otras halajas que se an compuesto de la Capilla Real de Nuestra Sra. de los Reyes en este año de 1740, redactada y firmada por don José de Villaviciosa el 7 de octubre de 1740, detalla pormenorizadamente esta reducción al advertir su autor que cuando se hizo cargo del frontal pesaba 160 marcos, mientras que al entregarle pesaba tan sólo 122. Y agrega, «de estos 160 marcos saqué 93, que fue lo que pesó las chapas que se aprobecharon, fundiendose  los 67  marcos  restantes». Sin embargo, continúa Villaviciosa, sólo utilicé de esta cantidad en el frontal 29 marcos, invirtiendo el resto en la reparación y hechura de otras piezas de la Capilla Real, como la fabricación de seis mecheros nuevos para los blandones grandes de San Fernando, doscientos tornillos para el velo de la Virgen, la ejecución de una patena y otras «menudencias» (Jesús Miguel Palomero Páramo, La Platería de la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ediciones Guadalquivir, 1991).
     El frontal se encuentra dividido en dos cuerpos por una pletina decorada, a modo de flecos, con roleos y temas forales, en plata sobredorada. Del mismo material son las pletinas que compartimentan cada uno de los cuerpos. En el inferior, dividido en nueve calles, de desigual anchura, aparecen en las calles tres y siete, una cartela en forma de cuadrifolio con el escudo de León y Castilla. En las calles que enmarcan a éstas, en su zona central, en plata sobredorada un castillo, en las de la izquierda, y un león, en las derechas. En la calle central y ocupando parte del cuerpo superior existe un óvalo en el que se representa una escena. Sobre un fondo arquitectónico se sitúa San Leandro bendiciendo a San Hermenegildo. En la escena aparece San Leandro sentado en un sillón con escabel para los pies, cobijado bajo un baldaquino de cortinas que quedan atadas en la parte trasera. Frente a éste, Hermenegildo, inclinado y con la mano derecha sobre el pecho. Tras él, dos soldados. La escena se desarrolla en el interior de una habitación abierta al fondo por una arcada de medio punto sobre columnas pareadas de fuste completamente decorados. En la enjuta del arco un óculo cerrado con vidriera de registros cuadrados. Al fondo, tras los soldados, una puerta adintelada, con frontón triangular, decorada con cintas y guirnaldas vegetales. El suelo presenta un ajedrezado. Se completa el frontal con una rica decoración foral y vegetal.
     El frontal mandado realizar por el capellán real Juan José Illanes el día 13 de febrero de 1717, causó un gran revuelo entre los capitulares, dando lugar a una serie de enfrentamientos que causarán la dimisión del capellán el 3 de septiembre del año siguiente. El 17 de marzo de 1718 se decidió incorporar la lámina de la Bendición de San Laureano a San Hermenegildo, que había realizado Juan Laureano de Pina, unos años antes (El relieve fue realizado por Juan Laureano de Pina a fines del siglo XVII, ya que aparece en los inventarios de 1701, 1706, 1710 y 1717. El día 17 de marzo de 1718 se decidió, en Cabildo, incorporar dicho relieve al frontal que el mismo artífice estaba realizando para la Capilla Real, por mandato de Illanes). El frontal debió de estrenarse antes del 29 de octubre de ese mismo año, ya que en ese día se regala el frontal antiguo a la parroquia de La Algaba. Sin embargo, los problemas surgidos por el frontal en el seno del cabildo hacen que Juan Laureano de Pina no cobre la obra hasta el 22 de julio de 1719. El 4 de diciembre de 1739 los capitulares deciden "componer el frontal de plata de la Virgen, quitándole las agarraderas y poniéndolo a la forma de la querencia". Dichas obras terminaron sobre el 7 de octubre de 1740, fecha en la que José de Villaviciosa redacta el memorial de las obras realizadas en el mismo. (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).   
Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de San Leandro, obispo
Nació en Cartagena. Fue arzobispo de Sevilla y apóstol de los visigodos en el siglo VI.
   Se abocó a la conversión de los arrianos. Hacia el final de su vida, se hizo secundar por su hermano Isidoro, quien lo sucedió hacia 598.
   Es patrón de Sevilla. Se lo invocaba contra el reumatismo.
   Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, y un corazón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Leandro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
     San Leandro, Arzobispo de Sevilla. Nacido en Cartagena el primer tercio del siglo VI intervino decisivamente en la conversión del pueblo visigodo y de su rey Recaredo, quien abjuró del arrianismo en el Concilio III de Toledo (589). Murió hacia el año 600. 
   Nació en Cartagena hacia el año 540, el mayor de cuatro hermanos, hijos de Severia­no, alto funcionario del reino visigodo, y de madre de nombre desconocido, convertida más tarde al catolicismo. Sus otros hermanos fueron: Florentina, monja; Fulgencio, obispo de Écija; e Isidoro, sucesor de Leandro en la sede hispalense, todos ellos santos y cumbre jamás alcanzada de la Iglesia de Sevilla.
       La primera semblanza de san Leandro nos viene de su hermano san Isidoro, en su libro De viris illustribus. Merece la pena que consignemos traducido el perfil biográfico que nos ofrece de su hermano mayor:
      «Leandro, cuyo padre se llamaba Severiano, oriundo de la provincia Hispana Cartaginense, fue monje de profesión y desde el monacato designado obispo de la Iglesia de Sevilla en la provincia Bética. Hombre de una dulce elocuencia, de aventajadísimo ingenio y distinguido tanto por su vida como por su doctrina, a su fe y a su habilidad se le debe la vuelta de los godos desde la insensatez arriana a la fe católica. En la peregrinación de su destierro compuso dos libros contra los dogmas de los herejes, riquísimos en erudición bíblica; en ellos no sólo descubre la maldad de la impiedad arriana sino que además la refuta con estilo vehemente, es decir, demostrando lo que tiene la Iglesia católica contra los mismos y cuán distante está de ellos tanto por las creencias religiosas como por los sacramentos de la fe. 
       Existe también un laudable opúsculo de Leandro contra las enseñanzas de los arrianos, en el cual, después de proponer su doctrina, le opone la correspondiente respuesta. Publicó asimismo un tratado sobre la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo dirigido a su hermana Florentina y dividido en capí­tulos. Trabajó mucho para mejorar los oficios eclesiásticos escribiendo para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa.
       Escribió muchas cartas: una al papa Gregorio sobre el bautismo, otra al hermano, en la que le advierte que no debe temer la muerte. Escribió asimismo muchísimas cartas familiares a otros obispos, que aunque no eran abundantes en palabras, eran ciertamente muy penetrantes por su doctrina. Floreció bajo Recaredo, hombre religioso, en cuyo tiempo terminó sus días con muerte admirable.»
       Esta reseña, desesperadamente breve, no resuelve las dudas y oscuridades suscitadas en una vida tan compleja y rica.
       Perteneciente a una familia distinguida (se duda si su padre, hispano-romano, fue gobernador de Cartago Nova; su madre, de origen godo y de religión arriana, se convirtió tras el destierro), ésta hubo de huir de Cartagena posiblemente cuando los bizantinos ocuparon la ciudad y se refugiaron en Sevilla. Aquí mueren sus padres y Leandro se hace cargo de la familia y especialmente de la educación de Isidoro, el hermano menor. Libre de estos cuidados, abrazó la vida monástica.
       Su elevación a la sede hispalense hay que situarla con toda probabilidad poco antes de la llegada de Hermenegildo a la Bética. Por lo tanto, hacia los años 577-578. A él se debe en gran medida la conversión de Hermenegildo, según cuenta san Gregorio Magno en sus Diálogos: «Hermenegildo, hijo de Leovigildo, pasó de la herejía arriana al catolicismo por la predicación de Leandro, amigo mío desde no hace mucho tiempo». Aunque Gregorio de Tours, en su Historia Francorum, lo atribuye a su esposa Ingunda: «Ingunda predicó a su esposo que abandonase la falacia de la herejía y reconociese la verdad de la ley católica. El se opuso durante un tiempo, pero al fin, conmovido por sus ruegos, se convirtió al catolicismo».
       Salpicado por la contienda suscitada entre Hermenegildo y su padre Leovigildo, san Leandro marchó al destierro en el año 580 y partió en misión diplomática de la Iglesia visigoda a Constantinopla. Allí conoció a Gregorio Magno, apocrisario o nuncio apostóli­co por aquel entonces en la ciudad imperial. El propio Gregorio Magno, en sus Moralia in Job, refiere de este encuentro: «Hace bastante tiempo que te conocí en Constantinopla, cuando yo también estaba allí por intereses de la sede apostólica y tú habías ido a esta ciudad como legado por motivos de fe de los visigodos». Aunque san Leandro no obtuvo resultados políticos de su viaje, al menos le vino de aquella estancia una amistad de por vida con el futuro papa Gregorio Magno. Años después, uno en Roma y otro en Sevilla, intercambiarían abundante correspondencia, conservándose únicamente cuatro cartas de Gregorio a Leandro, pero en donde se puede palpar la talla humana y moral del arzobispo de Sevilla. 
       Un dato curioso aparece en una de estas cartas: ambos padecían de gota, enfermedad frecuente en posteriores arzobispos de Sevilla. «Sobre la enfermedad de la podagra o mal de gota que aqueja a vuestra santidad -le escribe Gregorio Magno- debo deciros que yo también me encuentro enormemente oprimido por un constante dolor producido por esa enfermedad. Pero nuestro consuelo será fácil, si en medio de los castigos que padecemos, traemos a nuestra memoria los pecados que hemos cometido». También le envió el palio, símbolo de su dignidad arzobispal: «Como una bendición del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, os enviamos el palio que habéis de usar tan sólo en la misa. Al enviároslo, debí advertiros cómo debíais vivir, pero suprimo esta exhortación porque vuestras costumbres van delante de las palabras».
       La vuelta del destierro hay que fecharla en el 586, año de la muerte de Leovigildo. La subida al trono de Recaredo y su conversión supondrá un cambio radical en el panorama de la Península. En febrero de 587 -aún no había cumplido el año de reinado- ya era católico. La conversión del pueblo godo del arrianismo al catolicismo, siguiendo el exem­plum regis, se hizo casi sin resistencia salvo algún que otro obispo arriano y se proclamó oficial en el concilio III de Toledo, celebrado en 589. Presidido por san Leandro, en esta reunión nacional brilló el arzobispo hispalense con su dulce elocuencia y aventajadísimo ingenio, en expresión de su hermano Isidoro. San Leandro glosó la homilía de aquel día memorable con estas palabras que resonaron en la basílica de Toledo: «Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia; los que antes nos atribulaban con su dureza, ahora nos consuelan con su fe».
       No escribió mucho san Leandro. Su herencia literaria es corta, pero a él se debe el impulso intelectual que, irradiando de Sevilla, puso en movimiento la labor científica de la España visigoda. En el destierro, escribió dos obras teológicas contra los arrianos que se conservan: Duos adversus haereticorum dogmata libros y Opusculum adversus instituta arianorum. En el concilio III de Toledo pronunció su Homilia in laudem Eclesiae, canto a la paz y a la unión en un estilo hermoso. Escribió también, según su hermano Isidoro, "para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa». Y por último, aparte sus cartas que se han perdido, ese maravilloso texto obre la vida religiosa y dedicado a su hermana Florentina: De institutione virginum, con avisos preciosos para toda vida religiosa que quiera caminar por la vida del Espíritu.
     Murió, no se sabe bien la fecha, hacia el 599 ó 600. San Isidoro, tan parco al referirse a su hermano, dice que «terminó sus días con muerte admirable». La Iglesia de Sevilla celebra su fiesta el 13 de noviembre (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Leandro de Sevilla, obispo
       San Leandro de Sevilla (Cartagena, Murcia, c. 535 – Sevilla, c. 600). Obispo y escritor, santo.
       La mayor parte de los datos biográficos conocidos sobre Leandro de Sevilla se conservan en las obras de Gregorio Magno (Epistolae, Dialogi y Moralia in Iob), Juan de Biclaro (Chronicon), Isidoro de Sevilla (el capítulo 28 de su De uiris illustribus) y Gregorio de Tours (Historia Francorum). Gracias a Isidoro, su hermano menor y sucesor en la sede metropolitana de Sevilla, se sabe que ambos tuvieron otros dos hermanos: Florentina (que estuvo al frente de una comunidad religiosa femenina) y Fulgencio (obispo de Écija).
       Su padre se llamaba Severiano. Siendo aún bastante joven (c. 554), abandonó Cartagena junto con su familia, posiblemente a causa de las luchas políticas del momento entre hispano-romanos, godos y bizantinos. Se sabe también que fue monje —no se conoce dónde ni por cuánto tiempo— y que probablemente ya era obispo de Sevilla (c. 578), cuando Hermenegildo se sublevó contra su padre Leovigildo. Por esta misma época Leandro realizó un viaje a Constantinopla. A su vuelta fue a Cartagena y no volvió a Sevilla hasta alrededor del año 585. Sobre la razón que lo mantuvo varios años fuera de su sede episcopal no existen datos precisos, pero el parecer más extendido relaciona su ausencia primero con una embajada a las órdenes de Hermenegildo, tras su sublevación contra Leovigildo; y luego con las represalias tomadas por este Monarca contra los obispos no arrianos que apoyaron a su hijo. Como Isidoro habla de su destierro, se supone que lo pasó en Constantinopla, en Cartagena o en ambas ciudades.
       En la primera trabó amistad con Gregorio —luego Gregorio Magno—, que vivió allí como apocrisiario de Pelagio II entre 579 y 585; en la segunda, con el obispo Liciniano. La tradición cuenta que, en su lecho de muerte, Leovigildo encomendó a Leandro el cuidado pastoral de su hijo Recaredo. Éste, ya como Rey, convocó en 589 el III Concilio de Toledo, en el que renegó públicamente del arrianismo y decretó la conversión de su reino. Leandro de Sevilla y Eutropio de Valencia fueron las personalidades más destacadas del Concilio.
       Conservamos dos obras transmitidas bajo el nombre de Leandro: el De institutione uirginum et de contemptu mundi libellus y el De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum. De ellas, la primera es la única que se le puede atribuir con total seguridad. Es un tratado dividido en dos partes: una larga introducción sobre la virginidad seguida de normas y consejos de aplicación práctica sobre las virtudes y la vida monástica.
       En él hace gala de una enorme erudición patrística: sus fuentes conocidas son Tertuliano, Cipriano de Cartago, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Casiano e incluso Benito de Nursia (es poco probable que haya utilizado el De laude uirginitatis de Osio de Córdoba, o el Annulus de Severo de Málaga). Este texto ha llegado hasta hoy en dos versiones de distinta extensión. La más breve —con diez capítulos y medio menos— es la más conocida.
       Leandro es también autor del discurso De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum, también conocido como Homelia in laudem Ecclesiae. Se ha conservado junto a los cánones del III Concilio de Toledo, contexto en el que debió de pronunciarse. Ahora bien, como Isidoro no lo cita entre las obras de Leandro, hubo en el pasado quien dudó de su autoría. Se trata de un texto sólidamente estructurado desde el punto de vista retórico y también de enorme erudición: en él se adivina el conocimiento de Ambrosio (Explanatio Psalmorum), Gregorio Magno (Moralia in Iob), Casiodoro (Expositio Psalmorum) y, sobre todo, Agustín de Hipona (Epistulae, Enarrationes in Psalmos, Enchiridion, De sancta uirginitate, Sermones...). Algunos de estos autores habrían podido ser citados a través de fuentes intermedias.
       Se sabe que Leandro escribió otras obras, hoy perdidas.
       Isidoro habla de “dos libros contra los dogmas de los herejes”, de un “pequeño tratado sobre las creencias de los arrianos” y de innumerables cartas que tampoco se han conservado. Se conoce el tema y destinatario de dos de ellas: el bautismo, dirigida a Gregorio; y el temor a la muerte, enviada “a su hermano” (no se sabe a cuál de los dos). Por último, la atribución a Leandro de todas o muchas de las composiciones del conocido como Liber psalmographus y de la misa y oficio de san Vicente sólo es, por el momento, hipotética.
       En fin, la importancia en su tiempo de Leandro como político, teólogo y hombre de letras se ve atestiguada, además de por sus obras y por su trato con monarcas y personalidades del entorno visigodo, por algunos aspectos de su relación con Gregorio Magno.
     Por una parte, el sevillano fue quien alentó a Gregorio a escribir sus Moralia in Iob, razón por la cual fue su dedicatorio. Por otra, al final de su vida, Gregorio le otorgó licencia para el uso del palio en las celebraciones solemnes. Esto podría indicar que Leandro fue incluso vicario apostólico en la zona, pero no hay pruebas que lo corroboren (María Adelaida Andrés Sanz, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Juan Laureano de Pina, uno de los autores de la obra reseñada;
     Juan Laureano de Pina, (Jerez de la Frontera, Cádiz, junio de 1642 – Sevilla, 11 de abril de 1723). Platero.
     Los primeros años de este longevo artífice trascurrieron en su ciudad natal, donde se formó e hizo sus primeros trabajos. En 1664 comenzó su fructífera carrera. En 1669 estaba concluyendo la urna que la cofradía del Calvario le encargó para la imagen de Cristo yacente, aunque no se estrenaría hasta el Viernes Santo de 1694. En 1674 concluyó el ostensorio de la parroquia de San Miguel que, frente a la obra anterior, marcaba un quiebro significativo en su trayectoria hacia las formas del barroco pleno. En Sevilla se encontró, al menos desde 1676, haciendo oficial su ingreso en el gremio, con el examen de maestro. Lo hizo a una edad muy avanzada, sin duda por la necesidad de cumplir con los requerimientos del oficio, que obligaba a superar la prueba para poder abrir tienda. En apenas unos meses estaba a disposición del Cabildo catedralicio, ocupándose de su platería. Inició entonces una trayectoria larga y jalonada por numerosas obras de singular importancia. Empezó por renovar el sagrario del altar mayor, en torno a 1687, construir un tabernáculo para la efigie de Santa Rosalía que había traído de Palermo el arzobispo Palafox (1688), y continuó con otros encargos del propio prelado. De especial relevancia es el altar eucarístico de las festividades litúrgicas, que con la intervención de Pina cobrará una nueva dimensión monumental, próxima a la que hoy tiene. De 1689 es la corona grande y de 1695 los rayos, legados por el propio prelado.
     Enviudaba en 1697 y volvió a contraer matrimonio en 1711 con Francisca Guerrero de Alcántara, tía de uno de los plateros más influyentes de la ciudad. Además, emparentó con el matrimonio de sus hijas con otros maestros de la ciudad, constituyendo así un verdadero clan que le permitió capitalizar los principales encargos de platería de mazonería hasta el primer cuarto del siglo. De esta época hay que señalar, al margen de la obra en la catedral, dos de las más importantes custodias realizadas en el barroco sevillano, la de la Magdalena y la que posee la sacramental de Santa María de la Mesa, en Utrera. La primera fue diseñada probablemente por Cristóbal Sánchez de la Rosa y realizada por Pina. La otra es fruto de un proceso más largo que rebajó el carácter unitario de la pieza, que hubo de tener de acuerdo con el diseño de Juan Laureano, el mismo que por las mismas fechas había utilizado para hacer el Sagrario de la parroquial de Morón de la Frontera. Obras que tienen en común detalles estructurales tan significativos como las columnas salomónicas.
     A medida que su popularidad se extendía por el reino sevillano, aumentó la participación de su taller. Por las poblaciones sevillanas se repartían otras obras, como una cruz para el Arahal, documentada, pero no identificada (1689), el copón de la parroquia de Alcalá del Río (1689), la cruz parroquial de Guillena (1707) o la cruz procesional de San Miguel de Morón. Ello sin olvidar un conjunto de piezas que trascienden estas fronteras: las obras de Tierra Santa, realizadas en la última década del siglo XVII. Está compuesto por un tabernáculo, un portapaz y un cuadro de la Sagrada Familia, todos ellos regalados por el propio artífice entre 1691 y 1699. Las últimas piezas llevan incisas sendas dedicatorias, la del portapaz dice así: “Ioannes Laureanus hispalensis, provintiae vaeticae in regon hispaniae offert hanc portam pacem sanctuario ubi natus est, beatus Ioannes Baptista. Anno Domini 1699”.
     Como colofón a su carrera hay que colocar dos piezas singulares hechas para la catedral sevillana, la lámpara que cuelga en el presbiterio del Sagrario, encargada por el arzobispo Arias, como complemento lumínico a la obra del altar (hecho en 1711 y entregado al año siguiente) y la urna de San Fernando. La urna, relicario de San Fernando, fue trabajo prolijo y que comienza prácticamente desde que el santo rey subió a los altares (1671) hasta 1719 (Fernando Quiles García, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
       Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Frontal de San Leandro, de Juan Laureano de Pina, y José de Villaviciosa, en la Capilla Real de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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