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viernes, 5 de mayo de 2023

Las Casas para Laureano Montoto, de Aníbal González, en las calles Alfonso XII, 27-29, y Almirante Ulloa, 4

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte las Casas para Laureano Montoto, de Aníbal González, en las calles Alfonso XII, 27-29; y Almirante Ulloa, 4, de Sevilla.  
     Las Casas para Laureano Montoto, de Aníbal González, se encuentran en las calles Alfonso XII, 27-29, y Almirante Ulloa, 4; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     Se trata de un proyecto unitario de tres vi­viendas unifamiliares situadas en Alfonso XII, 27 y 29, y Almirante Ulloa, 4. Esta obra, mandada construir en 1905-06 por don Laureano Montoto, forma parte de la producción modernista de Anibal González. Se inscribe, como todas aquellas obras del arquitecto que van de los años 1902 a 1906, en los cánones más ortodoxos de las corrientes estilísticas de la vanguardia figurativa de 1900, cuyas referencias más próximas habría que buscarlas en el modernismo catalán.
     Una de  las componentes básicas que informaba esta tendencia -posiblemente la más conservadora de las vanguardias de principios de siglo- residía en la puesta en valor de las artes decorativas y en cuanto a lo formal. en el empleo de una figuración con resonancias medievalistas.
     Las tres casas mantienen una disposición, en planta, análoga y son idénticas en cuanto al tratamiento de sus fachadas, que muestran una copiosa decoración en piedra o en los elementos metálico de flores, estrellas, tallos serpenteantes, elementos zoomórficos, etc.
     La casa, a que nos referimos, consta de dos plantas de altura en toda la extensión de la parcela, y una segunda en las dos crujías de fachada y en la del fondo de la edificación. Se dispo­ne sobre una parcela muy alargada, con un patio principal, centrado, en tercera crujía y otro de mayor extensión al fondo de la parcela. La escalera, de tres tramos, se sitúa en segunda crujía, en la medianera de la casa colindante, a su derecha. El patio principal lo circundan dos crujías en L y aún existe otra de tres plantas, situada en el fondo, que incluye una escalera de servicio.
     La casa ocupa en planta baja una superficie de 360 m2, estimándose una superficie total construida de 650 m2 (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
     Situada en la calle del casco histórico que completa el frustrado eje este-oeste, comunicando la Plaza del Duque con la Plaza del Museo para finalmente llegar hasta Puerta Real. Se mantiene la sección de la calle que confiere la imagen característica de zona histórica, con fachada continua que completan las parcelas que pertenecen a unas manzanas irregulares de gran tamaño, alternando viviendas entre medianeras con edificios de carácter singular, público o privado.
     Dentro del intervalo que se acepta como desarrollo del Art Nouveau "entre 1893, año en que se construye la casa Tassel, y 1914, inicio de la primera Guerra Mundial- esta casa queda dentro del periodo en el que se producen las principales producciones arquitectónicas españolas de estilo modernista. Como ocurre con otras obras que se construyeron en Andalucía, e incluso en otras ciudades y regiones, se trata de un modernismo que se aproxima más a las corrientes europeas que al que se desarrollara en Cataluña, con características propias y conocido internacionalmente, aunque tampoco puede negarse cierta referencia a las obras que años antes estuviese ya realizando Lluís Doménech i Montaner.
     Aníbal González que se había titulado en 1902, proyecta esta casa, con códigos compositivos propios de la vanguardia de principios del siglo XX. De ella cabe valorar especialmente la construcción del plano de fachada con ladrillo visto como fondo de la composición de los distintos motivos forales realizados en bloques de hormigón de cemento y del trabajo de la forja en hierro en barandillas y cierres. Este uso del ladrillo en fachada acota convenientemente toda la decoración, que se muestra sencilla en su conjunto si se compara con otras manifestaciones modernistas del momento.
     Atendiendo a los detalles, se observa una decoración muy trabajada, con un sistema foral complejo a pesar de utilizar el bloque de hormigón de cemento, lo que también podría aplicarse a los herrajes que distinguen a las barandillas y a los cierres de la planta principal.
     La estructuración de la fachada reconoce tras la decoración modernista una composición clásica, con tres huecos en planta baja y primera dispuestos simétricamente, que se coronan con una tercera planta tratada con cinco huecos de menores dimensiones. La decoración floral se dispone entre forjados, rodeando los huecos de fachada y construyendo el pretil de la azotea que se trata en continuidad con los machones que separan los cinco huecos de la última planta. El color rojo de los ladrillos de fachada significan aún más la singularidad que alcanza la decoración modernista, consiguiendo Aníbal González una arquitectura que acaba conjugando una tendencia de vanguardia con un sistema constructivo y compositivo que posteriormente caracterizará a la arquitectura sevillana en los años siguientes (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Biografía de Aníbal González, autor de la obra reseñada;
     Aníbal González y Álvarez-Ossorio, (Sevilla, 10 de junio de 1876 – 31 de mayo de 1929). Arquitecto.
     Fue el primero de los tres hijos del matrimonio formado por José González Espejo y Catalina Álvarez- Ossorio y Pizarro. Se tituló como arquitecto en 1902 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, superando la reválida de sus estudios con el número uno de su promoción. Su formación respondió a los fundamentos tradicionales entonces imperantes, provenientes del origen académico de ese título, y que se puede constatar por la naturaleza de sus trabajos escolares que se han conservado. Figuras clave de esa formación fueron Ricardo Velázquez Bosco y Vicente Lampérez y Romea, arquitectos esenciales del panorama español de entonces.
     Su vocación arquitectónica se manifestó tempranamente y se vio acrecentada con los años. Daban prueba de ello tanto su biblioteca como sus viajes, siempre vinculados a los intereses disciplinares, y se aprecia con plena nitidez en el éxito de sus estudios y en su temprana actividad, aun cuando era estudiante, en el pabellón que llevó a cabo en la Exposición de Pequeñas Industrias que, en 1901, se celebró en el Retiro madrileño. Al siguiente año realizaría un anteproyecto para Palacio de Exposiciones de Bellas Artes en los sevillanos jardines del Cristina. También en ese año de 1902 redactó una Memoria acerca de la reorganización del servicio de incendios de Sevilla, que presentó al alcalde de la ciudad, siendo acompañado por Nicolás Luca de Tena, a cuya familia estaba ligado por lazos familiares, lo que resultaría ser decisivo para su vinculación tanto a la sociedad y las instituciones sevillanas como a los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. Por otra parte, su matrimonio con Ana Gómez Millán, hija del constructor y maestro de obras José Gómez Otero, significaría su conexión con una de las sagas arquitectónicas más prolíficas de Sevilla. 
   Los arquitectos activos entonces eran pocos, y la disposición y cualidades que adornaban al joven González, le habilitaron, junto con las circunstancias referidas, para una pronta fortuna en el ejercicio de la arquitectura. De inmediato se le encargó llevar a término un proyecto de cárcel celular, y estuvo en disposición de iniciar sus primeros encargos privados de diverso tipo, especialmente viviendas, que le ocuparon ya durante la primera década del novecientos. Así, las casas de la calle Alfonso XII y Almirante Ulloa; la reforma del edificio de la calle Monsalves, la de Martín Villa esquina a Santa María de Gracia; la desaparecida central térmica del Prado de San Sebastián y la subcentral de la calle Feria, para la naciente Compañía Sevillana de Electricidad, o la fábrica de la calle Torneo, hoy rehabilitada como Instituto de Fomento de Andalucía; el grupo escolar Reina Victoria en Triana; panteones en el cementerio de San Fernando, o sus primeros proyectos en Aracena debidos a su vínculo con la familia Sánchez-Dalp, como el casino Arias Montano.
     En esa primera década no permaneció ajeno a las corrientes innovadoras que entonces afloraban en Europa, y que en España se reconocen en el modernismo catalán. Algunas de las obras citadas lo manifiestan, pero tal experimentación estilística se inscribía dentro de las habilidades que su formación y la cultura predominante configuraban bajo un eclecticismo historicista, en el que, como un estilo más, llevó a muchos de los arquitectos jóvenes de entonces a ensayar formas que pudieran identificarse con el espíritu de los tiempos nuevos. No obstante, el carácter conservador de las ideas subyacía, y la obra de Aníbal González estaba destinada a figurar destacadamente dentro del panorama nacional de la arquitectura de intención tradicional que, más allá del historicismo, contribuyó a procurar una salida a la crisis del noventa y ocho en el filón de las identidades diversas de los pueblos de España, dando lugar a lo que se conoce como regionalismo, teniendo en la arquitectura una de sus manifestaciones más notables, especialmente en la dualidad del norte y del sur de la Península, la arquitectura montañesa y vasca, por una parte, y por otra lo que vino en denominarse “estilo sevillano”, en el que Aníbal González se reconoció y fue reconocido en toda España, por más que otros arquitectos locales, como Juan Talavera o José Espiau, contribuyeran igualmente a fortalecerlo.
     Esa construcción cultural, si fuera de Sevilla produjo admiración, en la ciudad propició una rara identificación social con la arquitectura. Y para ello, el acontecimiento que lo canalizó fue la Exposición Iberoamericana, celebrada en 1929 pero iniciada como objetivo ciudadano veinte años antes, tras los festejos “España en Sevilla”, organizados en la primavera de 1909, y a cuya conclusión lanzaría la idea Luis Rodríguez Caso. El objetivo de una Exposición Hispano- Americana, como fue originalmente denominada, se traduciría en un concurso convocado en 1911, y del que resultaría ganador Aníbal González, bien es cierto que con una muy escasa participación, ausentes los demás arquitectos sevillanos.
     Su vida, que se vio truncada poco antes de que tuviera lugar la inauguración del certamen, el 31 de mayo de 1929, quedó vinculada al proyecto general y a las obras que resultarían más relevantes: la plaza de América y la plaza de España. Supo compaginar una amplísima actividad profesional, centrada en Sevilla, pero con ejemplos diseminados por distintas poblaciones, especialmente de la baja Andalucía, aunque también fuera de ella, como el edificio proyectado para ABC en la Castellana de Madrid, cuya fachada sobrevive como muestra definitiva de la admiración y apoyo que siempre encontró en la familia Luca de Tena.
     Su trayectoria en Sevilla es difícil de resumir: proyectos urbanísticos (como el del cortijo Maestrescuela, que originaría el barrio de Nervión); viviendas aisladas en áreas de crecimiento de la ciudad (en el Porvenir o en la Palmera); casas familiares urbanas (por ejemplo, en la calle de San José esquina a Conde de Ibarra, calle de Almansa esquina a Galera o calle de Monsalves esquina a Almirante Ulloa); numerosas casas de renta (paseo de Colón, cuesta del Rosario, calles Cuna, Cuesta del Rosario, Tetuán, Francos o actual avenida de la Constitución); “casas baratas” (Portaceli, Ramón y Cajal o avenida de Miraflores); edificios religiosos (para la Compañía de Jesús en la calle de Trajano, la capillita de la Virgen del Carmen en el Altozano o la basílica de la Inmaculada Milagrosa cuya construcción se interrumpió tras su fallecimiento); panteones (como los de los Luca de Tena, Peyré o González) y otros muchos proyectos y obras, que se pueden cerrar con la referencia a la reforma de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería y su sede en el paseo de Colón. Una serie ingente que, junto a la de otros arquitectos regionalistas, cambió la fisonomía de Sevilla, en ocasiones mediante las alteraciones de aperturas interiores, desde la Campana a la Avenida, en incrementos de alturas y cambios de tipos formales del caserío que, en conjunto, significó una renovación intensa de la ciudad.
     Hay que volver a la Exposición Iberoamericana para comprender sintéticamente la evolución producida en la arquitectura de Aníbal González y completar la glosa de este sevillano. Basta comparar el proyecto premiado en 1911 con los desarrollados posteriormente, incluido el frustrado de la Universidad Hispano Americana, tercera de las grandes obras que se pretendió vincular a la Exposición. Sobre todo, basta comparar la arquitectura de la plaza de América (1911-1919: Pabellón de Arte Antiguo, Pabellón Real y Pabellón de Bellas Artes, con sus jardines) con la de la plaza de España (1914-1928), para apreciar la transición de una concepción pintoresca a otra más monumental; por más que en ambas se contengan las habilidades del dominio ecléctico de los estilos del pasado español y en ambas se desarrollen las aplicaciones múltiples de los oficios y artesanías tradicionales recuperados y potenciados al amparo de las prolongadas obras de la Exposición. De manera que si tuviésemos que elegir un desenlace de su evolución, quizá éste radicara en el virtuosismo con que se desenvolvieron las obras de Aníbal González, en especial las aplicaciones del ladrillo en limpio y su talla.
     La donación a la ciudad de la mayor parte de los jardines desarrollados por los duques de Montpensier y la acertadísima intervención de J. C. N. Forestier, renombrado jardinero y urbanista parisino, en la configuración del parque de María Luisa, constituyen el acontecimiento matriz para el desencadenamiento de la transformación urbana que comportó la Exposición Iberoamericana. Lo que finalmente fue el certamen, por el impulso final producido bajo la dictadura de Primo de Rivera, contravino la idea unitaria que Aníbal González había soñado completar. Pero, por más que aquella quiebra trajera la desilusión, la enfermedad y la muerte de nuestro arquitecto, al apreciar hoy el interés de muchas de las obras proyectadas por otros arquitectos (el casino de la Exposición y el teatro Lope de Vega, de Vicente Traver, o varios pabellones americanos, como los de Argentina de Noel, Chile de Martínez, Perú de Piqueras o México de Amábilis), ello no impide percibir la identidad sustancial que se reconoce a la Exposición de 1929 tres cuartos de siglo después.
     En años de fuerte convulsión social, el fallido atentado contra Aníbal González en 1920 debe ser leído en clave de su extraordinaria relevancia como figura pública. Lamentable en cualquier caso, ese acto respondía a la rara popularidad del arquitecto, intensificándose la identificación de la ciudad con él durante la década final de su vida. Poco antes de morir pronunciaba su conferencia, impresa entonces, sobre La Giralda; el máximo símbolo arquitectónico de Sevilla era descrito con su verbo comedido. La manifestación de duelo popular que le acompañó a su muerte, sólo comparable entonces con la de los ídolos de la tauromaquia, contribuyó a otorgarle la aureola de mito contemporáneo de la ciudad.
     Puede afirmarse que Aníbal González es el arquitecto más estimado en Sevilla a lo largo del siglo XX.
     La consideración popular por sus obras, especialmente las de la Exposición Iberoamericana de 1929, se manifiesta en el modo como se han integrado en el paisaje urbano comúnmente reconocido, y en la valoración que de ellas hacen tanto los sevillanos como los forasteros que visitan la ciudad (Víctor Pérez Escolano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte los edificios de las calles Alfonso XII, 27-29; y Almirante Ulloa, 4; de Aníbal González, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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