Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Martín", de Alonso Vázquez, en la Capilla de San Cristóbal, de la Iglesia de Santa Ana, de Sevilla.
Hoy, 11 de noviembre, Memoria de San Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, en la actual Hungría, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de San Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor, fundó en distintos pueblos otros monasterios y parroquias, adoctrinó y reconcilió al clero y evangelizó a los campesinos, hasta que fue al encuentro del Señor en Candes, población de Francia (397) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "San Martín", de Alonso Vázquez, en la Capilla de San Cristóbal, de la Iglesia de Santa Ana, de Sevilla.
La Iglesia de Santa Ana [nº 86 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 29 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plazuela de Santa Ana, s/n (también tiene acceso por las puertas laterales en las calles Párroco Don Eugenio -antigua Vázquez de Leca-, y Bernardo Guerra); en el Barrio de Triana Casco Antiguo, del Distrito Triana.
En el muro del Evangelio, hacia los pies de la Iglesia, encontramos la Capilla de San Cristóbal, donde podemos contemplar un conjunto interesante de pinturas. En el muro derecho se observan dos pinturas de Alonso Vázquez realizadas en 1590, que debieron formar parte junto con el Cristo Resucitado de un antiguo retablo, que no se ha conservado. Una de ellas representa a San Martín (óleo sobre tabla, 105 x 47 cms.). San Martín a lomos de un caballo está partiendo por la mitad su capa para dársela a un pobre. Sobre las pinturas que hubo en este espacio, Matute indica que "En la capilla de San Cristóbal, en que ahora se veneran las Santas Justa y Rufina, hubo antes un buen retablo con pinturas apreciables, que descuidadas y desconocido su mérito, dio lugar a que se apoderase de ellas, en el tiempo de la dominación de los franceses, alguno de los que hicieron su fortuna adulando su codicia disfrazada con el nombre de buen gusto y aprecio de las bellas artes" (Luis Méndez Rodríguez, La colección pictórica de la Parroquia de Santa Ana, en Santa Ana de Triana: Aparato histórico-artístico. Real Parroquia de Santa Ana de Triana. Sevilla, 2016).
Hoy, 11 de noviembre, Memoria de San Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, en la actual Hungría, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de San Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor, fundó en distintos pueblos otros monasterios y parroquias, adoctrinó y reconcilió al clero y evangelizó a los campesinos, hasta que fue al encuentro del Señor en Candes, población de Francia (397) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "San Martín", de Alonso Vázquez, en la Capilla de San Cristóbal, de la Iglesia de Santa Ana, de Sevilla.
La Iglesia de Santa Ana [nº 86 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 29 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plazuela de Santa Ana, s/n (también tiene acceso por las puertas laterales en las calles Párroco Don Eugenio -antigua Vázquez de Leca-, y Bernardo Guerra); en el Barrio de Triana Casco Antiguo, del Distrito Triana.
En el muro del Evangelio, hacia los pies de la Iglesia, encontramos la Capilla de San Cristóbal, donde podemos contemplar un conjunto interesante de pinturas. En el muro derecho se observan dos pinturas de Alonso Vázquez realizadas en 1590, que debieron formar parte junto con el Cristo Resucitado de un antiguo retablo, que no se ha conservado. Una de ellas representa a San Martín (óleo sobre tabla, 105 x 47 cms.). San Martín a lomos de un caballo está partiendo por la mitad su capa para dársela a un pobre. Sobre las pinturas que hubo en este espacio, Matute indica que "En la capilla de San Cristóbal, en que ahora se veneran las Santas Justa y Rufina, hubo antes un buen retablo con pinturas apreciables, que descuidadas y desconocido su mérito, dio lugar a que se apoderase de ellas, en el tiempo de la dominación de los franceses, alguno de los que hicieron su fortuna adulando su codicia disfrazada con el nombre de buen gusto y aprecio de las bellas artes" (Luis Méndez Rodríguez, La colección pictórica de la Parroquia de Santa Ana, en Santa Ana de Triana: Aparato histórico-artístico. Real Parroquia de Santa Ana de Triana. Sevilla, 2016).
Nos encontramos ante una representación de formato vertical donde aparece la figura de un joven San Martín, vestido con una especie de malla que cubre con un manto de color oscuro y montado en un bello caballo de color blanco, cuyas crines caen bellamente hacia un lado en forma de cascada hacia uno de los lados de su cabeza y cuya magnifica musculatura parece exhibir con el levantamiento de una de sus patas.
Junto a la figura del caballo, de pie, se encuentra un hombre semidesnudo, de mediana edad y que se lleva una mano al pecho. El santo, con ayuda de su espada, tiende al pobre su propio manto para que se cubra.
Las figuras presentan anatomías bellamente proporcionadas que demuestran el estudio previo realizado sobre ellas, las vestiduras presentan cuidados pliegues, buscando sensación de movimiento.
El profesor Juan Miguel Serrera señala la vinculación entre esta pintura y la que representa a San Martín y la tabla de La Resurrección, firmada por Alonso Vázquez, intuyendo que podían haber configurado un retablo pictórico (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Martín, obispo;
HISTORIA Y LEYENDA
Apóstol de Las Galias y obispo de Tours, cuya historia, llena de elementos legendarios, fue contada por Sulpicio Severo en su Vita S. Martini, y por Gregorio de Tours en sus cuatro libros De Virtutibus S. Martini, y finalmente por Santiago de Vorágine en su Leyenda Dorada (Legenda aurea).
Ese santo tan francés no nació en Las Galias sino en Panonia, es decir, en la actual Hungría, antes de la invasión de los magiares a ese país, a la sazón poblado por eslavos. Su origen quizá deba buscarse en el condado de Györ (Raab), en la actualidad, la ciudad de Szent Marton, o más bien, de acuerdo con recientes investigaciones, en Szombathely, la antigua Savaria, en el condado de Vas. Se ignora la fecha de su nacimiento, que según ciertos autores fue hacia 317 y según otros hacia 326.
Criado en Pavía, se incorporó al ejército romano como hijo de un veterano, y durante muchos años fue soldado, primero en Italia y luego en Las Galias.
Un día de invierno del año 337, cuando estaba en la guarnición de Amiens, vio a un pobre andrajoso que pedía la caridad de los transeúntes para combatir el frío. Sin vacilar cortó en dos su manto de caballero (paludamentum), con su espada, y dio la mitad al mendigo (según otra versión, mucho menos popular porque es más trivial, habría regalado al mendigo una moneda de plata). La siguiente Cristo se le apareció en sueños, vestido con el trozo de manto regalado al pobre, y dirigiéndose a los ángeles que le rodeaban dijo: "Martín, aunque simple catecúmeno, me ha cubierto con esta vestidura".
Hacia 356, Martín abandonó el ejército, se hizo bautizar, y se dirigió a Poitiers, junto al obispo San Hilario, quien lo incorporó a su iglesia como exorcista que era el grado más humilde de la jerarquía eclesiástica . Realizó un corto viaje a su casa natal, en Panonia, para convertir a sus padres y predicar contra el arrianismo. Pero muy pronto se unió a san Hilario para fundar en los alrededores de Poitiers el monasterio de Ligugé.
Su fama de taumaturgo se había difundido en toda la región, en 370 fue elegido mediante la vox populi obispo de Tours, donde sucedió a san Gaciano y a San Lidorio.
A partir de entonces, la historia de san Martín se confunde con la de su episcopado que duraría veintiséis años. A pesar de su nueva dignidad, quiso seguir viviendo como un monje y se instaló en las afueras de la ciudad, sobre la orilla derecha del Loira, en Marmoutier, en una simple celda que se convirtió en el nudo de un gran monasterio (Majus monasterium).
Demolió templos paganos, taló árboles sagrados y pudo conseguir conversiones masivas.
Fundó numerosas parroquias rurales, especialmente en Candes, en la confluencia (Condate) del río Vienne con el Loira; y allí murió, en 397.
La leyenda de san Martín de Tours
La Leyenda Dorada agregó numerosos ornamentos al relato de Sulpicio Severo que no puede considerarse tampoco un documento histórico fiable, sino que es, más bien, una compilación hagiográfica en la cual muchos detalles se copiaron de la vida de santos anteriores, como san Antonio abad .
Allí se encuentra el relato de una segunda Caridad de san Martín. Como el santo había regalado su túnica, sin más, a un mendigo, celebró misa con unos harapos miserables que un archidiácono había comprado para el pobre. Un rayo de sol iluminó entonces su cabeza, muchos de los asistentes vieron salir de ella un globo de fuego. Como sus mangas eran demasiado cortas, los ángeles rodearon sus muñecas con piedras preciosas y le trajeron mangas tejidas con oro.
A las puertas de Lutecia, curó a un leproso dándole un beso. Esta anécdota, sin duda ha sido inventada para formar pareja con la escena del mendigo a las puertas de Amiens.
La leyenda de la sangre de san Mauricio y sus compañeros de la Legión tebana, recogida en ampollas en Agaune, es también una invención tardía de la cual no se encuentra huella alguna ni en Sulpicio Severo ni en Gregorio de Tours. Fue forjada para acreditar la reliquia que se conserva en la catedral de Saint Maurice de Angers.
Uno de los milagros más populares del apostolado de san Martín era la leyenda del pino derribado. Se trataba de un árbol sagrado que los paganos veneraban. Éstos sólo aceptaban derribarlo si san Martín se ponía debajo para recibirlo en su caída. Como tenía fe en Dios, se dejó atar del lado en que el tronco caería, hizo una señal de la cruz, y el pino, que se echó hacia atrás, se derrumbó del lado opuesto. Este milagro habría sucedido en Turena, en un sitio llamado Arbrepinière.
Además, se contaba que había emprendido una peregrinación en compañía del obispo Maximino de Tréveris. Ambos peregrinos iban a pie, junto a un burro que transportaba su equipaje. En un camino de los Alpes un oso devoró al asno, y san Martín obligó a la fiera a cargar el equipaje sobre el lomo y llevarlo hasta Roma. De ahí los proverbios acerca del burro Martín y el oso Martín, es decir, de Martín, el nombre del santo funciona allí en genitivo, como Dios (Dieu) en la expresión Hôtel Dieu (hospital). Se trata sólo de un tópico hagiográfico, en Baviera se atribuye el mismo milagro a san Corbiniano, quien también empleó un oso como bestia de carga.
El robo de los restos de san Martín, que los de Tours habrían sacado con nocturnidad de su celda de Candes haciéndolo pasar por la ventana, en las barbas de los de Poitou, quienes lo reclamaban para el monasterio de Ligugé, también carece de fundamentos históricos. Se trata de una invención de monjes del siglo VI, que disputaban por el cadáver de un santo para atraer a los peregrinos.
La crítica moderna tiende a devaluar el papel histórico de san Martín. Se trataría de una creación de su hagiógrafo, Sulpicio Severo, y de su sucesor, Perpet, quien organizó el culto del santo en Tours. La leyenda habría agrandado desmesuradamente a un obispo que en vida parece haber sido muy cuestionado.
CULTO
La popularidad de san Martín, a quien se llamaba el apóstol decimotercero y a quien el abad de Cluny califica de par Apostolis es un fenómeno excepcional. Como ha dicho el poeta Fortunat, "en todos los sitios donde se conoce a Cristo se venera a Martín".
Principales lugares de culto
En Francia, aún en la actualidad, a pesar de los cambios de las advocaciones, existen quinientos pueblos y cerca de cuatro mil iglesias parroquiales que llevan el nombre Saint Martín.
A las toponimias deben agregarse las localidades llamadas Dammartin, o Dommartin (Dominus Martinus), Martigny o Martelange.
Como apellido tuvo tanto éxito como en las toponimias, y en Francia es, con gran ventaja, el patronímico más difundido.
En los tiempos de los merovingios y carolingios, san Martín se convirtió en el patrón de la monarquía francesa. Con la dinastía de los Capetas conservó sus privilegios, a pesar de la competencia de san Dionisio, patrón de París. La capa de san Martín, considerada por los reyes merovingios como la más preciosa de todas las reliquias, es un paladión nacional, con el mismo título que la oriflama de san Dionisio. De ahí, de su capa (fr.: chape), procede la palabra chapelle (capilla), que originalmente designaba el sitio donde se guardaba la capa de san Martín.
La tumba de san Martín, en Tours, era el principal centro de peregrinación de los francos. La primera basílica fue destruida por los normandos . En el mismo sitio se edificó una nueva iglesia de estilo románico en 1008; luego, en el siglo XIII, una iglesia gótica que subsistió hasta la Revolución a pesar del vandalismo de los hugonotes. En 1797 las bóvedas se derrumbaron y en 1802 se la demolió: sólo se dejaron dos torres.
Alrededor de la basílica se agrupaban los edificios de una poderosa abadía que los reyes colmaron de privilegios: contaba con derecho de asilo, derecho de justicia y derecho a acuñar moneda. Enriquecida por numerosas donaciones, poseía un vasto patrimonio, hasta en Italia y Alemania.
Durante toda la Edad Media, la peregrinación a Saint Martín de Tours, la Gallicana peregrinatio, como la llama el concilio de Orleans, fue la gran peregrinación francesa, tan frecuentada como la de Santiago de Compostela. Desde Tours, el culto de san Martín conquistó el resto de Francia y luego a Europa entera.
En Poitou y Turena se lo veneraba particularmente en las dos abadías de Ligugé y de Marmoutier que él fundara, y en Candes, donde murió. Tenía iglesias puestas bajo su advocación en las provincias vecinas de Anjou y de Berry, en Angers, Glanfeuil (Maine et Loire), Vic, y Thevet Saint Martín (Indre).
En Amiens, donde tuviera lugar el reparto del manto con el mendigo, cada año, el día de san Martín, los peleteros donaban al obispo una pelliza de cordero para vestir a un pobre o abrigar a un centinela. Se le dedicó una iglesia bajo la advocación Saint Martin aux Jumeaux (San Martín de los Gemelos), en la época de san Gregorio de Tours. El Palacio de Justicia, construido sobre el antiguo emplazamiento de la abadía, lleva una incripción en dialecto picardo: Sainct Martin chy divisa son mantel (San Martín que dividió su manto).
Uno de los prioratos parisinos más importantes de la orden de Cluny adoptó el nombre de Saint Martin des Champs. La iglesia de Montmorency, en la región parisina, también está puesta bajo la advocación de san Martín.
Además, el obispo de Tours era titular de numerosas iglesias, tanto en el norte de Francia: Argentan (Normandía), Vendôme, Laon, Autun, Chablis, Clamency y Never, como en Colmar (Alemania). En el Rosellón, se lo veneraba en la abadía de Saint Martin du Canigou y en Saint Martin de Fenollar.
Todos los países extranjeros rendían homenaje al apóstol de Las Galias, comenzando por Italia, Roma le dedicó hasta siete iglesias, la más célebre de las cuales es S. Martina ai Monti. En Rávena, la iglesia de San Apolinar il Nuovo, originalmente estaba consagrada a san Martín bajo la advocación de Sanct Martinus in coelo aureo. Y es el santo quien, en el friso de mosaicos de fondo de oro de la nave, avanza vestido de púrpura en cabeza de los santos. Era muy popular en la Italia montañesa, en una de cuyas ciudades, Pavía, fue recibido como catecúmeno. Tiene una iglesia puesta bajo su advocación en Chioggia, en la laguna de Venecia, y una capilla decorada por Simon Martini en la basílica de Asís. Su leyenda está ilustrada en las iglesias de San Martín (S. Martina) de Pisa y de Lucca; y la bahía de Nápoles está dominada por la cartuja (it.: certosa ) di san Martina.
España le ha dedicado numerosos santuarios en Santiago de Compostela, Orense, Valladolid, Segovia, Segorbe, Gerona y Valencia.
En los Países Bajos se lo encuentra en Ypres y Hal, en tierra flamenca, y en Tournai y Lieja, en territorio valón. En Inglaterra, se lo venera en Canterbury y en York. Londres, al igual que París, posee la iglesia de Saint Martin des Champs, tiene una puesta bajo la advocación de St. Martin's in the Fields.
El culto del gran santo francés también se difundió mucho en Europa central. En Alemania, donde la catedral de Maguncia le está dedicada, y donde una de las más bellas iglesias románicas de Colonia lleva el nombre de Gran San Martín; en Hungría, su país natal, donde cerca de Martinsberg, una ciudad del Burgenland fue bautizada Kismarton (Pequeña San Martín). La ciudad de Presburgo, durante mucho tiempo húngara y llamada Poszony, luego checoslovaca con el nombre de Bratislava, también es uno de los feudos de san Martín de Tours.
Fiestas
La fiesta de san Martín (11 de noviembre), que conmemora su deposición, es decir, sus exequias, era muy popular. Y señalaba el comienzo del invierno. Ese día se comía la oca de san Martín, se bebía el vino nuevo llamado el vino de San Martín y se encendían fuegos de fiesta, como el día de san Juan. En algunos pueblos también era una jornada de grandes ferias en las cuales se inauguraba el nuevo año con las contrataciones de peones rurales y el pago de arrendamientos y aparcerías. En estas costumbres populares hay vestigios de festividades paganas que la Iglesia cristianizó con gran habilidad. Quizá la oca haya sido asociada con el culto de san Martín porque en Roma estaba consagrada al dios Marte, pero es aún más probable que los campesinos pagasen sus impuestos por la crianza de aves en la fiesta de San Martín.
Patronazgos
La popularidad de san Martín todavía está probada por el número excepcional de sus patronazgos.
Es el patrón de los soldados y sobre todo de los jinetes, porque el santo había servido en la caballería romana. Pero lo era también de los sastres, peleteros y vendedores de paño, y también de los mendigos, a causa del reparto de su capa o manto con un pobre; de los curtidores, porque el joven oficial llevaba su humildad hasta el punto de lustrar las botas de su ordenanza; de los cantineros y posaderos que enriquecían su fiesta, y muchos de los cuales usaban como lema: "Con el gran san Martín"; de los bebedores y de los borrachos, porque había convertido el agua en vino.
No era un santo curador. No obstante, según dice Gregorio de Tours, el polvo de su tumba, tomado en infusión, era el remedio supremo contra la disentería y los cólicos infantiles.
Su protección se extendía a los animales. Era el amigo de los caballos porque estaba representado como jinete, y también el de las ocas.
Todos sus patronazgos se conservaron largo tiempo en la cristiandad, salvo en la Alemania protestante, donde a partir del siglo XVI fue suplantado por otro Martín, un anti Martín que se apellidaba Lutero. En la iglesia de San Pedro, en Hamburgo, se ve un retrato de Lutero fechado en 1603, donde el Reformador tiene como atributo la oca de san Martín.
ICONOGRAFÍA
La riqueza de su iconografía está en relación directa con su extraordinaria popularidad.
A san Martín se lo representa ya como legionario romano, y en tal caso, está a pie o montado en un caballo blanco; ya como obispo, dignificado con la mitra y el báculo.
A título de curiosidad señalemos que en el monumento que se le dedicó en la catedral -a la sazón húngara- de Presburgo, el legionario está disfrazado de oficial de húsares, cubierto con un dormán (chaqueta militar adornada con alamares y vueltas de piel) .
Además del mendigo con quien reparte su manto, a veces tiene como atributo una oca silvestre, que es una alusión al paso de dichas aves migratorias que coincide con la fiesta de san Martín, cuando comienzan los primeros fríos invernales. Pero este atributo apareció a finales del siglo XV, y principalmente en la Alta Baviera.
La copa medieval es atributo infrecuente y tardío (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
HISTORIA Y LEYENDA
Apóstol de Las Galias y obispo de Tours, cuya historia, llena de elementos legendarios, fue contada por Sulpicio Severo en su Vita S. Martini, y por Gregorio de Tours en sus cuatro libros De Virtutibus S. Martini, y finalmente por Santiago de Vorágine en su Leyenda Dorada (Legenda aurea).
Ese santo tan francés no nació en Las Galias sino en Panonia, es decir, en la actual Hungría, antes de la invasión de los magiares a ese país, a la sazón poblado por eslavos. Su origen quizá deba buscarse en el condado de Györ (Raab), en la actualidad, la ciudad de Szent Marton, o más bien, de acuerdo con recientes investigaciones, en Szombathely, la antigua Savaria, en el condado de Vas. Se ignora la fecha de su nacimiento, que según ciertos autores fue hacia 317 y según otros hacia 326.
Criado en Pavía, se incorporó al ejército romano como hijo de un veterano, y durante muchos años fue soldado, primero en Italia y luego en Las Galias.
Un día de invierno del año 337, cuando estaba en la guarnición de Amiens, vio a un pobre andrajoso que pedía la caridad de los transeúntes para combatir el frío. Sin vacilar cortó en dos su manto de caballero (paludamentum), con su espada, y dio la mitad al mendigo (según otra versión, mucho menos popular porque es más trivial, habría regalado al mendigo una moneda de plata). La siguiente Cristo se le apareció en sueños, vestido con el trozo de manto regalado al pobre, y dirigiéndose a los ángeles que le rodeaban dijo: "Martín, aunque simple catecúmeno, me ha cubierto con esta vestidura".
Hacia 356, Martín abandonó el ejército, se hizo bautizar, y se dirigió a Poitiers, junto al obispo San Hilario, quien lo incorporó a su iglesia como exorcista que era el grado más humilde de la jerarquía eclesiástica . Realizó un corto viaje a su casa natal, en Panonia, para convertir a sus padres y predicar contra el arrianismo. Pero muy pronto se unió a san Hilario para fundar en los alrededores de Poitiers el monasterio de Ligugé.
Su fama de taumaturgo se había difundido en toda la región, en 370 fue elegido mediante la vox populi obispo de Tours, donde sucedió a san Gaciano y a San Lidorio.
A partir de entonces, la historia de san Martín se confunde con la de su episcopado que duraría veintiséis años. A pesar de su nueva dignidad, quiso seguir viviendo como un monje y se instaló en las afueras de la ciudad, sobre la orilla derecha del Loira, en Marmoutier, en una simple celda que se convirtió en el nudo de un gran monasterio (Majus monasterium).
Demolió templos paganos, taló árboles sagrados y pudo conseguir conversiones masivas.
Fundó numerosas parroquias rurales, especialmente en Candes, en la confluencia (Condate) del río Vienne con el Loira; y allí murió, en 397.
La leyenda de san Martín de Tours
La Leyenda Dorada agregó numerosos ornamentos al relato de Sulpicio Severo que no puede considerarse tampoco un documento histórico fiable, sino que es, más bien, una compilación hagiográfica en la cual muchos detalles se copiaron de la vida de santos anteriores, como san Antonio abad .
Allí se encuentra el relato de una segunda Caridad de san Martín. Como el santo había regalado su túnica, sin más, a un mendigo, celebró misa con unos harapos miserables que un archidiácono había comprado para el pobre. Un rayo de sol iluminó entonces su cabeza, muchos de los asistentes vieron salir de ella un globo de fuego. Como sus mangas eran demasiado cortas, los ángeles rodearon sus muñecas con piedras preciosas y le trajeron mangas tejidas con oro.
A las puertas de Lutecia, curó a un leproso dándole un beso. Esta anécdota, sin duda ha sido inventada para formar pareja con la escena del mendigo a las puertas de Amiens.
La leyenda de la sangre de san Mauricio y sus compañeros de la Legión tebana, recogida en ampollas en Agaune, es también una invención tardía de la cual no se encuentra huella alguna ni en Sulpicio Severo ni en Gregorio de Tours. Fue forjada para acreditar la reliquia que se conserva en la catedral de Saint Maurice de Angers.
Uno de los milagros más populares del apostolado de san Martín era la leyenda del pino derribado. Se trataba de un árbol sagrado que los paganos veneraban. Éstos sólo aceptaban derribarlo si san Martín se ponía debajo para recibirlo en su caída. Como tenía fe en Dios, se dejó atar del lado en que el tronco caería, hizo una señal de la cruz, y el pino, que se echó hacia atrás, se derrumbó del lado opuesto. Este milagro habría sucedido en Turena, en un sitio llamado Arbrepinière.
Además, se contaba que había emprendido una peregrinación en compañía del obispo Maximino de Tréveris. Ambos peregrinos iban a pie, junto a un burro que transportaba su equipaje. En un camino de los Alpes un oso devoró al asno, y san Martín obligó a la fiera a cargar el equipaje sobre el lomo y llevarlo hasta Roma. De ahí los proverbios acerca del burro Martín y el oso Martín, es decir, de Martín, el nombre del santo funciona allí en genitivo, como Dios (Dieu) en la expresión Hôtel Dieu (hospital). Se trata sólo de un tópico hagiográfico, en Baviera se atribuye el mismo milagro a san Corbiniano, quien también empleó un oso como bestia de carga.
El robo de los restos de san Martín, que los de Tours habrían sacado con nocturnidad de su celda de Candes haciéndolo pasar por la ventana, en las barbas de los de Poitou, quienes lo reclamaban para el monasterio de Ligugé, también carece de fundamentos históricos. Se trata de una invención de monjes del siglo VI, que disputaban por el cadáver de un santo para atraer a los peregrinos.
La crítica moderna tiende a devaluar el papel histórico de san Martín. Se trataría de una creación de su hagiógrafo, Sulpicio Severo, y de su sucesor, Perpet, quien organizó el culto del santo en Tours. La leyenda habría agrandado desmesuradamente a un obispo que en vida parece haber sido muy cuestionado.
CULTO
La popularidad de san Martín, a quien se llamaba el apóstol decimotercero y a quien el abad de Cluny califica de par Apostolis es un fenómeno excepcional. Como ha dicho el poeta Fortunat, "en todos los sitios donde se conoce a Cristo se venera a Martín".
Principales lugares de culto
En Francia, aún en la actualidad, a pesar de los cambios de las advocaciones, existen quinientos pueblos y cerca de cuatro mil iglesias parroquiales que llevan el nombre Saint Martín.
A las toponimias deben agregarse las localidades llamadas Dammartin, o Dommartin (Dominus Martinus), Martigny o Martelange.
Como apellido tuvo tanto éxito como en las toponimias, y en Francia es, con gran ventaja, el patronímico más difundido.
En los tiempos de los merovingios y carolingios, san Martín se convirtió en el patrón de la monarquía francesa. Con la dinastía de los Capetas conservó sus privilegios, a pesar de la competencia de san Dionisio, patrón de París. La capa de san Martín, considerada por los reyes merovingios como la más preciosa de todas las reliquias, es un paladión nacional, con el mismo título que la oriflama de san Dionisio. De ahí, de su capa (fr.: chape), procede la palabra chapelle (capilla), que originalmente designaba el sitio donde se guardaba la capa de san Martín.
La tumba de san Martín, en Tours, era el principal centro de peregrinación de los francos. La primera basílica fue destruida por los normandos . En el mismo sitio se edificó una nueva iglesia de estilo románico en 1008; luego, en el siglo XIII, una iglesia gótica que subsistió hasta la Revolución a pesar del vandalismo de los hugonotes. En 1797 las bóvedas se derrumbaron y en 1802 se la demolió: sólo se dejaron dos torres.
Alrededor de la basílica se agrupaban los edificios de una poderosa abadía que los reyes colmaron de privilegios: contaba con derecho de asilo, derecho de justicia y derecho a acuñar moneda. Enriquecida por numerosas donaciones, poseía un vasto patrimonio, hasta en Italia y Alemania.
Durante toda la Edad Media, la peregrinación a Saint Martín de Tours, la Gallicana peregrinatio, como la llama el concilio de Orleans, fue la gran peregrinación francesa, tan frecuentada como la de Santiago de Compostela. Desde Tours, el culto de san Martín conquistó el resto de Francia y luego a Europa entera.
En Poitou y Turena se lo veneraba particularmente en las dos abadías de Ligugé y de Marmoutier que él fundara, y en Candes, donde murió. Tenía iglesias puestas bajo su advocación en las provincias vecinas de Anjou y de Berry, en Angers, Glanfeuil (Maine et Loire), Vic, y Thevet Saint Martín (Indre).
En Amiens, donde tuviera lugar el reparto del manto con el mendigo, cada año, el día de san Martín, los peleteros donaban al obispo una pelliza de cordero para vestir a un pobre o abrigar a un centinela. Se le dedicó una iglesia bajo la advocación Saint Martin aux Jumeaux (San Martín de los Gemelos), en la época de san Gregorio de Tours. El Palacio de Justicia, construido sobre el antiguo emplazamiento de la abadía, lleva una incripción en dialecto picardo: Sainct Martin chy divisa son mantel (San Martín que dividió su manto).
Uno de los prioratos parisinos más importantes de la orden de Cluny adoptó el nombre de Saint Martin des Champs. La iglesia de Montmorency, en la región parisina, también está puesta bajo la advocación de san Martín.
Además, el obispo de Tours era titular de numerosas iglesias, tanto en el norte de Francia: Argentan (Normandía), Vendôme, Laon, Autun, Chablis, Clamency y Never, como en Colmar (Alemania). En el Rosellón, se lo veneraba en la abadía de Saint Martin du Canigou y en Saint Martin de Fenollar.
Todos los países extranjeros rendían homenaje al apóstol de Las Galias, comenzando por Italia, Roma le dedicó hasta siete iglesias, la más célebre de las cuales es S. Martina ai Monti. En Rávena, la iglesia de San Apolinar il Nuovo, originalmente estaba consagrada a san Martín bajo la advocación de Sanct Martinus in coelo aureo. Y es el santo quien, en el friso de mosaicos de fondo de oro de la nave, avanza vestido de púrpura en cabeza de los santos. Era muy popular en la Italia montañesa, en una de cuyas ciudades, Pavía, fue recibido como catecúmeno. Tiene una iglesia puesta bajo su advocación en Chioggia, en la laguna de Venecia, y una capilla decorada por Simon Martini en la basílica de Asís. Su leyenda está ilustrada en las iglesias de San Martín (S. Martina) de Pisa y de Lucca; y la bahía de Nápoles está dominada por la cartuja (it.: certosa ) di san Martina.
España le ha dedicado numerosos santuarios en Santiago de Compostela, Orense, Valladolid, Segovia, Segorbe, Gerona y Valencia.
En los Países Bajos se lo encuentra en Ypres y Hal, en tierra flamenca, y en Tournai y Lieja, en territorio valón. En Inglaterra, se lo venera en Canterbury y en York. Londres, al igual que París, posee la iglesia de Saint Martin des Champs, tiene una puesta bajo la advocación de St. Martin's in the Fields.
El culto del gran santo francés también se difundió mucho en Europa central. En Alemania, donde la catedral de Maguncia le está dedicada, y donde una de las más bellas iglesias románicas de Colonia lleva el nombre de Gran San Martín; en Hungría, su país natal, donde cerca de Martinsberg, una ciudad del Burgenland fue bautizada Kismarton (Pequeña San Martín). La ciudad de Presburgo, durante mucho tiempo húngara y llamada Poszony, luego checoslovaca con el nombre de Bratislava, también es uno de los feudos de san Martín de Tours.
Fiestas
La fiesta de san Martín (11 de noviembre), que conmemora su deposición, es decir, sus exequias, era muy popular. Y señalaba el comienzo del invierno. Ese día se comía la oca de san Martín, se bebía el vino nuevo llamado el vino de San Martín y se encendían fuegos de fiesta, como el día de san Juan. En algunos pueblos también era una jornada de grandes ferias en las cuales se inauguraba el nuevo año con las contrataciones de peones rurales y el pago de arrendamientos y aparcerías. En estas costumbres populares hay vestigios de festividades paganas que la Iglesia cristianizó con gran habilidad. Quizá la oca haya sido asociada con el culto de san Martín porque en Roma estaba consagrada al dios Marte, pero es aún más probable que los campesinos pagasen sus impuestos por la crianza de aves en la fiesta de San Martín.
Patronazgos
La popularidad de san Martín todavía está probada por el número excepcional de sus patronazgos.
Es el patrón de los soldados y sobre todo de los jinetes, porque el santo había servido en la caballería romana. Pero lo era también de los sastres, peleteros y vendedores de paño, y también de los mendigos, a causa del reparto de su capa o manto con un pobre; de los curtidores, porque el joven oficial llevaba su humildad hasta el punto de lustrar las botas de su ordenanza; de los cantineros y posaderos que enriquecían su fiesta, y muchos de los cuales usaban como lema: "Con el gran san Martín"; de los bebedores y de los borrachos, porque había convertido el agua en vino.
No era un santo curador. No obstante, según dice Gregorio de Tours, el polvo de su tumba, tomado en infusión, era el remedio supremo contra la disentería y los cólicos infantiles.
Su protección se extendía a los animales. Era el amigo de los caballos porque estaba representado como jinete, y también el de las ocas.
Todos sus patronazgos se conservaron largo tiempo en la cristiandad, salvo en la Alemania protestante, donde a partir del siglo XVI fue suplantado por otro Martín, un anti Martín que se apellidaba Lutero. En la iglesia de San Pedro, en Hamburgo, se ve un retrato de Lutero fechado en 1603, donde el Reformador tiene como atributo la oca de san Martín.
ICONOGRAFÍA
La riqueza de su iconografía está en relación directa con su extraordinaria popularidad.
A san Martín se lo representa ya como legionario romano, y en tal caso, está a pie o montado en un caballo blanco; ya como obispo, dignificado con la mitra y el báculo.
A título de curiosidad señalemos que en el monumento que se le dedicó en la catedral -a la sazón húngara- de Presburgo, el legionario está disfrazado de oficial de húsares, cubierto con un dormán (chaqueta militar adornada con alamares y vueltas de piel) .
Además del mendigo con quien reparte su manto, a veces tiene como atributo una oca silvestre, que es una alusión al paso de dichas aves migratorias que coincide con la fiesta de san Martín, cuando comienzan los primeros fríos invernales. Pero este atributo apareció a finales del siglo XV, y principalmente en la Alta Baviera.
La copa medieval es atributo infrecuente y tardío (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la biografía de Alonso Vázquez, autor de la obra reseñada;
Alonso Vázquez (Ronda, Málaga, c. 1564 – Ciudad de México, México, c. 1608). Pintor.
Según informaciones procedentes de Palomino, se sabe que Alonso Vázquez nació en Ronda, habiendo señalado también que fue en el año 1564; sin embargo, ambas referencias carecen por ahora de base documental. Tampoco, se sabe con certeza el lugar donde realizó su formación artística y tan sólo puede pensarse que hacia 1580 estaba ya en Sevilla, puesto que en 1582 una hija suya fue bautizada en esta ciudad.
Aunque se carece de más apoyaturas documentales para situar la presencia de Vázquez en Sevilla puede decirse que su actividad pictórica fue dominante en la ciudad, al menos a lo largo de los últimos veinte años del siglo XVI, advirtiéndose que en este margen de tiempo llevó a cabo las principales realizaciones artísticas que se ejecutaron en Sevilla, y fue el pintor preferido por el clero, la nobleza y las personas acaudaladas. Sólo el entonces joven Pacheco tuvo opciones de competir con él, pero lo hizo desde un plano secundario, aunque en ocasiones ambos colaboraron juntos en empresas pictóricas.
La estancia de Vázquez en Sevilla se dilató hasta 1603, año en que se trasladó a México para trabajar como pintor al servicio del virrey Juan de Mendoza, marqués de Montesclaros, a quien ya conocía puesto que este personaje había sido asistente de Sevilla desde 1600. En México trabajó al servicio de su patrón y se posee información que revela una intensa actividad pictórica de la que no han llegado hasta el presente más que escasos testimonios. No se sabe con precisión el año en que murió Vázquez en México, aunque una noticia datada en 1608 señala que en esta fecha ya había fallecido.
El análisis de la obra conocida de Vázquez evidencia con claridad su relación con el último período creativo del renacimiento que se conoce como Manierismo; su estilo está basado en un dibujo firme y preciso con el que configuró formas vigorosas muy perfiladas, provistas de una marcada gesticulación.
Como es habitual en este período final del siglo XVI, el arte de Vázquez rehuye la observación de la naturaleza de forma directa, atendiendo más a la captación de formas obtenidas de imágenes grabadas que a inspirarse directamente en modelos reales.
Una de las obras capitales dentro de la producción de Vázquez es La Sagrada Cena que procedente de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, se conserva actualmente en el Museo de Bellas Artes de esta ciudad. Su ejecución se realizó en 1588, aunque la documentación no menciona el nombre de su autor; sin embargo a través de su estilo puede evidenciarse con cierta precisión que se trata de una obra de Vázquez y además la primera que se conoce en el tiempo dentro de su dilatada producción. En ella, se percibe que el artista utilizó para lograr su composición grabados de origen flamenco; llama la atención en la pintura el variado repertorio de expresiones físicas que se constata en las figuras de los apóstoles y al mismo tiempo los admirables detalles de bodegón que aparecen sobre la mesa, así como el aparatoso fondo arquitectónico que cierra la composición; allí, en figuras de pequeño tamaño, se describe la escena de Cristo lavando los pies a los apóstoles.
Una faceta desconocida en nuestros días de la producción de Vázquez es la de retratista, puesto que a pesar de tener constancia documental de que la practicó, ningún ejemplar ha llegado hasta nuestros días.
Así en 1590 tenemos noticias de que realizó tres retratos al servicio del duque de Medina Sidonia, efigiando en uno de ellos a su esposa Doña Antonia de Portocarrero y en los otros dos a sus hermanas Doña Mariana y Doña Leonor. Sobre estas obras hay que señalar que, o se han perdido, o aún no han sido identificadas.
Al tiempo que Vázquez trabajó al servicio del duque de Medina Sidonia lo hizo también para el duque de Alcalá, puesto que para él realizó una serie de ocho pinturas en las que representaba Las Artes liberales, tampoco se han conservado. Sí ha llegado hasta el presente una pintura realizada para dicho duque de Alcalá que representa a El rico Epulón y el pobre Lázaro, aunque su paradero es desconocido. A través de una fotografía realizada hacia 1950, se conoce esta obra, que fue muy admirada en la época en que fue pintada. En efecto, se tiene el testimonio escrito por Pacheco en su libro Arte de la pintura, quien se refiere a ella en los siguientes términos: “El famoso lienzo de Lázaro y el rico avariento que tiene hoy el Duque de Alcalá, donde, en un aparador de vasos de plata vidrio y barro puso mucha diversidad de colaciones y otros frutos y un frasco de cobre puesto en agua a enfriar”. Esta descripción coincide con la fotografía que se conoce de la pintura, en la que Epulón aparece comiendo en un balcón abierto a un exterior y se ve al pobre Lázaro, semidesnudo, que implora las sobras de la comida. Los detalles de bodegón que aparecen en esta pintura son excelentes, lo que corrobora la afirmación de Pacheco, cuando señaló que Vázquez “pintaba flores con mucha destreza y propiedad”.
Un conjunto pictórico de Alonso Vázquez, procedente de un retablo desmontado se conserva en la iglesia de Santa Ana de Sevilla. Su tabla central, que presenta la firma del artista y la fecha de 1590 es la representación de la Resurrección de Cristo; las tablas laterales muestran a San Cristóbal y a San Martín, constatándose en todo el conjunto el habitual dibujo firme y prieto del artista con el que capta figuras vigorosas y enérgicas.
Otro importante conjunto pictórico de Vargas fue ejecutado en 1592, en esta ocasión para el retablo mayor de la iglesia del monasterio de Santa Paula de Sevilla. Lamentablemente en 1730 dicho retablo fue sustituido por otro de estilo barroco y sus pinturas fueron desmontadas y aprovechadas para ser colocadas en otros retablos de la iglesia en 1810. Otra de ellas pasó a la clausura conventual donde aún se conserva; representa La Trinidad, que en origen debió de estar situada en el remate del retablo citado.
En la Catedral de Sevilla y para la capilla de Cristóbal de la Puebla, Vázquez ejecutó en 1594 un pequeño retablo que afortunadamente se conserva en su lugar de origen. Dicho retablo está presidido por una representación pictórica de San Ildefonso y San Diego de Alcalá que flanquean un relieve escultórico de La Asunción de la Virgen. En los laterales aparecen escenas de El Bautismo de Cristo y El Martirio de Santa Catalina, mientras que en la predela aparecen representaciones de Los profetas y de Los padres de la Iglesia, al tiempo que los retratos del donante, Don Cristóbal de la Puebla, su esposa y sus hijas, obras de pequeño formato que dan idea de la calidad que Vázquez hubo de alcanzar cuando ejecutó retratos de tamaño natural.
Procedente probablemente del convento de santa María de Jesús, se conserva también en la Catedral de Sevilla una representación de La Virgen del Pozo Santo, pintura en la que se narra la milagrosa intervención de la Virgen para salvar a un niño que había caído en el interior de un pozo. Esta obra refleja un sentido de solemnidad mayestática en la figura de la Virgen y el Niño que, aureolados de ángeles músicos, contemplan complacidos la salida del pozo del infante ileso; un amable fondo de paisaje cierra la parte inferior de la composición. Por las características de su estilo esta pintura puede fecharse hacia 1595.
Poco después, en 1598 y por encargo de Diego Caballero de Cabrera, Vázquez ejecutó las pinturas que se integran en el retablo de la Inmaculada de la Iglesia de San Andrés de Sevilla donde se dispone una serie de pinturas entre las que destacan los dos tableros de la predela en los que se representan Reyes del Antiguo Testamento que forman parte de la genealogía de la Virgen. Figuran también en el retablo representaciones de San Francisco, El apóstol Santiago, San Esteban, El Bautismo de Cristo, Santa Catalina y Santa Lucía, estando rematado todo el conjunto por La Coronación de la Virgen y El Padre Eterno.
A finales del siglo XVII los jesuitas sevillanos eran una de las órdenes religiosas más influyentes en la ciudad y en su entorno geográfico; dispuestos a fomentar su primacía, encargaban a los mejores artistas locales el ornato de sus templos. Por ello no es extraño que para el retablo mayor de su iglesia, en la población de Marchena, encargasen a Vázquez en 1599 las pinturas.
Sin embargo, cuando en 1603 Vázquez embarcó para México no había concluido aún este conjunto pictórico cuya ejecución quedó interrumpida durante varios años, ya que sólo a partir de 1607 fue finalizado por Juan de Roelas. Las pinturas que Vázquez realizó fueron San José con el Niño, El sueño de San José, San Juan Bautista y La degollación de San Juan Bautista. Resulta interesante advertir cómo los jesuitas se hicieron inmediatamente eco de la devoción y culto a San José impulsado en España a partir de 1597, cuando el padre carmelita Gracián de la Madre de Dios escribió su famoso libro Grandeza y excelencia del glorioso San José, publicado en Madrid y que tuvo una inmediata repercusión en Toledo, plasmada en la magnífica pintura de San José con el Niño que El Greco ejecutó en 1599 y que Vázquez pintó también como hemos visto en el mismo año en el retablo de los jesuitas de Marchena.
Otra importante pintura cuyos destinatarios debieron de ser los jesuitas sevillanos es La aparición de Cristo a San Ignacio camino de Roma, que actualmente se conserva en la Catedral de Sevilla. Es obra realizada hacia 1600 en la que se advierte un dibujo menos marcado que en años anteriores y una mayor blandura expresiva. También hacia 1600 debe de estar realizada La Virgen de Belén, que pertenece a la parroquia de Santa María de la Asunción de Arcos de la Frontera. Es obra no documentada pero que presenta con claridad el estilo de Vázquez, siguiendo el modelo de La Virgen del Pozo Santo antes mencionada.
También en 1600 Vázquez, junto con Francisco Pacheco, recibió el encargo de fray Juan Bernal, prior del convento de la Merced de Sevilla de una serie de pinturas destinadas a adornar el claustro principal de dicho convento, que se convirtió así en el primer recinto conventual español que decoró con historias de su Orden uno de sus patios. Vázquez debió de contratar la mitad de las pinturas que serían doce, siendo las otras seis encargadas a Pacheco; sin embargo, en el momento de su partida a México en 1603, no debía tener realizadas más que cuatro, de las cuales tres se conservan en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, es decir, en el mismo lugar para donde fueron ejecutadas.
Son estas obras San Pedro Nolasco redimiendo cautivos, San Pedro Nolasco despidiéndose de Jaime I El Conquistador; un Martirio de San Ramón Nonato procedente de esta serie y de mano de Vázquez se conserva muy mal restaurado en una colección particular de Madrid, permaneciendo en paradero desconocido una representación titulada San Pedro Nolasco recibiendo del Papa la Bula de fundación de su Orden.
Un año antes de su partida para México, Vázquez contrató la ejecución de las pinturas del retablo mayor de la iglesia del Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, donde representó distintos temas de devoción como San Sebastián, San Roque, San Laureano, San Francisco, San Antonio de Padua, La incredulidad de Santo Tomás, San José con el Niño y San Juan Bautista, rematándose todo el conjunto con un Calvario.
En 1603, cuando ya preparaba su viaje a México, el Hospital de San Hermenegildo de Sevilla encargó a Vázquez la ejecución de la pintura central del retablo de su iglesia donde se representaba El tránsito de San Hermenegildo, hoy en el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad. En el momento de embarcarse Vázquez sólo tenía realizada la mitad inferior de la pintura, siendo la superior concluida por Juan de Uceda, quien debía de ser discípulo suyo. En la parte realizada por Vázquez destaca la presencia junto a San Hermenegildo, de San Isidoro, San Leandro, el joven Recaredo y los retratos del cardenal Cervantes, patrono del Hospital y de Bernardino de Escalante, administrador del mismo. Una Inmaculada fechable también hacia 1603 se conserva igualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, destacando en ella su movido perfil y su elegante figura, aspectos éstos poco comunes en la pintura sevillana de esta época que evidencian la oscilación de Vázquez en los últimos momentos de su estancia en Sevilla hacia el espíritu del Barroco (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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