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viernes, 13 de noviembre de 2020

La Capilla de San Leandro, en la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San Leandro en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.  
   Hoy, 13 de noviembre, San Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que en la ciudad de Sevilla, en Hispania, con su predicación y solícita caridad convirtió a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica, contando con la ayuda de su rey Recaredo (c. 600) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de San Leandro en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
   La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla, y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía] (avenida de la Constitución, aunque la visita cultural se efectúa por la calle Fray Ceferino González, del Barrio de Santa Cruz, en el Distrito Casco Antiguo).
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de San Leandro [nº 066 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; este ámbito siempre ha tenido la misma advocación; esta capilla iniciada en 1733, copió su fachada de la de San Isidoro. Hasta entonces había sido la "Oficina de la Cera", que daba acceso al "Caracol de la Cera" (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   Obra de importancia en la Catedral de Santa María de la Sede durante el siglo XVII fue la construcción de la Capilla de San Isidoro, a los pies de la nave de San Pablo. El lugar que ocupaba en la iglesia la librería del canto llano fue entregada en 1661 a don Francisco y don Fernando de la Puente Verastegui con objeto de que llevasen a cabo la fundación de una capellanía. Los canónigos no se limitaron a la remodelación y decoración del interior del recinto, sino que se preocuparon de su acceso. Así, el muro del edificio gótico en el que la capilla se abría fue retallado hasta configurarlo como fachada. Para ello se incorporaron a la composición los dos altares que flanqueaban el ingreso, los dedicados en la actualidad a la Virgen de la Cinta y a la Virgen del Madroño. Ambos fueron cobijados, junto con la puerta de la capilla, bajo un arco lobulado, ornamentándose la superficie así limitada con hojarasca, figuras de ángeles, fruteros y cartelas.  
 Desgraciadamente no se sabe quien fue el arquitecto encargado de esta obra, aunque se conoce el nombre de los que intervinieron en la ornamentación del interior de la capilla. Así, el retablo fue trazado por Bernardo Simón de Pineda, correspondiendo su policromía y dorado a Juan de Valdés Leal y a Agustín Franco, artistas que también realizaron las pinturas de la bóveda. Aunque la documentación no lo señala, es posible, habida cuenta de la frecuencia con que Pedro Roldán colaboró con los maestros mencionados en primer lugar, que la labor escultórica corriera por cuenta de este. De ser así, cabría la posibilidad de que el escultor interviniese también en la ornamentación exterior de la capilla. Me baso para tal hipótesis en la relación de aquella con otras obras del maestro. Los diseños para la misma pudieran ser propios o también deberse a Simón de Pineda. De lo que no hay duda es de la vinculación que ofrecen con los empleados en el presbiterio y en los enmarques de los grandes lienzos de Murillo, en la iglesia del Hospital de la Caridad. El sentido barroco de la composición es manifiesto, contrastando por su recargamiento con la desnudez de los muros adyacentes.
   La construcción de la Capilla de San Isidoro ocasio­nó una ruptura en el esquema simétrico del muro de los pies de la catedral. Mientras la nave de San Pablo contaba con una conclusión muy ornamentada, la de San Pedro carecía de ella. Esta situación se mantuvo hasta 1733, en que el deán de la catedral, don Alonso de Baeza, le encomendó a Matías de Figueroa la construcción de una capilla dedicada a San Leandro, en dicho lugar. En el contrato se indicaban las características del recinto, señalándose la Capilla de San Isidoro como modelo a seguir. Las únicas variantes se establecían en el acceso, que debía ser recto y no en esviaje, en el tipo de bóveda, que debía ser esquifada, para darle mayor luminosidad al recinto. De la Capilla de San Isidoro debía copiarse, asimismo, la decoración interior y exterior. Sin embargo, no fue tarea de Figueroa hacerlo, sino del entallador Diego de Castillejo con quien se firmó contrato el 14 de agosto de 1733. Tras la conclusión de la obra se logró la simetría del muro perimetral y la mayor suntuosidad del templo (Alfredo J. Morales, La Arquitectura en los siglos XVI, XVII y XVIII, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   La Capilla de San Leandro está situada en el frente de poniente del templo catedralicio, inmediata a la portada principal.
   El rico paramento pétreo que antecede a la Capilla, fue realizado (1733-34) por Matías de Figueroa y decorado por Diego de Castillejo, análogo al de la Capilla de San Isidoro.
   El retablo se compone de banco, cuerpo y ático. El cuerpo se estructura en tres calles, determinadas por cuatro columnas salomónicas revestidas de rosas. En el camarín, la imagen del Titular y en los intercolumnios las de San Antonio Abad y un Obispo mitrado (San Fulgencio?), revestido de pontifical con Capa pluvial, de igual modo que aquel. En el ático, Santo Domingo de Guzmán y ángeles cabalgando sobre los curvos frontones.
   El retablo fue ejecutado por Manuel de Escobar (1733-34) y la imaginería por Pedro Duque Cornejo y Roldán. Destacan por su superior calidad las de los Santos Antonio y Domingo; el Santo Arzobispo hispalense es de muy afectada expresión (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas de la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991) 
   Nada se sabe de la personalidad de J. Mausola, pin­tor que en 1735 firmó y fechó las dos pinturas que decoran las paredes laterales de la capilla de San Leandro de la Catedral. La primera de estas pinturas repre­senta a San Leandro en el tercer concilio de Toledo, en cuyo transcurso Recaredo abjuró de la herejía arria­na. La segunda pintura muestra a San Leandro instruyendo a Santa Florentina, cuyo asunto muestra a este Santo iniciando a su hermana y a otras monjas en la observación de la regla monástica que para ellas había redactado. Ambas obras son de secundaria calidad (Enrique Valdivieso, La pintura en la Catedral de Sevilla. Siglos XVII al XX, en La Catedral de Sevilla. Ed. Guadalquivir, 1991).
   En la Capilla de San Isidoro encontramos dos vidrieras iguales a ambos lados del altar, en las que se representan los Atributos de San Leandro, en un vano rectangular terminado en forma de arco rebajado con unas dimensiones de 1'40 x 0,80 m. realizada en 1770 (Víctor Nieto Alcaide, Las Vidrieras de la Catedral, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   Del siglo XVIII las rejas de las capillas de San Laureano, fechada en 1702, de la Virgen del Pilar, encargada a José de Malaver en 1717, y la de la Capilla de San Leandro. Esta última fue contratada en 1733 por Francisco de Guzmán y Francisco de Ocampo el mozo, realizándose a imitación de la existente en la Capilla de San Isidoro (Alfredo J. Morales, Artes aplicadas e industriales en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de San Leandro, obispo
Nació en Cartagena. Fue arzobispo de Sevilla y apóstol de los visigodos en el siglo VI.
   Se abocó a la conversión de los arrianos. Hacia el final de su vida, se hizo secundar por su hermano Isidoro, quien lo sucedió hacia 598.
   Es patrón de Sevilla. Se lo invocaba contra el reumatismo.
   Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, y un corazón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Leandro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
     San Leandro, Arzobispo de Sevilla. Nacido en Cartagena el primer tercio del siglo VI intervino decisivamente en la conversión del pueblo visigodo y de su rey Recaredo, quien abjuró del arrianismo en el Concilio III de Toledo (589). Murió hacia el año 600. 
   Nació en Cartagena hacia el año 540, el mayor de cuatro hermanos, hijos de Severia­no, alto funcionario del reino visigodo, y de madre de nombre desconocido, convertida más tarde al catolicismo. Sus otros hermanos fueron: Florentina, monja; Fulgencio, obispo de Écija; e Isidoro, sucesor de Leandro en la sede hispalense, todos ellos santos y cumbre jamás alcanzada de la Iglesia de Sevilla.
       La primera semblanza de san Leandro nos viene de su hermano san Isidoro, en su libro De viris illustribus. Merece la pena que consignemos traducido el perfil biográfico que nos ofrece de su hermano mayor:
      «Leandro, cuyo padre se llamaba Severiano, oriundo de la provincia Hispana Cartaginense, fue monje de profesión y desde el monacato designado obispo de la Iglesia de Sevilla en la provincia Bética. Hombre de una dulce elocuencia, de aventajadísimo ingenio y distinguido tanto por su vida como por su doctrina, a su fe y a su habilidad se le debe la vuelta de los godos desde la insensatez arriana a la fe católica. En la peregrinación de su destierro compuso dos libros contra los dogmas de los herejes, riquísimos en erudición bíblica; en ellos no sólo descubre la maldad de la impiedad arriana sino que además la refuta con estilo vehemente, es decir, demostrando lo que tiene la Iglesia católica contra los mismos y cuán distante está de ellos tanto por las creencias religiosas como por los sacramentos de la fe. 
       Existe también un laudable opúsculo de Leandro contra las enseñanzas de los arrianos, en el cual, después de proponer su doctrina, le opone la correspondiente respuesta. Publicó asimismo un tratado sobre la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo dirigido a su hermana Florentina y dividido en capí­tulos. Trabajó mucho para mejorar los oficios eclesiásticos escribiendo para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa.
       Escribió muchas cartas: una al papa Gregorio sobre el bautismo, otra al hermano, en la que le advierte que no debe temer la muerte. Escribió asimismo muchísimas cartas familiares a otros obispos, que aunque no eran abundantes en palabras, eran ciertamente muy penetrantes por su doctrina. Floreció bajo Recaredo, hombre religioso, en cuyo tiempo terminó sus días con muerte admirable.»
       Esta reseña, desesperadamente breve, no resuelve las dudas y oscuridades suscitadas en una vida tan compleja y rica.
       Perteneciente a una familia distinguida (se duda si su padre, hispano-romano, fue gobernador de Cartago Nova; su madre, de origen godo y de religión arriana, se convirtió tras el destierro), ésta hubo de huir de Cartagena posiblemente cuando los bizantinos ocuparon la ciudad y se refugiaron en Sevilla. Aquí mueren sus padres y Leandro se hace cargo de la familia y especialmente de la educación de Isidoro, el hermano menor. Libre de estos cuidados, abrazó la vida monástica.
       Su elevación a la sede hispalense hay que situarla con toda probabilidad poco antes de la llegada de Hermenegildo a la Bética. Por lo tanto, hacia los años 577-578. A él se debe en gran medida la conversión de Hermenegildo, según cuenta san Gregorio Magno en sus Diálogos: «Hermenegildo, hijo de Leovigildo, pasó de la herejía arriana al catolicismo por la predicación de Leandro, amigo mío desde no hace mucho tiempo». Aunque Gregorio de Tours, en su Historia Francorum, lo atribuye a su esposa Ingunda: «Ingunda predicó a su esposo que abandonase la falacia de la herejía y reconociese la verdad de la ley católica. El se opuso durante un tiempo, pero al fin, conmovido por sus ruegos, se convirtió al catolicismo».
       Salpicado por la contienda suscitada entre Hermenegildo y su padre Leovigildo, san Leandro marchó al destierro en el año 580 y partió en misión diplomática de la Iglesia visigoda a Constantinopla. Allí conoció a Gregorio Magno, apocrisario o nuncio apostóli­co por aquel entonces en la ciudad imperial. El propio Gregorio Magno, en sus Moralia in Job, refiere de este encuentro: «Hace bastante tiempo que te conocí en Constantinopla, cuando yo también estaba allí por intereses de la sede apostólica y tú habías ido a esta ciudad como legado por motivos de fe de los visigodos». Aunque san Leandro no obtuvo resultados políticos de su viaje, al menos le vino de aquella estancia una amistad de por vida con el futuro papa Gregorio Magno. Años después, uno en Roma y otro en Sevilla, intercambiarían abundante correspondencia, conservándose únicamente cuatro cartas de Gregorio a Leandro, pero en donde se puede palpar la talla humana y moral del arzobispo de Sevilla. 
       Un dato curioso aparece en una de estas cartas: ambos padecían de gota, enfermedad frecuente en posteriores arzobispos de Sevilla. «Sobre la enfermedad de la podagra o mal de gota que aqueja a vuestra santidad -le escribe Gregorio Magno- debo deciros que yo también me encuentro enormemente oprimido por un constante dolor producido por esa enfermedad. Pero nuestro consuelo será fácil, si en medio de los castigos que padecemos, traemos a nuestra memoria los pecados que hemos cometido». También le envió el palio, símbolo de su dignidad arzobispal: «Como una bendición del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, os enviamos el palio que habéis de usar tan sólo en la misa. Al enviároslo, debí advertiros cómo debíais vivir, pero suprimo esta exhortación porque vuestras costumbres van delante de las palabras».
       La vuelta del destierro hay que fecharla en el 586, año de la muerte de Leovigildo. La subida al trono de Recaredo y su conversión supondrá un cambio radical en el panorama de la Península. En febrero de 587 -aún no había cumplido el año de reinado- ya era católico. La conversión del pueblo godo del arrianismo al catolicismo, siguiendo el exem­plum regis, se hizo casi sin resistencia salvo algún que otro obispo arriano y se proclamó oficial en el concilio III de Toledo, celebrado en 589. Presidido por san Leandro, en esta reunión nacional brilló el arzobispo hispalense con su dulce elocuencia y aventajadísimo ingenio, en expresión de su hermano Isidoro. San Leandro glosó la homilía de aquel día memorable con estas palabras que resonaron en la basílica de Toledo: «Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia; los que antes nos atribulaban con su dureza, ahora nos consuelan con su fe».
       No escribió mucho san Leandro. Su herencia literaria es corta, pero a él se debe el impulso intelectual que, irradiando de Sevilla, puso en movimiento la labor científica de la España visigoda. En el destierro, escribió dos obras teológicas contra los arrianos que se conservan: Duos adversus haereticorum dogmata libros y Opusculum adversus instituta arianorum. En el concilio III de Toledo pronunció su Homilia in laudem Eclesiae, canto a la paz y a la unión en un estilo hermoso. Escribió también, según su hermano Isidoro, "para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa». Y por último, aparte sus cartas que se han perdido, ese maravilloso texto obre la vida religiosa y dedicado a su hermana Florentina: De institutione virginum, con avisos preciosos para toda vida religiosa que quiera caminar por la vida del Espíritu.
     Murió, no se sabe bien la fecha, hacia el 599 ó 600. San Isidoro, tan parco al referirse a su hermano, dice que «terminó sus días con muerte admirable». La Iglesia de Sevilla celebra su fiesta el 13 de noviembre (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Leandro de Sevilla, obispo
       San Leandro de Sevilla (Cartagena, Murcia, c. 535 – Sevilla, c. 600). Obispo y escritor, santo.
       La mayor parte de los datos biográficos conocidos sobre Leandro de Sevilla se conservan en las obras de Gregorio Magno (Epistolae, Dialogi y Moralia in Iob), Juan de Biclaro (Chronicon), Isidoro de Sevilla (el capítulo 28 de su De uiris illustribus) y Gregorio de Tours (Historia Francorum). Gracias a Isidoro, su hermano menor y sucesor en la sede metropolitana de Sevilla, se sabe que ambos tuvieron otros dos hermanos: Florentina (que estuvo al frente de una comunidad religiosa femenina) y Fulgencio (obispo de Écija).
       Su padre se llamaba Severiano. Siendo aún bastante joven (c. 554), abandonó Cartagena junto con su familia, posiblemente a causa de las luchas políticas del momento entre hispano-romanos, godos y bizantinos. Se sabe también que fue monje —no se conoce dónde ni por cuánto tiempo— y que probablemente ya era obispo de Sevilla (c. 578), cuando Hermenegildo se sublevó contra su padre Leovigildo. Por esta misma época Leandro realizó un viaje a Constantinopla. A su vuelta fue a Cartagena y no volvió a Sevilla hasta alrededor del año 585. Sobre la razón que lo mantuvo varios años fuera de su sede episcopal no existen datos precisos, pero el parecer más extendido relaciona su ausencia primero con una embajada a las órdenes de Hermenegildo, tras su sublevación contra Leovigildo; y luego con las represalias tomadas por este Monarca contra los obispos no arrianos que apoyaron a su hijo. Como Isidoro habla de su destierro, se supone que lo pasó en Constantinopla, en Cartagena o en ambas ciudades.
       En la primera trabó amistad con Gregorio —luego Gregorio Magno—, que vivió allí como apocrisiario de Pelagio II entre 579 y 585; en la segunda, con el obispo Liciniano. La tradición cuenta que, en su lecho de muerte, Leovigildo encomendó a Leandro el cuidado pastoral de su hijo Recaredo. Éste, ya como Rey, convocó en 589 el III Concilio de Toledo, en el que renegó públicamente del arrianismo y decretó la conversión de su reino. Leandro de Sevilla y Eutropio de Valencia fueron las personalidades más destacadas del Concilio.
       Conservamos dos obras transmitidas bajo el nombre de Leandro: el De institutione uirginum et de contemptu mundi libellus y el De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum. De ellas, la primera es la única que se le puede atribuir con total seguridad. Es un tratado dividido en dos partes: una larga introducción sobre la virginidad seguida de normas y consejos de aplicación práctica sobre las virtudes y la vida monástica.
       En él hace gala de una enorme erudición patrística: sus fuentes conocidas son Tertuliano, Cipriano de Cartago, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Casiano e incluso Benito de Nursia (es poco probable que haya utilizado el De laude uirginitatis de Osio de Córdoba, o el Annulus de Severo de Málaga). Este texto ha llegado hasta hoy en dos versiones de distinta extensión. La más breve —con diez capítulos y medio menos— es la más conocida.
       Leandro es también autor del discurso De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum, también conocido como Homelia in laudem Ecclesiae. Se ha conservado junto a los cánones del III Concilio de Toledo, contexto en el que debió de pronunciarse. Ahora bien, como Isidoro no lo cita entre las obras de Leandro, hubo en el pasado quien dudó de su autoría. Se trata de un texto sólidamente estructurado desde el punto de vista retórico y también de enorme erudición: en él se adivina el conocimiento de Ambrosio (Explanatio Psalmorum), Gregorio Magno (Moralia in Iob), Casiodoro (Expositio Psalmorum) y, sobre todo, Agustín de Hipona (Epistulae, Enarrationes in Psalmos, Enchiridion, De sancta uirginitate, Sermones...). Algunos de estos autores habrían podido ser citados a través de fuentes intermedias.
       Se sabe que Leandro escribió otras obras, hoy perdidas.
       Isidoro habla de “dos libros contra los dogmas de los herejes”, de un “pequeño tratado sobre las creencias de los arrianos” y de innumerables cartas que tampoco se han conservado. Se conoce el tema y destinatario de dos de ellas: el bautismo, dirigida a Gregorio; y el temor a la muerte, enviada “a su hermano” (no se sabe a cuál de los dos). Por último, la atribución a Leandro de todas o muchas de las composiciones del conocido como Liber psalmographus y de la misa y oficio de san Vicente sólo es, por el momento, hipotética.
       En fin, la importancia en su tiempo de Leandro como político, teólogo y hombre de letras se ve atestiguada, además de por sus obras y por su trato con monarcas y personalidades del entorno visigodo, por algunos aspectos de su relación con Gregorio Magno.
     Por una parte, el sevillano fue quien alentó a Gregorio a escribir sus Moralia in Iob, razón por la cual fue su dedicatorio. Por otra, al final de su vida, Gregorio le otorgó licencia para el uso del palio en las celebraciones solemnes. Esto podría indicar que Leandro fue incluso vicario apostólico en la zona, pero no hay pruebas que lo corroboren (María Adelaida Andrés Sanz, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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