Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Retrato del pintor Gumersindo Díaz", de Valeriano Bécquer, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 15 de diciembre, es el aniversario del nacimiento (15 de diciembre de 1833) de Valeriano Bécquer, pintor, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "Retrato del pintor Gumersindo Díaz", de Valeriano Bécquer, en la sala XI, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala XI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Retrato del pintor Gumersindo Díaz", de Valeriano Bécquer (1833-1870), siendo un óleo sobre lienzo en estilo romántico, realizado en 1859, con unas medidas de 0'61 x 0'50 m., procedente de la donación de Dº José Gestoso, en 1912.
Retrato del pintor don Gumersindo Díaz, elegante en vestimenta, gestos y actitudes, transmite cierta melancolía característica del espíritu romántico (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
Tres fueron los pintores sevillano con este apellido y juntos protagonizaron una de las más atractivas páginas de la pintura romántica.
El nombre de Valeriano Bécquer traspasó los límites de la fama en el ambiente sevillano para convertirse en un pintor romántico de resonancia nacional. Fue hijo de José Bécquer y utilizó al igual que su hermano el segundo apellido para denominarse en el ambiente artístico. Nació en 1833 y realizó su aprendizaje con tío Joaquín. Desde los veinte años trabajó como pintor independiente, realizando temas populares sevillanos con admirable soltura de dibujo y vivo colorido. En 1862 se trasladó a Madrid, reuniéndose con su hermano Gusto Adolfo al cual acompañó a un largo viaje realizado por tierras de Aragón y Cataluña. En este recorrido ejecutó numerosos apuntes de tipos populares y escenas costumbristas que le sirvieron para efectuar numerosas y excelentes pinturas.
Tres obras de Valeriano Bécquer se conservan en el Museo de Sevilla. Dos de ellas son retratos de pintores realizados en su época sevillana como testimonia su amistad hacia los retratados. Son las efigies de Francisco Tristán y Gumersindo Díaz, modelos apropiados para captar en ellos el espíritu del artista romántico de mirada concentrada y melancólica. De la época en que realizó el viaje por tierras aragonesas es la pintura denominada Una casa en Aragón, también llamada El chocolate, en la que Valeriano Bécquer narra una plácida escena costumbrista de las muchas que pintó en aquel recorrido literario y artístico (Enrique Valdivieso González, Pintura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Nació en Oviedo y fue discípulo de Arbiol en la escuela de su ciudad natal, obteniendo premios en 1843 y 1844. Se trasladó a Sevilla en 1859, donde ejerció la pintura. Los temas que ha expresado habitualmente en sus lienzos son el religioso, el retrato, el paisaje y el bodegón, con preferencia al estilo de la pintura española del siglo XVII, caso de Murillo. También realizó lienzos relacionados con el paisaje de la antigua provincia de Oviedo.
En 1862 asistió a la Exposición artística de Cádiz con la obra San Juan, premiada con medalla de plata. En Sevilla presentó en 1867, varias obras relacionadas con la temática asturiana como Una vista general de la cueva de Covadonga o Un boceto de costumbres asturianas, y un año más tarde presentó otros doce estudios. Además de sus propias obras realizaba reproducciones de otros artistas, de tal manera que la Fábrica de armas de Trubia conservó una copia del Cuadro de las aguas de Murillo realizada por este artista (www.eltesorodeoviedo.es).
Conozcamos mejor la Biografía de Valeriano Domínguez Bécquer;
Valeriano Domínguez Bastida, Valeriano Bécquer. (Sevilla, 15 de diciembre de 1833 – Madrid, 23 de septiembre de 1870). Pintor e ilustrador.
Oriundo de la familia de origen flamenca apellidada Bécquer, asentada en Sevilla en el siglo XVII y más tarde emparentada con los Domínguez, fue el penúltimo miembro de una dinastía de artistas, en la que destacan: José, su padre; Joaquín, su tío, y Gustavo Adolfo, su hermano menor.
Huérfano a los ocho años de edad, fue acogido por su tío junto a su hermano, quien les sirvió de tutor y maestro en su formación intelectual y pictórica, allanándoles los primeros pasos por la difícil senda de las artes, ya que Joaquín gozaba de prestigio en la Sevilla de los Montpensier. Precisamente, en una de las estancias veraniegas con él en la costa gaditana, Valeriano conoce a quien, después de tener dos hijos con ella, sería su esposa en 1861, Winnefred Coghan, hija de un marino irlandés establecido en El Puerto de Santa María. Poco tiempo después, la pareja se separa y el pintor marcha a Madrid con sus hijos (Alfredo y Julia) junto a su hermano, también separado de su esposa, que se hallaba en la capital desde 1854.
La vida paralela de ambos, desde entonces irremisiblemente unidas hasta el final, se desenvuelve como en un desierto, las dificultades arreciaban, hasta que Valeriano contacta con el círculo de amistades de Gustavo Adolfo. Artistas como Casado del Alisal y aristócratas como el marqués de Valmar facilitaron algunos trabajos a Valeriano. La vida de ambos mejora ostensiblemente cuando se vinculan a la causa política conservadora. El poeta tiene amistad con el culto y gaditano ministro González Bravo, quien en 1865 proporciona a Valeriano una pensión de 2.500 pesetas anuales con cargo al Ministerio de Fomento para estudiar los tipos, los trajes y las costumbres españolas, con la obligación de pintar dos cuadros anuales con destino al Museo Nacional de Pintura (de la Trinidad). Con tal motivo, viaja por Castilla y Aragón. Sin embargo, en 1868 la caída de Isabel II provoca el ocaso de la actividad hasta ahora garantizada de los Bécquer. Comienzan los dos años itinerantes de los hermanos hasta su muerte. En Toledo consiguen trabajar como director literario y dibujante, respectivamente, en La Ilustración de Madrid.
Hay en la existencia vital de los hermanos un capítulo ciertamente relevante: sus vidas errantes en busca de la salud perdida y del ánimo para seguir trabajando. Recorren, en lo que algunos llaman la ruta becqueriana de máxima inspiración: Aragón, Castilla, Navarra y las Vascongadas. Se detienen un año en el monasterio de Veruela, en donde especialmente dan riendas suelta a sus ímpetus románticos.
Después, finalmente, la vida de ambos se extingue en 1870.
La formación artística de Valeriano se produjo junto a su padre en los primeros años sevillanos. De él aprendió los pasos iniciales por la senda del costumbrismo romántico, que sería la temática común de su obra posterior. Plasmará en sencillas tablitas al óleo, o en acuarelas, tipos y tradiciones populares de escenas pletóricas de encanto por su majeza y donaire. Por entonces, también, el joven artista comienza a ejercitarse en el género del retrato, en el que hay que ver, además, la huella de las enseñanzas de su tío Joaquín, maestro en este género y propiciador de numerosos encargos que le hizo a Valeriano una burguesía local enriquecida tras la Desamortización. Cultivó por entonces la modalidad de retrato infantil, de pura cepa romántica, así como de adultos, en los que se aprecia, junto a un cierto rigor académico, una prestancia muy atractiva. Precisamente, como colofón a su etapa sevillana, o tal vez, inicio de la madrileña, debe situarse el magnífico retrato, digno del flamenco Van Dyck, que hizo a su hermano Gustavo Adolfo en 1862 (Museo de Bellas Artes de Sevilla), en el que ha quedado plasmada la imagen más popularizada del poeta de las rimas. Precisamente, de este último año hay noticias de la compra que le hizo Isabel II durante su estancia en Sevilla, consistente en seis estudios al óleo sobre papel.
La etapa madrileña del pintor, la de madurez, se inicia tres años antes del disfrute de la pensión para pintar, a la que se hacía referencia más arriba. Su buena suerte viene acompañada de un entusiasmo personal por trabajar férreamente, tanto en diversidad temática (escenas costumbristas, alegorías, retratos) como técnica (óleos, acuarelas, grabados...).
Al poco de su llegada, y en unión de Gustavo Adolfo como escritor, decora el palacio del marqués de la Remisa. Se trataba de composiciones de carácter mitológico e histórico, que hay que relacionar con la publicación en Sanlúcar de Barrameda de la novela, de Romero de la Borbolla, titulada Andrómeda o la emancipación de la mujer, ilustrada con cinco láminas dibujadas por Valeriano.
Tiene lugar después, el recorrido de los hermanos por diversas regiones españolas. Al tiempo, la amistad de ambos con Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar, propicia el encargo a Valeriano de pintar para su residencia de Deva (Guipúzcoa) seis alegorías de los grandes clásicos del teatro universal.
Se relacionan con esta empresa, entre otras, las representaciones de la shakesperiana Ofelia, una escena del drama de Don Álvaro, asuntos extraídos del Edipo Rey, de Sófocles, Calderón, Alfieri, duque de Rivas, y algún otro procedente del repertorio de Goethe o Molière.
La pensión obtenida por Valeriano en 1865 le posibilitó viajar en busca de motivos pintorescos por buena parte de la geografía española. Pudo plasmar así una suerte de pintura etnográfica, en tiempos de estudios antropológicos y como precedente de la temática regionalista de Sorolla, y que sin duda tenía mucho del espíritu de su hermano-compañero, para quien “el pueblo ha sido y será siempre el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones”. Sin embargo, el sino de los Bécquer jugaría una nueva pasada, pues transcurrido un año, Valeriano enfermó, por lo que no pudo hacer, en el tiempo exigido, la primera entrega de su obra, que efectuó más tarde tras una prórroga concedida. Poco después, hacía entrega de su segunda obra. Entre 1866 y el siguiente presentó tres cuadros y lo mismo hizo en el bienio 1867- 1868, último del percibo de la pensión. Son todas ellas escenificaciones de un sano folclorismo español, llenas de gracia y espontaneidad en los gestos y actitudes de los sencillos y populares personajes representados.
Visten sus más variopintos y atractivos atuendos y danzan al compás de vivos bailes regionales, a cuyo fondo se divisan espléndidos paisajes en los que se evidencia la calidad de un pintor moderno también avezado en esta temática.
Mas, en esta etapa madrileña, Valeriano tuvo tiempo también para insistir en la práctica del retrato, que lleva a su máxima expresión por sus buenas disposiciones para un género en el que se había iniciado desde muy joven.
Capítulo interesante en la producción becqueriana es el relativo a los dibujos y grabados, resultado de la extraordinaria fecundidad de un artista de vida breve pero intensa, que tuvo una sólida formación en su infancia y juventud dibujando insistentemente.
También aquí se refleja el carácter inseparable de los dos hermanos (“Él dibujaba mis versos y yo le versificaba sus cuadros”, diría el poeta). Pese a la dificultad que entraña el estudio de este capítulo, se puede cifrar en más de un millar los dibujos ejecutados, en los que hay que distinguir los de la etapa sevillana y los castellanos. Entre los primeros, conservados en el Museo de Arte Moderno de Barcelona, hay que citar una serie datada en 1854. Son ejemplares sobre papel hechos con minas de lápiz: El contrabandista, La castañera gitana, El vendedor ambulante y Serenata.
Al propio tiempo, fue realizando una colección de dibujos de los Murillos del Museo de Bellas Artes hispalense. Después viene la serie de ejemplares que efectuó durante su estancia en Aragón, Navarra y las dos Castillas, muchos de los cuales se publicaron en La Ilustración Española y Americana. También existen otros dibujos, algunos publicados en revistas de la época, como El Museo Universal y La Ilustración de Madrid.
Respecto a los grabados, se sabe por Gustavo Adolfo que su hermano se había iniciado en la variedad xilográfica.
Colaboró en publicaciones como las citadas El Museo Universal (1865 y 1869) y La Ilustración de Madrid (1870), así como en La Ilustración Española y Americana (1872-1876), El Arte en España (1862) y Gil Blas (1865 y 1966). Eran ejemplares de temática variada: folclórico-costumbristas, de escenas de costumbres, tipos y trajes de diversas provincias españolas, monumentos, temas contemporáneos, escenas satíricas, paisajes, fantasía poética y otros temas diversos (Gerardo Pérez Calero, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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