Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Lucía", de Bernabé de Ayala, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 13 de diciembre, Memoria de Santa Lucía, virgen y mártir, la cual, mientras vivió, conservó encendida la lámpara esperando al Esposo, y llevada al martirio en Siracusa, ciudad de Sicilia, en Italia, mereció entrar con Él a las bodas y poseer la luz indefectible (303/304) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Santa Lucía", de Bernabé de Ayala, en la sala VI, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala VI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Santa Lucía", de Bernabé de Ayala (1639-1696), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, realizado h. 1672, con unas medidas de 2'20 x 1'10 m., adquirida por la Junta de Andalucía en 2006.
Santa Lucía aparece representada de cuerpo entero, con manto rojo recogido en los brazos, con un interesante juego de pliegues. La santa dirige su trascendente mirada hacia el cielo. La figura destaca sobre un fondo con paisaje de arbolado con una línea de horizonte muy baja, que da absoluto protagonismo al personaje. Apoya la palma de su martirio sobre su hombro derecho y con ambas manos porta la bandeja con el más significativo de sus atributos iconográficos, los ojos, dirigiendo su cuerpo ligeramente hacia la derecha del cuadro en ligera inclinación que rompe la rotundidad de su hieratismo.
La santa, que según su hagiografía cristiana murió virgen y mártir en Siracusa (Sicilia) en el año 304 durante las persecuciones de Diocleciano, aparece con los símbolos de su martirio. Estos son, la palma del martirio y los ojos sobre la bandeja. Según cuenta una leyenda medieval, cuando Lucía estaba en el tribunal, ordenaron a los guardias que le sacaran los ojos, pero ella, obrándose el milagro, siguió viendo (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
La figura del pintor Bernabé de Ayala es una de las más desconocidas dentro del panorama artístico español. Nació en Sevilla, en 1639, ciudad en la que murió en 1696. Poco más se sabe de su vida: en 1660 figura entre los artistas que participaron en la creación de la sevillana Academia de Bellas Artes de la Hermandad de San Lucas, en cuyas tareas intervino hasta al menos 1671.
Del mismo modo existe un vacío total respecto a su vida familiar. Se desconocen el nombre de sus progenitores y su procedencia, si casó o si tuvo descendencia; se le ha querido vincular con la pintora portuguesa Josefa de Ayala —también conocida como Josefa de Obidos— a tenor del apellido que parece unirles, y aunque es muy probable que así sea, se carece de pruebas suficientes que avalen esta teoría.
La biografía de Bernabé de Ayala está indudablemente ligada al obrador de Francisco de Zurbarán y a nombres como Miguel y Francisco Polanco, Blas de Ledesma, Francisco Reina, Ignacio de Ríes —éste quizás con una mayor personalidad artística— o Francisco Varela, entre otros muchos. Todos ellos trabajaron en mayor o menor medida en el taller de Zurbarán, y su estilo está completamente ligado al del pintor extremeño.
El desarrollo de su carrera no se entiende sin el contexto histórico de la ciudad de Sevilla durante el siglo XVII. El auge de las grandes órdenes religiosas durante el Siglo de Oro favoreció el florecimiento artístico de la ciudad al calor de los grandes encargos monásticos; grandes maestros como Herrera el Viejo, Zurbarán o Valdés Leal contrataron grandes conjuntos que requirieron la colaboración de un nutrido grupo de artistas en el obrador del maestro. De ellos apenas se conocen unos pocos nombres, siendo escasos los que desarrollaron posteriormente una carrera independiente; tal parece ser el caso de Bernabé de Ayala, quien hubo de tener una pequeña clientela, siempre de carácter devoto, que hipotéticamente le permitiría mantenerse activo en el mercado artístico hispalense.
En cuanto a las obras conservadas, sólo se conoce con certeza la Virgen de los Reyes del Museo de Lima (Perú), firmada y fechada en Sevilla en 1662. La obra, de modesta calidad, está en clara consonancia con la escultura de la patrona de Sevilla conservada en la catedral hispalense. Ceán Bermúdez le atribuyó un conjunto de santos guardados en la sevillana iglesia de Nuestra Señora de la Paz, la Asunción del retablo del Sagrario y algunos lienzos de la sacristía, sin que la crítica se ponga de acuerdo en torno a su autoría.
Junto a ellas también se le han querido atribuir sin demasiado acierto una serie de Sibilas que pertenecieron a la Colección Bravo, en cuyo inventario aparecen en 1837, y una serie de lienzos conservados en la iglesia del Santo Ángel de la Guarda; una serie de Arcángeles de colección particular, las figuras de Santa Engracia y Santa Rufina de la catedral hispalense y una Santa Casilda del Museo del Prado. José Hernández Díaz, en su completo estudio dedicado a Bernabé de Ayala, hace un amplio repaso de las numerosas piezas que se han ido atribuyendo al artista sevillano, recalcando que el único cuadro conservado —la Virgen de los Reyes de Lima— no es suficiente para conocer el estilo de Ayala.
En la actualidad se admiten como posibles obras del pintor sevillano los lienzos de Santa Águeda y Santa Lucía del Hospital de Nuestra Señora de la Paz (Sevilla) y una serie de cuadros de colecciones particulares.
Entre las obras perdidas se señalan un lienzo grande en la sacristía del convento sevillano de San Antonio de Padua y un cuadro que representa las Ánimas en el Omnium Sanctorum, este último también atribuido a Francisco Reina. Junto a ellas, Amador de los Ríos recoge en su Sevilla Pintoresca (1844) una Santa Margarita en la Galería de José Lerdo de Tejada, de la que destaca su excelente calidad; como en el caso de las anteriores, se desconoce su paradero actual (Ángel Rodríguez Rebollo, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Lucía, virgen y mártir;
Virgen de Siracusa que habría sido martirizada en 304, en tiempos de Diocleciano.
Según la leyenda, con su madre Eutiquia emprendió una peregrinación a Catania, a la tumba de santa Águeda. Después de la curación de su madre, Lucía distribuyó toda su fortuna entre los pobres.
Denunciada como cristiana por su novio pagano, el cónsul Pascasio, fue condenada a permanecer en el prostíbulo (ad leones), pero un potente tiro de cuatro bueyes no consiguió hacerla avanzar ni un paso hacia allí. Es lo que evoca un himno donde se califica a la santa de «columna inamovible».
Columna es immobilis,
Lucia sponsa Christi.
El cónsul pidió ayuda a los magos. Lucía fue asperjada con orina hirviente que se consideraba apta para destruir los maleficios. Los verdugos le echaron plomo fundido en las orejas, le arrancaron los dientes y los pechos. Se levantó una hoguera a su alrededor; pero las llamas la respetaron, y para acabar con ella debieron cortarle el cuello.
Según otra versión, ella misma se habría arrancado los ojos y los habría enviado a su novio sobre una bandeja; pero la Santísima Virgen le habría hecho nacer otros ojos aún más bellos (occhi belli, lucenti).
Esta leyenda se apoya en la etimología popular de su nombre, Lucia, cuya raíz está vinculada con la palabra luz (lux) (Lucia a luce, Lucia quasi lucis via).
Los dos ojos que le servían de atributo no eran los suyos, sino, por decirlo así, eran armas parlantes. Se trata de un despropósito iconográfico que ha engendrado la leyenda de los ojos arrancados.
CULTO
Desde Siracusa, Sicilia, cuya catedral está puesta bajo su advocación, el culto de la santa se difundió en todo el territorio italiano: Nápoles, Roma, Milán y hasta Venecia.
En Nápoles, donde cuatro iglesias están puestas bajo su advocación, es casi tan popular como san Jenaro. El nombre de santa Lucía suena constantemente en las barcarolas napolitanas. Las iglesias de Santa Lucía del Mare, y Santa Lucía del Monte pretenden poseer, cada una, uno de los dientes de la santa, la catedral de Milán su cabellera, la iglesia de Santa Lucía de Padua un trozo de una costilla y un mechón de pelo... pretensiones irreconciliables con la de los venecianos que creen poseer el cuerpo íntegro de la santa siciliana.
Francia no fue menos devota a santa Lucía. En la abadía de Saint Riquier cerca de Abbeville, se veneraban sus reliquias.
Pero el centro principal del culto de la santa era la abadía de Saint Vincent, en Metz, que se jactaba de haber recibido el cuerpo de la santa en el año 970. Desde Metz, el culto de santa Lucía se difundió en la Alemania renana, donde desplazó al culto de su competidora alsaciana, santa Odila. Teodorico, obispo de Metz, cedió el brazo de la santa a la catedral de Espira.
Amberes, en Flandes, recibió del papa Chigi (Alejandro VII), un fragmento de su mandíbula. En España, el culto de la santa está probado en la ciudad de Sevilla.
La razón principal de la popularidad de santa Lucía es que se la considera curadora de las enfermedades oculares, las oftalmias y la ceguera .
En Suecia, el día de su fiesta (13 de diciembre), una joven casadera entra en cada casa con una corona de cirios encendidos en la cabeza, símbolo del fin de los días oscuros y del próximo retorno de la claridad.
En cambio en Sicilia es invocada por las mujeres que desean que sus maridos se vuelvan ciegos con el objeto de poder engañarlos con más facilidad. Como muchas santas, Lucía ha heredado facultades de divinidades paganas.
En Alemania ha suplantado a la diosa germánica Berchta, la brillante, llamada la hilandera. De ahí que se convirtiera en patrona de los tejedores.
ICONOGRAFÍA
Sus atributos más frecuentes son dos ojos que suele presentar sobre una bandeja o en el fondo de una copa. No obstante, a veces lleva sus ojos en la palma de la mano, como flores, en el extremo de un tallo, en la punta de un puñal o clavados en un pincho. En un cuadro de Baroccio (Louvre) un ángel es quien sostiene la bandeja con los ojos. Sean cuales fueren estas variantes, todas ellas significan que se la invoca para las enfermedades oculares.
Este atributo puede hacer que se la confunda con la alsaciana santa Odila, si ésta última no presentase su par de ojos sobre la placa de encuadernación de un libro.
La santa pisotea un buey, alusión a los bueyes que no pudieron arrastrarla hasta el prostíbulo.
Además, se la reconoce por la espada o un puñal que le atraviesa la garganta, instrumentos de su martirio. De la herida de su cuello irradian rayos de luz. Las llamas de sus pies, la lámpara encendida o el cirio que lleva en la mano, deben interpretarse como armas parlantes, al igual que el fondo estrellado sobre el cual se destaca (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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