Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "David ante Achimelec", de Andrés Pérez, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 29 de diciembre, Conmemoración de San David, rey y profeta, hijo de Jesé betlehemita, que encontró gracia ante Dios y fue ungido con el santo óleo por el profeta Samuel para regir el pueblo de Israel. Trasladó a la ciudad de Jerusalén el carca del señor, y Dios le juró que su descendencia permanecería para siempre, porque de él nacería Jesucristo según la carne [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para explicarte la pintura de "David ante Achimelec", de Andrés Pérez, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala XI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "David ante Achimelec", de Andrés Pérez (1660-1727), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, realizado en 1720, con unas medidas de 1'32 x 2'61 m., procedente de la desamortización (Web oficial del Museo de Bellas Artes).
Andrés Pérez fue un artista de orden secundario que nació en Sevilla en 1660, y en esa misma ciudad murió en 1727. Su padre, el también pintor Francisco Pérez de Pineda, le encauzó en el oficio de la pintura, proporcionándole una formación imbuida en el espíritu murillesco. Sin embargo, a pesar de estos condicionamientos iniciales, Andrés Pérez supo crear un estilo con características propias, basado en el empleo de un hábil y correcto dibujo que le permitió crear figuras de amable expresividad. También acertó a incluir en sus obras amplios y profundos escenarios en los que incluyó imaginativas recreaciones o vistosos paisajes. Pese al reducido grupo de obras suyas que conocemos en nuestros días, puede señalarse que Andrés Pérez es uno de los artistas más originales de cuantos trabajaron en Sevilla en las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII.
Las tres obras más interesantes que conocemos de Andrés Pérez se conservan en el Museo procedes de diferentes edificios religiosos de la ciudad. Dos de ellas son realmente de gran interés iconográfico y representan a Abraham ante Melquisedech y David ante Achimelech. Ambas estuvieron en el pasado atribuidas a Arteaga y Lucas Valdés, siendo D. Diego Angulo quien las relacionó acertadamente con Andrés Pérez; al advertirle su identidad de estilo con las obras firmadas por este artista.
La representación de Abraham ante Melchisedech describe el pasaje del Génesis 14, 17-20, en el que Abraham, después de vencer a los elamitas, acude a recibir la bendición de Melchisedech, rey de Salem y sacerdote, quien le ofrece pan y vino, mientras que Abraham le entrega los diezmos de su botín.
La segunda pintura describe la escena de David ante Achimelech, siguiendo el pasaje del Libro de Samuel 21, 20-10. En este episodio David pidió al sacerdote Achimelech cinco panes para repartir entre sus soldados hambrientos; el sacerdote, que en aquellos momentos no tenía pan normal, ofreció a David pan sagrado, con la condición de que los soldados estuviesen limpios de espíritu.
Ambas obras, cuya procedencia es desconocida, pero que debieron de llegar al Museo de alguna capilla sacramental desamortizada, poseen una clara iconografía eucarística, al ser los panes y el vino símbolos alusivos al misterio de la consagración del Cuero de Cristo. En ambas composiciones aparecen profundos escenarios arquitectónicos con amplias perspectivas animadas por multitud de soldados, con movida expresividad corporal (Enrique Valdivieso González, Pintura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San David, rey y profeta;
Sus atributos son la honda que usó para dejar sin sentido a Goliat, la espada que empleó para decapitarlo y el arpa que tañía para calmar los ataques de nervios de Saúl. Es patrón de los músicos.
La iconografía de David, segundo rey de Israel, es excepcionalmente rica y resulta fácil comprender por qué.
Hemos visto que todo en la Biblia está «referido» a Cristo. En la medida en que los personajes del Antiguo Testamento anuncian al Mesías, interesan a los teólogos y en consecuencia a los artistas cristianos.
Ahora bien, David, desde este punto de vista, es un privilegiado. No es sólo una de las prefiguraciones del Salvador, como Sansón, sino también su antepasado directo.
De acuerdo con la genealogía consignada al principio del Evangelio de Mateo, es, en efecto, hijo de Jesé (lsaí), raíz viva del árbol genealógico cuya rama más alta lleva como florón a la Virgen y a Cristo.
Numerosos episodios de su historia se han puesto en paralelo con la vida de Jesús. Sus victorias contra el león y contra Goliat anuncian la victoria de Cristo contra Satán. «Así como David ha sido sacado de su condición de pastor para recibir el reino -escribe Hugo de San Víctor-, Cristo ha salido de su hogar judío para reinar sobre las naciones. Como David ha matado al filisteo Goliat, Cristo ha vencido a Satán.» Su regreso triunfal presagia la Entrada en Jerusalén; su lapidación por Simei, el Escarnio. Los tres guerreros que le llevan agua de la cisterna de Belén prefigurarán la Adoración de los Magos.
Agreguemos que David, el rey arpista, es el presunto autor del Libro de los Salmos (Tehillim). Se le ha atribuido esta colección de cánticos de la Sinagoga porque tenía reputación de poeta músico. A ese título, su lugar está subrayado en las ilustraciones de todos los Salterios. Patrón de los músicos y de los cantores, se lo representa de buena gana sobre los postigos y paneles de órgano.
Su vida, llena de incidentes novelescos que no siempre resultan edificantes, interesa tanto al arte narrativo como al figurativo, y por ello ha seguido inspirando al arte cristiano después de la Edad Media, cuando el punto de vista pictórico y humano reemplazó al didáctico y apologético.
Los artistas de la Edad Media y del Renacimiento concibieron a David con dos características muy diferentes. El primer tipo es el juvenil e imberbe: el joven pastor vencedor de Goliat. El segundo tipo es el del rey salmista, provecto y barbudo, que toca el arpa o la cítara. Además, David aparece también como profeta y como valeroso (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Andrés Pérez, autor de la obra reseñada;
Andrés Pérez, (Sevilla, 1669 – 1727). Pintor.
Nacido en la collación de San Marcos, hijo natural del pintor Francisco Pérez de Pineda, con quien se ha establecido la relación maestro-discípulo; aunque dada la naturaleza del parentesco no fue posible el vínculo, al no quedar reconocida la paternidad.
Habría que considerar, por tanto, otro magisterio, al menos puede explicarse de este modo la dependencia de otras corrientes creativas distintas de la murillesca que, supuestamente, fue la que influyó en su padre, y que le distinguen del conjunto de los sevillanos. Además, Pérez hizo abundante uso de estampas de diversa procedencia. Se ha reconocido la de Jean Coussin que interpreta en el Juicio Final del Museo de Bellas Artes de Sevilla. De acuerdo con la práctica habitual entre los del oficio, en la última década del siglo XVII tenía tienda propia, y desde entonces ejercía como maestro.
Sin embargo, todas sus obras firmadas datan del siglo siguiente. De 1707 eran las pinturas del tabernáculo de la parroquia sevillana de Santa Lucía, desaparecidas en el siglo XX, pasto de las llamas. Conocidos a través de viejas fotografías que muestran una versión de La Santa Cena sobre la puerta del sagrario y los episodios de Melchisedec ante Abraham y La caída del maná a los lados. Volvería a retomar la temática eucarística en los dos lienzos del Museo de Bellas Artes, que representan Melchisedec ante Abraham y David ante Achimelec, de procedencia desconocida, tal vez la capilla sacramental de San Nicolás, donde están atestiguadas sendas pinturas con el mismo contenido eucarístico. Constituyen composiciones de gran amplitud, con arquitecturas tratadas en forzadas perspectivas en las que se disponen numerosos personajes en organizados grupos y descritos de manera individualizada, todo ello resuelto con un cálido cromatismo.
El Juicio Final del Museo de Bellas Artes, firmado y fechado en 1713, que estuvo en el Convento sevillano de Capuchinos, acusa el arcaísmo compositivo, derivado del hecho de estar basado en el grabado de Coussin. Guarda gran relación formal con esta pintura el cuadro de Ánimas de la iglesia de San Juan de la Palma, que se encuentra muy dañado y puede tener la misma datación. La personalidad de su pintura ha permitido incrementar el catálogo en algunas obras más, con mayor o menor fundamento. Se le atribuyen las representaciones del Bautista bautizando y predicando que en la parroquia de San Bernardo ha depositado el Museo de Bellas Artes. También se le ha adjudicado el medio punto que pertenece a la propia institución museística con Cristo confesando a santo Domingo, que forma parte de una serie pintada en 1710 para los dominicos de San Pablo.
En la producción de Andrés Pérez forma un capítulo importante la pintura de flores, en la que trabaja con maestría. Su capacidad analítica en la descripción de estas formas naturales alcanza en algunos casos niveles de calidad inigualable en Sevilla. Suyas son varias guirnaldas con temas religiosos. La más conocida es la orla de San Joaquín con santa Ana y la Virgen, del Museo de Bellas Artes de Córdoba. Con una cartela de gran calidad plástica entre cuyos roleos se introducen las flores, componiendo diversos bouquets. Se le han atribuido otras representaciones de esta naturaleza menos convincentes, algunas que finalmente quedaron rechazadas (Fernando Quiles García, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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