Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Sala VII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
Una selección de obras pertenecientes a Murillo y a los pintores que siguieron su estilo se encuentran en esta sala. De Murillo son San Agustín y la Trinidad, San Agustín con la Virgen y el Niño y Santo Tomás de Villanueva ante el crucifijo. De Francisco Meneses Osorio es la Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco y San Cirilo en el Concilio de Éfeso. A Pedro Núñez de Villavicencio corresponde la escena de El aguador niño, y a Sebastián Gómez una Inmaculada. La gran representación de La muerte de Santo Domingo es obra de Juan Simón Gutiérrez [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
La sala VII presenta un conjunto de obras realizadas por Murillo para el convento sevillano de San Agustín y de seguidores del inmortal pintor de la Inmaculada. Aquí figuran Santo Tomás de Villanueva y el Crucifijo, San Agustín con la Trinidad y San Agustín con la Virgen y el Niño. Seguidor de Murillo fue Pedro Núñez de Villavicencio. De él es El aguador niño. La Muerte de Santo Domingo es de Juan Simón Gutiérrez, lo mismo que los lienzos de San Joaquín y Santa Ana. San Agustín y el misterio de la Trinidad es de Esteban Márquez. Francisco Meneses Osorio pintó el San Cirilo de Alejandría en el concilio de Éfeso, el San Juan Bautista niño y el San José con el Niño. De Sebastián Gómez son La Virgen del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, que el artista pintó para el convento de San Pablo, y una Inmaculada, del convento de Capuchinos (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).EL PLENO BARROCO
La evolución hacia las formas espectaculares y dinámicas del barroco se inicia en Sevilla con la presencia de Herrera "el Joven" en 1654 y las obras de sus dos principales protagonistas, Murillo y Valdés Leal. El estilo de Murillo dominó en la segunda mitad del siglo. Su excelente técnica puesta al servicio de un arte delicado y amable, lo hizo muy popular en una ciudad asolada por las penalidades. Como contrapunto, la expresividad de Valdés con un estilo vigoroso y apasionado, también gozó de gran aceptación.
BARTOLOMÉ ESTABAN MURILLO (Sevilla, 1617-1682) (SALAS V, VII)
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
Una selección de obras pertenecientes a Murillo y a los pintores que siguieron su estilo se encuentran en esta sala. De Murillo son San Agustín y la Trinidad, San Agustín con la Virgen y el Niño y Santo Tomás de Villanueva ante el crucifijo. De Francisco Meneses Osorio es la Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco y San Cirilo en el Concilio de Éfeso. A Pedro Núñez de Villavicencio corresponde la escena de El aguador niño, y a Sebastián Gómez una Inmaculada. La gran representación de La muerte de Santo Domingo es obra de Juan Simón Gutiérrez [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
La sala VII presenta un conjunto de obras realizadas por Murillo para el convento sevillano de San Agustín y de seguidores del inmortal pintor de la Inmaculada. Aquí figuran Santo Tomás de Villanueva y el Crucifijo, San Agustín con la Trinidad y San Agustín con la Virgen y el Niño. Seguidor de Murillo fue Pedro Núñez de Villavicencio. De él es El aguador niño. La Muerte de Santo Domingo es de Juan Simón Gutiérrez, lo mismo que los lienzos de San Joaquín y Santa Ana. San Agustín y el misterio de la Trinidad es de Esteban Márquez. Francisco Meneses Osorio pintó el San Cirilo de Alejandría en el concilio de Éfeso, el San Juan Bautista niño y el San José con el Niño. De Sebastián Gómez son La Virgen del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, que el artista pintó para el convento de San Pablo, y una Inmaculada, del convento de Capuchinos (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).EL PLENO BARROCO
La evolución hacia las formas espectaculares y dinámicas del barroco se inicia en Sevilla con la presencia de Herrera "el Joven" en 1654 y las obras de sus dos principales protagonistas, Murillo y Valdés Leal. El estilo de Murillo dominó en la segunda mitad del siglo. Su excelente técnica puesta al servicio de un arte delicado y amable, lo hizo muy popular en una ciudad asolada por las penalidades. Como contrapunto, la expresividad de Valdés con un estilo vigoroso y apasionado, también gozó de gran aceptación.
BARTOLOMÉ ESTABAN MURILLO (Sevilla, 1617-1682) (SALAS V, VII)
Murillo es sin duda una de las principales figuras de la pintura española. El importante conjunto que de su obra atesora el Museo, constituye uno de sus mayores atractivos.
Nacido en Sevilla a finales de 1617, realizó su aprendizaje artístico en el taller de Juan del Castillo. El estilo de sus primeras obras continúa los modelos de Zurbarán, de riguroso naturalismo tenebrista y los celajes de luces doradas que pintaba Roelas. El Museo conserva obras tempranas como la Inmaculada llamada La Colosal (hacia 1650) procedente del sevillano Convento de San Francisco. Aunque este tema depende del modelo creado por Ribera, Murillo establece un nuevo prototipo iconográfico con representaciones de gran dinamismo, caracterizadas por el vuelo de los ropajes, túnica blanca y manto azul, y el acompañamiento de ángeles que revolotean en torno a la imagen de María.
Otra muestra de su escasamente conocida producción temprana es el Éxtasis de San Francisco (hacia 1645-1650) adquirido por el Estado en 1994. Perteneciente originalmente a un coleccionista sevillano contemporáneo del pintor, don Diego Maestre, constituye otro ejemplo de la influencia de Ribera que, como señalara Angulo, se manifiesta no sólo en el tratamiento técnico de la obra sino también en la fisonomía del Santo.
Los numerosos e importantes encargos que recibió Murillo a lo largo de su carrera artística ponen de manifiesto el prestigio de que gozaba en la ciudad. De la serie que contrató en 1664 por la iglesia del Convento de San Agustín de Sevilla hay testimonio en el Museo de las pinturas del retablo mayor. Son San Agustín y la Trinidad, en la que representa la visión que inspiró al Santo el tratado De Trinitate y San Agustín con la Virgen y el Niño que simboliza la entrega amorosa de San Agustín que ofrece su corazón atravesado por el dardo del amor. Para una capilla de esta misma iglesia realizó el retablo de Santo Tomás de Villanueva. De él se conserva en el Museo una de las dos pinturas del banco, Santo Tomás de Villanueva y el Crucifijo (hacia 1665/70).
El conjunto más importante de pinturas de Murillo en el Museo procede de la Iglesia del Convento de Capuchinos de Sevilla, donde constituían el retablo mayor y los altares de las capillas laterales. Realizadas entre 1665-1669, años de su plenitud artística, se encuentran entre las mejores de su producción.
Las pinturas fueron salvadas de la invasión francesa y restauradas por el pintor sevillano Joaquín Bejarano a quien los frailes regalaron la escena que presidía el retablo mayor, El Jubileo de la Porciúncula, actualmente en el Museo Wallraff-Fichard de Colonia. Esta pintura ha sido sustituida en el Museo de Sevilla por la Inmaculada llamada La Colosal, que realizó Murillo hacia 1650 para el convento sevillano de San Francisco. En la zona inferior del retablo mayor se situaba la Santa Faz, quizás en el tabernáculo y sobre él La Virgen de la Servilleta. En los laterales del cuerpo bajo a la izquierda se disponían Santas Justa y Rufina, prototipos de belleza popular sevillana y a la derecha San Leandro y San Buenaventura, patronos de la ciudad. En el segundo cuerpo figuraban a la derecha San José con el Niño y a la izquierda San Juan Bautista. En el ático se situaban San Antonio con el Niño y San Félix de Cantalicio con el Niño, ambas en formato de medio luneto que fue transformado a rectangular posteriormente.
Para los retablos del presbiterio pintó Murillo La Anunciación, La Piedad, San Miguel Arcángel y El Ángel de la Guarda. En las capillas laterales se disponían altares presididos por un cuadro. En las de la izquierda se situaban San Antonio con el Niño, La Inmaculada del Padre Eterno y San Francisco abrazado al Crucificado. En el lateral derecho se disponían las de La adoración de los pastores, San Félix de Cantalicio abrazando al Niño y en último lugar, junto a la entrada del templo la excelente pintura Santo Tomás de Villanueva, el lienzo preferido de Murillo y síntesis genial de toda su obra. Una Inmaculada situada en el coro de la iglesia cierra este excelente conjunto de pinturas de Capuchinos.
Las espléndidas representaciones de santos de esta serie, los complejos juegos de luces de algunas escenas como el Nacimiento o Santo Tomás de Villanueva, son claros frutos de su madurez artística. Madurez técnica que se trasluce en las pinceladas de prodigiosa soltura, vaporosas, con las que deshace las formas, anunciando la sensibilidad del siglo venidero.
El Museo atesora algunas otras muestras de su producción como La Dolorosa (hacia 1665) que ingresó gracias a una donación, en la que la imagen iluminada, especialmente el rostro y las manos, se destaca suavemente sobre un fondo oscuro rebelando una vez más su maestría para resolver ambientes claroscuristas, y San Jerónimo (hacia 1665), adquirido por el Estado en 1972. Asimismo se conservan algunas obras de taller y de anónimos seguidores de su estilo.
DISCÍPULOS Y SEGUIDORES DE MURILLO. (SALAS VI, VII)Desde mediados del siglo XVII el estilo de Murillo comenzó a imponerse en Sevilla mientras se abandonaban progresivamente los esquemas zurbaranescos. El enorme éxito de sus fórmulas y modelos, basados en un lenguaje grato y sencillo que conmovía los sentimientos de los fieles tal como indicaba la Contrarreforma, tuvo una enorme repercusión en el ambiente artístico sevillano, donde perviven sus influencias hasta bien entrado el siglo XVIII o incluso el XIX. No obstante, sus seguidores se limitan por lo general a la imitación de composiciones y modelos sin alcanzar una compresión global de su obra.
Cornelio Schut (Amberes, 1629-Sevilla, 1685) es uno de los más destacados representantes del círculo de Murillo. Por el fiel seguimiento de sus modelos muchas obras de su mano se atribuyeron a aquél. El Museo guarda una pintura suya firmada y fechada en 1665, Retrato de Fray Domingo de Bruselas, así como una Inmaculada (hacia 1680) y un Niño Jesús dormido (hacia 1675) muy próximo a su estilo.
Matías de Arteaga (Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1633-Sevilla, 1703) aunque fundamentalmente seguidor de Murillo, también asimiló algunos de los rasgos expresivos de Valdés Leal. En 1869 ingresaron en el Museo seis de las doce pinturas que realizó sobre la Vida de la Virgen (hacia 1680) para la iglesia sevillana de San Marcos. Las composiciones muestran elementos muy característicos de su producción, con amplias perspectivas arquitectónicas, solerías ajedrezadas y pequeñas figuras que siguen los expresivos modelos de Valdés Leal.
Pedro Núñez de Villavicencio (Sevilla, 1640-hacia 1695) es el más conocido de los discípulos de Murillo. Su estilo mezcla las influencias del maestro sevillano con las del italiano Mattía Preti, a quien conoció en un viaje a Italia. Los modelos de Murillo están especialmente presentes en las escenas de género o callejeras como El vendedor de vino (hacia 1685) del Museo. Muestra del influjo italiano es la obra Judith con la cabeza de Holofernes (1674), composición de acentuado dramatismo y efectos de claroscuro.
En los años que marcan el tránsito al siglo XVIII encontramos a otro fiel seguidor de Murillo, Francisco Meneses Osorio (Sevilla, 1640-1721), autor de varias obras guardadas en el Museo. San José con el Niño (1684), San Juan Bautista Niño (hacia 1685), Aparición de la Virgen de la Merced a San Pedro Nolasco (hacia 1690), y San Cirilo de Alejandría en el Concilio de Éfeso (1701).
A Juan Simón Gutiérrez (Medina Sidonia, Cádiz, 1643-Sevilla, 1718) pertenecen en el Museo obras de notable calidad como San Joaquín y Santa Ana (hacia 1700) y la monumental Santo Domingo confortado por la Virgen y Santas Mártires (1710).
La amplia producción que se conserva de Esteban Márquez (Puebla de Guzmán, Huelva, 1652- Sevilla, 1696) hace pensar que debió tener un activo taller donde realizaba obras de esquemas murillescos pero con unos rasgos en los tipos físicos y una dulzura expresiva que las caracteriza y diferencia.
Su representación en el Museo es con obras algo tardías como San Agustín y el Misterio de la Trinidad (hacia 1690) y Aparición de Cristo y la Virgen a San Agustín (hacia 1690) procedentes del Convento de San Agustín de Sevilla y San José con el Niño (hacia 1690), del Convento de San Antonio Abad.
Sebastián Gómez "el Mulato" (Granada, hacia 1665-Sevilla, hacia 1720) tiene firmado en el Museo un lienzo de gran formato y aparatosa composición, La Virgen del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, (1690) procedente del Convento de San Pablo de Sevilla y del de Capuchinos de ésta misma ciudad es una Inmaculada (hacia 1700) muy próxima a las características de su estilo. Francisco Antolínez (Sevilla, hacia 1644-Madrid, hacia 1700) se especializó en la realización de series de historias evangélicas y del Antiguo Testamento, pinturas de pequeño formato y carácter decorativo en las que el paisaje se subordina al motivo religioso. Jacob con el rebaño de Labán es un claro ejemplo de estas escenas en las que menudas figuras se insertan en un fondo de arquitecturas o movidos paisajes, convirtiéndole en representante del dinamismo propio de fin de siglo en la escuela sevillana.
A una generación anterior y por tanto al margen de la influencia de Murillo, pertenece Pedro Camprobín Passano (Almagro, Ciudad Real, 1605-Sevilla, 1674), representante de un género que alcanzó un gran desarrollo en el siglo XVII, el bodegón. Una exquisita sensibilidad y refinamiento intimista caracterizan sus lienzos de flores y las complejas composiciones escalonadas abiertas a paisajes y arquitecturas que cultivó en su etapa de madurez, de las que es ejemplo el lienzo conservado en el museo (Ignacio Cano Rivero, María del Valme Muñoz Rubio, Rocío Izquierdo Moreno, y Virginia Marqués Ferrer. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Guía Oficial. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. Sevilla, 2009).
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Sala VII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.
La Sala VII del Museo de Bellas Artes, al detalle:
Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco, de Alonso Miguel de Tovar
Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco, de Alonso Miguel de Tovar
Estigmatización de San Francisco, de Murillo
Inmaculada, de Murillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario