Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la desaparecida Puerta Nueva, o de la Basura, de Sevilla.
La Puerta Nueva, o de la Basura, se encontraba en la calle Feria, en su confluencia con las calles Bécquer, y Resolana; en el Barrio de San Gil, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
Muy escasas son las noticias que hacen referencia a esta puerta. Según Peraza, por ella "sacan el estiércol". Por su parte, Morgado se limita a nombrarla sin darnos detalle alguno sobre su emplazamiento y descripción. Es Palomo quien nos proporciona los únicos datos que podemos aportar al estudio de esta puerta: "situada cerca de la Macarena (...). Llamábase así a la que (...) se abrió en tiempo de los Reyes Católicos, después de la de la Almenilla (...)", por lo que creo que aproximadamente se encontraba situada donde en el siglo XIX se procedió a la apertura del postigo de la Basura, es decir al final de la calle Feria.
Sin embargo, el dato más fiable sobre su existencia lo aporta el hecho de aparecer mencionada en la documentación del Archivo Municipal a propósito de las puertas que debían vigilarse con especial atención durante la epidemia de peste de 1582 (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).
Tuvo la muralla de Sevilla otras puertas que no dejaron recuerdo ni memoria, siquiera fuese en el habla del pueblo; tampoco quedó retrato alguno que diera fe de su existencia. Mas existieron. Y existieron porque, como fue el caso de esta, por algún sitio había que sacar la basura. El evangelista san Juan concluye su relato sobre la vida de Cristo manifestando que, además de cuanto él cuenta, "hubo también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir". Con toda humildad, cabría en este caso parafrasear al cuarto evangelista para afirmar que también tuvo la muralla de Sevilla otras puertas de las que apenas se habla, pues de ellas nadie se acuerda, aunque si el pueblo hubiera guardado su recuerdo y supiera contar todo cuanto ocurrió en torno a ellas probablemente serían interminables las crónicas que podrían escribirse sobre los muchos sucedidos de que fueron testigos. Sin embargo, apenas un puñado de eruditos historiadores ha dado fe, siempre lacónicamente, de la existencia de esas otras puertas, más bien postigos, quizá meros agujeros, a través de los cuales la vida y los acontecimientos discurrían exactamente igual que bajo los monumentales vanos de otras puertas como las de Triana o Carmona. Los autores de esas citas, por otra parte muy valiosas al ser las únicas armas con las que podemos acudir a rescatar estas puertas de las garras del olvido, simplemente se limitan a apuntar su nombre y ubicación, obviando cualquier otro detalle, como si un halo de clandestinidad debiera envolverlos, cual si a lo que dieran paso fuese a cualquiera de los cientos de pasadizos secretos que las leyendas, y no pocas evidencias arqueológicas, ubican en el subsuelo de Sevilla. Lugares misteriosos de los que... mejor no hablar.
Sucedía que, por lo general, conducían a un sitio distinto al de esa nada en la que se acaba convirtiendo todo. O ese todo que es nada cuando todo, impelido por la fuerza del sino, deviene en desperdicio: estercoleros, muladares, el vacío cósmico de las afueras. Ese lugar donde se reúnen todas las cosas que alguna vez fueron cuando ya no son. Allá donde se juntan los caminos de la existencia para emprender la senda final que lleva a ninguna parte.
También debió de contribuir decisivamente a su ostracismo el hecho de que esos postigos carecieran de cualquier tipo de interés artístico, pues no eran sino meras puertas de servicio. Por esta razón su atractivo para el erudito medio resultaba nulo. Es la eterna obsesión humana por la anécdota y el ornato. Los historiadores no saben de otra cosa. Quizá, por eso, hubiera sido mejor que la historia de la muralla nos la hubieran contado los antropólogos, pues ellos podrían explicarnos mejor, por ejemplo, quienes, para qué y a qué horas entraban y salían de Sevilla a través de la puerta que se abría en la muralla al final de la calle Feria, justo donde hoy en día está el cruce con la calle Bécquer y que el pueblo conocía como el Postigo de la Basura. ¿Cómo no ha podido pasar a la historia, permanecer en el recuerdo, una puerta que llevó un nombre, aunque peyorativo, tan sonoro y contundente? Pues no ha pasado a la historia; acudamos en su rescate.
Entre Omnium Sanctorum y el tramo norte de la muralla, la ciudad adquiría una dimensión agropecuaria, extendiéndose a través de una constelación de pequeños huertos que formaban un barrio característico en torno a la parroquia de San Gil, el cual para el común de los sevillanos de muchas épocas no presentó mayor interés que el de ser una zona de provisión y suministro de hortalizas y frutas. El barrio de San Gil y su extensión extramuros de la Macarena eran lugares remotos para el habitante de la vieja Hispalis, sitios a los que no era necesario ir, lugares de paso, si acaso, camino de ese otro sitio no demasiado agradable de visitar que fue el Hospital de la Sangre, también llamado de las Cinco Llagas. Una buena prueba de ello fue la feroz crítica del periodista Manuel Chaves Rey a la decisión del Ayuntamiento de rotular con el nombre de Bécquer la calle donde terminaba el barrio; "calle extraviada", dijo de ella.
Pero hablemos del Postigo de la Basura, que estuvo precisamente a la altura de la calle del poeta, en su intersección con la principal, en cuanto a frecuentada y comercial, calle de la Feria. Postigo que, debido a ello, también llevó ese nombre.
Dado el parecido fonético existente entre el nombre de esta puerta y la palabra árabe utilizada para describir el sistema de acceso en recodo dispuesto en las entradas originales de la muralla -bashura-, cabría pensar si, dado que de estiércol se trata, no pudo haberse producido también una corrupción en el término original, por otra parte bastante fácil y lógica, pero no fue el caso. Según el investigador Daniel Jiménez Maqueda, autor de un interesante estudio arqueológico sobre las puertas de la muralla que en su día publicó el Colegio de Aparejadores, la puerta de la Basura no existió en tiempos islámicos, sino que se abrió casi a última hora, en el siglo XIX. No obstante, cronistas antiguos como Palomo dan cuenta de la existencia en esta misma zona de una puerta en tiempos de los Reyes Católicos por la que, según Peraza, también "se sacaba el estiércol». En el mismo sitio y con la misma función. ¿Podríamos estar hablando de la misma puerta? ¿Pudo abrirse, ser cegada luego y reabierta posteriormente unos siglos más tarde? Difícilmente podrá venir nadie a explicárnoslo, lo que sí está claro es que basura y bashura se parecen, pero a priori da la impresión de que, aunque cueste creerlo, no tienen nada que ver.
El Postigo de la Feria o la Basura debió de ser la puerta natural para evacuar los abundantes desperdicios generados por la intensa actividad comercial y agrícola de la collación. Al otro lado de la muralla no había más que un extenso páramo donde no existían casas pues era zona inundable y con frecuencia sufría los efectos de las crecidas del Guadalquivir; es lógico pues pensar que allí irían a parar los restos descompuestos de las hortalizas, consumidas o no, para festín y regocijo de moscas verdes y demás bichos carroñeros. Concentrándose en aquel paraje un mantillo que el río se encargaría de retirar periódicamente, cuando no de extender por los contornos y aún devolver a la ciudad en ciertos casos, contribuyendo a la generación y extensión de epidemias, males e infecciones diversas entre la población. Algo que hoy no toleraría nuestro sentido drástico de la asepsia, pero que solo puede entenderse a través de un ejercicio de mentalidad histórica. En ello insisten siempre los historiadores: no puede ni debe interpretarse ningún hecho del pasado con los criterios actuales.
Tal vez, en la oprobiosa y escatológica misión, aunque sin duda indispensable, a la que fue destinada estuviera la causa de que el Postigo de la Basura fuese obviado, pasado por alto o, todo lo más, mentado de refilón, en las reseñas históricas de las puertas de la muralla, donde, por el contrario, sí es referida con todo lujo de detalles la historia de otros postigos, como el del Aceite o el Carbón, cuya ubicación y función tal vez les otorgase un cierto toque aristocrático, o al menos burgués que de ninguna manera podía tener la puerta-cloaca de la calle Feria. Hay, empero, algo que no cuadra, pues si llega a entenderse que entre los postigos olvidados esté el de la Basura, difícilmente puede explicarse que también lo esté el del Jabón. ¿Paradojas de la vida? ¿Los extremos se tocan? Trataremos de averiguarlo en su momento (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024).
En las crónicas aparece citada en algunas ocasiones como Puerta Nueva. Estaba al final de la calle Feria. Era una puerta secundaria y además con una misión algo desagradable, pues a través de ella se sacaba de la ciudad el estiércol; de ahí que no suela aparecer en las relaciones oficiales de las puertas de la ciudad que hacen los historiadores. No consta quien mandase abrir la ni su autor. Sí se sabe que fue una de las puertas por las que penetró el agua durante la gran inundación de 1626, la mayor que ha sufrido Sevilla en su historia (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014). Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la desaparecida Puerta de la Barqueta, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
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