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lunes, 22 de diciembre de 2025

La Puerta de la Victoria, de la Plata, o Postigo de Abdelazis

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Puerta de la Victoria, de la Plata, o Postigo de Abdelazis, de Sevilla.
      La Puerta de la Victoria, de la Plata, o Postigo de Abdelazis, se encuentra en la avenida de la Constitución, 21; en la confluencia con el final de la calle Miguel Mañara; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
     Mimetizada con su ajeno entorno, camuflada entre una arquitectura hostil, parece una recreación historicista de las muchas que al uso se labraron hace un siglo, pero no. Aunque parezca otra cosa, es una puerta de la muralla. La puerta de la Victoria era su nombre.
     Cuando los progresos de la siniestra ciencia de la guerra lograron que dejara de ser un obstáculo insalvable, su monumental exis­tencia comenzó a dejar de tener sentido. Y dejaría por completo de tenerlo cuando el hombre supo usar otros métodos para protegerse no solo de los enemigos, sino también de los elementos sin necesidad de tener que guarecerse tras sus muros. 
     Fue a partir de entonces, una vez cumplida su histórica y maternal misión, cuando a la antigua muralla de Sevilla se le empezó a perder el respeto; tal les sucede a esas abuelas con la cabeza ida, cuyos nietos más jóvenes no llegaron a conocerlas más que en la decrepitud de la ancianidad, años después de que su mente se ausentara para siempre. Y como a una abuela loca que ya no sirve siquiera para dar consejos, contar un cuento o preparar torrijas en Cuaresma, la ciudad, desmemoriada y amnésica de los grandes servicios que le había prestado, regida por otras generaciones que no se vieron en la necesidad de recurrir a sus servicios, comenzó a tratarla con el desdén y el desprecio que suelen brindarse a los seres inservibles, a lo viejo, a lo inútil. No importaba que fuera hermosamente inútil. El hombre de entonces no había llegado aún, al menos no en Sevilla, a esa fase evolutiva en la que lo bello se considera útil solo por el mero hecho de serlo. Y belleza puede haber mucha en unas piedras que ya solo sirvan para contar la historia de lo que fueron. Sin embargo, la única utilidad que entonces se halló a los muros que otrora habían servido para guardar la ciudad contra la furia de otros hombres y la ira de los elementos fue la de ayudar a soportarla: convertir sus nobles piedras y su argamasa en contra­fuertes para casuchas. A consecuencia de eso, cientos, miles de edificios se adosaron a sus muros, ocultándolos, confundiéndolos entre el caótico marasmo urbano de una ciudad que crecía de forma espasmódica, alimentada por unas riquezas que la hicieron des­ bordarse, sobresalir de sus pétreas y estalladas costuras. Al cabo de aquel anárquico e irrespetuoso proceso, la muralla acabaría siendo lo que parecía haberse adosado al caserío en vez del caserío a la muralla. A tal conclusión lleva al espectador contemplar este rincón de la ciudad donde, confundida entre una arquitectura pará­sita, sobrevive la cuarta puerta de la antigua muralla que, tal vez precisamente gracias a eso, logró permanecer en pie. 
     Mimetizada entre edificios que nada tienen que ver con ella pero que han acabado haciéndola parecer una recreación historicista urdida por algún arquitecto regionalista, camuflada entre cafeterías, bancos y una oficina de turismo, sobrevive esta vieja puerta, que lo fue del Alcázar. La Puerta de Abdelaziz o, como también fue llamada, el Postigo de la Plata o la Puerta de la Victoria. La más ignorada de las cuatro únicas puertas de la antigua muralla que lograron milagrosamente mantenerse en pie, nadie sabe muy bien por qué ni cómo. Pues si en el caso de las otras tres, el Arco de la Macarena, la Puerta de Córdoba y el Postigo del Aceite, pudo haber mediado algún tipo de intercesión mariana, en esta no cabe atribuirlo más que a la suerte, a una suerte inmensa cual la que a última hora le permite eludir la ejecución a un condenado a la pena capital. Como los fusilados que sobreviven haciéndose el muerto junto al resto de los cadáveres, y haciéndoselo tan bien que ni siquiera se considera necesario descerrajarle el tiro de gracia. Claro que también esa supervivencia pudiera atribuirse a una circunstancia que comparten tres de esas cuatro puertas: eran propiedad privada. Como ocurrió con el Postigo del Aceite, las dependencias de la Puerta de la Victoria también se acabaron convirtiendo, y aún lo son, en vivienda  particular.
     Lo que no deja de ser una curiosa paradoja es que mientras otras puertas de la ciudad ya desaparecidas han permanecido subsistiendo en el habla popular, esta otra que todavía sigue en pie, manteniéndose incluso bastante fiel a su fisonomía origi­nal -incluso las torres que la flanquean se conservan- resulte sin embargo invisible y haya caído en el olvido, pasando desapercibida para el común. Y lo que no es el común. Son, empero, las contradicciones de esta ciudad. Porque esta puerta que logró esquivar la destrucción confundiéndose con una arquitectura concebida milenio y medio más tarde no fue una puerta cualquiera de la ciudad. Era la puerta que conducía a su centro neurálgico, al lugar donde residía el poder. Por eso fue en una de sus torres donde Fernando III de Castilla y León mandó enarbolar el 22 de diciembre de 1248 su pendón para proclamar la victoria de sus huestes y la conquista de una ciudad que ese día tomaba al fin, una vez cumplidas por el rey Axafat las capitulaciones acordadas en su rendición, las cuales estipulaban el abandono de toda, o al menos gran parte, de la población sin que una sola teja de sus edificios pudiese ser destruida. Algo en lo que el rey castellano demostró tanta piedad por el enemigo -mejor el destierro que la muerte- como respeto por sus obras. Tanto la torre hexagonal que da a la esquina de la calle Santo Tomás, donde se enarboló el pendón, como la misma puerta cambiarían a partir de ese momento su denominación, dejando de llamarse de Abdelaziz y pasando a recibir el nombre de la Victoria. 
     De poco, sin embargo, hubo de servirle la efímera gloria de haber sido el primer asta de la conquista. En cualquier otra ciudad se recordaría eternamente el importante y simbólico protagonismo que ese lugar concreto tuvo en un acontecimiento tan principal para su historia, pero será que aquí las victorias siempre suscita­ron envidias y cuesta sangre que alguien las reconozca. Quizá por eso también haya pasado desapercibido el triunfo que para la Puerta de la Victoria supuso el haber sobrevivido a una muerte segura, que acaso no lo fue porque a esas alturas ya casi nadie se acordaba de ella (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024). 
        No perteneció a la muralla, sino al recinto del Al­cázar y también se conserva, aunque embutida en el caserío, como su vecina torre de Abdelaziz. También llamada Puerta de Abdelaziz o Arquillo de la Plata se encuentra frente al lugar donde antaño estuvo el Postigo del Carbón, en la confluencia de la calle Miguel Mañara con la Avenida de la Constitución (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
      El Arco de la Plata, también conocido como Arco de Mañara, se sitúa próximo a la Torre de Abdelazis y formaba parte de la muralla almohade que discurre por las calles San Gregorio y Santo Tomás, y que actualmente se encuentra inserta dentro del tejido residencial.
     Se trata de un gran arco de herradura enmarcado por alfiz, reformado en época cristiana, que da paso a una bóveda de crucería con nervadura ojival.
     Toda la fábrica constatada del arco es de ladrillo.
     Rechazada ya plenamente la tesis sobre el origen romano del recinto amurallado de Sevilla, se tiende a seguir la hipótesis sobre el carácter almohade de la muralla.
     Actualmente se define con más certeza la hipótesis basada en las recientes investigaciones arqueológicas, de que el último recinto amurallado de Sevilla corresponde a una primera obra emprendida por los almorávides, parcialmente modificada en época almohade.
     La datación de la muralla almorávide de Sevilla es aproximadamente hacia 1125. El último añadido de la muralla de la Sevilla árabe, exceptuando la zona palaciega del flanco Sur de la ciudad, tiene lugar en las postrimerías de la etapa almohade con la construcción de la Torre del Oro y las Murallas que unían la coracha con el resto de la ciudad hacia el 1220. Al año siguiente se construye la barbacana y el foso.
     Dentro de esta zona de las murallas se encuentra el Arco de la Plata, cuya traza islámica fue reformada en el siglo XIV, perteneciendo a la primera etapa el gran arco de herradura enmarcado por alfiz y a la segunda las bóvedas nervadas que aparecieron al desmontar un falso techo existente durante unas obras de rehabilitación (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Puerta de la Victoria, de la Plata, o Postigo de Abdelazis, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Recinto Amurallado de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.

Más sobre la avenida de la Constitución, en ExplicArte Sevilla.

Más sobre la calle Miguel Mañara, en ExplicArte Sevilla.

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