Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la desaparecida Puerta de Jerez, de Sevilla.
La Puerta de Jerez, se encontraba en la plaza Puerta de Jerez; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
Se encontraba situada en la plaza que conserva su nombre en recuerdo de su existencia, en concreto en la salida de vehículos del hotel Alfonso XIII.
La Puerta de Jerez, se encontraba en la plaza Puerta de Jerez; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
Se encontraba situada en la plaza que conserva su nombre en recuerdo de su existencia, en concreto en la salida de vehículos del hotel Alfonso XIII.
Este topónimo no aparece documentado en las fuentes musulmanas y ni siquiera en la documentación castellana de los siglos XIII y XIV, puesto que no será hasta principios del XV cuando se registre por vez primera.
Esta puerta se ha identificado con la bab al-Faray que las fuentes musulmanas citan a propósito de acontecimientos de los siglos XI y XII, aunque coincido con quien la identifica con el llamado arquillo de San Gregorio.
En cuanto al origen del topónimo, la historiografía sevillana se muestra unánime al atribuirlo a la circunstancia de dar salida al camino que conducía a Jerez.
Acerca de su primitiva estructura almohade -puesto que coincido con quienes consideran que daba acceso a la alcazaba exterior mandada edificar por el califa Abu Yaqub-, sabemos que tenía "colgada con recias cadenas una compuerta de puas mui largas y no delgadas de hierro" y que estaba flanqueada por dos torres, tal y como aparece en el relieve del retablo mayor de la Catedral en el que se representa la ciudad desde el sur y en la iconografía moderna. Además, figura también en el documento de 1560 en la relación de accesos que tenían puertas por las que "se ba rodeando para salir desta ciudad" y "rebellines".
Por lo tanto, se trataba de una puerta flanqueada por dos torres, con acceso en recodo y protegida por barbacana, es decir con una disposición muy similar a la de la puerta de la Macarena.
Sabemos también que en el momento del derribo presentaba una bóveda de arista y un cuerpo de almenas que la recorría en su totalidad.
En 1561 Hernán Ruíz dirigió las obras que se efectuaron en ella, las cuales consistirían en la colocación de un escudo con las armas reales, determinados elementos arquitectónicos, como un ático y un juego de medias columnas que flanqueaban el vano de acceso, y en la eliminación del acceso en recodo.
También se procedió a la colocación de una lápida con inscripción en castellano y conmemorativa de la intervención, en relación a la cual tenemos constancia documental de que Hernán Ruiz "concerto la losa de marmol de genoua con maese francisco Milanes en veynte y cinco ducados (...) para escrivir las letras del letrero que se mando poner en la puerta de Xeres", que se colocó "debajo de las harmas reales" y en la que sabemos que Lucas Carón "fizo e labro 352 letras".
Otra lápida con inscripción en castellano se puso en 1622 encima de la anterior.
Por último, y según la historiografía, todavía debió haber una tercera inscripción en la que se leían en castellano los versos más típicos de nuestra ciudad, es decir aquéllos en los que se glosa su historia.
Ahora bien, no existe unanimidad entre los diferentes autores que la han recogido a la hora de fecharla y emplazarla en la puerta de Jerez. En cuanto a la cronología, hay quienes la consideran inmediatamente posterior a la conquista, quienes, reconociendo la antigüedad de los versos, consideran que la inscripción fue renovada y quienes la fechan en 1662. En lo que se refiere al emplazamiento, hay quien sitúa los versos encima de la inscripción de 1561 "formando toda una" y quien, por el contrario, la sitúa encima de la de 1622.
Esta última inscripción se quitó en 1836, cuando se derribaron los dos torreones que flanqueaban la puerta, y se llevó a San Telmo. Posteriormente, fue depositada por la Comisión de Monumentos en el Museo Arqueológico Provincial el 12 de marzo de 1880, donde permaneció hasta los años setenta del presente siglo, cuando, "por orden de la Dirección General de Bellas Artes", puesto que así figura en el Inventario General de dicho Museo, se colocó en el chaflán situado entre la calle Maese Rodrigo y la Puerta de Jerez, donde se conserva en la actualidad.
Por lo tanto, se trata de la misma que, según Gestoso, estaba en el Museo Arqueológico y que, por error, figura en su obra fechada en 1662. Por otra parte, en ella se leen al comienzo los versos típicos de nuestra ciudad, dando así la razón a Espinosa y Cárcel.
Por el contrario, no he localizado noticia alguna de la inscripción de 1561, por lo que creo que debió desaparecer en 1848, cuando se procedió a la construcción de la nueva puerta de Jerez, según proyecto de Balbino Marrón.
Por otra parte, la puerta de Jerez figura también, en el documento de 1560, en la relación de puertas a las que Hernán Ruíz debía decorar con escudos de piedra con las armas de la Ciudad y las reales. En este sentido, los testimonios documentales ya citados, así como un óleo de F. Pacheco y el dibujo de R. Ford revelan la existencia de un escudo con las armas reales situado en el segundo cuerpo, al exterior de la ciudad, que debió ser retirado cuando se procedió al derribo de los dos torreones, puesto que así lo demuestran el "Plano de planta y alzado del estado actual de la Puerta de Jerez" y una aguada de G. Vivían fechada hacia 1838, en los que ya no aparece (Daniel Jiménez Maqueda, Estudio histórico-arqueológico de las puertas medievales y postmedievales de las murallas de la ciudad de Sevilla. Guadalquivir Ediciones. Sevilla, 1999).
En las entrañas oscuras de la ciudad, por donde aún la atraviesa el salobre río Tagarete, permanece atrapado para siempre un kiosco de periódicos al que un día se tragó la tierra. Preso en esa tumba, junto a él se halla también el recuerdo impreso de una época. Tuvo mucho de metáfora aquel suceso; como si el destino hubiera querido adelantarnos sus intenciones. Puede que nadie recuerde en el futuro los desmanes de esta época, como tampoco nadie ya recuerda los causados hace ahora siglo y medio, cuando empezó lo que algunos han llamado la destrucción de Sevilla.
Del lugar, dicen las crónicas que apestaba. La culpa de esa peste era del río Tagarete, que por allí pasaba ultimando su trayecto antes de desembocar en el Guadalquivir, no muy lejos de la Torre del Oro. El Tagarete venía desde la fuente del Arzobispo, allá por Miraflores, trazando un curso hoy subterráneo pero todavía visible en la ciudad a través del nombre de la calle Arroyo. Aquí, en el mismo lugar donde moría aquel riachuelo, nacía el camino que antiguamente llevaba hasta Jerez de la Frontera; por eso llamaron Puerta de Jerez a la que en este sitio tuvo la muralla de Sevilla, que al principio y durante muchos años fue puerta del Alcázar pues a este pertenecía la zona de la ciudad donde se alzaba.
A través de la Puerta de Jerez -para ser más precisos deberíamos decir que a través de las tres Puertas de Jerez que existieron- se pudo entrar o salir de Sevilla hasta el año de 1864 en que fue definitivamente derribada la última de ellas. Las cosas de esta bendita ciudad: tan solo habían pasado dieciocho años desde que se construyera. Esta postrera puerta se erigió para sustituir a una anterior so pretexto del maltrecho estado en que las guerras carlistas la habían dejado. Dicha puerta había sido a su vez erigida en 1562 para sustituir al postigo original que en este lugar tuvo la cerca desde tiempos almohades, y se especula que incluso también desde los visigóticos, lo cual vendría a equivaler casi a los tiempos de la antigua Hispalis romana, pues no consta que los germanos hicieran en ella demasiadas transformaciones. Si bien, todo eso es mucho especular.
Esa segunda versión de la Puerta de Jerez levantada en el siglo XVI y que Bartolomé Tovar inmortalizara en su famosa colección de grabados catorce años después de su desaparición en 1848, fue la que tuvo en su frontispicio el mármol donde se grabó el afamado ripio que narra los orígenes apócrifos de la ciudad: "Hércules me fundó, Julio César me cercó de muros y torres altas y el Rey Santo me ganó con Garci-Pérez de Vargas". Ortiz de Zúñiga enmienda la plana al autor de la lápida, recordando que en la misma falta un verso, pues entre el tercero y el cuarto debería haber otro que se saltaron, en concreto este que dice así: "Un rey godo me perdió". Y es cierto que ese verso hace falta para contar entera la historia. Aunque también es verdad que en ella no aparecen los que con más motivo debían estar: los moros, que al fin y al cabo fueron los que levantaron las murallas y sus puertas, incluida posiblemente la de Jerez. Para que luego digan que la historia no la escriben los vencedores. Si encima lo hacen en verso pues... en fin, ya lo dijo Ramón J. Sender al describir a Pat Garret, el sheriff que mató a Billy el Niño: «Tenía la osadía de los malos poetas". Y esa lápida es osada en todos los sentidos. Nos viene de antiguo, como verán, esa afición nuestra, tan sevillana, a los versos. El mármol en cuestión sería colocado en los años setenta del siglo pasado en la fachada del edificio de un banco y desde entonces es lo único que queda de la Puerta de Jerez en la Puerta de Jerez.
Cuenta González de León que la puerta que en este lugar existió entre 1561 y 1848, o sea, la segunda, era la única de la ciudad que tenía dos dobles puertas, en cada uno de los extremos de su arco. Eso sí, a todas horas estaban abiertas. Una vez más, las cosas de Sevilla. Tanta puerta, ¿para qué? Dentro de ella, había un modesto retablo de la Virgen de los Dolores y en su fachada exterior, junto a la famosa lápida en verso, había otra que daba fe de su primera reconstrucción y que textualmente rezaba así:
Reinando en Castilla el muy alto y muy poderoso y muy catholico rey Don Felipe Segundo, mandaron hacer esta obra los muy ilustres señores (de) Sevilla, siendo asistente de ella el muy ilustre señor Don Francisco Chacón, Señor de las Villas de Cavarrubios y Arroyo de Molino, y alcalde de los Alcázares, y cimorrio de Avila. E siendo jurado y obrero mayor de esta ciudad Gaspar Xuárez. Acabase XIIII (sic) del mes de marzo de MIL D.LXI años.
Como antes quedó dicho, los daños causados en esta puerta por los combates sostenidos durante las guerras carlistas, obligaron a sustituirla por otra, de diseño bastante más pretencioso, en el año de 1848. Lean atentamente cómo la describe un contemporáneo de la obra, nuestro ya familiar Alfonso Álvarez-Benavides, quien no parece que tuviera un gran concepto de ella: "Consistió en un elevado arco, cuyo frente exterior componíase de cuatro grandes columnas de orden jónico, formando sus fustes varias piezas o cilindros a manera de pequeñas piedras de molinos harineros. Estas columnas, colocadas dos a cada lado de la puerta, subsisten sobre indefinibles pedestales, y en la parte superior de los mismos aparecían dos grandes leones tendidos a manera de gatos y el escudo de armas de la ciudad. Si con franqueza hemos de emitir nuestra opinión acerca de dicha obra (...) diremos que difícilmente puede encontrarse otra arquitectura más mala".
Para consuelo de nuestro decimonónico cicerone, la vida de aquella puerta no llegó a los veinte años, pues en 1864 fue también demolida, con leones y todo. Soterrado el Tagarete, derribada la puerta y también la muralla, se abrió en su lugar un espacio cuya reordenación urbanística coincidió con una etapa de particular esplendor intelectual y artístico en la ciudad. A principios del siglo XX, el conde de Aguiar levanta su palacio que luego vendió a la familia Guardiola y, poco a poco, se van sumando aportaciones de los mejores arquitectos del regionalismo: el edificio de viviendas de Juan Talavera, el hotel Alfonso XIII de José Espiau, el afrancesado palacio de Yanduri de Antonio Rey y Jacobo Gali y, presidiendo el entorno, la fuente de la alegoría de Sevilla diseñada por el pintor Santiago Martínez que labró el escultor Manuel Delgado Brackembury. Si a todo ello le añadimos la existencia previa de edificios como la gótica capilla de Santa María de Jesús, único legado que permanece de la antigua Universidad Hispalense que fundara Maese Rodrigo de Santaella, o las vecinas callejas de la Casa de la Moneda, nos encontraremos con un entorno medido y elegante, acaso de las mejores composiciones urbanísticas que nos legó el siglo XX. Un paisaje que, por desgracia, fue indecorosamente transformado en los primeros años del nuevo milenio con la pretensión de "modernizar" tan "rancio" y "anticuado" enclave hispalense. Y lo haría metiendo por medio de la plaza un aparatoso tranvía que rebanaría un tajo al jardín circular que rodeaba la fuente, plantando hasta seis tipos distintos de farolas, instalando bancos de madera que tardó poco en pudrirse y, para rematar la obra, adosándole, como si fuera una deforme hermana siamesa, una plaza cursi y afectada, dedicada a los poetas del 27 pero que igual podría estar dedicada a cualquier otra cosa. Ya ven, los versos de nuevo. Una pena. Lo que no la merece es detenerse en ello un solo instante más que para denunciar la agresión causada por este estilo "neo-rococó" que, en cierto modo, vino a derribar por tercera vez la Puerta de Jerez.
En el recóndito y cenagoso subsuelo de este rincón, hoy no confín sino centro de la ciudad, junto al murmullo pestilente del oculto Tagarete, los terrones de las piedras con que estuvo construida la puerta y el fantasma del niño que aquí mató uno al que llamaban el Trepaburra y cuyo pequeño cadáver descansa para siempre en la basílica de la Trinidad, duermen también los nombres y las circunstancias de los protagonistas de la Sevilla de principios del siglo XXI, amalgamados dentro de los restos retorcidos de un kiosco que la tierra se tragó y los gobernantes ocultaron bajo una alfombra de hormigón mientras silbaban mirando para otro lado, como disimulando, a ver si nadie los veía.
Hay quien ha dicho que, hundido a seis metros de profundidad en la sima del cráter abierto por causas que nadie aún ha explicado, ese kiosco será una especie de cápsula del tiempo que hará inmanente el recuerdo de las presentes generaciones y sus gobernantes; que mantendrá impunes los delitos estéticos de estos y fresco el recuerdo de su manifiesta incapacidad. Se equivoca. Igual que la corrosión borrará las páginas sepultadas de los periódicos que la tierra engulló junto al kiosco, el tiempo también se encargará de difuminar en la superficie su abominable memoria; ya ocurrió hace siglo y medio. Cayeron puertas y lienzos de la muralla, iglesias, conventos, palacios... de nada sirvieron las protestas de gentes como Mateos Gago o Joaquín Guichot (es de suponer que los retrógrados de la época). Llevados por un negro rencor anticlerical, los revolucionarios de entonces, valiéndose de la coartada, cómo no, del progreso; la excusa, cómo no, de la modernidad y hasta el pretexto de la salubridad pública, la emprendieron contra el arte. Fueron demolidas por completo las iglesias y conventos de Regina, las Dueñas o San Miguel. En otros, como San Felipe Neri, San Basilio o los Descalzos, se realizaron demoliciones parciales. Y aún se pudo dar la ciudad con un canto en los dientes, pues en la escalofriante lista de demoliciones previstas aparecían nombres como el del convento de San Leandro, las iglesias de San Juan de la Palma, Santa Catalina, San Marcos, Santa María la Blanca y San Luis o la capillita de San José, que no cayeron porque mediaron influencias que pudieron evitarlo, como vimos que afortunadamente pasó con el Postigo del Aceite.
No hay memoria que de aquel desastre permanezca en la conciencia colectiva de Sevilla, si acaso apenas un vago recuerdo que la sociedad ha podido asimilar desarrollando eso que los poetas definieron como nostalgia de lo no vivido. Tal vez por eso aún se denominan con el nombre de las viejas puertas derribadas los lugares donde algunas de ellas se alzaban. La realidad, empero, se encuentra oculta en el nivel freático de la memoria; ahí abajo, donde las margas negras del olvido corrompen los recuerdos. En la oscuridad del Hades sevillano, por donde también pasa un río negro que, como el Lete del reino infernal de Plutón, borra el rastro y anula el pensamiento de quien se baña en él. Lo convierte en otro y la historia vuelve a empezar (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024).
Estuvo en la calle San Fernando, frente a la de San Gregorio y pocos metros antes de llegar a la fuente de la alegoría de Sevilla que hoy se alza en la plaza que lleva su nombre. Era, por tanto, la puerta sur de la ciudad y una de las cuatro principales. Como tal, sus dos puertas permanecían abiertas, salvo contingencia, durante las veinticuatro horas del día. Fue la primera puerta de la muralla que se renovó, sustituyendo en ella el diseño primigenio de los almohades por un arco flanqueado por dos torreones. La nueva puerta se terminó de construir el 24 de marzo de 1561. Reinaba Felipe II y era Asistente de la ciudad Francisco Chacón. Actuó como Obrero Mayor Gaspar Xuárez. Esta puerta volvería a ser renovada en el año 1848, en que sería demolida y sustituida por otra con más ornato y pretensiones que, sin embargo, no gustó demasiado entre la población, recibiendo duras críticas, como las del cronista Álvarez-Benavides que la calificó de "detestable oprobio de la moderna arquitectura". Su existencia fue de todos modos efímera, pues fue demolida en 1864 (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
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Más sobre el Recinto Amurallado de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.
Más sobre la plaza Puerta de Jerez, en ExplicArte Sevilla.
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