Por Amor al Arte, Déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Fray Ceferino González, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 15 de marzo, es el aniversario (15 de marzo de 1883) del nombramiento como Arzobispo de Sevilla, de Fray Ceferino González, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Fray Ceferino González, dando un paseo por ella.
La calle Fray Ceferino González es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo, y va de la avenida de la Constitución, a la plaza del Triunfo.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
La vía, en este caso una calle, está dedicada a Fray Ceferino González, arzobispo de Sevilla entre 1883 y 1886.
La vía, en este caso una calle, está dedicada a Fray Ceferino González, arzobispo de Sevilla entre 1883 y 1886.
Desde el s. XVI, tras la construcción de la Casa Lonja, fue conocida por este nombre junto con la calle que existía en la fachada principal del edificio, y en 1931 como Fray Ceferino González, en memoria de este prelado de la orden dominica, que fue arzobispo de Sevilla entre 1883 y 1886 y destacó en filosofía. La calle, más bien plaza, es corta y espaciosa, y está delimitada por el edificio de la Lonja y la Catedral, cuyas líneas de fachadas convergen hacia la plaza del Triunfo. El espacio debió quedar conformado en el s. XVI cuando se construyen las edificaciones anexas a la Catedral: capilla de la Antigua, sala capitular y sacristía mayor, y la casa Lonja (1583-1598).
Estos edificios habían sustituido a otros más antiguos: en el caso de la Catedral a la mezquita mayor, y en el de la Lonja, a las Herrerías del Rey, Casa de la Moneda y el Hospital de las Tablas, cedidos por Felipe II para su construcción y evitar el escándalo que para muchos suponía la presencia de los mercaderes dentro del templo. La Lonja, hoy Archivo General de Indias, es un edificio de planta cuadrada con dos pisos y un amplio patio central con columnas dóricas. Está rematado por una balaustrada y cuatro pirámides en las esquinas. Aunque la obra fue realizada por Juan de Minjares y Alonso de Vandelvira, tiene influencia de Juan de Herrera.
Dispone de tres puertas a esta calle (fachada norte), y sobre la central, una lápida con la siguiente inscripción: "El Cathólico y muy alto y poderoso Don Phelipe segundo rey de las Españas mandó hazer esta Lonja a costa de la Universidad de los Mercaderes, de la cual hizo administradores perpetvos al prior y consvles de la dicha Universidad. Començose a negociar en ella en 14 días del mes de agosto de 1598 años". Para salvar el desnivel del terreno, el edificio está elevado sobre una plataforma con peldaños y rodeado de pares de columnas unidas por cadenas. En la esquina noroeste hay un azulejo con el rótulo La Lonja de la época de Olavide y pueden apreciarse restos de los "¡vítores!" que pintaban los universitarios al ganar oposiciones. En 1785 fue destinado por Carlos III para Archivo de Indias, concentrando en él la mayoría de la documentación procedente de la colonización española de América.
La otra acera está delimitada por la capilla de la Virgen de la Antigua, las oficinas del Cabildo (XIX-XX), la sacristía mayor, sacristía de los Cálices y la sala capitular, edificios adosados a la Catedral que desdibujan la planta de salón de la misma y dejan paso a la puerta de San Cristóbal o del Príncipe de estilo neogótico, construida entre 1887 y 1895, y cerrada con verja de hierro forjado. Está separada de la calzada por una plataforma de losas de Tarifa sobre escalones que decrece en dirección a la plaza del Triunfo y columnas unidas con cadenas. En la acera del Archivo de Indias hay una cruz de jaspe sobre plataforma protegida por verja de hierro forjado en donde la tradición cuenta que salían los mercaderes a hacer los juramentos y compromisos de compra-venta.
Existen así mismo dos urinarios subterráneos (desaparecidos), dos palmeras y algunos alcorques vacíos. Hay dos árboles muy corpulentos a ambos lados de la calle en la confluencia con la avenida de la Constitución. Se ilumina con farolas fernandinas de tres brazos. El pavimento de la acera es de chino lavado y losas de Tarifa en damero. La calzada es de asfalto, extendido por primera vez en 1961, salvo una amplia franja rectangular adoquinada para evitar el hundimiento que provocaban los autobuses urbanos en las paradas allí establecidas. Hasta hace poco tiempo ninguno de los dos edificios tenía puertas abiertas a esta calle; en los últimos años y tras la reforma realizada en la catedral, se ha habilitado la puerta del Príncipe para comenzar el itinerario de las visitas culturales a la misma.
Esta permanecía cerrada habitualmente y se abría sólo en ocasiones solemnes. Como consecuencia es una calle de paso entre los edificios y zonas de mayor interés turístico (Lonja, Catedral, Alcázar, Palacio Arzobispal, barrio de Santa Cruz) y los edificios administrativos (Correos y Diputación Provincial). La Compañía de Tranvías y luego la de Autobuses tenían establecidas hasta los años 80 varias paradas terminales que concentraban mucho público en la acera del Archivo de Indias. En los años cincuenta se montaba una feria de belenes a ambos lados de la puerta del Príncipe y delante de ella, tras la verja, un Belén de grandes proporciones [Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor a Fray Ceferino González, a quien está dedicada esta calle;
UN FILOSOFO PARA LA SEDE HISPALENSE: FRAY CEFERINO GONZALEZ (1883-1889)
Esta era la situación en la que se encontraba la diócesis cuando en 1883 fue preconiza do para la sede hispalense fray Ceferino González, hasta ese momento titular en Córdoba.
Como no podía ser menos en un tomista, el espíritu que animaba a fray Ceferino era relativamente tolerante y abierto para un pueblo como el español de la época. Ya en la carta en la que comunicaba al Ayuntamiento el día de su llegada se refirió a la necesidad de un entendimiento entre ambos poderes, «persuadido, como estoy, de que a la Iglesia y al Estado es altamente provechosa la mejor armonía entre las autoridades». Su paso por Sevilla se dejó notar: reformas en el Boletín Oficial del Arzobispado, ampliándolo notablemente y creando una sección especial que sirviera de instrucción y lectura a los párrocos. También fue importante, y los hechos así lo atestiguan, su labor en la fundación y fomento de numerosos institutos religiosos: Escolapios, Hermanas del Servicio Doméstico, Hijas de Cristo Rey, Capuchinos y Franciscanos, Hermanitas de los Pobres, Compañía de María, Congregación de Nuestra Señora del Loreto (irlandesas), Hermanas de la Enseñanza, los catecismo dominicales, etc.
No llevaba dos años en la sede hispalense cuando fue promovido a la de Toledo en marzo de 1885, al tiempo que se promovía a Sevilla al arzobispo de Granada, Bienvenido Monzón. El nuevo arzobispo murió de inmediato a consecuencia del cólera que asolaba Andalucía, sin que llegase a pisar la ciudad. Aquejado fray Ceferino por la climatología hostil de su nuevo destino pidió volver a Sevilla, inaugurando un segundo pontificado en 1886 por un período de tres años, momento en el que renunció a todos sus cargos afectado por una penosa enfermedad.
Su acción en el terreno político y social queda clarificada en su trayectoria personal. El apoyo a la Unión Católica de su discípulo Alejandro Pidal, cuando estaba en la sede de Córdoba, revela por sí mismo su pensamiento y actitud sobre la participación de los católicos en política. En cuanto a lo social conocemos la intensa labor desarrollada en Córdoba con la fundación de numerosos Círculos de Obreros, pero su intervención en estos terrenos en la diócesis hispalense no dejó huellas conocidas. Quizás el fracaso de la Unión Católica y el ambiente más distendido de la confrontación entre los católicos le influyó a la hora de no actuar abiertamente en este sentido.
Sin embargo, su verdadera vocación fue el estudio, el pensamiento. Numerosas son las anécdotas que se cuentan de su paso por Sevilla. De esa capacidad para la reflexión es una muestra la pastoral dirigida a sus feligreses con motivo de la inauguración de su segundo pontificado:
«Tratemos de preservar a nuestros amados diocesanos de los errores y peligros que amenazan su fe y su salvación eterna en nuestros días y principalmente del. error racionalista, origen y síntesis de aquellos errores y peligros ... La guerra está en Europa. De un cierto número de años acá esta parte del mundo semeja un volcán que humea en el intervalo de las erupciones, y aún cuando parece tranquilo todo el mundo siente que duerme sobre una tierra cuyo reposo no es tampoco más que un sueño... ¿Qué es pues esta guerra y donde está? La guerra está más alto que las ideas, más alto que los reyes y los pueblos; está entre dos formas de inteligencia humana: la fe, que por la Iglesia ha llegado a ser un poder, y la razón convertida igualmente en un poder que tiene sus jefes, sus asambleas, sus cátedras y sus sacramentos. La guerra existe entre el poder católico y el poder racionalista, ambos tan antiguos como el mundo, pero que lo disputa hoy en mayor escala, porque ha llegado a un punto de fuerza interna y externa que no permite combates parciales y de vanguardia, y exige una solución».
El 4 de noviembre de 1889 renunció a la sede hispalense. Salió de Sevilla fijando su residencia en Madrid. Regresó más tarde y vivió en Castilleja de la Cuesta (en donde terminó su obra La Biblia y la Ciencia) y en la calle San Femando de la capital andaluza. Volvió a Madrid donde murió el 25 de noviembre de 1894. Pocos días después el Ayuntamiento de la ciudad acordaba rotular la calle de la Lonja con el nombre de Cardenal González para perpetuar su memoria. Paralela a ella, al otro lado de la Lonja, la calle de Santo Tomás de Aquino.
Ceferino González y Díaz Tuñón (1883-1885; 1886-1889), dominico, uno de los gran des pensadores de la España de su tiempo, publicó diversos tratados de filosofía. En Sevilla estuvo en dos ocasiones, con un breve período de arzobispo de Toledo. Renunció en 1889, por la enfermedad de un cáncer en la lengua.
Arzobispos de la Sede Hispalense que han ostentado el Cardenalato:
La mayoría de ellos han sido promovidos cuando ya ocupaban la sede hispalense, y la rara excepción de algún arzobispo nombrado cardenal tras su renuncia a la archidiócesis de Sevilla. Sobre cada cardenal daremos su nombre, entre paréntesis las fechas de su permanencia en el arzobispado de Sevilla, fecha de su promoción al cardenalato con el título del mismo, fecha de su muerte, y nuevamente entre paréntesis el papa que lo ha creado cardenal.
Fray Ceferino González y Díaz Tuñón nació en El Campal en la parroquia de Villoria en el concejo asturiano de Laviana, en un humilde hogar de labradores.
Estudia en Ciaño e ingresa en el convento de Ocaña perteneciente a la orden de los predicadores el 28 de noviembre de 1844. Estudia Filosofía sintiéndose atraído por el tomismo corriente que defendería gran Ceferino González y Díaz Tuñón O.P. (Villoria, Principado de Asturias, 28 de enero de 1821 - 29 de noviembre de 1894), fue un sacerdote Dominico que llegó a ser Cardenal así como Arzobispo de Sevilla y Toledo. Se le considera uno de los filósofos españoles más importantes del siglo XIX. Era conocido como Fray Zeferino.
En Febrero de 1849 su congregación le traslada como misionero a Filipinas, a donde llegó el 9 de febrero de 1849, después de una accidentada travesía de ocho meses. Allí prosigue sus estudios filosóficos en la Universidad de Manila se interesa por otras materias como la física o la química. En 1854 es ordenado sacerdote. Explicó filosofía los primeros años y teología durante los ocho últimos de su estancia.
En 1851 es nombrado profesor de Humanidades en la universidad y dos años más tarde es nombrado profesor de Filosofía. En 1859 se le nombra catedrático de Teología en la Universidad de Santo Tomás. En 1858 sufre la pérdida de su amigo y compañero Melchor García Sanpedro martirizado en Vietnam.
Pese a las ocupaciones propias de la cátedra y de los importantes cargos que hubo de desempeñar en el convento de la Orden -siempre con una salud muy delicada-, aún pudo escribir los notables Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás. Pero su fama de filósofo y de escritor correctísimo se extiende después de que en 1866 regresase a España.
En diciembre de 1866 sale de Filipinas por orden de sus superiores al empezar a tener problemas de salud llegando a España en diciembre de 1867. Una vez situado en Madrid tiene lugar el contundente enfrentamiento con Segismundo Moret que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid.
El 16 de junio de 1874 es preconizado para el obispo de Málaga cargo que logra evitar al estar más interesado en su labor de escritor. Además movió todas sus influencias para poder renunciar a la Cátedra de Astorga.
El 5 de julio de 1875 es promovido para el cargo de obispo de Córdoba por orden del Papa Pío IX siendo consagrado el 24 de octubre de 1875. Se dice que Beato Pío IX resolvió así:
"Por lo que ha escrito le hago obispo, que lo sea y escriba además".
Durante su obispado logra conjuntar su labor de obispo con la de filósofo realizando numerosos escritos y labores en la diócesis. El 15 de marzo de 1883 es nombrado arzobispo de Sevilla, una vez en el cargo rechaza el de senador que le correspondía.
Una vez en posesión del cargo se dedica de pleno a sus labores eclesiásticas e intelectuales que son premiadas un año más tarde por el Papa León XIII con el cardenalato. Así el 10 de noviembre de 1884 es promovido para el puesto del cardenal obteniendo la titularidad de Santa Maria sopra Minerva el 17 de marzo de 1887.
Continúa en Sevilla hasta el año siguiente en el que se traslada a Toledo al ser promovido por el rey Alfonso XII para arzobispo de Toledo. El 27 de marzo de 1885 es promovido para el cargo obteniendo además el título de Patriarca de las Indias, capellán mayor del rey y vicario general castrense. El poeta Campoamor escribió:
"Ninguno de tan poco llegó a tanto:/Fraile ayer, príncipe hoy, mañana santo".
En 1886 regresa a Sevilla debido a su mala salud renunciando finalmente al obispado por cuestiones de salud el 28 de noviembre de 1889.
Fallece debido a un cáncer de maxilar en el convento de la Pasión de Madrid asistido por el obispo de Oviedo Ramón Martínez Vigil el 28 de noviembre de 1894 siendo enterrado en la iglesia de los Padres dominicos de Ocaña.
Conozcamos mejor la Biografía de Fray Ceferino González;
Zeferino González y Díaz-Tuñón, (Villoria, Asturias, 28 de enero de 1831 – Madrid, 29 de noviembre de 1894). Dominico (OP), filósofo, teólogo, arzobispo y cardenal.
Nació en el seno del matrimonio formado por Manuel Alonso González y Teresa Díaz-Tuñón, naturales de Soto, del concejo de Aller, que se habían trasladado a Villoria como colonos del marqués de Campo Sagrado; en Villoria nació Zeferino, quinto de los siete hijos del matrimonio. Aprendió las primeras letras en Villoria, y latín en la preceptora de Ciaño. En 1844 ingresó en los dominicos de Ocaña (Toledo), en el colegio-seminario que el Gobierno español no suprimió en la exclaustración de 1836 por su destino a la formación de misioneros. En aquel centro inició la carrera eclesiástica, cursando tres años de Filosofía y uno de Teología; el 5 de mayo de 1848 salió de Ocaña rumbo a Manila (islas Filipinas) para continuar allí la carrera en la Universidad de Santo Tomás. El viaje fue largo y abnegado, pues no arribó a destino hasta el 8 de febrero de 1849. En Manila cursó los años de Teología que le faltaban, y obtuvo el doctorado en Filosofía y en Teología. En 1853 pidió que lo enviasen de misionero a Tunkin (hoy Vietnam), pero los superiores no accedieron, vinculándolo a la Universidad como profesor, para lo que poseía excelentes cualidades.
En una primera etapa enseñó Ciencias Naturales, rama académica que cultivó con juvenil entrega, organizando el gabinete de Física y Química y el Museo de Ciencias, y publicando sus primeros ensayos científicos: Los temblores de tierra, Manila, 1857 y La electricidad atmosférica y sus principales manifestaciones, Manila, 1858. De las Ciencias Naturales pasó a enseñar Filosofía y, poco después, Teología, distinguiéndose por su entusiasmo, su profundidad y su apertura a las corrientes modernas del pensamiento tanto en las ciencias naturales como en las ciencias del espíritu, que armonizó con el tomismo de mejor ley. Fruto de esa dedicación fue la obra Estudios sobre la filosofía de santo Tomás, en tres tomos, que vieron la luz en Manila en 1864. En la introducción describe el propósito y el método de la obra: “Exponer el espíritu y las tendencias generales de la filosofía del Santo Doctor y la elevación de sus ideas en la solución de todos los grandes problemas de la ciencia; comparar esta solución con la solución dada por la filosofía racionalista y anticristiana y, sobre todo, y con particularidad, fijar y comprobar el verdadero sentido de sus doctrinas. Tal es el pensamiento dominante y el objeto que nos hemos propuesto al escribir estos Estudios”.
Los tres tomos fueron la piedra angular, labrada en la Universidad Santo Tomás de Manila, de la restauración del neotomismo o “Tercera Escolástica” en España, donde fueron acogidos con sorpresa y admiración, y como antídoto del krausismo, que era la filosofía que estaba de moda. Menéndez Pelayo saludó con júbilo intelectual y católico los Estudios, aunque no compartía todos sus puntos de vista: “Quien escriba en lo venidero la historia de la filosofía española —sentenció—, tendrá que colocar en el centro de este cuadro de restauración escolástica el nombre del sabio dominico fray Zeferino González, que asombró a los doctos con sus Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás, obra que, cuando los años pasen y las preocupaciones contemporáneas se disipen, ocupará no inferior lugar a las de Kleutgen y Sanseverino” (Heterodoxos, V: 413).
El título y el honor de iniciador del neotomismo en España, y aun en Europa, se lo otorgan generalmente los historiadores, salvo alguna discrepancia, como la de Unamuno. Aún a principios del siglo XXI, Vicente Cárcel Ortí revalida el juicio de valor de las aportaciones filosóficas y teológicas de Zeferino González, que se ensancharon y enriquecieron con varias obras posteriores a Estudios: “Su figura de intelectual y científico puro, prestado durante algunos años para las tareas pastorales, y su insólita personalidad hacen de él uno de los personajes más atractivos de la Iglesia en la España de la segunda mitad del siglo XIX, en la que estuvo considerado como uno de los grandes pensadores del momento a nivel nacional” (V. Cárcel Ortí, 2004:2001).
El clima y la brega de profesor y escritor deterioraron su salud física, y a principios de 1867 regresó a España, concretamente a Madrid, a la casa de la Pasión, en la calle de ese nombre, hoy con el suyo, es decir, de “Fray Zeferino González”. De relieve fue el aula de filosofía libre que abrió para los jóvenes católicos, a la que acudieron nombres de mucho porvenir en las letras y en la política, entre ellos Alejandro Pidal y Mon, Eduardo Hinojosa, Antonio H. Fajarnés, etc. En 1873 publicó las lecciones que impartía en la casa de la calle de la Pasión, con el título de Filosofía elemental, editada en Madrid. Y Alejandro Pidal, discípulo aventajado, editó dos tomos más de los trabajos menores del maestro, bajo el epígrafe Estudios religiosos, filosóficos, científicos y morales (Madrid, 1873), algunos tan significativos como los titulados Filosofía de la Historia y Economía política.
Entre los años 1868 y 1871 fue rector del seminario de misioneros de Ocaña, y modernizó el programa del instituto, dotándolo de medios pedagógicos modernos y escuela de lenguas, y en el escaso tiempo libre que el cargo le dejaba, continuó sus estudios y publicó algunos opúsculos de mucha enjundia, como el titulado “Sobre una biblioteca de autores españoles” (Ocaña, 1869).
En 1871 renunció a la rectoría de Ocaña, y regresó a la casa de la calle de la Pasión en Madrid. Su prestigio como sabio iba en aumento, y el Gobierno, aunque de talante liberal, lo presentó para una sede episcopal vacante, que entonces había varias. Al fin fue obispo de Córdoba, la antigua sede de Osio. Recibió la consagración episcopal en Ocaña el 24 de octubre de 1875. Su episcopado en Córdoba fue breve, pero muy fecundo en iniciativas pastorales, y también en publicaciones, entre otras, su pastoral comentando la encíclica de León XIII, Aeterni Patris, de la que en cierto modo había sido precursor.
De Córdoba pasó a Sevilla como arzobispo en 1883; en 1884 fue nombrado cardenal, y en 1885, arzobispo de Toledo. Tomó posesión de la sede primada, pero, caso no común, renunció a los seis meses, y regresó a Sevilla. En 1885 presentó al papa León XIII la renuncia a arzobispo y a cardenal. El Papa le admitió la renuncia a arzobispo, mas no la de cardenal.
Durante los años episcopales continuó trabajando en libros tan valiosos como su Historia de la Filosofía, publicada en sus años cordobeses, en cuatro tomos (Madrid, 1878), y La Biblia y la ciencia, en dos tomos publicados en Madrid en 1891, que el padre Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén y de la Revue Biblique, asumió como guía de sus trabajos exegéticos.
El cardenal Zeferino González y Díaz-Tuñón fue académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la Real Academia Española y correspondiente de la Real Academia de la Historia. En el despliegue de su legado científico cabe señalar la coincidencia y, sobre todo, la sintonía con las tres grandes encíclicas de León XIII: la Aeterni Patris (4 de agosto de 1879) sobre la restauración de la filosofía cristiana a zaga del Doctor Angélico, la Rerum novarum (15 de mayo de 1891) sobre los problemas sociales, campo en el que Zeferino González fue también un precursor, sobre todo con la fundación en Córdoba y en Sevilla de los “Círculos de Obreros Católicos”, y la Providentissimus Deus (18 de noviembre de 1893) sobre la renovación de las ciencias bíblicas, asunto al que el cardenal Zeferino González dedicó su magistral libro La Biblia y la ciencia (Madrid-Sevilla, 1891-1892). En los últimos años de su laboriosa y fecunda vida se vio aquejado de dolorosa enfermedad. Y el 29 de noviembre de 1894 falleció en la casa madrileña de la calle de la Pasión, a la edad de sesenta y tres años y diez meses. Fue sepultado el 2 de diciembre en la iglesia del colegio misionero de Ocaña (Álvaro Huerga Teruelo, OP, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle Fray Ceferino González, al detalle:
Cruz del Juramento
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