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viernes, 27 de enero de 2023

Un paseo por la calle Rodríguez Marín

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Rodríguez Marín, de Sevilla, dando un paseo por ella.  
     Hoy, 27 de enero, es el aniversario (27 de enero de 1855) del nacimiento de Francisco Rodríguez Marín, poeta, folclorista, paremiólogo, lexicólogo y cervantista español, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Rodríguez Marín, de Sevilla, dando un paseo por ella.
    La calle Rodríguez Marín es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en los Barrios de la AlfalfaSan Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de la plaza de San Ildefonso con la calle Caballerizas, a la calle Águilas
   La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta,  constituida  por  bloques  exentos,  la  calle,  como  ámbito  lineal de relación, se pierde, y  el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
     Desde el s. XVII al menos es conocida como San Ildefonso o, mejor, Tras de San Ildefonso, por dar a ella una fachada lateral de esta iglesia parroquial. En el s. XVIII com­parte la anterior denominación con la de Mulatos, según Santiago Montoto quizás porque allí hubo un hospital de la hermandad vulgarmente así llamada; en la reforma general del callejero de 1845 se impone Mulatos. En 1918 recibe la denominación que hoy conserva en memoria de Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), hijo  adoptivo de Sevilla, prolífico escritor, que destacó como folklorista y comentarista de Cervantes; académico de la Española y director de la Biblioteca Nacional. Vivió en el núm. 1, como recuerda una lápida allí instalada por el Ayuntamiento en 1918.
     Su trazado presenta tres tramos rectilíneos y en ángulo recto, resultado de distintos proyectos de alineación y de la construcción de la iglesia de San Ildefonso, cuya fachada lateral marca el perfil de la acera derecha del primer tramo. Ya en 1609 se estudia la conveniencia de "endereçar" la esquina que está enfrente de la iglesia, y de 1911 consta un proyecto de rectificación del plano de alineación de la calle. Adoquinada en 1913, actualmente su pavimento es de asfalto y posee aceras de losetas, pero tan estrechas que se hace imposible transitar por ellas. En cualquier caso, el viandante utiliza toda la calzada, pues a pesar de estar abierta al tráfico rodado, apenas si lo registra y los vehículos únicamente acceden allí para aparcar. Se ilumina mediante farolas con brazos de fundición adosados a las fachadas. En la edificación alternan viviendas unifamiliares de patio, de dos y tres plantas, de las que debe ser destacado el forjado de los balcones de la núm.3; hay algunas casas de escalera, una de ellas fechada en 1907, bloques de pisos de reciente construcción y cuatro plantas. Un hotel con fachada principal en Águilas tiene en ésta el acceso a su garaje. En la casa núm. 1, cuando estaba siendo restaurada por la Dirección General de Bellas Artes en 1973, se descubrieron restos de un edificio árabe. Cuando el primer viernes de Cuaresma acuden los fieles a rendir culto al Cautivo de la iglesia de San Ildefonso, se forma una larga cola que da la vuelta a la manzana y ocupa esta calle. Además de Rodríguez Marín, vivió allí también el poeta Juan de la Cueva [Josefina Cruz Villalón, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Rodríguez Marín, 1
. Edificio de dos plantas, en cuyo pa­tio se conserva una arquería de época musulmana, compuesta por arcos peraltados, enmarcados por alfices, que apean sobre columnas con capiteles de mocárabes y ábacos. Los extremos lo hacen sobre medias columnas de fábrica de ladrillo estu­cadas.
Rodríguez Marín, Balcón - Águilas, 19 [Muy reformada exteriormente]. Casa de tres plantas, de tipo popular, que posee algunos elementos notables, como los antepechos de los balcones y la cancela de uno de ellos, con rica decoración, así como la cancela del zaguán, fechada en 1830. En el patio, que consta de tres plantas, las dos superiores adinteladas, existe un capitel árabe [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de Francisco Rodríguez Marín, a quien está dedicada esta vía;
     Francisco Rodríguez Marín, "El Bachiller de Osuna". (Osuna, Sevilla, 27 de enero de 1855 – Madrid, 9 de junio de 1943). Polígrafo.
   Hijo de un sombrerero ecijano y de una gaditana, los primeros años de su infancia transcurrieron modestamente, “pero no faltos de alegría”. En 1864, a la edad de nueve años, sufrió la pérdida irreparable de la figura materna. En septiembre de este mismo año, pidió el ingreso en la segunda enseñanza, en escrito remitido al director del Instituto, señor Varonal. Ya por entonces se asiste al nacimiento de una personalidad que —como apunta el doctor Antonio Castillo de Lucas, en sus Apuntes biotopológicos de Rodríguez Marín— daba “con mucho, preferencia a los placeres y sensaciones espirituales que a los placeres puramente vegetativos”, y que se proyecta en su pasión por los libros, prematuramente fomentada por un cura del Seminario del Corpus Christi: el singular P. Morillo. 
   Concluido el bachillerato, una enfermedad le obligó a suspender los estudios y a pasar tres años en el campo. Allí, al contacto de vendimiadores y cavadores, se acrecentó su afición a la sabiduría popular, y estimulado por la lectura del Cancionero popular de Emilio Lafuente Alcántara, transcribió en su bloc de notas cuantos cantares oía.
   En 1873 se integró en la vida sevillana para estudiar Derecho. El ambiente distendido de la pensión, la compañía de sus condiscípulos, su habilidad con la flauta travesera y su espíritu alegre y enamoradizo, fueron el caldo de cultivo ideal para las “bachilleradas” de “Paquito” —como gustaba ser llamado, por afición al atildado escritor y diplomático Juan Valera—.
   A la sombra de José Fernández Espino, catedrático de Literatura Española y discípulo de Alberto Lista, se inició en la poesía. Unas cartas del maestro sirvieron de prólogo a un poemario que el “Bachiller” bautizó con el nombre de Suspiros (1874). Tras éste, vinieron siete nuevos poemarios —recogidos en A la Real de España. Poesías selectas (1871-1941)— en los que se harán visibles dos trayectorias en su producción poética: la primera —correspondiente a los cinco primeros poemarios— se incardina en una corriente de época que busca la superación del romanticismo mediante soluciones no traumáticas, caracterizadas por un cierto eclecticismo; en la segunda —correspondiente a los últimos poemarios—, marcada por el uso exclusivo del soneto y la silva, la “creación” literaria se entronca en la tradición poética sevillana del Siglo de Oro, remozado con “los ecos de Quevedo, Cervantes y la picaresca”, y ajustándose a “los preceptos de la Poética, hasta los más rígidos”.
   Una segunda faceta del ursaonense, la folclorista, viene dada en función del clima socio-cultural que Sevilla vivía en la década de 1880. Por estos años “La Genuina”, tertulia literaria a la que Rodríguez Marín pertenecía, se transformó en el Ateneo Hispalense.
   Desde esta cátedra, testigo del verbo apasionado de Francisco, Manuel Sales y Ferré pronunció unas conferencias que incidían en las diferencias entre “razón” y “fe”. El enfoque darwinista y racionalista de éstas provocó la réplica de la Revista Católica, órgano de la Academia Hispalense de Santo Tomás de Aquino, que presidía Francisco Mateos Gago. En estas controversias destacan Antonio Machado Núñez y Fernando de los Ríos, quienes aglutinaron las corrientes krausistas sevillanas, propiciando un nuevo resurgimiento artístico y cultural de la ciudad. En el proyecto colaboraron jóvenes de la talla de los Hazaña y la Rúa, Lasso de la Vega, Mas y Prat, Sales y Ferré, Montoto, Valdenebros, Velilla, Rodríguez Marín... De la mano de estos intelectuales, y gracias a la propuesta de Antonio Machado Álvarez, “Demófilo”, de confeccionar “un verdadero catálogo de la cultura y folklore populares”, la filosofía de Krause rebasó los muros de la Universidad y plantó sus semillas en la calle. El éxito fue posible gracias a La Enciclopedia, revista defensora de la idea krausista que veía en el pueblo el motor del progreso y que lo concebía como una auténtica aristocracia.
   En 1879, la sección de “Literatura Popular”, creada por Machado Álvarez, dio un aire nuevo a la revista e incorporó una nueva línea evolucionista y fundamentalmente spenceriana.
   En esta sección, destacó Rodríguez Marín, quien, entre otros trabajos, sacó a la luz los Cinco cuentezuelos populares andaluces, recogidos y anotados por él mismo. En dos años de publicación, se reunieron un sinfín de cuentos, juegos infantiles, refranes, supersticiones, tradiciones, cantos, usos ceremoniales, y demás materiales folclóricos que fueron recogidos y estudiados con una modernidad en los métodos que no pasó inadvertida para el profesor austríaco Hugo Schuchardt, quien, por estas fechas, se encontraba en la capital hispalense realizando estudios de fonética popular andaluza.
   El 3 de noviembre de 1881, en el n.º 9 de la mencionada revista, publicó Machado las bases de la sociedad nacional que tituló con el nombre de El Folklore Español, “Sociedad para la recopilación y estudio del saber y de las tradiciones populares”. Esta sociedad de planteamientos profundamente federalistas, no fue bien vista en los círculos conservadores.
   El 28 de noviembre del mismo año, reunidos los veintiocho firmantes en el domicilio de los Machado, quedó constituido El Folk-lore Andaluz, bajo la presidencia del académico José María Asensio y Toledo.
   El acta de constitución de la sociedad fue redactada por Rodríguez Marín, secretario accidental, y en ella se dejó constancia de que “el Sr. Segovia propuso que se nombrara presidente honorario de la Sociedad al eminente orientalista Sr. D. Antonio María García Blanco”. En un año de vida se publican doce números de El folklore Andaluz, órgano de esta sociedad, cuyos trabajos están inspirados por las teorías de Darwin, Spencer y Krause. Ello explica que la posterior labor folclorista de Rodríguez Marín no fuese ajena a la configuración social que el krausismo propugnaba.
   Entre 1882 y 1883 salieron a la luz los cinco tomos de los Cantos populares españoles, con un “Post Scriptum” de Antonio Machado. La obra recibió los plácemes de eminentes folcloristas como el portugués Theophilo Braga, el italiano Giuseppe Pitrè y los españoles Juan Antonio de la Torre, Manuel Milá y Fontanals, Briz, Maspons y Llagostera... Con ella, y en palabras de Luis Montoto, “rebasó nuestro colega los límites fijados por Cecilia Böhl de Faber y Lafuente y Alcántara [...] descubrió [...] todo un mundo de poesía propiamente española”.
   Esta labor folclorista lleva la impronta del andalucismo, como lo demuestran El alma de Andalucía en sus mejores coplas amorosas escogidas entre más de 22.000; Pasatiempo folklórico. Varios juegos infantiles del s. XVI; y La Copla. Bosquejo de un estudio Folk-lórico, estudio este último en el que Rodríguez Marín señala las diferencias entre “soleá”, “soleariya”, “alegría” y “playera”, y anota las relaciones entre lo popular y lo culto, entre otras aportaciones.
   Otra faceta que cultivó Rodríguez Marín en el transcurso de esta primera etapa sevillana fue el periodismo, profesión ésta que, con la de abogado, era la idónea para el ejercicio de la política. Precisamente en esta última actividad se había significado como secretario en Osuna del Partido Posibilista, y como impulsor de una desigual campaña contra la aristocracia local, y en pro de los pobres de Osuna. A sus dieciocho años ya colaboraba en El semanario ilustrado y en El Gran Mundo, y se dio a conocer en el ambiente periodístico con los seudónimos de “Un Amigo del Editor”, “Juan de Burgos de Segovia”, “Un Devoto de Cervantes”, “Un Devoto de este peregrino ingenio (Cervantes)”, “Guindo Ramírez”, “El bachiller Francisco de Osuna” y “El Bachiller de Osuna”.
   En 1880 formó parte de un periódico castelariano, El Posibilista, dirigido por Pedro Rodríguez de la Borbolla.
   En este periódico realizó una labor multifuncional, que domina todos los aspectos de la empresa editorial, incluyendo la elaboración de los discursos políticos del director, “quien muchas veces me enviaba los dos o tres primeros párrafos de un artículo político para que yo lo concluyera”.
   Pero cuando “D. Pedro de las Mercedes”, como titula el pueblo a Rodríguez de la Borbolla, necesitó el voto de los ricos propietarios de Osuna, la pluma mordaz del osunés resultó incómoda para los intereses del político, por lo que el joven redactor se vio obligado a marchar a El Alabardero, periódico que, bajo la dirección de Mariano Casos, siguió la línea de un republicanismo radical, que osciló entre la actitud “demócrata-progresista” de Cristino Martos y la “republicano-progresista” de Manuel Ruiz Zorrilla, a la sazón exiliado.
   Las acusaciones que Rodríguez Marín había vertido desde las páginas de El Posibilista contra los rectores del Pósito osunés, tuvieron su continuación en la sección titulada “Alabardazos”, y en dos opúsculos que compendiaron todos los artículos publicados: Basta de abusos. El pósito del Dr. Navarro (apuntes para la historia de Osuna), folleto en el que figura una dedicatoria “A los pobres y menesterosos de Osuna/En fe de humana confraternidad”, y El Gobernador Civil de Sevilla y El Alabardero, proceso de un funcionario público, obra que recoge todos los artículos que sobre el particular se habían publicado en El Alabardero.
   Desde esta tribuna, el joven tomó partido activo por los débiles, como demuestra la Cruz de Beneficencia con que la ciudad correspondió a su heroica actuación en las inundaciones que sufrieron los vecinos del sevillano barrio de Triana.
   Unas veces con su nombre y apellidos, y otras con el seudónimo de “R. Guindos Ramírez”, se erigió en colaborador de una campaña que lanzó sus andanadas contra autoridades locales, particulares, empresas —como la que regentaba el popular Teatro del Duque—, personajes y personajillos que medraban en el mundo de la política, a los que desnudó en una significativa obrita de teatro, Los cortejos de D.ª Pitanza, de poca calidad artística.
   Tras esta larga estancia de diez años en la capital del Betis, regresó a Osuna en compañía del destacado hebraísta Antonio María García Blanco. De esta fértil amistad se benefició, durante más de una década, la cultura ursaonense; el 13 de enero 1883, la sociedad recibió con los brazos abiertos a Antonio María Blanco, insigne liberal, y a su acompañante Rodríguez Marín, quien, debido a la gran popularidad alcanzada como periodista, no tuvo dificultad alguna en iniciar sus colaboraciones en el periódico local. Esta etapa, que coincidió con un momento de efervescencia obrera en Andalucía, creó ciertas expectativas entre los más desheredados, que tomaron por abanderados de su causa al indómito luchador y a su joven discípulo.
   Rodríguez Marín, que aún colaboraba en una publicación librepensadora, La Lucha, órgano del Partido Republicano Progresista de Sevilla, entró a formar parte de la plantilla de El Ursaonense. Pronto habría de convertirse en una pluma “vigilante” en materias tan varias como las que afectaban a la higiene, abastos y urbanismo, cultura —con la “constante” petición de la reposición del instituto—, información de Audiencia y Tribunales, informaciones y comentarios de política local y nacional —con un espíritu franco y mordaz del que no escapaban ni los reyes ni la nobleza—, géneros de creación, etc... En esta labor “de culturización” trabajó codo con codo con el doctor García Blanco, el viejo hebraísta con el que había leído, “analizado y traducido los tres libros bíblicos del Génesis, Éxodo y Deuteronomio”. El estímulo del alumno fue tal —como confiesa su biógrafo Pascual Recuero Pascual— que, con su apoyo incondicional, el sabio profesor publicó su Diccionario Hebreo-Español, obra que resume una labor de veinticinco años. En agosto de 1885, y a raíz de una huelga que hicieron las mujeres jornaleras en pro de la supresión del impuesto de consumo, Rodríguez Marín abandonó el periódico no queriendo verse señalado por los rumores que le mencionaban como posible instigador de la revuelta.
   En los años 1886-1887 fundó y dirigió El Centinela de Osuna “semanario de literatura o intereses morales y materiales”. Ya desde el primer número, en el que señala como norte de la publicación la vigilancia de la gestión municipal, se mostró partidario de un periódico vigilante y apolítico, y de un Ayuntamiento regido por gente eficaz e independiente. Desde estas páginas también se comprometió en la defensa apologética del matrimonio civil, como confirma una carta de la logia osunesa “Esperanza n.º 196” a la logia madrileña “Hermanos del Progreso”, firmada por el maestre “Aquiles” (Juan Lasarte Lobo) y por el secretario “Guttemberg”, en la que se alude a Francisco Rodríguez Marín, “Mucio Scévola”, “quien se comprometió a hacer propaganda a favor del restablecimiento del matrimonio civil en su periódico El Centinela de Osuna”.
   En 1895, tras la supresión de la Audiencia de Osuna, y coincidiendo con la terrible hambruna que sufrió la ciudad, Rodríguez Marín —felizmente casado con Dolores Vecino, y padre de cuatro niños— se dio de alta en el Colegio de Abogados sevillano.
   Su nombramiento como académico numerario de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, tras el fallecimiento de Fernando Belmonte y Clemente, propició su llegada a la capital hispalense en los primeros días de marzo.
   Durante esta segunda etapa sevillana recibió los nombramientos de presidente del Ateneo, por acuerdo de la Junta General celebrada el 30 de mayo de 1900; correspondiente de la Real Academia Española, a instancias del sevillano Antonio María Fabié, y de los santanderinos José María de Pereda y Marcelino Menéndez y Pelayo; posteriormente, el 30 de noviembre de 1905, académico de número de la citada institución, en sustitución del estadista Raimundo Fernández Villaverde; y, por último, cronista oficial de la provincia, por acuerdo de la Diputación Provincial de Sevilla (1906).
   En el ejercicio de su profesión, también le cupo el honor de participar en la dolorosa venta de la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros al arqueólogo norteamericano Mr. Milton Archer Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, de New York.
   En 1904, una cruel enfermedad que le privó de la voz, le planteó la necesidad de tener que abandonar el ejercicio de la abogacía, y de hacer de la pluma su único medio de vida, para lo cual Madrid se ofrecía como única salida.
   La incorporación de Rodríguez Marín a la sociedad madrileña se retrasó hasta la llegada al poder, el 25 de enero de 1907, de Antonio Maura, jefe de los conservadores encargado de formar Gobierno. A la sombra de esta personalidad vivió los veinte primeros años del siglo, acrecentada su figura por los múltiples honores recibidos: en 1909 fue nombrado consejero de Instrucción Pública; jefe del Cuerpo de Archiveros y director de la Biblioteca Nacional, por Real Decreto de 8 de junio de 1912, en sustitución de su otro gran valedor, Marcelino Menéndez y Pelayo; bibliotecario perpetuo de la Real Academia Española, en sustitución de Jacinto Octavio Picón, en 1923; vocal de la Junta Hispanoamericana de Bibliografía y Tecnología Científicas, en 1924; y académico de número por la Real Academia de la Historia, en sustitución del arabista Gaspar y Remiro, en 1925, con un discurso de entrada sobre La “Fílida” de Gálvez de Montalvo.
   En estos años, como afirma López Estrada, el andalucismo vertebró una importante producción poética, filológica, folclorista..., e incluso cervantista, que responde a “los mismos principios: pretende establecer de qué modo influyó y dio carácter a Cervantes su estancia en Andalucía”. En junio de 1915, desde las páginas de Los Lunes de El Imparcial, Eduardo Gómez de Baquero afirmó “que desde los hallazgos de Pérez Pastor no se había publicado una tan copiosa colección de documentos cervantinos como la que ha dado a luz D. Francisco Rodríguez Marín en elegante edición publicada a expensas de la Real Academia Española”. La crítica insiste en que, de los documentadores cervantistas, es Rodríguez Marín el que más documentos aporta, hasta un total de ciento setenta y siete.
   Por su parte, Gabriel M. del Río y Rico alaba una “asombrosa labor de veinte años, durante los que han sido concienzudamente estudiados los trabajos de Mayans y Siscar, Pellicer, Fernández de Navarrete, García de Arrieta, Puigblanch, Clemencín, Bartolomé José Gallardo, Alberto Lista, La Barrera, Díaz de Benjumea, Asensio, Hartzenbusch, Valera, Tubino, León Máinez, el Doctor Thebussem (D. Mariano Pardo de Figueroa), Toro Gómez, Cortejón, Apráiz, Pérez Pastor, John Bowle, Prosper Merimée, Viardot,Vischer, Charles, Jarvis, Wolf, Fitzmaurice-Kelly, Gebhart, von Wolzogen, Auger, Duffield, Mary Smirke, Ormsby, Edward Walts...”.
   Entre estos estudios cervantinos destacan sus Rebusco de documentos cervantinos; El apócrifo “Secreto de Cervantes”; Los modelos vivos del “D. Quijote de la Mancha”; Cervantes y la ciudad de Córdoba; y las ediciones críticas, con prólogos y notas de Rodríguez Marín de las Novelas ejemplares de Cervantes; La Ilustre Fregona; El casamiento engañoso; Coloquio de los perros, etc., con mención especial para las ediciones críticas de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha: la de 1911-1913, en ocho tomos, la de 1916-1917, en seis tomos, la de 1927-1928, en siete tomos, y la Nueva Edición Crítica (1947-1949), obra póstuma que recoge la edición de 1927, con más de mil notas nuevas aportadas por el erudito.
   La atracción que sobre él ejerció el Siglo de Oro español, y más concretamente la escuela sevillana, se hace evidente en la valiosísima documentación que aportó sobre Pedro Soto de Rojas, Pedro Espinosa, Luis Vélez de Guevara, Francisco Pacheco, Baltasar del Alcázar, el “divino” Herrera, Mateo Alemán y numerosos autores de la época áurea española. De gran interés es la ingente labor cervantista desarrollada por el erudito, como subraya Agustín González de Amezúa, quien catalogó las doscientas doce obras editadas por Rodríguez Marín, entre libros y opúsculos.
   Otra faceta que en estos años desarrolló Rodríguez Marín fue la de cuentista. Sus ochenta y dos “cuentos anecdóticos”, reunidos en libros, unos, y esparcidos en periódicos y revistas, otros, fueron clasificados por el propio autor en cuentos de Osuna, cuentos sevillanos y cuentos no osunenses ni sevillanos. La brevedad de estos relatos, la concurrencia de intereses con la literatura de la época, la carga de tradición que encierran, su interés socio-cultural y la presencia de un distendido tono humorístico son una constante en obras como la que lleva por título Cincuenta cuentos anecdóticos.
   Por último, se debe subrayar la labor filológica y paremiológica de Rodríguez Marín, elogiada por Luis Martínez Kleiser, y plasmada en libros como sus Más de 21.000 refranes castellanos no contenidos en la copiosa colección del maestro Gonzalo Correas; Dos mil quinientas voces castizas y bien autorizadas que piden lugar en nuestro léxico, etc. De esta última obra, del Río y Rico dice que el lector “queda anonadado al ver la lectura que representa aquella larga lista de palabras entresacadas de los grandes escritores de los siglos XVI y XVII, y las cuales no figuran en el D.R.A.E. Digno compañero de estos dos volúmenes es aquel otro intitulado Modos adverbiales castizos y bien autorizados que piden lugar en nuestro léxico (1931)”.
   El 5 de diciembre de 1936, después del bombardeo de Madrid por las tropas de Franco, se trasladó a Piedrabuena (Ciudad Real). En esta localidad residió durante cuatro largos años, en el n.º 4 de la calle Real, domicilio de su hija. La penosa experiencia fue revivida por el erudito en el libro titulado En un lugar de la Mancha... Divagaciones de un ochentón evacuado de Madrid durante la guerra. El 21 de mayo de 1939, finalizada la guerra, regresó a Madrid, viviendo allí los últimos años de su vida, en los que ejerció el cargo de director de la Real Academia Española —tras ser elegido por unanimidad el 5 de diciembre de 1940—, rodeado de sus íntimos. 
    Fue Pedro Marroquín quien, desde la prensa, propuso la idea de rendirle un homenaje nacional, idea a la que se sumaron los hermanos Álvarez Quintero, Natalio Rivas, Agustín González de Amezúa, Pedro Mourlane y Michelena y Luis Martínez Kleiser, y siendo el ministro de Educación Nacional, Ibáñez Martín, el encargado de nombrar la Junta que había de preparar el homenaje, según Orden de 1 de julio de 1942.
   Días antes del evento, el 9 de junio de 1943, murió el sabio osunés, reconocido como Hijo Adoptivo de Archidona, Sevilla, Antequera, Toledo, Alcalá de Henares, Piedrabuena; Hijo Predilecto de Osuna y de la provincia de Sevilla, y honrado con calles o lápidas, en ciudades como Madrid, Córdoba, Écija, Lucena y Barcelona (Joaquín Rayego Gutiérrez, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
       Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Rodríguez Marín, de Sevilla, dando un paseo por ella. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Callejero de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.

La calle Rodríguez Marín, al detalle:
Edificio c/ Rodríguez Marín, 1.
        Retablo cerámico de Jesús Cautivo
Edificio c/ Rodríguez Marín, esquina a c/ Águilas, 19.

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